lunes, 17 de mayo de 2010

Mariano Arana, arquitecto y urbanista, reflexiona sobre el patrimonio marítimo

Montevideo no es solo un puerto con una ciudad atrás”

Resistente contra la dictadura (1973-1985), referente del memorable Grupo de Estudios Urbanos que salvó bienes culturales del país cuando enfrentó la piqueta autoritaria; luego senador, intendente montevideano en dos períodos, y ministro de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente en el primer gobierno progresista de Uruguay. La vida de Mariano Arana ha cambiado mucho, en más de tres décadas, pero mantiene intacto su sentimiento por la bahía de Montevideo y su entorno. “Hoy la gente no va al puerto, porque el puerto se colocó de espaldas a la ciudad. La rambla portuaria antes era más linda, más rica, más variada”, afirma convencido.

Sobre la base de la entrevista publicada en el suplemento
Ciudad
Puerto (La Diaria, Montevideo, 15 de mayo de 2006).

¿Cómo nació su afecto, nunca ocultado, por el puerto de Montevideo y la Ciudad Vieja?
–Creo que en los paseos matinales con mi padre, cuando iba a la peluquería. Allí se encontraba con amigos y compatriotas españoles, eternos charlistas, para mí aburridos. Es inolvidable la imagen de aquel peluquero que afilaba las navajas contra el cuero... y las lustradas de zapatos acompañadas de interminables polémicas. Caminando hacia la Aduana, mi padre me mostraba las esquinas. Las más lindas para mí eran las cuatro de las calles Misiones y 25 de Mayo: la del catalán Buigas y Monravá, otras dos de gran influencia parisina, y el viejo Banco Francés del gran ingeniero italiano Luigi Andreoni, que vino en 1876. Era niño y amaba los barcos, y soñaba con viajes alrededor del mundo, pero también me resultaba particularmente atractiva la Ciudad Vieja. Me gustaban las cúpulas de los edificios. Creo que ya tenía una mirada arquitectónica. A mi padre y a la Ciudad Vieja le debo mi vocación.

–Pero aquel puerto de su infancia y juventud es muy distinto al actual. ¿En qué momento sitúa el quiebre de una familiaridad histórica con los montevideanos?
–Sin dudas, fue en la dictadura. El autoritarismo conjugó un quiebre de los derechos humanos y de muchos otros derechos, quizá menores o no tan menores, pero también importantes. Una ruptura muy sensible, por lo menos a los ojos de un arquitecto. La dictadura intentó arrasar con el patrimonio edilicio, en beneficio de intereses especulativos. Durante años se dedicó a desafectar primero y a destruir después monumentos históricos, hoy irrecuperables. Fue una barbarie urbana, sin límites, que también deterioró la relación de los montevideanos con el entorno de su puerto. La cultura forma parte de los Derechos Humanos. Por eso salimos a defender la ciudad y, curiosamente, era de las pocas cosas que podía decir alguien, con cierta resonancia pública. Ese fue el espíritu del Grupo de Estudios Urbanos. Más de tres décadas después, la lucha continúa, porque la memoria es el sustento humano de una ciudad.

–¿El mayor problema está en la rambla portuaria?
–Puede ser. Durante años la zona estuvo muy degradada, victimizada por los especuladores. Todavía tiene problemas urbanísticos, pero sigue recuperando dignidad, con reciclajes para cooperativas de viviendas, que disfrutan vecinos de escasos recursos. Cuando el puerto se degradó como ambiente urbano, expulsó a la población más valiosa y se deshizo la red social. Pero hay un tramo ejemplar frente al monumento a Hernandarias y en el entorno de Las Bóvedas. El ambiente está determinado por dos monumentos históricos, la Casa de Ximénez y la Casa de Lecoq, ambas coloniales, que se salvaron de la piqueta de los especuladores. La Comisión del Patrimonio permitió modificarlos para crear un conjunto de viviendas, que le da otra vida a la calle Juan Carlos Gómez y a la rambla 25 de Agosto. Siempre digo que la arquitectura de la pobreza en modo alguno puede justificar la pobreza de la arquitectura. Y que la gente de bien, le hace bien a la ciudad.

–No es gratificante el panorama de los contenedores apilados como una muralla.
–Estoy de acuerdo con las quejas de los vecinos. Compartimos la misma preocupación. Bienvenido el progreso si trae trabajo y crecimiento económico, pero, siempre en la medida que se respete el derecho de los ciudadanos. No debemos demonizar a las empresas privadas, porque la riqueza de una nación viene con la inversión y el trabajo. Pero, es imprescindible dialogar, para que se conjuguen intereses. Hoy la gente no va al puerto, porque el puerto se colocó de espaldas a la ciudad. La rambla portuaria antes era más linda, más rica, más variada.

–¿Se puede abrir el puerto a la gente?
–Es complicado, pero no imposible. Hay cuestiones legales, administrativas, hasta impositivas, que obligan a mantener el recinto cerrado, dentro de la lógica del régimen de Puerto Libre. Uno tiene una sensación contradictoria. Por un lado, la satisfacción de que el país recibe inversiones y que, por lo tanto, hay más trabajo. No olvidemos que los portuarios sufrieron una gran crisis, luego de la privatización. Por el otro, se perdió el diálogo entre los montevideanos y su bahía. A lo que nos resistimos, por principios... Además, dificultad no es imposibilidad. Ya no se puede volver a los tiempos románticos. Hubo cambios muy grandes, inmensos, en el negocio portuario. Es notable el crecimiento económico, pero se ha cerrado la puerta a la gente. Tengo muy claro que Montevideo no debiera ser un puerto con una ciudad atrás, sino una ciudad–puerto.

Estudios Urbanos
"Nos juntamos arquitectos, estudiantes de arquitectura y amigos de otras profesiones en una experiencia irrepetible. Nuestro primer audiovisual sobre la Ciudad Vieja fue en 1980: Montevideo ciudad sin memoria. Tres años después, fuimos más provocativos: ¿A quién le importa la ciudad? La gente se identificaba mucho con la denuncia de la barbarie urbana que impuso la dictadura. Pero es injusto que se personalice tanto en mí. No fue algo solitario, ni excepcional. Fue una obra realmente de equipo, de gente apasionada."
–"El Grupo de Estudios Urbanos se sumó a otros queridos amigos que también resistieron al autoritarismo: la Comedia Nacional, Cinemateca, el Canto Popular y escritores y periodistas. Fue fantástico el apoyo de la Alianza Francesa y la embajada de ese país. Creo que su valor fue la reivindicación de la libertad y la solidaridad. Los tiempos cambiaron, ahora la defensa de la ciudad no es una cuestión de arquitectos e intelectuales. Es tiempo de la gente. Montevideo no es de los arquitectos, ni de los ministros, ni de los intendentes.”

A cielo abierto
“Montevideo tiene mucho que mostrar y la Ciudad Vieja es un centro cultural a cielo abierto. Los turistas disfrutan mucho de buenos paseos patrimoniales, conjugados con sus compras. El turista es el mejor difusor de una ciudad y si le gustó, siempre vuelve.”

La lanchita
“Nuestra vida es el mar. Sería fantástico coordinar visitas abiertas, quizá, con días, horarios y circuitos bien determinados. Sería hermoso que volviera a funcionar la lanchita que iba del puerto al Cerro. Un paseo encantador, para toda la familia, un clásico de los tiempos de las vacas gordas.”