Eva Canel en la quinta de Santa Lucía, propiedad de su admirado amigo José Enrique Rodó, c. 1899, cuando era un símbolo del feminismo hispanoamericano. (Archivo Canel) |
Fue la primera feminista española, la más prolífica cronista viajera de Hispanoamérica en el siglo XIX, pionera de las periodistas rioplatenses olvidada en Argentina y Uruguay.
Sexta Crónica del libro Héroes sin bronce (editorial Trea de Gijón, diciembre de 2005)
Los
pueblinos astures y las mayores urbes españolas tienen algo en
común. En todos existen asociaciones de defensa de los derechos de
la mujer sustentadas en un mismo emblema: su memoria. La periodista y
escritora marcó también una original influencia en la cultura
uruguaya de principios del siglo pasado. Vivió dos etapas muy
distintas entre Buenos Aires y Montevideo. La primera, entre 1875 y
1882, como muy joven esposa, declarada liberal y feminista, del
exiliado comediógrafo Eloy Perillán y Buxó. La segunda, entre 1899
y 1915, como diva literaria, monárquica y religiosa. Fue
corresponsal itinerante desde Chicago a la Patagonia, editora
exitosa, conferencista, polemista, crítica intransigente de la intervención estadounidense en Cuba y las maniobras de los grupos de poder que provocaron la Guerra Hispanoamericana. Una vida signada por la
independencia, el coraje y el atrevimiento. Casi sin proclamarlo
–hasta negándolo con desesperación– hizo lo que muchas mujeres
aún reclaman en colectivos que se aferran a su poderoso seudónimo,
que responde a un uso muy feminista de su tiempo: su segundo nombre y su apellido materno.
10 de enero de 1875. El reloj de la catedral de Montevideo estaba a punto de tocar las dos de la tarde. No era un domingo común. Con insólita tranquilidad se realizaba la crucial elección de Alcalde Ordinario, a pesar de que en días anteriores hubo violentos enfrentamientos entre candomberos y principistas. Cuando faltaban pocos segundos para la hora en punto, comenzó un tiroteo entre los grupos en pugna. Los colorados se pertrechaban en una confitería que por entonces se ubicaba a la altura del actual Club Uruguay. Los blancos y sus aliados se protegían en un ombú de Rincón e Ituzaingó. Francotiradores desde las azoteas apuntaban contra todo cuerpo que se movía. En la brutal balacera hubo cientos de heridos y murieron conocidos dirigentes políticos: Francisco Lavandeira, Segundo Tajes, Isaac Villegas Zúñiga, Antonio Gradín, Antonio Santos, Juan Risso, Ricardo Martínez, Juan Ledesma, Eugenio Soto, Juan Ríos.
10 de enero de 1875. El reloj de la catedral de Montevideo estaba a punto de tocar las dos de la tarde. No era un domingo común. Con insólita tranquilidad se realizaba la crucial elección de Alcalde Ordinario, a pesar de que en días anteriores hubo violentos enfrentamientos entre candomberos y principistas. Cuando faltaban pocos segundos para la hora en punto, comenzó un tiroteo entre los grupos en pugna. Los colorados se pertrechaban en una confitería que por entonces se ubicaba a la altura del actual Club Uruguay. Los blancos y sus aliados se protegían en un ombú de Rincón e Ituzaingó. Francotiradores desde las azoteas apuntaban contra todo cuerpo que se movía. En la brutal balacera hubo cientos de heridos y murieron conocidos dirigentes políticos: Francisco Lavandeira, Segundo Tajes, Isaac Villegas Zúñiga, Antonio Gradín, Antonio Santos, Juan Risso, Ricardo Martínez, Juan Ledesma, Eugenio Soto, Juan Ríos.
Masacre de la Plaza Matriz del 10 de enero de 1875, presenciada y narrada por Eva Canel. (Archivo El País, Montevideo) |
Un
cuarto de siglo después, cuando sus crónicas se cotizaban a precio
de oro en toda Hispanoamérica, de vuelta en Montevideo evocaba
aquella peripecia juvenil que la introdujo en el más arriesgado
periodismo itinerante. «Nunca olvido que aquí, muy cerca, en la
plaza Matriz, conseguí mi primera historia digna de narrar. Aquí
supe que jamás haría prensa de despacho, porque el periodista debe
caminar para acercarse a la verdad. Pero, para escribir bien debe
utilizar la cabeza, no los pies. Aquí descubrí mi vocación, por
azar, quizá, pero no por casualidad.»
La joven Eva. (Archivo Canel) |
Agar Eva Infanzón Canel nació el 30 de enero de 1857, en La Caleya da Fonte, un barrio de Coaña, la cabecera del concejo homónimo del occidente asturiano, camino a Galicia. Su padre era médico, Pedro Infanzón. Su madre, Epifanía Canel y Uría, era nieta de Pedro Canel y Acevedo, un liberal sin doblez, amigo personal del notable Melchor Gaspar de Jovellanos y asesor del emblemático general Rafael del Riego.
Canel
y Acevedo fue un ilustrado, resistente contra las invasiones
napoleónicas, universitario, político, legislador, economista,
inventor, geógrafo, poeta, arqueólogo, redactor y firmante de la
Constitución de 1812, la memorable Pepa. Como hombre original fue
condenado, por el Santo Oficio de Valladolid, y perseguido por el
rencoroso rey Fernando VII a su regreso al poder absoluto. Pero sus
enemigos apenas pudieron enviarlo a un simbólico destierro a su casa
de verano del puerto asturiano de Luarca, donde redactó sus
memorias, consideradas obras maestras de filosofía ecológica.
Eva compartió los valores de su familia materna, expresados con innato histrionismo, pero –lo confesó a la madurez– ocultaba una secreta fascinación por la creencia católica y monárquica de su padre. Luego de la inesperada muerte del doctor Infanzón en un naufragio –a manos de piratas cantábricos– la joven completó sus estudios de Letras en Madrid y se relacionó con el ambiente intelectual más cercano a la inminente Primera República. A influjo de sus nuevos amigos, adhirió al feminismo activo, aunque nunca lo llamó de esa manera. Todavía no era adolescente cuando defendía con ardor el derecho de la mujer a tener las oportunidades que «le permita su talento». A los quince años, trabajando en una compañía teatral, conoció al vallisoletano Eloy Perillán y Buxó, periodista, escritor y comediógrafo, director de la revista La Broma, muy popular entre masones y liberales. Se casó con él en 1873, encandilada por promesas de aventuras y desasosiegos.
Eva compartió los valores de su familia materna, expresados con innato histrionismo, pero –lo confesó a la madurez– ocultaba una secreta fascinación por la creencia católica y monárquica de su padre. Luego de la inesperada muerte del doctor Infanzón en un naufragio –a manos de piratas cantábricos– la joven completó sus estudios de Letras en Madrid y se relacionó con el ambiente intelectual más cercano a la inminente Primera República. A influjo de sus nuevos amigos, adhirió al feminismo activo, aunque nunca lo llamó de esa manera. Todavía no era adolescente cuando defendía con ardor el derecho de la mujer a tener las oportunidades que «le permita su talento». A los quince años, trabajando en una compañía teatral, conoció al vallisoletano Eloy Perillán y Buxó, periodista, escritor y comediógrafo, director de la revista La Broma, muy popular entre masones y liberales. Se casó con él en 1873, encandilada por promesas de aventuras y desasosiegos.
Perillán
debió escapar de la capital hispana, tras publicar una sátira de
Manuel Pavía, general golpista que el 3 de enero de 1874 disolvió
las primeras Cortes republicanas, a punta de sable y bayoneta. Pasó
por La Paz y luego por Buenos Aires, antes de arribar a Montevideo,
el 23 de febrero, con una carta de recomendación del depuesto
presidente republicano Emilio Castelar a Julio Herrera y Obes, por
entonces director de El Siglo. El 6 de marzo, el influyente periódico
celebraba su contratación.
Perillán
decía que Buenos Aires era cosmopolita y fascinante, y que
Montevideo no lo era menos, pero además, digna de vivir. A pesar de
tan convincente elogio, el historiador asturiano José Luis Pérez de
Castro se refiere a su difícil exilio: «Vivió en la calle Piedras
N° 25. Fue redactor de la sección Miscelánea de El Siglo,
colaborador del semanario El Ferrocarril, y docente honorario de
Literatura General e Historia de la Literatura». Su lección
inaugural en la Universidad fue presidida por Alejandro Magariños
Cervantes. Escribía también una sección dominical en el diario
–Revista de la semana– con noticias en verso. Muy dulces en su
forma, muy saladas en su contenido.
Ella
permaneció unos meses en Madrid, sustituyéndolo en la dirección de
La Broma. Firmaba sus artículos con seudónimos muy distintos:
Ibomaza, Beata de Januco, Fray Jacobo o AV. El definitivo Eva Canel
fue una definición feminista discutida con su marido: su segundo
nombre y su apellido materno. Finalmente, también se fue al
destierro montevideano, un par de meses antes de cumplir 18 años.
Pero, el matrimonio duró poco días en la capital uruguaya. Las
semblanzas mordaces del presidente candombero Pedro Varela, y las
críticas a quien consideraban «el verdadero dictador», Lorenzo
Latorre, provocaron una inevitable salida a Buenos Aires. Fue a
mediados de enero de 1875, tras la clausura de El Siglo. «Del
episodio, que dejó funesta impresión en su espíritu y en la
historia oriental, escribió La Candombera, un relato que constata
algunas tradiciones locales», señala Pérez de Castro en su ensayo
Huella y presencia de Asturias en el Uruguay.
Montevideo
fue para Eva Canel el punto de partida de su fama internacional y de
su periodismo trashumante. Y los aprovechó, creando medios exitosos:
El Ferrocarril de la Paz, Las Noticias y El Comercio Español de Lima
y El Petróleo de Buenos Aires. Además colaboraba con el matutino
limeño El Comercio y con El Perú Ilustrado, mientras era
corresponsal de La Broma y del diario La España de Madrid.
Observadora
infatigable, tenía la idea de que la geografía, el espíritu, la
historia y los latidos del progreso, había que aprenderlos con los
pies. «Esta concepción que nutre lo más estimable de su pluma, la
llevó a viajar por todo el continente americano, de Chicago a la
Tierra del Fuego. Siempre enjuiciando la actualidad, en torno al eje
de su biología ideológica que, de republicana y mordaz por contagio
con el izquierdismo de su esposo, fue cayendo hacia el extremo
opuesto de la mano de un españolismo exaltado», comenta Pérez de
Castro.
Viajó
a Barcelona en 1882, justamente cuando la distancia física con
Perillán pasaba también al terreno del pensamiento. Mientras él se
radicaba en Cuba, donde falleció en 1884, ella quedaba sola en la
capital catalana, subsistiendo apenas con sus colaboraciones
americanas. En 1891 se mudó a La Habana, para fundar la revista La
Cotorra («Órgana libérrima (sic). Semanario político satírico
que no sabe tirar al sable y no se bate más que a picotazos»). Como
no había perdido esperanzas de ingresar al mercado estadounidense,
lo intentó en el año del cuarto centenario del descubrimiento de
América, con una corresponsalía en la Exposición Universal de
Chicago. Consiguió que la tradujeran al inglés y conoció, en Nueva
York, al hombre por quien sintió una paradójica atracción: José
Martí.
Por entonces ya era una defensora de la permanencia hispana en Cuba; pero más profundo fue su cariño por el patriota cubano, fundador del Partido Revolucionario y organizador de la Guerra Necesaria contra el poder colonial. «Tenía de terrenal el profundo conocimiento del pueblo y de los políticos norteamericanos. Su aversión hacia ellos (…) se acentuaba con la frase rápida, categórica para presentarlos, retratarlos y definirlos.»
No tardó en enterarse de la muerte de su querido Pepe –el 19 de mayo de 1895– en el combate de Dos Ríos. Mientras lo lloraba, escribió un comentario titulado: «¡Oh Martí, Martí! ¡Qué falta nos haces a todos!». Definitivamente contradictorio. Poco después se revelaba como una furibunda integrista al servicio de la causa española en la isla. En la Guerra de Cuba fue secretaria de la Cruz Roja, responsable de centros de auxilio para víctimas ibéricas y declarada enemiga de la intervención estadounidense. Tras la derrota regresó a Madrid con los restos de su marido y con su hijo peruano, Eloy Perillán Infanzón, recibido de ingeniero en la Universidad de Illinois.
Por entonces ya era una defensora de la permanencia hispana en Cuba; pero más profundo fue su cariño por el patriota cubano, fundador del Partido Revolucionario y organizador de la Guerra Necesaria contra el poder colonial. «Tenía de terrenal el profundo conocimiento del pueblo y de los políticos norteamericanos. Su aversión hacia ellos (…) se acentuaba con la frase rápida, categórica para presentarlos, retratarlos y definirlos.»
No tardó en enterarse de la muerte de su querido Pepe –el 19 de mayo de 1895– en el combate de Dos Ríos. Mientras lo lloraba, escribió un comentario titulado: «¡Oh Martí, Martí! ¡Qué falta nos haces a todos!». Definitivamente contradictorio. Poco después se revelaba como una furibunda integrista al servicio de la causa española en la isla. En la Guerra de Cuba fue secretaria de la Cruz Roja, responsable de centros de auxilio para víctimas ibéricas y declarada enemiga de la intervención estadounidense. Tras la derrota regresó a Madrid con los restos de su marido y con su hijo peruano, Eloy Perillán Infanzón, recibido de ingeniero en la Universidad de Illinois.
A
fines de 1899 partió nuevamente hacia América del Sur. Fijó
residencia en Buenos Aires, aunque pasaba mucho tiempo en Montevideo
y Santiago. Desde ese triángulo sudamericano se dedicó a dar
conferencias muy bien pagadas. «No obstante una feliz acogida, no
encontró el tradicionalismo criollo y distinguido de la urbe
argentina, tal cual la conoció un cuarto de siglo antes. La prensa
le otorgó insospechada popularidad y los clubes españoles su más
alto honor, pero era otra ciudad, que no le resultaba tan
encantadora», sostiene Pérez de Castro. La capital porteña había
perdido, para ella, su espiritualidad hispánica y tenía mucho del
individualismo norteamericano. Esta nueva valoración se multiplicó,
por la impresión que le produjo el Montevideo finisecular. «Separado
solo por el Río de la Plata, pero que estaba gestando el Ariel»,
escribió en una columna para El Siglo.
Montevideo, te amo
El aguardado reencuentro con los uruguayos fue a mediados de noviembre de 1899. Se instaló en el antiguo hotel Oriental de Santa Lucía, muy cerca de la quinta de descanso de José Enrique Rodó, el colega que le provocaba una admiración impropia de su vanidad. «Mi querido amigo, usted es el más hispano de los escritores de habla hispana», fue el elogioso juicio de la ilustre visitante.
A
principios de diciembre titulaba «Inmejorables impresiones», un
artículo para El Correo Español, en el que anunciaba un «inmediato
resurgimiento uruguayo tras años de dificultades». Y remataba su
columna de viajera: «Esta es una patria de abundantes encantos y de
espectáculos hermosos, con un clima que seduce a quien desea
quedarse a vivir. Mujeres muy femeninas, llenas de gracia y de
amenidad, sanas costumbres, sentimientos de pueblo amante de sus
mejores tradiciones y un carácter franco de buenos hijos del país».
Días
después le confesaba al periodista Arturo Prats, en La Alborada, que
Montevideo era «la mejor ciudad para llevar una vida acorde a la
moral cristiana». En la entrevista publicada el 31 de diciembre se
manifestaba «ferviente patriota hispana y católica». Prats
describía su «cautivante vehemencia, amor materno, caridad e
ingenio para las respuestas». Tras varias conferencias en Santiago
de Chile, regresó a mediados de enero de 1900, para visitar el
estudio de Pedro Blanes Viales, el pintor de moda. «Tiene totalmente
excitado al ambiente artístico de la ciudad», afirmaba en una
crónica de El Correo Español reproducida por El Día.
Pero
su intervención más destacada fue en la conferencia: «El desarme y
la paz universal». Anunciada en la prensa el 13 de enero, las
entradas se pusieron a la venta el 15 y se agotaron al día
siguiente. La disertación tuvo lugar el 18, en el Conservatorio
Musical La Lira. «Lamento desilusionar a los ingenuos que aun creen
que la peor de las guerras ya pasó. Están equivocados. La peor,
todavía está por venir», fue una de sus premoniciones, publicadas
por El Siglo, el diario oficialista que apoyaba la difusión de su
nuevo drama Fuera de ley.
Epilogando
Epilogando
La
primera década del vigésimo siglo fue de éxito para Eva Canel,
como colaboradora de El Diario Español, Caras y Caretas, Correo de
Galicia y La Tribuna de Buenos Aires, y propietaria de una imprenta
que editó obras de los mayores autores rioplatenses. En 1904 fundó
la porteña revista Cosmos y en 1907 el periódico Vida Española.
Cayó
enferma en 1914, en la última excursión sudamericana de su vida.
Poco después se radicó definitivamente en Cuba donde recibió, en
1921, la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice otorgada por el papa
Benedicto XV. En 1929, la Sociedad Geográfica de Madrid la nombró
Miembro Correspondiente y el dictador Miguel Primo de Rivera le
concedió el Lazo de la Orden de Isabel la Católica y la Medalla de
Oro de Ultramar.
Falleció
en La Habana, el lunes 2 de mayo de 1932, en la más absoluta
pobreza. Sus restos fueron trasladados a la casa familiar de Coaña,
un visitado monumento cultural del occidente asturiano.
–Cosas
del otro mundo. Viajes, historias y cuentos. Minuesa Imp. (Madrid,
1889, crónicas y relatos).
–Manolín.
La Tipografía, Manuel Romero Rubio Imp. (La Habana, 1891, novela).
–La
mulata. La Ilustración, de Fidel Giró Tip. (Barcelona, 1891,
teatro).
–Trapitos
al sol. Pedro Núñez Imp. (Madrid, 1891, novela).
–Oremus.
La Tipografía, Manuel Romero Rubio Imp. (La Habana, 1893, novela).
–Magosto.
La Universal Imp. (La Habana, 1894, miscelánea).
–El
indiano. La Universal Imp. (La Habana, 1894, teatro).
–Álbum
de la Trocha. Breve reseña de una excursión. La Universal de Ruiz y
Hermano Imp. (La Habana, 1897, crónicas y relatos).
–De
América. Viajes, tradiciones y novelitas cortas. F. Nozal Estudio
Tipográfico (Madrid, 1899, miscelánea).
–Fuera
de la ley. Impresora El Correo Español (Buenos Aires, 1902, teatro).
–Las
ambiciones de los sajones de América. Impresora El Correo Español
(Buenos Aires, 1903, ensayo).
–El
divorcio ante la familia y ante la sociedad. Impresora El Correo
Español (Buenos Aires, 1903, ensayo).
–Agua
de limón. Estudio Gráfico Robles y Cía. (Buenos Aires, 1904,
cuentos).
–La
abuelita. Estudio Gráfico Robles y Cía. (Buenos Aires, 1905,
teatro).
–De
Herodes a Pilatos. Estudio Gráfico Robles y Cía. (Buenos Aires,
1905, teatro).
–El
agua turbia. Estudio Gráfico Robles y Cía. (Buenos Aires, 1906,
novela).
Uno
de Baler. Eva Canel e hijo Talleres Gráficos (Buenos Aires, 1907,
teatro).
–Por
la Justicia y por España. Estudio Gráfico Robles y Cía. (Buenos
Aires, 1909, ensayo).
–Por
España antes que por mí. Una polémica inconclusa. Catholic Trade
School Tip. (San Juan, 1915, artículos).
–Lo
que vi en Cuba. A través de la Isla. La Universal Imp. (La Habana,
1916, artículos).
La
niña del candombe
«Raquelita,
hija de un coronel y de una señora que solo tenía el quehacer de
soñar con ínfulas y pergaminos llevaba la pasión de partido a un
extremo demoníaco. Pudo más en ella la inclinación política que
el amor. Pertenecía a los colorados netos, a quienes lo blancos con
metafórico desdén llamaban los del candombe. Alcanzaba tal furor su
demagogia, que hasta los colorados templados o principistas eran sus
enemigos.
Cuando
el principismo liberal de guantes y frac eleva a Ellauri al poder y
se dan los sangrientos sucesos electorales de enero, la candombera
incita a su marido brasileño a luchar cerca de su padre, mientras
ella se divertía en la bahía a bordo de un barco, con el capitán.
Y cuando al final de los acontecimientos le comunican la muerte de su
esposo, la alegría del triunfo de su partido ahoga el dolor de la
viuda y lejos de condolencias pide felicitaciones.
Ni
aun físicamente, es la candombera el arquetipo de la mujer uruguaya.
Mientras ella es una pimienta, chiquitita y picante y más bien
redonda que angulosa, la generalidad de las hembras orientales son
hermosas, altas, de formas correctamente modeladas, flexibles como el
junco, elegantes como pocas, sonrientes como los ángeles de Murillo
y su andar tenía algo de la balladera (sic) y mucho de la sultana
encerrada en moriscos jardines; hay en su cabeza orgullo innato, en
su busto majestad y en su todo el abandono de las palmeras cimbreadas
por el viento…»
Fragmento
de La Candombera, relato del libro De América. Viajes, tradiciones y
novelitas cortas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario