viernes, 23 de marzo de 2012

Mario Barranqué, mozo con 43 años en La Pasiva de 18 y Ejido

Memorias de un equilibrista

Mario Barranqué entrevistado en la
última noche de La Pasiva de 18' y Ejido.
(Teledoce)
Fue un cierre pocas veces visto, por el sitio del que se trataba, por su intensa emoción, por lo difundido a través de los medios de prensa. Luego de 43 años, la histórica esquina ya no será un emblema de los panchos y los chivitos a la uruguaya, porque en este momento se encuentra en plena transformación hacia el “fast food” estadounidense. Detrás de lo que para muchos es una pérdida de identidad, también existe un drama humano: 49 trabajadores quedaron en la calle sin que la empresa les abonara deudas laborales por 5.800.000 pesos. “Me quedo el cariño y el respeto de la gente, y con el dolor por la falta de respuesta de los patronos”, afirma Mario Barranqué, quien con Nelson González eran los mozos más antiguos del tradicional restaurante.

-¿Cómo fue su ingresó a un restaurant que con el tiempo fue un ícono de Montevideo?
-A principios de marzo de 1971, cuando trabajaba en una empresa de información comercial que le daba servicios al Clearing, se me rompió la moto con la que hacía el transporte de documentación y los mandados. Como quedaba parado mientras se arreglaba, acepté una suplencia. Ingresé el 3 de marzo de 1971, por una semana, ¡y me quedé 41 años! Aunque no existe la vocación de mozo, uno se va enamorando del oficio, a medida que lo conoce, que se encariña con los compañeros y los clientes, y que se pone la camiseta del restaurante donde trabaja. No era mi primera experiencia, porque antes había sido mozo en el Bar Facal y en la pizzería La Favorita, que quedaba al lado del cambio de Ejido; la primera en Montevideo que ofreció pizzas con gustos. Luego tuve el honor de inaugurar La Pasiva de 18’ y Gaboto, que cerró; la segunda de Plaza Independencia, cuando pasó de la cuadra del Cambio Messina a la otra punta del Palacio Salvo, y la del Entrevero que es la única que sigue. Capaz que para el que no está en el oficio parece poca cosa, pero para un mozo lo mejor que le puede pasar es participar en la inauguración de un boliche.

-La tarea gastronómica cada vez más se aprende en cursos, pero ustedes eran autodidactas.
-Cada vez se necesita más formación, y no solo para maîtres y cocineros, porque las cosas se hacen mejor cuándo se comprende todo el negocio. Nosotros nos hicimos arriba de las mesas, equivocándonos, pero tampoco había mucho tiempo para aprender. A mí me costó agarrarle la mano, pero la necesidad de llevar el pan y los buenos compañeros, me permitieron seguir adelante. Siempre digo que un año en La Pasiva de Ejido equivalía a cuatro en las otras, o en cualquier otro restaurant. En aquel tiempo solo se vendían chivitos canadienses al pan, frankfurters, ¡todavía no eran panchos! y sándwiches calientes con gusto, nada más. ¡Y se llenaba igual! No había cafetería, ni chivito al plato, ni costillas, ni pizzas, a veces se hacía una milanesa en dos panes; recién en 1988 arrancó la pasta y otras minutas de cocina.

¿Cómo era aquella esquina de 18’ y Ejido en su juventud?
-Siempre fue un punto fabuloso. Ahora la actividad municipal está descentralizada, y los pagos se pueden hacer en otros locales, pero antes todo pasaba por el Palacio. Había miles de personas que circulaban por allí, ¡era un infierno! Los bares, las confiterías, los cines siempre llenos, las tiendas no daban abasto. Me acuerdo que en 1945 fue inaugurada la confitería Waldorf, con personal venido de La Vascongada, y con la presencia de Luis Sandrini; era un todavía un niño pero tengo grabada la sonrisa del gran actor argentino. En la Waldorf servían tés completos, ice cream soda con sándwiches imperiales y muy buenos menúes. Su salón principal estaba amoblado con asientos tipo ferrocarril, que iban de 18 de Julio a San José. ¡Era un lujo! pero cerró en 1969. Fue un momento de mucha gente en las calles, pero no para ir a la confitería, sino para protestar por la crisis. Fue entonces que llegó La Pasiva, que era algo más de paso, más popular. La esquina siempre fue un hormiguero. Basta recordar que en frente, donde hoy está el banco, hubo bares inolvidables: el Tasende, el Avenida, El Padrino, La Martingala. Cuando cruzábamos Ejido, estaba Yaffé, la sedería Japón, La Trucha, una casa de ropa de hombres muy conocida. En La Pasiva, cada mozo atendía una fila de ocho mesas. Éramos diez de domingo a viernes, y catorce los sábados. Siempre se trabajó bien, aún en las peores crisis. El cierre nos duele por la pérdida de una fuente de trabajo, que no tiene una explicación lógica, más allá del grave error de los propietarios que no compraron el local cuando se lo ofrecieron más barato (1.2 millones de dólares), que el precio que pagó la empresa de hamburguesas (1.7 millones de dólares).

-¿Es verdad que los puestos de mozo se vendían por 10 o 15 mil dólares?
-En La Pasiva nunca fue así, no sé en otros lados. Como ya me lo han preguntado, lo consulté con el mozo más antiguo de la empresa; un personaje querible conocido como Medina, que hoy tiene 90 años. Fue clarito: “¡qué compra, ni qué compra! El armenio (Pedro Kechichián) tomaba un mozo y si no servía lo echaba de primera”. La historia de Medina es muy linda, había trabajado en la Waldorf, y con el cambio se quedó en La Pasiva hasta que se jubiló.

-¿Recuerda un día especial en sus 41 años?
-Uno muy especial fue el 1 de diciembre de 1984, cuando Wilson llegó a la Explanada Municipal luego de ser liberado. No recuerdo otro día de mayor alegría en 18’ y Ejido. Miles de personas que iban y venían, que festejaban la libertad, pero no solamente la de Wilson, sino la del país; la recuperación democrática. ¡Fue emocionante! También hubo otros festejos lindísimos, por Nacional, Peñarol o la Celeste. Las manifestaciones luego de cada triunfo en el Mundial de Sudáfrica fueron grandes de verdad; aunque no se trabajó tanto. También hubo mucha gente cuando vino Fidel Castro.

-¿Cómo fue el último día en Ejido?
-Emocionante, pero muy triste. Los más jóvenes se fueron llorando, nosotros en silencio y con bronca. Nos saludaron todos los clientes, y unos cuántos se quedaron hasta que se cerraron las puertas. Me cansé de firmar listas de precios que se llevaban de recuerdo. Todavía no lo puedo creer. Recibimos la solidaridad de mucha gente, no solo compatriotas, sino también argentinos, brasileños, chilenos, que sintieron el cierre como un dolor propio. La Pasiva era un punto de encuentro. ¿Cuántos se citaban en la puerta?; no solamente uruguayos, también los turistas. Hace un tiempo recibí una postal de un cliente sueco, fechada en Stokolmo. ¡Ese gesto no tiene precio! Lo que queda, más allá del dolor, es el cariño y el respeto.

-¿Se jubilará luego de tanto tiempo, de tanto trabajo?
- El 29 de agosto voy a cumplir 70 años, y me siento muy bien. Ni pienso en jubilarme, porque necesito los ingresos, es verdad, pero también porque hace once días que ando muy mal; no sé quedarme en mi casa. Lo que más nos preocupa a los mayores es el futuro de los compañeros jóvenes; muchos se quedaron en la calle o les ofrecieron trabajos mal pagados. Algunos ya sufren la falta de dinero porque los patrones actuaron con irresponsabilidad, y se borraron cuando debían pagarnos deudas laborales. Nuestro caso está en el Ministerio de Trabajo y en la Justicia pero, mientras tanto hay compañeros que tienen familia, que no tienen ni para comer. No sé, como a los patrones no les da vergüenza. ¡Si se hicieron ricos con nuestro esfuerzo!

5.800.000
Es la cifra en pesos que La Pasiva le debe a los 49 trabajadores despedidos de la sucursal Ejido, pero los propietarios de la empresa cortaron el contacto casi dos meses antes de la clausura definitiva. Luego de reclamar en el Ministerio de Trabajo e iniciar una demanda laboral, los ex empleados se hicieron cargo de la gestión del local para recaudar fondos que ahora esperan repartir. Cada tarde, desde fines de febrero hasta el 12 de abril, una abogada retiraba lo ingresado a la caja, para depositarlo en una cuenta del Ministerio de Trabajo. El pago todavía no se hizo efectivo porque la empresa ahora pretende recibir una parte de esa recaudación.

Mal gusto
Quince días antes del cierre definitivo, los empleados de La Pasiva recibieron una llamada de alguien que dijo ser representante de la patronal. “Vayan descorchando una champagna que se les va a pagar todo”, fue el anuncio. “No sabemos si fue un acto de irresponsabilidad, de inhumanidad o una broma de mal gusto”, afirma Mario barranqué.

27 de junio de 1973
Aquella madrugada corrían los rumores de golpe de Estado, pero nosotros no los creíamos, o no los queríamos creer. A la una de la mañana se armó un lío bárbaro en 18’ y Ejido, cuando estábamos cerrando; de repente se metió un coracero a caballo persiguiendo a unos gurises. Llegó hasta la mitad del salón, atropellando a los pocos clientes que quedaban, pero por suerte los muchachos se escaparon. Poco después hubo otra historia, mucho más triste. Habían tirado unos panfletos políticos en el baño, y uno de nuestros compañeros entró para ver qué eran. Le decíamos “La Gata”, y estuvo seis meses preso solo por leerlos. ¡Una injusticia! Peor fue lo de otro compañero ahora fallecido, muy recordado, muy querido: Ruben Darío Píriz. Estuvo diez años preso. Cuando volvieron al restaurante los recibimos como héroes.”

17 más 19
Al principio no teníamos sueldo. Cobrábamos 7% del total de lo que facturábamos cada uno; de ese porcentaje le dábamos una parte a los compañeros de elaboración (plancheros, horneros, cocineros). Después de los problemas con Impositiva y BPS nos pusieron un sueldo y nos bajaron el porcentaje. Mi último ingreso regular fue de 17.000 pesos fijos más unos 19.000 por los extras. Se podrán imaginar cuánto siento la pérdida de mi querido trabajo.”

Muchas veces aplaudían nuestros actos de equilibrismo, porque éramos capaces de llevar siete medios o siete lisos en las manos y varios platos sujetados con los brazos. Lo hacíamos por falta de tiempo, pero también para que los clientes nos vieran.”

Dos y un medio, dos y un liso
A los turistas les encantaba nuestra forma de hacer los pedidos: ‘dame dos’ (panchos), ‘sacame un caliente’ (sandwiche), ‘un completo’ (chivito), ‘dos y un medio’ (dos panchos y un chopp) o ‘dos y un liso’ (vaso de 300 cc). Son frases que fuimos creando un poco en broma, pero, también, porque con tanto trabajo había que acortar hasta las palabras. Lo del ‘liso’ tiene una historia. Una tarde, cuando todavía era nuevo, un cliente se acercó al mostrador y dijo ‘dame un lisito de esos’, mientras mostraba un vaso. ¡Quedó para siempre!”

Un mozo de La Pasiva de Ejido tiene tres virtudes: muy buena memoria, equilibrio para llevar varios pedidos a la vez, y compañeros atentos detrás del mostrador.”

La mostaza
Fue creada por unos alemanes que tenían un restaurante al lado del Cambio Messina, y que por la cercanía se la ofrecieron a La Pasiva. Las primeras pruebas se hicieron allí, con unas raíces parecidas a la pimienta que se rallaban y se mezclaban con la mostaza en polvo, más sal fina, vinagre de alcohol y cerveza rubia; al final se le agregaba la harina y un poquito de maicena para que tomara cuerpo. Muchos han tratado de imitarla, pero las medidas deben exactas. Tanto se guardaba el secreto que solo tres compañeros sabían las proporciones (el molde era un recipiente de medio litro) y la hacían en el sótano de Ejido. Se fabricaban unos 50 kilos por día. Me acuerdo que al principio se presentaba en unas jarras de plástico, y se servía con una cucharita.”

La mostaza tenía otro secreto: en el tacho de fabricación siempre queda un resto de uno o dos kilos de la partida anterior que se mezclaba con la nueva. ¡Ese gustito es imposible de imitar!”

Los panchos
Siempre los hizo la misma chacinería, con una medida especial para La Pasiva. Antes eran más artesanales, se los aromatizaba naturalmente. Ahora la producción es estándar: los empaquetan primero y los aromatizan después. En ese proceso se pierde sabor. También hay un secreto en la olla. El agua, con sal y vinagre, nunca debe hervir porque el embutido explota. Un experto sabe que el pancho está pronto cuando recibe el sabor del vinagre porque se abren sus puntas; hay que sacarlo en ese momento.”

5 de enero de 1977 
"Fue cuando se vendieron más de 5.000 panchos en un solo día; ¡un récord! Fue la primera vez, luego hubo otras, que se pusieron dos compañeros a cortar los panes. Me acuerdo que venían las tipas (canastos) de 500 panes de viena, que duraban un suspiro.”

"Pedro Kechichián, Tito Sierra y Pepe Deanesi fueron los primeros socios de la empresaa, luego vinieron los otros."

Ilustres
Por Ejido pasó mucha gente. Tuve la felicidad y el honor de atender al general Líber Seregni, un caballero, que nos hablaba con aquella calidad. Los intendentes estuvieron todos: Mariano Arana siempre nos hablaba de lo importante que era la esquina para la ciudad; Juan Elizalde era muy amable; Tabaré es de pocas palabras. Todos los presidentes estuvieron por allí; y muchos artistas. El más reciente fue Aníbal Pachano que cerraba el primer piso, pero recuerdo con admiración a Enrique Pinti, a quien daba gusto escuchar, y a Javier Portales, que la primera vez que vino me dijo: ‘entro si me cobra, si no me voy’. Portales pagaba siempre, y era muy generoso.”

viernes, 9 de marzo de 2012

Juana de Ibarbourou, nacida el 8 de Marzo

Enamorada de Rosalía

La uruguaya Juana de Ibarbourou, 
la chilena Gabriela Mistral y 
la argentina Alfonsina Storni, 
un terceto memorable que dio
a conocer la poesía escrita 
por mujeres sudamericanas
en toda Iberoamérica.
Ella jamás lo ocultó. Tantas veces la niña melense viajó con su vigorosa imaginación a la Padrón coruñesa, mientras su poética sensibilidad se empapaba con los versos gallegos de una amiga soñada, a la que jamás conoció. “Era español mi padre, y bajo el rico dosel del emparrado solía recitar enfáticamente los cantos de Espronceda y las dulces quejas de su nemorosa Rosalía de Castro. Nunca conocí fiesta mayor. Y ahí está lo que puede llamarse el génesis de mi vocación.” Confesaba Juana Fernández Morales en su memorable mensaje de ingreso a la Academia de las Letras Uruguayas.

La admirada poetisa sudamericana nació el 8 de marzo de 1872, siete años después de la muerte de Rosalía. Fue hija del capitán Vicente Fernández, inmigrante gallego  de Vilanova de Lourenzá, Lugo, una pequeña población a medio camino entre Foz y Mondoñedo. El joven gallego pertenecía a una acomodada familia de molineros que emigró muy joven al Río de la Plata, porque nunca quiso ser cura. Vicente se embarcó como polizón, estuvo un tiempo en Montevideo y pronto se radicó en el fronterizo departamento de Cerro Largo.
Juana de Ibarbourou fue declarada
Juana de América, en el Salón de los 
Pasos Perdidos del Legislativo, en acto
presidido por Juan Zorrilla de San Martín, 
el Poeta de la Patria,y con la presencia 
del escritor mexicano Alfonso Reyes.
Eran tiempos difíciles en el Uruguay, plena Revolución de las Lanzas que enfrentaba a los dos partidos fundacionales del país: los colorados oficialistas contra los blancos alzados por reivindicaciones políticas. El joven Vicente se unió a uno de los bandos en lucha y en 1870 acompañó al caudillo blanco, el general Timoteo Aparicio. Desde entonces, lo ganó la pasión partidaria y a ella rindió sus esfuerzos en las horas de combate, pero también en las de paz, cuando ejerció la autoridad civil como comisario en Melo.
En 1880 se casó con Valentina Morales, dama oriental de ascendencia canaria, nacida en la vieja estancia familiar cerrolarguense Los Paraísos, sobre el río Tacuarí. De la recién nacida Juana recordaba siempre que era “una niña muy hermosa, de cabellos negros y ojos oscuros”. En toda la vida de la autora, ésta mantuvo que había nacido en 1895, es decir, tres años después. Sólo después de su muerte se supo que, en verdad, había nacido en 1892.
Vicente fue quien le inculcó muchos de los valores que más la van a acercar al sentir gallego. Juana sintió una natural atracción del campo, una extraña vinculación telúrica que está en el origen mismo de la “morriña”. . La pequeña se crió escuchando a su padre recitar a Espronceda y a Rosalía de Castro, a la que Juana admiró profundamente y que despertó en ella la vocación poética. A los ocho años escribía y publicaba versos reveladores de su talento precoz, en las páginas de El Deber Cívico de Melo.
Busto de Juana de Ibarbourou, 
poetisa uruguaya de origen gallego, 
colocado en el barrio de la Unión
de Montevideo.
(Ignacio Naón, 2009)
Era una niña alegre, traviesa y sensible, además de muy orgullosa y coqueta, pero también poseía un sentimiento de melancolía que estuvo presente en muchos de los escritos de la poetisa, así como la expresión que hace de sus sentimientos a través de la naturaleza, aspecto que la une los grandes autores de la lírica gallega.
El 28 de junio de 1915 se casó en Melo con el capitán vasco-francés Lucas Ibarbourou, y a partir de ese momento usó por algún tiempo el seudónimo de Jeannette d'Ibar. El 23 de agosto de 1917 nació su hijo Julio César Ibarbourou, quien para ella fue su “poema vivo”, y al año siguiente los tres se instalaron en Montevideo.
Allí alcanzó el éxito desde sus primeros poemarios, Las lenguas de diamante, El cántaro fresco, cuando le cantó al amor y la naturaleza con sencillez y ternura. Luego publicó más de treinta colecciones de poesía, escribió sus memorias, una obra para niños y un poema dedicado a Galicia con motivo del Día das Letras Galegas. De una belleza superlativa, el 10 de agosto de 1929 fue consagrada como Juana de América, en acto celebrado en el Palacio Legislativo. Su arte deslumbró a celebridades literarias hispanas: Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca. Su literatura, de carácter universal, fue traducida a varios idiomas, aunque el alma de Juana era muy gallega. Tanto, que su esposo la llamaba cariñosamente Galleguita.

En 1945 el Estado uruguayo adquirió los derechos de propiedad literaria de sus libros editados en prosa y verso, y además tres inéditos, que le devolvió en 1968.

Rosalía de Castro está
presente en la Plaza
Galicia de Montevideo.
(Ignacio Naón, 2009)
“La influencia de Rosalía de Castro en la inspiración poética de Juana de Ibarbourou se manifiesta en una temática intimista y melancólica, que converge de manera casi transparente en Las lenguas de diamante y en Follas Novas”, afirma Aymará Ghiglione, en el ensayo Juana y Rosalía. En su prólogo de las Cantigas e verbas ao ar, de Julio Sigüenza, la gran poetisa profesaba un profundo amor a la patria familiar. Al coruñés Salvador de Madariaga le dedicó una semblanza en Amados recuerdos, en honor a las tertulias que el historiador organizaba en Montevideo.

En 1950 ocupó la presidencia de la Asociación Uruguaya de Escritores, que se acababa de fundar.

Fachada de “Amphion”, la mansión ubicada
en la Rambla República del Perú Nº 1503.

Allí Juana vivió entre 1942 y 1947,
con su hijo Julio César, y a su madre;
su esposo, Lucas Ibarbourou
había fallecido unos años antes.
“Juana nos ha dejado una producción poética rica y variada. Poseía un temperamento poderosamente vital, gozaba la vida, lo que se reflejó en sus poemas de juventud, los cuales eran animados por imágenes vegetales y animales. Es una prosa rica, brillante y armoniosa, llena de alegría. Su estilo es fresco, sencillo y espontáneo. Demuestra su amor por su paisaje natal describiéndolo con versos llenos de colorido y fragancia”, expresa Aymará Ghiglione. La conciencia de su propia belleza hizo que escribiese poemas en la búsqueda de un amor casto y erótico que encontramos en Raíz Salvaje. Le temía a la vejez, destructora de la belleza.

En 1951 el gobierno de la Ciudad de México la nombró “Huésped de Honor Permanente”, y le otorgó la Medalla de Oro.

Su orgullo gallego recibió un homenaje que la emocionó toda la vida: el 8 de junio de 1963 fue inaugurada la Biblioteca Vicente y Juanita Fernández, en Vilanova de Lourenzá. Sus últimos libros, Estampas de la Biblia y Pérdida, describen un carácter más reflexivo. En Oro y Tormenta enfrentó el dolor de la enfermedad y la vejez, como anticipo de una muerte solitaria, en 1979, en su casa de la Unión.
Fue un 15 de julio, una fecha compartida con Rosalía, su amiga soñada.

En 1953 la Unión de Mujeres Americanas, residentes en Nueva York, le concedió el título de “Mujer de las Américas”, por su distinguida labor literaria.

Obra imprescindible
-Las lenguas de diamante (1919)
-El cántaro fresco (1920)
-Raíz salvaje (1922)
-La rosa de los vientos (1930)
-Estampas de la Biblia (1934)
-Loores de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro (1934)
-Chico Carlo (1944)
-Canciones para Natacha (1945)
-Perdida (1950)
-Oro y tormenta (1956)

En 1959 recibió el “Gran Premio Nacional de Literatura del Uruguay”.

Galicia
Juana le dedicó versos sencillos, humanos, que hablan de su ansia de retorno a una tierra en la que nunca estuvo, pero que siente que la lleva en sus venas, y por la que siente un amor apasionado.

Patria de mi padre, luminosa y grande,
Qué profundamente te quiero también.
Me crié soñando con tu maravilla,
No quiero morirme sin verte una vez.
Cuando a ti yo llegue, has de conocerme
Por el gozo trémulo, por la palidez,
Por la emoción honda de risa y de llanto,
Por el canto puro que te llevaré.
Con el niño mío, que también te ama,
¡oh! Galicia mía, hemos de traer,
a la tierra india que amparó a mi padre,
algo de tu hechizo y tu placidez.

Casa de Juana, en Melo.
(Diego Praderi)
Juana melense
En la capital del departamento de Cerro Largo se conserva la casa donde Juana de Américavivió su infancia y juventud, hasta que a los veinte años se mudó a Santa Clara de Olimar, departamento de Treinta y Tres, casada con Lucas Ibarbourou. En el museo de la calle Treinta y Tres 317, entre el Pilar y Sarandí, se conservan sus muebles y objetos personales, y también la higuera debajo de la cual se sentaba a escribir. En el frente de la vivienda fachada se lee el homenaje de los melenses a su mayor poetisa.
Su segundo hogar era la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar y San Rafael, donde cada domingo iba con sus padres. Luego de la misa cruzaban a la Plaza Constitución, que en su tiempo era conocida como “Plaza Vieja”, la principal de Melo, declarada Monumento Histórico. En su espacio central se ubica el monumento a José Artigas, rodeado por añejos y frondosos ejemplares de palmeras y palos borrachos que decoran sus prolijos y hermosos jardines con flores rosadas. En sus cuadras circundantes, se ubican: la Jefatura de Policía, la Catedral Nuestra Señora del Pilar y San Rafael, el Club Unión que data del siglo XIX, y el Museo Histórico Regional.
Las tardes familiares eran de paseo entre los árboles de la costa del arroyo Conventos, símbolo de Melo, y uno de los primeros del país concebidos para la recreación ecológica. Hoy llamado  Parque Zorrilla de San Martín, allí se encuentra el Teatro de Verano municipal, un patio de estilo español con azulejos originales, y una carreta de ejes de madera. Casi sobre el borde del arroyo está la Fuente de los Sapos, construida en piedra caliza por Manuel Brigante para celebrar el centenario de la ciudad, pero que nunca funcionó.
También era costumbre la visita a la estancia El Cordobés, de su padrino Aparicio Saravia. Hoy es un museo, en el margen derecho del arroyo homónimo. Entre 1897 y 1903 fue la capital del “país blanco” que se rebeló contra los gobiernos colorados de turno, hasta llegar a la guerra civil contra el presidente José Batlle y Ordóñez. “Las puertas y ventanas están pintadas de celeste, la sala de recibo en listones blancos y celestes. Sus perros, gatos, gallinas y pollos, todos son blancos”, narraba el periodista José Virginio Díaz.

Juana montevideana
La Palmera de Juana es un monumento
natural único, en la rambla de Pocitos,
a la que ella dedicó una poesía.
Fue una de las voces más personales de la lírica hispanoamericana a principios del siglo XX, y un símbolo de la presencia femenina en la cultura del país. Un circuito que reseña la vida de Juana en Montevideo se inicia en la Plaza Galicia, en plena Rambla Sur, donde su ubica el monumento a Rosalía de Castro, inspiradora de su sensibilidad. Continúa en la Casa de Juan Zorrilla de San Martín, su amigo y guía poético, que funciona como museo en Punta Carretas, y luego en la playa Pocitos, donde estaba ubicada la última residencia de la escritora, que fue señalada con la Palma de Juana de Ibarbourou, plantada en un espacio de la Rambla Perú y Pagola. Un destino imprescindible es el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, donde fue declarada Juana de América y la Iglesia de Tapes, en el barrio Arroyo Seco, donde se conserva la imagen religiosa de la que fue profunda devota y a la que escribió sus Loores a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

Su primera casa en Montevideo fue en la calle Asilo 50 (actual 3621), entre Pernas y Comercio, en el corazón de La Unión. Entre 1918 y 1921 allí escribió sus tres primeros libros: Las lenguas de diamante, El cántaro fresco y Raíz salvaje. Luego de demolida, la que se construyó en el mismo espacio posee una placa que le rinde homenaje en la fachada. En la Plaza Cipriano Miró, frente a la Basílica de la Unión y el Hospital Pasteur, se alza un busto que evoca su memoria.
Juana habitó muchas viviendas, solía recordar con nostalga la de la actual avenida Mariscal Solano López, en el barrio del Buceo. "Mi casa de la felicidad, calle Comercio Nº 318 —recién hecha— setiembre de 1924...", escribió en una foto de época que refleja una etapa de brillo, tanto de su vida privada como pública. Juana vivió allí entre setiembre de ese año y octubre de 1942, cuando falleció su esposo, el mayor Lucas Ibarbourou.
Casa de la calle Comercio, cerca de la rambla del Buceo.
La residencia original lucía una fachada de azulejos que la distinguía del resto, que fueron removidos, pero su forma se mantiene vigente y vital, habitada por una familia que conoce sus historias. De sus huéspedes originales se conservan algunos elementos decorativos y, sobre todo, varias plantas que supieron hacer las delicias de la escritora, siempre rodeada del verde y el mar. La casa no abre sus puertas al público salvo raras excepciones.
Juana vivía allí cuando fue proclamada Juana de América, publicó La rosa de los vientos (1930), Estampas de la Biblia (1932) y los Loores... (1934). Por entonces también participó en un legendario encuentro en Montevideo con sus colegas, la argentina Alfonsina Storni y la chilena Gabriela Mistral.