lunes, 24 de agosto de 2015

De La Unión, Piedras Blancas, Cerrito y Maroñas, hasta la mesa de la muerte del Bar Smidel

Paisajes indómitos

Santuario Medalla Milagrosa y San Agustín.
La Villa de la Unión, o simplemente La Unión es un barrio del este de Montevideo, que limita con La Blanqueada, Villa Española y la Curva de Maroñas. Fue creado en el Caserío del Cardal, que luego en la Guerra Grande se denominó Villa de la Restauración. Al final del conflicto, en 1851, bajo la consigna “Ni vencedores ni, vencidos”, se llamó Pueblo de la Unión, y su principal avenida Ocho de Octubre. Maroñas está cruzado por dos avenidas principales: General Flores y José Belloni. La zona fue poblada en 1834 por Francisca Maroñas, hija del gallego Francisco, el visitador más antiguo de las Rentas de Tabaco y Naipes de Montevideo, afincado en 1756 en la Banda Oriental. Entre ese paraje y la vecina Piedras Blancas, se inauguró el Nuevo Circo para carreras de caballo, que en 1874 se transformó en Circo Ituzaingó, antecedente del actual Hipódromo de Maroñas. ¿Cómo se vincula un boliche maroñense con el célebre viajero alemán que acompañó al adelantado Pedro de Mendoza en la primera fundación de Buenos Aires? De la única forma posible: por una calle que cruza la avenida 8 de Octubre a la altura de la Curva.

Sobre la base de Montevideo Manual del Visitante (KoiBooks Editores, 2010, 2011, 2012, 2013), Boliches, corazón del barrio (Ediciones de la Banda Oriental, 2013) y del suplemento desplegable Montevideando (Trocadero Gabinete DDiseño para El País, 2014). 

La Unión
Escuela Felipe Sanguinetti.
Busto de Juana.
 La Plaza de la Restauración es el centro histórico del barrio, entre las calles Asilo, Cipriano Miró, Larravide y Cabrera. A su alrededor funcionó la sede lesgislativa y judicial del “Gobierno del Cerrito”, que durante la Guerra Grande lideró el caudillo blanco-federal Manuel Oribe. Todavía conserva un conjunto patrimonial que incluye al Santuario Nacional de la Medalla Milagrosa e Iglesia de San Agustín, inaugurado en l849, al Hospital Pasteur, uno de los más antiguos de Montevideo, y al Centro Geriátrico Luis Piñeyro del Campo. 
La poetisa Juana de Ibarbourou vivió en la calle Asilo, frente a la plaza, entre 1918 y 1921, donde escribió dos obras: Las lenguas de diamante y el Cántaro fresco. El emblemático espacio público recibió varias denominaciones: De la Iglesia (1849), San Agustín (1867), Cipriano Miró (1919) y la actual De la Restauración (1996).

Quinta de Batlle.
Piedras Blancas
Dos espacios familiares reflejan la rivalidad entre los dos partidos políticos tradicionales uruguaysos: Blanco y Colorado. La Quinta de José Batlle y Ordoñez, en Piedras Blancas, atesora objetos y documentos que reflejan la personalidad de quien fuera presidente en dos períodos: 1903-1907 y 1911-1915. La Quinta de Luis Alberto de Herrera, del barrio Atahualpa, expone acervo documental sobre la vida de quien fuera político y caudillo blanco entre 1897 y1959.
Quinta de Herrera.
El Museo Aeronáutico Coronel Aviador Jaime Meregalli, del barrio Villa Española, expone 19 aeronaves históricas de la Fuerza Aérea Uruguaya. Por iniciativa de Meregalli, su primer director, se conservan pertenencias de los pioneros de la aeronáutica militar: Cesáreo L. Berisso y Juan Manuel Boiso Lanza. También sobresale una colección de maquetas de la aerolínea uruguaya Pluna, y el sector de los vuelos a la Base Antártica José Artigas.


Cerrito de la Victoria
Santuario del Cerrito.
Al principio se llamó “Montevideo Chico”, cuando se instalaron los cuarteles de los sitios orientales a la Montevideo colonial, en 1811 y 1812 por, y del Sitio Grande comandado por Manuel Oribe, que se comunicaba con la “Villa de la Restauración”, por el “Camino del Comercio”, y con el puerto del Buceo, por el “Camino de los Propios”.
El mayor símbolo del barrio es el Santuario Nacional del Sagrado Corazón de Jesús, ubicado en la cima de la estratégica colina de 72 metros de altura, desde donde se disfruta una vista panorámica de Montevideo. El templo inaugurado en 1927 es similar a la Basílica del Sacré Cœur de Montmartre, París, y también está inspirado en Santa Sofía de Constantinopla, Estambul, pero con una diferencia: la cobertura de ladrillos diseñada por el arquitecto y sacerdote Enrique Vespignani.
Monumento a Luis Batlle Berres.
El Parque de las Esculturas del Edificio Libertad se encuentra en la antigua “Quinta de los Caviglia”, de Luis Alberto de Herrera y José Pedro Varela. El ex presidente Julio María Sanguinetti se decidió a colocar esculturas en el espacio exterior de la que fuera sede del gobierno uruguayo entre 1976 y 2009. Allí la naturaleza convive con tallas de Manuel Pailós, Gonzalo Fonseca, Pablo Atchugarry, Francisco Matto, Octavio Podestá, Ricardo Pascale, Guillermo Riva Zucchelli.
Frente a la sólida construcción del barrio La Figurita, donde el bulevar Artigas se toca con Luis Alberto de Herrera, se eleva el monumento a Luis Batlle Berres, realizado por el arquitecto Román Fresnedo. La estatua más extraña de la ciudad, conocida como Los cuernos de Batlle, es un homenaje al recordado presidente de la República de mitad del siglo pasado. La parábola, de 33 metros de alto, en hormigón armado revestido en fulget, surge vertical, rotunda, enfática.

El primer Hipódromo de Maroñas c. 1890.
Maroñas
El gallego Francisco Maroñas fue el visitador más antiguo de las Rentas de Tabaco y Naipes de Montevideo, afincado en 1756 en el lejano norte de los extramuros del puerto fortificado. EN 1817, Luego de la invasión portuguesa a la Provincia Oriental artiguista, en la zona actuó la primera guerrilla liderada por Juan Antonio Lavalleja,los patriotas derrotaron, “frente a lo de Maroñas”, a un grupo combinado de caballería e infantería lusitana que los duplicaba en número.
En la primera presidencia de Fructuoso Rivera se establecieron inmigrantes canarios en Carrasco, el Buceo y la Chacarita de los Padres. A partir de 1834 se instalaron los primeros saladeros, curtiembres y fábricas de sebo, por iniciativa de la criolla Francisca Maroñas, única hija del funcionario colonial, recordada por su temperamento y su belleza infrecuentes.
Maroñas en la década de 1920.
El 8 de Octubre de 1851 finalizó la Guerra Grande, y pronto se desarrolló un polo industrial en la Unión y su zona de influencia: las velerías y jabonerías del francés Eugenio Villemur y de Harambure, las curtiembres de Sarasola y Joaquín Cea.
El 6 de agosto de 1873 fue delineado el plano del Pueblo Maroñas, que el agrimensor Demetrio Isola situó en terrenos de Carlos Mausseaux sobre Camino a Maldonado y Cuchilla Grande, un año después, el agrimensor M. B. Bonino estableció el Barrio Flor de Maroñas en tierras de la Sucesión de Juan María Pérez, y luego nació el Pueblo Ituzaingó en lotes de la ex Sociedad Hípica.
En 1878 el ferrocarril que partía de la Estación del Cordón llegaba a Maroñas en 25 minutos. Sus principales clientes eran aficionados a los toros y el turf, que viajaban a la Plaza de la Unión y al Circo Ituzaingó con un boleto de ida y vuelta que costaba 30 centésimos.
Jardines del Hipódromo de Danubio Fútbol Club.
Hacia el 1900 se inauguró la legendaria cochería de Pedro Salhon, y en 1902 los tranvías de la Estación Unión realizaban carreras diarias con “breacks” de seis pasajeros hasta el Puente de Manga.
El 7 de marzo de 1926 fueron rematados los primeros lotes del barrio Jardines del Hipódromo, un negocio de Francisco Piria que señaló el camino del progreso y la industrialización y que convocó a miles de obreros en una zona caracterizada por tres aficiones: turf, boxeo y fútbol. Con un emblema deportivo que es una pasión compartida: la camiseta blanca con una diagonal negra del Danubio Fútbol Club.

Maroñas es un barrio del nordeste de Montevideo, sus avenidas principales son Ocho de Ocubre, General Flores y José Belloni. La zona fue poblada en 1834 por Francisca Maroñas, hija de un influyente funcionario español afincado en la Banda Oriental en 1765. Un hecho decisivo fue la inauguración en 1867 del Nuevo Circo para carreras de caballo, que en 1874 se transformó en Circo Ituzaingó, antecedente del actual Hipódromo de Maroñas.


Hipódromo de Maroñas
Con una capacidad de 8.000 espectadores y una pista de 2.065 metros de longitud, es un prodigio de belleza y significado patrimonial. Fue fundado en 1874 por la colectividad británica residente en Pueblo Ituzaingó que con el paso del tiempo se incorporó a la capital. De allí su nombre histórico: Circo Ituzaingó.
Su primer palco de socios, de tablones y chapa, fue trasladado desde el antiguo lugar donde se corrían carreras “a la inglesa”, el paraje de Azotea de Lima ubicado en la cercana Piedras Blancas. La renovación llegó de la mano de José Pedro Ramírez, que en 1887 asumió la presidencia de la Comisión de Organización de las Carreras Nacionales, y luego lo adquirió en sociedad con Gonzalo Ramírez, Juan y Alejandro Victorica.
Tras la fundación del Jockey Club de Montevideo, en 1888, el antiguo palco fue sustituido por una lujosa obra arquitectónica del italiano Ángelo Battaglia. Poco después, la institución compró el hipódromo, y allí el 1 de enero de 1899 se disputó la primera edición del mayor clásico del turf uruguayo: el Gran Premio José Pedro Ramírez. Luego de la quiebra del Jockey Club, a fines del siglo pasado, permaneció cerrado varios años hasta que fue adjudicado a la empresa Hípica Rioplatense que lo remodeló y lo reabrió en 2003.

El hipódromo perteneció a la Sociedad Hípica de Montevideo y a la Comisión Organizadora de Carreras Nacionales. En 1873 se diseñó una urbanización contigua que se extendería hasta Flor de Maroñas (1875), Ituzaingó (1888) y otros barrios como Pérez Castellanos (1908) y Jardines del Hipódromo (1926), fundados por Francisco Piria. Se instalaron diversas plantas fabriles, en particular molinos.

¡Invasor nomá!
En el Hipódromo de Maroñas corrió uno de los mejores caballos del mundo: Invasor. Todos los fines de semana, o la mayoría, hay diversas carreras durante el día. Muy cerca de la pista, hay gradas, a distintos niveles, para que todas las personas que quieran puedan ver la carrera. Se puede ver desde afuera, en algunos lugares con techos, o desde adentro, mientras se está tomando algo, en varias pantallas, con repeticiones y una excelente calidad.


En 1889 el Jockey Club de Montevideo adquirió el Hipódromo Nacional de Maroñas, su quiebra determinó el remate en 1996, el cierre al año siguiente, y su expropiación en 1999. El histórico Circo Ituzaingó fue arrendado a la sociedad privada Hípica Rioplatense que lo renovó y reanudó las carreras bajo la denominación Maroñas Enterteinment.
 

Smidel, leyenda de la Curva de Maroñas.
Café y Bar Smidel
¿Cómo se vincula un boliche de Maroñas con el célebre viajero alemán que acompañó al adelantado Pedro de Mendoza en la primera fundación de Buenos Aires? De la única forma posible: por una calle que cruza la avenida 8 de Octubre a la altura de la Curva.
El Café y Bar Smidel fue abierto hace más de nueve décadas, como almacén de ramos generales y despacho de bebidas que también poseía un surtidor de nafta que abasteció a los primeros vehículos de la zona. “En aquel tiempo Smidel era un camino de tierra porque el hormigón llegaba hasta Pan de Azúcar”, asegura Alexis Montes, actual propietario del negocio.
El Smidel es el típico bar masculino de copas que abre bien temprano, que al mediodía se transforma en comedor para todo público y que también ofrece viandas. Luego del trabajo matutino, cierra de dos y cuatro de la tarde, y tras la reapertura atiende hasta la madrugada, sin límite de horario. “Vengo todos los días de mañana para cocinar, algunas veces también me quedo un rato en el mostrador cuando no está mi esposo. Preparo un menú diario, uno económico, y minutas: el lunes casi siempre hay puchero, martes arroz con pollo, miércoles pastel de carne, jueves guiso de poroto, viernes buseca, estofado de albóndigas o cazuelas, sábado bifes de pescado o carne al horno y el domingo pasta. Nosotros comemos lo mismo que los clientes”, aclara María de los Ángeles Pan, esposa de Alexis.
Alexis Montes, propietario del Smidel.
Al principio, hace más de veinte años, el matrimonio ocupó dos habitaciones del fondo de bar, con sus dos hijos. “Fue un tiempo difícil, todavía lo es. Somos encargados, mozos, serenos, guardianes. Se te va la vida en el negocio, de lunes a lunes, de sol a sol, de luna a luna. A mi señora no le gusta el boliche, pero lo hace para acompañarme y para mantener la empresa. Su pasión es la peluquería, pero su amor es la familia”, asegura Montes.
El gallego Urbano Fernández es un parroquiano calificado del boliche del que fue dueño a partir de la década de 1970.“El comedor estaba lleno y los clientes tenían que esperar turno en la calle, sentados en sus camiones y camionetas. La mano de Concepción, mi señora, era famosa en todo Maroñas”, evoca.
Papá compraba bidones de 20 litros de aceite, bolsas de papas, cebollas y verduras, damajuanas de grappa que se guardaban debajo de la cama. Todo se pesaba en una bascula. Mamá encargaba la nalga entera, una mitad para churrasco, la otra para milanesas que eran más grandes que el plato”, recuerdan las hermanas Marina y Celsa Fernández.
La  mesa de la muerte.
La clientela del Smidel es una gran familia que se preocupa si alguien falta un día. Ellos nos enseñaron a trabajar, a servir una copa, un medio y medio. Cuando mi marido se operó siempre había alguien acompañándome. Se turnaban para colaborar. Eso es impagable”, dice María de los Ángeles.
El boliche es un servicio público, un filtro donde muchos hombres vienen a desahogar sus problemas antes de regresar a la casa. Aquí se sacan de encima la mala sangre del trabajo, de la calle, del ómnibus. Cuando alguien te cuenta una historia, hay que guardarla en secreto para siempre”, asegura Alexis Montes.
Ser bolichero no es para cualquiera. Necesita presencia, calidad, tratar bien a la gente, pero también que lo respeten por su presencia y su firmeza. Si habré visto gente echar várices detrás de un mostrador”, concluye Enrique Espert, empresario, turfman, director de carnaval, parroquiano del Smidel.

Schmidl, Schmidt, Smidel
Nacido en 1510, en Straubing, Bavaria, se llamaba Ulrich en alemán, Ulrico en español, mercenario, viajero y cronista. Durante veinte años recorrió el “Paraíso de las selvas del Paraguay y el Chaco” que describió en las primeras crónicas conocidas sobre el territorio argentino. En 1554 regresó a su ciudad, donde fue concejal y luego perseguido religioso por sus creencia luterana. Falleció en 1579, exiliado en Ratisbona.

La mesa más temida.
La mesa de la muerte
Es la de al lado de la puerta, famosa porque los que se sientan allí se mueren al poco tiempo. Una vez dos clientes se peleaban por esa mesa. El mayor, que la ocupaba, se enfermó grave. El más joven, pintor de profesión, aprovechó la oportunidad y se quedó con ella. Tenía una bala en la cabeza que nunca le había causado problemas, pero cuando se sentó allí, la bala lo mató al poco tiempo. El mayor se recuperó de la enfermedad, pero se mudó de mesa. Nunca más sufrió un problema de salud. Ahora la ocupa un personaje que dice que no le tiene miedo, porque lo acompaña dios, pero todos saben que esa es la mesa de los que se van para arriba. Fui testigo de muchas de esas muertes, que para mí fueron más de sesenta.”

Cariño adquirido
Al lado del Smidel había una carnicería que se llenaba los días de quincena en las fábricas. Los hombres salían con los corderos al hombro y pasaba a buscar una damajuana de vino. Mucho de ellos también compraban un poco de cariño, porque en la zona había mucha oferta.”

"El único que roba soy yo”
Al boliche venían dos punguistas muy conocidos. Aclaremos, eran otros delincuentes, muy distintos a los actuales. Aquellos te robaban sin violencia y te enterabas recién en tu casa, no eran arrebatadores. Cuando venían a tomar una copa se portaban bien, no robaban. Tenían códigos, pero por si las dudas antes de servirles siempre les advertía: acá el único que roba soy yo.”

Quinieleros
En todos los boliches había quiniela clandestina que se llevaba de memoria, para no dejar pruebas. Cada tanto caían las razzias para reprimir a los quinieleros, pero la mayoría de los milicos eran clientes nuestros. Siempre entraba un conocido y el jefe del operativo se quedaba afuera. Nunca se llevaron a nadie.”
Alexis Montes.

Enrique Espert en Boliches corazón del barrio.
Boxeador, canillita, turfman
Nací en la calle Combate, que ahora se llama Vicenza, donde estaba la antigua sede de Danubio y ahora hay un supermercado. La Curva era muy linda, mucho más movida: fábricas, bancos, comercios. En cada cruce de esquinas había cuatro bares. Cuando los carnavaleros iban a ensayar entraban en todos los boliches de una vereda: se tomaban una grappa y cantaban un tango. De regreso, de madrugada, volvían por la vereda de enfrente, tomando y cantando. De todo aquello sólo queda el Smidel.”

A la lona con varios
Fui boxeador desde los 17 años, empecé en la calle, metido siempre en líos. En ese tiempo me gustaba pelear, pero era otra pelea. Antes era mano a mano y al tiempo de nuevo amigos. Ahora te apuñalan. Salí campeón amateur un par de veces, me hice profesional con el Pocholo Burgues. Fui a pelear a Italia contra el argentino Miguel Páez. Boxeé con unos cuantos, fui a la lona con varios.
Siempre fui hincha de Danubio por pasión deportiva y de Canillitas por el gremio. Fue bravo imponer el sindicato. No era un ambiente tranquilo, al contrario, se armaban unos líos bárbaros. Pero había otro respeto. Cuando nos metimos en el turf, mi padre no estaba muy convencido, pero ni bien ganamos la primera carrera, se entusiasmó más que nosotros”


Doce de quince
Arranqué con Los Saltimbanquis a los 19 años. Mi viejo (Domingo Espert, El Loco Pamento) siempre me apoyó, hasta me hizo algunas letras. Los murgueros de antes eran difíciles. Los de ahora son más refinados, más intelectuales. En mi juventud armabas una murga con quince de los cuales doce tenían antecedentes penales.”

Caminata
En los concursos de carnaval siempre hubo presiones, lo que en la jerga se llama 'caminar' al jurado. Se habló mucho del fallo de 1985, cuando hubo tres ganadores. De noche habían ganado La Nueva Milonga del Tito Pastrana y Los Arlequines, y al otro día también premiaron a Los Saltimbanquis. Las murgas siempre caminaron a los jurados. Todavía se hace. Ahora te caminan con la presencia del Presidente de la República o de algún ministro. Es más tranquilo, pero también es caminar.”
Enrique Espert, empresario, turfman, director de carnaval.

Archie Moore
Nací en 1947, en la República Oriental de la Curva de Maroñas, donde siempre viví y voy a morir. Conocí un barrio con mucho campo, donde había dos clubes: el Danubio y el Unión Ciclista repleto de fábricas: las pinturas Pajarito, Campomar, la ILDU, curtiembres, saladeros. Todos éramos obreros. Este es un barrio de futbolistas, de carnavaleros, de gente que sabe mucho de boxeo. Por aquí pasó el gran Archie Moore.”
Miguel Ángel Flores, parroquiano del Smidel.

Un boliche de otro tiempo
"Yo había tenido un bar como este hacía 30 años, se llamaba Cervecería La Curva pero todos lo llamaban La Cueva. En la acera de enfrente estaba el Smidel y éramos amigos los dueños, nos visitábamos mutuamente. Un día no me renuevan el contrato de alquiler y cierro el bar, me pongo a trabajar en un taxi, al tiempo paso a saludar y me dicen `justo que viniste, quedate vos con el bar`. El dueño había hecho bastante plata y estaba viejo y las hijas lo querían cerrar y justo caí yo, como llovido del cielo."
"Mi trabajo en el otro bar era muy distinto, yo era nochero, no había ni puerta en ese lugar, era otra época de la Curva de Maroñas. Yo conocía a todos los punguistas, a todas las muchachas de la calle, a todos sus maridos, a los policías, hasta la radio me dejaban ahí. Tenía pool, billar, maquinitas, máquina de discos, tenía todo eso y vendía mucha comida. Ahora mi señora hace los menú sólo para el mediodía, ya me pasaron muchas noches arriba, atiendo solo hasta las ocho y media de la noche."
"Acá pagan todos, los tengo bien enseñados a mis amigos: las copas las tengo que cobrar. A las 9 de la mañana ya tengo gente esperándome para abrir el bar, viene mucho veterano jubilado que está organizado para tomarse su copita todos los días, y más de una, más de dos, usted se asombraría si viera la cantidad de whisky que sirvo acá, ya ni prendo la cafetera. Cuando viene gente nueva o se acostumbra o no viene más; no le damos mucha chance."
"No permito ni cartas para jugar al truco porque tuve malas experiencias, en mi primer año en el otro bar tenía más combates que Mohammed Alí y ya no quiero esos líos ni esa plata que viene de apuestas, ese tipo de cosas que busca la juventud y que yo no quiero más. Acá se conversa, analizamos todas las mentiras con los amigos." 
"Tengo poco más de 60 años, soy joven todavía, no sé a quién le voy a dejar el bar, tengo cuatro hijos, dos hijas viven conmigo y una se muere por atender el mostrador pero no la dejo, que siga estudiando Economía. Hasta hace un año y medio vivíamos todos en el mismo bar, ahora tenemos un apartamento al lado que me dieron los dueños, `es suyo`, muy buena gente. Usted debería venir al bar, hacemos buenas comidas, pero comida comida nada chatarra; además va a conocer a unos cuantos personajes."
Alexis Montes, propietario del Bar Smidel

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