domingo, 20 de noviembre de 2016

Eriberto Guerra Díaz (1914–1990) poeta nativista, artesano y guasquero uruguayo

Antología de un gaucho sabio 
–Nacido un 11 de marzo en Libertad, cuando la segunda ciudad del departamento de San José aún era un pueblo, pasó buena parte de su vida en la costa maragata del Río de la Plata donde fue un respetado inspector de Aduanas, símbolo de la más severa ley en territorios repletos de matreros y contrabandistas.Arriesgado al límite de la temeridad fue su desempeño como guarsacosta  en Rincón del Pino, héroe anónimo admirado por los vecinos, rescatista de náufragos de las aguas, ¡a lomo de caballo!
Sus temerarias aventuras en pos de mantener la paz se extendieron por varias décadas de mediados del siglo XX, y fueron narradas en su prosa gauchesca y su ardorosa poesía.
Sus principales obras literarias, Con el Lazo Ramaleao, Historia de Rincón del Pino y Mis Tiros de Boleadoras, fueron recopiladas y connotadas por su hija Olda Daisy Guerra García, publicadas en 2013 con el título Antología Gauchesca. Eriberto fue un gran tradicionalista, conocido como en  El Gaucho Guerra, símbolo del legendario personaje de nuestros campos, siempre dispuesto a una "gauchada".
Fue un maestro en trabajos en cuero, que obtuvo premios en certámenes de "guasquería" en Uruguay, Argentina y el sur de Brasil.
Fue campeón en tiro de lazo y boleadoras, por lo que se le otorgó premios y distinciones en la tradicional Semana Criolla que cada año se realiza  en la Rural del Prado de Montevideo.
–Eriberto Aníbal Guerra Dìaz falleció el 25 de setiembre de 1990, en su casataller de la calle Zapicán, en el barrio Arroyo Seco, a los 76 años, sin quejas ni lamentos, pese a una dolorosa enfermedad.
Así era él, fuerte como la madera de lapacho que tanto trabajó como artesano. Su último pedido fue un símbolo final de su fuerte carácter: "Daisy, abrime la puerta." Así partió rumbo a la eternidad.

                                                                  Eriberto por Daisy


jueves, 10 de noviembre de 2016

Roger Rodríguez, Alexis Jano, Julián Murguía, memorias de los últimos periodistas uruguayos encarcelados en dictadura


Rehenes del Club Naval

Crónica sobre detención de Roger Rodríguez y Alexis Jano.
Fueron procesados en junio de 1984 por un juez militar que les imputó el indemostrable delito de “ataque a la fuerza moral de las fuerzas armadas por vilipendio”. Eran los meses finales de una dictadura en retirada (19731985), jaqueada por resultados electorales adversos, desbordada por una movilización popular que convocaba a los mayores actos opositores que recuerde la historia de Uruguay, deslegitimada por la opinión pública internacional. Como Roger Rodríguez afirma, tres décadas después de los hechos, fueron rehenes de las negociaciones secretas que comenzaron a principios de julio de aquel año inolvidable cuando los tres todavía eran prisioneros que finalizaron con el Pacto del Club Naval.

—Roger Rodríguez y Alexis Jano Ros trabajaban en La Voz de la Mayoría, creada para ser la continuidad periodística de Convicción, un semanario clausurado el 4 de mayo de aquel año repleto de ataques a la prensa independiente.
—Convicción tenía una dirección política compartida por Víctor Vaillant, Jorge Lorenzo y Ernesto de los Campos.
Julián Murguía.
—El editor periodístico era Enrique Alonso Fernández, el redactor responsable, Edgardo Etiez, que tenía registrado el nombre. En la redacción trabajaban: Roger Rodríguez, Claudio Paolillo, Miguel Flores, Alexis Jano Ros.
—Colaboraban: Hugo Alfaro, Guillermo Chifflet, Miguel Ángel Campodónico, el Maestro Sila Contreras, Carmen Tornaría y Edith Moraes, y dirigentes del Plenario Intersindical de Trabajadores.
—El pretexto dictatorial para encarcelar a Rodríguez y Jano fue un artículo publicado en el N° 1 del semanario La Voz de la Mayoría, el 21 de junio, titulado: “Familiares piden la libertad de Nélida Fontora y Graciela Jorge”.
—La crónica describía las enfermedades que ambas presas políticas sufrían en Punta de Rieles y solicitaba que las liberaran, alentando una amnistía general e irrestricta.
—Julián Murguía, había sido detenido una semana antes, procesado el 23 de junio por el mismo juez militar, procesado por una contratapa memorable en el semanario La Democracia: “El amargo temor a la venganza”.
—La liberación de los tres, el 19 de julio de 1984, fue celebrada en Uruguay, por periodistas, medios de comunicación, organizaciones sociales, la población, y por asociaciones periodísticas de todo el mundo.

Contratapa La Voz, N°6, la liberación.
Contexto histórico
—El sociólogo Luis Eduardo González divide los casi quince años de la última dictadura, en tres etapas: “Comisarial”, entre 1973 y 1976, “Fundacional”, cuando el regimen intentó crearse una legalidad política, que duró hasta la derrota electoral en el plebiscito de 1980, “Transición a la Democracia”, iniciada con el triunfo de No hasta el 1 de marzo de 1985, cuando asumió el presidente constitucional  Julio María Sanguinetti.
—La misma noche del golpe de Estado del 27 de junio, el dictador Juan María Bordaberry firmó un decreto que prohibía “todo tipo de noticias y comentarios que afecten negativamente el prestigio del Poder Ejecutivo y las Fuerzas Armadas o que atenten contra la seguridad o el orden público”.
—En el inicio de la fase “Comisarial” recrudeció la clausura de la prensa opositora. En poco más de un año fueron cerrados decenas de periódicos, entre los que hubo dos casos emblemáticos: el diario El Popular, el 16 de noviembre de 1973, el semanario Marcha, el 26 de noviembre de 1974.
—En febrero de 1975 fue creada la Dirección Nacional de Relaciones Públicas (DINARP), un organismo dedicado a la propaganda oficial y la censura, que con los servicios de inteligencia controlaban la denominada “prensa grande”, diarios, radios, televisión.
Contratapa La Voz, N°6, la liberación.
—Casi hasta el final de la etapa “Fundacional”, fueron escasos los ejemplos de periodismo opositor, vale citar al diario El Día, clausurado el 25 de setiembre de 1977, por un aviso clasificado, el memorable “Milicos putos”.
—Mientras CX 30 La Radio reflejaba voces disidentes, internas y externas, nacía La Semana, un suplemento sabatino de El Día, con periodistas dispuestos a enfrentar la censura cultural, también  la revista Noticias, de breve curso independiente, La Plaza de Las Piedras y el semanario Opinar, dos alegorías en papel de la resistencia.
—Los corresponsales de agencias extranjeras cumplieron un rol relevante, pese a los controles de sus cables, en la tarea de informar con objetividad.
—En aquella etapa de oscuridad hubo una resistencia impresa que circulaba en la clandestinidad, con crónicas mimeografiadas que contaban las desdichas de un país encarcelado y silenciado.

La nota censurada.
No de 1980, nuevas publicaciones opositoras
—El nacimiento de la etapa de “Transición a la Democracia” se sitúa el 30 de noviembre de 1980, cuando los uruguayos votaron, luego de nueve años, en un plebiscito pergeñado por el regimen. El proyecto de Constitución dictatorial fue rechazado por 57.9% de la población.
—Muy cerca del NO, la memoria colectiva mantiene viva la imagen de un debate televisivo que el 14 de noviembre, dos semanas antes de la consulta, le dio voz a dos figuras opositoras, el colorado Enrique Tarigo y el blanco Eduardo Pons Etcheverry.
—Fue la única polémica pública, en medio de una propaganda dictatorial intimidatoria, constante. Un relato épico, impregnado por una metáfora cultural de Pons Etcheverry, que trató de “rinocerontes” a los personeros de la dictadura, en alusión a la pieza teatral de Eugenio Ionesco que por aquellos días estaba en cartel en Montevideo.
—La dictadura debió admitir una derrota inesperada. Mientras la población celebraba en silencio, sin festejos, dos publicaciones recientes, eran reconocidas como emblemas periodísticos del NO: La Plaza, de Felisberto Carámbula, y Opinar, dirigido por Enrique Tarigo.
—Luego de ganado un espacio, los partidos políticos aún proscritos comenzaron a negociar un nuevo cronograma de transición a la democracia. A la percepción de un afloje en la censura, se sumó el nacimiento de nuevas publicaciones: Búsqueda (semanal), Correo de los Viernes, Presencia, Opción, El Dedo, La Razón, a las que pronto se sumaron, La Democracia, Lealtad, Somos Idea, Aquí, Convición, Jaque, Guambia, La Voz de la Mayoría, ACF, entre tantas.

Editorial de Claudio Paolillo.
Elecciones Internas, Acto 1° de Mayo 1983
—El 21 de mayo de 1981 el Consejo de Estado de la dictadura aprobó la Ley Nº 15.137 de Asociaciones Profesionales. Para algunos sectores sindicales, aceptar la norma era avalar al régimen, para otros, la mayoría, fue una oportunidad de reorganización del movimiento obrero, que permitió la creación del  Plenario Intersindical de Trabajadores (PIT).
—En las Elecciones Internas de 1982, con partidos y candidadtos proscritos, los opositores triunfaron ampliamente: 76,2% en el Partido Nacional y 69,7% en el Partido Colorado. El voto en blanco, propuesto por sectores del Frente Amplio, obtuvo casi 7% del total de sufragios.
—El PIT organizó el Acto del 1° de mayo de 1983 que convocó a más de 100.000 uruguayos. El estrado se instaló frente al Palacio Legislativo, mirando a la avenida del Libertador. Un enorme cartel pedía libertad, trabajo, salario y amnistía para los presos políticos.

Tapa La Voz, N° 3.
Convicción, la censura recrudece
—En octubre de 1983 se publicó el primer número del semanario Convicción, continuador de otro medio sindical: Presencia. Tenía una dirección política compartida por Víctor Vaillant (CBI), Jorge Lorenzo (Partido Comunista) y Ernesto de los Campos (Partido Socialista).
—El editor periodístico era Enrique Alonso Fernández, y el redactor responsable, Edgardo Etiez, quien tenía registrado el nombre. En la redacción trabajaban: Roger Rodríguez, Claudio Paolillo (política), Miguel Flores (sindicales), Alexis Jano Ros (información).
—En Convicción colaboraban: Hugo Alfaro (cultura, sociedad, crónicas de vida), Guillermo Chifflet, Miguel Ángel Campodónico (entrevistas e investigaciones), el Maestro Sila Contreras, Carmen Tornaría y Edith Moraes (Educación), y dirigentes del Plenario Intersindical de Trabajadores.
Tapa La Voz, N° 4.
—Entre 1983 y 1984 hubo un endurecimiento de la represión y la censura, cuando la dictadura estaba derrotada y en retirada. El análisis más aceptado le adjudica aquel retroceso a un enfrentamiento de dos grupos internos del Ejército, los aliados del general Hugo Medina, de acuerdo con la salida como se estaba negociando, y los “duros” de Gregorio Álvarez.
—El regimen comenzó a utilizar el control de las edición al pie de la imprenta. un procedimiento que iba más allá del  decreto 313/969 de medidas prontas  de  seguridad, del 4  de  julio  de  1969, y del decreto de disolución del Parlamento.
—El periódico era obligado a realizar todo el proceso de publicación, hasta la tirada, que en aquel tiempo podía llegar a 30.000. Un comando militar autorizaba, luego de controlar varios ejemplares impresos, si esa edición podía salir a la venta.
—La censura en la imprenta fue la peor que se haya realizado en el país, tenía una intención clara, cerrar a los semanarios por asfixia económica —Claudio Paolillo.

Tapa La Voz, N° 5.
Acto del Obelisco y liberación de Líber Seregni
—El 27 de noviembre de 1983 fue convocado un acto opositor frente al Obelisco, con la consigna “Por un Uruguay sin exclusiones”. Medio millón de ciudadanos escucharon la proclama leída por el actor Alberto Candeau, en la movilización popularmente conocida como “Un río de libertad”.
—El 19 de marzo de 1984 fue liberado el general Líber Seregni. Ese mismo día, ante una multitud, llamó a redoblar la lucha sin odio, ni resentimiento. Apoyó la participación del Frente Amplio en las negociaciones con la dictadura, que cristalizaron en el Pacto del Club Naval.

Parque Hotel, caceroleadas, Club Naval
—En el Parque Hotel se realizaron siete reuniones entre la Comisión de Asuntos Políticos creada por la dictadura y dirigentes de los partidos Colorado, Nacional y Unión Cívica. La primera fue el 13 de mayo de 1983 y la última, el 5 de julio, cuando Julio María Sanguinetti anunció la decisión de retirarse de las negociaciones, por “discrepancias insalvables”.
—Luego del fracaso del Parque Hotel, un decreto del 2 de agosto suspendió transitoriamente la actividad política, el llamado Acto Institucional N° 14 confirió amplias facultades al Poder Ejecutivo para decidir nuevas proscripciones por un mínimo de dos años.
Tapa La Voz, N° 1.
—La respuesta opositora al endurecimiento del regimen fue una alianza “Intersectorial”, de los grupos mayoritarios de los partidos políticos, organizaciones sindicales, estudiantiles y sociales. Su primera medida concertada fue convocar a una “caceroleada” el 25 de agosto. La población salió masivamente a las veredas a golpear cacerolas.
—El Pacto del Club Naval fue un acuerdo alcanzado el 3 de agosto de 1984 entre los jerarcas militares y representantes de los partidos Colorado, Frente Amplio y Unión Cívica que posibilitó el retorno de la democracia después de casi doce años de dictadura. Fue la culminación de una negociación secreta, sin participación del Partido Nacional.

Regreso de Wilson
—El 16 de junio de 1984 retornó de su exilio Wilson Ferreira Aldunate, cruzando el Río de la Plata en el Vapor de la Carrera. En un dispositivo de guerra para impedir el contacto del líder con la multitud que lo esperaba, fue apresado por los militares y trasladado en helicóptero hasta el cuartel de Trinidad, donde permaneció encarcelado durante toda la campaña electoral que restableció la democracia.
—Ferreira Aldunate fue liberado el 30 de noviembre de 1984. Una caravana multitudinaria lo condujo hasta Montevideo. Entrada la madrugada del 1 de diciembre, arribóó a la Explanada Municipal, donde el Partido Nacional había organizado un acto de bienvenida.
—En una de las concentraciones políticas más recordadas de la historia uruguaya, Ferreira anunció su apoyo al gobierno electo, resumió su postura en una palabra: "gobernabilidad".

Roger, Alexis, Julián
Fueron procesados en junio de 1984 por un juez militar que les imputó el delito de “ataque a la fuerza moral de las fuerzas armadas por vilipendio”.
—Fueron los últimos periodistas encarcelados por la dictadura, en los meses finales de un regimen en retirada, jaqueado por resultados electorales adversos, desbordado por una movilización popular que convocaba a los mayores actos opositores que recuerde la historia de Uruguay, deslegitimado por la opinión pública internacional.
—Roger Rodríguez y Alexis Jano Ros trabajaban en La Voz de la Mayoría, un semanario creado para ser la continuidad periodística de Convicción.
—Convicción había sido clausurado el 4 de mayo de aquel 1984 repleto de ataques a la prensa semanal independiente, por una entrevista a Wilson Ferreira Aldunate realizada en Buenos Aires, antes de que el líder opositor regresara el 16 de junio, en el memorable cruce del vapor de la carrera.
—Fueron procesados por un juez militar el 29 de junio de 1984. El pretexto dictatorial fue la publicación de un artículo de Roger Rodríguez en el N° 1 del semanario La Voz de la Mayoría, el 21 de junio, titulado: “Familiares piden la libertad de Nélida Fontora y Graciela Jorge”.
—La crónica describía las enfermedades que ambas presas políticas sufrían en Punta de Rieles y solicitaba que las liberaran, alentando una amnistía general e irrestricta.
Julián Murguía, había sido detenido una semana antes, procesado el 23 de junio por el mismo juez militar, encarcelado por un artículo de periodismo de investigación y una contratapa memorable en el semanario La Democracia: “El amargo temor a la venganza”.
Aquel fue un tiempo de paradojas aparentes. Por un lado, los dictadores se sentaban a negociar una salida controlada, primero en el Parque Hotel, luego en el Club Naval, y por otro eran los estertores totalitarios de Gregorio Álvarez, que atacaba a la que consideraba la mayor culpable del inminente fracaso de sus fantasías megalómanas: la prensa independiente.
La liberación de los tres, el 19 de julio de 1984, fue celebrada en Uruguay, por la mayoría de la población, por periodistas, medios de comunicación y organizaciones sociales, por asociaciones periodísticas de todo el mundo.
Fueron los últimos periodistas encarcelados por la dictadura, o como Roger Rodríguez interpreta, tres décadas después de los hechos, fueron rehenes de las negociaciones secretas que comenzaron a principios de julio, cuando los tres todavía eran prisioneros, que finalizaron con el Pacto del Club Naval.

Contratapa La Voz, N° 3.
Memorias de Roger Rodríguez
—"El pequeño celdario conocido como La Reja, puerta de ingreso de los presos a la Cárcel Central, era lo más parecido a una jaula del zoológico que podía recordar. Me había criado detrás de la Facultad de Veterinaria, cerca de Villa Dolores, por lo cual conocía muy bien las jaulas de los animales y más de una vez, con algunos adolescentes amigos, había ingresado a horas no permitidas al predio municipal donde también está el Planetario. Pero nunca había quedado dentro de los barrotes.
Hacía pocas horas que el juez militar, capitán de navío Ricardo Moreno, nos había procesado con prisión por el delito de 'ataque a la fuerza moral de las Fuerzas Armadas en el grado de vilipendio', según lo establecido en el Artículo 58 del Código Penal Militar. Ya nos habían tomado las huellas y fotografiado de frente y perfil, y nos había cortado el pelo (no rapados como los presos políticos, pero sí un corte policial, el único que sabía el peluquero de Jefatura). Solo faltaba que la autoridad pertinente decidiera en qué celda nos colocarían.
Alexis Jano Ros y yo teníamos hambre y frío... también algo de temor. Del otro lado de las rejas, en el patio interior del Pabellón Artigas, unos treinta presos comunes (entonces había comenzado a utilizarse el término 'presos sociales') almorzaban. Entre ellos reconocimos al periodista Julián Murguía, a quien habían encarcelado por el mismo delito una semana antes. En una contratapa de La Democracia escribió un artículo donde criticó la negociación política que comenzaba a realizarse en el Club Naval.
Con su prisión y la nuestra, la dictadura (y los partidos políticos que entonces lo admitieron) había dejado claramente establecido que no aceptaría presiones de prensa. Hacía años (desde Luis Hierro López por el milicos putos' en los clasificados de El Día en 1976), que no había un periodista preso por el ejercicio de la profesión. Quedamos en una suerte de condición de 'rehenes' de la censura y del resultado del propio acuerdo del Club Naval. Nuestro destino era así de incierto.
Contratapa La Voz, N° 3.
El sargento Brasil era un hombre grande y ancho, morocho de frontera, de pelo negro rizado, con bigote fino sobre la comisura de los labios y de manos enormes (ya las conocería). Vestía de verde, porque era de la Guardia Republicana. Algo de lo que se jactaba tanto como de botonear a los presos. Nos había recibido con la pregunta de si éramos los periodistas, sólo para corregirnos y con su 'desde ahora son presos', ponernos en el lugar de sumisión que él pretendía..."

Comer en la jaula
—"Un joven policía se acercó a la jaula y nos dijo que nuestras familias nos habían traído comida. Hacía más de un día que no ingeríamos nada. Nos dio dos paquetes y me animé recortar un papelito y darle una esquela para que le llevara a Sara. Pensando en mi esposa e hijos, escribí con una lapicera de tinta roja que el propio agente me prestó: 'Estamos tranquilos con nosotros mismos”.' Afuera, la nota tomó un tono épico y algunas radios transformaron el mensaje en un grito de resistencia.
Ajenos a lo que se vivía en la calle, nosotros atacamos la comida que había llegado... En cada paquete había un 'canadiense' del Chivito de Oro. Cuando los abrimos, el olor a frito invadió el subsuelo de Jefatura. Buena parte de aquellos presos no recibían comida desde fuera y subsistían con el 'rancho' que día a día les daban. Galletas y algún pan criollo era lo que solía entrar en las visitas... Todos nos miraban mientras devoramos aquella minuta. Pero algo más vino a pasar...
Contratapa La Voz, N° 4.
Otro policía se acercó a la reja y dijo que nos habían traído comida. 'Si gracias, la necesitábamos', contestó Alexis limpiándose la boca. El policía acercó entonces otros dos paquetes. Dentro había sendas milanesas en dos panes sobre un gramajo, que sólo podía habernos mandado Gustavo Ibarra, desde El Lobizón. Los presos comenzaron a acercarse como lobos, desafiando la prohibición de hablar con nosotros. Estábamos repletos y les ofrecimos la comida, que pasamos bajo la reja.
Todavía no habíamos entrado a la Cárcel y ya teníamos un grupo de 'amigos' que comprendieron que protegiéndonos podrían recibir algo de comida extra... Fue al llegar el tercer paquete de comida (pizzas con muzzarella de El Subte, que nos enviaba la barra de La Voz), cuando el sargento Brasil intervino para que se aceleraran los trámites de ingreso. Aquella jaula donde solían dejar de 'plantón' a los nuevos para atemorizarlos, se había convertido en un kiosko de comidas.
Nos internaron en el Pabellón Artigas. Una larga pieza con unas cuarenta cuchetas agrupadas de dos en dos, que obligaba a compartir cercanía con el de la cama adjunta (tuvieron que traernos colchones individuales). Por lo general, se colgaban frazadas como una pared entre los camastros de hierro para disponer de intimidad. Obviamente también nos contaron otras historias... Murguía nos saludó con afecto y dijo que al día siguiente nos hablaba. Se había tensado el ambiente. Un oficial puteaba a gritos a los guardias por la esquela que se filtró al exterior."

Contratapa La Voz, N° 4.
El Pabellón Artigas
—"Todos los presos allí éramos 'especiales'. Algunos eran comunes y otros, como nosotros, de la Justicia Militar. Estaba un sobrino del propio General Hugo Medina y había un oficial de la Armada (muy pedante él). También había un hombre de Rivera por falsificación de documentos (ayudó a salir del país a una sobrina) y otro al que le decían 'El Pollo', acusado de robar aquellos nuevos locales de frituras de aves que se habían instalado en Montevideo. El resto estaba por estafa, arrebato o rapiña... y uno, por homicidio.
La estrella del recinto, al que nadie se atrevía a molestar, era Salvador Horacio Paino, el fundador de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) detenido para su extradición a Argentina luego de escribir el libro 'Historia de la Triple A' (un colega de El Día fue quien en realidad redactó aquel libelo) donde daba un testimonio confesional sobre su participación en aquel escuadrón de la muerte que mando constituir José López Rega en 1973 y desde el que participó en cientos de atentados y homicidios, hasta que en 1976 lo desplazó Aníbal Gordon.
Penal de Punta Carretas.
Paino me resultaba un ser batracio. Impactaba su piel blanco-verdosa, con lunares y manchas en un rostro que se extendía a la cabeza semicalva. Aunque físicamente era pequeño, su cara inexpresiva daba miedo y un rictus de sonrisa que apenas se reflejaba en los labios podía provocar terror. Quien buscó su conversación fue Julián Murguía (se había dedicado a leer Don Quijote de la Mancha) y luego de un par de charlas comenzaron a jugar ajedrez. Presencié alguna de esas partidas y no exagero si digo que Paino no comía piezas, las giraba entre los dedos como si las desangrara...
Historia de la Triple A, la confesión del Escuadròn de la muerte de Argentina.
El 'homicida' era un hombre de más de sesenta (aunque su complexión física privilegiada no lo demostrara), moreno, totalmente calvo, de cuello grueso y manos cuadradas. No hablaba con nadie. Su presencia atemorizaba. Un día tomó del cogote al marino (que siempre provocaba de palabras) y lo levantó contra una pared hasta dejarlo morado y con la lengua afuera. Dos policías tuvieron que esforzarse para neutralizarlo y salvar al naval... Él me buscó, quería saber de esos presos nuevos que tanto lío habían armado...
¿Cuál es su carátula, m'hijo? dijo mirándome desde la profundidad de sus ojos negros.
—¿Lo qué...? respondí sin saber a qué se refería...
Su tipificación de delito... A mí, por ejemplo, me acusan de homicidio dijo con conocimiento jurídico.
Ah... Lo nuestro es vilipendio a la fuerza moral de las Fuerzas Armadas dije evitando la mirada, como me habían advertido.
Mmmm... Eso sí que debe de ser jodido afirmó después de un silencio.
No, es que yo soy periodista y escribí un artículo donde denunciaba... quise explicarle.
¿Y usted dijo que había sido Usted?  me interrumpió.
Si, claro, yo admití ante el juez militar la autoría porque... intenté continuar.
¡No, m'hijo, no!... ¿Cómo va admitir?!... ¡Usted niegue, siempre niegue!... Aunque lo agarren apretándole la nuez al muerto, ¡niegue!..."
No volvió a hablarnos, pero con un saludo de cabeza y otros gestos, evidenció su respeto para que nadie se metiera con nosotros."

Traslado a Punta Carretas
—"En cada visita, aquello se transformaba en un cumpleaños. Hasta algún postre entraba. Venían a vernos familiares, colegas, miembros de comisiones de derechos humanos, dirigentes de partidos políticos tradicionales y proscritos, sindicalistas, estudiantes. En la primer semana nos visitó el presidente de la Comisión Nacional de Defensa de la Libertad de Prensa, Dr. Ramón Valdez Costa, cara visible del grupo encabezado por Danilo Arbilla y Neber Araújo. Me explicaron la Ley de Prensa que estaban armando. Mantenía la pena de prisión al periodista. Los putié a todos.
Es que, desde el día que nos encarcelaron, Alexis y yo, sin acordarlo, mantuvimos una actitud de rebelde resistencia. Le respondíamos a la guardia porque teníamos clara nuestra impunidad como periodistas presos. Cuando nos humillaron rapándonos el pelo, llegamos a pedir un corte a la romana. Cuando nos traían la comida (tres o cuatro veces al día) preguntábamos si alguien quería almorzar o cenar algo en especial. Teníamos cigarrillos y nos daban el lugar del sol en el pequeño patio abierto. Éramos unos guachos atrevidos que estábamos envalentonados desde nuestra inconsciencia.
Cuando nos hicieron la revisión médica, los amenazamos con hacer una huelga de hambre si en una semana no teníamos respuesta a nuestro pedido de liberación condicional. Para reforzar la intimidación, conté que un año antes, luego que me echaran de El Día por integrar el sindicato, en vez de ir a reclamar mi carné de salud a la administración del diario, me había hecho uno nuevo y, por vacunarme otra vez contra la BCG, cuando me agarré un frío, derivé en una corticopleuritis que registró un 'foco BK'. Es decir, les dije que tenía en mi sangre el tuberculoso Bacilo de Koch.
Los médicos, ambos jóvenes, tomaron nota y -estoy convencido- planificaron su venganza... Una semana después de llegados a la Cárcel Central, el 6 de julio, el sargento Brasil me convocó sin un motivo aparente y me ordenó tomar mi abrigo para un traslado. ¿A dónde?, me atreví a preguntar. Y, con una sonrisa, contestó: Hospital Penitenciario de Punta Carretas... Le ordenan hacer una baciloscopía. 'Me cagaron', me dije, pero no había tiempo para lamentarse. No pude informar a Alexis y a Murguía, quienes sin entender veían de lejos cómo me ponía la campera de abrigo y salía...
La Cárcel de Punta Carretas hoy es un shopping. El Sheraton Hotel se eleva donde estaba el Hospital Penitenciario. Quedé esperando en el patio cerrado del pabellón, donde El Pollo recibía la visita de su esposa."

Nota publicada en el N° 3 de La  Voz.
¿Qué hacés acá?
—"¿Tenés visita?", me dijo acercándose...
No, me trasladan al Hospital Penitenciario. Pedile a a tu señora que llame a Emiliano Cotelo en CX 30 y le avise a mi mujer, conté con dramatismo.
El Pollo y su señora vieron cuando vino un policía a trasladarme. Automáticamente sacó sus esposas y yo puse las muñecas. Cuando salía les hice una guiñada. Asintieron con la cabeza. Me metieron en una chanchita en el subsuelo de Jefatura, me sacaron por San José y no fue difícil adivinar el recorrido: tomaron por Yaguarón, Gonzalo Ramírez, Carlos María Morales, Rambla Argentina, Rambla Wilson, Julio María Sosa, Bulevar Artigas y por Héctor Miranda, entramos de frente al Penal de Punta Carretas, a cuyos fondos estaba el edificio del Hospital Penitenciario.
Cuando llegamos, estaba anocheciendo. Me dejaron en una pieza bajo una de las torres de la puerta (donde ahora está el McCafé) y me hicieron desnudar. Hacía mucho frío. Me dio calor la bronca, la vergüenza y la adrenalina del miedo. Me llevaron por un corredor debajo de los pabellones hasta el patio del fondo y desde allí ingresamos al edificio de tres plantas del lúgubre Hospital carcelario. Yo pensaba que me tomarían una muestra de flemas y me devolvería a la Cárcel Central. Pero, entonces, me comunicaron: No. Usted se queda acá tres días, que es lo que dura el examen".
Tenía la boca reseca de angustia. Me costó escupir en el frasquito de la prueba. Me llevaron a una celda del sector Infectocontagiosos. Una pieza de dos por tres, cubierta de azulejos blancos, con una camilla por cama y una ventana con rejas hacia el sur. Por un vidrio roto entraba el frío viento del mar. "Acá no me quedo", protesté. 'Obedezca y cállese', dijeron. 'Acá estuvo hasta el político Bernardo Pozzolo (en la campaña de las internas del 82 también había sido procesado) y no se quejó', agregó. 'Es problema de él... pero si yo me quedo acá, voy a terminar enfermo de tuberculosis antes de que me den el resultado', reclamé sin suerte. Me sentí muy solo."

Staff La Voz, 1984.
Misión latinoamericana
—"El domingo 8 llegó a Uruguay un grupo denominado Misión de Buena Voluntad Latinoamericana, integrado por diputados y personalidades, quienes habían sido convocados por el Movimiento Justicia y Derechos Humanos (MJDH) de Porto Alegre, el Comité de Solidaridad con la Luchas del Pueblo Argentino para la Democracia de Río de Janeiro y la Comisión Peronista de Derechos Humanos de Buenos Aires. Tenían dos objetivos: la libertad de los presos políticos y la no extradición por razones políticas en América Latina.
Uno de los que encabezaba aquella movida era Jair Krischke, presidente del Movimiento Justicia y Derechos Humanos, a quien ya había conocido en Convicción durante la cobertura de la liberación de Lilián Celiberti y Universindo Rodríguez, quienes salieron de prisión a fines de 1983, luego de ser secuestrados en Porto Alegre en 1978 y trasladados ilegalmente a Uruguay en el marco de la coordinación de un Plan Cóndor del que recién comenzábamos a encontrar y entender sus primeras plumas.
Con Jair, habíamos planificado un encuentro de periodistas en Porto Alegre. No pude ir porque nos metieron presos. Krischke, venía desde hacía días integrando la Misión y se enteró de la novedad cuando llegó a Montevideo. Sara, angustiada, lo fue a ver al Hotel en que se alojaban y le explicó que estábamos presos en Cárcel Central y que me habían trasladado al Hospital Penitenciario a los fondos de la Cárcel de Punta Carretas.
—'¿Cuándo es la visita?', preguntó Jair. 'A la Cárcel Central de tarde, pero está en Punta Carretas', le explicó. Jair pensó unos minutos y decidió visitarme en la Cárcel Central en la mañana del lunes, luego de una conferencia de prensa en el Colegio de Abogados que presidía Rodolfo Canabal. Aunque no era horario de visitas, Jair, acompañado por Sara, fue recibido por una autoridad de la Policía, pero de nada valieron sus alegatos de que era mi abogado y defensor de derechos humanos. Un grupo de parlamentarios fue a ver a Wasem Alanís que agonizaba en el Hospital Militar, otros fueron a visitarme a la Cárcel, pero no los dejaron entrar, porque el preso no estaba. Jair denunció la situación a las agencias internacionales de noticias y logró el escándalo mediático buscado.
Acta de clausura de Convicción.
Aquella histórica Misión de la Buena Voluntad de 1984, estaba integrada por los argentinos Carlos Miguel Kunkel (ex diputado), Gustavo Herrera (Juventud Peronista), Raquel Mac Donald y Delia Carmelli de Puiggrós (Comisión Peronista de DD HH), y Ricardo Rodríguez Saá (Intransigencia y Movilización Peronista); desde Bolivia, los diputados Roger Cortes (PSB) y Miguel A. Mufarech, Cristina T. de Quiroga Santa Cruz (viuda de Marcelo Quiroga Santa Cruz) y Ramiro Carrasco; de Brasil estaban Jair Krischke (MJDH), Bayard Demaria Boiteux (PDT), Mário Silva P. de Castro (CUT) y los diputados federales Lucio Alcántara, Clemir Ramos, Luiz Dulci, Aldo Arantes y Anselmo Farabuline; por Chile, Ana María Amagada (PS); de Colombia, los diputados Benjamín Ardila y Horácio Serpo Uribe, con Socorro Ramírez (Comisión de Paz); de Costa Rica, los diputados Alonso Montero Mejia y Sergio Eric Ardón; de Ecuador, los diputados Alejandro Carrión y Jacinto Velásquez; de Haití el poeta Paul Laraque; de México, Cuauhtémoc Sandoval (PSUM) y Antonio Tenorio (PRI); de Panamá, Moises Torrijos (PRD) y Didimo Escobar (Federación de Estudiantes); de Perú, los diputados Javier Diez Canseco y Augustín Haya de La Torre, con Ezequiel Robles (Coordinadora de DDHH); y de Venezuela, el Senador Elizard Díaz Rangel, presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP). Varios de ellos se destacarían en los años siguientes..."

Acta de clausura de Convicción.
“Ellos saben lo que hacen”
—"Aquel lunes 9 de julio era el aniversario de la histórica represión que terminó con la prisión del general Líber Seregni por 'asonada' y la clausura de El Popular y encarcelamiento de sus trabajadores... Jair había organizado, con Efraín Olivera del SERPAJ, Cacho López Balestra, Carlos Etchegoyen y otros, un “operativo relámpago” en el que la Misión de Buena Voluntad iría a Plaza Independencia para colocar a los pies de Artigas una ofrenda floral ('Por la Libertad y Por la Democracia', rezaba) que específicamente les habían prohibido.
Todo estaba cronometrado y hasta periodistas y fotógrafos de agencias internacionales habían sido reservadamente convocados. Había una llovizna fría que por momentos les lastimaba las caras, pero el grupo llegó a la Plaza antes del mediodía, acompañados de un centenar de personas y, para sorpresa de la guardia de Granaderos, la combi blanca de Efraín Olivera se estacionó, bajaron las flores, y las colocaron sobre el granito negro. El colombiano Arila fue el encargado de pronunciar un discurso histórico que había escrito un rato antes en una Olivetti del hotel..."

El discurso de Arila
“Protector de los Pueblos Libres... Fundador de la nacionalidad oriental. José Artigas... ¡Qué bien nos suena tu nombre, oh Padre inmortal! Hemos venido a verte en tu prisión de espantos. Bolívar nos enseñó de niños que la patria es la América Latina, mulata, mestiza y tropical; y nos habló de tí como de un hermano. Por eso hemos tomado como hijos nuestros a los huérfanos del Continente en lucha y les damos el abrigo de veinte banderas en este mediodía lleno aún de nubarrones.
De México te traemos el Zarape cinco veces mutilado. De Centroamérica, istmo de lagos y volcanes, te aportan las espinas para la corona de redentores que brillan como joyas en la noche sin término. Los colombianos te entregamos una rosa blanca, la primer que hemos logrado arrancar entre todos a la tierra en años de sequía y de horror. Del Brasil vienen los recuerdos de Tiradentes, Cristo de la Libertad, y la voz encendida de justicia y de amor.
Los incas nos muestran los miembros de Tupac Amarú descuartizado por amar a su pueblo y reivindicar el imperio socialista de sus ayeres. Los bolivianos presentan a sus mineros en columna por hileras en busca de un amanecer que no quiere llegar. Los argentinos te muestran las cadenas rotas, manchadas aún con la sangre inocente vertida...
¡Padre Artigas! ¡La América Morena se inclina ante tu bronce!... Te promete seguir adelante y te pide que... ¡no los perdones, porque sí saben lo que hacen! (dijo y, señalando con su dedo a la entonces Casa de Gobierno, gritó). ¡Somos embajadores de la esperanza!”
Original del discurso del colombiano Benjamín Arila ante el Monumento a José Artigas, Plaza Independencia, Montevideo, 9 de julio de 1984.

—"El acto concluyó, mientras los presentes comezaron a entonar el himno nacional. Cuando un grupo de soldados de fajina asomaba por detrás del Palacio Estévez para desalojarlos, siguieron caminando hacia Ciudad Vieja. Por la calle Sarandí sintieron el calor de una brisa de libertad... Era el mismo viento que a mí me congelaba en Punta Carretas..."
Roger Rodríguez, en sus memorias contadas en 2014.