-Donato,
qué locas las olas del Atlántico, pero sobreviviremos y haremos la
América. ¡Lo siento aquí! -Así arengaba Carmelo a su hermano,
mientras se golpeaba el pecho con un entusiasmo que los empujaba
hacia una nueva vida.
-Lo
sé, pero ya extraño los mariscos y la carne de cabra preparada por
Mamá. ¡Una delicia! -Fue la respuesta de Donato, con una leve y
melancólica sonrisa de quien comenzaba a extrañar la cocina familiar repleta de mariscos y peces espada del Mar Jónico y carne de chivos de la sierra
calabresa.
Carmelo Carbonaro y familia, Montevideo, 1912. |
La experiencia laboral de los novatos emigrantes se repartía entre la zapatería artesanal y la pesca del pez espada en el Mar Jónico. En
las primeras décadas del siglo XX, la Italia Azul, ubicada en el sureste de la bota, era la más pobre
del país. Calabria era un foco de penurias inhumanas -sequías,
plagas, sismos, conflictos entre las famiglias mafiosas- y el
principal origen de una diáspora sólo comparable con las
emigraciones masivas de Piamonte y Liguria. Desde el terromoto de
Messina y Reggio Calabria de 1908 hasta después de la Primera Guerra
Mundial (1914-1918), decenas de miles de sicilianos y calabreses
emigraron hacia los centros industrializados del norte de Europa,
Australia y América, especialmente a los Estados Unidos, y también
en oleadas masivas hacia Brasil y el Río de la Plata.
Carmelo
y Donato Carbonaro La Rosa, con su primo Domenico La Rosa Ursino,
arribaron a Buenos Aires a mediados de junio. Carmelo cruzó a
Montevideo, Donato y Domenico se radicaron en Pergamino, un pueblo a
223 kilómetros al norte de la capital argentina, casi en el límite
con la provincia de Santa Fe.
Donato,
de veintisiete años, había sido jefe de máquinas del memorable
barco italiano Mafalda, Domenico, de veinticinco, era un muy buen
sastre, el mejor de Siderno Marina según un mito familiar. Carmelo,
también de veinticinco, había trabajado como zapatero en su pueblo
costero de no más de medio millar de habitantes. Alquiló una casona
en la calle Andes, a pocos metros de Isla de Flores, pleno Barrio Sur
montevideano. Estuvo solo los tres primeros años, sin planes de
matrimonio, en aquella vivienda de balcones amplios, no muy altos, de
fácil acceso desde la calle. Era el sitio ideal para atender a los
clientes, que pronto fueron muchos, a la vieja usanza de los
“calzolai” italianos.
En
1913, cuando su negocio se había consolidado y sus ingresos le
permitieron formar una familia “calabrese con tutti i figli che
Dio manda”, aceptó casarse con su prima Herminia La Rosa
Ursino, catorce años menor, a quien apenas había visto en alguna
fiesta de Siderno. No estaba enamorado de ella, en realidad ni
siquiera había cruzado palabras ni miradas con su novia
involuntaria, que le fue impuesta por un acuerdo nupcial entre sus
padres y sus futuros suegros que viajaron a Montevideo para
“entregarle” a la niña y ser testigos de la boda.
Al
año siguiente, cuando Herminia estaba embarazada, viajaron a
Pergamino llamados por Donato, que le ofreció a su hermano una
sociedad, entre el zapatero y el sastre. La pareja tuvo su primer
hijo, que llamaron Donato, en 1914, y al año siguiente nació
Ángela, ambos argentinos.
La
sociedad no funcionaba mal, al contrario, los Carbonaro juntaron una
pequeña fortuna, pero Carmelo estaba impregnado por los valores
democráticos de la sociedad uruguaya, laica, igualitaria y
progresista, y por el dinamismo económico de la Suiza de América.
Era un batllista fervoroso, que extrañaba a José Batlle y Ordóñez.
La
pareja, con sus dos hijos, regresó en 1916 a la misma casona de
Andes e Isla de Flores, donde un 13 de junio nació Antonio José
Felipe Carbonaro La Rosa, el primer uruguayo de la familia. La
reapertura de la zapatería fue un acontecimiento en el Barrio Sur
aprovechado para inaugurar un almacén que atendía Herminia.
La
combinación de ambos negocios funcionaba muy bien, pero cada año
nacía una niña o un niño “perché così deve essere”,
por mandato de Carmelo. En 1923, su joven esposa debió dejar la
tarea comercial, mientras le solicitaba un “cambio de aire” para
cuidar su salud, debilitada por los partos continuos, el trabajo
diario y la obligada atención del hogar. La pareja concibió trece
hijos, de los cuales sobrevivieron ocho.
En
1925 alquilaron una quinta en Piedras Blancas para trabajarla en
familia, aunque el patriarca calabrés jamás abandonó su oficio de
zapatero. “Un lugar hermoso, al que llegué por primera vez a
los nueve años. Por sí solo era un paraíso, pero también era un
sueño cumplido de Papá; fuimos muy felices en aquel campo que lo
tenía todo y que nos cambió definitivamente la vida”, solía
comentar Antonio Carbonaro, en alusión a su vecino más cercano:
José Batlle y Ordóñez.
César,
Rafael y Lorenzo
La
quinta tenía cinco hectáreas con frente en la actual calle Teniente
Galeano. Era un terreno levemente ondulado por la Cuchilla Grande,
cortado por una profunda alameda, como la mayoría de las propiedades
de Piedras Blancas. De un lado estaban los árboles frutales y las
hortalizas, del otro, los galpones donde la familia criaba animales y
descansaban los dos caballos que Carmelo utilizaba en su tercera
ocupación: cartero.
En
1924 el patriarca calabrés había ingresado al Correo. Durante más
de una década recorrió los barrios del norte de Montevideo. Era un
personaje aguardado por las familias inmigrantes, en su mayoría
italianas. Su función no era sólo la de mensajero, también cumplía
una tarea política, puerta a puerta, porque entregaba la
correspondencia siempre acompañada por un comentario personal o
sobre la actualidad del país. Anotaba en una libreta cada idea, cada
necesidad, cada inquietud, que luego trasladaba a su club batllista o
al propio José Batlle y Ordóñez en mano propia.
Su
esposa y sus ocho hijos militaron en la legendaria Agrupación
Piedras Blancas, la más cercana al estadista, por geografía y
afinidad personal. “Yo empecé a los nueve años, para seguir a
Papá y porque era amigo de Lorenzo y Rafael, los hijos de Don
Pepe, con los que jugaba, a veces en la quinta de ellos, a veces
en la nuestra. Nunca me voy a olvidar cuando Batlle nos encontró
robando peras en el fondo y nos sacó corriendo. Cuando nos veía
llegar mientras practicaba tiro, se quedaba firme, con aquel clásico
gesto de brazos cruzados, y no seguía hasta que nos íbamos de allí.
Hasta parece que todavía veo a Paloma, la perra preferida de
Doña Matilde con la que jugábamos y salíamos a caminar por Piedras
Blancas”, recordaba Antonio Carbonaro en anécdotas contadas
miles de veces.
Capretti
mascalzzoni!
Siderno
y Marino se llamaban los zainos de Carmelo, fieles compañeros
de reparto postal que cuidaba como a sus hijos. Una mañana notó
algo extraño, cuando iba a ensillar al que lo llevaría en un
extenso recorrido entre el Cerrito y Maroñas. Sus hijos Donato y
Antonio, que habían madrugado antes que él, estaban en la puerta
esperándolo para pedirle que no montara a Siderno porque
“estaba de muy mal carácter”; pero no atendió el pedido.
Lo ensilló como de costumbre, se subió, pero no fue el sumiso de
siempre: corcoveó con violencia y lo arrojó varios metros hacia
adelante por encima del lomo.
-Figli
maledetti, capretti mascalzzoni! Il mio buono cavallo preparato para
la timba!
Carmelo
no se equivocaba,. El pícaro Antonio había invitado a su hermano a
probar suerte en las pencas de Piedras Blancas, y Siderno era
su crédito. “El caballo preparado para carrera es el más
mañero de todos, siente cosquilla, es loco. Posee una inteligencia y
una percepción casi humanas, y sólo debe ser montado para la
carrera, por su entrenador o su jockey.”
Hoteles,
casinos y mejillones
A
mediados de 1929, poco antes de la muerte de Batlle, poco después de
terminar la escuela, Antonio Carbonaro consiguió su primer empleo:
ascensorista en Hoteles y Casinos Municipales. Mientras trabajaba las
seis horas legales para un menor de edad, iba al liceo de Piedras
Blancas.
Una
leyenda familiar describe cómo el inflexible Carmelo cuidaba la
honestidad de sus hijos. Una tarde Antonio llegó la quinta de
Piedras Blancas con mucho dinero en el bolsillo.
-Dove
ha ottenuto tanti soldi? -preguntó preocupado el patriarca
calabrés.
-Me
lo dio un pasajero al que le llevé las valijas -respondió,
sereno, el adolescente.
-Poi
vedremo chi ha dato a voi! -fue la orden tajante del padre, que
de inmediato lo llevó al Parque Hotel. Era un turista argentino, que
confirmó la versión del jovencito.
-Le
di esa propina porque fue muy educado y simpático, y me llevó el
equipaje muchos pisos arriba. Pero Carmelo fue implacable:
-Tanti
gazie!, ma giusto è molto meno -y lo obligó a devolver la mayor
parte de la propina.
Un
gesto que pareció excesivo, que pronto le dio prestigio de honesto y
eficiente, mientras realizaba cursos de Administración y
Contabilidad que anunciaban un rápido ascenso cuando cumpliera la
mayoría de edad. Pero Antonio prefirió seguir su vocación
deportiva: el fútbol. En 1934 viajó a Pergamino contratado por el
Racing Fútbol Club. Cuentan quienes lo vieron jugar que era un
puntero derecho veloz y potente, que solía marcar goles
espectaculares con tiros cruzados que sorprendían a los goleros. En
1938 regresó a Montevideo, para jugar en el Club Nacional de
Football, su objetivo profesional. Se quebró el tobillo. Pronto
recuperó su puesto municipal, ahora como jefe de la Oficina de
Suministros del Hotel y Casino Carrasco. Al año siguiente, inauguró
su primera experiencia comercial, El Mejillón Bar de Montevideo,
ubicado en la calle San José, entre Convención y Río Branco.
“Pro”
Los
hermanos Carbonaro La Rosa participaban en todas las comisiones “Pro”
de Piedras Blancas y sus alrededores: Escuela, Liceo, Biblioteca,
Centro Cultural, Policlínica. Organizaban veladas de teatro, música
y canto al principio apoyadas personalmente por José Batlle y
Ordóñez, que continuaron décadas después de la muerte del
legendario estadista. Inés, siempre llamada Pocha, tençia la
Academia Inela dond le enseó a bailar a todo Piedrs Blancas. En el
donf de la quinta habia un sl+on grtande. En el Treatro y Cine Pidras
Blancas. Armando, Didí, el tercer varón, escribía las obras
que el mismo dirigía. Donato, y actuaban y recitaban, y las otras
hermanas cantaban y bailaban: María Concepción, Coca;
Angela, Nena ; Herminia, Pirula; Gladys, Monona.
Servire
Herminia!
Carmelo
era un apasionado oyente del tenor napolitano Enrico Caruso, a quien
llamaba “Mio caro prossimo”. Lo escuchaba antes del
almuerzo, en un receptor colocado en medio del comedor. Hasta que
Caruso no finalizaba el aria del mediodía, que emitía la radio
General Electric, nadie se sentaba a la mesa. Recién luego,
daba la orden: -Servire Herminia!
Chivitos
de Siderno
“Mi
abuelo, Carmelo, parecía muy severo, pero era muy gracioso; siempre
tenía una salida original. Mi abuela Herminia, era muy fina y
elegante, pero hacía todo en la casa aún después de alcanzar una
buena posición económica. Lo que más le solicitaban era que
cocinara a la calabresa, con mariscos y carne tratada como si fuera
de chivos de Siderno Marina”.
Graciela
Carbonaro, hija de Antonio.
¡Batllistas,
Batllistas!
“Batlle
parecía muy seco, con aquel porte imponente y su don de mando; pero
era muy tierno y cariñoso con sus hijos, con nosotros los amigos y
con los vecinos. Doña Matílde y él vivían atentos a lo que
necesitábamos todos, sin importar que fueran colorados o blancos. El
20 de octubre de 1929, cuando Don Pepe murió, fue el día más
triste de mis padres y el nuestro también. Tenía trece años, así
que después vi muchas manifestaciones populares, pero jamás como
aquel velatorio del Palacio Legislativo. Los vecinos de Piedras
Blancas hicimos una peregrinación espontánea a la que se iban
sumando los vecinos de todos los barrios. Nunca habrá un acto
público, ni siquiera cercano a lo que fue aquella emoción.”
“Los
Carbonaro La Rosa eramos una familia batllista, batllista ¡de las de
antes! Nuestros amigos de la niñez eran todos colorados, teníamos
algún conocido blanco, con el que simpatizábamos personalmente,
pero estaba prohibido hablar de política con ellos. Teníamos una
vida familiar y barrial muy alegre. Trabajé con César, Rafael y
Lorenzo, que fueron mis hermanos de la vida. Mis hermanas se llevaban
muy bien con Amalia Ana Batlle Pacheco, pero en política luego
estuvieron cerca de Alba Roballo, a la que admiraban por su
inteligencia, liderazgo y porque era una feminista de aquellas.
Armando era amigo y partidario de Zelmar Michelini y Maneco
Flores Mora.”
Antonio
Carbonaro, 1997.
En
el archivo de la Liga Pergaminense queda un testimonio de la etapa
futbolística de Antonio Carbonaro: la ficha ADIZ fechada el 10 de
setiembre de 1934.
Monona,
la hermana menor de Carmelo Carbonaro, tiene 81 años y vive en
Dolores, departamento de Soriano.
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