sábado, 11 de abril de 2009

Entrevista con Corín Tellado (1927–2009), la escritora de habla hispana más vendida y leída del mundo

El amor tiene cara de mujer


Admirada y criticada, se
llevó consigo un récord
editorial inigualable: más
de 500 millones de
ejemplares vendidos.
Falleció el 11 de abril de
2009, en Gijón, a punto

de cumplir 82 años.
(Alex Zapico)
Gijón. Asturias. Donde nace la calle Marqués de San Esteban hay una proa de otro mundo, dominadora de la playa artificial creada sobre los que fueron antiguos astilleros vencidos por la crisis industrial europea de 1980. Allí, frente a la franja costera de Poniente, sobre el Cantábrico, vivía María del Socorro Tellado López. La señora del seudónimo célebre vino al mundo en Viavélez, un puerto pesquero del concejo asturiano de El Franco, tan occidental que casi se cae en Galicia. Su primera historia de cien cuartillas, Atrevida apuesta, fue publicada por Bruguera hace más de seis décadas. A lo largo de una carrera de «profesional de los rollos sentimentales» –tal como ella se presentaba– la crítica ha sido impiadosa con su calidad literaria. «Reina absoluta de la trama barata.» «Monstruo de la literatura de consumo.»  «Prócer de la infranarrativa.» Las más terribles advertencias fueron desoídas por insensatos lectores que todavía devoran su producción de cinco mil novelas, que muchos aún llaman «de un duro», por su antiguo precio de cinco pesetas. Su particular universo narrativo se mueve alrededor de mujeres bellísimas que son disputadas, siempre entre la bruma de los atardeceres, por galanes heroicos y villanos intratables. El Libro Guiness certifica, desde 1994, que ha vendido (bastante) más que 500 millones de ejemplares, solo superados por la Biblia y Cervantes. Pocas hispanoamericanas de mediana edad pueden afirmar, sin mentirse, que jamás se emocionaron con su pluma «rosa»; ni siquiera las que invocan su «machismo retrógrado y franquista». Glamour, exotismo, sensualidad y un final feliz: atributos indelebles de la firma «más querida y más odiada de España».

Publicada en El País Cultural, de Montevideo, 11 de mayo de 2007.

http://www.elpais.com.uy/Suple/Cultural/07/05/11/cultural_279879.asp


Corín, qué lejana parece Atrevida apuesta, su primera novela, luego de tanto tiempo, de tantas controversias, de tanto éxito.
La escribí de niña, cuando era un trasto (revoltosa) y aquí se dice que los niños trastos despuntan luego en algo importante. No me preguntes cuánto tiempo hace, ¡porque la guardé en un cofre secreto! Una tarde me animé. Le leí unos párrafos a mi hermano, que estaba enfermo. Pero, desilusión, me dijo que no le gustaban. Como buena asturiana, en lugar de encogerme, me dieron más ganas de seguir escribiendo para demostrarle que no era una tontería. A los dieciocho, cuando vivíamos en Cádiz, se la llevé a un editor que también tenía librería. Dos semanas después (cuando estaba a punto de colocarse en una tienda para hombres) me la pidieron de Bruguera. Era una historia de marinos, porque todos en mi familia lo eran. Salió publicada el 12 de octubre de 1946, y ya lleva 36 ediciones. Me dio una ganancia inicial de 3.000 pesetas de la época y firmé contrato con un salario de 1.600 mensuales, que tres años después fueron 28.000. Al principio no fue fácil hacer una novela corta cada semana. Pero era la hija de Tellado, el maquinista naval; creo que eso me dio ánimo y también me ayudó aquí en Asturias. Pobrecillo, murió en 1945 sin saber que su Socorrín iba a llevar su apellido por todo el mundo. Empecé ganando mucho más que lo que él había ganado; pero hubiese sido muy feliz porque no era machista, como la mayoría.
De charla con Corín Tellado
en la  confitería Central,
de Begoña y Corrida, Gijón.
(Alex Zapico, 2007)

Aquella primera historia parece osada para una época de censura implacable.
Era una apuesta atrevidísima. Puse besos, donde nadie los ponía. Hay mujeres que me encuentran ahora y me dicen que me quieren mucho; que les descubrí una vida que no era la suya. La escribí tal como la pensé y todavía sigo preguntándome de dónde saqué todas esas ideas. El cineasta José Luis Garci en alguna ocasión me preguntó: ¿Cómo pudiste poner en aquella época, trajes de noche, aperitivos, champagne, caviar? ¿De dónde sacabas todo aquello? Simplemente lo sabía; era muy joven y leía mucho. Antes de la Guerra (Civil Española) leía a Dumas y los clásicos franceses, me encantaban Henry Miller y Oscar Wilde, y adoraba a Miguel Delibes. Pero gozaba con Pedro Mata, que era novela erótica. No es raro que escriba como escribo.

¿Cuánto hay de personal en sus argumentos?
Apenas fue un trabajo, porque nunca han sido autobiográficas. Siempre describo gente de la alta sociedad, rodeada de lujos. No es mi caso, soy la hija de un marino. ¿Sabes? Sólo una vez escribí una novela que transcurría en un entorno muy pobre, donde todos eran pobres, y nunca me la publicaron. A mí me gusta el lujo, escribirlo, vivir bien yo y los demás. Me meto en el personaje pero nunca escribo sobre mí; ni siquiera sobre mi estado de ánimo. Puedo narrar la escena más erótica que te puedas imaginar y estoy sentada en el despacho de mi hijo, con las rodillas tapadas con una manta y tomando un chocolate. De hecho Julio Verne nunca salió de casa y ya ves que en sus libros imaginaba cohetes y submarinos.

¿Jamás vivió alguna de sus historias?
Mis novelas no son reales. Me encanta narrar sobre matrimonios que se llevan bien. Mujeres que consiguen la felicidad plena. Hombres que no son machistas. Algo muy difícil de encontrar en Asturias, en España y en el mundo. El hombre que más amo, mi hijo Domingo, es muy bueno, pero un poco machista. Cuando hablo de machismo, me refiero al hombre que no disfruta con el éxito de su compañera, aquél que siempre quiere tener la última palabra y que no comparte lo peor que tiene la vida: las tareas domésticas. Ni mis (nietas) gemelas estarán liberadas totalmente porque las leyes las hicieron los hombres.

Corín en la céntrica calle Begoña,
antes de desmejorar definitivamente
de una enfermedad que la mantuvo
alejada del mundo por más

de dos años, hasta su muerte.
(Alex Zapico, 2007)
Es tan criticada por sus mujeres acartonadas y superficiales, y por su machismo, que no la imaginábamos feminista.
¡Ay, los sexos! Creo que nos parecemos bastante: ustedes tienen su papel y nosotras el nuestro. ¡Nosotras parimos y ustedes mean contra la pared! (se ríe a carcajadas, se toma la cabeza y luego hace un breve silencio). No soy feminista, porque no estoy en contra del hombre; y ellas siempre están brincándoles encima. Pero soy consciente de las arbitrariedades y las desigualdades, porque yo las sufrí en mi carrera y en mi vida. Algún día la mujer tendrá el mismo peso que el hombre. Mientras, ¡yo hago varones estupendos!
No soy feminista, pero soy libertaria sin llegar al extremo y sin frivolidades. No escribo novelas románticas. Soy positiva y escribo novelas de sentimientos, que no es lo mismo. Mi vida no fue romántica. Era algo imaginable. Nunca fui endeble, ni etérea. Por el contrario, soy de carácter fuerte, hasta insoportable. Me casé (a los 32) cuando las niñas españolas eran entregadas antes de los 20 como esposas, mantenidas y sometidas. Me separé poco después (a los 35). Fui la primera mujer de la que se tiene noticias que abandonó su casa. Me llevé a mis críos conmigo, porque me atreví a decirle basta a mi esposo que era un ejemplo de machismo. No era mujeriego, ni borracho, ni mal amante y siempre estuvo enamorado de mí. ¿Qué pasó? No soportaba que yo tuviera tanto éxito, que viajara, que hiciera mi vida. Lo intenté un par de veces, pero una buena tarde le dije: tío hasta aquí llegamos. Crié sola a mis hijos. Nadie me detuvo. ¿Y tú me dices que soy machista?… ¡bah!

Alguien, que suplicó el anonimato, nos dijo que usted se casó por despecho, vestida de negro. Que estaba enamorada de un marino, fiel imagen de su padre, que se casó con una amiga suya. ¡Si esa no es una historia de Corín Tellado!
(Se pone seria y fija la mirada) Pero yo no juego a vivir el amor; yo juego a describirlo. He vivido lo mío con apacibilidad. De mis niños a mis novelas y de mis novelas a mis niños; en el medio algunas amigas que conservo desde siempre. Nunca me divorcié, porque cuando pude consideré el divorcio un adulterio legalizado; aunque luego he alentado a alguna a que se divorciara de su esposo infiel. Legalmente soy viuda (de Domingo Egusquizaga, fallecido en 1998) simplemente porque nunca tuve la intención de casarme otra vez. Nunca fui más allá de un rollito, porque era tan cuidadosa con el qué dirán y tan recta, que se me olvidó un poco de vivir. Nada que ver con las mujeres de mis historias. Ellas son espléndidas, se enamoran y enamoran. Saben quitarse la braga y el sujetador. ¡Y mírame a mí! He sido un desastre en cuestiones sentimentales (se toma las mejillas). Escucha esta historia, que es muy graciosa, pero que pinta mi vida amorosa. Una noche mi esposo comenzó a besarme y a mi me gustó, porque era alto y muy guapo. Entonces yo le respondí con un beso redondo (apasionado). Pero en lugar de avanzar, me separó para preguntarme: ¿Corín, cómo es que besas tan bonito? Y yo le respondí: hombre, aprendí escribiendo, contando besos en mis novelas. El muy desgraciado tuvo un ataque de celos y allí se terminó todo. ¿Puedes creerlo?

¿Cuántas novelas escribió? Porque se mencionan cifras inconcebibles.
Voy en más de cinco mil, más las fotonovelas, los guiones y las colaboraciones en revistas y periódicos. A propósito ¿Leíste mis columnas en El Mundo de Madrid, cuando se casaron los Príncipes de Asturias? Fueron las más leídas de todos diarios de habla hispana de muchos años a esta parte. Fue en un dominical. ¿Sabes una cosa? Los casé yo. Redacté una simulación de la boda, y salió tal cual. Sólo hay que releerme y mirar el video. Hicieron lo que yo les sugerí.

¿Tanta cantidad no está reñida con la calidad?
Eso es según se mire: la producción de Balzac fue infinita. Para mí el orden es una regla de oro, porque siempre estuve obligada a producir, rápido y eficiente. ¡Mira! En lo único que estuve de acuerdo con Camilo José de Cela, aquel hombre tan poseído de sí mismo, fue en que nada es inspiración; lo que cuenta es el codo. Durante más de cuarenta años escribí veinticinco folios por día, en jornadas de doce horas. Me levantaba a las cinco de la mañana, de lunes a viernes, y a veces fines de semana y fiestas también. No me gustaba que mis niños me vieran durmiendo, ni siquiera en la cama. El método te regala tiempo para todo, porque tampoco me perdía de jugar tenis, hacer piscina en mi quinta (de Roces, en las afueras de Gijón) o pasear con ellos o alguna amiga.

¿Qué le responde a quienes la definen como una autora «rosa»?
Me duele ser encasillada. ¡Si yo he hecho de todo! Me duele el menosprecio, aunque venga de desgraciados de mi generación que se quejaban porque el franquismo los ahogaba. Pero terminó el franquismo y continuaron sin escribir un pimiento. Me fastidia aceptarlo, pero esos han conseguido que fuera de Asturias parece que ya hubiese muerto. Soy de los españoles de otro tiempo, que hemos quedado un poco relegados por los medios. Yo creo que merezco, al menos, la consideración de los que no hemos dejado de pelear en toda la vida. El deporte nacional de España es la envidia. Y si no, alcanzaría con que supieras las cosillas que se han dicho sobre mí.

Por ejemplo, que es una franquista irredimible.
¡Ay, con los intelectualines famosillos! Por mis dos hijos y mis seis nietos, que nunca fui franquista. Yo fui tan censurada como quien más. Mis originales venían con tantos subrayados por la censura, que apenas quedaba letra en negro. Claro, ¡nunca me quejé! Acepté las reglas y agudicé el ingenio. No se podía escribir sencillo, había que retorcer las historias. Es el caso del señor que va por la playa y ve a una chica en bikini y no pasa nada, pero si esa misma chica en un café se sienta y al doblar la pierna se le ve un poco el muslo, para él es sublime. La censura me enseñó a insinuar. Cuando decía las cosas claras, me las rechazaban. Hubo meses que me rechazaron hasta cuatro novelas. Aprendí a contar lo mismo pero con sutileza, así, nada dejé por decir. Sin embargo, doña Carmen (Polo de Franco) fue una lectora fiel.

–No parece una buena carta de recomendación.
"Estuve en la Argentina, pero nunca en
 Uruguay, ¡sé que me perdí mucho!"
(Alex Zapico, 2007)
Si te lo cuento, es porque tengo la conciencia limpia. No me opuse a Franco, ni fui su partidaria. Siempre viví en la parte nacional y acepté las reglas. Escribí con Franco, pero tardé años en escaparme de la censura. También escribí con la democracia, y sigo escribiendo. No me gusta la política, porque es el arte del engaño. Pero si quieres una carta de recomendación, podría estar firmada por Tini (Vicente Álvarez) Areces, el presidente del Principado de Asturias, que es socialista y fue un gran rebelde contra el régimen. Él me quiere mucho y yo le quiero mucho a él. O también, por Paz (Fernández Felgueroso) la alcaldesa de Gijón. ¿Tú crees que ellos le pusieron mi nombre a una calle gijonesa, porque soy franquista? Se dice que soy fanática del Opus (Dei). Bueno, eduqué allí a mi hijo y tengo buenos amigos. En los colegios de Gijón lo machacaban por ser quien era y pensé: ¿qué quiero? ¿convertirlo en un proletario? Entonces decidí llevarlo a lo más de lo más. Simpatizo con la obra, pero critiqué a monseñor Escrivá. En definitiva, he sido conservadora, o no, dependiendo del tema y el momento. También hay algún trasnochado, que aún recuerda que los Tellado son gallegos del Ferrol. Mi padre fue compañero de escuela de Franco, pero era un republicano de aquellos. Murió en Bilbao siendo republicano. ¿Sabes algo? Todavía extraño la dulzura de Papá. Muchas veces me despierto de madrugada soñando que me está besando o acariciando, diciéndome cosillas al oído. Mi madre era asturiana de Viavélez y se casó con un hombre de cuento de hadas.

¿Su padre es el héroe imaginario de sus novelas?
¡Eres muy complicado! (lanza una leve carcajada). Los hombres deberían aprender de sí mismos y de los otros que se consideran dignos. Uno de esos grandes hombres, efectivamente, fue mi padre; pero hay otros, que son de carne y hueso, ¡y viven! Un día escribí en Vanidades, que tener un hijo autista era una verdadera desgracia, para el niño y para los padres. Lo sentía así. Al tiempo recibí una carta del papá de un niño autista. El señor fue muy respetuoso, pero muy duro. Me dijo que no era una desgracia. Yo le respondí que, seguramente, él era un gran padre. Pero no todos los niños tienen un gran padre. Tiempo después me enteré que el jovencillo había terminado el secundario y pensaba ingresar a la universidad. Ese hombre no fue inventado por mí, y es digno.

¿De qué habría trabajado de no haber sido escritora?
Estudié Magisterio y Psicología. Me faltaron unos cursillos de grado, pero jamás ejercí. Seguramente, sería una periodista intrépida, de esas que van a Irak, a Palestina o al África. Siento una loca admiración por Carmen Sarmiento (la primera cronista española de guerra). Me hubiese cundido recorrer el mundo haciendo reportajes.

También escribió novelas eróticas...
¡Pues claro! porque Bruguera, que era el dueño legal de mi trabajo, me las pidió en 1979 en la época del «destape». Fueron veintiséis (para la colección Especial Venus), pero las firmé con seudónimo (Ada Miller). Fueron fáciles, porque no había sentimientos, por ningún lado.

Cervantes es el único autor de habla hispana más leído que usted, según la UNESCO. Los muchachos en Uruguay le preguntarían ¿Se la cree Corín?
¿Sabes que la UNESCO se equivoca? (medita unos segundos). Yo soy sólo una vendedora de ilusiones, de idilios, de sentimientos, y Cervantes es el más grande escritor de habla hispana y de todas las hablas (se pone seria). ¿Pero quien lo lee de verdad? De Cervantes se habla mucho, se vende mucho, pero se lee menos. ¿Tú leíste sus obras completas?

Pero tampoco a Corín Tellado…
Porque no escribo para ti. Pero Cervantes, como clásico universal, sí escribió para ti.

Entonces, ¿usted es la más leída?
Solamente digo que Corín Tellado se compra para leer y Cervantes para tenerlo en la biblioteca. Tanto le aprecio a Don Miguel que, ¿sabes qué obras de la literatura universal me hubiese gustado escribir? La Biblia o el Quijote. También me hubiese encantado escribir Los santos inocentes de Miguel Delibes, o De profundis, de Oscar Wilde. Tampoco me aburriría si pudiera llamarme Balzac. Aunque, gozo mucho siendo Corín Tellado, porque hablo sobre sentimientos y eso me interesa.

Hace un tiempo, una ministra uruguaya confesaba que la leía, pero a escondidas.
¿Tú crees que es la única? Muchas mujeres y hombres, muy poderosos, me leen con devoción. Los hombres lo ocultan, pero, tengo más cartas de ellos que de ellas. Y no me sorprende, porque el mundo de mis lectores es heterogéneo y variopinto. Nunca supe, a ciencia cierta, quienes eran. Sé que entretuve a muchas generaciones, pero, seré honesta, lo hice por vanidad. Por eso sigo en ello, y voy a seguir el resto de mi vida y ojalá muera dictándole una novela a mi nuera, que será mi última.

¿Qué historia prefiere entre las que ha escrito?
La primera de todas nunca se olvida. ¡Es como la primera vez que haces el amor! Pero hay una que edité en 1991, de más de 500 cuartillas: Lucha Oculta (sobre intriga financiera en la primera Guerra del Golfo). ¿Sabes por qué la quiero tanto? Porque es preciosa y le encantó a todo el mundo, y porque me permitió demostrarle a unos cuantos que podía adaptarme a los tiempos. Quizá, mis primeras protagonistas no tenían tanta preparación, difícil que fueran más que peluqueras, modistas o dependientes y tenían como único objetivo la boda; pero eso era lo permitido. Tan luego, la democracia les facilitó la vida, fueron maestras, enfermeras, secretarias; y no necesitaron más de la viudez para sacarse un mal tío de encima: pudieron divorciarse. Ahora son abogadas, médicas, bioquímicas, militares, viven muy bien gracias a sus profesiones, y se redimen de una maternidad prematrimonial en uniones libres. Todas son distintas, aunque todas tienen un mismo interés: el sexo. ¡Eso sí, por amor! ¿Cómo quieres, entonces, que no me enfade con los buenos para nada que dicen que soy retrógrada y creo estereotipos?

Su novela Amargos sentimientos, de 2003, fue la primera que llegó a las librerías españolas; antes solamente se vendían en quioscos y salones ¿No lo asume como una crítica implícita sobre su calidad literaria?
Ese fue mi sambenito durante 57 años: no me querían publicar novelas largas. Pero se dieron cuenta que son preciosas y se venden muy bien. No creo que haya una discriminación de la industria, por razones obvias. Nadie muerde la mano de quien le da de comer. Tengo sí detractores, pero, afortunadamente, las personas que me importan y cuya evaluación considero digna lo hacen sin revancha ni envidia. En la calle es donde recibo la mayor crítica. Por donde voy aparecen personas que me besan y me felicitan. Algunas, mayores como yo, me dicen que me deben lo mejor que sintieron cuando la represión era patente. Ellas me valen un potosí y a ellas siempre les explico que no inventé, nada. Las historias salen de la vida misma. El amor es lo esencial. Luego hay que añadir sexo, algo de frivolidad, mucha humanidad y, sobre todo, que los lectores se reconozcan en alguno de los personajes. Las novelas siempre tienen que terminar felices.

¿Qué recuerda de su relación con la Editorial Bruguera?
Por supuesto, sabrás lo del contencioso (entrecierra los ojos, en gesto de enfado) pero debo decirte, primero, que en España ya no existe una maravilla como Bruguera. Yo me retiré de la editorial (en 1964) y me hicieron un juicio (que ganaron en 1973). Se quedaron con 188 novelas por una bicoca: 150 mil pesetas y además me exigieron una indemnización para escuchar sentado (65 millones de pesetas). Nunca se las pagué, pero fui obligada a trabajar para ellos. Según el acuerdo sería hasta 1990, pero si uno moría los derechos de todo pasaban al otro. El fulano Bruguera murió en 1986, y aquí me ves a mí. Pero, a pesar de la decepción y de las amarguras, debo reconocer que ellos me dieron mucho y que en definitiva nos pelearon los abogados. Yo los hice inmensamente ricos, ¡a todos!

¿Y el trabajo en la revista Vanidades?
Estoy con ellos desde 1951. El acuerdo es que debo entregarles una novela inédita cada dos semanas. Cuando empecé, la revista vendía 16 mil ejemplares quincenales y en poco tiempo pasaron a 68 mil. ¿Sabes quien fue mi primer corrector de pruebas? Guillermo Cabrera Infante. El bueno de Guillermo siempre me comparaba con Sor Juana Inés de la Cruz. ¿Sabes por qué? Porque, como ella, yo también empecé a escribir en la España que reservaba el oficio de escritor para los hombres. Para nosotras, las pobrecillas españolas, el trabajo intelectual era impropio. Yo luché contra ese machismo y lo vencí. También decía que soy una inocente pornógrafa, aunque luego aclaraba: ¡ni tan pornógrafa, ni tan inocente! (sonríe, sin ocultar su nostalgia). Cada vez que leo Tres tristes tigres, recuerdo que el bueno de Guillermo se hizo escritor leyéndome a mí. ¿Te imaginas el honor? No dejó de escribirme hasta que falleció (en 2005). Hace un tiempo, los de Televisa (propietarios de Vanidades) hicieron un libro sobre mi vida: 52 años de amor con Corín Tellado. Por eso les quiero tanto. Aunque pueden quitarme, ahora ya lo dudo. Les estaré escribiendo al pie del cajón porque les debo el reconocimiento que he recibido en toda América. Mientras Socorro tenga algo de salud, Corín seguirá trabajando para Vanidades. ¡Claro! Ahora les mando mis trabajos por correo electrónico.

¿Cómo es su vida ahora, retirada de la presión editorial?
Me preocupo de conocer a mis colegas: (Laura) Espido Freire, Nativel Preciado, Juan Manuel de Prada, (Arturo) Pérez Reverte. Unos me entretienen y otros no, pero los leo a todos, porque no me apetece pasar por ignorante. Soy muy habladora. Me encanta y me paso horas de cotilleo y mi tema es la literatura. No sé cocinar, pero me encanta seguir al cocinero de la tele (Karlos Arguiñano); y me doy tiempo para disfrutar mi querido Cantábrico. Lo mejor dentro de lo malo de mi enfermedad (renal crónica) es que ya no me levanto a las cinco. Lo peor, que he perdido visión y no puedo escribir: debo dictarle a mi nuera. Estoy reeditando novelas que fueron un éxito hace medio siglo y que no han perdido vigencia, a pesar de la radio, de la TV y de la Internet. Porque el amor es más fuerte que la tecnología. Y los sueños son indestructibles. Y lo dice alguien que ya no tiene más ilusiones a cumplir. Si muero mañana ya estoy conforme con lo que he logrado.

¿Pero, algo cambió desde 1946?
Por supuesto, nos hemos embrutecido. Antes las relaciones eran distintas: el novio formal, el cine por la tarde, cogerse las manos y poco más. Ahora pones la tele y te puedes encontrar con una película porno. Antes las niñas sólo hacían el amor en mis novelas. Ahora lo hacen en la acera (se ríe a carcajadas).

¿Cómo se lleva con el dinero?
¡Pues, de mil amores! Porque ambos nos hemos dejado seducir, el uno por el otro. He ganado mucho, muchísimo. Yo no soy de las que me oculto o cuento fábulas de supuesta humildad. Tú has cruzado el mundo para ver a Corín Tellado ¿Qué esperabas? ¿Una humilde viejecilla? La literatura me hizo rica, en afecto, pero, también en billetes. Aún hoy sigo generando mucho dinero para otros, pero, también para mí.

¿Cuándo escribió la novela más rápida?
Fue en La Coruña, hace un par de años. Me llamaron de Vanidades para pedirme una para ayer, como dicen ustedes los periodistas. Comencé a dictarla de mañana y la terminamos de tarde. La corregí de noche y la envié de madrugada. ¡Y llegamos al cierre!

Quienes poco la quieren, también la culpan de ser inspiradora de los teleteatros.
¡Y de mucho más! A fines de 1966 apareció Corín Ilustrada, una colección quincenal de fotonovelas que en su primer título (Eres una aventurera) vendió 750 mil ejemplares en una semana. ¿Qué quieren esos, qué me avergüence? Si con ese fin lo hicimos. También hubo películas, una infinidad de radioteatros y fui pionera de las novelas españolas en el Internet. Es cierto, mis historias ambientaron los primeros teleteatros hispanoamericanos. Y lo digo con orgullo, porque aquellos fueron los mejores, muy distintos a los culebrones que vinieron después. Recuerdo uno argentino, de nombre muy bonito: El amor tiene cara de mujer.

Cómo conocí a Corín
«Fue por una gestión del entonces presidente del gobierno del Principado de Asturias, Vicente Álvarez Areces quien me sorprendió con una invitación que al principio consideré insólita: ¿Te apetece conocer a Corín Tellado? Ella no habla con periodistas, pero creo que puedo convencerla de que te reciba.» 
«La pregunta me sorprendió, al principio me pareció una broma, pero ante su cortés insistencia acepté el convite. Me encontré con ella el 19 de setiembre de 2005 en la confitería Central, de Begoña y Corrida, pleno centro de Gijón.»
«La primera advertencia de Corín fue: no hablo con periodistas porque todos me maltratan y mienten sobre mí, pero en tu caso acepto porque eres uruguayo. Nunca estuve con un paisano tuyo. ¡Veremos qué harás con lo que te contaré. Así me recibió, sentada a una de las mesas de uno de los más populares puntos de encuentro de la mayor ciudad asturiana.»

«Luego nos encontramos varias veces, en el Real Club Astur de Regatas, del que era socia de honor, también en su apartamento de la calle Marqués de San Esteban, frente a la playa gijonesa de Poniente. Durante un par de años mantuvimos un amable intercambio de correos en los que se completó el material que salió publicado en forma de entrevista, en El País Cultural de Montevideo, el 11 de setiembre de 2007.»

Pamplinas
«Conozco a los grandes escritores uruguayos, algunos de ellos muy exitosos aquí en España: Onetti, ya fallecido, Benedetti, Galeano. Pero, ¿sabes cuál es mi obra latinoamericana preferida? Te sorprenderé: La Hojarasca (de Gabriel García Márquez), porque ocurre en un velatorio y me recuerda a Cinco horas con Mario (de Miguel Delibes). Debo confesarte que mi éxito en América Latina es un verdadero misterio. Nunca entendí porque vendo tanto allí. Yo tengo mi lenguaje, que no es el vuestro. Mi primera gira latinoamericana fue por Chile y Perú (en 1981). Me acompañó Mario (Vargas Llosa) que se pasó horas hablando de mí. Su esposa Patricia me pidió un autógrafo, porque mis novelas eran leídas por su abuela y su madre, por sus tías, sus primas y por ella misma. También estuve en Cartagena de Indias, en Río de Janeiro, en Buenos Aires. ¿Sabes por qué no conozco Montevideo? Por una pamplina de mis editores.»

Pesetas por juventd
«Cuando no me pongo la diálisis estoy estupenda. Puedo trabajar, charlar como ahora. Cuando me pongo la diálisis (lunes, miércoles y viernes) quedo tracatá. Antes me pasaba arriba de los aviones. Hoy soy muy poco viajera. Me invitan de todo el mundo. Guardo las invitaciones con mucho cariño, pero no voy. Me diagnosticaron la insuficiencia renal hace treinta años, cuando todavía era controlable. Pero viví como me dio la gana: bebiendo, fumando, trabajando. Todo era un exceso. Hace poco más de quince años comencé a sentirme cansada, como jamás antes. Hasta que una tarde caí frente al médico y estuve dos semanas en el UCI (cuidados intensivos). Me daban una expectativa de vida mucho menor a la que ya he cumplido, pero, ya no tengo el control. ¿Sabes algo? Pocas cosas deseo más que volver a ser joven, porque mi cerebro lo es y mi cuerpo ya no. Muchas veces me deprimo; hasta me mandaron al psiquiatra, pero jamás fui. Y no lo dudes. Si pudiera, entregaría mis millones para comprar juventud.»

80 ¿y uno?
Corín Tellado nació un 25 de abril. Fue en 1927, según su página web (www.corintellado.com), su biografía no oficial (Corín Tellado: Medio siglo de novela de amor) escrita por la filóloga asturiana María Teresa González García, y hasta para la enciclopedia electrónica Wikipedia. Sin embargo la Filmoteca de Asturias, en 2006 celebró sus ochenta ya cumplidos. Corín Tellado: fotogramas y novelas de amor, se llama el documental dirigido por Sofía Castañón. Ese mismo año también fue homenajeada por la TPA (Televisión del Principado de Asturias) en un programa especial por sus ocho décadas de vida cumplidas.

Marina
«Sandokán, Los tigres de la Malasia, El Corsario Negro, toda la colección de Julio Verne, este... Y después, a escondidas, porque tenía absolutamente prohibido leerla: Corín Tellado. Porque era cursi. Leí todo lo publicado, creo (se ríe). ¡No había un Corín Tellado que yo no hubiera leído!»
Marina Arismendi, ex-ministra de de Desarrollo Social, a la revista Guambia, en entrevista publicada el 5 de marzo de 2005.

Enrique
Quizá usted sepa, Corín, que su concejo (El Franco) ha dado un uruguayo ilustre.
¿Sí?, dime quién es. Porque me pillas por sorpresa.
Enrique Iglesias.
¿Pero, qué estás diciendo? Si el crío de Julio (Iglesias, el cantante) es madrileño. Si de algo sé es de lo que sale en el Hola, que me entretiene de mil amores.
No Corín, me refiero al contador Enrique Iglesias, el secretario Iberoamericano nacido en su vecino pueblo de Arancedo, pero uruguayo por adopción.
¡Qué me has pillado mal! (se pone colorada). –Claro que conozco a mi paisano Iglesias. ¡Si ha ganado el premio Príncipe de Asturias! ¡Un gran hombre! –¡Pero te mato, como me entere que me dejas en evidencia! –fue su advertencia, y no en tono de broma.

Fania
Un jueves de mañana, tomando un cafetito en la Confitería Central, de Begoña y Corrida, la entrevista fue interrumpida por una mujer de unos 60 años.
¡No lo puedo creer, usted es Corín Tellado, la escritora! Mi señora, soy colombiana, me llamo Dolca...
¿Dolca, cómo la de mis novelas?
Claro, si mi madre era fanática suya. Y yo también lo soy. Vea, aquí tengo un ejemplar de Vanidades –lo saca de su cartera. ¿No lo firmaría dedicado a mi hija, que también la adora?
Claro, como no te lo voy a firmar. ¿A quién se lo dedico?
A mi hija, Fania…
¿Fania, como la de mis novelas?
Mi señora, es por ella que se llama así. Siempre adoré ese nombre, pero debo decirle que no sé qué significa.
Hija querida, no se lo digas a nadie, pero ni yo sé lo que quiere decir. ¡Así lo puse y listo!

Bárbara
Ese mismo jueves, horas después, caminando por Begoña, la principal calle gijonesa. Otra mujer, algo menor, repite la escena.
¿Usted es…?
Sí, hija querida, soy yo. ¿Qué tal?
¡Me pellizco!, pues no lo creo. Disculpe, allí está mi esposo, él es norteamericano… yo soy dominicana pero vivo en Miami.
Claro, hija, llámalo –accedió la anciana, a pesar del cansancio.
Michael, amor, esta es Corín Tellado, mi escritora preferida, ¡la Bárbara Cartland hispana!
En un segundo, le cambió el rostro. La despidió con cortesía, pero sin amabilidad.
¿No sabes cuánto odio que me comparen con la cursi de la Cartland? –fue su único comentario, mientras seguía caminando. Bárbara Cartland, Victoria Holt y Jude Deveraux, fueron sus rivales europeas de la novela sentimental.

Picadilly
«La vasta producción de Corín quedará como muestra de un fenómeno sociocultural... y encima vende más novelas que yo en Picadilly.»
Mario Vargas Llosa retornó al periodismo en 1976, con una entrevista a Corín Tellado, para el programa La Torre de Babel, del Canal 5 de Lima.

Bueno
«Resulta inadmisible la actitud de tantos críticos que se creen con el derecho de considerar como despreciable la asombrosa producción de Tellado. A muchos de ellos les conozco y sé que rozan la categoría de la debilidad mental.» 
Gustavo Bueno, filósofo español.

Entrevista y textos: Armando Olveira Ramos (Gijón).
Fotografía: Alex Zapico (Gijón).
Producción: Joaquín del Río (Gijón).
Digitalización de imágenes de archivo: Sandro Pereyra (Montevideo).