Paisajes
indómitos
Santuario Medalla Milagrosa y San Agustín. |
Sobre la base de Montevideo Manual del Visitante (KoiBooks Editores, 2010, 2011, 2012, 2013), Boliches, corazón del barrio (Ediciones de la Banda Oriental, 2013) y del suplemento desplegable Montevideando (Trocadero Gabinete DDiseño para El País, 2014).
La Unión
Escuela Felipe Sanguinetti. |
Busto de Juana. |
La
poetisa Juana de Ibarbourou vivió en la calle Asilo, frente a la
plaza, entre 1918 y 1921, donde escribió dos obras: Las lenguas
de diamante y el Cántaro fresco. El emblemático espacio
público recibió varias denominaciones: De la Iglesia (1849),
San Agustín (1867), Cipriano Miró (1919) y la actual
De la Restauración (1996).
Dos
espacios familiares reflejan la rivalidad entre los dos partidos
políticos tradicionales uruguaysos: Blanco y Colorado. La Quinta
de José Batlle y Ordoñez, en Piedras Blancas, atesora objetos y
documentos que reflejan la personalidad de quien fuera presidente en
dos períodos: 1903-1907 y 1911-1915. La Quinta de Luis Alberto de
Herrera, del barrio Atahualpa, expone acervo documental sobre la
vida de quien fuera político y caudillo blanco entre 1897 y1959.
Quinta de Herrera. |
Cerrito de la Victoria
Santuario del Cerrito. |
El
mayor símbolo del barrio es el Santuario Nacional del Sagrado
Corazón de Jesús, ubicado en la cima de la estratégica colina
de 72 metros de altura, desde donde se disfruta una vista panorámica
de Montevideo. El templo inaugurado en 1927 es similar a la Basílica
del Sacré Cœur de Montmartre, París, y también está
inspirado en Santa Sofía de Constantinopla, Estambul, pero
con una diferencia: la cobertura de ladrillos diseñada por el
arquitecto y sacerdote Enrique Vespignani.
Monumento a Luis Batlle Berres. |
Frente
a la sólida construcción del barrio La Figurita, donde el bulevar
Artigas se toca con Luis Alberto de Herrera, se eleva el monumento a
Luis Batlle Berres,
realizado por el arquitecto Román Fresnedo. La estatua más extraña
de la ciudad, conocida como Los cuernos de
Batlle, es un homenaje al recordado
presidente de la República de mitad del siglo pasado. La parábola,
de 33 metros de alto, en hormigón armado revestido en fulget, surge
vertical, rotunda, enfática.
El gallego Francisco Maroñas fue el
visitador más antiguo de las Rentas de Tabaco y Naipes de
Montevideo, afincado en 1756 en el lejano norte de los extramuros del
puerto fortificado. EN 1817, Luego de la invasión portuguesa a la Provincia
Oriental artiguista, en la zona actuó la primera guerrilla liderada
por Juan Antonio Lavalleja,los patriotas derrotaron, “frente
a lo de Maroñas”, a un grupo combinado de caballería e infantería
lusitana que los duplicaba en número.
En la primera presidencia de
Fructuoso Rivera se establecieron inmigrantes canarios en Carrasco,
el Buceo y la Chacarita de los Padres. A partir de 1834 se instalaron
los primeros saladeros, curtiembres y fábricas de sebo, por
iniciativa de la criolla Francisca Maroñas, única hija del
funcionario colonial, recordada por su temperamento y su belleza
infrecuentes.
Maroñas en la década de 1920. |
El
6 de agosto de 1873 fue delineado el plano del Pueblo Maroñas, que
el agrimensor Demetrio Isola situó en terrenos de Carlos Mausseaux
sobre Camino a Maldonado y Cuchilla Grande, un año después, el
agrimensor M. B. Bonino estableció el Barrio Flor de Maroñas en
tierras de la Sucesión de Juan María Pérez, y luego nació el
Pueblo Ituzaingó en lotes de la ex Sociedad Hípica.
En 1878 el ferrocarril que partía
de la Estación del Cordón llegaba a Maroñas en 25 minutos. Sus
principales clientes eran aficionados a los toros y el turf, que
viajaban a la Plaza de la Unión y al Circo Ituzaingó con un boleto
de ida y vuelta que costaba 30 centésimos.
Jardines del Hipódromo de Danubio Fútbol Club. |
El 7 de marzo de 1926 fueron
rematados los primeros lotes del barrio Jardines del Hipódromo, un
negocio de Francisco Piria que señaló el camino del progreso y la
industrialización y que convocó a miles de obreros en una zona
caracterizada por tres aficiones: turf, boxeo y fútbol. Con un
emblema deportivo que es una pasión compartida: la camiseta blanca con una diagonal negra del Danubio Fútbol Club.
Maroñas es un barrio del nordeste de Montevideo, sus avenidas principales son Ocho de Ocubre, General Flores y José Belloni. La zona fue poblada en 1834 por Francisca Maroñas, hija de un influyente funcionario español afincado en la Banda Oriental en 1765. Un hecho decisivo fue la inauguración en 1867 del Nuevo Circo para carreras de caballo, que en 1874 se transformó en Circo Ituzaingó, antecedente del actual Hipódromo de Maroñas.
Maroñas es un barrio del nordeste de Montevideo, sus avenidas principales son Ocho de Ocubre, General Flores y José Belloni. La zona fue poblada en 1834 por Francisca Maroñas, hija de un influyente funcionario español afincado en la Banda Oriental en 1765. Un hecho decisivo fue la inauguración en 1867 del Nuevo Circo para carreras de caballo, que en 1874 se transformó en Circo Ituzaingó, antecedente del actual Hipódromo de Maroñas.
Con
una capacidad de 8.000 espectadores y una pista de 2.065 metros de
longitud, es un prodigio de belleza y significado patrimonial. Fue
fundado en 1874 por la colectividad británica residente en Pueblo
Ituzaingó que con el paso del tiempo se incorporó a la capital. De
allí su nombre histórico: Circo Ituzaingó.
Su
primer palco de socios, de tablones y chapa, fue trasladado desde el
antiguo lugar donde se corrían carreras “a la inglesa”, el
paraje de Azotea de Lima ubicado en la cercana Piedras Blancas. La
renovación llegó de la mano de José Pedro Ramírez, que en 1887
asumió la presidencia de la Comisión de Organización de las
Carreras Nacionales, y luego lo adquirió en sociedad con Gonzalo
Ramírez, Juan y Alejandro Victorica.
Tras la fundación del
Jockey Club de Montevideo, en 1888, el antiguo palco fue sustituido
por una lujosa obra arquitectónica del italiano Ángelo Battaglia.
Poco después, la institución compró el hipódromo, y allí el 1 de
enero de 1899 se disputó la primera edición del mayor clásico del
turf uruguayo: el Gran Premio José Pedro Ramírez. Luego de la
quiebra del Jockey Club, a fines del siglo pasado, permaneció
cerrado varios años hasta que fue adjudicado a la empresa Hípica
Rioplatense que lo remodeló y lo reabrió en 2003.
El hipódromo perteneció a la Sociedad Hípica de Montevideo y a la Comisión Organizadora de Carreras Nacionales. En 1873 se diseñó una urbanización contigua que se extendería hasta Flor de Maroñas (1875), Ituzaingó (1888) y otros barrios como Pérez Castellanos (1908) y Jardines del Hipódromo (1926), fundados por Francisco Piria. Se instalaron diversas plantas fabriles, en particular molinos.
¡Invasor nomá!
En el Hipódromo de Maroñas corrió uno de los mejores caballos del mundo: Invasor. Todos los fines de semana, o la mayoría, hay diversas carreras durante el día. Muy cerca de la pista, hay gradas, a distintos niveles, para que todas las personas que quieran puedan ver la carrera. Se puede ver desde afuera, en algunos lugares con techos, o desde adentro, mientras se está tomando algo, en varias pantallas, con repeticiones y una excelente calidad.
En 1889 el Jockey Club de Montevideo adquirió el Hipódromo Nacional de Maroñas, su quiebra determinó el remate en 1996, el cierre al año siguiente, y su expropiación en 1999. El histórico Circo Ituzaingó fue arrendado a la sociedad privada Hípica Rioplatense que lo renovó y reanudó las carreras bajo la denominación Maroñas Enterteinment.
El hipódromo perteneció a la Sociedad Hípica de Montevideo y a la Comisión Organizadora de Carreras Nacionales. En 1873 se diseñó una urbanización contigua que se extendería hasta Flor de Maroñas (1875), Ituzaingó (1888) y otros barrios como Pérez Castellanos (1908) y Jardines del Hipódromo (1926), fundados por Francisco Piria. Se instalaron diversas plantas fabriles, en particular molinos.
¡Invasor nomá!
En el Hipódromo de Maroñas corrió uno de los mejores caballos del mundo: Invasor. Todos los fines de semana, o la mayoría, hay diversas carreras durante el día. Muy cerca de la pista, hay gradas, a distintos niveles, para que todas las personas que quieran puedan ver la carrera. Se puede ver desde afuera, en algunos lugares con techos, o desde adentro, mientras se está tomando algo, en varias pantallas, con repeticiones y una excelente calidad.
En 1889 el Jockey Club de Montevideo adquirió el Hipódromo Nacional de Maroñas, su quiebra determinó el remate en 1996, el cierre al año siguiente, y su expropiación en 1999. El histórico Circo Ituzaingó fue arrendado a la sociedad privada Hípica Rioplatense que lo renovó y reanudó las carreras bajo la denominación Maroñas Enterteinment.
¿Cómo se vincula un
boliche de Maroñas con el célebre viajero alemán que acompañó al
adelantado Pedro de Mendoza en la primera fundación de Buenos Aires?
De la única forma posible: por una calle que cruza la avenida 8 de
Octubre a la altura de la Curva.
El
Café y Bar Smidel fue abierto hace más de nueve décadas, como
almacén de ramos generales y despacho de bebidas que también poseía
un surtidor de nafta que abasteció a los primeros vehículos de la
zona. “En aquel tiempo Smidel era un
camino de tierra porque el hormigón llegaba hasta Pan de Azúcar”,
asegura Alexis Montes, actual propietario del negocio.
El
Smidel es el típico bar masculino de copas que abre bien temprano,
que al mediodía se transforma en comedor para todo público y que
también ofrece viandas. Luego del trabajo matutino, cierra de dos y
cuatro de la tarde, y tras la reapertura atiende hasta la madrugada,
sin límite de horario. “Vengo todos
los días de mañana para cocinar, algunas veces también me quedo un
rato en el mostrador cuando no está mi esposo. Preparo un menú
diario, uno económico, y minutas: el lunes casi siempre hay puchero,
martes arroz con pollo, miércoles pastel de carne,
jueves guiso de poroto, viernes buseca, estofado de albóndigas o
cazuelas, sábado bifes de pescado o carne al horno y el domingo
pasta. Nosotros comemos lo mismo que los clientes”, aclara
María de los Ángeles Pan, esposa de Alexis.
Alexis Montes, propietario del Smidel. |
El
gallego Urbano Fernández es un parroquiano calificado del boliche
del que fue dueño a partir de la década de 1970.“El comedor
estaba lleno y los clientes tenían que esperar turno en la calle,
sentados en sus camiones y camionetas. La mano de Concepción, mi
señora, era famosa en todo Maroñas”, evoca.
“Papá
compraba bidones de 20 litros de aceite, bolsas de papas, cebollas y
verduras, damajuanas de grappa que se guardaban debajo de la cama.
Todo se pesaba en una bascula. Mamá encargaba la nalga entera, una
mitad para churrasco, la otra para milanesas que eran más grandes
que el plato”, recuerdan las hermanas Marina y Celsa Fernández.
La mesa de la muerte. |
“El
boliche es un servicio público, un filtro donde muchos hombres
vienen a desahogar sus problemas antes de regresar a la casa. Aquí
se sacan de encima la mala sangre del trabajo, de la calle, del
ómnibus. Cuando alguien te cuenta una historia, hay que guardarla en
secreto para siempre”, asegura Alexis Montes.
“Ser
bolichero no es para cualquiera. Necesita presencia, calidad, tratar
bien a la gente, pero también que lo respeten por su presencia y su
firmeza. Si habré visto gente echar várices detrás de un
mostrador”, concluye Enrique Espert, empresario, turfman,
director de carnaval, parroquiano del Smidel.
Schmidl, Schmidt, Smidel
Nacido
en 1510, en Straubing, Bavaria, se llamaba Ulrich en alemán, Ulrico
en español, mercenario, viajero y cronista. Durante veinte años
recorrió el “Paraíso de las selvas del Paraguay y el Chaco”
que describió en las primeras crónicas conocidas sobre el
territorio argentino. En 1554 regresó a su ciudad, donde fue
concejal y luego perseguido religioso por sus creencia luterana.
Falleció en 1579, exiliado en Ratisbona.
La mesa más temida. |
“Es
la de al lado de la puerta, famosa porque los que se sientan allí se
mueren al poco tiempo. Una vez dos clientes se peleaban por esa
mesa. El mayor, que la ocupaba, se enfermó grave. El más joven,
pintor de profesión, aprovechó la oportunidad y se quedó con ella.
Tenía una bala en la cabeza que nunca le había causado problemas,
pero cuando se sentó allí, la bala lo mató al poco tiempo. El
mayor se recuperó de la enfermedad, pero se mudó de mesa. Nunca más
sufrió un problema de salud. Ahora la ocupa un personaje que dice
que no le tiene miedo, porque lo acompaña dios, pero todos saben que
esa es la mesa de los que se van para arriba. Fui testigo de muchas
de esas muertes, que para mí fueron más de sesenta.”
Cariño adquirido
“Al
lado del Smidel había una carnicería que se llenaba los días de
quincena en las fábricas. Los hombres salían con los corderos al
hombro y pasaba a buscar una damajuana de vino. Mucho de ellos
también compraban un poco de cariño, porque en la zona había mucha
oferta.”
"El único que roba soy yo”
"El único que roba soy yo”
“Al
boliche venían dos punguistas muy conocidos. Aclaremos, eran otros
delincuentes, muy distintos a los actuales. Aquellos te robaban sin
violencia y te enterabas recién en tu casa, no eran arrebatadores.
Cuando venían a tomar una copa se portaban bien, no robaban. Tenían
códigos, pero por si las dudas antes de servirles siempre les
advertía: acá el único que roba soy yo.”
Quinieleros
“En
todos los boliches había quiniela clandestina que se llevaba de
memoria, para no dejar pruebas. Cada tanto caían las razzias para
reprimir a los quinieleros, pero la mayoría de los milicos eran
clientes nuestros. Siempre entraba un conocido y el jefe del
operativo se quedaba afuera. Nunca se llevaron a nadie.”
Alexis
Montes.
“Nací
en la calle Combate, que ahora se llama Vicenza, donde estaba la
antigua sede de Danubio y ahora hay un supermercado. La Curva era muy
linda, mucho más movida: fábricas, bancos, comercios. En cada cruce
de esquinas había cuatro bares. Cuando los carnavaleros iban a
ensayar entraban en todos los boliches de una vereda: se tomaban una
grappa y cantaban un tango. De regreso, de madrugada, volvían por la
vereda de enfrente, tomando y cantando. De todo aquello sólo queda
el Smidel.”
A la lona con varios
“Fui
boxeador desde los 17 años, empecé en la calle, metido siempre en
líos. En ese tiempo me gustaba pelear, pero era otra pelea. Antes
era mano a mano y al tiempo de nuevo amigos. Ahora te apuñalan. Salí
campeón amateur un par de veces, me hice profesional con el Pocholo
Burgues. Fui a pelear a Italia contra el argentino Miguel Páez.
Boxeé con unos cuantos, fui a la lona con varios.
Siempre
fui hincha de Danubio por pasión deportiva y de Canillitas por el
gremio. Fue bravo imponer el sindicato. No era un ambiente tranquilo,
al contrario, se armaban unos líos bárbaros. Pero había otro
respeto. Cuando nos metimos en el turf, mi padre no estaba muy
convencido, pero ni bien ganamos la primera carrera, se entusiasmó
más que nosotros”
“Arranqué
con Los Saltimbanquis a
los 19 años. Mi viejo (Domingo Espert, El
Loco Pamento) siempre me apoyó, hasta me hizo algunas
letras. Los murgueros de antes eran difíciles. Los de ahora son más
refinados, más intelectuales. En mi juventud armabas una murga con
quince de los cuales doce tenían antecedentes penales.”
Caminata
“En
los concursos de carnaval siempre hubo presiones, lo que en la jerga
se llama 'caminar' al
jurado. Se habló mucho del fallo de 1985, cuando hubo tres
ganadores. De noche habían ganado La
Nueva Milonga del Tito
Pastrana y Los Arlequines,
y al otro día también premiaron a Los
Saltimbanquis. Las murgas siempre caminaron a los jurados.
Todavía se hace. Ahora te caminan con la presencia del Presidente de
la República o de algún ministro. Es más tranquilo, pero también
es caminar.”
Enrique
Espert, empresario, turfman, director de carnaval.
“Nací
en 1947, en la República Oriental de la Curva de Maroñas, donde
siempre viví y voy a morir. Conocí un barrio con mucho campo,
donde había dos clubes: el Danubio y el Unión Ciclista repleto de fábricas: las pinturas Pajarito, Campomar, la
ILDU, curtiembres, saladeros. Todos éramos obreros. Este es un
barrio de futbolistas, de carnavaleros, de gente que sabe mucho de
boxeo. Por aquí pasó el gran Archie
Moore.”
Miguel
Ángel Flores, parroquiano del Smidel.
Un boliche de otro tiempo
"Yo había tenido un bar como este hacía 30 años, se llamaba Cervecería La Curva pero todos lo llamaban La Cueva. En la acera de enfrente estaba el Smidel y éramos amigos los dueños, nos visitábamos mutuamente. Un día no me renuevan el contrato de alquiler y cierro el bar, me pongo a trabajar en un taxi, al tiempo paso a saludar y me dicen `justo que viniste, quedate vos con el bar`. El dueño había hecho bastante plata y estaba viejo y las hijas lo querían cerrar y justo caí yo, como llovido del cielo."
"Mi trabajo en el otro bar era muy distinto, yo era nochero, no había ni puerta en ese lugar, era otra época de la Curva de Maroñas. Yo conocía a todos los punguistas, a todas las muchachas de la calle, a todos sus maridos, a los policías, hasta la radio me dejaban ahí. Tenía pool, billar, maquinitas, máquina de discos, tenía todo eso y vendía mucha comida. Ahora mi señora hace los menú sólo para el mediodía, ya me pasaron muchas noches arriba, atiendo solo hasta las ocho y media de la noche."
"Acá pagan todos, los tengo bien enseñados a mis amigos: las copas las tengo que cobrar. A las 9 de la mañana ya tengo gente esperándome para abrir el bar, viene mucho veterano jubilado que está organizado para tomarse su copita todos los días, y más de una, más de dos, usted se asombraría si viera la cantidad de whisky que sirvo acá, ya ni prendo la cafetera. Cuando viene gente nueva o se acostumbra o no viene más; no le damos mucha chance."
"No permito ni cartas para jugar al truco porque tuve malas experiencias, en mi primer año en el otro bar tenía más combates que Mohammed Alí y ya no quiero esos líos ni esa plata que viene de apuestas, ese tipo de cosas que busca la juventud y que yo no quiero más. Acá se conversa, analizamos todas las mentiras con los amigos."
"Tengo poco más de 60 años, soy joven todavía, no sé a quién le voy a dejar el bar, tengo cuatro hijos, dos hijas viven conmigo y una se muere por atender el mostrador pero no la dejo, que siga estudiando Economía. Hasta hace un año y medio vivíamos todos en el mismo bar, ahora tenemos un apartamento al lado que me dieron los dueños, `es suyo`, muy buena gente. Usted debería venir al bar, hacemos buenas comidas, pero comida comida nada chatarra; además va a conocer a unos cuantos personajes."
Alexis Montes, propietario del Bar Smidel
Un boliche de otro tiempo
"Yo había tenido un bar como este hacía 30 años, se llamaba Cervecería La Curva pero todos lo llamaban La Cueva. En la acera de enfrente estaba el Smidel y éramos amigos los dueños, nos visitábamos mutuamente. Un día no me renuevan el contrato de alquiler y cierro el bar, me pongo a trabajar en un taxi, al tiempo paso a saludar y me dicen `justo que viniste, quedate vos con el bar`. El dueño había hecho bastante plata y estaba viejo y las hijas lo querían cerrar y justo caí yo, como llovido del cielo."
"Mi trabajo en el otro bar era muy distinto, yo era nochero, no había ni puerta en ese lugar, era otra época de la Curva de Maroñas. Yo conocía a todos los punguistas, a todas las muchachas de la calle, a todos sus maridos, a los policías, hasta la radio me dejaban ahí. Tenía pool, billar, maquinitas, máquina de discos, tenía todo eso y vendía mucha comida. Ahora mi señora hace los menú sólo para el mediodía, ya me pasaron muchas noches arriba, atiendo solo hasta las ocho y media de la noche."
"Acá pagan todos, los tengo bien enseñados a mis amigos: las copas las tengo que cobrar. A las 9 de la mañana ya tengo gente esperándome para abrir el bar, viene mucho veterano jubilado que está organizado para tomarse su copita todos los días, y más de una, más de dos, usted se asombraría si viera la cantidad de whisky que sirvo acá, ya ni prendo la cafetera. Cuando viene gente nueva o se acostumbra o no viene más; no le damos mucha chance."
"No permito ni cartas para jugar al truco porque tuve malas experiencias, en mi primer año en el otro bar tenía más combates que Mohammed Alí y ya no quiero esos líos ni esa plata que viene de apuestas, ese tipo de cosas que busca la juventud y que yo no quiero más. Acá se conversa, analizamos todas las mentiras con los amigos."
"Tengo poco más de 60 años, soy joven todavía, no sé a quién le voy a dejar el bar, tengo cuatro hijos, dos hijas viven conmigo y una se muere por atender el mostrador pero no la dejo, que siga estudiando Economía. Hasta hace un año y medio vivíamos todos en el mismo bar, ahora tenemos un apartamento al lado que me dieron los dueños, `es suyo`, muy buena gente. Usted debería venir al bar, hacemos buenas comidas, pero comida comida nada chatarra; además va a conocer a unos cuantos personajes."
Alexis Montes, propietario del Bar Smidel
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