martes, 27 de abril de 2010

Del "Vasco Lechero" a un patrimonio intangible de la publicidad uruguaya: Alejandro Vascolet, el niño cuarentón

Alejandro, el niño que cumple 43 años.
Caminando por la pared


En 1948 el gallego Antonio Fernández y su hijo Héctor Homero abrían en Montevideo un molinillo de café y una molienda de cocoa, típico producto rioplatense que se elaboraba con la torta del cacao adicionada con azúcar. El cacao era el jugo de los dioses aztecas, que los sacerdotes molían de rodillas, batían con las manos juntas y bebían mirando al cielo, según reza en los antiguos templos mesoamericanos. No menos interesante es el muy probable origen del uso local del término cocoa, que algunos autores sitúan a principios del siglo XIX, en la Invasiones Inglesas. Una interpretación criolla de la voz británica que refiere a la oscura bebida que tanto gustaba a los rubios intrusos. El cacao y la cocoa, muy populares desde entonces, están presentes en dos marcas que la multinacional suiza Nestlé adquirió a Fernández: Copacabana y Vascolet. Cómo fue creado Alejandro Vascolet, símbolo eternamente niño de los polvos achocolatados uruguayos.

Sobre la base del libro Buen alimento. Buena vida. 30 años de Nestlé en Uruguay (Naón & Olveira, 2008) y del artículo publicado en Colección Los Ojos de la Memoria (Asociación INCUNA, Industria, Cultura, Naturaleza, Gijón, España, 2009).
 
Don Héctor Homero Fernández Ramírez, repatriado, pobre, de toda pobreza”. Así consta en documento de 1940, que el visionario emprendedor solía mostrar con orgullo, aún en tiempos de mayor gloria industrial y personal. Es la prueba tangible de una vida apasionante, vivida en dos naciones: la España inmemorial de sus ancestros y su Uruguay, joven ejemplo de estado de bienestar.
Primera lata de Vascolet.
Antonio Fernández Fernández, su padre y primer socio comercial, había llegado a América en los albores del siglo pasado, desde la gallega Guimarei de Lugo, primero a Brasil, poco después a Buenos Aires, donde conoció a su esposa Irma Ramírez, a la que llevó de luna de miel a Montevideo. Con la capital uruguaya también fue amor a primera vista. Se quedó en aquella ciudad culta, diversa, que le ofreció la oportunidad de crear su propia fábrica de accesorios femeninos para la cosmopolita tienda London París. Lector febril, polemista vehemente, llamó a sus tres hijos montevideanos, inspirado en su pasión intelectual: Héctor Homero, nacido el 30 de junio de 1920, Floreal Isaac y Hugo Cristóbal.
–Antonio regresó con su familia a España, en julio de 1931, llamado por la triunfante Segunda República. En la calle Fortuny del barrio madrileño de La Castellana abrió una tasca de vinos, frente a la redacción del diario anarquista Castilla Libre. Más que por interés comercial, estaba allí porque era amigo de los periodistas que iban a tomar una copa al bodegón.
Cuando Alejandro jugaba como Pelé, 1981.
Héctor Homero tomó las riendas del negocio, casi niño, a los catorce años, para sacar a la familia de la pobreza angustiante. Una situación que empeoró por la Guerra Civil Española, cuando nacieron Irma y Gladis, las dos hijas de Antonio, y cuando el alimento era conseguido con vales de raciones que se canjeaban por vino. En 1940, cuando la vida de los Fernández Ramírez era insostenible, porque no había dinero, el primogénito solicitó ser repatriado por el gobierno uruguayo. 
"Me fui de Uruguay con once años y volví con casi veinte, ¡cuánto debo agradecerle a esta tierra maravillosa!", reconoció el patriarcal empresario, hasta su último día.
La Mezquita, primer antecedente de Vascolet, 1948.
A poco de arribar consiguió trabajo en la panadería Genovesa, de Eleuterio Salvador Muñoz, de la calle 25 de Mayo, corazón de la Ciudad Vieja, y en cuánto pudo pagó los pasajes de Floreal y Hugo y, entre los tres, trajeron a padres y hermanas. El jovencito llamaba la atención por su talento comercial y su cautivante personalidad. “Siempre cultivó el acento español, aunque jamás ocultó que era uruguayo, hijo de gallego y andaluza, criado en Madrid. Disfrutaba cuando le decían Gallego, porque creía que era sinónimo de trabajador, emprendedor, luchador”, evocaba en 2009 Floreal Isaac, hermano de Homero, con una memoria inusual cuando cumplió 86 años.
Copacabana, una  prima no tan lejana.
Su inusual sagacidad sorprendió a Saturnino Fernández, fundador de la Fábrica Uruguaya de Neumáticos y del Frigorífico Modelo. En poco tiempo era responsable de la expedición de hielo del tradicional establecimiento del barrio La Comercial. “Había algo distinto en él. Hasta ese momento, los hieleros se peleaban por un lugar en la fila, pero Homero puso orden, solo con la palabra”, asegura Hugo Cristóbal, hermano menor de Homero, entrevistado en 2009, a los 77 años. En 1948 su padre le propuso una de las tantas iniciativas que, por su bohemia, no podía concretar. Antonio deseaba abrir un tostadero de café, al mejor estilo madrileño. Así nació La Mezquita, una marca que rendía homenaje a la cultura mora de los Ramírez andaluces. Antonio y Héctor se instalaron en un garaje de Miguelete y Joaquín Requena, en el Cordón, con un pequeño molinillo.
La visión y el empuje del joven permitió la compra de un inmueble en Pedernal y Juan Paullier, en el barrio La Figurita, donde tostaban café, molían cacao y envasaban té, La Mezquita, para consumo gastronómico, de cafés y bares. En 1950, cuando sus hermanos se sumaron al negocio, la empresa registró la marca Copacabana. Por entonces era una fábrica moderna, que no explotaba toda su capacidad, y que necesitaba un éxito comercial. A principios de 1955 el ingeniero químico Eric J. Berlung, inmigrante sueco, ya anciano, aceptó el desafío de aquél “gallego”, verborrágico y apasionado: crear un polvo achocolatado para consumo infantil. Su fórmula: cacao, azúcar y vainilla, como todos, más leche en polvo, dextrinas de cereal que aportaban proteínas y vitaminas B1, B2, B3 y B4.
Primer aviso televisvo, 1974.
Homero Fernández tenía registrada la marca Copacabana, original de la confitería La Vascongada de Buenos Aires, muy popular en el mercado argentino, pero inexistente de este lado del Río de la Plata. Su significado no tiene secretos: el vasco lechero. “Era un producto sin mucha tecnología, que hacíamos con molino y pailas, pero a los niños les gustó el sabor, porque era más suave y más dulce y porque, como no se solubilizaba al instante, podían capturar los grumos con la cuchara”, asegura Floreal.
El lanzamiento de Vascolet es considerado todavía hoy, más de medio siglo después, un ejemplo de innovación comercial. Como no existían los departamentos de mercadeo, ni siquiera en el concepto, las empresas confiaban en el olfato de sus líderes y en agencias de publicidad, como Antuña Yarza, que atendía la cuenta de La Mezquita. Aquellos pioneros disponían de pocos datos empíricos y creían que para disminuir el margen de error, solo alcanzaba con entrevistar a gente vinculada con el producto. Aún sin datos certeros los líderes sabían si un producto funcionaría con mucha intuición y gran capacidad de trabajo.
De la lata a la bolsa, 1975.
Fernández le solicitó a su amigo Walter Antuña una campaña que llegara directamente a los niños. Entre ambos diseñaron una estratégica presencia en todas las escuelas públicas, con pequeñas latas litografiadas con el símbolo de Vascolet, que los escolares pinchaban con sus compases para comer el polvo de chocolate. “El éxito fue increíble, quizá porque no había televisión, y todos éramos más sensibles a las promociones”, aseguraba Hugo.
–Vascolet se impuso rápidamente a Toddy, de la multinacional Fleischmann, al histórico Lactolate, de Kasdorf, y mantuvo una recordada competencia con la célebre marca Águila de la firma Saint Hermanos. Un éxito notable, diseñado con intuitivo sentido de la estrategia, como paso previo al gran objetivo de Héctor Homero Fernández: elaborar el primer café instantáneo uruguayo, y como mayor ambición, crear el primer café instantáneo glaseado del mundo: Bracafé.

Vascolet era un producto sin mucha tecnología, que hacíamos con molino y pailas, pero a los niños les gustó el sabor, porque era más suave y más dulce y porque, como no se solubilizaba al instante, podían capturar los grumos con la cuchara.”
Floreal Fernández, 2009

Último aviso de Alejandro Vascolet en blanco y negro.
Caminando por la pared
En Ímpetu Publicidad, de los pioneros Luis Caponi y Raúl Barbero, fue creado el todavía vigente personaje Alejandro Vascolet, que se presentó en ocasión de la Copa Mundial de Fútbol Alemania 1974. 
Hasta aquel año la marca lider en polvos achocolatados de Uruguay y producto estratégico de Héctor Homero Fernández, con sentido de la oportunidad estaba asociada con la imagen de un inolvidable personaje de la televisión, Pilán, con sus cejas oscuras, su camisa a rayas, su sombrero y sus guantes blancos. Su mítico “Pórtate bien”, dicho con calidez por el actor Eduardo Freda, era el mensaje de las tardes de Canal 4. Al principio Pilán tomaba leche en un vaso transparente, “hasta el fondo blanco” fue un emblema del alimento achocolatado, con sus bigotes oscuros pintados.
Primer aviso en televisión color, 1981.
Cuando Ímpetu se encargó del desarrollo publicitario de Vascolet, hubo un cambio revolucionario en su comunicación institucional y comercial. “Hasta entonces había campañas familiares, la latita, los desayunos, muy interesantes, pero más adelante cuando salió lo de Alejandro, que se realizó en dos piezas, ingresamos en el concepto de energía. Una era más real, en forma de clip, pero que ya era muy rupturista, con niños jugando en una historia tangible. La otra era más intangible: el sueño de Alejandro que camina por la pared. No había video, se hacía en dieciséis milímetros. Yo fui como operador del proyector, con un sinfín preparado. Cuando largué las dos películas, Homero Fernández y sus hijos quedaron mudos. Luego hicimos cortos temáticos: el fútbol con Pelé, básquetbol, ciclismo”, explica Jorge Caponi, director de la agencia que desde 2001 está asociada con la multinacional francesa Publicis.

Alejandro blanco y negro,
Bigotes de chocolate 
–"Para nosotros los suizos, que algo sabemos de chocolates, todavía es incomprensible el éxito de Vascolet. Nos sacamos las dudas con una muestra de opinión pública que nunca habíamos realizado antes, en ningún otro país. El resultado fue sorprendente: los niños y jóvenes uruguayos valoran los grumos que luego consumen con una cuchara y disfrutan los famosos bigotes que se forman en sus labios por la baja solubilidad."
Philippe Mondada, gerente general del Nestlé Uruguay, entre 2007 y 2010. 

"Más allá del personaje, el mayor hito fue su jingle, que se ha transmitido de generación en generación", asegura María José Caponi, nieta del pionero, directora de cuentas de Publicis–Ímpetu, que no duda en cantarla: “Alejandro camina por la pared, toda la fuerza viene de Vascolet.”
Alejandro color.
¿Quien decidió el nombre? “Fue el músico Eduardo Shekman, creador del tema. La agencia tenía un cliente, Alejandro Halegua, dueño de Halson, la textil que fabricaba los vaueros Lee. Cuando surgió el personaje de Vascolet en el Departamento de Arte de la agencia, dijimos: ¡Alejandro, que camina por la pared! Shekman empezó con el jingle, la productora argentina Ceretti transformó el dibujo en película, y Halegua se sorprendió”, asegura Jorge Caponi.
La relación de Ímpetu con Vascolet se fortaleció tras la llegada de la multinacional suiza Nestlé, actual propietaria de la marca. “Homero Fernández fue un gran empresario, pero para la agencia fue clave haberse adaptado a las exigencias de una multinacional, con la que trabajamos en equipo. Homero y Luis Caponi fueron tan amigos porque se parecían mucho. Forman parte de la historia, como innovadores, pero de otro tiempo”, evoca el publicista, hijo y padre de publicistas.

"Alejandro camina por la pared", versión original en blanco y negro del aviso televisivo emitido entre las décadas de 1970 y 1990: https://www.youtube.com/watch?v=14WdkgfyeiQ

Jorge Caponi, 2010.
Minientrevista
 Alejandro por Jorge Capon

-¿Alejandro Vascolet fue el trabajo de tu vida?
-Es una marca demasiado fuerte en mi trabajo y mis afectos. Cuando entré en la agencia era un momento de transición de Vascolet: de un polvo achocolatado más a una marca. Estuve en la creación de la campaña, desde un principio, cuando se presentó el proyecto: yo era el ejecutivo junior de la cuenta. Viví el desarrollo de la pieza, desde adentro. Hice toda la caminata por la pared de Alejandro, desde el primer paso. Desde hace un tiempo otras generaciones manejan la cuenta, pero cuando piensan en una extensión de línea es seguro que me consultan. Cuando hay un producto tan exitoso siempre está el riesgo de que un exceso de cambios pueda desposicionarlo. Alejandro sigue haciendo historia, pero hubo otro aviso que a mí me pegó muy fuerte: Constanza, la nenita de Canal 12. Fue un hallazgo de Sergio Patalagoity, una intuición maravillosa que supo colocar al canal en el corazón del público. Nosotros dejamos la cuenta, ellos cambiaron, pero tengo la certeza de que jamás hicieron otro aviso así. ¡Y fue hace treinta años!

Raúl Barbero y Luis Caponi, fundadores de Ímpetu.

-Pero nada como Alejandro, quizá, el personaje más perdurable de la publicidad televisiva uruguaya...
-Lo presentamos en 1974, en ocasión del Mundial de Fútbol de Alemania. La agencia se encargó de su desarrollo, de su comunicación, de su evolución, y con el paso de los años estilizó su figura y le incorporó color. Con Alejandro, que se hace en dos piezas, ingresamos en el concepto de energía. Una era más real, en forma de clip, pero que ya era muy rupturista, con niños jugando en una historia tangible. La otra era más intangible: el sueño del niño que camina por la pared. No había video, se hacía en dieciséis milímetros. Yo operé el proyector, con un sinfín preparado. Cuando largué las dos películas, Homero Fernández y su hijo quedaron mudos. Luego hicimos cortos temáticos: el fútbol con Pelé, básquetbol, ciclismo. 


 -“A mis hijos y mis nietos siempre les canté y les canto el jingle de Alejandro Vascolet. Es uno de los avisos más fascinantes de la historia de la publicidad uruguaya, con un valor intemporal."
Raúl Castro, publicista, poeta, cantante popular, fundador de la murga Falta y Resto
Héctor Homero Fernández, c. 1970.
-¿Quién decidió el nombre?
-Fue el músico Eduardo Shejtman, creador del jingle. La agencia tenía un cliente, Alejandro Halegua, dueño de Halson, la textil que fabricaba los vaqueros Lee. Había una muy buena relación, porque le hacíamos campañas que ganaban premios y vendían. Cuando surgió el personaje de Vascolet, en el Departamento de Arte de la agencia, Eduardo dijo: ¡Alejandro, que camina por la pared! Shejtman empezó con los jingles y la productora argentina Ceretti transformó el dibujo en película. Halegua se sorprendió cuando vio el corto. Vascolet sigue existiendo porque es una marca de acero, pero también porque Nestlé la protege con una sombrilla. Sus grumos forman parte de la cultura nacional. Al principio Nestlé lo puso a competir con Nesquik, que es un producto muy moderno, de fácil disolución, pero los niños uruguayos prefieren los bigotes de chocolate. Es un caso único en el mundo. Lo insólito, lo admirable, es que un mercado tan chiquito defendió los valores de una marca nacional y un desarrollo tecnológico nacional.

Floreal y Hugo Fernández con sus hijos, 2009.

-¿Ímpetu creció con Bracafé y Vascolet?
-Crecimos con ambas marcas y con su creador: Homero Fernández, un cliente inolvidable y el empresario más innovador que conocí en mi vida. Homero y Luis (Caponi, su padre) fueron tan amigos porque se parecían mucho. Forman parte de una historia de otro tiempo. Pero también es verdad que la empresa se desarrolló con Nestlé y que mi formación profesional mucho tuvo que ver con esa multinacional suiza. Dos gerentes de la compañía, Luis Escandel y Rafael Odón, me ofrecieron un aprendizaje en la Argentina. Me fui a Buenos Aires, en 1981, para hacer mi primer entrenamiento en investigación de mercado. Recuerdo que llegué al área de merchandising de traje y corbata y estaban todos de vaqueros. Como excepción esa primera vez me mandaron a una bombonería de Callao, pero me pidieron que al otro día fuera vestido para trabajar. Recorrí toda la periferia bonaerense, iba a supermercados de la provincia. Fui de entrenamiento, pero era un funcionario con todas las obligaciones. Luego estuve en ventas, pasé por Rosario y Córdoba y finalmente al Departamento de Marketing. En ese año comprendí cuál es el secreto de su éxito planetario.

lunes, 26 de abril de 2010

100 Años del Centro Asturiano de Montevideo



Una patria, una institución

Foto dedicada al Centro Asturiano,
por el filósofo Carlos Vaz Ferreira,
su primer presidente honorario,
descendiente de un linaje astur
tradicional: los Navia.
La comunidad asturiana del Uruguay fue, durante más de seis décadas, un caso único en el mundo. Pasiones exacerbadas por la Guerra Civil Española dividieron al Centro Asturiano, una histórica institución de bien común fundada el 28 de agosto de 1910. El quiebre dio lugar a la Casa de Asturias en 1939, hermana y rival. Fueron necesarias dramáticas idas y venidas, para que se recuperara la unidad dolorosamente perdida. Centro Asturiano-Casa de Asturias nació el 1 de junio de 2001, después de años de insólitas paradojas. Tantas, que las supuestas enemigas compartían a nueve de cada diez socios. Los mismos que votaron los mismos puntos, en asambleas paralelas con resultados muy similares.

Sobre la base del capítulo 18 del libro Héroes sin bronce (Editorial Trea, Gijón, España, diciembre de 2005).

5 de abril de 1910. Una tibia noche otoñal de martes. El villaviciosino Aquilino Berro tenía una difícil partida de ajedrez con su clásico rival, el gran filósofo Carlos Vaz Ferreira. El juego estaba casi definido a favor de Aquilino, tras un inspirado ataque de sus piezas blancas, lideradas por un agresivo alfil que tenía en jaque al acosado rey enemigo. Movía Vaz Ferreira, pero las negras estaban sitiadas y el abandono era cuestión de aceptar la imposibilidad de una salida.
No volaba una mosca alrededor de la mesa de juego del Club Español, ubicado por entonces en la céntrica 18 de Julio entre Andes y Convención. Decenas de incrédulos testigos asistían a un verdadero acontecimiento ajedrecístico. Vaz Ferreira estaba a punto de caer derrotado, luego de un largo invicto. Apenas le quedaba el crédito de milagrosas defensas, tantas veces triunfantes en la adversidad. Pero la agresiva táctica de Berro había concretado la hazaña.
Viéndose en pérdida, el gran pensador trató de distender el nervioso ambiente, apelando a un oculto buen humor. Miró fijo a su triunfante opositor, que no levantaba la vista del tablero.
¿Pensó, Aquilino, nuestra propuesta de un centro que reúna a los paisanos radicados en Uruguay?
Juegue, maestro, o dese por vencido. –Fue la única respuesta, que recibió su pretendida maniobra.
Mi amigo, usted sabe muy bien que estoy perdido. Su caballo amenaza mi torre y su alfil jaquea mi monarca. Ha ganado. Pero no me ha respondido. ¿No le parece que es necesario fundar un centro social y cultural de inmigrantes asturianos? –Vaz Ferreira repetía la propuesta, aunque no parecía buen momento.
El embrión del Centro Asturiano de Montevideo fue concebido en esas intensas partidas de ajedrez y en otras tantas del Tortoni. Un olvidado bar –menos famoso que su homónimo porteño– ubicado en la céntrica avenida Rondeau N° 160. Allí se reunía buena parte de la intelectualidad uruguaya y los más diversos grupos de inmigrantes españoles. En especial, astures, gallegos, castellanos y montañeses.
Influyentes figuras uruguayas se hicieron eco de la convocatoria que comenzaba a circular, boca a boca. Se sentaban las bases de una emblemática institución, fundada cuatro meses después, el 28 de agosto de 1910. Un descolorido documento original recuerda a algunos de sus adherentes. El escritor José Enrique Rodó, el promisorio médico José Fernando Arias López y el propio Vaz Ferreira.
También los hubo sin sangre paisana. Entre otros, el célebre poeta oriental Juan Zorrilla de San Martín; el educador y periodista ferrolés Francisco Vázquez Cores; los libreros coruñeses Antonio Barreiro y Ramos y José María Serrano –amigo y editor de Rodó– y el pontevedrés Manuel Magariños, fundador y editor de El Diario Español, el medio de prensa que difundía la actividad del «pujante Centro».
La fuerza de los peones
José Luis Pérez de Castro asegura que no todo fue un idilio intelectual y etéreo romanticismo. Se necesitó también el empuje y la tenacidad de un sólido grupo de veinticinco paisanos –liderados por Berro y el cariteño Segundo Fernández– además del santanderino Serafín Cuesta Pérez y el buen vecino leonés, Matías Giménez. Los fundadores se reunieron en el Tortoni, por invitación de su propietario, Domingo Fernández Peláez. El acta de declaración de principios fue redactada y leída por primera vez por Cuesta Pérez; con la atenta mirada de su lógico primer presidente, Aquilino Berro. El fin de la institución era: «Propender a la unión entre todos los asturianos radicados en este país, estrechando en lo posible las relaciones entre ellos y fomentando el socorro mutuo».
Fueron los iniciadores: José Antonio Villamil, Manuel F. Fernández, Manuel Pérez Fernández, Manuel Pérez Hernáez, Emilio Pardo Morán, Vicente F. Fernández, José Antonio García, José María García, Francisco Acevedo, Manuel Menéndez, José Fernández, Antonio González, Máximo Díaz, Manuel Arias, José F. Entrerríos, Benjamín Romero, Agustín Fernández, Antonio Rico, Balbino García, José Rodríguez, Juan Álvarez, Argimiro García y Agustín Castaneira.
«Al poco tiempo, la entidad tenía poco más de 150 socios, pero, pasado el año, se declaraban 82 recibos como incobrables. Lejos de desalentar a los pioneros, hubo una comprensión cabal del fenómeno. El Centro asumía el auxilio de los más desafortunados. Por iniciativa del segundo presidente –Segundo Fernández se fundaba la Caja de Protección, Reempatrio y Trabajo.
En marzo de 1912 se creaba el tradicional cuerpo de baile, en agosto el Coro Social y un Orfeón que cosechó aplausos, bajo la batuta del profesor Manuel García de la Llera. Los estatutos originales rigieron hasta 1917, cuando una asamblea general del 24 de marzo aprobó la personería jurídica y creó la Bolsa de Trabajo y Caja de Protección» –informa Pérez de Castro.
En las primeras reuniones del Tortoni, se propuso alquilar un amplio local de Paysandú 119, pero dos meses después se instalaba en Arapey 243 y más tarde, en Río Branco 1263, donde permaneció hasta 1922. Ese año se instalaba en Cerrito 184, un inmueble de «cómodas dependencias para oficinas, biblioteca, sala de recreo, restaurante y salón de actos».
En 1931, el presidente Justo Menes adquiría la sede de Joaquín Suárez 3533, una quinta de tres mil metros cuadrados en el tradicional barrio Prado. El 17 de diciembre de 1933, bajo la presidencia de Antonio Pérez, quedaba inaugurado un amplio salón de 240 metros cuadrados. El 26 de junio de 1938, se abría la biblioteca Clarín.
En esa etapa, fueron sus presidentes honorarios: Aquilino Berro, en 1914; el embajador Silvio Fernández Vallín, en 1917 y Manuel F. Fernández, en 1924. También recibieron título de socios de honor: Manuel Magariños, en 1911; Otto Berro, en 1923; Juan José de Areizaga, en 1928; Carlos Vaz Ferreira, en 1955; José Fernando Arias, en 1960 y Benjamín Menéndez, en 1960.
El Centro tuvo sus propios medios de prensa. El primero se llamó Asturias, editado en 1920 por Ramón Nevarez, para conmemorar el décimo aniversario. Fueron sus voluntarios –e involuntarios– colaboradores: Benavente, Unamuno, Vaz Ferreira y Rodó. Además de los entusiastas paisanos: José A. García, Manuel Pérez Hernáez, Venancio Ferreira, Manuel Varela, Jaime Cardus, y en verso, Nevarez y Coterruelo. El mensuario duró once números, hasta junio de 1921, y se encuentra en la Biblioteca Nacional de Montevideo.
En abril de 1931 salió Tierrina, publicación cultural dirigida por Álvarez Laviada. Entre 1945 y 1948, un boletín de periodicidad irregular culminó con la revista Suelo Astur, editada por Andrés Fernández. En noviembre de 1958, «la prosa zumbona de Benjamín Fernández» lideró un Boletín Informativo.
En setiembre de 2000, salió la última publicación de relieve: 90° Aniversario del Centro Asturiano de Montevideo. Allí aparecen las firmas de Felipe de Borbón, Príncipe de Asturias; Vicente Álvarez Areces, presidente del Principado de Asturias; José Luis Pérez de Castro, del Real Instituto de Estudios Asturianos; Joaquín María de Arístegui y Petit, entonces embajador del Reino de España; Agustín Menéndez Prendes y Rafael Lobeto Lobo, presidente y secretario de la Fundación Philippe Cousteau y el arancedano Enrique Iglesias.

Dolor en dos mundos
Hasta el trágico 18 de julio de 1936, la colectividad tenía en el Centro Asturiano su principal y más entrañable punto de encuentro. Sus propios vaivenes económicos, políticos y sociales, lejos de dividir, unían a los paisanos detrás de un instituto noble y patriótico, ejemplo de solidaridad entre hispanos.
Ese ignominioso día se derrumbó tan apacible fraternidad. Comenzaron las duras discusiones entre republicanos y nacionalistas, en medio del fuego de una guerra incivil. Los cañonazos conmocionaban a Montevideo, con más fuerza que a otros destinos de la emigración asturiana.
El inevitable desenlace ocurría luego del sangriento conflicto, el 12 de octubre de 1939. Coincidiendo con el Día de la Hispanidad, un grupo de socios que no compartían las ideas de la mayoría, se decidió a fundar la Casa de Asturias.
Los escindidos confesaban después que se sentían abrumados por duras discusiones sobre la guerra y por críticas contra el régimen dictatorial que devino de la derrota republicana. Antes de tener una sede, el grupo fijó la primera regla de asociación: «Prohibido hablar de política o religión». La redacción estuvo a cargo de una mesa provisoria, integrada por J. A. Sedulio García, José L. García y Salvador Rodríguez.
Manuel Álvarez Martínez compró en remate público la propiedad de Mercedes 1716, que cedió a la primera directiva. El 25 de octubre del mismo año. El cuerpo estaba presidido por Alejandro Carbajales, a quien acompañaron: Joaquín Díaz Alonso, Ladislao Méndez, José María Méndez, Benigno Rodríguez, Modesto García Álvarez e Isidro Menéndez. El segundo titular de la institución fue Emilio Mera y el tercero, Francisco Fernández.
Entre los socios fundadores estaban: Emilio y Manuel Mera, Ricardo y José Villarmarzo, Jesús Peña, Ricardo Álvarez, Faustino Villa, Francisco Nieto y Eulogio Rodríguez Pérez.
Un orgullo mayor fue la completa biblioteca Armando Palacio Valdés. Fundada a fines de 1939. Dos años antes de la inauguración oficial de la refaccionada casona –el 25 de mayo de 1941– que la alberga desde hace más de seis décadas.
«La separación solo puede ser explicada por discusiones que hacían muy difícil la convivencia. Los que quisieron tranquilidad vinieron a la nueva institución. Nunca se le prohibió la entrada, a nadie» –afirmaba el grandalés Manuel Carbajal, fallecido en 2007.
Carbajal recordaba la primera vez que participó en la peregrinación montevideana en honor a la Virgen de Covadonga, que convoca a miles de fieles cada 8 de setiembre. La sagrada imagen es visitada en la capilla del Colegio Clara Jackson de Heber, ubicada en el cruce de las avenidas Luis Alberto de Herrera y Burgues.
Aunque oficialmente distanciados, Centro y Casa tenían algo en común que las vinculaba profundamente. Su gente. Luego de una primera etapa de crispación y extrema intolerancia, comenzaron a compartir socios. Hasta un punto que hacía inexplicable la permanencia de dos instituciones. Para una colectividad que no reponía inmigrantes.
El gran gestor de la unidad fue el cangalés Antonio Granda, como presidente del Centro Asturiano, entre 1996 y 2000. En emotiva carta a Mario Menéndez, su colega de la Casa de Asturias, señalaba: «Nos marcan el camino aquellos visionarios que redactaron el acta fundacional del lejano 1910. Por ellos debemos imponernos una ruta que es imprescindible transitar juntos. Esa es nuestra mayor responsabilidad y será también nuestro mayor orgullo».
Menéndez le respondía inmediatamente a su amigo, en setiembre de 2000. «Luego de un camino bifurcado en 1939, las dos instituciones volverán a ser una. La unión es la necesidad de la hora, fundamentalmente, como destino de esa asturianía que representamos, que nos convoca y que sacude nuestro pensamiento para mantener vivas sus ideas. Solo así tendremos un porvenir». La parte más dolorosa de la historia fue la sorpresiva muerte de Antonio Granda. Sin ver concretado su sueño.

Uno vale más que dos
Dos complicadas asambleas simultáneas del año 2001, dieron lugar al Centro Asturiano-Casa de Asturias. En el Centro, la unidad fue aceptada por 500, con solo diecisiete votos negativos. En la Casa fue más difícil. En principio fue aprobada por mayoría, pero hubo solicitud de reconsideración y cuarto intermedio, que cambió la decisión hacia una inesperada negativa. Finalmente, una instancia crucial aprobó la fusión con solo dieciocho votos en contra, sobre 400 asistentes.
La responsabilidad de la transición quedó en manos de un grupo de dirigentes que encaró difíciles acuerdos. Movidos por el objetivo unitario, olvidaron fracasados intentos y enfrentaron fuertes voces, que se oponían a la creación de una institución.
El boalense Luis Fernández Álvarez fue presidente de Casa de Asturias en 1990 y responsable de la primera etapa de la «Unión». Una entidad legalmente inexistente, pero que resultó políticamente muy efectiva, durante seis meses. Sus compañeros le reconocen el mérito de haber realizado la pesada tarea enlace entre las últimas directivas divididas. «Nos costó lágrimas. Era frustrante ver tan cerca la unidad en una institución, pero que luego era rechazada por la otra. Hubo que tener mucha paciencia. Pero si uno no lucha por lo que cree, humanamente sirve para muy poco. Finalmente, debemos sentirnos satisfechos».
El vegadense Julio Carbajales fue presidente de la Casa en 1989, propulsor de la unidad y timonel de las más crispadas asambleas. Fue titular interino, en 2001, en sustitución de Mario Menéndez. «Nuestra gran virtud es también nuestro gran defecto. Los asturianos vivimos los asuntos políticos con mucha pasión. Eso ha ocurrido y ocurrirá siempre, pero el caso uruguayo era único en el mundo. Aquí había hermanos que se querían y respetaban mucho, pero uno era de la Casa y otro del Centro. Durante años, en eso no había arreglo. Creo que la unidad vino a solucionar parte de ese problema».
El naveto Miguel Hidalgo Cesa fue firme defensor del Centro Asturiano, vicepresidente del período de Granda, a quien sustituyó en 2001. También decisivo en tiempos de encuentro, como responsable de la segunda etapa de transición. «Somos hermanos e hijos de los vencedores y de los vencidos en la Guerra Civil, no tenía sentido que siguiéramos separados, por cuestiones que ya no existen. España es una sola. Asturias es una sola. Los asturianos del Uruguay teníamos la obligación de unir a dos instituciones que en esencia, eran también hermanas de sangre» –señala.
El praviano Horacio Díaz García es un histórico presidente del Centro Asturiano y del Centro Asturiano-Casa de Asturias, entre mayo de 2002 y julio de 2004. «La unidad permitió recuperar una mística que se había perdido. Debió pasar mucho agua debajo del puente, para que pudiera concretarse. A los más veteranos nos consta que hubo esfuerzos desde 1960 hasta 1989, siempre frustrados por pasiones e intransigencias, de ambos lados. Personalmente, mi mayor satisfacción es haber cumplido con la memoria de Antonio [Granda]. Su esfuerzo, su preocupación y su guía –desde el cielo– fueron un compromiso de honor y lealtad al amigo».
De su fecundo período queda la renovada proyección del Conjunto de Danzas Les Madreñes y su Banda de Gaitas, y la apertura de una remozada biblioteca Armando Palacio Valdés; poseedora del acervo de las entidades fusionadas. Díaz es el titular honorario.
El ovetense José Caso Vigil es el actual presidente del Centro Asturiano-Casa de Asturias. Su pragmático punto de vista resume el pensamiento de la dirigencia unitaria. «Es cierto que hubo un éxito, pero también era un asunto de supervivencia. Cada día quedan menos paisanos. Todos sabemos las dificultades que hay para la permanencia de las instituciones españolas. No tenía sentido que siguiéramos divididos. Pero la unidad no podía salir forzada. Aunque largo, larguísimo, fue un proceso bastante natural. Cuando las cosas se hacen con respeto, es muy difícil que queden resentimientos. Me siento orgulloso de ser el presidente de todos los asturianos en el Uruguay, y me siento feliz. Ahora miramos para adelante, con proyectos que nos conmueven, como la Escuela de Asturianía, que acerca la cultura a nuestros hijos, nietos y hasta bisnietos».

Tini
Para los paisanos radicados en Uruguay, el 5 de octubre de 2004 es una fecha memorable. Esa tarde primaveral, se cumplía un aguardado anuncio informativo del BOPA. Arribaba el presidente del Gobierno del Principado de Asturias. El honor le correspondió a Vicente Álvarez Areces, el matemático gijonés que propuso sumar voluntades, para multiplicar proyectos con los emprendedores «americanos». Llegó acompañado, por miembros del Consejo y de la Junta General.
«Necesitamos estrechar lazos con la emigración, intercambiar experiencias. Crear redes de cooperación social, cultural y económica. Mejorar las condiciones de vida de ambas poblaciones, la interior y la exterior. Mantener abierto ese camino es una prioridad. Aunque, en definitiva, la discriminación es injusta, porque la patria astur es una sola[...]
Nuestra histórica presencia en Montevideo, fue un doble honor. Al magnífico privilegio de haber sido el primero, se suma que hubo un contacto, emotivo y entrañable. Podré contarle a mis nietos que estuve en la patria de Artigas, heroico continuador intelectual de Jovellanos. Podré decirles, con orgullo, que compartí con nuestros paisanos orientales, la gozosa unidad de un gran Centro Asturiano-Casa de Asturias. Luego de décadas de inexplicable división.»

Guti
Los ojos llenos de lágrimas. Fue la respuesta que conmovió al auditorio del Centro Asturiano-Casa de Asturias. Eran inmigrantes con más de medio siglo en el Uruguay, disfrutando la música de sus nietos. Pero, en ritmo celta, ensalzado con un piano ovetense. Hubo casi medio millar de emociones irrepetibles. Egoístas y solidarias. Fue una noche primaveral, del 9 de noviembre de 2004.
José Manuel Fernández Gutiérrez es un enamorado biológico, de la Ciudad Vieja montevideana. La dama espléndida dama colonial, que también se rindió, seducida por su gaita. No fue una conquista solitaria. Lo acompañó el prodigioso Jesús Ángel Arévalo. Un exquisito pianista y arreglador. Juntos crearon una «Marcha Nupcial» íntima, que los príncipes transformaron en planetaria.
El final del concierto, indeseado pero inevitable, fue de recuerdos y miradas imaginarias al «pueblino» añorado. Esa noche, regresaron, mágicamente. Para estar con los suyos, como antes de «hacer la América». Para ellos, queridos paisanos, fue música del alma.

Manuel
El abogado y exitoso escritor es montevideano de cuna y sentimiento. Su bisabuela materna, como tantos otros asturianos, se fue a Cuba en busca de una vida mejor. Allí nació su abuelo. La familia regresó cuando la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial, prometió tiempos de prosperidad. Su madre vino al mundo en Avilés. También su padre, hombre inquieto y comprometido, que participó en la Revolución del 34 cuando, apenas cumplidos los veinte. Fue comandante del ejército republicano en la Guerra Civil y debió que hacerse «topo» para eludir una cárcel segura y, finalmente, huir en 1949. El exilio le llevó a Francia y, desde allí, a Bolivia y, finalmente, al Uruguay.
«Llegué a Asturias siendo muy niño, en 1966. En aquel entonces, venía de un país rico y moderno, y España vivía los años negros del franquismo. Fue como bajar en otro planeta. Ahora han cambiado las tornas. España es un país moderno y Uruguay está a la deriva».
Publicó novelas. El sentido de las cosas, El efecto devastador de la melancolía, La garrapata, Green (premio Apolo 2000), España, España y La edad de las bacterias, esta última situada a caballo de España y de Uruguay en los setenta. Un pretexto magnífico para ilustrar con una terrible historia de amor, esa idea de la bonanza asimétrica sobre el charco que nos une y nos separa. Escribió el ensayo Marxismo y Derecho, un capítulo televisivo, para Todo lo que hay que saber para cambiar de siglo. Y un relato multipremiado, entre varios, La Registradora. En Uruguay, ha publicado cuentos con Ediciones de la Banda Oriental.
En sus narraciones, encontramos personajes que se creen con derecho a ser felices y una presencia contundente del trasfondo histórico, como un protagonista más. Poco a poco, pinta un fresco de los últimos cuarenta años de historia española, con una cierta mirada estereoscópica hacia América Latina, necesaria para comprender lo que somos como colectivo que habla una misma lengua.
«Empecé a los diez años, por mi padre y por la escuela montevideana, laica, gratuita e igualadora. Dicen que Uruguay es el país con más escritores por kilómetro cuadrado». Manuel García Rubio, aún cree que es verdad. Y no se equivoca.

Los asturnautas
Desde el viaje de Américo Vespucio, en 1501, fueron incontables los exploradores hispanos en el Río de la Plata. Pero, muy pocos los paisanos. Siguiendo la senda de Solís, el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, trajo en su tripulación al marino gijonés Bernabé Muñoz, nacido en 1518 y ahorcado por el gobernador Domingo de Irala, en 1553. En el mismo grupo vino Diego Navia López, herido de un flechazo por los indios tamacois. Pérez de Castro menciona también al paje «Perico», de quien no aporta datos. Posteriormente, apareció el general somiedano Diego Flórez de Valdés. Un famoso personaje de la conquista, que «dejó interesantes escritos sobre el Plata, Chile y Perú». En tiempos que la Armada Invencible española, creaba un imperio donde jamás se ponía el sol.

El primer paisano
Marcos de Antequera, fue el primer poblador de sangre astur, del que se tuvo noticias en Montevideo. En Buenos Aires, el hijo de gijoneses conoció a Bárbara Francisca Hernández, una canaria en tránsito a la plaza. Perdido de amor, prefirió abandonar el confort porteño. El matrimonio de Marcos con la graciosa fundadora, fue celebrado en la original iglesia Matriz, el 16 de febrero de 1728.
Los padres de Antequera fueron José Asturiano e Isabel Rodríguez de Almirón. Aunque de muy buena posición, existe la sospecha que el joven cruzó el Río de la Plata, no solo por amor. Los genealogistas argentinos aseguran que fue expulsado de la casa familiar, por su conducta, negligente y licenciosa. Su abuelo se llamaba Francisco José Asturiano, también gijonés, casado 1703 con la criolla Isabel de Ábalos. Marcos cambió su apellido en la Banda Oriental.

Pocitos y San Lorenzo
«Estimados oyentes, no tengo palabras para describir tanto señorío y tanta belleza. Para que se la imaginen. La playa por la que camino ahora, les cuento, es una mezcla, fascinante, de lo mejor de Pocitos y Piriápolis. La de al lado, se llama Poniente. Es linda, muy coqueta, pero artificial. Pero esta, por la que voy ahora, es auténtica, divina. Si lo será, que hasta me olvidé del papelón que hizo anoche, la selección uruguaya en El Molinón» La crónica del famoso relator deportivo, Alberto Kesman, le pegó duro a la sensible Ana; que le escuchaba, conmovida, en la invernal Rivera, de agosto. Por un instante, una vez más, se sentía recostada en el único lugar, que le suplica su piel. En San Lorenzo.
Los puertos de Gijón y Montevideo, son muy parecidos. En ambos, se vive de cara al mar. Uno, es un balcón al Cantábrico. El otro, al Río de la Plata. Sus pueblos son viajeros irredimibles, abiertos y sin fronteras. Pocitos y San Lorenzo, parecen gemelas. Sus arenas, finas, suaves y doradas. Acarician. Sus ramblas, románticos balcones al infinito. Abrazan. En verano, son tórridos altares, para la adoración de dioses paganos. Sol y Mar. En invierno, son devociones profundas, serenas. Mar y Luna.
«Aquí finaliza la transmisión. Sigo presenciando un espectáculo maravilloso. La tardecita gijonesa, tan parecida a la nuestra ¿Pero, sabe una cosa, estimado oyente? Ahora que lo veo bien. Tiene algo raro, un que sé yo, difícil de narrar. El sol se pone al revés. Por el norte».
La nostálgica Ana, apagó antes de la despedida. –¡Cuánta razón tiene Kesman! –pensó en silencio, en la lejana Rivera. Para los gijoneses, el horizonte es un norte inexcusable. Para los montevideanos, es el sur de sueños y fantasías, y de íntimas aventuras.


Asturias en Montevideo
José de Mones Roses,
un abogado asturiano en
el Gobierno del Cerrito
de Manuel Oribe.
La casi tricentenaria capital uruguaya ha recibió creativas denominaciones. Fue la hispana Muy fiel y reconquistadora, de comportamiento dignísimo contra el invasor inglés, a principios del siglo XIX, y la colonial Ciudad de los vientos, protegida por furiosos temporales marítimos. Fue la Nueva Troya de Alejandro Dumas y la Hija de los sitios, evocada por el historiador Juan Pivel Devoto, entrañable amigo de Asturias. Fue la culta París sudamericana, admirada por refinados viajeros finiseculares y es la adorable Tacita del Plata, que la emigración uruguaya extraña hasta la consternación.

«Parece mentira las cosas que veo, por las calles de Montevideo», dice el tema del popular cantante y autor Jaime Roos. La letra se refiere a las sorpresas de un atento caminante, que disfruta un paseo primaveral por su ciudad. La red urbana montevideana tiene más de tres mil vías públicas. Del total, doce recuerdan al Principado de Asturias o a personalidades paisanas. El Nomenclator de los historiadores Alfredo Castellanos y Enrique Mena Segarra, permite un ameno recorrido por sus barrios.
Alas, Leopoldo. Clarín. «Abogado, catedrático universitario, periodista, novelista y crítico español. De su vasta producción escrita quedan en pie las novelas y los cuentos, género este último en que dejó algunas páginas de gran mérito. Como crítico literario, fue famoso y temible entre los contemporáneos. Entre sus novelas, sobresalen: La Regenta [1884]Su único hijo [1890y Doña Berta [1892]. Entre sus colecciones de relatos: Cuentos morales [1896]Pipa [1886]El Señor y los demás son cuentos [1893]; su mejor obra, donde figura el hermoso y emocionante ¡Adiós Cordera! Su labor como crítico fue recopilada en cinco volúmenes, titulados Solos de Clarín [18909–8]. En 1900, escribió en El Imparcial de Madrid, un elogioso artículo sobre el recién aparecido Ariel de José Enrique Rodó. El ensayo luego sirvió de prólogo a la segunda edición, de aquella obra maestra de nuestro eximio escritor». En su honor corre una callejuela de 200 metros, en el barrio de la Unión.
Alonso y Trelles, José. El Viejo Pancho. Una plaza y dos calles montevideanas rememoran al célebre poeta nativista, nacido en la gallega Ribadeo, pero de indudable cultura astur, por haber vivido su infancia y primera juventud en Navia. La más tradicional está ubicada en el barrio Pocitos. Son cuatro cuadras que terminan en el espacio público que también lleva su nombre. Una camino de 200 metros, reitera el homenaje en el suburbanoPaso Carrasco.
Asturias. La sintética definición del Castellanos aclara: «Región montañosa del norte de España, provincia de Oviedo, donde se inició la Reconquista de la Península de la dominación musulmana [siglos VIII–XV. La calle de cuatro cuadras cruza la zona residencial de Malvín, cercana a la playa homónima del Río de la Plata.
Cabal, Juan. «Prestigioso maestro [ovetense] radicado en Montevideo, durante los primeros años de la república. Fallecido el 22 de octubre de 1844». Lo recuerdan once cuadras en el barrio La Blanqueada.
Campoamor (Ramón de). «Poeta español del período posromántico, cuya obra tuvo una amplia difusión a comienzos de siglo [pasado]. Sus creaciones más conocidas integran las célebres: Doloras [más de 200 composiciones breves, como ¡Quién supiera escribir!]El gaitero de GijónSufrir y vivirHumoradas y Pequeños poemas [1873-92]. Aunque inferior poéticamente a [Gustavo Adolfo] Bécquer, llegó entonces a eclipsar a éste, con el encanto delicioso de algunas de sus poesías». Una callecita de seis cuadras lleva su apellido, a secas, entre el antiguo barrio de Maroñas y el moderno Malvín Norte.
Covadonga. «Aldea de la provincia de Oviedo, célebre en la historia de aquel país, por haberse allí dado comienzo a la guerra de Reconquista contra la dominación musulmana, con la victoria del rey de Asturias, Pelayo, sobre los moros, en 722». Un corto paseo de medio kilómetro en el apartado barrio Lavalleja, hace honor a tanta gloria.
Falcón López, Rogelio. El buen vecino avilesino es recordado por un pasaje de cien metros, límite entre los barrios Lavalleja y Peñarol.
García Cortinas [Francisco]. El nombre del constituyente gijonés es muy familiar para los montevideanos. Por una espléndida calle de seis cuadras en los alrededores del centro comercial Punta Carretas, ubicada a metros de la costa, en el más glamoroso y caro de la capital.
Mones Roses (José). Una hermosa vía del residencial barrio de Carrasco, de 15 cuadras, evoca al abogado ovetense que fundó la Academia TeóricoPráctica de Jurisprudencia del Estado Oriental, con sede en la Villa de la Restauración de Manuel Oribe.
Ochoa, Silvestre. «Filántropo [luarcano] emigrado a Montevideo, que hizo un importante legado a la enseñanza pública y a la ex Asistencia Pública Nacional». Sus seis cuadras están ubicadas en el pueblo Santiago Vázquez, zona rural montevideana, en el límite con el departamento de San José.
Oviedo. Es muy escueto el Nomenclator para definir esta calle de 200 metros ubicada en Malvín: «Ciudad del norte de España, capital de la provincia de su mismo nombre».
Villademoros, Capitán (Ramón). El patriota tinitense tiene una hermosa calle de doce cuadras en la Unión. Muy cerca de la de su hijo, el ministro Carlos Villademoros.

Una cronología astur
en el Uruguay
1516. La llegada de Juan Díaz de Solís, el descubridor de quien se duda de su origen, pero no de su ancenstral linaje «astur ovetensis», marcó la irrupción oficial de los españoles en el Río de la Plata y el enfrentamiento con pueblos originales. Solís cayó ese mismo año, en una emboscada.
1518. Con el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, vinieron los marinos asturianos, Bernabé Muñoz y Diego Navia López. Más tarde, el célebre Diego Flórez de Valdés, nativo de Somiedo, pasó por la «costa oriental del Brasil».
1600. El asunceño Hernando Arias de Saavedra, «Hernandarias», introdujo las primeras cabezas de ganado, en la fértil y ondulada «banda oriental».
1661. Con chanáes y charrúas, los misioneros jesuitas fundaron Santo Domingo de Soriano, primera población estable.
1680. El 22 de enero, el maestre de campo Manuel de Lobo construyó Nova Colonia do Santísimo Sacramento.
1724. El expansionismo lusitano, fue motivo suficiente para la fundación de San Felipe y Santiago de Montem Video, por orden de Bruno Mauricio de Zabala, gobernador de Buenos Aires.
1728. El 16 de febrero arribó Marcos de Antequera, primer poblador de sangre astur.
1751. José Joaquín de Viana, inauguró el ciclo de siete gobernadores españoles de Montevideo. El último, Francisco Xavier de Elío.
1764. El 19 de junio nació José Artigas, héroe nacional uruguayo, el más romántico caudillo de la emancipación sudamericana. Nieto de zaragozanos y canarios fundadores de Montevideo.
1767. Los jesuitas fueron expulsados de la Banda Oriental y todo el continente. Una operación supervisada por el masón Tomás Álvarez de Acevedo, nativo de Figueras de Castropol.
1771. El 11 de mayo desembarcó en Montevideo, el gijonés Alonso Carrió de La Vandera, visitador de Correos y Estafetas del Virreinato del Perú, desde Lima hasta Buenos Aires. Sus punzantes crónicas de viaje, son deliciosas instantáneas de la vida colonial.
1774. En marzo, arribaron los hermanos castropolenses Bernardo y Francisco Suárez del Rondelo y López de Avilés.
1776. La corona creó el Virreinato del Río de la Plata, que ocupaba los actuales territorios de la Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y el sur de Bolivia. El primer virrey fue Pedro de Cevallos, secundado por el ovetense José Fernando de Abascal y Souza.
1777. Por el tratado de San Ildefonso, los portugueses se retiraron de Colonia del Sacramento, el 3 de junio. En el operativo de reconquista participaron, además de Abascal, otros astures: Víctor de Navia y Osorio, Joaquín Álvarez Cienfuegos de Navia, Tomás de Estrada y Bartolomé Riesgo y Castro.
1781. El 19 de julio recaló en Montevideo la fragata San Josef y San Buenaventura, con 569 campesinos asturianos, gallegos, castellanos y montañeses. Fracasado el Operativo Patagonia, los colonos poblaron villas orientales.
1783. La estratégica villa sureña de San José, fue fundada el 1 de junio, con 43 familias asturianas, cinco castellanas, tres gallegas y una andaluza.
1784. El 11 de julio llegaron a Colonia del Sacramento, los villaviciosinos Francisco Costales y José García. Formaban parte del segundo grupo de colonos civiles. El antiguo fuerte, fue repoblado por once familias castellanas, diez asturianas y ocho gallegas.
1786. El 12 de agosto, se radicó en San José, el villaviciosino José Antonio del Gallinal y Azevedo, primigenio del influyente clan.
1801. El tinitense Ramón de Villademoros, se estableció veinteañero en Montevideo, para trabajar en una pulpería.
1804. El 21 de octubre, fue inaugurada la Catedral de Montevideo, en ceremonia presidida por el obispo colonial del Río de la Plata, el colungués Benito de Lue y Riega.
1806. La resistencia contra las Invasiones Inglesas al Río de la Plata, consolidó el sentimiento criollo de nacionalidad. Un héroe de la defensa fue Suárez del Rondelo, ilustre camarada del quirosano Cienfuegos de Navia, del salense Riesgo y Castro y del cirujano llanisco José Fernández Lozano.
1807. El 20 de enero, en la batalla de Cardal, fue abatido el bimenense Tomás de Estrada, mártir de la lucha contra el invasor.
1808. El 21 de setiembre, rebeldes orientales crearon la Junta Gubernativa de Montevideo, de apoyo a su similar hispana, que luchaba contra la intrusión napoleónica. Los juntistas exigían la separación de Buenos Aires, con duras críticas al virrey francés, Santiago de Liniers y disconformes con Lue y Riega.
1810. La emblemática Revolución de Mayo desplazó al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, para crear, en la mañana del 25, la Junta Gubernativa de Buenos Aires. Fue la primera gesta independentista sudamericana.
1811. El 15 de febrero, el blandengue José Artigas se sumó a la revolución rioplatense. El 28, la rebeldía cruzó el estuario, proclamada en el Grito de Asencio. El 25 de Abril, el langreano Miguel Manuel de la Riera y otros asturianos de San José, fieles a la autoridad colonial, fueron vencidos por el capitán Manuel Artigas. La toma de la estratégica villa, fue un pequeño triunfo patriota. El primero, tras una larga serie de fracasos.
El 18 de mayo, los enemigos se enfrentaron en Las Piedras. Un éxito de fuste para los insurgentes. De un lado, las huestes artiguistas recibieron aporte económico de Suárez del Rondelo y apoyo logístico de Villademoros. Del otro, era vencido el capitán sierense Manuel Vigil y se reportaba la decisiva ausencia del ayudante Cienfuegos de Navia. Retirado del frente por orden del virrey Elío, horas antes de la trascendente batalla.
Montevideo fue sitiada por los criollos, entre tantos, Joaquín Suárez del Rondelo y Fernández, único hijo de Bernardo. Un armisticio secreto, entre el Elío y el Directorio porteño, provocó el Éxodo del Pueblo Oriental o «Redota», liderado por Artigas, el 23 de octubre.
1812. Zanjadas las diferencias con Buenos Aires, los orientales se sumaron al segundo sitio de Montevideo, en octubre.
1813. El Congreso de Abril, aprobó las Instrucciones del Año XIII. Fue la primera constitución de la Provincia Oriental, basada en tres principios: Independencia, República y Federación. El rechazo bonaerense dio lugar a la Marcha Secreta, tan simbólica, pero menos heroica que el Éxodo.
1814. El 23 de junio finalizó la dominación española, con la capitulación de Montevideo ante el general porteño Carlos María de Alvear. Desde su campamento, Artigas reclamó la entrega de la capital, pero Buenos Aires lo declaró traidor y prófugo. Por entonces, Abascal era virrey del Perú. En una jugada típica de su astucia, le propuso al caudillo oriental la jefatura de una pretendida reconquista hispana, a cambio de gloria y dinero. Artigas le respondió, el 28 de julio, con una frase célebre. «No soy vendible».
1815. Los orientales derrotaron a los porteños en Guayabo y consiguieron la devolución de Montevideo. Así comenzó el período conocido como «Patria Vieja». En marzo se constituyó la Liga Federal, con capital en Purificación, integrada por las provincias de Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, Misiones, Santa Fe y Oriental. Artigas era el «Protector de los Pueblos Libres». El 10 de setiembre, dictó un Reglamento de Tierras, de clara influencia jovellanista. «Que los más infelices sean los más privilegiados». Fue la exhortación artiguista.
1816. En otro memorable acto de gobierno, Artigas nombró director de la Biblioteca Pública, a su amigo y asesor, Dámaso Antonio Larrañaga, fiel lector de Benito Jerónimo Feijoo, del allerano José del Campillo y Cosío y del somiedano Álvaro Flórez de Estrada. El instituto fue inaugurado con un discurso indeleble: «Sean los orientales, tan ilustrados como valientes». Un proyecto truncado por la invasión luso-brasileña, que propició Buenos Aires.
1817. El 20 de enero, el farense Carlos Federico Lecor ocupó Montevideo, según testigos, bajo palio de la oligarquía. Mientras tanto, el pueblo oriental se alzaba, en una encarnizada guerra de guerrillas.
1820. En setiembre, los patriotas fueron derrotados definitivamente. Traicionado por antiguos aliados, Artigas cruzó el Paraná, rumbo al exilio de Paraguay. La Provincia Oriental pasó a llamarse Reino Cisplatino o Cisplatina, de Portugal, Brasil y Algarbe.
1822. El 7 de setiembre fue el Grito de Ipiranga, del príncipe regente Pedro de Alcántara, luego emperador Pedro II. El gesto independentista brasileño, se reflejó en un endurecimiento de la dominación y en un aumento de la rivalidad entre «cisplatinos» y «patriotas». El mayor foco de resistencia estaba en la sociedad masónica de Caballeros Orientales, del descendiente de langreanos, Francisco Solano Antuña.
1825. El 19 de abril comenzó la Cruzada Libertadora, liderada por Juan Antonio Lavalleja. El antiguo oficial artiguista reclutó a «Treinta y Tres Orientales», exiliados en Buenos Aires, que desembarcaron en la playa de la Agraciada. Entre ellos, Manuel Meléndez, Atanasio Sierra y Avelino Fernández de Miranda, gallardos descendientes de astures.
El 25 de agosto, el pueblo en armas se declaró libre de Portugal, Brasil y toda potencia extranjera. La Asamblea de la Florida fue designada por la historiografía oficial, como fecha de la independencia uruguaya, aunque, en realidad estableció la reincorporación a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Porteños y orientales, aliados en un frente republicano, declararon la guerra al ejército imperial brasileño. De ese año, son las decisivas batallas de Rincón y Sarandí.
1827. La victoria republicana en Ituzaingó, el 20 de febrero, fue un golpe definitivo contra la tambaleante Cisplatina.
1828. La reconquista de las Misiones Orientales –actual territorio brasileño de Río Grande do Sul– fue una exitosa operación militar. Aprovechada por Inglaterra, para la creación de un estratégico estado «tapón», entre los gigantes sudamericanos. El hábil manejo diplomático de lord John Ponsomby, gestó la Convención Preliminar de Paz. El acuerdo fue firmado por Río de Janeiro y Buenos Aires, el 28 de agosto. Ambos, estaban disconformes con el texto que decretaba una independencia, que tampoco deseaban los orientales. El 22 de noviembre, se instaló la Asamblea General Constituyente y Legislativa del Estado Oriental del Uruguay.
1830. El 18 de Julio, se juró la primera constitución republicana, que tuvo entre sus redactores y firmantes, al gijonés Francisco García Cortinas. El 24 de octubre, el hábil caudillo Fructuoso Rivera, asumía como presidente de la nueva nación.
1831. Por orden de Rivera, los últimos charrúas fueron exterminados en la remota Salsipuedes. Los pocos sobrevivientes fueron enviados a París, como rareza animal.
1834. Manuel Oribe asumió como segundo presidente constitucional. Su más cercano colaborador, era el joven abogado Carlos Gerónimo Villademoros, hijo de Ramón, patriota tinitense.
1836. Por viejas rencillas de la etapa revolucionaria, Rivera se sublevó contra el gobierno de su compadre, ahora acérrimo enemigo. El 19 de setiembre, en la batalla de Carpintería, se definieron las divisas tradicionales. Los «blancos» de Oribe, contra los «colorados» de Rivera.
1838. Con la victoria de Rivera en Palmar, el 15 de junio, y la intervención de la flota francesa en Montevideo, quedó materializado el primer golpe militar. Oribe marchó al exilio, amparado por Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires.
1839. Autoproclamado nuevo presidente, el 1 de marzo, Rivera declaró hostilidades a Rosas. Aunque hubo movimientos y enfrentamientos previos, la Guerra Grande comenzó formalmente el 29 de diciembre, con el triunfo riverista de Cagancha. Entre los oficiales galardonados, estaba Santiago Labandera, hijo de sierenses.
1840. En agosto, llegó a Montevideo, el abogado ovetense José Mones Roses.
1842. En la revancha, Oribe destrozó a su enemigo en Arroyo Grande, el 6 de diciembre. Un retorno triunfal, con el único objetivo de recuperar el poder. Su oficial de confianza y estratega, era «El Tigre» Juan Venancio Valdés, hijo de ovetenses.
1843. El 16 de febrero, comenzó el Sitio Grande de Montevideo. Tras la huída de Rivera, asumió como presidente interino, el polifacético Joaquín Suárez del Rondelo. Fue el gran personaje de la Troya sudamericana, que el 27 de mayo, firmó un decreto de destierro, en ausencia, contra Mones Roses, fervoroso oribista. Durante el asedio hubo dos países. La Defensa montevideana, colorada y unitaria. El Cerrito, en poder del resto del territorio, blanco y federal. En la emblemática villa de la Restauración, los temas jurídicos y políticos, eran abordados por el «círculo asturiano». Villademoros, Mones Roses, Francisco Solano Antuña, Bernabé Caravia Pérez y Eduardo Acevedo y Maturana.
1846. Los notables juristas fueron ideólogos y redactores, entre otras, de la ley que abolió oficialmente la esclavitud, válida en todo el territorio nacional.
1850. El 23 de octubre murió José Artigas, desterrado, solo y olvidado en Paraguay. Sus pocos amigos aseguraban, que sus últimos años fueron de sereno y resignado sufrimiento. Por el fracaso de su proyecto federal y por la guerra fratricida, entre orientales y argentinos.
1851. El 8 de Octubre se firmó la paz entre colorados y blancos, bajo una premisa engañosa: «Ni vencedores, ni vencidos». La guerra fue ganada por la Defensa, que cedió soberanía, a cambio de apoyo militar brasileño, europeo y de los conservadores argentinos.
1852. El conflicto terminó el 3 de febrero. Justo José de Urquiza, antiguo federal pasado al bando unitario, derrotó a Rosas en Monte Caseros. En marzo, Suárez entregó el mando a Juan Francisco Giró, que propuso un gobierno «sin divisas». Un intento frustrado, por el poder de los caudillos fundacionales.
1858. En agosto pasó por Montevideo, el figuerense José María Fernández Vior, años más tarde, grado 33º del Supremo Consejo del Gran Oriente en Uruguay y fundador de la Escuela Filantrópica Infantil Hiram, de Salto.
1865. El dictador colorado, Venancio Flores, de muy probable ascendencia paisana, se sumó a la Triple Alianza. Un pacto genocida con la Argentina y Brasil. Al inicio de la guerra, Paraguay tenía 1.25 millones de habitantes, al finalizar, quedaban 250 mil.
1866. Procedente de Sevilla, se estableció en Montevideo, el empresario villaviciosino Aquilino Berro.
1867. En marzo, Clemente Barrial Posada tomó posesión de las minas riverenses de Cuñapirú. El audaz ingeniero taramundino, fue pionero de la explotación y responsable de la «fiebre del oro» oriental.
1868. Asumió como presidente, el general Lorenzo Batlle. Un liberal, marcado por el ajusticiamiento del tinitense Rafael del Riego. Presenció el infausto episodio, cuando tenía trece años.
1870. La Revolución de las Lanzas, fue una respuesta militar al enfrentamiento fiduciario entre «cursistas» y «oristas». Una nieta de ovetenses, comandó el desembarco de armas rebeldes en Montevideo. María Juana Valdés, hija de «El Tigre», enfrentó primero y sobornó después, a una guarnición colorada.
1872. La Paz de Abril, dio lugar a la coparticipación de las divisas, pero no calmó los ánimos. El implacable acoso conservador contra el «principista» José Ellauri, fue un presagio de la convulsión que se avecinaba.
1875. El «Año Terrible» comenzó el 10 de enero, con la masacre de la plaza Matriz, relatada por la joven coañesa Eva Canel. Hubo decenas de muertos y cientos de heridos y, peor aún, un régimen dictatorial. La caída de Ellauri, trajo al «candombero» Pedro Varela, títere del coronel Lorenzo Latorre. Los principales dirigentes opositores fueron al exilio, en la Barca Puig. El destino era La Habana, pero bajaron en el puerto estadounidense de Charleston. Regresaron ese mismo año, para encabezar la Revolución Tricolor. A fines de la primavera, estuvieron en Montevideo, los naviegos José María Alonso y Trelles, Rafael Calzada y Emilio Rodríguez.
1876. Por un golpe de estado técnico, Latorre se quedó con todo el poder. Su más comentada medida económica fue el alambramiento de campos, que condenó a los gauchos a la miseria y favoreció a los latifundistas. Redactor de la ley fue Hipólito Balmiro Gallinal, nieto del villaviciosino José Antonio. Paradójicamente, la educación fue reformada por José Pedro Varela, ideólogo de la escuela «laica, gratuita y obligatoria». En agosto, cruzó la vieja dársena montevideana, un precoz osquense de trece años, José María Argul.
1880. El déspota renunció, porque los orientales eran «ingobernables». Le sucedido el general Máximo Santos, tristemente célebre por su violenta corrupción.
1886. La Revolución del Quebracho y un atentado, provocaron la renuncia de Santos, sustituido por el general constitucionalista Máximo Tajes, último presidente del periodo conocido como «militarismo».
1890. El ovetense Leonardo Secades y Caces se sintió cautivado por Montevideo, la ciudad donde vivió hasta el último día.
1894. El 13 de enero, amarró la corbeta Nautilus, comandada por el asturiano Fernando Villaamil. La nave científica procedía de Valparaíso, en viaje de circunnavegación planetaria.
1897. El primer levantamiento del caudillo blanco Aparicio Saravia, finalizó con el Pacto de la Cruz. A su lado estaban, Luis Alberto de Herrera, joven dirigente de sangre langreana, y Eduardo Acevedo Díaz, sobrino del jurista Eduardo Acevedo y Maturana. Ese mismo año, el cariteño Domingo Fernández inauguraba la Gran Fábrica de Cigarrillos La Paz, industrializadora de La Paz Extra, la marca más famosa y popular del Uruguay.
1899. El 17 de diciembre, José Alonso y Trelles, «El Viejo Pancho», dio a conocer su identidad hispana, ante una multitud congregada en Tala, para conocer al «auténtico intérprete de la forma de hablar y del pensar gaucho».
1900. El descendiente de sierenses José Enrique Rodó publicó Ariel, estimulado por los comentarios de su amigo y mentor Leopoldo Alas, «Clarín».
1903. José Batlle y Ordóñez, hijo del general Lorenzo Batlle, triunfó en las primeras elecciones del vigésimo siglo. Su política de partido fue considerada una afrenta por Saravia, que volvió a las armas.
1904. La última guerra civil uruguaya, finalizó en setiembre, tras la muerte de Saravia, en la batalla de Masoller. Con él, se fueron las esperanzas blancas de elecciones cristalinas y coparticipación política. Un convencido saravista fue Constancio Cecilio Vigil, que se exilió en Buenos Aires. Allí fundó un imperio periodístico hispanoamericano. Consolidado el gobierno «de partido», la debilitada oposición quedó en manos de Herrera.
1906. A principios de año, llegó el inmigrante cabralés Remigio Asenjo Junco, evitando las «quintas» de su patria natal.
1909. El 6 de octubre visitó Montevideo, el jurista y catedrático Rafael Altamira, líder de la Extensión Universitaria. Una propuesta renovadora, adoptada por sus colegas orientales. Altamira fue amigo de Rodó, Vaz Ferreira  y Juan Zorrilla de San Martín. Al año siguiente, la embajada cultural de Oviedo, fue encabezada por Adolfo González Posada.
1910. En marzo, el filósofo Carlos Vaz Ferreira, descendiente del quirosano Navia, publicó Lógica Viva, su obra mayor. El gran pensador latinoamericano era ferviente asturianista y ajedrecista de nota. La fusión de ambas pasiones y su amistad con Aquilino Berro, fueron motivos, para la creación del Centro Asturiano de Montevideo, el 28 de agosto. Ese mismo año, la leceñesa Lucía Cabeza Noval y su hija Ángeles, se reencontraban con Remigio.
1911. La segunda presidencia de Batlle, fue de reformas sociales, las más profundas de América Latina. El batllismo fundó el estado de bienestar, conocido como «Suiza de América», que atrajo al villabollano José Antonio Villarmarzo. Arribado el 18 de noviembre.
1914. Luego de un viaje por la tierra de sus antepasados, el gobernante, jurista y escritor Gustavo Gallinal, editó Tierra Española, con un capítulo especial. De Villanueva a Covadonga. El 1 de octubre asumía como embajador de España, el ovetense Silvio Fernández Vallín.
1915. En marzo, se aprobó la ley de «ocho horas» y otras normas que favorecían el trabajo y la inmigración. Meses después, llegaba Secundino Villarmarzo.
1918. Una reforma constitucional, sustituyó el régimen presidencialista por el colegiado Consejo Nacional de Administración, que compartieron blancos y colorados. El país pasó a llamarse, oficialmente, República Oriental del Uruguay.
1924. A principios de año, Ricardo Villarmarzo se sumó al negocio familiar. En junio, la selección uruguaya logró su primer título de fútbol, en los Juegos Olímpicos de París.
1927. El 16 de junio, se disputó el único partido de fútbol entre orientales y paisanos. Una desconocida alineación de Juventud Asturiana, derrotó en La Habana, al poderoso Club Nacional de Football. El sorpresivo 3 a 2 terminó con un largo invicto del campeón uruguayo y base del vencedor de los Juegos Olímpicos de Amsterdam, en 1928.
1929. El 20 de octubre falleció José Batlle y Ordóñez. Su sepelio fue un acto de congoja popular, que presenció el arancedano José María Iglesias, que recién llegaba al país.
1930. La inauguración del Estadio Centenario, el 18 de julio, fue un hito del fútbol ecuménico. Allí se disputó la primera final de un Campeonato Mundial de FIFA. Uruguay triunfó 4 a 2, sobre la Argentina. Su rival de todas las horas.
1931. Reclamado por su hermano José María, arribó Manuel Iglesias.
1933. El 31 de marzo, el colorado Gabriel Terra, dio el primer golpe de estado del siglo, apoyado por la policía y los bomberos. El hecho alcanzó ribetes dramáticos, por el suicidio, en plena vía pública, del ex presidente Baltasar Brum. Al lado del dictador, estuvo Secades y Caces. Su mayor enemigo, fue el tribuno blanco, Gustavo Gallinal.
1934. El 30 de agosto, el transatlántico alemán Monte Sarmiento recaló en Montevideo, trayendo a la arancedana Isabel García, con su pequeño «Enriquillo» Iglesias, de tres años. En la capital uruguaya, les aguardaba Manuel.
1935. El 1 de marzo, Terra accedió a la presidencia legal, aprobada «su» constitución. El 28 de junio, asumió como ministro plenipotenciario de segunda clase de la Embajada de España, el astur Plácido Álvarez-Buylla y Lozana.
1936. En febrero, Montevideo recibió al ovetense Indalecio Prieto. Su memorable discurso del estadio Centenario, alertó a los orientales sobre el peligro de una inminente guerra civil española. El 19 del mismo mes, Álvarez-Buylla era designado ministro de Industria y Comercio de la Segunda República.
1937. El 13 de diciembre, arribó el Enrique Cabal González. El temperamental paisano fue directivo del Centro Republicano Español de Montevideo y mentor del mayor sanatorio mutual de América Latina. «La Española».
1939. El 23 de junio, Carlos Quijano fundó el semanario Marcha, signo de los intelectuales hispanoamericanos y fraterno reducto del exilio republicano. El 12 de octubre, disidentes «nacionales» del Centro Asturiano, fundaron la Casa de Asturias.
1940. A principios de julio, el vegadense Álvaro Fernández Suárez se exilió en Montevideo. El 5 de noviembre, los hermanos José y Ricardo Villarmarzo, fundaron La Grandalesa, recordado almacén minorista. En diciembre, Marcha publicó la primera columna firmada por «Juan de Lara», seudónimo de Fernández Suárez.
1941. A mediados de año cruzaba a Montevideo, proveniente de Buenos Aires, el anarquista gijonés Avelino González Entrialgo.
1943. El 14 de abril, el exilio republicano inició una gira memorable, en el estadio Centenario. El acto convocó a 50 mil adherentes, que vivaron al luarcano Álvaro de Albornoz y Liminiana y al vegadense Augusto Barcia Trelles y se emocionaron, con el sentido discurso del ovetense José Miaja.
1945. En julio, el anarquista González Entrialgo participó en una protesta popular contra el servicio militar. La triunfante movilización de 30 mil obreros y estudiantes, permitió que Uruguay fuera el único país americano, sin reclutamiento obligatorio.
1947. Asumió la presidencia Luis Batlle Berres, sobrino de José Batlle y Ordóñez. Enrique Cabal fue un hombre de su entorno más cercano.
1950. Uruguay ganó su segundo campeonato mundial de fútbol, en la memorable final de Maracaná. El resultado, 2 a 1. El puntero izquierdo de aquel formidable equipo, fue Rubén «El Tiza» Morán, descendiente de gijoneses.
1951. Una reforma constitucional, dio paso a un nuevo régimen colegiado, el Consejo Nacional de Gobierno, con Batlle Berres como titular.
1952. El 28 de enero arribó el gijonés José Luis Álvarez del Monte, acompañado por sus amigos, Cardenio Prieto, Luis Forgueras y Luis «Pepitillo» Suárez.
1957. En agosto, los montevideanos se regocijaron con la presencia del bioquímico luarcano, Severo Ochoa de Albornoz. En diciembre, pudieron disfrutar de una exposición del pintor riosellano Darío Regoyos, en los cien años de su nacimiento.
1958. Los blancos, liderados por el ahora veterano Herrera, aliados a los conservadores «ruralistas», consiguieron una histórica victoria electoral, tras 93 años de hegemonía colorada. El caudillo, de bien llevada sangre langreana, dejó de existir al año siguiente.
1959. El 11 de octubre, apareció el primer artículo sobre temas asturianos, firmado por el eminente historiador José Luis Pérez de Castro. La serie publicada por el diario El Día, finalizó en 1961.
1962. Los nacionalistas repitieron, sin Herrera. El líder de la renovadora Unión Blanca Democrática, era Daniel Fernández Crespo, descendiente de carreñenses y gijoneses.
1966. Los colorados retornaron al poder, con la fórmula Oscar Gestido-Jorge Pacheco Areco. En la misma elección, fue aprobada la reforma «naranja», que devolvió el régimen presidencialista. El 31 de octubre, en La Habana, el gijonés Álvarez del Monte, representando a Uruguay, dio tablas en 24 jugadas, con el campeón mundial Tigran Petrosian.
1967. La extraña muerte de Gestido, puso en la primera magistratura a Pacheco Areco. Un solapado extremista de derecha, partidario del franquismo y amigo personal del chileno Augusto Pinochet, del paraguayo Alfredo Stroessner y del gallego Manuel Fraga Iribarne.
1968. La francesa Revolución de Mayo, se proyectó en Montevideo, con fuertes manifestaciones estudiantiles. Pacheco Areco impuso el «pachecato», tras firmar medidas prontas de seguridad. Sacó a los militares de los cuarteles, como no lo había hecho el dictador Terra. Formó las Fuerzas Conjuntas, de represión política y gremial, con el pretexto de la guerrilla urbana, Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.
1971. El 5 de febrero, fue fundada la mayor coalición política de la historia uruguaya, el Frente Amplio. Su conductor, Líber Seregni, un general proveniente del batllismo, que cumplió una misión casi imposible. Consolidar una alianza, entre partidos de izquierda, independientes, blancos y colorados. Ese mismo año, la cárcel de Punta Carretas era escenario de «El Abuso», inconcebible fuga masiva, de 111 tupamaros. En noviembre, el ultraconservador colorado Juan María Bordaberry, ganó una elección sospechada de fraude. El candidato más votado, fue el blanco Wilson Ferreira Aldunate.
1972. Entre el 15 de abril y el 15 de noviembre, las Fuerzas Conjuntas desarticularon la guerrilla tupamara. Detuvieron a más de dos mil militantes, incautaron 3.500 armas y 38 mil proyectiles. El golpe definitivo fue la captura, en agosto, del jefe de la organización, Raúl Sendic.
1973. El 9 de febrero, el Ejército y la Fuerza Aérea, emitieron los amenazantes comunicados 4 y 7, verdadero avance golpista. Fue el «febrero amargo», descrito por angustiados demócratas, que presagiaban un negro futuro. En la madrugada del 27 de junio, Bordaberry disolvió las cámaras. El decreto 646, fue emitido a las 5.20 de la mañana, por cadena nacional de radio. Era la presentación de la «doctrina de seguridad nacional» y sentencia de muerte contra la «Suiza de América». La respuesta, fue una espontánea huelga de la Convención Nacional de Trabajadores. Una heroica lucha popular, que duró dos semanas. Una de esas noches, cayó en una «ratonera» militar, el gijonés Álvarez del Monte, que pasó ocho años en el inhumano Penal de Libertad.
1976. Tras dura interna, la cúpula dictatorial destituyó a Bordaberry, para colocar a otro genuflexo: Aparicio Méndez. El «golpe», dentro del golpe. El 1 de setiembre, fue conocido el Acto Institucional N° 4, que proscribió por quince años el ejercicio de toda actividad política.
1980. El 30 de noviembre, el pueblo uruguayo rechazó un proyecto de constitución autoritaria, que legitimaba el poder militar. Fue el memorable «No», pacífico y silencioso, que consiguió 58% de los votos. En un plebiscito con presiones y sin garantías.
1981. En enero, la justicia militar liberó al gijonés Álvarez del Monte, luego del insistente reclamo español y de un pedido personal del rey Juan Carlos. En agosto, el ajedrecista fue deportado, en silencio, a Gijón y de allí a la canadiense Québec. Esta y otras situaciones, provocaron un endurecimiento interno. En setiembre asumió el general Gregorio Álvarez. El último dictador, recrudeció la persecución y encarcelamiento de opositores, como sorda y vengativa respuesta.
1982. La ruptura de la «tablita», de principios de noviembre, fue la peor devaluación de la historia. La crisis del modelo de cambio fijo, dejó a la economía uruguaya en «un tacho de basura», como alguna vez dijo el ministro colaboracionista Alejandro Vegh Villegas. Cierre de empresas y ejecución masiva de deudores, fue la respuesta «realista» de un sistema desbordado por la inflación. Paralelamente, hubo un segundo intento electoral del régimen, para legalizar lo ilegal. Las denominadas «internas», con cientos de candidatos encarcelados, exiliados y proscriptos. El resultado, como siempre, pacífico y silencioso, fue de 60% de votos, para los pocos opositores habilitados.
1983. El 27 de noviembre, más de medio millón de orientales se congregaron en el Obelisco de los Constituyentes, para el mayor acto político que se recuerde en el país. La gigantesca manifestación popular tenía como consigna «Por un Uruguay sin exclusiones», pero, fue conocida como «Un río de libertad». Por una maravillosa foto periodística. La inolvidable proclama fue leída por Alberto Candeau, amigo personal y actor preferido del dramaturgo cangalés Alejandro Casona.
1984. En marzo fue liberado Líber Seregni, tras casi diez años de prisión. En junio, regresó Wilson Ferreira Aldunate, tras once años de exilio. Los demócratas más odiados por la dictadura, cruzaban sus caminos. El «General» volvía a su casa. «Wilson» era encarcelado en un cuartel de Trinidad. El 23 de agosto fue firmado el Pacto del Club Naval, que devolvía parcialmente algunos derechos constitucionales y aceleraba la libertad de los detenidos. Era una salida imperfecta, «a la uruguaya». El 25 de noviembre, se celebraron elecciones, con partidos y dirigentes proscriptos. Las ganó el mayor artífice del acuerdo, el colorado Julio María Sanguinetti.
1985. Sanguinetti asumió el 1 de marzo. Levantó todas las proscripciones y decretó una amnistía amplia de los presos políticos. En lo interno, su gobierno proclamó «el cambio en paz». En lo externo, fue de apertura y muchos viajes, propiciados por su canciller y primera figura, el contador Enrique Iglesias. El uruguayo más famoso del mundo. Nacido en Asturias.
1986. El asunto más delicado de la transición, fue el reclamo de verdad y justicia en casos de violación de los derechos humanos. Sanguinetti creyó resolverlo con la aprobación parlamentaria de una Ley de Caducidad de la pretensión punitiva del Estado que, de hecho, implicaba no someter a juicio a los represores.
1987. Un fuerte movimiento popular, se opuso a la «ley de impunidad». Una campaña de recolección de firmas, iniciada en febrero, habilitó un histórico referéndum.
1988. El 15 de marzo falleció Wilson Ferreira Aldunate, acompañado por su amigo y médico de cabecera, el eminente cirujano Roberto Rubio Rubio, hijo del salense José Rubio Suárez. Poco después, el contador Iglesias, asumía como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo.
1989. En la votación de abril, hubo dos opciones. El voto «amarillo», favorable a la caducidad. El voto «verde», derogatorio de la impunidad. Triunfó la aprobación, con 57.53% de voluntades, pero, las heridas nunca se cerraron. A fines de noviembre, la segunda elección de la democracia, fue ganada por el blanco Luis Alberto Lacalle, nieto de Herrera y, por lo tanto, descendiente de langreanos. El Frente Amplio triunfó en Montevideo. Tabaré Vázquez fue el primer intendente socialista de la capital.
1990. El parlamento uruguayo votó, por unanimidad, el ingreso al Mercado Común del Sur.
1991. El 26 de marzo, el presidente Lacalle firmó el Tratado de Asunción. Era el ingreso uruguayo, como miembro pleno del acuerdo regional con la Argentina, Brasil y Paraguay.
1994. Sanguinetti fue elegido presidente, por segunda vez. El Frente Amplio retuvo la comuna montevideana, con el arquitecto Mariano Arana.
1996. El 8 de diciembre fue aprobada una reforma del sistema electoral y de partidos. Desde entonces, el ganador debe alcanzar el 50% más un voto. En caso contrario, se establece una segunda vuelta o balotaje, entre los dos candidatos más votados.
1999. Tabaré Vázquez fue la primera víctima del nuevo reglamento. Triunfó holgadamente en la general de octubre, pero no superó la mitad de sufragios válidos. En el balotaje, fue derrotado por el colorado Jorge Batlle, que llegó al gobierno con un bajo porcentaje de votos propios. Su contradictoria administración, estuvo signada por una obligada convivencia con los blancos, inestabilidad política y económica y la mayor emigración de uruguayos, en democracia.
2001. El 20 de mayo, falleció el dirigente cangalés Antonio José Granda Villamaitide, gestor de la unidad asturiana. Sin ver el resultado de su lucha. El 1 de junio, luego de tensas y complicadas asambleas, fue creado el Centro Asturiano-Casa de Asturias. Atrás quedaban, más de seis décadas pasiones exacerbadas por la Guerra Civil Española.
2004. El 5 de octubre arribó a Montevideo el presidente asturiano, Vicente Álvarez Areces. Pocos días antes, de la elección nacional que ganó Tabaré Vázquez. Sin necesidad de balotaje.
2005. El 1 de marzo, asumió el primer mandatario progresista, tras 175 años de alternancia de blancos y colorados, con la presencia de los Príncipes de Asturias.