domingo, 27 de enero de 2008

Eva Canel, de pies a cabeza

Eva Canel en la quinta de Santa Lucía,
propiedad de su admirado amigo
José Enrique Rodó, c. 1899,
cuando era un símbolo del
feminismo hispanoamericano.

(Archivo Canel)
Fue la primera feminista española, la más prolífica cronista viajera de Hispanoamérica en el siglo XIX, pionera de las periodistas rioplatenses olvidada en Argentina y Uruguay.

Sexta Crónica del libro Héroes sin bronce (editorial Trea de Gijón, diciembre de 2005)



Los pueblinos astures y las mayores urbes españolas tienen algo en común. En todos existen asociaciones de defensa de los derechos de la mujer sustentadas en un mismo emblema: su memoria. La periodista y escritora marcó también una original influencia en la cultura uruguaya de principios del siglo pasado. Vivió dos etapas muy distintas entre Buenos Aires y Montevideo. La primera, entre 1875 y 1882, como muy joven esposa, declarada liberal y feminista, del exiliado comediógrafo Eloy Perillán y Buxó. La segunda, entre 1899 y 1915, como diva literaria, monárquica y religiosa. Fue corresponsal itinerante desde Chicago a la Patagonia, editora exitosa, conferencista, polemista, crítica intransigente de la intervención estadounidense en Cuba y las maniobras de los grupos de poder que provocaron la Guerra Hispanoamericana. Una vida signada por la independencia, el coraje y el atrevimiento. Casi sin proclamarlo –hasta negándolo con desesperación– hizo lo que muchas mujeres aún reclaman en colectivos que se aferran a su poderoso seudónimo, que responde a un uso muy feminista  de su tiempo: su segundo nombre y su apellido materno.

10 de enero de 1875. El reloj de la catedral de Montevideo estaba a punto de tocar las dos de la tarde. No era un domingo común. Con insólita tranquilidad se realizaba la crucial elección de Alcalde Ordinario, a pesar de que en días anteriores hubo violentos enfrentamientos entre candomberos y principistas. Cuando faltaban pocos segundos para la hora en punto, comenzó un tiroteo entre los grupos en pugna. Los colorados se pertrechaban en una confitería que por entonces se ubicaba a la altura del actual Club Uruguay. Los blancos y sus aliados se protegían en un ombú de Rincón e Ituzaingó. Francotiradores desde las azoteas apuntaban contra todo cuerpo que se movía. En la brutal balacera hubo cientos de heridos y murieron conocidos dirigentes políticos: Francisco Lavandeira, Segundo Tajes, Isaac Villegas Zúñiga, Antonio Gradín, Antonio Santos, Juan Risso, Ricardo Martínez, Juan Ledesma, Eugenio Soto, Juan Ríos. 
Masacre de la Plaza Matriz
del 10 de enero de 1875,
presenciada y narrada
por Eva Canel.
(Archivo El País, Montevideo)
«Los combatientes –informaba una novata periodista española presente en el lugar– eran de todas las clases y no soldados de uniforme y fusil. Se tiraron dos o tres mil tiros, sobre una plaza que estaba cubierta por una multitud. Muchos se manifestaron sorprendidos de que un fuego tan recio y que duró más de veinte minutos, no hubiese matado a más inocentes.» De noche, la cronista le preguntaba a su esposo –avezado redactor del diario El Siglo– por un oficial del ejército de extraña apariencia, a quien los «desorientados orientales» elogiaban por haber «resuelto con eficiencia una situación muy difícil». El 15 de enero, cinco días después de la tragedia, ese tal Lorenzo Latorre –que le provocaba intuitiva desconfianza– derrocó al presidente constitucional José Ellauri y puso en su lugar al candombero Pedro Varela.
Un cuarto de siglo después, cuando sus crónicas se cotizaban a precio de oro en toda Hispanoamérica, de vuelta en Montevideo evocaba aquella peripecia juvenil que la introdujo en el más arriesgado periodismo itinerante. «Nunca olvido que aquí, muy cerca, en la plaza Matriz, conseguí mi primera historia digna de narrar. Aquí supe que jamás haría prensa de despacho, porque el periodista debe caminar para acercarse a la verdad. Pero, para escribir bien debe utilizar la cabeza, no los pies. Aquí descubrí mi vocación, por azar, quizá, pero no por casualidad.»

La joven Eva.
(Archivo Canel)
A mala hora
Agar Eva Infanzón Canel nació el 30 de enero de 1857, en La Caleya da Fonte, un barrio de Coaña, la cabecera del concejo homónimo del occidente asturiano, camino a Galicia. Su padre era médico, Pedro Infanzón. Su madre, Epifanía Canel y Uría, era nieta de Pedro Canel y Acevedo, un liberal sin doblez, amigo personal del notable Melchor Gaspar de Jovellanos y asesor del emblemático general Rafael del Riego.
Canel y Acevedo fue un ilustrado, resistente contra las invasiones napoleónicas, universitario, político, legislador, economista, inventor, geógrafo, poeta, arqueólogo, redactor y firmante de la Constitución de 1812, la memorable Pepa. Como hombre original fue condenado, por el Santo Oficio de Valladolid, y perseguido por el rencoroso rey Fernando VII a su regreso al poder absoluto. Pero sus enemigos apenas pudieron enviarlo a un simbólico destierro a su casa de verano del puerto asturiano de Luarca, donde redactó sus memorias, consideradas obras maestras de filosofía ecológica.
Eva compartió los valores de su familia materna, expresados con innato histrionismo, pero –lo confesó a la madurez– ocultaba una secreta fascinación por la creencia católica y monárquica de su padre. Luego de la inesperada muerte del doctor Infanzón en un naufragio –a manos de piratas cantábricos– la joven completó sus estudios de Letras en Madrid y se relacionó con el ambiente intelectual más cercano a la inminente Primera República. A influjo de sus nuevos amigos, adhirió al feminismo activo, aunque nunca lo llamó de esa manera. Todavía no era adolescente cuando defendía con ardor el derecho de la mujer a tener las oportunidades que «le permita su talento». A los quince años, trabajando en una compañía teatral, conoció al vallisoletano Eloy Perillán y Buxó, periodista, escritor y comediógrafo, director de la revista La Broma, muy popular entre masones y liberales. Se casó con él en 1873, encandilada por promesas de aventuras y desasosiegos.
Perillán debió escapar de la capital hispana, tras publicar una sátira de Manuel Pavía, general golpista que el 3 de enero de 1874 disolvió las primeras Cortes republicanas, a punta de sable y bayoneta. Pasó por La Paz y luego por Buenos Aires, antes de arribar a Montevideo, el 23 de febrero, con una carta de recomendación del depuesto presidente republicano Emilio Castelar a Julio Herrera y Obes, por entonces director de El Siglo. El 6 de marzo, el influyente periódico celebraba su contratación.
Perillán decía que Buenos Aires era cosmopolita y fascinante, y que Montevideo no lo era menos, pero además, digna de vivir. A pesar de tan convincente elogio, el historiador asturiano José Luis Pérez de Castro se refiere a su difícil exilio: «Vivió en la calle Piedras N° 25. Fue redactor de la sección Miscelánea de El Siglo, colaborador del semanario El Ferrocarril, y docente honorario de Literatura General e Historia de la Literatura». Su lección inaugural en la Universidad fue presidida por Alejandro Magariños Cervantes. Escribía también una sección dominical en el diario –Revista de la semana– con noticias en verso. Muy dulces en su forma, muy saladas en su contenido.
Ella permaneció unos meses en Madrid, sustituyéndolo en la dirección de La Broma. Firmaba sus artículos con seudónimos muy distintos: Ibomaza, Beata de Januco, Fray Jacobo o AV. El definitivo Eva Canel fue una definición feminista discutida con su marido: su segundo nombre y su apellido materno. Finalmente, también se fue al destierro montevideano, un par de meses antes de cumplir 18 años. Pero, el matrimonio duró poco días en la capital uruguaya. Las semblanzas mordaces del presidente candombero Pedro Varela, y las críticas a quien consideraban «el verdadero dictador», Lorenzo Latorre, provocaron una inevitable salida a Buenos Aires. Fue a mediados de enero de 1875, tras la clausura de El Siglo. «Del episodio, que dejó funesta impresión en su espíritu y en la historia oriental, escribió La Candombera, un relato que constata algunas tradiciones locales», señala Pérez de Castro en su ensayo Huella y presencia de Asturias en el Uruguay.

Redacción de El Comercio de La Habana.
(Archivo Canel)
Visiones e impresiones
Montevideo fue para Eva Canel el punto de partida de su fama internacional y de su periodismo trashumante. Y los aprovechó, creando medios exitosos: El Ferrocarril de la Paz, Las Noticias y El Comercio Español de Lima y El Petróleo de Buenos Aires. Además colaboraba con el matutino limeño El Comercio y con El Perú Ilustrado, mientras era corresponsal de La Broma y del diario La España de Madrid.
Observadora infatigable, tenía la idea de que la geografía, el espíritu, la historia y los latidos del progreso, había que aprenderlos con los pies. «Esta concepción que nutre lo más estimable de su pluma, la llevó a viajar por todo el continente americano, de Chicago a la Tierra del Fuego. Siempre enjuiciando la actualidad, en torno al eje de su biología ideológica que, de republicana y mordaz por contagio con el izquierdismo de su esposo, fue cayendo hacia el extremo opuesto de la mano de un españolismo exaltado», comenta Pérez de Castro.
Viajó a Barcelona en 1882, justamente cuando la distancia física con Perillán pasaba también al terreno del pensamiento. Mientras él se radicaba en Cuba, donde falleció en 1884, ella quedaba sola en la capital catalana, subsistiendo apenas con sus colaboraciones americanas. En 1891 se mudó a La Habana, para fundar la revista La Cotorra («Órgana libérrima (sic). Semanario político satírico que no sabe tirar al sable y no se bate más que a picotazos»). Como no había perdido esperanzas de ingresar al mercado estadounidense, lo intentó en el año del cuarto centenario del descubrimiento de América, con una corresponsalía en la Exposición Universal de Chicago. Consiguió que la tradujeran al inglés y conoció, en Nueva York, al hombre por quien sintió una paradójica atracción: José Martí. 
Por entonces ya era una defensora de la permanencia hispana en Cuba; pero más profundo fue su cariño por el patriota cubano, fundador del Partido Revolucionario y organizador de la Guerra Necesaria contra el poder colonial. «Tenía de terrenal el profundo conocimiento del pueblo y de los políticos norteamericanos. Su aversión hacia ellos (…) se acentuaba con la frase rápida, categórica para presentarlos, retratarlos y definirlos.»
No tardó en enterarse de la muerte de su querido Pepe –el 19 de mayo de 1895– en el combate de Dos Ríos. Mientras lo lloraba, escribió un comentario titulado: «¡Oh Martí, Martí! ¡Qué falta nos haces a todos!». Definitivamente contradictorio. Poco después se revelaba como una furibunda integrista al servicio de la causa española en la isla. En la Guerra de Cuba fue secretaria de la Cruz Roja, responsable de centros de auxilio para víctimas ibéricas y declarada enemiga de la intervención estadounidense. Tras la derrota regresó a Madrid con los restos de su marido y con su hijo peruano, Eloy Perillán Infanzón, recibido de ingeniero en la Universidad de Illinois.
A fines de 1899 partió nuevamente hacia América del Sur. Fijó residencia en Buenos Aires, aunque pasaba mucho tiempo en Montevideo y Santiago. Desde ese triángulo sudamericano se dedicó a dar conferencias muy bien pagadas. «No obstante una feliz acogida, no encontró el tradicionalismo criollo y distinguido de la urbe argentina, tal cual la conoció un cuarto de siglo antes. La prensa le otorgó insospechada popularidad y los clubes españoles su más alto honor, pero era otra ciudad, que no le resultaba tan encantadora», sostiene Pérez de Castro. La capital porteña había perdido, para ella, su espiritualidad hispánica y tenía mucho del individualismo norteamericano. Esta nueva valoración se multiplicó, por la impresión que le produjo el Montevideo finisecular. «Separado solo por el Río de la Plata, pero que estaba gestando el Ariel», escribió en una columna para El Siglo.


Montevideo, te amo
El aguardado reencuentro con los uruguayos fue a mediados de noviembre de 1899. Se instaló en el antiguo hotel Oriental de Santa Lucía, muy cerca de la quinta de descanso de José Enrique Rodó, el colega que le provocaba una admiración impropia de su vanidad. «Mi querido amigo, usted es el más hispano de los escritores de habla hispana», fue el elogioso juicio de la ilustre visitante.
A principios de diciembre titulaba «Inmejorables impresiones», un artículo para El Correo Español, en el que anunciaba un «inmediato resurgimiento uruguayo tras años de dificultades». Y remataba su columna de viajera: «Esta es una patria de abundantes encantos y de espectáculos hermosos, con un clima que seduce a quien desea quedarse a vivir. Mujeres muy femeninas, llenas de gracia y de amenidad, sanas costumbres, sentimientos de pueblo amante de sus mejores tradiciones y un carácter franco de buenos hijos del país».
Días después le confesaba al periodista Arturo Prats, en La Alborada, que Montevideo era «la mejor ciudad para llevar una vida acorde a la moral cristiana». En la entrevista publicada el 31 de diciembre se manifestaba «ferviente patriota hispana y católica». Prats describía su «cautivante vehemencia, amor materno, caridad e ingenio para las respuestas». Tras varias conferencias en Santiago de Chile, regresó a mediados de enero de 1900, para visitar el estudio de Pedro Blanes Viales, el pintor de moda. «Tiene totalmente excitado al ambiente artístico de la ciudad», afirmaba en una crónica de El Correo Español reproducida por El Día.
Pero su intervención más destacada fue en la conferencia: «El desarme y la paz universal». Anunciada en la prensa el 13 de enero, las entradas se pusieron a la venta el 15 y se agotaron al día siguiente. La disertación tuvo lugar el 18, en el Conservatorio Musical La Lira. «Lamento desilusionar a los ingenuos que aun creen que la peor de las guerras ya pasó. Están equivocados. La peor, todavía está por venir», fue una de sus premoniciones, publicadas por El Siglo, el diario oficialista que apoyaba la difusión de su nuevo drama Fuera de ley.

Epilogando
La primera década del vigésimo siglo fue de éxito para Eva Canel, como colaboradora de El Diario Español, Caras y Caretas, Correo de Galicia y La Tribuna de Buenos Aires, y propietaria de una imprenta que editó obras de los mayores autores rioplatenses. En 1904 fundó la porteña revista Cosmos y en 1907 el periódico Vida Española.
Cayó enferma en 1914, en la última excursión sudamericana de su vida. Poco después se radicó definitivamente en Cuba donde recibió, en 1921, la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice otorgada por el papa Benedicto XV. En 1929, la Sociedad Geográfica de Madrid la nombró Miembro Correspondiente y el dictador Miguel Primo de Rivera le concedió el Lazo de la Orden de Isabel la Católica y la Medalla de Oro de Ultramar.
Falleció en La Habana, el lunes 2 de mayo de 1932, en la más absoluta pobreza. Sus restos fueron trasladados a la casa familiar de Coaña, un visitado monumento cultural del occidente asturiano.

Dircuso del Centro
Español de México, 1896.
(Archivo Canel)
Eva obra
Cosas del otro mundo. Viajes, historias y cuentos. Minuesa Imp. (Madrid, 1889, crónicas y relatos).
Manolín. La Tipografía, Manuel Romero Rubio Imp. (La Habana, 1891, novela).
La mulata. La Ilustración, de Fidel Giró Tip. (Barcelona, 1891, teatro).
Trapitos al sol. Pedro Núñez Imp. (Madrid, 1891, novela).
Oremus. La Tipografía, Manuel Romero Rubio Imp. (La Habana, 1893, novela).
Magosto. La Universal Imp. (La Habana, 1894, miscelánea).
El indiano. La Universal Imp. (La Habana, 1894, teatro).
Álbum de la Trocha. Breve reseña de una excursión. La Universal de Ruiz y Hermano Imp. (La Habana, 1897, crónicas y relatos).
De América. Viajes, tradiciones y novelitas cortas. F. Nozal Estudio Tipográfico (Madrid, 1899, miscelánea).
Fuera de la ley. Impresora El Correo Español (Buenos Aires, 1902, teatro).
Las ambiciones de los sajones de América. Impresora El Correo Español (Buenos Aires, 1903, ensayo).
El divorcio ante la familia y ante la sociedad. Impresora El Correo Español (Buenos Aires, 1903, ensayo).
Agua de limón. Estudio Gráfico Robles y Cía. (Buenos Aires, 1904, cuentos).
La abuelita. Estudio Gráfico Robles y Cía. (Buenos Aires, 1905, teatro).
De Herodes a Pilatos. Estudio Gráfico Robles y Cía. (Buenos Aires, 1905, teatro).
El agua turbia. Estudio Gráfico Robles y Cía. (Buenos Aires, 1906, novela).
Uno de Baler. Eva Canel e hijo Talleres Gráficos (Buenos Aires, 1907, teatro).
Por la Justicia y por España. Estudio Gráfico Robles y Cía. (Buenos Aires, 1909, ensayo).
Por España antes que por mí. Una polémica inconclusa. Catholic Trade School Tip. (San Juan, 1915, artículos).
Lo que vi en Cuba. A través de la Isla. La Universal Imp. (La Habana, 1916, artículos).

La niña del candombe
«Raquelita, hija de un coronel y de una señora que solo tenía el quehacer de soñar con ínfulas y pergaminos llevaba la pasión de partido a un extremo demoníaco. Pudo más en ella la inclinación política que el amor. Pertenecía a los colorados netos, a quienes lo blancos con metafórico desdén llamaban los del candombe. Alcanzaba tal furor su demagogia, que hasta los colorados templados o principistas eran sus enemigos.
Cuando el principismo liberal de guantes y frac eleva a Ellauri al poder y se dan los sangrientos sucesos electorales de enero, la candombera incita a su marido brasileño a luchar cerca de su padre, mientras ella se divertía en la bahía a bordo de un barco, con el capitán. Y cuando al final de los acontecimientos le comunican la muerte de su esposo, la alegría del triunfo de su partido ahoga el dolor de la viuda y lejos de condolencias pide felicitaciones.
Ni aun físicamente, es la candombera el arquetipo de la mujer uruguaya. Mientras ella es una pimienta, chiquitita y picante y más bien redonda que angulosa, la generalidad de las hembras orientales son hermosas, altas, de formas correctamente modeladas, flexibles como el junco, elegantes como pocas, sonrientes como los ángeles de Murillo y su andar tenía algo de la balladera (sic) y mucho de la sultana encerrada en moriscos jardines; hay en su cabeza orgullo innato, en su busto majestad y en su todo el abandono de las palmeras cimbreadas por el viento…»
Fragmento de La Candombera, relato del libro De América. Viajes, tradiciones y novelitas cortas.

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