miércoles, 13 de agosto de 2008

Aquilino Berro y los precursores de la institucionalidad asturiana en Uruguay


A corazón abierto


Portada de Héroes sin Bronce, versión 2003.
El historiador astur José Luis Pérez de Castro definió a sus paisanos como solidarios formadores de bienestar. «Siendo el fin inmediato de la emigración crear riqueza, no pueden determinarse sus resultados sin conocer las cualidades laborales, humanas y mercantiles de sus hombres y el provecho y empleo de sus beneficios». En las dos primeras décadas del siglo pasado fueron líderes en sus actividades y visionarios fundadores de grupos económicos. Muy vinculados entre sí. «Es el más competente emigrante que un país puede desear. Tocante al empleo y distribución de los beneficios, ninguna otra región española cuenta, en general, con las obras benéficas y de progreso económico que pueden presentar los hijos del Principado. Siempre con un carácter filantrópico y solidario, hacia sus provincianos, hacia otros inmigrantes y hacia los uruguayos» –reflexiona.
Para el erudito investigador, ambos aspectos comprenden una paradójica contraposición. «Por un lado, que salga a emplear su esfuerzo y facultades fuera de la región y, por otro, que luego exporte su capital desde el país que le facilitó el medio, devolviendo riqueza a su patria natal[...]
Creemos pues que el modo de comprender la eficacia de la comunidad asturiana en el Uruguay, es presentar el ejemplo de quienes desembarcaron faltos de recursos y que lograron conquistar bienestar y crear nuevas fuentes de producción» –sentencia Pérez de Castro.

Un documento fundamental sobre esa presencia es el libro Los españoles del Uruguay, editado –en 1918– por los periodistas Luis Valls y Jaime Moragues, con asesoramiento y prólogo del abogado maragato Matías Alonso Criado. Y una nota introductoria del mayor abogado oriental de su tiempo, Justino Jiménez de Aréchaga. Allí aparecen los precursores vistos por ojos de su época.

Oreste Fiandra y Ruberto Rubio en 2000.
A corazón abierto
3 de febrero de 1960. La calurosa tarde de miércoles fue de incuestionable gloria para la cirugía cardiaca e inolvidable para la medicina latinoamericana. En una pequeña sala del montevideano Centro de Asistencia del Sindicato Médico del Uruguay, por primera vez era colocado con éxito un marcapaso.
Todo el personal, técnico y no técnico, era de esta lejana y olvidada tierra. Solo era europea la compleja máquina introducida en la cavidad torácica del desahuciado paciente, que luego disfrutó de una  insospechada calidad de vida. La hazaña todavía figura en textos y es objeto de admirada revisión en cátedras  y centros cardiológicos de todo el mundo.
Era la segunda vez que se realizaba una intervención de similar complejidad. La anterior había sido muy poco antes –en Estocolmo– pero con doloroso resultado de muerte. Proeza repetida ocho meses después –en octubre– por un equipo multinacional y multidisciplinario de Nueva York. Con el mismo éxito.
El resultado de ambas intervenciones fue similar, pero, muy distinta su difusión. Una permaneció dentro de un reducido ámbito académico. La otra fue celebrada –como un hito científico– por los medios de comunicación más poderosos del planeta.
Tan silencioso honor correspondió a dos pioneros de la medicina altamente especializada, quienes –con palmaria «uruguayez»– apenas recibieron el mínimo homenaje de una placa. Colocada con discreción en el sanatorio de Colonia y Arenal Grande, en el viejo barrio Cordón. Ambos viven y gozan de plena salud. El cardiólogo Orestes Fiandra y el cirujano Roberto Rubio Rubio.
«Nos conocimos estudiando en Suecia. Juntos, colocamos un marcapaso del Laboratorio Elema, pero, con los años, la técnica cambió. Primero a través de la toracotomía y ahora a través del abordaje de una vena, que es mucho más sencillo». Es el humilde recuerdo de Rubio.
El médico eminente nació el 9 de febrero de 1917, muy cerca del paraíso. En Castillos, una pintoresca localidad atlántica de siete mil habitantes. Su niñez y adolescencia, transcurrieron a 53 kilómetros de la homónima capital del departamento de Rocha –fundada por frustrados colonos de la Patagonia– y a 300 kilómetros de Montevideo. Al lado de su padre José  y de su madre Blanca. Salense emprendedor él, de Valderrodero. Criolla atractiva ella, hija de un paisano con el mismo apellido.
«Papá llegó al pueblo en 1900, donde ya vivían dos hermanos: Ángel y Jesús Ramón. No vino directamente. Salió a los doce, una noche, de su pequeña aldea, para irse primero a Cuba con un señor que lo llevó para hacerse la América. Allí estuvo cuatro años, pero lo agarró la Guerra de la Independencia, con la intervención de los Estados Unidos».
José Rubio Suárez vino al Uruguay –después de tan ingrata experiencia–, para trabajar en un comercio familiar que hizo época. «Mi tío Ángel le dejó su parte del negocio y la casa y se fue a [la cercana] Lascano. Sufrió un incendio terrible y se fundió, pero no se entregó. Se mudó a Maldonado y allí, frente a la plaza, se asoció en un importante almacén de ramos generales: Ángel Rubio & Buquet».
José se quedó en Castillos, para siempre. Continuó con la firma Rubio Hermanos y luego fue comprando campos, sumamente baratos, que eran arenales sin pasto. El joven fue un adelantado de la forestación nacional, propietario de una estancia que iba hasta el Chuy, fronterizo con Brasil. Plantó sobre médanos, desde la castillense Vuelta del Palmar hasta la histórica fortaleza portuguesa de Santa Teresa.
«Yo era un niño grande, cuando vi las arenas transformadas en amplios y verdes bosques. Dejaba el comercio a las diez y media de la mañana y se iba plantar pinitos en macetas. Cuando llegaban a los treinta centímetros de altura los transplantaba en la arena[...] Los cinco hermanos debíamos evitar que pasaran animales, para que no los removiesen. Los arbolitos fueron conteniendo a los arenales y así fue surgiendo el campo. Yo los vi nacer, pero, en realidad, no me gustaba ese trabajo. Siempre se lo dije».
Solo el hijo menor siguió trabajando en la estancia Las Asturias y en otro campo, de la cercana José Pedro Varela. Los mayores se fueron a Montevideo. Uno a estudiar abogacía, el otro medicina.
Roberto Rubio Rubio cuenta con una foja difícil de igualar. Catedrático y decano universitario, consultante nacional e internacional, dirigente gremial y activista democrático en tiempos oscuros. Hombre de confianza personal,  del mayor enemigo que tuvo la dictadura. El exiliado estadista, Wilson Ferreira Aldunate. Lo acompañó en el simbólico retorno y encarcelamiento del 16 de junio de 1984  y lo asistió en la dolorosa agonía, que lo derrotó, como no pudo el despotismo militar. «Un domingo de 1985, ya  libre, me pidió que fuera a verlo, porque tenía un dolor intenso en la rodilla derecha. Clínicamente estaba perfecto, pero en la duda, llamé a un colega traumatólogo, que lo examinó, pero tampoco encontró algo significativo. En 1987, me pidió que lo acompañara, como médico de cabecera, a los Estados Unidos. Estuvo tres días internado. De inmediato lo dieron de alta, con lesiones tumorales en los pulmones y toda su parte ósea, con metástasis. Luego, hizo retención de orina y lo operaron. A las 48 horas, estaba en su casa, plenamente consciente de su terminalidad. Era un tipo que preguntaba todo. No hubo más remedio que decirle, que su perspectiva de vida, no pasaba del año o año y medio. Los vivió con mucha intensidad, con pasión política, pero, dolorosamente, el diagnóstico se cumplió».
Rubio fue el primer uruguayo que trató una lesión grave en una arteria crítica. Mediante innovador procedimiento de sutura, pudo recuperar el miembro de un joven apuñalado. «Había sufrido seccionamiento de arteria y vena femoral. Antes de 1956, se ligaban y, casi siempre, después se amputaba el órgano» –evoca el notable cirujano.
En 1959 aceptó del desafío de intervenir a una joven veinte años que sufría una «tetralogía de Fallot» grave. Enfermedad congénita mortal por entonces, derivada de una arteria pulmonar estrecha. «Durante muchos años, las lesiones cardíacas se operaban con las técnicas cerradas. Por ejemplo, en la estrechez mitral [una válvula que se esclerosa], se introducía el dedo por la aurícula izquierda y con un  cuchillo se cortaba y se abría. Pero no se exponía a la vista. Las operaciones abiertas comenzaron luego de creada la máquina corazón-pulmón, que sustituía a los órganos vitales[...]
La sangre es sacada del sistema y llega a un oxigenador, para volver mediante una bomba a la aorta que restablece la circulación. De modo que, mientras se está actuando sobre el corazón, la sangre llega a los pulmones, al cerebro y a todo el organismo, permitiendo así tratar la lesión». Sin dudas, heredó el espíritu de su padre.
José Rubio Suárez falleció en 1951, con los honores de una gran personalidad de Castillos. «El Gallego» que no era tal, fue un pionero. Un asturiano del diez. A corazón abierto.

Aquilino Berro en 1910.
Aquilino «Americano»
Aquilino Berro nació en Villaviciosa, en 1848. Después de haber sido empleado de comercio en Sevilla y Cádiz, vino a Montevideo en 1866. «No hay nada más satisfactorio para un cronista, que tomar la pluma para trazar la biografía de un visionario. Berro es un hombre creativo, meritorio por su intenso trabajo y honrado en el pasado y fundamentalmente, un emprendedor de iniciativas de bien colectivo» –señalan Valls y Moragues.
En Montevideo fue dependiente de almacén y habilitado, hasta que en 1874 abrió Cambios Berro, firma dedicada a la compra y venta de moneda, préstamos y loterías. El famoso local quedaba en Buenos Aires 629 al 633, donde comenzaba la Ciudad Vieja.
En el rubro agroindustrial, fue propietario de la granja Villaviciosa, la mayor productora nacional de dulces y conservas, hasta avanzada la segunda década del siglo pasado. Aquilino participó en la fundación –y presidió– el Centro Asturiano de Montevideo. Fue su titular honorario en 1915.
Era un brillante ajedrecista y como tal, iniciador y primer titular del Círculo de Ajedrez. Allí compartía su pasión intelectual con el embajador Silvio Fernández Vallín, el filósofo Carlos Vaz Ferreira,  el escritor José Enrique Rodó y el médico y político José Fernando Arias. «Es un emprendedor con todas las energías de su raza. Consiguió el galardón que tantos de nosotros buscamos al emigrar hacia Uruguay. Se casó en el país, formando una respetable familia» –cuentan Valls y Moragues.

Domingo Fernández.
La caridad y la paz
En 1902, la población uruguaya llegaba al millón de habitantes. A comienzos de los veinte, era de un millón y medio. Los adelantos del transporte y las comunicaciones, la aparición del tranvía eléctrico y el automóvil, acercaron la distancia entre el campo y la urbe. La Primera Guerra Mundial creó condiciones para la irrepetible prosperidad económica, que se consolidó en la Segunda Guerra y que se prolongó, con altibajos, hasta 1956. Una época en que la desgracia de otros era el beneficio propio.
Segundo Fernández nació en La Caridad, en 1883. Arribó al puerto montevideano siendo muy joven –a los dieciocho años–, reclamado por los propietarios del hotel Barcelona. Uno de los principales de la Ciudad Vieja, a principios del siglo anterior. En 1907, luego de trabajo y constancia fue uno de los socios de la empresa ubicada frente la histórica plaza Independencia y al Palacio Estévez, antigua sede del Poder Ejecutivo uruguayo.
Un aviso del diario El Siglo informaba: «Gran Hotel Barcelona, el más céntrico de la ciudad; amplios comedores, muchas y bien ventiladas habitaciones, todas con balcón a la calle, pues ocupa una manzana entera con frentes a la Plaza, las calles Florida, Colonia y Ciudadela. Por todo esto, el Hotel Barcelona es el preferido de turistas, empresarios y ejecutivos extranjeros».
Fue otro pionero del Centro Asturiano, su segundo presidente y creador de la Caja de Protección, Reempatrio y Trabajo. Un servicio que prestaba amparo a los inmigrantes recién arribados y pobres.
«Durante su período, la institución fue un solaz y esparcimiento, de cultura, educación y conocimiento, con un cuadro dramático juvenil propio, el más importante de la comunidad española en Uruguay, que recuerda al maravilloso coro infantil existente en Covadonga» –redondea el artículo del levantino  Valls.
Domingo Fernández también nació en La Caridad, en 1856, pero se trasladó siendo niño a Oviedo. Desde allí, salió hacia El Musel, en 1871, donde se embarcó con destino a Buenos Aires, con quince años. En la capital argentina permaneció hasta 1877, fecha en que vino a Montevideo.
Aquí estableció una pequeña tabacalera que vendió en 1897, para crear la Gran Fábrica de Cigarrillos La Paz. Aunque no existen registros, es muy probable que, por popularidad y trayectoria, su producto emblema –La Paz Extra– fuera el más vendido en la historia comercial uruguaya.
«Por su actuación, recta y honrada, por espacio de casi medio siglo, consiguió no solo reunir una bonita fortuna, sino que también, lo que es mejor tal vez que la fortuna; el cariño, el respeto y la consideración de sus contemporáneos» –subraya Moragues.
Su gran rival industrial fue el gallego Juan Abal, fundador de la Gran Fábrica de Tabacos La Capital, establecida en la avenida Rondeau 1781. Abal nació en 1852, en Poyo Grande, Pontevedra –una pequeña villa situada entre la ría homónima y Cambados. Arribó a Montevideo el 16 de marzo de 1868, donde se empleó como dependiente de almacén.
En 1882 se casó con Concepción Moraño, con la que tuvo cuatro hijos: Domingo, Elvira, Sofía y Leonora. «Herederos del buen nombre que su padre les ha legado y de la fortuna que tan honrada y laboriosamente supo reunir».
El cariteño falleció el 12 de octubre de 1917. «Todo Montevideo le profesaba cariño, demostrado en el acto de sepelio del Cementerio del Buceo, donde se reunió una numerosa y distinguida concurrencia para tributar el póstumo homenaje al que en vida fue un modelo de caballero. Nosotros también fuimos sus amigos. En memoria de tan apreciable compatriota, recordamos su entereza de carácter y su bondad infinita» –finaliza la evocación.

Francisco Fernández.
Suárez, Menéndez y García
Entre 1903 y 1933, el país proyectó su democracia, inició un proceso de industrialización –sustitutivo de importaciones– y logró un elevado desarrollo social y cultural. En la primera presidencia de José Batlle y Ordóñez, fue creada la sociedad de bienestar sustentada en una fuerte presencia pública; que se afianzó en su segundo mandato, hasta 1915. La tarea fue continuada por sus sucesores: Feliciano Viera, Baltasar Brum, José Serrato, –primero electo por voto secreto, en 1923– y Juan Campisteguy.
Cada uno cumplió, al pie de la letra, con la plataforma política y económica de «don Pepe». Gestionados con habilidad –con la oposición vencida en la guerra civil de 1904–, los gobiernos batllistas fueron fortaleciendo esas tendencias y dieron lugar a un país diferente y moderno. Era la irrepetible «Suiza de América», que recibía inmigrantes, fomentaba el progreso y la agremiación, con una legislación social avanzada.
Mariano Suárez nació en Trelles, concejo de Coaña, en 1855. Arribó a Montevideo en 1871, donde permaneció algunos meses. En 1872 se trasladó a Fray Bentos, capital del departamento de Río Negro, como empleado del histórico Banco Mauá, que acompañó hasta su liquidación.
Fue financista, a través del Mauá, e intermediario de exportaciones del Liebig, poderoso frigorífico multinacional, que abasteció a las tropas aliadas de la Primera Guerra Mundial. Durante más de cuatro décadas, hasta los treinta, fue estanciero y comisionista. «Su actuación en el comercio durante tantos años le valió en todo tiempo la aprobación y la estima de cuantos tuvieron que tratar con él, por su rectitud y buen comportamiento» –según descripción de Valls y Moragues.
Fue representante de todas las navieras que recorrieron el río Uruguay –entre Montevideo, Fray Bentos y Salto– en la primera mitad del siglo y propietario de una conocida empresa que llevaba su nombre. «A pesar de sus muchas ocupaciones en nada disminuyó el cariño por su Patria a la cual visitó con frecuencia, aumentando allí sus intereses y ayudando siempre a muchas obras de progreso».
Suárez se casó con una uruguaya en 1893. «Siendo su mayor cuidado la educación de sus hijos y la administración de sus intereses, que son de importancia tanto en este país como en la República Argentina, donde posee valiosos establecimientos rurales». Fue vicecónsul español en Fray Bentos y presidente de la Asociación Española de Socorros Mutuos, desde 1908 hasta su fallecimiento. En junio de 1938.
José Menéndez Fernández nació en Salas –en 1856– y vino muy joven a Tacuarembó. Fue impulsor, en 1892, de un estratégico ramal del británico Ferrocarril Midland, que cruzaba extensos campos del norte oriental –homónimo del adelantado patagónico. «Era un hombre dotado de anhelos progresistas y visión empresaria. Fue el primer estanciero que introdujo el baño para los vacunos en su departamento, en 1903. Se distinguió por su noble desprendimiento y filantropía» –según descripción de Pérez de Castro.
Retirado de la vida del campo, falleció el 3 de abril de 1917, en Montevideo. Su nombre se encuentra en la geografía ferroviaria nacional. El Diario Español informaba, un día después, que su empresa había donado el terreno necesario para fundar la estación Menéndez.
Balbino García y Fernández nació en Arbón, concejo de Villayón, el 1 de setiembre de 1881. Pisó por primera vez Montevideo, en 1896, para trabajar como dependiente de almacenes hasta 1904. A mediados de ese año estableció su «ultramarino» en el céntrico cruce de Paysandú y Río Branco. En 1912 fundó una segunda sucursal, más grande que la anterior, que pasó a llamarse Balbino García y Cía. «Fue destacado pionero del Centro Asturiano, directivo de la Asociación Española Primera de Socorros Mutuos, primer suscriptor del Diario Español; persona muy conocida y apreciada por sus relaciones y sobre todo, un buen paisano».
José Rodríguez también nació en Arbón, en 1865. Se radicó en 1882, donde se empleó en la casa de comercio de ropa blanca que luego fue la fábrica de camisas más grande de su tiempo: El Apolo. En 1918, era uno de los españoles más acaudalados de Montevideo, desde su pujante y céntrica empresa, de Soriano 915.

Segundo Fernández.
Entrerríos, González y Villamil
La sucesión de conflictos internacionales abrió un largo período en que las materias uruguayas alcanzaron altas cotizaciones. Europa no podía mantener su ritmo productivo, lo que provocó un imparable desarrollo industrial sustitutivo. En el colmo de la ingenuidad, algunos economistas juzgaron aquella prosperidad como irreversible. Grave error.
La extensión de la enseñanza y beneficios sociales para toda la población, fueron creando una sociedad uruguaya –mesocrática y autosatisfecha– que creyó haber descubierto el camino de la evolución constante. En el plano cultural, el auge se plasmó en una brillante generación de artistas y pensadores, concentrados en su mayoría en Montevideo. La ilusión de una «Atenas platense».
José Francisco Entrerríos nació en Oviedo –en 1875–, de donde salió rumbo a Montevideo en julio de 1897. «Desde su arribo, el 24 de octubre de ese año, se dedicó al trabajo de varios ramos, hasta que se estableció con un café en la avenida Rondeau 1541» –recuerdan Valls y Moragues.
Entre 1915 y 1923 fue presidente de Orfeón Español y directivo del Centro Asturiano. «También fundador de Casa de Galicia y socio del Centro Gallego, pero, sobre todo, es un español muy entusiasta y amante de la Patria. Afable y campechano, que goza de muchas simpatías en la colectividad».
Francisco González nació en el pueblo coañés de Torce, en 1876. Llegó a Montevideo siendo un niño, en 1888. Poco después ingresó a un establecimiento fotográfico, donde aprendió el arte de la imagen. En 1903, abrió su estudio independiente en la calle Andes 1340, uno de los más importantes de su época.
«Francisco es un artista del fotograma, un pintor de la cámara, un talentoso creador de escenas sensibles y originales». Tan elevado concepto pertenece a su amiga Eva Canel, que lo conoció cuando era viuda del comediógrafo madrileño Perillán y Buxó. Fue su retratista hasta 1914, cuando la escritora partió definitivamente rumbo a La Habana. Durante años, ella venía a la capital uruguaya, solo para posar ante a su delicado lente.
«Es un talentoso emprendedor y progresista. Llegó al país siendo casi un niño, casi sin recursos, pero con un gran caudal de conocimientos, voluntad y honradez. Montó su estudio, pionero de la actividad montevideana, como pudo. Luchó contra la rutina, aportando geniales innovaciones artísticas[...] a tal punto que grandes figuras de las dos orillas venían a retratarse con él» –sostienen Valls y Moragues.
Su mayor competidor y amigo personal fue el madrileño Fernando García, nacido en 1881. Impulsor de la fotografía moderna a principios del siglo pasado. «García introdujo un sistema eléctrico, que por primera vez prescindía de la luz solar. Su casa de 18 de Julio 978-80, fue la primera en tener tan novedoso laboratorio».
González respondió abaratando costos de laboratorio para bajar el precio de sus servicios. En poco tiempo, también se adaptó a la nueva tecnología, ajustándola a su estilo artístico. El fotógrafo astur falleció en 1949, en su casa del centro montevideano.
Florencio L. Villamil fue el asturiano más rico de las primeras décadas del siglo pasado. Nacido en Figueras, en 1849, arribó a Montevideo en 1870, para establecerse en la calle Rincón, con un importante almacén de vinos. «El más reputado de la capital y el más grande del país, con distribución nacional e internacional».
«Alcanzó una considerable fortuna, avaluada en su sucesión –cerrada en 1911– en 75 mil pesos oro en efectivo; 60 mil argentinos en títulos; 11.328,40 en lingotes de oro, más la renta; un valor de una casa con frentes en 25 de Agosto 64-66 y la Rampla –vendida en 20.200 pesos– y un campo en Salto de 886 hectáreas, vendido en 38.845 pesos» –según datos aportados por su coterráneo Pérez de Castro.
Repartió parte de lo ganado, en Montevideo, Buenos Aires y su Figueras natal. Fundó una escuela de artes y oficios e instituciones culturales que ha vencido el paso del tiempo. El inolvidable Villamil falleció en Málaga, el 19 de junio de 1909, de pleumonia doble.

Comisión Directiva de 1927.
Pujando en campaña
Fue la época dorada del batllismo promotor de bienestar, que recibía el apoyo y la contribución de sectores blancos y socialistas. El aparato gubernamental era encargado del reparto de las ganancias, mientras aprobaba una legislación social avanzada que aún es ejemplo de estudio en los principales ámbitos académicos del mundo. De esa época es la emblemática ley laboral de «ocho horas», el sistema de «previsión social», la Ley Madre y la Ley de la Silla [ambas en favor de las mujeres] y disposiciones de salarios mínimos. Todo pensado para asegurar bienestar, seguridad y tranquilidad a la población.
De esa misma época son las oleadas inmigratorias provenientes de Europa. El Uruguay de las «vacas gordas» intensificaba y diversificaba la venida de trabajadores y empresarios emprendedores. La aportación principal continuó siendo de españoles e italianos, pero también comenzaron a llegar grandes cantidades de centro-europeos y eslavos, que se ubicaron en zonas periféricas de Montevideo.
En el interior del país, se distinguieron: Domingo López de Pan, castropolense de Tol, radicado en 1864 en Tala, departamento de Canelones; Juan García Fernández, nacido en Chano de Luarca, radicado en Durazno en 1881; el sierense Leopoldo García Llana, llegado en 1903 a Lascano, departamento de Rocha; José Sánchez, nacido en 1859, en la naviega Armental, arribado a la coloniense Carmelo, en 1880. Allí fundó un establecimiento comercial de frutos del país, en la avenida Artigas 4468.
Miguel Cueto Ruidíaz, nació en el colungués Libardón, en 1866. Se instaló en 1885, en Artigas, capital del departamento homónimo, con un importante comercio de ramos generales. Fue vicecónsul español interino en el norte uruguayo, tesorero de la Comisión de Apoyo del Hospital Asilo Español de Montevideo y vicepresidente de la Asociación Española de Socorros Mutuos.
También se destacaron: Jesús Fernández, socio gerente de José Gómez y Cia, la mayor tienda, almacén y ferretería de Rocha; Francisco Balbín, de Caravia; Domingo Uría, de Vegadeo; José Siñeriz, de Vivedro y Santos García, de Castropol, establecidos en el departamento de Rivera. Manuel G. García, nacido en Lalos en 1887, se radicó en Libertad, departamento de San José, en 1901.
En Nueva Helvecia se destacó Álvaro Ordeira, nacido en Casazorrina, en 1872. Arribó a Uruguay en 1888, estableciéndose en Colonia Suiza, donde fue propietario de una fábrica de quesos, un almacén al por mayor y menor y un depósito de acopio de cereales y frutos del país. Al paraje conocido como Cerro de las Cuentas llegaron los hermanos Manuel y José Yánez, creadores –hacia 1898– de la acreditadísima casa Yánez y Cía.

Silvio Fernández Vallín.
Paisano, monárquico y embajador
1 de octubre de 1914. Un jueves histórico para los asturianos radicados en Uruguay. Esa tarde asumía como nuevo representante del Reino de España, el ovetense Silvio Fernández Vallín. Un diplomático de carrera, formado en la rigurosa –y ultra conservadora– disciplina impuesta por su amigo Alfonso XIII. Un político astuto e intuitivo, que nunca ocultaba sentimientos. Ni intenciones. Que tenía especial debilidad por sus paisanos.
No era republicano y, menos aún, liberal. Aún así, la muy laica Montevideo batllista, y su gente, fueron para él una experiencia irrepetible e inolvidable. Venía de un breve paso por el Ministerio de Estado de Madrid, por lo que es lógico pensar –dada su influencia– que solicitó el destino uruguayo. Aquí tenía grandes amigos, conseguidos en largas e íntimas tertulias, fuera de todo protocolo. Sentía especial afecto por sus admirados Carlos Vaz Ferreira, José Enrique Rodó  y Juan Zorrilla de San Martín.
Fernández Vallín nació el  de agosto de 1865. Se licenció en Derecho, el 3 de noviembre de 1887, tuvo un breve paso como docente universitario en Valladolid y poco después ingresó –como agregado diplomático– al Ministerio de Relaciones Exteriores. Inició su carrera el 29 de octubre de 1890, como secretario de tercera clase en Viena. El 1 de febrero de 1893 retornó a Madrid. Allí quedó hasta el 28 de mayo de 1895, cuando fue nombrado en la segunda delegación española en la Comisión Mixta Internacional de los Pirineos. El 2 de noviembre volvió a la capital, para luego reiterar funciones, el 1 de junio de 1896 y el 11 de enero de 1897.
El 24 de mayo integró la delegación diplomática en Washington. El 24 de diciembre pasó en comisión como secretario de tercera en Petrogrado, hasta el 28 de abril de 1899. El 16 de agosto del mismo año volvió a ocupar el cargo de segunda clase en La Haya y el Tribunal Permanente de Arbitraje, desde el 15 de octubre hasta el 1 de diciembre.
El 27 de enero de 1902 fue nombrado secretario de primera en México y siete meses más tarde en Buenos Aires. Fue llamado a Madrid el 18 de mayo de 1905, para actuar como vocal del Tribunal de exámenes de aptitud para el ingreso a la carrera diplomática. El 12 de abril de 1909 asumía como ministro residente en Santiago de Chile y el 16 de octubre de 1911 era trasladado a Caracas.
El 29 de diciembre de 1913 aceptó la embajada en Montevideo, que asumió a fines del año siguiente. Fue una figura clave en el desarrollo personal y colectivo de sus coterráneos, en la segunda mitad de la década del 10. A ellos prestó especial atención y con ellos promovió actividades económicas, sociales y culturales. Fue impulsor de una exportación propuesta por el trellano Mariano Suárez –su camarada asturiano en Uruguay– que permitió el envío de ganado, a los desabastecidos mercados europeos. El gran negocio exterior de su tiempo.
Mantuvo estrecha relación con el Centro Asturiano, que el 3 de noviembre de 1916 le designó socio de honor en asamblea general, con «voto unánime de aplauso». El 15 de marzo del año siguiente fue nombrado presidente honorario. Desde ese momento su retrato forma parte de la galería de la institución.
El 17 de diciembre de 1918 debió trasladarse a Estocolmo, pero no llegó a tomar posesión, por ser derivado a Bucarest, el 10 de mayo de 1919. Fue elevado a ministro plenipotenciario de segunda clase en El Cairo, el 13 de noviembre de 1919 y de primera en Varsovia, el 26 de julio de 1926.
Formaba parte del más cercano círculo político de Alfonso XIII, defensor convencido del régimen monárquico. Sus enemigos de la Segunda República lo obligaron a la excedencia voluntaria, el 17 de abril de 1931. Y a la jubilación, el 23 de setiembre de 1932.

Carlos Vaz Ferreira al Centro Asturiano.
Morir de pena
El abogado Plácido Álvarez-Buylla y Lozana nació el 5 de abril de 1887. No conoció a su célebre abuelo –médico y escritor de Pola de Lena–, fallecido en Gijón, en el mismo año y mes. También fue notable la generación paterna, del catedrático Adolfo, el militar Plácido y el médico Arturo Álvarez-Buylla y González. Una familia vinculada a la música culta, que en 1907 participó en la fundación de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, con actividad solo interrumpida en 1934 –cuando se quemó el Teatro Campoamor–  y en la Guerra Civil.
El joven liberal sirvió en distintos empleos periodísticos y legales y en representaciones  consulares, antes de viajar a Montevideo –el 28 de junio de 1935– como ministro plenipotenciario de segunda clase. Aquí permaneció hasta el 19 de febrero de 1936, cuando la Segunda República lo nombró ministro de Industria y Comercio. Su predilección clásica lo llevaba a no faltar a las funciones de gala del teatro Solis y a participar en cada filarmónica u operística, organizada por españoles. Antes de partir a su nuevo destino, dedicó una fotografía a sus queridos coterráneos: «Para el Centro Asturiano, de un paisano que nunca olvidará a sus paisanos uruguayos».
Su carrera diplomática había comenzado en 1916. Cumplió su deber con profesionalismo, durante la monarquía de Alfonso XIII y la dictadura de Miguel Primo, aunque era un militante de primera línea contra la Guerra del Rif. El 16 de mayo de 1931, asumió como encargado de negocios en París. El 8 de Junio, fue designado cónsul general en Tánger y el 15 de diciembre de 1932, en Lisboa. También lo fue en Ginebra, en 1933 y director general de la embajada en Marruecos y Colonias. Tras su paso por la cartera de Industrias en 1936 –de febrero a setiembre– fue cónsul general en Gibraltar, donde ascendió a ministro plenipotenciario de primera.
El 18 de febrero de 1938, fue nombrado cónsul general en la estratégica representación de París. Allí falleció el 10 de agosto. No fueron ajenos al desenlace, dos visiones lacerantes. El insoportable acoso franquista contra su sueño igualitario y la inevitable Segunda Guerra Mundial, que intuía su preclara inteligencia. Pero, hubo más. Don Plácido murió sin conocer el célebre Auditorio de Oviedo, inaugurado el 17 de abril de 1944. Dirigido por un melómano de sexta generación. Jaime Álvarez-Buylla. 

José F. Arias López.
José Fernando Arias López
Médico, catedrático y hombre de gobierno batllista, nacido el 24 de enero de 1885. De insospechada estirpe asturiana, fue hijo de Vicente Arias –nativo de Figueras– y de Carmen López, de Villadún. Graduado en 1914, compartió su vocación con las clases de Cosmografía y Astronomía en Enseñanza Secundaria y Preparatoria y en institutos normales. Fue consejero de su facultad, miembro del ex Consejo de Asistencia Pública Nacional, diputado, senador y ministro de Industrias.
Fue informante del primer proyecto de organización de la enseñanza industrial –el 12 de julio de 1916– y redactor de la primera ley sobre formación técnica –en febrero de 1925. A su iniciativa se creó la Universidad del Trabajo, por ley del 9 de setiembre de 1942. En 1960 fue nombrado socio de honor del Centro Asturiano de Montevideo. Murió diez años después.

Héctor Miranda
Abogado, historiador y político –nacido en 1887 y fallecido en 1915–, descendiente de noble familia de Luarca. Fue promotor y presidente del primer Congreso de Estudiantes Americanos –Montevideo, 1908–, secretario de la Facultad de Derecho, profesor de Derecho Penal y diputado por Treinta y Tres. Autor de un trabajo historiográfico de referencia: Las Instrucciones del Año XIII. El más completo estudio sobre el memorable documento artiguista.

Criollos contra paisanos
El 16 de junio de 1927, se disputó el primer –¿y único?– partido de fútbol entre uruguayos y asturianos. Lo extraño, es que no fue en Montevideo, ni en Oviedo, ni en Gijón. Esa vez, el Club Nacional de Football jugó contra una desconocida alineación de Juventud Asturiana, en un repleto estadio de La Habana. Más insólito fue el resultado. Los modestos inmigrantes derrotaron al múltiple titulado oriental, base de la selección campeona olímpica, en 1924. El resultado fue 3 a 2. Con tanto enojo de los uruguayos –desacostumbrados al fracaso– que el partido finalizó doce minutos antes de los noventa reglamentarios. Nacional jugó otros dos partidos en la capital cubana. Triunfó 4 a 1 contra la selección Iberia-Fortuna y 8 a 1 contra la selección Hispana-Juventud Asturiana. Los bravos paisanos tuvieron el honor de ser los únicos vencedores del entonces «team más famoso del mundo». En su casi invicta gira por Centro y Norte América.

Figuerense, masón y colorado
Durante un mes y cinco días de 1855 –entre el 11 de setiembre y el 16 de octubre– el norteño departamento de Salto fue una «República», concebida con desafiante soberanía y pronta para resistir el embate del gobierno central de Montevideo. Los sublevados apoyaban la revolución conservadora que intentó derrocar a Venancio Flores –enigmático e influyente personaje de la historia oriental de muy probable linaje astur. El caudillo de la defensa salteña era otro hijo de paisanos: el teniente coronel Eugenio Manuel Abella. 
Poco tardó el poder central en dominar el intento golpista y restaurar el orden interno. Salto depuso las armas y aceptó a las autoridades nacionales, pero sus poderosos empresarios sacaron provecho del controvertido episodio. Los siguientes años fueron de prosperidad para la región minera, frigorífica y citrícola, que comerció con la Argentina y Brasil, como si se tratara de un estado independiente.
Eran otros tiempos. La autonomía estaba favorecida por la distancia, la falta de rutas y comunicaciones. Cuenta el periodista e historiador Enrique Cesio Blanc, que todo el departamento era un solo camino «criollo». Mal trazado por bueyes, mulas y caballos, que cortaban distancia, por donde se le ocurría al baquiano. El tránsito de carretas marcaba el suelo fértil, pero muy húmedo. Ni el más experto podía mejorar el agotador record de quince horas para arribar a la vecina Paysandú al sur, a San Eugenio –actual departamento de Artigas– al norte, o a Tacuarembó al este.
Entre el puerto litoraleño y Montevideo, hay 518 kilómetros. Los mismos de siempre, pero, por entonces infinitos. La distancia fue hábilmente aprovechada por Mariano Cabal –entrerriano, también de origen paisano–, creador de la Compañía Salteña de Navegación. Dos célebres cruceros fluviales –Salto y Montevideo– bajaban por el Uruguay y el Plata, con escalas en las argentinas Concordia y Concepción del Uruguay y en las orientales Fray Bentos, Nueva Palmira y Colonia del Sacramento.
En el último tercio del decimonoveno siglo, Salto recibió un inédito flujo de masones hispanos, comerciantes progresistas y filántropos dedicados a la educación popular. Ellos convivieron con la oligarquía agroindustrial –católica y conservadora– de la antigua «República».
Aquel clima de desarrollo económico y fervor autonomista, recibió a un exiliado liberal astur. En su patria había sufrido insistente persecución carlista, acusado de pertenecer a la Logia del Gran Oriente, de sus paisanos Jovellanos y Campomanes y del Conde de Aranda.

Laico y universal
José María Fernández Vior nació el 20 de julio de 1838, en Figueras de Castropol. Pasó por Montevideo, poco después de cumplir veinte años, pero, su actividad secreta lo llevó a Colonia y Fray Bentos. En 1867 se radicó en Paysandú, donde trabó amistad con el gran maestro Lorenzo Llantada, que le propuso trasladarse a Salto. Arribó el 22 de agosto de 1868, con la tarea de fortalecer y reorganizar la logia que todavía sostiene la Escuela Filantrópica Infantil Hiram (Habiff).
Fue fundador y presidente del Consejo de Vigilancia y Administración de un emblema del racionalismo masónico en América Latina. «Hemos plantado una semilla de igualdad[...] Defendemos el derecho universal a la enseñanza humanista, laica y gratuita, sin distinción de razas, credos o ideologías[...] A ningún salteño se le cerrarán las puertas, pero tendrán prioridad los pobres de total solemnidad»  –afirmaba Fernández Vior en su discurso inaugural de 1879. Una promesa cumplida cuatro años después, cuando el instituto envió sus primeros alumnos a la Universidad, hasta entonces solo reservada a las clases predominantes. 
A mediados de los ochenta, hubo un acercamiento de las mayores hermandades salteñas. Autorizada el 18 de diciembre de 1885, la logia Hiram-Unión mantiene el N° 65. Su distintivo es un triángulo equilátero en bronce –de 60 por 45 milímetros–, dentro del que hay una rama de acacia que corona su nombre. Por fuera, unidos a los ángulos hay un sol y una estrella de cinco puntas.
Ese mismo año, el maestro Atanasio Albisu inauguró los cursos nocturnos. Luego tomados como ejemplo por el Ministerio de Instrucción, en 1904, para diseñar un sistema estatal. Asistían padres y hermanos mayores de los alumnos matutinos, para recibir instrucción básica y preparación calificada en un oficio. Desde 1922, la Escuela Filantrópica se dedica a tres áreas de formación: artística (literaria, plástica y musical), profesional y administrativa (contabilidad, dactilografía e inglés). Siempre con su original declaración de principios.
El periodista Eduardo Taboada –en Salto de ayer y de hoy– cuenta el insólito entierro del masón Benito Galeano. Un almacenero español que falleció el 24 de junio de 1879, renegando del sacramento de la extrema unción. Su viuda –creyente de culto dominical– solicitó que el cuerpo pasara por la Iglesia de la Merced, antes de la inhumación. Un gesto inusual, aceptado por la hermandad. Por buena vecindad.
En cambio, no fue tan tolerante el párroco Pedro García de Salazar, que trancó las puertas del templo y se atrincheró en el frente, rifle en mano y pistola en cinto. Cuando el cortejo fúnebre llegó –con la bandera masónica cubriendo el cajón– el cura vizcaíno comenzó a vivar al carlismo, mientras apuntaba contra los «infieles». No disparó, pero el clima era de tal violencia, que fue necesario llamar a los cónsules de España y Portugal, como mediadores. Calmados los ánimos, García de Salazar fue retirado por Fernández Vior y el jefe político salteño, Alejo Castilla. Entre ambos, lo embarcaron en una lancha que lo depositó en el argentino pueblo de Concordia. Luego abrieron el templo con permiso municipal –Castilla era juez y camarada– e ingresaron para cumplir con lo prometido a la desconsolada esposa de Galeano.

Como la sangre
El figuerense alcanzó el grado 33º y fue miembro activo del Supremo Consejo del Gran Oriente en Uruguay, en el que se desempeñó como porta-espadas. No era de mucha altura, pero sí muy robusto y recio, de nariz apuntada y medio calvo. Fue famoso, tanto por su firmeza de carácter como por su fuerza física. Fundó la Barraca Central de Salto, distribuidora mayorista de frutas, cueros y lanas, enfardadora de exportación –vía Montevideo– y participó en la firma José María Guerra y Cia. La mayor transportadora de maquinaria y e insumos para las Compañía  Nacional de Minas, que explotaba la fiebre del oro en Cuñapirú.
Los negocios le permitieron trabar amistad con el taramundino Clemente Barrial Posada, pionero de la prospección nacional. «Al principio, la única forma de acercarse a Tacuarembó era remontando el río Uruguay hasta el Salto y de allí por tierra a las minas. Pero, había un grave problema. Los enseres solo podían ser llevados en carretas, a través de ásperos y solitarios caminos, que en realidad no existían como tales[...] Correspondió a nuestra empresa, el honor de intervenir directamente en el suministro de carretas que trasladaban la maquinaria inglesa». La anécdota es contada por el historiador José María Fernández Saldaña, dedicado biógrafo de Barrial Posada, también de su padre y de su abuelo, el jefe político local Atanasildo Saldaña, progenitor de su madre Dolores.
«Nacido el 19 de enero de 1879, perteneció a una generación salteña que prestigió las letras y la ciencia del país: Horacio Quiroga, José y Asdrúbal Delgado, Horacio Maldonado, César Miranda, con quienes integró el Consistorio del Gay Saber, una hermética peña literaria [de ex-alumnos del Hiram] que impulsó el movimiento innovador de los 900» –anota Alfredo Castellanos.
Fernández Saldaña colaboró en La Alborada, que dirigía el rochense Constancio C. Vigil y en Rojo y Blanco, orientada por Samuel Blixen. Desde 1905 fue juez de paz en Minas, diputado, diplomático y, durante siete años, subdirector del Archivo General de la Nación y del Museo Histórico Nacional. «La tarea a la que consagró sus mayores desvelos fue la reconstrucción del pasado, la salvación de retratos directos, fotografías, litografías y grabados cuya valiosa colección se encuentra en la Biblioteca Nacional» –enfatiza Castellanos. Publicó cientos de artículos en el diario conservador colorado La Mañana y fue compañero del figuerense José Luis Pérez de Castro, en el suplemento dominical de El Día. Murió en Montevideo, el 16 de diciembre de 1961. Con su padre, compartió un mismo ideal de fraternidad, progreso y conocimiento. Ambos fueron masones y colorados. Como la sangre.

Del saladero Liebig al frigorífico Anglo: cuando el alimento del mundo se cocinaba en Fray Bentos

Carne de cañón
El antiguo Frigorífico Anglo y su chimenea.

La anécdota es mínima, en apariencia. La carta de un joven soldado que padeció el desembarco aliado de Gallipoli, en la Primera Guerra Mundial, alienta el recuerdo de una de las mayores agroindustrias del planeta. La multinacional de carácter alemán con capital anglo—belga, luego totalmente británica, puso en valor productivo las investigaciones de Justus von Liebig, fundador de la química orgánica: extracto de carne, sopa en cubos, conservas enlatadas y café soluble. La planta fabril recibió decenas de miles de trabajadores de más de sesenta naciones, en casi doce décadas de actividad. Solo entre 1914 y 1918 comercializó cien millones de OXO cubes y doscientos millones de latas de corned beef, que alimentaron a ejércitos y exploradores. Tenía haciendas en la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, un puerto propio de aguas profundas, dos company town —el Barrio Anglo en Fray Bentos y el Pueblo Liebig en la entrerriana Colón— y una zona residencial para gerentes y diplomáticos, alrededor de la legendaria Casa Grande, sede real del viceconsulado inglés en el Río de la Plata. El gigante cayó en un acelerado proceso de decadencia luego de la segunda posguerra mundial, víctima de la reconstrucción económica europea. Lo compró el Estado uruguayo en 1971. Parecía un buen negocio pero los británicos se llevaron sus inversores, sus contactos y su instinto voraz. La planta cerró definitivamente en 1979, tras el tiro de gracia dictatorial. Hoy es sede de un museo único en la región que custodia una memoria gloriosa, que evoca aquél tiempo de "vacas gordas" cuando Fray Bentos era la Cocina del Mundo. Cuando el nombre de la ciudad—puerto del río Uruguay era sinónimo de "lo mejor". Un sello de calidad irrepetible aún presente en la memoria colectiva de millones de consumidores, que en julio de 2015 consiguió una merecida declaración de UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, porque allí nació la revolución industrial sudamericana.

Sobre la base del trabajo presentado con René Boretto Ovalle en las Jornadas INCUNA 2005 (Gijón, España). 
Publicado en el libro “Patrimonio Industrial e historia militar: nuevos usos en el urbanismo y en la cultura”, Colección Los ojos de la Memoria Nº 6, Miguel Álvarez Areces (coordinador), CICEES, Gijón, 2006, ISBN: 84-934613-4-8.
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Aviso de la Primera Guerra Mundial que
promocionaba el extracto de carne OXO
fabricado en el Saladero Liebig de Fray
Bentos. La estrategia de la marca se
basaba en un llamado al aporte patriótico
de la población que adquiría paquetes
de seis cubos y seis calentadores de
trinchera que se enviaban a los soldados.
Finalizado el conflicto, fue memorable
su campaña en Europa y América:
"OXO también ganó la Guerra".
(Museo de la Revolución Industrial)
Estrecho de los Dardanelos, mayo 27 de 1915.
Amada madre:
No sé como contarte lo que estoy sintiendo en este momento. No deseo provocarte más angustia, que ya es demasiada por la muerte de Papá, también a causa de esta guerra inmunda. Pero, es inevitable que sepas la verdad. Las noticias que reciben ustedes desde aquí, son todas mentiras. El desembarco fue espantoso. Los turcos nos están masacrando. Casi no quedan compatriotas en mi división, aún así, nadie retrocede.
Madre, ojalá sobreviva, pero, presiento que voy a morir! No retornaré a Liverpool, no volveré a ver a mis amadas hermanas, Hill y Ely, no podré obsequiarte el título de médico que tantas veces te prometí. Mi amor, Becky, enviudará sin habernos casado.
Disculpa madre, por el dolor que sé que te provocarán estas líneas, pero es la verdad. Ojalá te lleguen, mientras yo esté con vida. No sé si será posible, porque están censurando nuestra correspondencia. Te ama y te necesita desesperadamente. Hugh.
PD: Por favor, te lo suplico! Reza por mi vida y envíame OXO!
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Justus von Liebig nunca estuvo en Fray Bentos, aunque conocía cada rincón, de cada casa del mínimo poblado. Por interés empresario y científico, pero, también, por conmovido agradecimiento. Más allá de su soberbia, a flor de piel, siempre reconoció una deuda moral con el remoto litoral uruguayo donde su genial innovación fue rescatada de injusto confinamiento en un oscuro laboratorio del minúsculo pueblo renano de Giessen.
La intensa relación se inició en 1862. Había descubierto, tres lustros antes, una novedosa fórmula de Extracto de Carne concebida con orgullo germano para alimentar a la humanidad.
La mantuvo en celosa custodia, a la espera del proyecto industrial que le asegurara una calidad suprema y, por que no, que le entregara gloria y dinero. El tiempo fue pasando, pero la propuesta soñada no llegaba. Aunque la matera prima –ganado vacuno y ovino– podía ser faenada a bajo costo, también exigía que el producto final careciera de humedad y grasitud. Ningún resultado le conformaba.
Al año siguiente recibió una oferta del ingeniero Georg Christian Giebert, un hamburgués afrancesado, por entonces radicado en Montevideo, que había leído artículos relacionados con la receta. Al audaz viajero se le ocurrió elaborarla en gran escala, entusiasmado por la considerable cantidad de animales que se criaban en el Río de la Plata.
Giebert vivió algún tiempo en la casa de otro alemán, Guillermo Hoffmann, que lo llevó a la estancia Nueva Mehlem, en el departamento de Río Negro, administrada por su hermano Augusto. Juntos fueron a ver un sitio ideal para el emprendimiento, conocido como Puntas de Fray Bentos, que les pareció un puerto fluvial muy apto para la llegada directa de los veleros que luego deberían transportar mercadería hacia Europa.
En otoño, el ingeniero escribió a la Farmacia Real, el laboratorio de Liebig en Múnich, a cargo de Max Pettenkoffer. Reseñó ideas y perspectivas en estas tierras americanas y le propuso una sociedad para fabricar el extracto de carne, pero, el sabio, cansado y desanimado por tantos fracasos, no lo tomó con interés.
Mientras tramaba fantasías de riqueza, el osado Giebert se preparaba para insistir hasta el final. Al no recibir respuesta, viajó para presentar su proyecto. Advertido sobre la inflexibilidad de Liebig, no fue directamente a su despacho. Antes sedujo a Pettenkoffer, a quien convenció del seguro éxito del negocio, mientras le solicitaba instrucción sobre el proceso tecnológico.
Envase original del
Extracto de Carne Liebig.
(Archivo René Boretto)
Cuando Liebig recibió las primeras muestras de su quimérica sustancia, elaborada en la exótica Banda Oriental, cuentan testigos que hubo un silencio inconmensurable. Tardó algunos minutos en recuperar el habla, antes de expresar, como pocas veces, un gesto de aprobación.
El resultado tenía un formato atractivo, impensado, y su sabor, indudablemente, era mejor que el conseguido en Alemania. Sin dudarlo, otorgó la autorización para contactar a inversores, que aportarían los rubros primarios.
El lunes 21 de abril de 1863 quedó constituida Giebert et Compagnie, que compró tierras al sur de las Puntas de Fray Bentos, incluida la estancia La Pileta, ubicada a quince kilómetros de la incipiente Villa Independencia, con 6.000 cabezas de ganado vacuno y 5.000 ovejas. Por todo pagó 30.000 libras esterlinas.
—Fue una hazaña comercial, cuando el general Venancio Flores lanzaba su Cruzada Libertadora, un eufemismo que en realidad era un golpe de Estado contra el presidente Bernardo P. Berro. 
–El poder de convencimiento del ambicioso ingeniero parecía ilimitado. En noviembre de ese año consiguió los terrenos del saladerista Ricardo Bannister Hughes —que recibió el 27 de julio de 1865 a causa de la guerra civil— y tiempo después sumó capitales ingleses y belgas, por gestión del siempre presente banquero Barón de Mauá. Un aporte decisivo, que dio lugar a la multinacional Liebig’s Extract of Meat Company.
Giebert, hábil y cautivante,  también fue un inventor talentoso, que innovó en el proceso y la maquinaria industrial. En 1866, encargó a la firma Milwall Co de Glasgow, la construcción de la "Nueva Fábrica" que comenzó a funcionar con ocho meses de demora, porque se extravió uno de los diez barcos en que despacharon las herramientas. Era una decisión estratégica para atender miles de pedidos que se amontonaban en los escritorios de la Farmacia Real de Múnich.
La única fuerza que debemos utilizar es la de la gravedad –solía decir el emprendedor hamburgués. Con ese concepto planificó y desarrolló el espacio fabril que iniciaba la cadena productiva en los pisos altos, a donde los vacunos llegaban caminando para ser sacrificados, y finalizaba en la planta baja. También fue diseñado en forma declinante, el camino desde la expedición hasta la estiba portuaria. Para ahorrar dinero, pero, no energía.
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En Fray Bentos se encendió la primera lamparita eléctrica del país, en 1883, al mismo tiempo que en Río de Janeiro y La Plata. Fue comprada a la Edison Co, e importada directamente desde la planta estadounidense de Ohio.
"Se colocaron sesenta picos idénticos a los del gas en la playa de matanza, en el galpón de la fabricación del extracto, en los salones que ocupa la escuela y en el club. Antes de haber adquirido toda su intensidad se midió aquella, dando como resultado igual a la luz de diez y nueve velas de estearina por cada lámpara o pico." La crónica del diario El Ferrocarril, de agosto de ese año, fue un homenaje al departamento de Río Negro.
–"Le cabrá la gloria de ser el primero donde se haya reemplazado el candil y la lámpara de kerosene por la luz eléctrica, una de las más grande conquistas del progreso humano." Recién a mediados de junio de 1886, se inauguraron diez picos de luz en la Plaza Constitución de Montevideo.

El carácter alemán
EL Saladero fraybentino en 1896.
(Museo de la Revolución Industrial)
El apreciado extracto de Liebig reducía en un solo kilo, el valor nutritivo, el aroma y el sabor de 32 kilos de carne.
Era famoso en el mundo por su bajo precio, su uso sencillo y su higiene imbatible. La base de un caldo para consumo familiar, hospitalario y social, pero, pronto fue requerido por ejércitos y armadas que se movilizaban en el convulsionado Viejo Mundo, y por exploradores que avanzaban en territorios desconocidos.
Las pequeñas latas fueron utilizadas por Fridtjof Nansen en su expedición al Polo Sur y por Robert Peary en sus aventuras árticas. Por Henry Morton Stanley y David Levingston, en sus experiencias coloniales centroafricanas y por John Allock y Arthur Brown en el primer vuelo transatlántico. Pero fue negocio multinacional a partir de la guerra franco–prusiana y tras el ingreso de las tropas británicas en el conflicto con los bóers sudafricanos.
La firma respondió con una diversificación de productos y subproductos que aprovechaba decenas de miles de vacunos y lanares que se faenaban en el saladero fraybentino.
En la explotación intensiva y extensiva lo que más preocupó al principio fue el desecho: el contenido de las panzas, los excrementos, la sangre de los animales que diariamente caían bajo los marrones.
Hacia 1870 Liebig inventó un proceso de mezcla de estos residuos, secados, centrifugados y molidos. El novedoso abono orgánico obtuvo rápida aceptación como sustituto de las heces de aves marinas peruanas. El fertilizante químico hecho con restos y desechos se le llamó, por añadidura, guano.
En el legendario puerto de ultramar era incesante la entrada y salida de balandras, polacras y bergantines de todas las banderas, nunca menos de medio centenar por año. Traían sal, carbón de coque y material de construcción, para una fábrica que se expandía.
—Transportaban a Europa extracto de carne, tasajo, cueros salados, huesos cortados y molidos en polvo fino, garras y pezuñas, cuernos y fertilizante por toneladas. En la dársena atracaban hasta tres naves juntas, que eran cargadas simultáneamente mediante pasarelas de madera. Una grúa a vapor, de las primeras del país, ayudaba en la tarea.
La empresa, que tenía oficinas centrales en Londres y depósito en Amberes, adquirió o arrendó 34 estancias, once en territorio uruguayo, en el sur de Brasil, en la Argentina y Paraguay, hasta sumar miles de hectáreas donde estableció centros de producción a gran escala, como en Zeballos Cué, localidad cercana a Asunción.
—En la ciudad entrerriana de Gualeguaychú, en la margen argentina del río Uruguay, fue construida una planta que no prosperó. Sí fue exitosa la ubicada cerca de Colón, algunos kilómetros al norte. A su alrededor se formó el Pueblo Liebig.
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—En 1895 una crónica del diario montevideano El Siglo, informaba que los productos Liebig sólo eran aceptados como "fuera de concurso" en las mayores exposiciones comerciales del mundo. La firma ganó todos los premios conocidos —a la calidad, a la investigación, a la innovación— y en 1902 fue distinguida como la primera que contrató legalmente a mujeres.
—"Acá lo único que se desperdicia es el mugido",  era la advertencia, un poco en broma y mucho en serio, a un operario recién ingresado. Una frase poderosa, que guió los 116 años de funcionamiento del saladero y frigorífico, adjudicada al implacable Giebert.

Aviso de principios del siglo XX que
promocionaba el Extracto de Carne.
(Museo de la Revolución Industrial)
Millones al cubo
A fines de 1899, el extracto de carne se convirtió en OXO. Nadie conoce el origen del extraño nombre. La teoría más aceptada se refiere a unos cajones prontos para ser enviados a Europa, que tenían impreso el tradicional identificador "OX" (buey). 
Al parecer, un obrero agregó una "O" al sello de origen, como si se tratara de dos ojos y una nariz. Así, por una viveza fraybentina habría nacido la más famosa marca agroindustrial de principios del siglo pasado, que hasta hoy se consume.
La carne fluidificada fue ofrecida a los comercios londinenses, desde junio de 1900, como una línea suplementaria del extracto original. Pero, el mercado adoptó el producto y los pedidos se multiplicaron. Se vendía en las cafeterías de las estaciones de trenes, en hipódromos y pistas de carreras y muestras agropecuarias.
La población estaba convencida que podía conseguirla, en cualquier lado. El símbolo esmaltado que la promocionaba, que aún enamora a los coleccionistas, permanece en algunas plataformas ferroviarias inglesas.
OXO fue sinónimo de salud entre millones de consumidores. Para reforzar esa idea, la empresa organizaba la famosa caminata Londres—Brighton y fue patrocinante de los Juegos Olímpicos de 1908, celebrados en la city inglesa. Como parte de su estrategia entregaba su caldo a los maratonistas y los contrataba, para que lo recomendaran.
A fines de 1910, los químicos detectaron un serio problema de calidad. No obstante lo delicioso y beneficioso que podía ser el extracto, quedaba un sedimento en el fondo del recipiente, que no resultaba agradable. Fue así, que transformaron la carne líquida en una pasta en forma de tabletas, que conservaba la esencia vacuna, sus fibrinas y sustancias nutritivas.
En toda Inglaterra se le llamó OXO cube o "producto de un penique". En su lanzamiento publicitario fueron echados, debajo de las puertas, decenas de millones de panfletos que alentaban la compra de "baratos y maravillosamente convenientes cubos" empacados en cajas de seis, doce, quince o cien unidades.
El saladero y su puerto en 1895, captado
por el fotógrafo argentino Samuel Rimathe.
(Archivo René Boretto)
Un difundido aviso de prensa lo presentaba como "el más grande avance en la invención de comidas, desde que el hombre comenzó a comer y la mujer aprendió a cocinar".
Cuando la competencia puso en duda su valor nutritivo, la Liebig respondió con una de sus famosas cartas públicas: "Quizá ellos tengan razón pero... ¿Hay algo más querido y admirado por las amas de casa? ¿Hay algo que les simplifique y les ahorre más tiempo?"
La Primera Guerra Mundial fue una prueba extrema, aprobada con sobresaliente en productividad, pero, también en mercadeo y propaganda. Se enviaron latas a las trincheras, como ración de emergencia.
A su alrededor se creó el mito de que consumirlo, traía buena suerte. Había mucha fantasía, pero, también hubo historias sobre OXO y corned beef de Fray Bentos que guardados en mochilas o bolsillos, desviaban balas y piezas de metralla con sorprendente eficiencia.
Una exitosa promoción asociada fue OXO trench heater, un calentador para trincheras. "Usted puede enviar a su hombre, a su padre, a su hijo, un paquete con seis cubos y seis carbones especiales para encendido y un soporte plegable para colocar la lata a calentar." Un aviso de este producto global relacionaba la imposibilidad de encender fuego con el fango, y al calor protector con las virtudes del producto. "Es un recurso mágico", remataba el redactor.
Desde Fray Bentos partieron al frente más de cien millones de cubos y más del doble de latas de corned beef, en casi cinco años de conflicto. Caló tan hondo el nombre de la ciudad rionegrense que —según informa la Griffith Universityy y el Australian National Dictionary Center en su investigación sobre palabras y coloquialismos de la Primera Guerra— para referirse a lo que estaba bien hecho, los soldados británicos decían "It’s a Fray Bentos", tal como los estadounidenses usaron el "OK" en la Segunda Guerra Mundial.
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Obreros cargando una balandra
con destino  Europa, c. 1880. 
(Archivo René Boretto)
Thomas O’Connor, un granjero que sirvió en la Canadian Expeditionary Force, entre 1917 y 1919, evocaba en sus memorias:
—"Recibíamos las llamadas raciones de hierro, que se componían de una lata de carne conservada de la clásica marca Fray Bentos con su llave pegada para abrirla; una lata de carne con vegetales normalmente llamada para perros o una lata de carne de cerdo con porotos; dos, a veces tres, paquetes de biscochos duros; una onza de extracto de carne o cubos OXO; una ración de té y un paquete de sal."
El canadiense guardó toda su vida dos malos recuerdos del frente: la frecuencia con que comía corned beef –en el desayuno, el almuerzo y la cena– y que en verano, con el calor, ese alimento se transformaba en una desagradable masa de grasa. "Peor era la ración de cerdo y porotos, porque muchas veces la carne de cerdo era inexistente y se convertía en grasa con porotos", contó alguna vez O’Connor.

El paciente inglés
Cuando se vislumbraba la paz, los publicistas tomaron otra vez la iniciativa con un mensaje, acogido con emoción por la opinión pública: "OXO también ganó la guerra." Parecía que la victoria significaba un hito en la expansión y en el proceso productivo, pero debajo de esa superficie exitosa, había contradicciones de muy difícil resolución.
La empresa anglo—belga alimentó a las tropas aliadas, pero, aún estaba muy unida a los derrotados alemanes. El final de la lucha alivió tensiones y presiones, pero, también determinó una momentánea suspensión de tareas: el saladero quedó al borde del cierre en los últimos meses de 1918.
La planta industrial en 1900.
(Archivo René Boretto)
La reapertura llegó con una fuerte reconversión productiva, comercial y administrativa, que trajo nuevas tecnologías de enfriado de carnes y la ampliación de mercados.
Otra vez fue decisiva la intervención de estrategas y comunicadores, que impusieron el fin del ciclo de la Liebig y su sustitución por una imagen acorde al mapa emergente de aquella posguerra.
El viejo saladero con ingeniería germana se transformó en un gran frigorífico inglés, con necesidades técnicas y de infraestructura, modificación de edificios, reasignación de funciones e introducción de estamentos infrecuentes.
Capitales británicos lo adquirieron en 1924, cuando pasó a denominarse Anglo del Uruguay Sociedad Anónima. El cambio de firma significó una renovación estructural importante, con una decidida planificación, orientada por la presencia colonialista de Londres. Los ingleses abrieron infinitas oficinas de venta, como dueños absolutos de la mayor agroindustria del mundo.
La tecnología del enlatado dio lugar al crecimiento del negocio de la carne conservada. La definitiva imposición del término corned beef fue su forma de identificarse con una tradición anglosajona. Corning era la cura de carne mediante sal o introducida en salmuera, cocinada después, que utilizaban los campesinos bretones cuando no existía refrigeración.
Nuevamente las inestabilidades sociales y políticas signaron la suerte del frigorífico. La Segunda Guerra Mundial, con su destrucción de la maquinaria europea, con sus hombres en combate y urgente necesidad de víveres, originó cambios importantes en las formas de producción y rubros comerciales.
El saladero más grande del mundo en su
tiempo, cuando comenzaban las obras
de construcción del barrio obrero.
(Archivo René Boretto)
En junio de 1943 salieron por el puerto de Fray Bentos más de dieciséis millones de latas de corned beef, en barcos que corrían "el heroico riesgo de atacados por sigilosos y maléficos submarinos nazis a la salida del Río de la Plata", según crónicas de la época.
También se ampliaron rubros a casi todos los productos y subproductos de frutas, verduras y hortalizas, conservas, comidas enlatadas, jabones, dulces, jaleas, huevos, conejos, cerdos, pavos.
El incontenible crecimiento fabril desató un voraz consumo de materia prima. En la década siguiente fueron faenados más de un millón cien mil vacunos, se utilizaron doscientas mil toneladas de carbón irlandés de piedra y se emplearon más de 4.500 obreros.
Uno de cada tres fraybentinos que trabajaban en tres turnos sin fin de ocho horas. Datos que todavía asombran, asociados con la organización del Barrio Anglo, un célebre company town al que anhelaban llegar mujeres y hombres de los sitos más remotos.
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—"Es un patrimonio único. Sus edificaciones, herramientas, maquinarias, libros, documentos, planos y mapas, manifiestan con esplendor y jerarquía la tecnología de la alimentación utilizada entre mitad del siglo XIX y mitad del siglo XX", afirma la arqueóloga industrial Sue Millar del Instituto Ironbrigde de Birmingham.
La experta británica aún recuerda su visita a la sala donde están las máquinas de amoníaco que fabricaban frío para las gigantescas cámaras frigoríficas. "Allí se puede ver la evolución tecnológica del congelado como en ningún otro sitio, ni siquiera en Europa: dos compresores que funcionaban a vapor, dos de energía eléctrica y dos a fuel oil", describe con admiración.
Una red de más de cien kilómetros de caños lo distribuía en el refrigerador de más de una cuadra de largo por cuarenta metros de ancho, y siete pisos de altura, que podía conservar 18 mil toneladas de carne, equivalente a la faena de 35 mil vacunos.

La muda chimenea
Construida en 1906, la chimenea del
Saladero Liebig y el Frigorífico Anglo
es un símbolo histórico de Fray Bentos
y del departamento de Río Negro.  
(René Boretto)
—A partir de 1948, hubo una nueva contradicción, nunca superada por la empresa. Aunque continuaba la explotación intensiva y extensiva del campo uruguayo y de países vecinos, se frenaron las inversiones, la renovación estructural y el mantenimiento.
—En la década de 1950 el estado otorgó subsidios a los frigoríficos extranjeros, a fin de que permaneciesen funcionando. Eran los primeros indicios de una fuerte crisis productiva.
—A punto de cumplir un siglo, la planta industrial estaba sometida a una ignominiosa decadencia. Herida de muerte por el fin de la Guerra de Corea, la reconstrucción de la segunda posguerra mundial, la formación de bloques comerciales y la creación del Mercado Común Europeo.
—Los siguientes sucesos estuvieron marcados por el retiro inglés y el cese prácticamente definitivo de actividades. En 1967, comenzaron las movilizaciones obreras, con reclamos de reactivación.
—El 1 de julio de 1971, el gobierno aprobó la compra de las viejas instalaciones confiado en la disposición de ganado y la buena mano de obra. Fue el último intento para sostener un emblema de la agonizante Suiza de América. Una ilusión falsa. Con los británicos también se fueron contratos y mercados, para las otrora requeridas carnes uruguayas.
—La dictadura militar le pegó el tiro de gracia. El antiguo estandarte del país de las «vacas gordas», lejana metáfora del estado de bienestar, fue derrotado por un inmisericorde proceso de desindustrialización favorecido por el retraso tecnológico y la falta de ideas comerciales.
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—Hugh C. Brown falleció a principios de junio de 1915, en una emboscada, muy cerca de la playa turca de Gallipoli. Tenía veinte años. Meses después, su madre recibió el uniforme, perforado por certeros disparos. En un bolsillo tenía una lata de OXO sin abrir. En otro, guardaba su última carta, pronta para enviar, salpicada de sangre. Sus sobrinos bisnietos la conservan como un tesoro de la memoria familiar.
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—A principios de 1979 hubo un dudoso intento de reactivación por una empresa de supuesto origen árabe, que fracasó. Ese fue el amargo final de su historia productiva. En agosto se realizó la última faena. «Hacía tiempo que escuchábamos que la fábrica se cerraba, que se cerraba, que no había exportación aunque había pedidos de carne. Y los estancieros subieron el precio del ganado, como no se lo subían a los ingleses. Entonces, no pudo rematar más.» Es el nostálgico testimonio de Edelma Gerez, obrera de la sección Hilandería, quien durante más de treinta años hizo bolsas para embalar corderos y paletas vacunas.
—La década de 1980 fue de quejas y lamentos, depresivos y deprimentes. El hondo dramatismo llegó al extremo de casos de suicidio. Simbólicas inmolaciones, al pie de la chimenea, todavía enhiesta y orgullosa. Pero, que nunca más pitó.

Patrimonio de la Humanidad
René Boretto.
—Eusebi Casanelles i Rahola, presidente del Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial y director desde del Museo de la Ciencia y de la Técnica de Cataluña, estuvo en las viejas instalaciones del Anglo, en julio de 2006, con motivo de la celebración de los cien años de su emblemática chimenea.
—En cada una de sus intervenciones, que fueron varias, Casanelles tuvo la virtud de explicar con lenguaje llano, el nuevo escenario en que se proyecta la gestión del patrimonio industrial. Volcó lo esencial de su vasta experiencia y dio ejemplos concretos de procesos de rehabilitación y puesta en valor no sólo de un entorno construido sino de la memoria histórica de un entramado social y un contexto cultural. Gracias a sus intervenciones, nadie tuvo dudas en cuanto al futuro que espera a ese lugar: el ingreso a la lista del patrimonio mundial.
Si se piensa en lo hecho hasta ahora, esa perspectiva luce razonable. Dan crédito al optimismo las particulares características del emprendimiento, el carácter innovador de la técnica allí empleada y la significación que durante décadas tuvo su producción en el mundo, la continuidad de uso hasta años recientes y la consecuente conservación de su estructura básica, y muy especialmente la visión y el trabajo de quienes apostaron a su mantenimiento y recalificación. Una prevención con la que el mismo Casanelles se encargó de marcar: el proceso de "santificación" de UNESCO supuso un plazo no menor a cinco años, y el éxito de una propuesta que se necesitó ser formalizada de modo adecuado, y que dependió esencialmente de lo que hicimos los fraybentinos en particular y los uruguayos en general. Esto es, que no bastaba con tener una herencia que se valore alto; hubo que precisar cómo manejarla, definir claramente objetivos y procedimientos, y hacerlos compatibles con los recursos disponibles. Hubo que asegurar y demostrar que ese capital social llamado Pito del Anglo  ofrece un retorno cultural y económico basado en un plan integral de gestión a mediano plazo. Así el paisaje industrial fraybentino alcanzó el honor de ser nuestro segundo patrimonio de la humanidad, como ya lo había sido antes Colonia del Sacramento.”
Nery González, arquitecto, experto en temas del patrimonio.

Primer piso del Museo, donde se ubica
la antigua administración británica.
(René Boretto)
Museo de la Revolución Industrial
Es el pionero uruguayo de la materia, fundado por René Boretto Ovalle, funcionario municipal especializado en arqueología industrial, que en 1990 puso en práctica una propuesta turística y cultural: el circuito de las vacas.
Funciona en el que fuera galpón principal del antiguo saladero y frigorífico. Una sólida estructura de dos pisos –de 540 metros cuadrados cada uno– construida por el ingeniero Giebert en 1872 con hierro, piedra y pinos gigantes de la selva paraguaya que todavía se pueden oler. La planta baja está organizada como una exposición viva de objetos y referencias arqueológicas de la Liebig (1863—1924) y del Anglo (1924—1971). 
—"Más que una muestra de máquinas, herramientas y productos, es un homenaje a miles de mujeres y hombres que participaron de una epopeya irrepetible", evoca Boretto, en la actualidad retirado de la dirección del museo.
—La planta alta, inaugurada el 29 de julio de 2004, evoca el modelo original de la Oficina de Administración y Gerencia. Es un ambiente tan real que uno tiene la sensación de que los empleados no están allí porque salieron a almorzar y regresan dentro de un rato.
—René Boretto Ovalle nació en Fray Bentos, el 20 de mayo de 1947. Desde joven realizó investigaciones arqueológicas en el río Uruguay, con asesoramiento y adhesión de universidades extranjeras. Ha participado en trabajos de campo en el litoral binacional con técnicos de la UNESCO.
—Integró equipos académicos del Instituto Anchietano de Pesquisas de Sao Leopoldo, Universidad Nacional de La Plata, Universidad Nacional de Cuyo, Universidad Nacional de San Juan y el Smithsonian Institution de Washington. —Su penúltimo aporte cultural es una biblioteca electrónica sobre su departamento, publicada en la dirección www.rionegrotodo.com.
—Es miembro corresponsal del Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial y redactor responsable del diario electrónico Patrimonio Industrial Iberoamericano, que comparten miles de expertos de todo el mundo.
—Al museo llegan cada año más de 10.000 mil personas, en su mayoría interesados en el patrimonio industrial y turistas europeos: británicos, alemanes, españoles, franceses y belgas. 
"Muchos lloran frente a las vitrinas y dejan escrito en el libro de visitas que se reencontraron aquí con sus padres y abuelos", suele contar Diana Cerrilla, una experimentada guía quien también es hija de obreros del Anglo.

Fray Vento
—Augusto Hoffmann, Manuel José Errazquin, Ricardo Bannister Hughes y Santiago Lowry fueron comerciantes y hacendados, orientales y europeos, dispuestos a sacudirse el voraz centralismo de Buenos Aires y Montevideo.
—Ellos siguieron la huella del vasco francés José Hargain, instalado desde 1857 en la desembocadura del arroyo Laureles. Al año siguiente formaron una sociedad comercial que adquirió tierras en los alrededores del casco de la antigua estancia Nuestra Señora de las Mercedes del Fray Vento, y construyeron las primeras dársenas de un bello puerto de mar, en las aguas más profundas del río Uruguay.
—El 16 de abril de 1859 fundaron la Villa Independencia, como centro urbano utilitario para sus proyectos agropecuarios.

(Archivo Conrado Hughes)
Hughes
—Fue un emprendedor de los albores fraybentinos, de fuerte influencia en ambos lados del Río de la Plata y del Uruguay.
—El rico empresario, nacido en Liverpool el 27 de mayo de 1810, fue el primer impulsor de lo que hoy se conoce como Hidrovía, con sus memorables viajes entre Buenos Aires y Asunción, a través del río Paraná.
—Escribió un Diario de Viajes, muy ameno y documentado, en el que contaba sus peripecias fluviales a bordo de un bergantín de 16 toneladas de capacidad y nueve pies de calado.
—En invierno de 1841, Hughes y sus compañeros abrieron una vía comercial —con permiso de Juan Manuel de Rosas— luego utilizada para el envío de mercadería hacia la mesopotamia argentina.
—Amante de la literatura y amigo de los principales escritores de su época, uno de sus pasatiempos era la lectura e interpretación bilingüe. Por pedido expreso del argentino José Hernández, tuvo el honor de ser el primer traductor al inglés del Martín Fierro.
—Ricardo Bannister Hughes falleció en Paysandú, el 29 de setiembre de 1875.

Exctractum Carnis
"Difícilmente haya experimentado nunca una satisfacción más grande que cuando recibí la carta de Mr. Giebert en la cual me anunciaba que había enviado a Europa los primeros resultados de la fabricación del extracto de carne. La primera muestra llegó pocos días antes a Múnich y debo decir que en calidad aún excedió a nuestro cálculo, si tomamos en cuenta que fue producido con carne de vacunos casi silvestres. Mr. Giebert expresó el deseo de que el extracto de carne fuera designado con mi nombre Exctractum Carnis Liebig y como había sido preparado de acuerdo a método ideado por mí, accedí a tal solicitud."
Carta de Liebig a Pettenkoffer, de principios de 1863.

LEMCO
—El primer directorio de la firma anglo–belga estuvo integrado por Emmanuel Boutcher (Boutcher, Mortimore & Cia), Charles Günther (Cornelle David & Cia de Londres), Irineú Evangelista de Souza, Barón de Mauá (London Brazilian & Mauá Bank), Otto Gunther (presidente de la Cámara de Comercio de Amberes, cónsul prusiano y socio de Könings & Günther) y Félix Grisar (F. & G. Grisar Brookers, de Amberes).

Calle principal del Frigorífico Anglo
que finalizaba en el puerto.
(René Boretto)
Gelatina
—El diario montevideano El Siglo, en su edición del 5 de mayo de 1865, se refiere al extracto de carne.
"Un amigo llegado ayer de Fray Bentos nos ha favorecido con estos curiosos datos sobre la fabricación de gelatina en el valioso establecimiento que en dicho pueblo posee una sociedad industrial alemana. Un animal vacuno queda reducido a nueve libras de aquella sustancia, la cual se vende a dos patacones y medio cada libra… Por medio de máquinas especiales a vapor, saca mayores ventajas de los huesos, reduciéndolos a un polvo finísimo, el cual se vende muy bien en Inglaterra, donde se mezcla con la harina para aumentar el peso de las galletas y hacerlas más alimenticias."
—El Times londinense en artículo fechado el 27 de octubre de ese mismo año, informaba: "El profesor Liebig describió el proceso por el cual el extracto de carne de vacuno y ovino puede ser preparado sin que se pusiese rancio ni enmohecerse, inclusive permaneciendo largo tiempo en atmósferas cálidas y húmedas. Una libra de esta gelatina soluble puede transformarse en el equivalente de 30 veces su peso en sopas… Si es servido con trocitos de pan, papas y un poquito de sal, es suficiente para hacer caldo para 128 hombres que obtendrán una fuerza que ni alimentándose en los mejores hoteles."

Estrella patronal
—Hacia 1880 la Liebig creó una institución musical y de enseñanza instrumental, destinada a los obreros del saladero y a sus hijos, que dio origen a la Sociedad Musical La Estrella, fundada en julio del año siguiente como entidad social. Tanto los profesores como los instrumentos, la vestimenta y demás necesidades del grupo, eran solventados por la empresa.

Casa Grande o de los Gerentes.
Casa Grande
—Construida hacia 1868, en la principal altura de la zona adyacente a la fábrica, era la residencia del ingeniero Georg Giebert y luego fue la vivienda de los gerentes.
La mansión está organizada en tres sectores. Al centro se ubica la histórica construcción de la familia Giebert, que disfruta de una vista dominante sobre todo el company town y el río Uruguay. En un lateral está el albergue de visitas, completado en 1890, y en el otro, un núcleo de dependencias para personal y actividades de servicio.
—Detrás de la casa, en un desnivel escalonado que se previó desde un principio, fue creado hacia 1903 un parque estilo Versailles con más de medio centenar de especies exóticas, cuya diagramación cambió por el crecimiento de grandes árboles y arbustos.
—Aquel mismo año comenzó a funcionar el viceconsulado de Alemania en Uruguay y luego el de Gran Bretaña en el Río de la Plata. El primer vicecónsul germano fue Otto Günther, que permaneció allí hasta 1915.
—Estaba rodeada por un campo de golf, una cancha de tenis, una zona de picnic y por el Anglo Club Social, el chuping para los mordaces criollos. No obstante, la zona ejecutiva no quedaba apartada del barrio obrero, en clara demostración del paternalismo industrial de aquel tiempo.

Antigua oficina administrativa
de Anglo Company Town.
Ranchada
—El company town del Anglo está conformado por la planta fabril, su puerto, la zona de residencia de gerentes, con sus instalaciones asociadas, y el barrio obrero.
—En total son 630.000 metros cuadrados sobre la costa del río Uruguay. La utilización del terreno fue progresiva y siguió diversas pautas condicionadas por el crecimiento de la productividad y las necesidades de expansión, en primera instancia para la industria y posteriormente también para el alojamiento de ejecutivos, técnicos, operarios y servicios.
—En junio de 1885, la Liebig aceleró la construcción de los primeros veinte "cuartos", planificados para inmigrantes que venían solos a probar suerte. En esos edificios comunitarios ubicados a la entrada del establecimiento —un sector que por entonces se llamó "pandilla" —eran alojados en grupos de treinta empleados según sus actividades: ingeniería, playa, fábrica de extracto, molienda, estiba portuaria, bomberos.
—Aunque el barrio quedó configurado hacia 1892, hubo una segunda etapa a partir de junio de 1889, con la construcción masiva de la "ranchería" y la definitiva profesionalización de una empresa obligada a construir un lugar físico para la Administración y servicios conexos.
—Después de la última ampliación, que data de 1906, casi no hubo cambios en el formato y aspecto original del barrio de casi 200 viviendas que llegó a albergar a más de 1.500 personas. Pese a algunas demoliciones y modificaciones de planos, el Barrio Anglo se mantiene como patrimonio de la memoria colectiva de Fray Bentos. Los vecinos aún le llaman la "ranchada".

Seis a cero
—En 1905 fue creado el equipo de fútbol de la Liebig, con empleados y obreros, en su mayoría extranjeros, que por entonces jugaban un deporte casi desconocido en Fray Bentos.
—Según una leyenda popular esos pioneros participaron en el primer partido internacional que se disputó en el litoral, contra la tripulación de una balandra inglesa surta en el puerto.
—El resultado: estrepitosa goleada a favor de los locatarios. Liebig Football Club fue antecedente directo del actual Club Atlético Anglo, la más popular institución futbolera rionegrense.

Figurina, sammelkarten
Postales de Liebig que recorrieron el planeta.
—Hacia 1870 el francés Jean Beaucicault comenzó a utilizar la publicidad gráfica, en afiches y revistas. La Liebig fue la primera en adoptar el novel sistema. Sus ejecutivos diseñaron una estrategia de promoción, basada en series de tarjetas coleccionables, de gran calidad gráfica e interesante contenido, que podían ser juntadas y pegadas en álbumes.
—Con motivos muy variados y atractivos colores, eran obsequiadas en boticas y comercios donde se vendía el extracto de carne. En cada país había una versión traducida: sammelkarten en alemán, figurina en italiano. A lo que se sumó la distribución de cartas de menú en restaurantes, con recetas culinarias impresas, que se editaron durante un siglo hasta 1975.
—Existen 1.866 series, que suman más de 7.000 ejemplares, consideradas las variantes nacionales, según catálogo del Museo Liebig de Giessen.
—Cuando el Anglo cerró, decenas de miles de coleccionistas solicitaron que continuara la edición. Reyes, príncipes, científicos, políticos, intelectuales, actores, deportistas, de todo el mundo, disfrutaban intercambiando aquellas tarjetas y etiquetas, que aún son vendidas en las más exclusivas casas británicas de remate.

Tanque fraybentino
Tanque FB-II, trofeo de guerra, Berlín 1917.
—Era una calurosa tarde de agosto de 1917. Los aliados se preocupaban por las noticias que venían desde el frente, con los alemanes en pleno ataque contra la frontera de Francia y Bélgica.
—Los tanques ingleses, recientemente integrados a la parafernalia de guerra, daban una gran esperanza; podrían pasar por encima de las trincheras y quitar terreno al enemigo.
¡Señores, será esta nuestra División de Tanques F! Cada uno tendrá su número, pero si desean colocarle un sobrenombre... ¡qué comience con F! –ordenó un general a la tropa lista para entrar en batalla. Los muchachos del F—41 se miraron entre sí y clamaron sonrientes: —¡Fray Bentos! —¡Por qué ahí adentro te sientes como la carne enlatada que comemos todos los días!

No uno… dos
—En la batalla de Ypres, de ese mismo 1917, la hazaña vistió de gloria al F—41, un tanque de catorce toneladas de peso y una velocidad de tres millas por hora. Fue tanto el empeño de sus tripulantes por tomar la delantera que cayó en una trinchera alemana, y allí quedó sesenta horas bajo fuego enemigo. De los nueve soldados, sólo uno murió y todos fueron condecorados, aunque el vehículo quedó inservible.
—Su gemelo, el Fray Bentos II salió a la palestra en agosto de 1918 y fue valiente su accionar en Cambrai. En noviembre fue capturado por los alemanes y en Navidad de ese año, bajo la nieve de Berlín, fue paseado orgullosamente como trofeo de guerra ante el Kaiser Guillermo.

Monumento a la Exposición
Mundial de París 1885.
(Gobierno de Río Negro)
Made in Uruguay
"¿Fray Bentos es una ciudad sudamericana? Pero, si es la marca que más recordamos y queremos los británicos. Mi madre me mandaba al mercado a comprarla y con el contenido de aquellas latas maravillosas hacía nuestros platos preferidos." Fue la sorprendente confesión de Jeremy Lake, inspector de la Comisión de Edificios Históricos y Monumentos de Inglaterra. El alto funcionario gubernamental supo, en setiembre de 2005, que se pasó la vida comiendo un enlatado de nombre uruguayo.

Como un té
"En épocas de racionamiento abrir una lata de corned beef era una verdadera ceremonia. Como la del té para los japoneses. Recién se abría cuando estábamos todos en la mesa. Y vaya que nos costaba hacerlo. Era como romper algo mágico." Así evocaba su niñez en guerra un ex embajador británico en Montevideo.

En el pecho
¡Que Fray Bentos te haga tan feliz como me hizo a mí! —le dijo la madre al ingeniero que venía a trabajar a la planta procesadora de celulosa de la ex Botnia, actual UPM.
¡Pero si tú nunca estuviste allí! —la respuesta fue suficiente para que ella, lagrimeando, volviera a su niñez en la Segunda Guerra Mundial.
—Cuando sonaban las sirenas que anunciaban los ataques nazis, todos debíamos correr hacia los refugios, siempre con una lata de Fray Bentos en la mano. —Si el tiempo no nos daba para salir de casa, igualmente debíamos escondernos debajo de la cama... pero siempre con la latita de Fray Bentos pegada al pecho, junto al corazón —evocaba con emoción la británica que poco tiempo atrás despidió a su hijo que venía a la ciudad que nunca conoció, pero que siempre amó.

La chimenea
El entorno actual del Anglo.
—Es patrimonio histórico y entrañable símbolo de Fray Bentos, inaugurada el 13 de julio de 1906. La estructura de ladrillos de 43 metros de altura marcaba el ritmo de la población con el inconfundible "Pito del Anglo", un reloj vital que llamaba a miles de obreros que, en la década de 1940, pedaleaban o caminaban hasta el portón del frigorífico.
Niños, a lavarse las manos que ya llega papá a almorzar —era la orden materna tras el silbato que se adelantaba al mediodía, desparramado a veinte kilómetros a la redonda. La sirena anunciaba los turnos de 7 AM, 11 AM y 5 PM.

36
A esta ciudad la hicieron los obreros —afirmaba Norbeto Bordolli, nacido en el Anglo, nieto, hijo y padre de empleados del frigorífico, fallecido a los 86 años en el barrio. —Aquí éramos todos iguales. Un inglés vivía al lado de mi casa, pero adentro de la fábrica eran los patrones y había que obedecer calladitos —–evocaba, mientras sus ojos repasan, una vez más, el grupo de sombrías construcciones que se elevan al cielo, dominadas por una silueta gigante.
—Es un edificio extravagante, formado por una nave central, con techo a dos aguas y mamparas de cristal en sus flancos. Tiene dos alas laterales rematadas por falsas torretas, erizadas de altas chimeneas, y en su inmensa fachada se abren infinitas ventanas.
¿Recuerda, Norbeto, las secciones de esta planta? –fue el desafío del visitante que lo encontró por casualidad, cuando ambos llegaban a la mole de siete pisos. –¡Por supuesto, de memoria y sin parar! —advertía el lúcido anciano, al tiempo que señalaba cada lugar:
—1) Embretadores 2) Playa 3) Matadero 4) Tripería y menudencia 5) Cueros 6) Grasería (grasa industrial) 7) Óleo (grasa comestible) 8) Cámara Fría (camarita de carne) 9) Picada y Depostada 10) Conserva y Envasado 11) Pintada (de tarros y envases) 12) Latería Mecánica (elaboración de tarros) 13) Muelle de Embarque 14) Patio (limpieza de la suciedad de carga) 15) Vigilancia. 16) Varios (limpieza general) 17) Subproductos. 18) Curtiembre. 19) Tonelería. 20) Hilandería y Tejido. 21) Aserradero y Cajonería. 22) Taller Mecánico. 23) Electricistas. 24) Máquinas y Calderas. 25) Fiambrería. 26) Jabonería. 27) Frutas, Verduras y Dulces). 28) Lavadero. 29) Clasificación de huevos. 30) Oficina Central. 31) Oficina de Personal. 32) Inspección Veterinaria. 33) Almacenes. 34) Despacho de productos comercializados en el país. 35) Pesadores. 36) Veterinarios.
¡Cómo olvidarlas! –comentaba Bordolli, con resignación. —Si aquella era otra cosa... ¡otra vida! —así se despidió y siguió solo su diaria caminata.

El sindicato
Refrigerador del Anglo, el más grande del mundo.
—Creado en 1942, en la memoria colectiva de obreros y empleados queda su decisivo papel en la fijación de salarios y en la mejora de las condiciones de trabajo.
—Muchas de las tareas que se realizaban revestían peligro, como aquellas de las cámaras frías o el manejo de cuchillos. Otras eran insalubres, como la latería mecánica, por el desprendimiento de gases del plomo que provocaba saturnismo.
—"Siempre dije, porque lo viví en carne propia, que los ingleses vinieron acá a explotarnos, no vinieron a beneficiarnos", recordaba en 2006 el histórico dirigente Lenin Contreras.
—"Antes del gremio se decía que el Anglo era una república aparte. No existían leyes de trabajo para las mujeres, ni para menores, ni horas extra, ni descansos, ni protección por trabajos insalubres. Allí no se acataban las leyes laborales. Costó muchas huelgas, muchas amarguras, hasta que fuimos ganando derechos", contaba el emblemático activista sindical fraybentino.
—El gremio marcó presencia mientras el frigorífico funcionó a pleno —llegó a estar afiliado más del 80% del personal— pero tuvo también un papel decisivo cuando se vislumbró el cierre. Las marchas a pie a Montevideo, fueron memorables, para el movimiento sindical y para la ciudad. "Se luchó y se luchó, pero no pudimos evitar lo inevitable", evocabaa Contreras con un reiterado gesto de amargura.

Los búlgaros
—El origen de los trabajadores casi siempre indicaba la especialización dentro de la planta. Aquellos llegados de climas más inhóspitos se consideraban resistentes y adaptables a las condiciones más duras. 
—Camarista era un oficio, dentro de la cámara fría, que cuando usted respiraba el aire se congelaba. "Entraban solamente los búlgaros", todavía rememoran antiguos empleados. 
"¿Sabe qué comían los búlgaros? Cebolla con pan, para poder hacer plata. Venían escapados de los nazis. La cebolla los inmunizaba y no les entraban las enfermedades. Claro que con el tiempo se acostumbraron a la carne, y después comían cebolla muy de vez en cuando", aclaraba el anónimo en 2005, con una sonrisa.

Duartov

—El portón del frigorífico, puesto por el ingeniero Giebert, era el punto de llegada donde todos los días se formaban colas para pedir trabajo. Allí los capataces eran dueños del destino de cientos de aspirantes.
—Los veteranos todavía cuentan la anécdota del younguense Juan Duarte, un peón que se pasó semanas yendo, sin suerte.
—¿Usted, cómo se llama? —le preguntaba cada mañana un reclutador. —¡Duarte, señor! —contestaba seguro, el hombre que siempre quedaba afuera. Así fue, hasta que se dio cuenta que preferían a gente de apellido extraño: Sautov, Andonov, Popov.
—Dejó pasar unos días. Una mañana se acercó, para pedir aunque sea una changa. —¿Usted, cómo se llama? —le preguntó un capataz. —¡Duartov, señor! —fue su rápida respuesta. El younguense Juan Duarte trabajó, como camarista de frío por más de treinta años.

Testigo
—"En mi larga experiencia como gestora del patrimonio, jamás había visto un testimonio de la industria de la alimentación tan mantenido y con tanta jerarquía", confesó Gracia Dorel Ferré, directora del Sector Textiles y Industria de la Alimentación del TICCIH. La arqueóloga francesa, estuvo en setiembre de 2007, para apoyar la pretensión uruguaya de que el complejo Liebig—Anglo sea declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO.

Edgerton
—Silencioso, conmovido, íntimo. Fue el gesto que dominó la última caminata por Fray Bentos, en una visita reciente, del catedrático de Historia de la Tecnología en el Colegio Imperial de Londres, fundador del Centro para la Historia de la Ciencia, Tecnología y la Medicina.
—No era solo por pasión académica. El autor del libro The shock of the old —una obra revolucionaria, traducida al español como Innovación y Tradición: Historia de la tecnología moderna— conoce como pocos este patrimonio. David Edgerton es uno de los historiadores ingleses más referidos de la actualidad. Nacido el 16 de abril de 1959, en el Hospital Británico de Montevideo.
—El eminente investigador dijo del company town del Anglo: "Es un lugar maravilloso, que ilustra no solo la historia universal de la industria moderna, mezcla siempre de lo que parece ser nuevo y antiguo, sino también esa especial combinación entre lo inglés y lo uruguayo que yo también siento." Su padre fue director técnico de una empresa de papeles y películas fotográficas, en las décadas de 1950 y 1960.

Carne breve
El Anglo en la década de 1960.
—En 1868 los ingenieros del saladero Liebig diseñaron y construyeron la primera bomba hidráulica de compresión instalada en el país.
En 1869 se iniciaron los estudios para producir extracto de café, antecedente del café instantáneo. La tarea fue supervisada por Liebig en Múnich y continuada por uno de sus alumnos: Henri Nestlé.
—Entre fines de 1869 y principios de 1870, se realizaron los primeros experimentos para fabricar leche condensada y huevos disecados. Al mismo tiempo era lanzado un proyecto de elaboración de albúmina de sangre.
—Para cooperar con el ejército alemán, en Fray Bentos se intentó fabricar nitroglicerina como subproducto especial de la gordura de carne. Fue un plan secreto que no se concretó por falta de resultados.
—En 1872 el médico y químico C. Kemmerich estudió las cualidades y usos sanitarios de la yerba mate. Poco después remitió las muestras para que colegas alemanes estudiasen los "efectos psicológicos" de la infusión.
—El primer barco con sistema de frío del mundo, Le Frigorifique, realizó su viaje inicial con productos de la Liebig, en marzo de 1873.
—El fogón de la estancia La Pileta nunca se apagó, en más de un siglo. Hasta allí llegaban los troperos, arreando miles y miles de vacunos procedentes de las haciendas de la compañía.
—El nombre de Fray Bentos fue de los primeros en llegar a la luna. El imaginativo Julio Verne, cuando describió la dieta de sus viajeros en la novela Autour de la lune, hizo que sus astronautas bebieran un sustancioso caldo hecho con extracto de carne.
—Más de dos centenares de productos surgieron de la agroindustria uruguaya, cuando Fray Bentos gozaba de un prestigio incomparable, como Cocina del Mundo.
—El acorazado nazi Admiral Graf Spee, hundido luego de la célebre batalla del Río de la Plata, llegó a estas tierras con una misión estratégica: interrumpir el abastecimiento de carne enlatada para las tropas aliadas en la Segunda Guerra Mundial.
—La película Gallipolli, de 1981, dirigida por Peter Weir y protagonizada por Mel Gibson, muestra la estiba de corned beef de Fray Bentos en un puerto británico y una lata del producto que alimentó a los soldados australianos, neocelandeses y británicos.

BIOS 
Georg Christian Giebert
—Fue un inmigrante alemán que arribó a tierras sudamericanas en busca de aplicar sus conocimientos y de conseguir fortuna. Primero pasó por Brasil, contratado para construir rutas y vías férreas, pero por cartas de compatriotas radicados en el Río de la Plata, comprendió que aquí estaba su oportunidad. —Estuvo en Buenos Aires y en Montevideo, cuando buscaba un lugar para la explotación industrial del extracto de carne de Liebig. Lo intentó en el Paso Molino, por entonces zona rural, y estuvo a punto de promoverlo ante la Farmacia Real de Munich. Pero, sus coterráneos, los hermanos Hoffmann, lo llevaron a las Puntas de Fray Bentos, donde encontró excelente materia prima vacuna y ovina.
—Georg Christian Giebert murió en marzo de 1874, once años después de fundar la mayor empresa agroindustrial de su tiempo. Un diario local, El Independiente, informaba: "Desde que estamos en este pueblo, no hemos presenciado un acto más solemne, ni una manifestación más popular. El sitio, las severas ceremonias del tipo protestante, los fúnebres acordes de la música, la triste armonía de los salmos cantados por unos cuantos caballeros alemanes, impresionaba profundamente el espíritu."
—Dos médicos, P. Hartiny y C. Kemmerich, embalsamaron el cuerpo. El ataúd fue llevado por el vaporcito Metta, desde el puerto de Fray Bentos a la fragata Strassbourg, propiedad de la Liebig, que lo repatrió a su Hamburgo natal.

Justus von Liebig
Liebig, pionero de la química orgánica.
—Nacido el 8 de mayo de 1803, en Darmstadt, el fundador de la Química Orgánica fue hijo de un modesto droguero y fabricante de colorantes y pinturas.
—Mientras estudiaba en el secundario, sin mayor brillo, trabajaba en una farmacia de Oppenheim. A los 16 años era un persistente lector de tratados de Química, al tiempo que realizaba experimentos autodidácticos, que le valieron el despido por un explosivo accidente.
—Lejos se rendirse, se inscribió en la Universidad de Bonn, donde conoció al gran maestro Kesterner, que vio sus condiciones y su vocación y lo llevó al Instituto de Erlangen. A los 19 años era el más joven doctor en Química de la historia alemana, admirado por sus compañeros, respetado por sus profesores y por el Gran Duque de Hesse, que le otorgó una beca en París. Su gran amigo, el viajero, geógrafo y científico Alejandro Humboldt, le presentó al eminente Gay Lussac, que lo contrató para su laboratorio pero no consiguió que permaneciese mucho tiempo.
—De retorno obtuvo una plaza como profesor en la Universidad de Giessen, una pequeña institución, que a partir de su seriedad, respetabilidad y talento innovador pasó a ser un referente académico de la ciencia europea. Acompañado por sus alumnos —Hoffmann, Wiess, Fresenius, Playfair, Gregory, Johnston— dio a luz su método de análisis orgánico y su modelo de simplicidad, aún vigentes sin cambios.
—En 1842 publicó su Química Animal o la Química aplicada a la Fisiología y la Patología, en la que demuestra la relación bioquímica entre la conservación de la salud y los elementos que da la tierra para alimentar a los animales, y al hombre.
—Desde entonces se dedicó a buscar una solución a la hambruna que devastaba a las ciudades, provocada por un incontrolable aumento poblacional y la pobreza —a causa de la explotación industrializadora—, y paradójicamente, por las guerras que mataban a millones pero dejaban a más sin posibilidades de sustento.
—En el laboratorio pudo demostrar que tanto la carne como la hierba contienen los mismos elementos nutritivos: carbón, oxígeno, nitrógeno e hidrógeno con sulfuro y fósforo. Así confirmó su hipótesis de que las albúminas vegetales juegan el mismo papel en la nutrición de animales carnívoros y herbívoros. Ese fue el tema de más de 300 monografías.
—En 1850 obtuvo una cátedra en la famosa Universidad de Heidelberg, dos años después creó la Farmacia Real de Múnich, y en 1854 fue nombrado barón por Luis II de Hesse Cassel.

Espejos, comidas y polvos
—Liebig fue un notable teórico, pero, con un espíritu práctico que le llevó a concebir soluciones a problemas concretos. He aquí algunos de sus descubrimientos:
Espejo de plata. Fue una innovación del tradicional espejo de mercurio que causaba muerte por intoxicación a los obreros que lo fabricaban.
Comida para bebés. Compuesto químico de base orgánica diseñado para sustituir a la leche materna.
Infusión de carne. Sustancia reconstituyente para enfermos que no podían alimentarse.
Polvo de hornear. Sustancia química de doble acción para mejorar la fabricación del pan. Un alumno suyo, Horsford, se hizo millonario tras venderle la fórmula a la Armada de los Estados Unidos.
Aleación hierro—niquel. Metal resistente a la corrosión, predecesor del actual acero inoxidable.
—Superfosfato. La fórmula original del actual fertilizante fosfatado.
Clorhidrato, Cloroformo y Pyrogalol. Tres componentes vegetales extraídos y sintetizados por Liebig. El clorhidrato es un soporífero, el cloroformo un anestésico y el pyrogalol un agente revelador en fotografía.

Extracto de carne
—Para llegar al concentrado alimenticio más consumido en la historia de la humanidad, Liebig introdujo carne picada en una batea rodeada hasta la mitad por una camisa de vapor.
—La relación era de 1.800 kilos de carne por 1.800 litros de agua. En otras bateas reproducía la acción de los caldos resultantes que cada vez eran más espesos y con más concentrados de creatina, el elemento que contiene el sabor, la nutrición y estimulación de las funciones gástricas de la carne. —Mediante filtros—prensa era depurado al vacío y desgrasado, hasta pasar a una etapa final que le otorgaba 18% de humedad para su consistencia y apariencia previo al envasado.
—En principio la Farmacia Real ofrecía el producto como medicina reconstituyente para enfermos, convalecientes y desnutridos, pero pronto se dieron cuenta que era un alimento que podía ser industrializado.
—En su libro Cartas familiares de un Químico avisoró la explotación del extracto de carne y mencionó que América del Sur, México o Australia, podían ser los mejores sitios para conseguir la materia prima. Ese texto animó al ingeniero Giebert, que le propuso una factoría en Fray Bentos.
—Justus von Liebig falleció el 18 de abril de 1873.