“Montevideo
no es solo un puerto con una ciudad atrás”
Resistente
contra la dictadura (1973-1985), referente del memorable Grupo de Estudios
Urbanos que salvó bienes culturales del país cuando enfrentó la piqueta autoritaria;
luego senador, intendente montevideano en dos períodos, y ministro de Vivienda,
Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente en el primer gobierno progresista de
Uruguay. La vida de Mariano Arana ha cambiado mucho, en más de tres décadas,
pero mantiene intacto su sentimiento por la bahía de Montevideo y su entorno.
“Hoy la gente no va al puerto, porque el puerto se colocó de espaldas a la
ciudad. La rambla portuaria antes era más linda, más rica, más variada”, afirma
convencido.
Sobre la base de la entrevista publicada en el suplemento Ciudad–Puerto (La Diaria, Montevideo, 15 de mayo de 2006).
–¿Cómo nació su afecto, nunca ocultado, por el puerto de Montevideo y la Ciudad Vieja?
–Creo que en los paseos matinales con mi
padre, cuando iba a la peluquería. Allí se encontraba con amigos y compatriotas
españoles, eternos charlistas, para mí aburridos. Es inolvidable la imagen de
aquel peluquero que afilaba las navajas contra el cuero... y las lustradas de
zapatos acompañadas de interminables polémicas. Caminando hacia la Aduana, mi
padre me mostraba las esquinas. Las más lindas para mí eran las cuatro de las
calles Misiones y 25 de Mayo: la del catalán Buigas y Monravá, otras dos de
gran influencia parisina, y el viejo Banco Francés del gran ingeniero italiano
Luigi Andreoni, que vino en 1876. Era niño y amaba los barcos, y soñaba con
viajes alrededor del mundo, pero también me resultaba particularmente atractiva
la Ciudad Vieja. Me gustaban las cúpulas de los edificios. Creo que ya tenía
una mirada arquitectónica. A mi padre y a la Ciudad Vieja le debo mi vocación.
–Pero aquel
puerto de su infancia y juventud es muy distinto al actual. ¿En qué momento
sitúa el quiebre de una familiaridad histórica con los montevideanos?
–Sin dudas, fue en la dictadura. El
autoritarismo conjugó un quiebre de los derechos humanos y de muchos otros
derechos, quizá menores o no tan menores, pero también importantes. Una ruptura
muy sensible, por lo menos a los ojos de un arquitecto. La dictadura intentó
arrasar con el patrimonio edilicio, en beneficio de intereses especulativos.
Durante años se dedicó a desafectar primero y a destruir después monumentos
históricos, hoy irrecuperables. Fue una barbarie urbana, sin límites, que
también deterioró la relación de los montevideanos con el entorno de su puerto.
La cultura forma parte de los Derechos Humanos. Por eso salimos a defender la
ciudad y, curiosamente, era de las pocas cosas que podía decir alguien, con
cierta resonancia pública. Ese fue el espíritu del Grupo de Estudios Urbanos.
Más de tres décadas después, la lucha continúa, porque la memoria es el
sustento humano de una ciudad.
–¿El mayor
problema está en la rambla portuaria?
–Puede ser. Durante años la zona estuvo
muy degradada, victimizada por los especuladores. Todavía tiene problemas
urbanísticos, pero sigue recuperando dignidad, con reciclajes para cooperativas
de viviendas, que disfrutan vecinos de escasos recursos. Cuando el puerto se
degradó como ambiente urbano, expulsó a la población más valiosa y se deshizo
la red social. Pero hay un tramo ejemplar frente al monumento a Hernandarias y
en el entorno de Las Bóvedas. El ambiente está determinado por dos monumentos
históricos, la Casa de Ximénez y la Casa de Lecoq, ambas coloniales, que se
salvaron de la piqueta de los especuladores. La Comisión del Patrimonio
permitió modificarlos para crear un conjunto de viviendas, que le da otra vida
a la calle Juan Carlos Gómez y a la rambla 25 de Agosto. Siempre digo que la
arquitectura de la pobreza en modo alguno puede justificar la pobreza de la
arquitectura. Y que la gente de bien, le hace bien a la ciudad.
–No es
gratificante el panorama de los contenedores apilados como una muralla.
–Estoy de acuerdo con las quejas de los
vecinos. Compartimos la misma preocupación. Bienvenido el progreso si trae
trabajo y crecimiento económico, pero, siempre en la medida que se respete el
derecho de los ciudadanos. No debemos demonizar a las empresas privadas, porque
la riqueza de una nación viene con la inversión y el trabajo. Pero, es
imprescindible dialogar, para que se conjuguen intereses. Hoy la gente no va al
puerto, porque el puerto se colocó de espaldas a la ciudad. La rambla portuaria
antes era más linda, más rica, más variada.
–¿Se puede abrir
el puerto a la gente?
–Es complicado, pero no imposible. Hay
cuestiones legales, administrativas, hasta impositivas, que obligan a mantener
el recinto cerrado, dentro de la lógica del régimen de Puerto Libre. Uno tiene
una sensación contradictoria. Por un lado, la satisfacción de que el país
recibe inversiones y que, por lo tanto, hay más trabajo. No olvidemos que los
portuarios sufrieron una gran crisis, luego de la privatización. Por el otro,
se perdió el diálogo entre los montevideanos y su bahía. A lo que nos
resistimos, por principios... Además, dificultad no es imposibilidad. Ya no se
puede volver a los tiempos románticos. Hubo cambios muy grandes, inmensos, en
el negocio portuario. Es notable el crecimiento económico, pero se ha cerrado
la puerta a la gente. Tengo muy claro que Montevideo no debiera ser un puerto
con una ciudad atrás, sino una ciudad–puerto.
Estudios
Urbanos
–"Nos juntamos arquitectos, estudiantes de
arquitectura y amigos de otras profesiones en una experiencia irrepetible.
Nuestro primer audiovisual sobre la Ciudad Vieja fue en 1980: Montevideo ciudad
sin memoria. Tres años después, fuimos más provocativos: ¿A quién le importa la
ciudad? La gente se identificaba mucho con la denuncia de la barbarie urbana
que impuso la dictadura. Pero es injusto que se personalice tanto en mí. No fue
algo solitario, ni excepcional. Fue una obra realmente de equipo, de gente apasionada."
–"El Grupo de Estudios Urbanos se sumó a
otros queridos amigos que también resistieron al autoritarismo: la Comedia
Nacional, Cinemateca, el Canto Popular y escritores y periodistas. Fue
fantástico el apoyo de la Alianza Francesa y la embajada de ese país. Creo que
su valor fue la reivindicación de la libertad y la solidaridad. Los tiempos
cambiaron, ahora la defensa de la ciudad no es una cuestión de arquitectos e
intelectuales. Es tiempo de la gente. Montevideo no es de los arquitectos, ni
de los ministros, ni de los intendentes.”
A
cielo abierto
–“Montevideo tiene mucho que mostrar y la
Ciudad Vieja es un centro cultural a cielo abierto. Los turistas disfrutan
mucho de buenos paseos patrimoniales, conjugados con sus compras. El turista es
el mejor difusor de una ciudad y si le gustó, siempre vuelve.”
La
lanchita
–“Nuestra vida es el mar. Sería
fantástico coordinar visitas abiertas, quizá, con días, horarios y circuitos
bien determinados. Sería hermoso que volviera a funcionar la lanchita que iba
del puerto al Cerro. Un paseo encantador, para toda la familia, un clásico de
los tiempos de las vacas gordas.”