martes, 1 de junio de 2010

Iglesias, García, Valdés, familias de la Arancedo asturiana que emigraron al Uruguay de las vacas más gordas

Isabel García con su hijo mayor
Enrique, nacido en La Follaranca
de Arancedo. La foto data de
1936 cuando vivían en la casa
y almacén de la calle Colorado,
en el Reducto de Montevideo.
(Archivo Iglesias García)
Esta no es la crónica de un personaje poderoso, célebre, influyente. Es una historia de inmigrantes contada por Enriquito, el niño a quien su padre quiso ponerle una farmacia para que dejara de estudiar Ciencias Económicas, y de la filial desobediencia que transformó su vida y la de tantos en su patria adoptiva y en buena parte del mundo. Es el rescate de la memoria de los asturianos José María y Manuel Iglesias, y sus esposas, Isabel García y María Sara Valdés. Ellos trajeron a Uruguay, sus sueños, su cultura, el humano deseo de una vida mejor, y una promesa fraterna cumplida.

De Montevideo al cielo

Los hermanos eran como el agua y el aceite. Nunca se mezclaban en actividades comerciales o públicas, y menos aún en política. El mayor era pragmático, emprendedor, buscador de oportunidades, fríamente implacable en los negocios. Franquista. El menor era idealista, sin chispa para amasar fortuna, despreocupado por el lucro, dadivoso hasta límites insospechados. Republicano. Uno era socio de Casa de Asturias. El otro defendía al Centro Asturiano. Pero algo muy profundo los unía. Un vínculo inexplicable. Un compartido amor al trabajo, a la familia y a sus dos tierras. Cariño y lealtad, inquebrantables, a pesar de eternos desencuentros y discusiones de nunca acabar, casi siempre por la Guerra Civil Española. Sus esposas fueron más que hermanas y sus hijos continúan esa intensa relación. Ellos no siempre se entendieron. Es cierto. Pero cultivaron la fraternidad y abrazaron un mismo destino.

Sobre la base del Capítulo 12 del libro Héroes sin bronce (Editorial Trea para el Gobierno del Principado de Asturias, Gijón, 2005).

Pasaje del buque alemán Monte Sarmiento,
sacado por Isabel García el 3 de agosto de
1934. Ella debió mentir la edad de su hijo
Enrique porque no tenía dinero para pagarle
el viaje entre La Coruña y Montevideo.
El boleto fue enmarcado y
obsequiado al niño inmigrante,
más de cinco décadas después
del dificultoso periplo.
(Archivo Iglesias García)
3 de agosto de 1934. Aquel viernes estival el diario La Voz de Galicia informaba: «Ayer mañana fondeó en bahía el trasatlántico de nacionalidad alemana Monte Sarmiento, de la Compañía Hamburguesa, que llegó procedente del puerto de origen y escalas. A su bordo conduce en tránsito a 216 viajeros. Desembarcó en nuestro puerto dos viajeros. A las pocas horas de su llegada y después de embarcar 60 pasajeros y 15 sacas de correspondencia, salió el buque para Buenos Aires y escalas.»
La nota, en apariencia intrascendente, describía un hecho al que el paso de los años le confirió un inesperado valor histórico. Isabel era una dulce y tímida arancedana, de 23 años, que lo abordó en La Coruña con su pequeño hijo de cuatro. Aprovecharon una oferta publicitada en el mismo periódico gallego. El precio de mayor hasta Brasil, Uruguay y Argentina, era de 832,30 pesetas con camarote y de 797,50 pesetas en clase corriente. «Niños hasta dos años gratis, de dos a diez años medio pasaje, mayores de diez años, pasaje entero. Por más informaciones dirigirse al agente general Enrique Fraga.» Así finalizaba la atractiva promoción del 1 de agosto.
El dirigible Graf Zeppelin sobrevuela el Palacio
Salvo, en el mediodía del 30 de junio de 1934.
Pocas semanas después, de regreso a Europa,
se cruzo con el barco de Isabel y su hijo en

el viaje transatlántico que los traía a Uruguay.
(Centro de Fotografía de Montevideo)
Isabel viajó sin camarote, pero, además, debió mentir la edad del pequeño. Manuel, su esposo, los había reclamado desde Montevideo, pero el dinero no le alcanzaba ni para medio boleto más. No quedan testigos conocidos que recuerden la travesía. Isabel jamás había subido a un barco. Tenía terror de que cayera al agua su niño a quien el padre apenas conocía. Cada vez que un movimiento de olas le parecía sospechoso, se sobresaltaba y lo abrazaba más fuerte. La joven jamás pudo contar un hecho, irrepetible, presenciado con asombro por casi todos sus compañeros de aventura transatlántica. El extraño Zeppelín, legendaria máquina voladora, pasaba muy cerca de la repleta cubierta. Retornaba a Europa después de un glorioso periplo americano. Pero ella tuvo tanto temor, que ni siquiera subió a observarlo. Isabel y el niño arribaron a Montevideo el jueves 30 de agosto de 1934, tras un viaje interminable, angustioso e incómodo. El encuentro fue profundamente emotivo. Se cumplía un sueño y un juramento. Pero el destino tampoco sería el más confortable; ni la vida de esos primeros años como inmigrantes, la más próspera y acomodada. A tal punto, que sólo Manuel parecía convencido de que debían permanecer en una patria tan lejana. En momentos de mayor incertidumbre, su hermano mayor fue el sustento que le permitió mantenerse y avanzar muy lentamente.
Manuel era un idealista, sin chispa para amasar fortuna. Al igual que la mayoría de sus paisanos, se sacrificó detrás de un mostrador durante más de cuatro décadas, pero no obtuvo los resultados comerciales de tantos. Tiempo después, disfrutó de una impensada gloria, reflejada en un espejo imaginario que lo ponía frente a su hijo mayor. El mismo que embarcó con su madre en La Coruña, una cálida tarde de agosto. El mismo que no pagó boleto. Por falta de dinero.

A la izquierda, la antigua parroquia de La
Caridad donde fueron bautizados los Iglesias.
(Gobierno del Principado de Asturias)
La siempre caliente
José María Iglesias Fernández nació el 24 de agosto de 1904 en la casa paterna conocida como La Follaranca, en Arancedo, Concejo de El Franco, a sólo 20 kilómetros del límite con Galicia. Su padre, Manuel, hijo natural, criado en un orfanato, le legó un apellido impuesto en la parroquia de La Caridad. Su madre, Rosa Fernández, era una graciosa joven de la localidad vecina de El Candal.
Los Iglesias no tenían tierra, ni derechos. Estaban sometidos a un régimen de inhumana explotación laboral y económica. Manuel cargaba el estigma de ser el más pobre de Arancedo, a quien jamás le alcanzaba para alimentar a su esposa, y menos aún a sus pequeños. Era una familia sin tierra y sin derechos, de un labrador sin educación que apenas hablaba el franco, un extraño dialecto de la zona que sonaba muy cerrado, mezcla de español antiguo, gallego y asturiano, que cualquier viajero distraído confundiría con portugués del Brasil.
Víctor, el mayor, se quedó a vivir en el pueblo. Jesús, el segundo, emigró a Cuba a principios del siglo pasado, para trabajar en la zafra azucarera y la producción de tabaco. Le fue muy bien y llevó a su padre, para que también juntase dinero. «El abuelo hizo dos viajes, aproximadamente en 1904 y 1911, pero antes dejaba embarazada a la abuela.» Así lo recuerda con graciosa nostalgia, su nieta uruguaya Élida Iglesias Valdés.
En el caserío de Arancedo viven 233 habitantes.
Poco cambió desde la década de 1930 cuando
José María y Manuel emigraron a las Américas.
(Gobierno del Principado de Asturias)
José María tenía 14 años cuando fue llamado por su hermano. «Salió solo, a principios de 1919. Todavía usaba pantalón corto, como todos los niños españoles de la época. Pero tenía tanta decisión y tantos deseos de hacer fortuna, que cruzó el Atlántico con la seguridad de un hombre mayor.» Fue a trabajar en el tabaco y la caña de azúcar, siguiendo a Jesús, pero se relacionó con empresarios del mejor club nocturno del oriente cubano. Recibía fuertes propinas como camarero y, mejor aún, entraba en contacto con gente muy influyente. «Al segundo mes ya mandaba dinero para mantener a sus padres. No hay dudas que desde muchacho las conoció todas. Así moldeó su resuelto carácter de emprendedor y su implacable eficiencia en los negocios.» Los hermanos Iglesias compartían una cama sencilla, de una plaza, conocida como «la que siempre está caliente». Uno trabajaba de día y dormía de noche; el otro, trabajaba de noche y dormía de día.
José María también fue enfermero, obrero y administrativo en  una multinacional azucarera estadounidense. En su escaso tiempo libre pintaba acuarelas sin aspiraciones de inmortalidad artística. En 1929, a los 24 años, retornó a El Franco, con mucho dinero y vestido al estilo de un dandy estadounidense. Usaba camisas de seda con botones de oro y un carísimo cinturón con incrustaciones. Era el signo inequívoco de la clase media acomodada cubana.
«Su presencia maravilló a los paisanos, que lo llamaban El Americano. Luego de tanta pobreza, quizá se sintió moralmente obligado a demostrar que había triunfado; que no era un pato fracasado, sin una peseta –el término usual era Americano del pote–. Volver con poco para él hubiese sido como perderlo todo, hasta el respeto de su familia», evoca  Élida.

¡Vente al Uruguay!
Manuel con su hijo Enrique en el
Centro de Montevideo, c. 1939.
(Archivo Iglesias García)
En una de sus impactantes apariciones, conoció a una jovencita casi adolescente, María Sara Valdés, nacida en el valle de San Juan de Prendones, el 5 de agosto de 1911. «Mamá era hija de un personaje de la época, Félix Valdés de Quintana. Ella se enamoró perdidamente de aquel ostentoso personaje, que, además, demostraba una cultura muy vasta. Había leído mucho en sus años de Cuba y le gustaba demostrarlo. Tenía facilidad para ser el centro de todas las reuniones.»
A los pocos meses se casaron, pero José María no pensaba quedarse en Asturias. Su objetivo era conseguir una buena fortuna en tierras caribeñas. El proyecto era más que una ilusión para alguien con su natural talento, pero en 1929 la crisis de Wall Street frustró sus ilusiones y sus posibilidades. Rápidamente, cambió su destino original por la Argentina, hasta que un vecino le dijo: «Vente para Uruguay que por lo menos comerás muy bien.»
Partió solo rumbo a Montevideo, reclamado por el paisano José García, hombre mayor que le dio un lugar para dormir en sus primeras noches. Tan bueno y confiado, que también le salió de garantía para que consiguiera un comercio con casa, cerca del tradicional Hipódromo de Maroñas. En 1930, juntó el dinero suficiente para traer a su esposa. El 21 de diciembre del año siguiente nació su hijo, José Félix Iglesias Valdés que tuvo su primera cuna improvisada con dos sillas. Pero los tiempos de apretura duraron muy poco.
José María era habilísimo negociante, implacable y ganador. Orientado por su olfato y su audacia, instaló un almacén en Miguel Barreiro y Chucarro, en pleno Pocitos, barrio de alto poder adquisitivo. «El local era chiquito, con una casita en la trastienda, pero le rindió mucho porque era un excelente punto.» Allí vino al mundo Élida, el 10 de junio de 1935, Lita para la familia.
En 1946 compró un terreno en Barroso 3848 y Comodoro Coe, en el Parque Batlle, típica zona de clase media montevideana. Construyó dos casas y el comercio que llamó Tres Esquinas. Por primera vez era dueño de una propiedad de buen valor. Las casas quedaban por Coe y el comercio por Barroso. Allí permaneció tres años. «Pero era naturalmente competitivo e increíblemente temerario. Alquiló una segunda propiedad en Francisco Medina y Bauzá, cerca del tradicional Zoológico de Villa Dolores, donde instaló un magnífico almacén que le dejó mucho dinero.»
En 1956 comenzó a planificar su retiro. No deseaba verse abrumado por la vejez, luego de haber trabajado casi cinco décadas. Compró una propiedad en Pereira de la Luz y Plácido Ellauri, también en Pocitos, que luego transformó en una gran inversión. Construyó su vivienda definitiva y apartamentos que le daban muy buena renta. Vendió el comercio en 1957 y se jubiló en 1962, con un interesante capital acumulado.

Franquista, blanco, implacable
José María Iglesias en típica foto de un
almacenero de mediados del siglo pasado,
con su esposa Sara Valdés y sus hijos José

Félix y Élida. El asturiano, que por entonces
poseía un comercio en el barrio Pocitos, era
pragmático, emprendedor, severo, aunque
siempre pronto para ayudar a un paisano.
Eran profundas las discrepancias con su
hermano Manuel, pero se respetaban y
se querían entrañablemente.
(Archivo Iglesias Valdés)
José María era un hombre de derechas, seguramente, por influencia de sus amistades cubanas; pero también era blanco y herrerista, como gesto agradecido hacia quien le había salvado de una grave enfermedad pulmonar sin cobrarle un peso: su cliente, amigo y médico de cabecera, Juan Bautista Morelli. Fue un franquista convencido, enemigo de los republicanos y fervoroso partidario de Casa de Asturias, en aquella vieja lucha entre paisanos radicados en el Uruguay. Desde 1940 fue presidente de la Asociación Española Primera de Socorros Mutuos, reelecto para un segundo mandato. «Era muy generoso con sus amigos, a los que siempre recibía para aconsejar en un problema personal o para ayudar en un negocio. Nuestra casa era la casa de los asturianos.»
Temperamental y duro polemista, la familia todavía recuerda sus enojos cuando escuchaba a Mario G. Bordoni, popular informativista de la una de la tarde en radio Ariel. «Cuando vivíamos en Barroso, eran sagradas sus noticias y comentarios sobre la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Resultaba gracioso, porque lo acusaba de tendencioso, colorado y republicano. Algo lógico porque el propietario de la emisora era Luis Batlle Berres, que luego fue presidente uruguayo.»
La anécdota se cierra con una gran paradoja. Bordoni vivía en la calle Francisco Medina y poco tiempo después fue vecino y cliente de los Iglesias. «Siempre pasaba por el negocio antes de ir a trabajar al viejo diario El Día. Conversaban horas, muy afectuosamente, pero la relación subía de temperatura en época electoral. Papá, como fanático, le apostaba que el caudillo blanco Luis Alberto de Herrera iba a ser el más votado.»
José María adoraba a su hermano menor, pero lo criticaba porque no tenía el éxito comercial que debía. Le irritaba su exagerada generosidad, su excesiva confianza y su candidez a la hora de fiar una venta. «Sólo sabes perder tiempo y dinero», decía en voz muy fuerte cuando discutían. Manuel le rendía un respeto patriarcal, tanto, que lo llamaba Iglesias. «Sin embargo, las dos familias nos quisimos y los primos nos queremos como hermanos. Eran tradicionales nuestras navidades y principios de año; que nunca fueron nochebuenas o fines de año, porque trabajábamos hasta pasada la medianoche. Cada uno en su almacén. Al otro día nos juntábamos en veladas inolvidables. Así fue y así será siempre.»

Republicano, socialista, fiador
El  antiguo camino que lleva a
La Follaranca de Arancedo.
(Gobierno del Principado de Asturias)
Manuel Iglesias Fernández nació el 3 de abril de 1911. En su juventud asturiana trabajó la tierra, pero no le alcanzaba para vivir. Obligado por la falta de recursos, se empleó en minas de carbón donde, muy probablemente, adhirió al Partido Socialista. Allí perdió un ojo, en un accidente que casi le cuesta la vida. Sin dinero y con una inocultable discapacidad para la tarea minera, consiguió un mal pago puesto en la línea de ferrocarril que iba de Oviedo a Galicia.
En medio de tantas penurias conoció a Isabel García Viñas, nacida el 13 de agosto de 1910 en Arancedo. Se enamoraron apasionadamente en 1929. Al año siguiente viajó a Montevideo, llamado por su hermano, famoso en el pueblo por su exitosa audacia y buena suerte. Antes de partir se casaron, a pesar de la tenaz resistencia de la madre de la novia. Ella estaba embarazada del primer hijo de la pareja que nació el 26 de junio de 1930 y que él recién conoció cuatro años después.  
Su primer trabajo «americano» fue como auxiliar de almacén y mozo de bar, hasta que José María le prestó 216 pesos, equivalentes a 20 mil dólares actuales. Así compró un negocio en Guaycurú 2759 y Colorado, en el barrio obrero del Reducto. En 1934 trajo a Isabel y a su pequeño hijo. «Fuimos a vivir a un local muy pequeño, con una casa de dos dormitorios, un altillo, un patio estrecho y una azotea. Papá empezó ganando tan poco, que debió alquilar una habitación a una señora que ayudaba a solventar los gastos», rememora su primogénito.
Manuel Iglesias, Isabel García y Enriquito
en el almacén de Colorado y Guaycurú.
(Archivo Iglesias García)
La familia ocupaba un solo ambiente. «Luego de comprar el negocio se quedó sin un peso y le costó mucho iniciarlo. Los primeros tiempos fueron muy difíciles.» El almacén fue conocido como «lo de Manolo». Para los niños era el «boliche» de Don Manuel, el Gallego bueno que les servía leche y los convidaba con golosinas y galletitas. Para sus padres, era el lugar donde siempre podían sacar fiado, aunque la libreta de créditos estuviera llena de incobrables.
«Papá era admirador del político socialista Emilio Frugoni. Defendía su patria adoptiva, casi irracionalmente, con crisis o sin crisis, con dinero o sin dinero. Decía que los Iglesias tenían la obligación moral de darle un beso a esta tierra cada mañana, porque, bien o mal, nos daba de comer. Solía recordar que allá, en Asturias, hubiese sido mucho peor. Repetía siempre que Uruguay le dio lo que España le negó.» El relato de César Manuel Iglesias García, nacido en Montevideo, se corta varias veces por la emoción.
Manuel jamás olvidó que en Arancedo había sufrido una situación muy parecida a la esclavitud. «Su familia pasaba todo el año con un cerdo, un poco de maíz y, con suerte, dos o tres vacas. Una vaca podía valer más que la vida humana, porque era imprescindible vender un ternero y sacar un poco de leche para la subsistencia.» Detestaba el campo. Su hijo mayor le compró una confortable chacra en el camino Cuchilla Grande, una fértil zona suburbana de la capital uruguaya, pero no quería pisarla. Nunca ocultó que le traía muy malos recuerdos. «Los Iglesias nos vamos de Montevideo al cielo.» La frase encerraba una dramática historia personal y un anhelo. Finalmente cumplido.

Enemigos íntimos
Afiche de la Revolución de Octubre de 1934
que Manuel Iglesias conservó toda la vida.
(Asturias Republicana)
Entre 1937 y 1938 la familia pareció dividirse en dos bandos. José María y Manuel discutían acaloradamente por la Guerra Civil. Las peleas terminaban siempre igual, con Sara e Isabel llorando. Al otro día, la relación continuaba como si nada porque siempre llegaba la sincera reconciliación y un fuerte abrazo. Manuel alimentaba su argumentación escuchando a Mario G. Bordoni en la radio Ariel. Festejaba con gritos y aplausos, cada noticia favorable al bando republicano. También era socio del Centro Asturiano, el lugar preferido de reunión con paisanos para intercambiar ideas políticas. Una fidelidad institucional que trasmitió a sus hijos.
Sin embargo, para ellos todavía resulta hoy incomprensible su fervorosa adhesión republicana. «Prácticamente no sabía leer, apenas dibujaba su nombre, pero conocía autores socialistas comentados, normalmente, por intelectuales. Tenía una bandera tricolor que besaba cada mañana –la histórica roja, amarilla y morada– y un banderín comprado para apoyar la Revolución Octubre. Amaba esos símbolos y los defendía apasionadamente. Aún así, guardaba un discreto respeto frente a José María, que tanto le había ayudado.»
Jamás se quebró la fidelidad y el amor entre hermanos. Manuel vendió el almacén del Reducto en 1943 y se mudó a la casa de su hermano. Durante casi un año, las familias convivieron fraternalmente en Francisco Medina y Bauzá. «Era tanto el cariño mutuo y el respeto que sentían, que ni los tíos, ni los primos, jamás nos hicieron sentir extraños. José María siempre estuvo al lado de Papá. Lo criticaba mucho por sus ideas republicanas y porque decía que no encaraba el negocio como un verdadero empresario. Cuando se encontraban, seguro que se peleaban, pero eran muy solidarios. Papá defendía al Uruguay más que a su patria de origen y el tío era más racional, más crítico.» Lo asegura el mayor de Manuel.
Escudo de la Casa de Asturias fundada el 
12 de octubre de 1939, por partidarios
del dictador Francisco Franco. El símbolo
perdura en la sede de Mercedes y
Magallanes, en el barrio del Cordón.
En 2002 la institución se unificó con su
antiguo enemigo republicano,
el Centro Asturiano de Montevideo.
(Centro Asturiano-Casa de Asturias)
En 1944 compró una propiedad en la antigua avenida Larrañaga, hoy Luis Alberto de Herrera y Asilo, en el histórico barrio de La Blanqueada. Allí instaló su último almacén, que le dio para vivir dignamente durante más de dos décadas. «Nunca cambió. Fue fiel a la idea de que tenía una deuda de gratitud con todos los uruguayos. Siguió siendo generoso y fiador de mercadería. Así formó a sus hijos, con un profundo amor por este territorio. Tanto es así, que si bien ninguno de los dos se dedica al comercio, la vivienda no está a la venta, ni por todo el oro del mundo», aclara César con énfasis. La familia Iglesias García se mudó a un apartamento de Ellauri y el bulevar España, zona residencial de Pocitos. Fue un regalo del hijo mayor de la pareja, para que disfrutaran una vejez confortable y tranquila.

De aquí al cielo
José María Iglesias Fernández falleció en Montevideo, el 23 de mayo de 1973 –a los 68 años– por cáncer pulmonar relacionado con tabaquismo. «Murió amando sus recuerdos de Cuba y la buena vida. Le encantaban los habanos, los cigarrillos, el ron, la cumbia y la habanera. Estuvo diez años, pero ni allí, ni aquí perdió el acento español que cuidaba con un sentimiento de nostalgia», suele contar su hija.
Manuel no quiso ingresar a la sala de su hermano moribundo. No soportaba su sufrimiento. Sin embargo, despidió aquel cuerpo inerte en una íntima ceremonia, improvisada en el depósito del sanatorio. Antes de llevarlo a la sala velatoria, hubo un intenso silencio, sin lágrimas. «Iglesias, no me has fallado, de Montevideo al cielo. Pronto estaremos juntos, para siempre», fueron sus únicas palabras. Manuel también cumplió su promesa ocho años después. Un accidente de tránsito le provocó un doloroso hepatoma, que  el 19 de enero de 1981 acabó con su digna vida.
Las cuñadas, Sara Valdés e Isabel García, se fueron prácticamente juntas de este mundo, como buenas hermanas de la vida. Sara murió el 11 de marzo e Isabel la siguió el 8 de agosto de 1997.
José Félix Iglesias Valdés fue un destacado ejecutivo bancario, pionero del marketing financiero en el Uruguay. Falleció imprevistamente, el 22 de agosto de 2000. Su hermana, Élida Iglesias Valdés es una reconocida notaria y catedrática de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República. Su primo, César Iglesias García, es asesor financiero y administrador de las propiedades familiares en Montevideo.

¡Ponte una farmacia! 
Como buen primogénito de almacenero, el mayor de Manuel se destacó siempre por su natural talento para los números. Desde niño demostró poseer una inteligencia fuera de lo común, pero a fines de la década de 1940 su padre se enojó cuando le confesaba su vocación por las finanzas y su deseo de cursar la Facultad de Ciencias Económicas.
Por favor, Enriquito, no estudies eso que no te va a servir para nada. Mejor sería que pusieses una farmacia. Los Iglesias no nacimos para ser empleados, lo nuestro es vivir detrás de un mostrador.
–El prometedor joven asturiano –nacionalizado uruguayo– le desobedeció filialmente. El tiempo le demostró que no estaba equivocado.

Enriquito
La foto que el hijo mayor de Manuel Iglesias
tiene en el escritorio de su apartamento del
barrio montevideano de Pocitos. Economista,
escritor, diplomático, mecenas, gobernante,
en 1982 recibió el Premio Príncipe de Asturias
a la Cooperación Iberoamericana y en 1985
fue designado canciller del Uruguay, su
patria adoptiva. Vivió en Washington, como
presidente del Banco Interamericano de
Desarrollo y en 2005 se mudó a Madrid,

cuando asumió la titularidad de la
Secretaría General Iberoamericana.
(Archivo Iglesias García)
«En nuestro imaginario colectivo es el tío que todos desearíamos tener, del que esperamos un regalo entre viaje y viaje y que algún día nos deje algo en su testamento. Es récord para el Guiness en materia de cargos internacionales y de millaje de vuelo. Bonachón, optimista y mundano. Siempre verá el lado optimista de las cosas, sea de la catástrofe argentina, de la última crisis local, de Chávez, de Lula o de la desnutrición de los niños latinoamericanos. Para todo hay solución o puede haberla.» La inteligente descripción sobre el uruguayo más influyente en el mundo, fue publicada en el diario El Observador de Montevideo, el 16 de noviembre de 2002, con la firma del periodista Alejandro Nogueira.
No fue presidente porque la constitución conserva adherencias decimonónicas. Veda ese cargo a los no nativos, aún cuando hayan abrazado la ciudadanía y la causa patriótica con fervor. «Se supone que es –o al menos fue– simpatizante del Partido Nacional [blanco], reivindicado por los caudillos levantiscos del interior y los dotores más conservadores. Lo mismo pasa en el Partido Colorado y en el Frente Amplio. Todos quisieran tenerlo en sus filas, porque, es un poco de todos», escribió Nogueira.
«El melómano, biológico y elegante, nunca ejecutará una nota que suene negativa. Una innata capacidad de alcanzar consensos lo persigue como bendición desde el comienzo de su vida. Era todavía escolar cuando comenzó a zurcir acuerdos microeconómicos en el modesto almacén familiar. Allí matizó su pubertad con los libros de estudio y las libretas de clientes. Fueron los primeros créditos que tuvo que administrar», narra el artículo. Abrevó la forja gallega de mediados del siglo pasado, cuando la educación hacía la diferencia. Pasó por la escuela de los Hermanos del Sagrado Corazón del Reducto, por el Liceo Nº 3 Dámaso Antonio Larrañaga y por el Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, el célebre IAVA donde brillaban intelectuales de la Generación del 45.
Enrique Iglesias en primer plano,
sale de una reunión de 1988, en
la Estancia de Anchorena, Colonia,
con su colega el canciller brasileño
Roberto Abreu Sodré y el presidente
uruguayo Julio María Sanguinetti.
(Sengo Pérez)
La Universidad lo puso en contacto con el más avanzado pensamiento económico de la época: Luis Faroppa, Israel Wonsewer, Mario Buchelli, Egon Einoder. «Sus habilidades técnicas lo llevaron al departamento contable del Banco Territorial. Y otra vez a zurcir. De esta institución entonces minúscula y de otras como el Banco Español y del Comercio e Industria de Francia y bancos y cajas populares nacería UBUR. La primera fusión bancaria de la historia financiera moderna de Uruguay.»
Juan Eduardo Azzini, ministro del gobierno blanco iniciado en 1959, le había echado el ojo al promisorio contador que admiraba a John F. Kennedy. «Fue invitado para integrar la delegación uruguaya ante la Alianza para el Progreso, una iniciativa del carismático presidente estadounidense que para unos fue palanca de desarrollo de la postergada América Latina y para otros, un instrumento de dominación más del imperialismo yanqui.» Azzini lo convocó como secretario técnico de la Comisión de Inversión y Desarrollo Económico (CIDE). Un inolvidable equipo multipartidario que presentó fórmulas de consenso, para la profunda crisis posterior a la Guerra de Corea (1950–1953).
«Cuando tenía 31 años conoció al argentino Raúl Prebisch que lo llevaría a Washington al frente de su equipo de investigadores y más tarde –entre 1972 y 1985– al secretariado ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Una inmersión desarrollista dentro de un continente pauperizado. Allí siguió zurciendo.» Entre 1967 y 1968, fue el primer presidente del flamante Banco Central del Uruguay (BCU), nacido de la reforma constitucional Naranja. De allí saltó definitivamente a la escala planetaria: de la CEPAL a otros cargos internacionales.
En 1982 recibió el premio Príncipe de Asturias a la Cooperación Iberoamericana, y tres años después fue canciller –extra partidario– del Uruguay, durante el gobierno del colorado Julio María Sanguinetti. En 1988 fue despedido con sonoros aplausos. «Era la esperanza criolla que se sentaba por primera vez en la silla de la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). El organismo financiero con mejor prensa en todo el planeta.» Así finalizaba Noguiera una crónica que tituló El tío rico.
Los secretarios ejecutivos de la CEPAl entre 1948
y 1985. De izquierda a derecha: Carlos Quintana,
Gustavo Martínez-Cabañas, Enrique Iglesias,
Raúl Prebisch, Juan Antonio Mayobre.
(CEPAL)
El 28 de mayo de 2005 se celebró en Guimarães, Portugal, una Reunión Extraordinaria de Ministros de Relaciones Exteriores de Iberoamérica. Por indicación de los Jefes de Estado y de Gobierno, los cancilleres lo designaron para el puesto de Secretario General Iberoamericano, una gestión que lo mantiene desde entonces en continuos viajes entre Madrid, la Navia astur y Montevideo, pasando por todas las ciudades imaginables.
Ese ciudadano relevante del mundo, es el mismo hombre a quien, un poco en serio y un poco en broma, el ex presidente gallego Manuel Fraga Iribarne desafiaba con un comentario provocador.
–Debes saberlo muy bien. No eres asturiano, ni uruguayo. Eres gallego. Durante mucho tiempo, Galicia llegaba hasta Navia.
La intención del hábil político de Lugo, por años jefe de la Xunta de Galicia, era apropiarse –aunque más no fuera, imaginariamente– de uno de los personajes más talentosos e influyentes de Iberoamérica. Pero, la respuesta fue inmediata.
–Asturias es mi madre, Uruguay es mi patria.
La frase de cabecera de Enrique Iglesias.

Mecenas en casa
Casa de la Cultura del Ayuntamiento de
El Franco, un edificio patrimonial declarado
Monumento Histórico de España, que

recibe el mecenazgo deEnrique Iglesias.
(Gobierno del Principado de Asturias)
«A pesar de que su inauguración tuvo lugar el pasado mes de abril, será a partir del día 15 cuando el Ayuntamiento de El Franco empiece a dotar de contenido a la Casa de Cultura, algo para lo que espera contar con la colaboración de Enrique Iglesias, secretario General Iberoamericano, quien ha hecho de esta dotación una de sus mayores aspiraciones para el pueblo y se ha mostrado dispuesto a trabajar para que el proyecto prospere.
Enrique Valentín Iglesias García emigró con sus padres a Uruguay a muy corta edad, pero, lejos de diluirse, los lazos con su pueblo natal se fueron acrecentando con los años. Y como una prueba del afecto que siente hacia su tierra, cuando recibió el premio Príncipe de Asturias a la Cooperación Iberoamericana, hizo donación de su importe a la biblioteca del Colegio de La Caridad.
Al igual que sus padres, Manuel Iglesias e Isabel García Viña, nació en el pueblo de Arancedo, cerca de La Caridad, en una casa conocida con el nombre de La Follaranca. Y como eran tiempos difíciles, su padre optó por emigrar a Uruguay como empleado en un comercio, dejando a su mujer que esperaba el primer hijo. Este hecho explica que Enrique Iglesias no fuera abrazado por su padre hasta después de cumplidos los tres años. Luego, cuando hubo juntado un poco de dinero, madre e hijo marcharon a Montevideo, donde transcurrió la mayor parte de su vida.
Hay una anécdota muy curiosa, y es que, al marcharse para allá, a Enrique Iglesias se le falsificó la edad. En lugar de los tres años que tenía se le certificó que sólo contaba d, una forma de evitar que tuviese que pagar el pasaje. Esto traería sus consecuencias más tarde y hubo que falsificar nuevamente los papeles para poner las cosas en su sitio. Y es que se encontró con que no podía acceder al Bachillerato cuando debía hacerlo. Así, los padres tuvieron que moverse para que al niño le devolvieran el año que le habían quitado.»

¡No te joroba!
Enrique Iglesias y el rey Juan Carlos de
España reunidos en el Palacio de la
Zarzuela, el 13 de setiembre de 2012.
(Casa Real)
«El carácter internacional de Enrique Iglesias y su enorme prestigio le llevan a mantener entrevistas con todas las personalidades del mundo. El Rey de España no habría de ser una excepción, y cierta vez la sorpresa no pudo ser mayor cuando, a la seis de la madrugada, Isabel, su madre, atendió la llamada de alguien que dijo ser el rey Juan Carlos de España. La respuesta no pudo ser más contundente: ¡No te joroba, levantarlo a una a las seis de la mañana para decirle que es el Rey Juan Carlos! Pronto se deshizo el enredo y el monarca se disculpó porque no se había dado cuenta de la diferencia horaria entre España y América. En Madrid eran las diez de la mañana.»

Temos que caber todos
«Con motivo de la entrega del premio Príncipe de Asturias, el rey Juan Carlos pidió al galardonado que se quedara en el salón del hotel con su familia. Después de saludar a la veintena de parientes de Iglesias, el monarca pidió a su fotógrafo oficial que les hiciera una fotografía a todos juntos. Al decirle Iglesias que no iban a caber todos, el Rey, al instante, trató de hablar como en Arancedo: Temos que caber todos. Enrique Iglesias, a pesar de que domina ocho idiomas, lo que más le gusta es hablar como en El Franco siempre que puede. Adora, además, el paisaje de Arancedo, y la comida; de ahí que el primer menú que hay que prepararle sea la sopa de cocido y el arroz con leche, y viene de visita a la menor oportunidad, dentro de lo que le permite su frenética actividad.»
Tres pasajes de la crónica «Mecenas en casa», del periodista Jorge Jardón, publicada en el diario La Nueva España de Oviedo, 9 de mayo de 2007.

«Enrique no ha tenido tiempo ni para casarse, y sólo podría haberlo hecho con una azafata, ya que ha pasado su vida metido en aviones.»
Élida Iglesias Valdés

BIO
Foto oficial de la Secretaría
General Iberoamericana.
(SEGIB)
«Hijo de Manuel Iglesias e Isabel García. Emigró a Uruguay con sus padres en 1934 y Enrique. Secretario Ejecutivo de la CEPAL (1972-1985), Canciller de la República Oriental del Uruguay (1985-1988), Presidente del BID (1988-2005), Secretario General de la Secretaría General Iberoamericana desde 2005. Durante su mandato en el BID Durante los primeros dos mandatos de Iglesias como presidente, el BID concluyó las negociaciones Séptima (1989) y Octava (1994) Reposición General de Recursos que permitieron al organismo ayudar a sus países miembros prestatarios a iniciar una era de reformas, apertura e integración, así como llevar adelante un programa de modernización de la propia institución. Durante ese período, también, comenzó sus operaciones la Corporación Interamericana de Inversiones, filial del BID para el apoyo directo a Pyme de la región. Iglesias fue un fuerte promotor del libre comercio y del multilateralismo, habiendo tenido una participación decisiva en la creación de préstamos al desarrollo. Ha recibido doctorados 'honoris causa' de la Universidad de Carlton, Ottawa (1991), de la Universidad Autónoma de Guadalajara, México (1994), del Conjunto Universitario Cándido Méndes de Río de Janeiro (1994), de la Southeastern University de Louisiana, Estados Unidos (2000) y de la Universidad de Ciencias Economicas y Empresariales de Oviedo, (2002). Ha recibido los premios Premio Principe de Asturias a la cooperación internacional (1982); Premio Pablo Picaso de la UNESCO por sus actividades a favor de la cultura y del desarrollo, (1997); Premio Notre Dame para el Servicio Público Distinguido en Latinoamérica, Notre Dame University, Atlanta, Georgia (EUA); Orden de Artes y Letras de la República Francesa 1999; Orden Internacional de Mérito 2000, Ciudad de Nueva Orleans, Luisiana (EUA) Ostenta también los siguiente reconocimientos: Hijo Predilecto de Asturias (España) Hijo Predilecto de Oviedo, (España); Orden de Rio Branco, Brasil Gran Cruz, Brasil; Gran Cruz Plana, Consejo del Orden Nacional de Juan Mora Fernández, Costa Rica; Orden de la Legión de Honor, Francia; Gran Cruz de Isabel la Católica, España.»
Semblanza publicada en el sitio web del Ayuntamiento de El Franco, 2012.