La cava de la familia Irurtia es un símbolo cultural de Carmelo y un patrimonio histórico de la vitivinicultura uruguaya. |
Publicado en el diario El Observador de Montevideo (serie Bodegas del Uruguay, 2008)
Uno de sus más recordados administradores fue Juan de San Martín, quien compartió el noble casco con su esposa, Gregoria Matorras. Allí nacieron los tres hermanos mayores de un notable héroe sudamericano, el Libertador José de San Martín, correntino de Yapeyú, pero casi uruguayo. Don Juan dejó un detallado inventario, antes de su regreso a la Argentina , en el que certificaba que la hacienda tenía dos centenares de personas, más de 30.000 cabezas de ganado, innumerables ranchos para indios peones y negros esclavos, una dulcería y quesería, una fábrica de ladrillos y tejas, dos hornos de cal –que producían para a Montevideo y Buenos Aires– y una extensa variedad de frutales. También dejaba constancia de las 1.500 plantas de vid y de todos los implementos y herramientas para la elaboración de vinos.
Uvas tannat admiradas en el mundo. |
El 12 de febrero de 1816, fue el general José Gervasio Artigas, líder de la Provincia Oriental , quien desde la utópica Purificación ordenó el traslado del poblado de Víboras, radicado desde 1758 en “una zona inhóspita y cenagosa”, hacia la desembocadura del arroyo De las Vacas. Fue el génesis de Carmelo, la única ciudad todavía existente, fundada por el Protector de los Pueblos Libres. Quedan documentos del “Pueblo del Carmelo”, que en 1826 explicaban cómo el nombre surgió por la devoción de Artigas y de los primeros vecinos, por la Virgen del Carmen que hacía sus apariciones en el palestino Monte Carmelo. Una imagen singular, también venerada en el templo coloniense, de la que se cuentan leyendas sobre sus huidas. Al parecer, la virgen atravesaba los campos de noche para llegar a la vieja capilla de la estancia De las Vacas, pero, siempre retornaba con las primeras luces del alba. Los fieles estaban tan convencidos del milagro, que citaban como prueba de esas excursiones, la humedad de su vestido, a causa del rocío, y hasta los abrojos y flechillas del camino, adheridos al manto.
Otra entrañable relato evoca un episodio de 1832, cuando se decretó una ley de amnistía y libertad de presos. “En pocas horas una banda de cuatreros liberados se agenció unos vacunos de vecinos de la zona y cierto ex convicto piromaniaco, arrancó la puerta de su propia celda e improvisó una parrillada”, según crónica del episodio. Más de dos siglos después de Hernandarias, en el mismo lugar donde había nacido la ganadería, nacía también la mejor forma de comer carne: asada a la parrilla.
A esa tierra de historias, mitos y leyendas, arribaba por esos mismos años, un inmigrante pobre en bienes, rico en esperanzas. Lorenzo Irurtia había nacido en Irun, la triple frontera que une al porfiado territorio de Euskadi, el País Vasco, con Francia y Navarra. La segunda ciudad de la provincia de Guipúzcoa –tras la capital Donostia San Sebastián– fue fundada por conquistadores romanos que la llamaron Easo, como un estratégico puerto sobre el río Bidasoa. Por allí sacaban el mineral explotado en Peñas de Aya, una región tan apreciada por el imperio como Burdeos o Londres.
El carácter heroico de los irundarras fue decisivo en la gloriosa batalla de San Marcial, del 31 de agosto de 1813, cuando las tropas hispanas apoyadas por el Duque de Wellington, derrotaron al invasor napoleónico en la cruenta Guerra de Independencia. Pero, además de guerreros valientes y mineros dedicados, los hijos de Irun son expertos cultivadores de frutos y productores de bebidas típicas: la sagardoa, una sidra de sabor ligeramente ácido y el txacoli, un vino blanco que jamás falta en una buena comida.
Lorenzo trajo sus dos saberes ancestrales. Como trabajar era el destino, se puso a picar piedra en las canteras del Cerro Carmelo, mientras plantaba vides. Con el paso de los años, casi todos los hijos de la familia Irurtia Etchenique se dedicaron al viñedo y a la pequeña bodega: Miguel, Antonio, Carmelo, Natalia y Francisca. En honor a una memoria apasionada y laboriosa, sus descendientes conservan todavía la madera de los palos de las dos primeras hectáreas propias de 1928.
Los tiempos difíciles llegaron a principios de la década de 1950. En ese momento, padres y tíos cedieron la responsabilidad de la empresa al hijo mayor de Antonio Irurtia Etchenique, un joven estudiante, casi ingeniero químico. Dante Irurtia fue a una escuela rural, con una sola maestra, y para ir al liceo se tomaba un ómnibus a las cinco de la mañana, estudiaba en los bancos de la plaza de Carmelo y volvía de noche a su casa. De muchacho, ya en Montevideo, debió trabajar para mantenerse mientras cursaba la Facultad de Química. Toda una definición de su personalidad.
En 1953 asumió la dirección de la pequeña empresa familiar. Para él fue recuperar un amor eterno con las viñas y las uvas, que había nacido en la niñez. Una relación permanente, genéticamente concebida, que se mantiene luego de 55 vendimias.
Dante Irurtia, líder de la moderna vitivinicultura uruguaya, fallecido en noviembre de 2010. |
Visionario, viajero, investigador, innovador de la viticultura nacional con sus amigos, Quico Faraut, los Passadore y los Carrau. Por entonces eran muchos los que decían que estaba “loco” porque traía aquellas variedades europeas de selección clonal. Eran tiempos cuando la palabra “reconversión” todavía no existía y exportar vinos era una quimera. También fue pionero de los viñedos en lyra, creados por el enólogo y ecofisiólogo Alain Carbonneau. En los últimos años de la década de 1970, los más encumbrados técnicos europeos decían que “los mejores viñedos de Francia estaban en Carmelo”.
En 1988 recibió la Orden al Mérito Agrícola del gobierno francés, por su aporte a la innovación de las técnicas de elaboración vitivinícola. Fue de los primeros en implantar los cepages, en la selección de los sitios para implantar viñedos, en los sistemas de conducción para el mejor aprovechamiento de la luz solar y mejor aireación del follaje y los racimos, en la utilización de porta injertos.
La cuarta generación está liderada por Carlos, enólogo y director general, Marcelo, ingeniero agrónomo, y Liliana en el área comercial. La bodega cuenta con modernos equipos de frío, filtros, toneles de roble, cavas. Los últimos avances de la tecnología se entienden con la tradición artesanal.
Dante Irurtia participó en los grupos CREA, en el Centro de Bodegueros, en la elaboración del proyecto de ley que creó al INAVI, en la formación de varias cámaras exportadoras. A sus casi 80 años aún cree en el trabajo familiar desde la implantación y cuidado de la planta hasta la elaboración, porque el vino es el producto natural de la uva. El reconocido vitivinicultor ha recibido premios en todo el mundo, desde la primera medalla de oro que sus vinos consiguieron en Sofía, la capital de Bulgaria, en un lejano 1966.
Dante Irurtia era un personaje singular. Además de todas las variedades imaginables en sus extensos viñedos, también plantó cinco hijos y siete nietos. Para el líder de la moderna vitivinicultura uruguaya, lo más importante no era la próxima cosecha, ni los próximos vinos. Siempre miraba más allá. Como su abuelo, el persistente vasco Lorenzo, soñaba con las futuras cepas que ahora plantan sus hijos y sus nietos, y con las que plantarán en los próximos decenios. Porque lo esencial, también en la viña, es invisible a los ojos. Dante Irurtia falleció el 12 de noviembre de 2010.
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