Gustavo Gallinal Carbajal, abogado, escritor, crítico literario, historiador, político de profundos principios democráticos. (Archivo Gallinal) |
Los
astures, gallegos y montañeses que vinieron a la
Patagonia, tras el frustrado operativo colonizador arribaron a Montevideo a partir de 1781. Ellos fueron los primeros pobladores de villas y pueblos
orientales. Entre tantos, el villaviciosino José Antonio del
Gallinal y Azevedo, pionero de una influyente
familia con más de dos siglos en el país. Durante décadas su apellido fue sinónimo de riqueza, poder, alcurnia y filantropía. En el Uruguay de las «Vacas gordas» –metáfora referida al estado de bienestar– cuando alguien advertía una ostentación de dinero, simplemente decía: «Parecés hijo de Gallinal.» Alcanzaba. Pero la Historia suele nutrirse de paradojas. La más prestigiosa dinastía rural de dos siglos fue establecida por un modesto labrador, colono tardío de la sureña villa de San José en 1786. Fue un privilegio sin gloria, porque no tuvo reconocimiento oficial como fundador. José Antonio se pasó la vida renegando de la Declaratoria de Independencia del 25 de Agosto de 1825 y del nuevo orden jurídico creado por la Constitución republicana de 1830. En ese momento, perdió su título auténtico de nobleza del que nunca sacó provecho en el Río de la Plata. Su primogénito oriental no participó en las luchas revolucionarias, pero celebró cada triunfo criollo y lloró cada derrota. Fue amigo del brigadier general Manuel Oribe y el primer «blanco» de la familia. El nieto –que el pionero asturiano no conoció– poseía una inteligencia infrecuente, que cambió el destino del clan. Sus famosos descendientes, fueron estancieros millonarios, empresarios progresistas y políticos conservadores. También hubo otros, no menos célebres, que dejaron su impronta como idealistas sin medida, heraldos de la cultura y tribunos de la libertad.
Sobre la base de la Tercera Historia del libro Héroes sin bronce (Gobierno del Principado de Asturias, Editorial Trea, Gijón, 2005).
Sobre la base de la Tercera Historia del libro Héroes sin bronce (Gobierno del Principado de Asturias, Editorial Trea, Gijón, 2005).
18 de octubre de 1843. La nefasta tarde de miércoles, Hipólito jugaba muy cerca de su casa en las afueras de San José, cuando sintió dos disparos que cambiarían, tanto su vida como la de los suyos. Dramáticamente. Los sintió en sus oídos y, aun peor, en sus dos piernas. En el piso, yacente, desangrándose, supo el injustificable motivo de tan cobarde ataque. Tenía sólo ocho años.
Se le acercó un soldado con un arma todavía humeante en la mano derecha. Vestía un desaliñado uniforme del Partido Colorado; más que por el honor de alguna batalla en la Guerra Grande, por efectos de una vergonzosa borrachera. Muy probablemente, aquel desconocido pensó en darle el tiro de gracia, pero, quién sabe por qué, prefirió guardar la pistola y pararse frente al niño indefenso. Su lucidez era escasa. Menguada por la intoxicación con caña de la peor calidad.
–Para que cuando seas grande, no seás un blanco pícaro –ironizó con crueldad.
Hipólito estaba muy mal herido y con los pocos recursos de la chacra familiar no parecía venturoso su futuro. José, su padre, sacó resignadamente la carreta; mientras su madre Ana lloraba y rezaba pensando en un milagro. Una lógica casi imposible. Los 92 kilómetros de malos caminos hasta Montevideo fueron una cruel odisea. El resultado final, previsible: una gangrena que se apoderaba de todo su cuerpo.
Los tres llegaron al hospital de la Villa de la Restauración, baluarte sanitario del ejército conducido por el brigadier general Manuel Oribe. El personal actuaba con prisa, que se transformaría en urgencia cuando llegó el caudillo. Fue directamente a ver al hijo de quien consideraba un leal correligionario y amigo. Cuentan que el viejo soldado de la independencia –fundador del Partido Nacional y jefe del gobierno del Cerrito– abrazó a José y a su esposa. Mientras le rogaba al pequeño, que resistiera. Le salvaron la vida experimentados cirujanos militares, especializados en traumas severos; pero, debieron amputarle una pierna.
Oribe se comprometió a enviarlo a Londres, donde podrían intervenirlo los más célebres ortopedistas de la época. Hipólito nunca aceptó el privilegio, quizá, convencido de que tendría una vida plena, aún con tan severa discapacidad. El líder blanco se hizo cargo de sus estudios, que finalizaron con un recordado egreso de la Facultad de Derecho, y el título de abogado.
La trayectoria profesional de Hipólito Balmiro Gallinal Arce lo llevó a tribunales de Apelación, a la cátedra de Jurisprudencia, a la Fiscalía de Gobierno y Hacienda y a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia. Fue, además, diputado por San José y, marcando el camino, el primer filántropo de la familia.
Su carrera política estuvo marcada por las contradicciones. Durante la dictadura del coronel Lorenzo Latorre fue un influyente asesor; responsable del alambramiento de tierras y de su otorgamiento legal a pocas familias que de hecho las usufructuaban desde la colonia. Para algunos, sería el inicio del Uruguay moderno y el fin del anárquico «gauchaje». Para otros, la legalización de históricos beneficios de las clases privilegiadas. También expresó sus ideales republicanos pocos años después: en 1882 renunciaba a la Corte en protesta contra violentas imposiciones de otro dictador militar, Máximo Santos, tan cruel como el anterior.
Su bisnieta, María Manuela Gallinal, asegura que «fue un nadador rapidísimo y jinete de probada destreza, con una sola pierna». Hipólito se casó en 1859, con Petrona Conlazo, y fue padre de ocho hijos.
La llegada de los colonos frustrados colonos de la Patagonia a Montevideo. (El País) |
José Antonio del Gallinal y Azevedo, nació el 20 de noviembre de 1754, en San Andrés de Bedriñana, consejo de Villaviciosa. «Era de bastante estatura [más de un metro y medio], blanco de cara, cerrado de barba y cejas castañas», según descripción física de Juan Alejandro Apolant, en Génesis de la familia uruguaya.
Era hijo de Domingo Antonio del Gallinal del Toral, nacido el 25 de noviembre de 1717 –hijo de Domingo Antonio y María del Toral, casados el 25 de marzo de 1714– y de Magdalena Azevedo del Fresno –hija de Francisco y Francisca– vecina de San Juan de Castriella de la Marina. Domingo y Magdalena se casaron el 3 de noviembre de 1745, en Bedriñana.
La familia fue propietaria de una singular casería, con hórreos y paneras, casi siempre repletos. Pero, en la partición sucesoria a José Antonio le quedaba muy poco; mucho menos que lo necesario para satisfacer su temperamento, ambicioso y emprendedor. Antes de partir hacia el Nuevo Mundo, solicitó documentación de su título de nobleza hispana. De poco le sirvió en el Río de la Plata, donde pasó a llamarse solamente Gallinal, sin la contracción toponímica. El segundo apellido también sufrió un cambio. La «z» se transformó en «c» y quedó en Acevedo. Antes de salir para La Coruña –puerto gallego de salida de los ilusionados colonos– se casó con Teresa Abad del Río, nacida en 1775 en Lloraza de Villaviciosa, hija de Juan Francisco Abad y María Francisca del Río. El joven trajo consigo a sus suegros y cuñados, también campesinos de alcurnia.
Cruzando el imponente Atlántico, habrá soñado con un futuro de riqueza americana. Pero, la realidad era muy distinta. Las promesas de Carlos III poco tenían que ver con el hacinamiento y las limitaciones que le tocó compartir con otros aventureros. Quizá, su único consuelo fue haber sufrido menos que tantos y tantos paisanos. Lo salvó su intuición, que adjudicaba a la prodigiosa guía de la Cruz de la Victoria, y su firmeza de carácter, para negarse al traslado compulsivo a la desoladora Patagonia. De allí, muchos no regresaron.
Como la mayoría se quedó en Buenos Aires, luego del escandaloso retorno de decenas de humillados campesinos –picados de escorbuto– desde Puerto Deseado, San Julián y Carmen de Patagones. Para calmar los ánimos, el virrey Vértiz ejecutó un plan de distribución de miles de pobladores «en depósito». Tenía 27 años, cuando llegó a la bonaerense Guardia de los Ranchos, el 1 de octubre de 1781. Allí tuvo su primer hijo americano, Diego. No dudó en cruzar el Río de la Plata, luego de aceptar un imprevisto traslado al San José, el naciente pueblo oriental creado escala intermedia, camino a «La Colonia».
Los Gallinal Abad fueron de los primeras afincados en la sureña villa de los asturianos, pero no están incluidos en la lista oficial de 52 pioneros, porque se establecieron el 12 de agosto de 1786, poco más de dos años después del cierre del proceso fundacional.
José Antonio nunca fue partidario de la revolución artiguista, ni de los patriotas que lograron la independencia. Pasó su vida trabajando sin compromiso político, ni éxito económico y soñando con los beneficios de su pasado linaje aristocrático. Antes de morir, solicitó sus papeles de limpieza de sangre, otorgados en San Andrés de Bedriñana por el juez D. Bartolomé Peón y el notario Felipe Zeferino de Nava. Tenía la secreta esperanza de que le sirvieran a sus hijos. Pero, la Constitución de 1830 –organización jurídica del naciente Estado Oriental del Uruguay– había suprimido todo derecho nobiliario.
José Antonio Gallinal Abad era muy distinto a su padre. Fue decisivo en su renovado espíritu patriótico, un encuentro con Oribe que devino en una fuerte identificación blanca de la familia.
Se casó con Ana Arce Barredo, hija de José y Josefa, también asturianos. De ellos nació Hipólito Balmiro, el 12 de agosto de 1835. Fundador de los modernos vínculos económicos y políticos de la familia; casado con Petrona Conlazo. Entre sus ocho hijos, estaban los abogados Rafael e Hipólito y el médico Alejandro, ruralistas conservadores, amantes de las tradiciones y filántropos. Hipólito nació en Montevideo. Allí se casó con María Carbajal Barredo, con quien tuvo trece hijos. Entre ellos, José Antonio y Gustavo.
Del Campo, virrey y pulpero
De indudable estirpe villaviciosina, la familia Del Campo ocupa más de dos siglos de historia entre Buenos Aires y Montevideo. El más famoso fue Nicolás Francisco Cristóbal, primer marqués de Loreto, virrey del Río de la Plata entre 1784 y 1789. Con el noble funcionario llegó Nicolás Augusto, nacido en San Miguel del Mar, en 1758, a quien presentó como hijo de su hermano Diego Estanislao del Campo y Mestre e Isabel de Forgueras.
El joven trabajó como recaudador de impuestos y recolector de diezmos, hasta que su tío –para algunas lenguas filosas, su padre natural– lo promovió a capitán de Guardias Reales. Un ventajoso puesto, perdido por su casamiento con la criolla Juana Maciel. El enfado del monárquico virrey tiene una explicación: la hermosa joven era hija de rebeldes republicanos de Santa Fe.
La pareja tuvo dos varones. Estanislao Juan, guerrero de la independencia americana, esposo de la riojana Gregoria Luna y progenitor de otro Estanislao, memorable poeta gauchesco, autor del Fausto argentino. Nicolás, el segundo, cruzó a Montevideo en 1821, en tiempos de dominación brasileña. Aquí instaló una pulpería que aprovechó buenos contactos en las dos orillas.
Nicolás Augusto, el genearca asturiano, renegó de títulos y riqueza para pasarse al bando de la Revolución de Mayo: por amor a Juana. Pero quedó viudo prontamente, en 1806. Fue un comerciante sin mayor destaque, fallecido en Buenos Aires, el 16 de abril de 1822. Pulpero también fue su vástago y tocayo. Un hábil negociante, que prosperó en la montevideana calle San Pedro –actual 25 de Mayo– de la Ciudad Vieja. Fue la raíz de un extendido árbol genealógico oriental, con ramas que tocan el presente.
José y María, dos angelitos
El gijonés Blas de la Madera era amigo de José Antonio del Gallinal; tenía 30 años cuando arribó a San José, en abril de 1799. Era de «estatura de más de cinco pies –arriba de 140 centímetros–, ojos azules, nariz larga y pelo castaño claro». Fue el primogénito de Juan de la Madera y de María Cruz de la Rubiera, vecinos de Santa Eulalia de Cagüeñes. Su esposa, Francisca Prieto, nació en el mismo pueblo y tenía la misma edad. Sus padres se llamaban Juan Prieto Solís y Estebana Trabanco.
Blas fue labrador por obligación y ebanista por vocación, que llevó su arte por Castrillón, Gozón y todo el Cabo de Peñas. Francisca se pasó la vida criando a sus hijos y escribiendo poemas. Era también una estupenda cocinera. Su sibarítico arroz con leche, con una receta secreta, heredada de sus ancestros, jamás faltaba en los almuerzos familiares, ni en las reuniones de paisanos. Tenía una educación muy superior a la media, que le permitió relatar el viaje oceánico que la pareja compartió con los Gallinal Abad, sus vecinos y compadres villaviciosinos.
«Los olores humanos se imponían. La escasa ventilación y la luz provenían de escotillas y portas, que se cerraban por el mal tiempo, concentrando las aromas corporales y haciendo el aire irrespirable.» El hacinamiento, la falta de higiene, la ropa sucia y los parásitos, eran campo fértil para la disentería y el escorbuto.
Los marinos españoles solían decir que las alimañas a bordo eran tímidas hasta que el barco cruzaba el trópico de Capricornio. Allí salían a disfrutar del clima y de la carne de los pasajeros. «Las cucarachas competían con las ratas, que disfrutaban mordiendo nuestros pies, orejas y hasta nuestros ojos», recordaba la mujer, que comprobó con su humanidad, que la creencia era verdad.
«Los alimentos eran escasos y pobres[...] desde lo malo a lo repugnante. Había mucho cerdo y vaca, sacada de barriles de salmuera, como una masa sin forma. Si la dejaban al sol por unos minutos, se endurecía tanto, que alguna vez pensé que [Blas] podría fabricar cajones lustrados de color caoba, parecidos a la madera[...]
La galleta estaba hecha de harina y agua. Tenía una consistencia de arcilla que se rompía golpeándola contra la cubierta. Los gorgojos se metían en la masa, antes de ser repartida. A decir verdad, ni se enteraban los paladares, con tanta hambre[...] El viaje fue interminable. La ración de agua, era de dos litros por familia.»
Francisca organizó una despensa comunitaria, para evitar el alimento oficial. La tarea comenzó en La Coruña, antes de partir. Asturianas, gallegas y castellanas, elaboraban conservas y preparaban tierra para porotos, fabas, verzas y otros frutos. Guardaban queso y manteca, que repartían entre los niños. «Algunas paisanas escondían jamones, pancetas y salchichas, en cajones de grasa[...] Mientras se pudo, rara vez faltó pescado, avena y azúcar.»
A pesar de tanto esmero, todos los días había casos de enfermedades gastrointestinales y de la deshidratación, además de las venéreas, contagiadas por los marinos. «El escorbuto y los daños por el alimento salado, atacaban luego de la cenada, cada noche.» Blas y Francisca cargaron siempre la cruz de sus hijos fallecidos en alta mar: José, de cinco años y María, de dos. Un intenso dolor, que consolaban con devotas oraciones a la Cruz de los Ángeles, a la que también agradecían el nacimiento, a bordo, de Miguel Antonio, el 3 de junio de 1781.
El horror de los zirujanos
Diego Arias y su esposa Rosa Manzano, nacieron en la quirosana Santa María de Bermejo. Llegaron al Río de la Plata el 4 de octubre de 1784, en el navío portugués El Buen Jesús, San Antonio y Ánimas, con el último grupo patagónico.
Diego tenía 44 años. Era de «bastante estatura, blanco de cara, barba, pelo y cejas negras y ojos castaños». Su padre también se llamó Diego, y su madre Ana Álvarez de la Cuesta. Rosa, de 42, era hija de Julián Manzano e Isabel García. El primer destino de la pareja fue Batoví, solitario paraje en la frontera norte de la Banda Oriental, actual departamento de Tacuarembó. De allí, los rescató el Real Ejército, en enero de 1801, luego de un feroz ataque de portugueses y charrúas.
Ese mismo año se radicaron en las afueras de San José con sus cinco hijos –Pedro, Juliana, Josefa, María Antonia y Francisco– y sus nuevas costumbres, mezcla de superstición medieval y mágicas creencias tribales. Fueron los difusores locales de una medicina popular que recorrió América. Sus recetas eran extravagantes, pero sus buenas intenciones convencían a muchos vecinos crédulos e ignorantes.
La desopilante farmacopea se cruzaba con otra relativamente más confiable, enseñada por misioneros franciscanos que evangelizaban tierras patagónicas. Muchos colonos trajeron a Montevideo y Buenos Aires, un recetario recomendado por el religioso francés Antonio Pernetty, autor de Historia de un viaje a las Islas Malvinas.
Aquí están sintetizadas algunas de fórmulas que provocaban la comprensible indignación de los zirujanos:
Amigdalitis. Junte lombrices vivas hasta formar una bola del tamaño de un huevo. Póngala entre dos viejas muselinas y aplíquela sobre la garganta desnuda del paciente. Repita la operación cada tres horas, durante dos días.
Callos y verrugas. Luego de eliminar las durezas, frotar insistentemente con los hongos que crecen naturalmente en el estiércol. Como alternativa, también puede aplicarse el sedimento rojo de la orina.
Cáncer. Colocar un sapo vivo dentro de un recipiente de barro, espolvorearlo con dos onzas de azufre molido. Sellar cuidadosamente el recipiente antes de someterlo a calcinación. Aplicar sobre el cáncer las cenizas obtenidas.
Cólicos y puntadas. Acomodar raíces en la axila, del lado del dolor. En cuanto se entibian, cesa la molestia. En una lesión rebelde, la receta da excelente resultado.
Dolor de muelas. Extraer del corazón de un cardo maduro, un gusano que se encuentra allí. Hágalo rotar entre el índice y el pulgar, apretándolo muy suavemente, hasta que muera de languidez. Cualquiera de esos dedos, aplicado sobre el diente, tendrá la propiedad de calmar el dolor. Por lo menos durante un año.
Fiebres malignas. Aplicar un pez vivo bajo la planta de cada uno de los pies del enfermo. No cortarlo, ni hacerle daño. Sujetar los dos peces con tiras de género. Retirarlos al cabo de doce horas. De ser posible, no respirar el olor que exhalan. Enterrarlos prontamente o tirarlos en una fosa sanitaria. El enfermo se curará de inmediato.
Hemorragias nasales. Colocar en las fosas nasales o detrás de las orejas del paciente, una pizca de pelo de partes naturales de una persona del otro sexo. La sangre se detendrá casi de inmediato.
Parálisis. Haga hervir rábanos en agua que tenga algo de ginebra y úsela como bebida común. También se recomienda los rábanos en sopa.
Pérdidas rojas de las mujeres. Sobre un plato de porcelana sin uso o sobre una pala bien limpia, haga tostar una pizca de pelo de las partes naturales de un hombre sano y de edad madura. Mezcle el polvo obtenido, en un buen vaso de vino tinto. Déselo a beber.
Tumores óseos. Conseguir una bala que haya matado algún animal. Achatarla y aplicarla directamente sobre la zona afectada.
Úlceras. Mascar estiércol seco de oveja y colocar la pasta obtenida sobre la zona afectada. Repetir de mañana y de noche.
Vapores histéricos. Untar abundantemente con ajo, la parte interna de un platillo de café. Aplicarla luego sobre el ombligo. Sostener el platillo hasta que quede adherido. No retirarlo mientras no se desprenda por sí solo.
Fundadores que no fueron
El historiador Daniel Ramela, en su ensayo La presencia asturiana en San José, adhiere a la argumentación aportada por su colega Carlos Larriera Bonavita que los consideraba vecinos agregados. Los nueve pioneros sin título oficial fueron: 1) Diego Arias, de Santa María de Bermejo, Quirós. 2) Gaspar Santurio, de San Clemente de Quintales, Villaviciosa. 3) Vicente Gil, de San Juan de Muñoz, Siero. 4) Juan Guardado, de San Pedro de Navarro, Gozón. 5) Manuel García de la Sienra, de San Esteban de Riaño, Langreo. 6) José Antonio del Gallinal, de San Andrés de Bedriñana, Villaviciosa. 7) Blas de la Madera, de Santa Eulalia de Cagüeñes, Gijón. 8) María Rivero (viuda de Francisco Morán, fallecido en alta mar el 12 de julio de 1781), nacida en San Julián de Somió, Gijón. 9) Juan Andrés Caballero, de Oviedo.
El amante de Asturias
Gustavo Gallinal Carbajal nació el 18 de marzo de 1889. Fue abogado, escritor, crítico literario, historiador y político de inquebrantables principios democráticos. Caminante incansable y entusiasta defensor del mundo de las ideas, formó parte del grupo de talentosos ensayistas que ascendió a la vida intelectual con Dardo Regules, descendiente de montañeses y paisanos, Alberto Zum Felde, Antonio M. Grompone, Emilio Oribe y Horacio Maldonado.
Amó la tierra de sus antepasados, y nunca lo ocultó. Escribió una semblanza cultural de la inolvidable travesía entre Villanueva y Covadonga, incluida en su libro Tierra Española. «Una crónica universal y sensible de un viaje personal de más de un año a la tierra de sus mayores», señala José Luís Pérez de Castro. El 30 de setiembre de 1919 se casó con Elena Artagaveytia.
Fue miembro de honor del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay y profesor de Literatura. Publicó otras tres obras: Crítica y arte, Letras uruguayas y El hermano lobo y otras prosas, además de artículos en periódicos y revistas nacionales y extranjeras. «Los temas, además de los sucesos históricos, son los grandes lugares comunes de la poesía civil: la libertad, la patria, el progreso, el odio a la tiranía», reflexionaba Gallinal.
El 7 de noviembre de 1923 presentó un revolucionario proyecto que creaba una cátedra de Legislación del Trabajo y de Previsión Social, con una asignación presupuestal anual de 1.140 pesos de la época. «En nuestro pueblo, como en todos los pueblos modernos, se ha desenvuelto una legislación copiosa y múltiple, creada para satisfacer vitales intereses sociales: las leyes obreras, las leyes de previsión social, constituyen en todas partes una de las preocupaciones fundamentales del legislador sociólogo. Un inmenso y renovador movimiento de ideas se ha producido y se produce en lo que toca a las cuestiones referentes a las relaciones del capital y del trabajo, la protección del obrero y del empleado, del menor y de la mujer, de los débiles y los desamparados en las luchas de la vida, tan implacables y ásperas en las modernas sociedades, las organizaciones obreras, profesionales e industriales, la pequeña propiedad, la protección internacional del trabajo.»
En 1931 era uno de los tres blancos en el Consejo Nacional de Administración, junto con otros dos descendientes de astures y gallegos: Ismael Cortinas y Alfredo García Morales. Permaneció hasta el 31 de marzo de 1933, cuando las cámaras fueron disueltas por el golpe de Estado del tristemente célebre conservador colorado Gabriel Terra. El dictador lo encarceló dos veces. En la primera marchó al exilio de Buenos Aires. Pero volvió secretamente en 1935, para ser apresado, sometido a duros interrogatorios y otra vez desterrado.
En 1938 retornó a su antigua casa familiar, de la avenida 8 de Octubre, en la histórica zona de La Blanqueada. No participó en las elecciones de ese año, en protesta contra la autocrática constitución terrista. Con un discurso cristiano y utopista, volvió al parlamento como senador en tres legislaturas.
Franco, no era franco
Gallinal fue amigo de España, pero enemigo intransigente del franquismo. Adhirió activamente a la causa republicana y auxilió solidariamente a los refugiados ibéricos, a tantos astures. El 2 de abril de 1944, improvisaba un recordado discurso en el Teatro Solis: «En estos momentos presentes[...] esa comunidad moral [que une a ambos países] está rota porque se interpone entre España y nosotros una presencia que siempre ha sido de discordia, una funesta presencia. La presencia de la tiranía. La tiranía de Franco, quien proclama la fórmula de la hispanidad. Pero es el primer enemigo de la hispanidad. Porque la única hispanidad que puede surgir, la única que puede pertenecer al porvenir, es la que se forma con el concurso de todos los pueblos de habla española liberados y redimidos de todo despotismo y tiranía.»
Ese mismo año redactó su más perdurable iniciativa parlamentaria. El Archivo Artigas, que durante años dirigiera el gran historiador Juan Pivel Devoto, otro enamorado de Asturias, amigo personal de Pérez de Castro. «Realizaremos esta obra nacional en la que serán reunidos los antecedentes y documentos que iluminarán la historia de Artigas y de su época, constituyendo, sin duda ninguna, el más sólido e imperecedero monumento que, en la hora presente, pueda el país levantar para honrar a su héroe máximo.»
Su hija, Elena Gallinal Artagaveytia, integró, hasta sus últimos días, el equipo de investigadores que atesoran el compendio más completo y riguroso sobre la vida de un prócer americano, según reconocen académicos de todo el mundo. La obra historiográfica consta, hasta ahora, de 36 volúmenes.
Su personalidad política suele ser evocada en foros jurídicos, organizaciones gremiales y círculos intelectuales sudamericanos. Pivel Devoto lo admiraba como «un progresista en todo el sentido de la palabra, que amó su patria y veneró la patria de sus antepasados».
Poco después de su muerte, Eduardo Rodríguez Larreta, editorialista del montevideano diario El País, escribía: «El pueblo, al que no aduló jamás, podrá no interpretar todo el sentido de esa vida abnegada y luminosa que concluye como una columna que se trunca. Nosotros estamos obligados a iluminar su efigie para que sus conciudadanos puedan seguir su camino. Ese es nuestro deber, porque muy pocos conocieron, como nosotros, la altiva nobleza de su existencia unida a lo más íntimo de nuestro civismo por principios, por ideales, por amarguras, por recuerdos y por esperanzas.»
Su hermano, José Antonio, también se distanció ideológicamente del tradicional conservadurismo del clan Gallinal. Nacido en 1893, fue jefe de Clínica Terapéutica de la Facultad de Medicina y del Dispensario de Asistencia al Tuberculoso. Con su prestigio profesional, llegó a presidente del Sindicato Médico del Uruguay entre 1939 y 1940. Francisco, su nieto, es senador de la República desde 1995 y líder del sector blanco más progresista.
Fortuna de dos siglos
Si Gustavo aportó idealismo político e intelectual, su tío Alejandro Gallinal Conlazo logró, casi sin proponérselo, que el apellido se asociara con estirpe rural, influencia y filantropía. Hijo de Hipólito Balmiro, nacido en Montevideo en 1872, se casó con Elena Heber Jackson, la rica heredera de la más famosa estancia uruguaya del siglo pasado: San Pedro de Timote. El legendario establecimiento agropecuario del departamento de Florida, había sido fundado en 1854, por Pedro José Jackson, dentro del antiguo campo jesuita de Nuestra Señora de los Desamparados.
Alejandro se recibió de médico en 1897. Se especializó en Francia, pero abandonó el ejercicio de su profesión para dedicarse a la administración rural. «Descolló como el más pujante hacendado uruguayo de su tiempo. Organizó un establecimiento modelo donde al mismo tiempo que se realizaban tareas de mejoramiento de ganado vacuno, caballar y ovino; se plantaban millares de árboles que representaron una gran riqueza forestal», según la visión asturiana de Pérez de Castro.
El gobierno le otorgó una medalla de oro por sus relevantes trabajos de mejoramiento agropecuario. Fue diputado y senador de orientación católica y conservadora, presidente del estatal Banco de la República Oriental del Uruguay, del Instituto Profiláctico de la Sífilis y de las más influyentes sociedades ruralistas.
Su mayor obra filantrópica fue la construcción de la ex Asistencia Pública Nacional –actual Ministerio de Salud Pública– que se sumó a monumentos recordatorios, la impresión de escritos históricos, la realización de vialidad en la campaña y el otorgamiento de becas de estudio en el extranjero. Fue primer miembro de honor del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay y de la Sociedad de Amigos de la Arqueología.
Su hijo, Alberto Gallinal Heber, heredó su influencia y reconocimiento, como el más próspero empresario agropecuario de la segunda mitad del pasado siglo. Nació el 4 de noviembre de 1909. La mayor parte de su vida la pasó en el casco de la estancia San Pedro de Timote. Allí se casó con Elvira Algorta y nacieron sus cinco hijos.
Abogado culto y melómano, militó también en el sector conservador del Partido Nacional. Fue intendente de Florida en 1951, diputado y candidato al Consejo de Gobierno. Se postuló, por primera vez, a la presidencia de la República en 1966.
Fue consejero de la Asociación Rural del Uruguay y coautor del Plan Agropecuario. Su trabajo aún es destacado internacionalmente como el fruto de un incansable experimentador en genética de animales y pasturas. Fundó la Asociación de Criadores de la Raza Corriedale y la Asociación de Caballos Criollos. Su antigua estancia mantiene, desde hace casi medio siglo, un imbatido récord de inscripción de animales en exposiciones nacionales.
Como filántropo inauguró 227 escuelas públicas de la Comisión para el Bicentenario del Natalicio de Artigas y presidió la Comisión de Remodelación del Hospital Maciel. Fue el impulsor de la Comisión Honoraria Pro Erradicación de la Vivienda Rural Insalubre, que construyó por el sistema de ayuda mutua.
Al final de su carrera política, recibió duras críticas, dentro y fuera de la divisa blanca, por su «actitud de prescindencia» frente a la dictadura que asoló al Uruguay, durante casi doce años. Apoyó una fallida reforma constitucional impulsada por el gobierno militar. El rebelde «No» de 1980, le pasó por arriba. Participó en negociaciones que dieron paso a una apertura democrática imperfecta y a una elección con dirigentes proscriptos, del izquierdista Frente Amplio y de su propio partido. Los comicios fueron ganados por el colorado Julio María Sanguinetti, que asumió el 1 de marzo de 1985.
Alberto Gallinal Heber (El País) |
La estancia de Gallinal Heber fue rematada en 1996, dos años después de su muerte, en 1.27 millones de dólares. Fue adquirida por José Pedro Martínez Cerisola, en representación de inversores uruguayos con apoyo de capitales brasileños. La superficie de 1.250 hectáreas se subastó a razón de 1.015 dólares cada una. Las fracciones, vendidas por separado, se pagaron entre 450 y 825 dólares. Un precio bajo, si se tiene en cuenta que incluía una mina de granito negro.
La riqueza se dividió. Aún así, la legendaria familia se mantiene dentro del negocio agropecuario. Actualmente opera el promocionado Hotel de Campo San Pedro de Timote; un centro de atracción turística con infraestructura para terapias médicas naturales.
Destinos cruzados
Alberto Gallinal Heber falleció el 27 de marzo de 1994, a los 84 años. Se fue sin ser presidente del Uruguay, uno de sus anhelos. Pero se llevó una gran satisfacción. Un día antes se inauguraba el complejo habitacional El Eucalipto, del departamento de Paysandú. Era la obra 8.079 entregada por su iniciativa filantrópica, que hoy se llama Pueblo Gallinal.
Gustavo Gallinal Carbajal murió el 23 de diciembre de 1951, a los 62 años. Un infarto masivo lo fulminó cuando caminaba por la Ciudad Vieja, hacia su estudio jurídico de 25 de Mayo e Ituzaingó. Sus restos mortales fueron despedidos con los más altos honores; hasta por su contrincante, el presidente colorado Andrés Martínez Trueba. Lo recuerda una calle del pintoresco barrio Jacinto Vera, antes llamada Junta Económico Administrativa.
Alejandro Gallinal Conlazo falleció en 1943, a los 85 años. Como si se tratara de un derecho natural, la antigua calle Millonarios –luego Arrayán– del barrio Malvín, tomó su nombre hace varias décadas.
Hipólito Balmiro Gallinal Arce murió en 1895, a los 60 años. Fue el mismo día –18 de octubre– de la infame agresión que le provocó la pérdida de una pierna. La muerte se tomó revancha –con un sorpresivo ataque al corazón– en los campos de su querido San José. Lo encontró cabalgando un viernes primaveral, a orillas del río Santa Lucía.
José Antonio Gallinal Acevedo falleció en 1832, a los 78 años. Compartió con Teresa una vida de trabajo, sacrificio y pobreza en su modesta chacra. Murió renegando del Uruguay independiente, frustrado por la pérdida de su añorado linaje. Ni por asomo imaginó que sus descendientes transformarían el apellido en uno de los más ricos e influyentes del patriciado criollo de dos siglos.
Eduardo Carbajal
El pintor nacido en 1835, descendiente de una tradicional familia astur de Siero, fue juvenil autor de una galería de retratos de personalidades del país. Desde San José, se fue a Roma y Florencia Italia, becado por el gobierno italiano. A su regreso, en 1854 abrió un estudio y dio lecciones de dibujo y pintura. La casi totalidad de sus cuadros se exhiben en las sedes del Museo Histórico Nacional de Montevideo.
Expresa el crítico José Pedro Argul: «Su óleo mayor, Artigas en el Paraguay, de 1863, está basado en el original del francés Demersay, utilizado como patrón por otros artistas nacionales[...] Carente de mayores valores artísticos, resulta un valioso aporte iconográfico del punto de vista histórico[...] Fue junto con Juan Manuel Blanes, quien consiguió que la labor del retrato pasara a manos de uruguayos.» Murió en 1895.
María Abella
Educacionista de San José, nacida en 1863, heredera de antiguo linaje asturiano de Valdés. Precursora del feminismo rioplatense, autora de documentos del Primer Congreso Internacional de Libre Pensamiento y representante uruguaya en el Primer Congreso Internacional Feminista. Ambos realizados en Buenos Aires. Contribuyó a la fundación de la Federación Feminista pro Paz Universal. Luchó por la igualdad de derechos entre sexos, la protección de la niñez y la maternidad. Varios postulados de su «doctrina feminista» fueron convertidos en leyes nacionales y su labor propagandística recordada entre sus antecedentes y fundamentos. Falleció en La Plata, Argentina, el 5 de agosto de 1926.
Ismael Cortinas
Escritor, guerrillero y político, nacido el 17 de junio de 1884. Fueron sus padres, Miguel Cortinas –hijo de gijoneses– y Laura Ventura Peláez Maciel, criolla de sangre lenesa. Inició su carrera teatral en 1903, con el drama intimista Los dos altares. Participó en la Revolución de 1904, como hombre muy cercano al caudillo blanco Aparicio Saravia. Fue diputado, senador por el departamento de Flores y formó parte del Consejo Nacional de la Administración, hasta 1933. Ese negro año fue condenado al destierro por el dictador colorado Gabriel Terra. Ganó prestigio intelectual como autor de comedias: El credo, La rosa natural, René Masón, Farsa cruel y Otro muerto. Falleció en Montevideo, en 1940.
Ismael Cortinas, escritor, político,
guerrillero, figura Partido Nacional.
A su lado, su gran amigo y símbolo
de la histórica agrupación
política: Washington Beltrán.
(El País)
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Escritor, guerrillero y político, nacido el 17 de junio de 1884. Fueron sus padres, Miguel Cortinas –hijo de gijoneses– y Laura Ventura Peláez Maciel, criolla de sangre lenesa. Inició su carrera teatral en 1903, con el drama intimista Los dos altares. Participó en la Revolución de 1904, como hombre muy cercano al caudillo blanco Aparicio Saravia. Fue diputado, senador por el departamento de Flores y formó parte del Consejo Nacional de la Administración, hasta 1933. Ese negro año fue condenado al destierro por el dictador colorado Gabriel Terra. Ganó prestigio intelectual como autor de comedias: El credo, La rosa natural, René Masón, Farsa cruel y Otro muerto. Falleció en Montevideo, en 1940.
Daniel Fernández Crespo
Esclarecido educacionista y gobernante de convicciones democráticas, descendiente de los candasinos Fernández Porley, reconocida familia de Carreño, y los gijoneses Barredo. Graduado de maestro en 1920, inició una memorable carrera política como miembro de la ex Asamblea Representativa de Montevideo. En 1931, ingresó a la Cámara de Diputados. Fue senador y miembro del ex Concejo Departamental de Montevideo. Fundó la Unión Blanca Democrática, sector progresista que ganó las elecciones de 1962. Fue titular del colegiado Consejo Nacional de Gobierno, asimilable a presidente de la República. Allí le sorprendió la muerte, en 1964. Su memoria, es recordada por una céntrica calle montevideana.
Herrera
Del mismo modo que el colorado Joaquín Suárez en el decimonoveno siglo, el blanco Luis Alberto de Herrera fue un notable descendiente asturiano de la pasada centuria. Nacido en 1873, fue político, gobernante e historiador. Aunque lo oculte su primer apellido, poseía linaje langreano por todos sus costados. Relacionado con Miguel de la Riera, fundador de San José y, más directamente, con los Antuña de Arenas.
El distinguido Francisco Solano –patriota de la independencia y organizador jurídico de la república– se casó el 7 de enero de 1818, con Manuela Labandera, de indudable estirpe astur. De la pareja nació Pilar, que enlazó con el argentino Juan Quevedo y Alsina, con quien tuvo a Manuela, casada con Luis de Herrera. Los padres del fogoso joven que –desde las páginas de El Nacional– contribuyó con Eduardo Acevedo Díaz. A quien llamaba «mi paisano».
Herrera estuvo en la Revolución de 1897, liderada por el emblemático caudillo nacionalista Aparicio Saravia. Se incorporó al grupo de veintidós guerrilleros salidos de Buenos Aires, al mando del coronel Diego Lamas, para la lucha de los «máuser» contra los «remington».
En 1903 se distanció de Acevedo Díaz, cuando su admirado compañero apoyó al enemigo colorado, José Batlle y Ordóñez. En 1904 se sumó a la última guerra civil que dividió a los orientales. Tras la derrota de Masoller, se dedicó a reorganizar sus desmoralizadas huestes. «Para las justas pacíficas del sufragio», como él decía.
Fue diputado, constituyente, miembro del Consejo Nacional de Administración, del que fue presidente entre 1925 y 1927, senador y miembro de un posterior Consejo Nacional de Gobierno. «Fue jefe civil de la fracción opositora[...] Desde las columnas de su diario El Debate desarrolló una tenaz y enérgica campaña contra el gobierno batllista en materia económica interna, y particularmente contra los compromisos financieros y políticos contraídos en el campo internacional[...] Se erigió en decidido defensor de la neutralidad en la Segunda Guerra Mundial, la no intervención en política interna de los demás estados, la autodeterminación de los pueblos, y la soberanía nacional frente al imperialismo. Al cabo de lucha prolongada, logró el triunfo en las elecciones generales de 1958», recuerda el historiador Alfredo Castellanos. Falleció en Montevideo, el 8 de abril de 1959. Su nieto, Luís Alberto Lacalle de Herrera, fue presidente de la República entre 1990 y 1995.
De Villanueva a Covadonga
«Un tranvía a vapor me llevó en pocos minutos desde Arriondas hasta el aparadero de Villanueva. Quise visitar, antes de entrar en el desfiladero de Covadonga, el monasterio de San Pedro, único edificio que ha llegado hasta nuestros días de aquellos cuya fundación es atribuida, generalmente, al primer Alfonso, incansable guerrero y edificador de iglesias y conventos. No hay en el poblacho de Villanueva otra cosa que merezca atención[...]
Junto a cada casa hay uno de esos graneros asturianos, horrios o paneros, alzados sobre los postes de piedra que los preservan de la humedad; horrios hay, se dice, varias veces seculares, en cuyos labrados encuentran los arqueólogos interesantes influencias de las obras escultóricas de las iglesias[...]
No lejos de allí, donde comienza a hincharse el lomo de un monte, me mostró el campesino que me guiaba, un copudo castaño que señala, según es fama, el sitio donde murió el rey Favila. Y recordé los inciertos datos que conoce la historia referida al sucesor de Pelayo; pocos más que los de su muerte por un oso, mientras se dedicaba a cazar en los tupidos bosques, que cubrían antes esos lugares. El trágico fin del rey debió impresionar fuertemente el espíritu de sus contemporáneos; los escultores prodigaron luego en los monumentos la representación de su mortal aventura[...]
He dicho que un campesino me enseñó el fácil camino del monasterio; un campesino calzado al uso del país, con zuecos de madera de triple tacones, las almadreñas montañesas, comparadas a las cuales las babuchas del cuento oriental parecían servir solo para princesas chinas[...]
Comenzaba ya a obscurecer cuando subí en el tren que me llevó hasta Covadonga, pasando por Cangas de Onís, la antigua Cánicas, sede de la corte de Pelayo. Cangas de Onís se ufana con el título de ciudad que don Alfonso XIII le ha concedido por haber sido la primera capital de la España de la Reconquista. Vi confusamente, al pasar, su más hermosa reliquia: el puente que descansando en tres arcos, describe una curva audaz sobre el río Bueñas[...]
Fui a buscar, primero, los monumentos del pasado. Son pocos y de discutible autenticidad; la misma duda, la misma incertidumbre hay con respecto a todos ellos: la imagen poco auténtica de Santa María de Covadonga, los sepulcros con los epitafios no más genuinos de Alfonso y de Pelayo. Decididamente, es preferible recordar allí al héroe de la leyenda, cuyos hechos no han menester de la confirmación de monumentos; héroe legendario en un escenario digno de su nombre. Baste con saber que hay, sin duda, en el fondo una indiscutible realidad histórica[...]
De las diversas modalidades de su leyenda, ninguna me seduce como aquella que lo muestra aceptando primero la amistad de los príncipes musulmanes. Este, se levanta luego en armas, arrancando a su hermana de los brazos del moro que la había seducido o violentado, se me antoja que simboliza al pueblo español mejor que el otro, al que no tuvo nunca trato con los invasores de su país, el inmaculado libertario cristiano; porque es la verdad que el pueblo árabe infundió su sangre en la de España y de la sangre de su alma, y que hubo entre las guerras y los odios más de una fecunda hora de amor[...]
La basílica de Covadonga, fábrica moderna, está empequeñecida en el grandioso paisaje; los perfiles agudos de sus torres, formas creadas para dardear el azul culminado sobre las cosas de la tierra, nada dicen proyectados sobre las altas laderas. Era bastante la capillita de la cueva, toda humilde y sencilla ante la majestad de la naturaleza. Alzada en el fondo, era ya un ara aquella roca, un ara suprema[...]
Arriba, en el monte Orandi, se hunde el Deva, que luego cae despeñado por sus entrañas hasta precipitarse en un depósito de hirvientes espumas, y formar, más allá, otra cascada; en el fino vapor en que se deshacen las aguas refulgían los colores del arco iris.
El camino que va al lago Enol, situado en la altura, en un cóncavo de los montes, había quedado intransitable; pero subiendo el Orandi pude ver la comarca. Al abrirse los horizontes, el paisaje aparece más variado que el limitado que se abarca desde el angosto cauce encajonado. La Peña Santa está ya nevada en este tiempo, pero la nieve no la cubre todavía por completo; es como una costra resquebrajada de porcelana bajo la cual negrean las peladuras de la roca; cuando desciende sobre ella un largo rayo de sol, se trueca la opaca porcelana en un cristal que reverberaba intensamente. Los repliegues de las alturas abrigan diminutos prados –praducos, dicen los pastores– vallecitos rientes que alegran la fragosidad de la comarca, y albergan también pueblos y cabañas de pastores: uno de esos pueblos, que no es distinguido de los otros, es Abamia, donde se cree que estuvieron los restos de Pelayo. Toda su historia y toda su leyenda se comprenden mejor viendo esos valles defendidos por bravas montañas que los guardan entre sus asperezas para que sean cunas de hombres libres.» (Capítulo V de Tierra Española, de Gustavo Gallinal, Imprenta de la Viuda de Luis Tasso, Barcelona, 1914).
El Intérprete
Arriondas. Les Arriondes. Capital del consejo de Parres. Gentilcio: arriondés.
Arroyo Grande. Con más de cien kilómetros de curso, es el límite entre los departamentos de Soriano y Flores, que desagua en el río Negro. Allí comenzó, en 1826, la segunda etapa de la campaña militar contra el invasor brasileño.
Arroz con leche. Arroz con lleche. Aunque no es comprobable que se trate de una creación exclusiva de Asturias –los vascos también reclaman ese honor– sin dudas es su mayor contribución a la gastronomía dulcera hispanoamericana. El original se cubre con azúcar quemado con un hierro candente, que deja una superficie caramelizada y crujiente. A tierras orientales llegó en el decimoctavo siglo, traído por paisanos fundadores de ciudades, promotores de riqueza y cultura. La más extendida variedad es la «emperatriz», que agrega yemas de huevo batidas.
Batoví. Vocablo guaraní que significa «cosa puntiaguda». Es el nombre dado a varios cerros orientales.
Cabo de Peñas. Cabu de Peñas. El punto más septentrional de Asturias y mayor atracción turística del concejo de Gozón y toda la comarca de Avilés.
Candasino. Gentilicio de Candás, capital del concejo de Carreño.
Caña. Bebida espirituosa de alta graduación alcohólica, muy común entre los gauchos y trabajadores rurales orientales y brasileños del sur.
Carreño. Concejo septentrional, de 66,70 kilómetros cuadrados y diez mil habitantes, ubicado en la rasa litoral del Cabo de Peñas. Su destino siempre estuvo unido a los poderosos Gozón y Avilés. Tras años de disputas, a fines del decimosexto siglo, los vecinos constituyeron municipio autónomo. Aunque la primera capital estuvo en Sebades, las juntas se celebraban alternativamente un año en Guimarán y otro en Candás, actual cabecera. En 1624, ocurrió el insólito «Pleito de los Delfines». Hartos de que sus aparejos fueran destrozados, los pescadores entablaron un juicio. Finalmente, un tribunal sentenció a los cetáceos a abandonar las costas. Más sorprendente fue el final. Los condenados acataron la decisión, desapareciendo, como por arte de magia. Un monumento del escultor Santarúa, conmemora tan insólita anécdota. Gentilicio: carreñés.
Casería. Vivienda tradicional asturiana, con casco familiar, hórreo, pajar y almacenes, cuadras para huerto y frutales, tierras para cultivo de cereales panificables y derecho de monte para pastoreo y aprovechamiento de la madera.
Castrillón. Concejo de la costa central, de 55,34 kilómetros cuadrados y 22 mil habitantes. Es un enclave privilegiado, tanto por su situación estratégica, entre el aeropuerto de Asturias y la autopista «Y», como por la belleza de su paisaje. Su capital es Piedras Blancas, pero, su emblema es Salinas, ciudad jardín, con una hermosa playa cantábrica. Fue el centro administrativo de la Real Compañía Asturiana –identificada con el zinc–, muy bien comunicado con Avilés, por un histórico tranvía. Es la sede del Museo del Anclas, símbolo de la cultura marítima, coronado con un busto del oceanógrafo francés Philippe Cousteau. Gentilicio: castrillonés.
Ciudad Vieja. Barrio histórico, asentado sobre lo que fue el centro político, económico y administrativo del colonial puerto de Montevideo.
Convención Preliminar de Paz. Firmada el 28 de agosto de 1828, por los «republicanos» argentinos y los «imperiales» brasileños, dio fin a la guerra por la Provincia Oriental. A pesar del triunfo militar bonaerense y que los compatriotas deseaban formar parte de la Provincias Unidas del Río de la Plata, la hábil intervención del diplomático inglés Lord Ponsomby, dio lugar a un pequeño estado independiente, entra ambas potencias. Es la verdadera fecha de nacimiento del Uruguay.
Cruz de los Ángeles. Símbolo religioso asturiano e icono de Oviedo. Es un crucifijo griego procesional, que data de 808. Su alma milenaria es de madera de tejo recubierta por laminas de oro, sobre las que se realzan cabujones con gemas y piedras preciosas. En el anverso hay otras 48 piedras, de carácter místico. En el reverso, tiene cinco camafeos, cuatro en los brazos y uno en el centro, de posible origen romano. Según la leyenda fue realizada por dos ángeles. Aunque, en realidad, es obra de orfebres lombardos, encargada por El Casto Alfonso II para la Catedral de Oviedo.
Cruz de la Victoria. Símbolo patriótico, presente en la bandera y el escudo de Asturias. Fue realizado, quizá, como imitación conmemorativa de la Cruz de los Ángeles. Su orfebre conocía las técnicas del esmalte, con el que decoró el disco central y los arranques de brazos. La ordenación lineal de la pedrería y la forma de los engarces, demuestran que es una obra de arte bien desarrollada por las cortes italianas y francesas. Tiene en el reverso una dedicatoria, que precisa su fabricación en el castillo de Gauzón, en 908, por encargo de El Magno Alfonso III.
Declaratoria de 1825. Histórico pronunciamiento de la Sala de Representantes de Florida, que proclamó libre de toda ingerencia extranjera, al territorio oriental. Estimulados por una exitosa Cruzada Libertadora, los patriotas se reunieron el 25 de agosto, para firmar antiguos principios federales y sumarse a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Erróneamente llamada «de la Independencia», la historiografía colorada oficializó la fecha, para adjudicarle el nacimiento del Uruguay.
Deva, Enol y Ercina. El Deva es un mitológico río de Cangas de Onís, que se hunde en el monte Orandi. Enol y Ercina son dos lagos formados por la erosión glaciar de las montañas. Los tres forman parte, del heroico paisaje de Covadonga.
El País. Es el diario montevideano de mayor circulación, abierto el 14 de setiembre de 1918. De raíz blanca y principista, a influjo de sus fundadores, Washington Beltrán y Eduardo Rodríguez Larreta, el paso de los años le fue dando carácter conservador. Aunque no fue vocero oficial, mantuvo afinidad con la dictadura militar de 1973.
Flores. El último creado y más pequeño departamento uruguayo, de 5.144 kilómetros cuadrados y 24 mil habitantes. La predominante iconografía colorada, le dio el nombre del caudillo militar y presidente Venancio Flores. Un astuto golpista, que condujo al país a la Guerra de la Triple Alianza, vergonzante genocidio –de conservadores argentinos, brasileños y orientales– contra el pueblo paraguayo. Capital: Trinidad. Gentilicio: poronguero.
Gauchaje. Conjunto de gauchos.
Genearca. El primer ascendiente de un linaje familiar.
Gozón. El más norteño territorio astur, coronado por el imponente Cabo de Peñas, tiene 81,73 kilómetros cuadrados y once mil habitantes. En el siglo sexto antes de Cristo, fue conquistado por celtas, que dejaron hórreos, arados radiales, carros de ruedas macizas y cultivos. El romano Augusto, llegó tras las Guerras Cántabras. En tiempos de Alfonso III se construyó el castillo de Gauzón, para defender al obispo de Oviedo, contra hipotéticos ataques normandos. En la poderosa fortaleza fue fabricada la Cruz de la Victoria, donada al templo ovetense de San Salvador. Felipe II delimitó sus términos municipales y le llamó Gozón. Fue un bastión de la resistencia contra Napoleón. En las Guerras Carlistas de ese mismo siglo, se dio una gran paradoja. La alta burguesía apoyó a los liberales y el campesinado a los monárquicos. Contradicción reiterada en la Guerra Civil, cuando los sectores ilustrados defendían la democracia republicana y los menos instruidos, vivaban al franquismo triunfante en octubre de 1937. Capital: Luanco. Gentilicio: gozonés.
Jacinto Vera. Popular barrio que homenajea al cuatro vicario apostólico del Uruguay y primer obispo de Montevideo, designado por el papa Pío IX, en 1878.
Junta Económico Administrativa. Antiguo cuerpo legislativo comunal, antecedente de la actual Junta Departamental.
Hórreo. Horru. Granero tradicional de la campiña asturiana, asentado sobre pilares que lo aíslan de la humedad ambiente y del ataque de roedores y alimañas. Aunque su uso data de la antigüedad, las más valiosas piezas conservadas son del decimocuarto siglo, encontradas en Villaviciosa. Contaban con un ingenioso mecanismo de ascenso y descenso, basado en un tablón, que los campesinos llamaban «talambera». Los actuales tienen un corredor externo, paredes gruesas y tejados a dos vertientes, que permiten una eficiente circulación del aire. Sirven para proteger frutos de la cosecha y la matanza, quesos y otros alimentos de la casería familiar. Una interesante versión es la «panera», adaptada para almacenar granos de trigo.
La Blanqueada. Barrio del centro–este de Montevideo, que evoca a las grandes mansiones de la zona, que en el decimonoveno siglo estaban pintadas de ese color.
Langreo. Llangréu. Concejo de 82,46 kilómetros cuadrados y 50 mil habitantes, de tierras inclinadas y valles angostos, labrados por el poderoso río Nalón y sus afluentes. Es ayuntamiento desde 1504, con fuero civil desde 1581. Allí comenzó la minería moderna en Asturias y la primera revolución industrial de España –a mediados del decimonoveno siglo– liderada por el empresario metalúrgico Pedro Duro Benito. Sus gallardos obreros sindicalizados, fueron mártires de la Revolución de Octubre de 1934, violentamente reprimidos en Sama y La Felguera. Permanecieron fieles al bando republicano en la Guerra Civil y fueron muy activos en la lucha contra la dictadura franquista. La capital homónima administra un rico patrimonio siderúrgico y ferroviario. Gentilicio: langreano.
Lenesa. Gentilicio femenino del consejo asturiano de Lena.
Malvín. Barrio costero, entre Buceo y Carrasco, que toma el nombre deformado del saladerista Juan Balbín y González Vallejo, de lejana ascendencia asturiana.
Museo Histórico Nacional. Conjunto de instituciones, dependientes del Ministerio de Educación y Cultura, que conservan la memoria oriental.
No de 1980. Memorable manifestación democrática del pueblo uruguayo, que rechazó un proyecto de constitución que legitimaba la dictadura militar de 1973. El No consiguió 58% de los votos. En un plebiscito sin garantías.
Nuevo Mundo. Nombre que daban los españoles a América.
Paysandú. Departamento del litoral noroeste, de 13.252 kilómetros cuadrados y 120 mil habitantes. Es también la capital homónima, fundada en 1778, a orillas del río Uruguay. La segunda urbe industrial del país, está unida a la Argentina, por el mayor puente internacional de la región. Gentilicio: sanducero.
Pulpero. Propietario o administrador de una tienda de ramos generales.
Quirós. Concejo del centro-sur, fronterizo con Castilla y León, de 208,79 kilómetros cuadrados y 1.500 habitantes. Fue fundado en el decimosegundo siglo y quedó en manos de la familia, en cuyo blasón figura una orgullosa leyenda: «Después de Dios la casa de Quirós». En 1581 se dieron ordenanzas municipales y en 1587 recibió la Real Cédula de libertad. La zona minera y hullera de la cuenca del río Trubia, alcanzó esplendor entre 1870 y mediados de la pasada centuria, pero fue perdiendo vigencia por la competencia vizcaína. Capital: Bárzana. Gentilicio: quirosano.
Reconquista. Etapa de la historia hispana, que comprende entre los años 718 y 1492, caracterizada por la coexistencia de reinos gobernados por cristianos y musulmanes.
Revolución de 1897. Movilización civil y militar del caudillo blanco, Aparicio Saravia, contra los denunciados fraudes electorales colorados y la política gubernamental de exclusión. Sus mal armados cinco mil guerrilleros ingresaron al país en marzo, para enfrentar a un ejército pertrechado con fusiles brasileños Máuser y cañones alemanes Krupp. En la célebre batalla de Tres Árboles, los insurrectos sorprendieron al enemigo con Remington, argentinos y estadounidenses. Pero, en la memorable carga de lanza de Arbolito, murió «Chiquito» Saravia, hermano del jefe revolucionario. El Pacto de la Cruz llegó en agosto, tras el asesinato del presidente Juan Idiarte Borda. Fue una paz tenue, deshecha en 1904.
Ruralista. Relativo al Movimiento Popular Ruralista, liderado por Benito Chico Tazo Nardone. De fuerte adhesión entre pequeños y medianos productores y trabajadores agropecuarios. En alianza con el herrerismo blanco, llegó al poder por los comicios del 30 de noviembre de 1958.
Santa Lucía. Ciudad del departamento de Canelones, ubicada a orillas del río homónimo, a 62 kilómetros de Montevideo. Fue fundada como villa de San Juan Bautista, en un proceso que duró entre 1781 y 1782. Su población original era de asturianos, gallegos y castellanos, en su mayoría, venidos de la Patagonia y descendientes de canarios de la plaza capitalina. Gentilicio: santalucense.
Sindicato Médico del Uruguay. El mayor gremio médico uruguayo, fundado en 1920.
Terrismo. Nombre que recibía la dictadura del conservador colorado Gabriel Terra. La mayor vergüenza oriental desde Latorre y Santos, opinaba Gustavo Gallinal.
Vacas gordas. Popular metáfora uruguaya, referida al estado de bienestar que gozó el país, hasta mediados del siglo pasado.
Valdesino. Gentilicio del concejo de Valdés.
Zirujano. Médico colonial habilitado para el ejercicio, pero sin título universitario.
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