domingo, 18 de mayo de 2014

Con Valery, hijo del médico rural de San Javier asesinado en 1984, un crimen que cumple tres décadas de impunidad

¿Qué sos de Vladimir Roslik?

Tiene 30 años. Los mismos de su padre cuando conoció a su madre. Los mismos de un crimen aberrante cobijado por la indiferencia política y judicial. Los mismos que evocan al primer caso de torturas informado con certeza por la prensa independiente que resistió a la dictadura. Nacido el 22 de noviembre de 1983, es ingeniero de sistemas, roquero under e  instructor del arte marcial taekwondo. Valery Roslik tenía cuatro meses cuando su padre era secuestrado por un comando que lo trasladó al Regimiento 9 de Fray Bentos, donde fue martirizado hasta la muerte.

Sobre la base de la entrevista publicada en el semanario Brecha, el 16 de abril de 2014.

-¿Por qué no estudiaste Medicina?
Mary y Valery en 1984.
(Archivo Roslik)
-Cada vez que me lo preguntan lo siento más como un cuestionamiento o un reproche que una duda o simple curiosidad.  Siempre tuve una sola respuesta: porque no es mi vocación, aunque admire a papá, por lo que me contaron, por lo que he leído sobre su vida y por el amor que me transmitió mi mamá. Hasta hace unos años, a ella también le preguntaban seguido: ¿Cómo le va a Valery en la Facultad de Medicina? Todos daban por sobrentendido que el hijo de Roslik estaba obligado a ser médico, ¡pero no! Me encanta la tecnología, la música y el deporte, por ahí van mis vocaciones, ¡jamás la medicina! Quise ser arquitecto, también diseñador industrial, pero no pude ingresar al Centro que estaba en Miguelete, porque había 50 cupos por año y no era sencillo para un estudiante pobre del interior. Después de egresar del bachillerato me quedé dos años en Paysandú, el primero dando exámenes y el segundo, trabajando de lo que fuera y pensando que haría con mi vida. ¡Siempre me gustó la informática! En 2006 comencé la carrera de Ingeniería de Sistemas en la sede Concepción del Uruguay de la Universidad Tecnológica Nacional. ¡No me arrepiento! Estudiar en una de las mejores universidades argentinas era mucho más barato que en Montevideo, todo a menos de la mitad. Tenía compañeros sanduceros y un amigo de San Javier que se estaba por recibir, que me alentó y me ayudó mucho. Y lo más importante, me quedé cerca de mi madre viuda, un ejemplo de mujer que veo luchando por verdad y justicia desde que tengo uso de razón.

-Comenzaste la facultad el mismo año que los ambientalistas entrerrianos cortaron los puentes.
Mary y Valery en 2014.
(Archivo Roslik)
-Sí, hice toda mi carrera con los puentes cortados, del primer al último año, pero los sanduceros siempre estuvimos unidos, siempre tuvimos claro que se necesitaba mucha paciencia. En la UTN hay tantos estudiantes uruguayos que hasta tenemos un equipo de fútbol, los once titulares y sus suplentes, todos nacidos de este lado del río. Concepción es una ciudad universitaria, con un muy lindo ambiente de fraternidad y solidaridad, pero aquellos años fueron bravos. De lunes a viernes vivía allá y venía los fines de semana. Hubo un momento en que el cruce del puente era un sufrimiento, incómodo, molesto. Mi madre me llevaba en auto al puesto de frontera, caminaba hasta la cabecera argentina para tomar un taxi a Colón y recién allí había ómnibus de línea. Nosotros siempre estuvimos tranquilos, pero había que pasar frente a los piquetes siendo uruguayos. ¡Era bravo! Una anécdota pinta lo que nos tocó vivir en Concepción, sobre todo fuera de la universidad. Una tarde mi madre llegó al apartamento con un coche blanco impecable, que tenía las matrículas nuevas. Se quedó a dormir, y al otro día, vio por la ventana que tenía algo raro. Observó, observó, hasta que se dio cuenta: le habían robado las dos chapas recién colocadas, la delantera y la trasera. Le preguntó a un vecino si había visto algo, que le respondió: deben haber sido los ambientalistas que no quieren autos uruguayos de este lado. Ella rápida como es, le retrucó: ¿usted cómo sabe que el auto es uruguayo? El hombre se quedó callado.

-Pero, te graduaste...
-Sí, egresé el 11 de agosto de 2011, junto con mi amigo Anthony Alois, compañero del Liceo Nº 1 de Paysandú. Me llevó seis años recibirme de ingeniero en Sistemas de Información. No quise trabajar, porque estaba apurado por regresar a Paysandú con mi madre. Sé lo que ha luchado y lucha, todo lo que la ha afectado y la afecta el sentimiento de impotencia que causa la impunidad de quienes mataron a papá. Uno siempre agradece la solidaridad de tanta gente, pero es terrible saber que andan sueltos por la calle y ella solita en la casa. ¡Me angustiaba al pensarlo! Regresé corriendo, aunque en la Argentina había una alta demanda para estudiantes avanzados y recién recibidos; tampoco quise bajar a Montevideo.

-¿En Paysandú había trabajo para vos?
Valery con la tía María Roslik, en Paysandú.
-No, nada, hasta que salió un aviso en el diario que solicitaba programadores. Envié mis antecedentes, me citaron a una entrevista y me seleccionaron para hacer un curso de dos semanas. Luego rendimos examen, y quedamos cuatro en una empresa de software financiero con sede en Montevideo, que abrió una oficina en Paysandú. Era algo nuevo para mí, que nada sabía de bancos, ¡pero aprendí! Mi cargo es de programador, aunque tenga el título de ingeniero, porque así son las cosas: hay que hacer carrera trabajando. La firma tiene clientes en clientes en Paraguay, Brasil, México, Colombia, Bolivia. Mi tarea es hacer una parte del programa, dentro de una operativa dividida en dos: el núcleo del sistema y la operativa del usuario. Nosotros desarrollamos las operaciones que sirven como interfase entre el usuario y el sistema, con un lenguaje propio desarrollado por la empresa Desde julio del año pasado atendemos al Banco Ganadero de Bolivia, que tiene su matriz en Santa Cruz de la Sierra. En los últimos ocho meses, estoy mucho más tiempo allá que acá, ¡Me gusta el trabajo!

-Mencionabas que tu otra vocación es la música…
-¡Vocación y más! Si por mí fuera viviría de la música, pero la realidad no es lo que deseamos, sino lo que es. ¡Si lo sabremos los Roslik! A los once años sentí la necesidad de ejecutar un instrumento, primero fue el piano, pero no di con el profesor correcto, me aburrí y dejé. A los 17 descubrí el rock pesado, el thrash metal, que me encantó: Metallica, Megadeth, Slayer, Antharx, los cuatro grandes, también los brasileños de Sepultura. Por los finlandeses de Stratovarius comencé a tocar la guitarra; también me gusta la banda rusa Arkona, un metal pagano o vikingo, con una cantante que hace las dos voces: Masha Scream. Hace un tiempo vengo muy prendido al death metal sueco, me fascina Opeth, que entre sus líneas tiene a un bajista uruguayo y antes también un batero. Después que acostumbrás la oreja al metal, ¡es difícil bajar!

-¿Cómo se traen esos ritmos nórdicos, paganos, a Paysandú, tierra de poesía y folclore?
22 de diciembre de 1983, cuando
Valery cumplió un mes de vida.
(Archivo Roslik)
-Cuando te apasiona algo tan pesado, tu circuito musical es el under. Nunca fundé una banda, siempre me llamaron. En la que estuve más tiempo se llamaba Pariah, con la que grabamos demos, salíamos mucho de toque, y con la que llegamos a la semifinal de un Pilsen Rock en Durazno. Cuando se desarmó, porque la mayoría se fue a estudiar fuera de Paysandú, nació Vademekum. Las dos bandas son conocidas en el departamento, aunque sean muy de sótano. También me apasiona grabar metal, que no es lo mismo que mezclar candombe, murga o rock nacional. Me pasé horas en Internet, aprendiendo cómo tratar el metal en un estudio.

-Parece evidente que llevas una vida como la de cualquier joven, pero eres el hijo de Vladimir Roslik, con lo que significa en un tema ético como los derechos humanos.
-Sí, lo sé, pero, de la misma forma que no me sentí obligado a ser médico para honrar la memoria de mi padre, tampoco asumí el papel de luchador social por naturaleza. En mi caso fue un proceso lento. La primera vez que me di cuenta quién era Vladimir Roslik fue en la jardinera, cuando vi que mis compañeros tenían a su papá y su mamá. En aquel momento había algo que me angustiaba, pero que no sabía explicar. Las maestras de la Escuela Nº 94 no me lo decían, pero me hacían sentir que era el hijo de alguien distinto, que no estaba físicamente pero que tenía una presencia fuerte en sus emociones. Nadie vio sufrir a mi madre como yo, por más que ella siempre trató y aún trata de disimularlo. La vi llorar, angustiarse, envejecer, la vi enfermarse por la impunidad de quienes asesinaron a mi padre, pero recién después de la adolescencia sentí la necesidad de acompañarla.

-¿Qué se cumplan tres décadas del asesinato te provoca una emoción especial? Los años de su muerte son tus años de vida.
-¡No!, porque es una fecha como cualquier otra, porque su ausencia es un sufrimiento de todos los días. Es un goteo constante de dolor, de impotencia.  Respeto a quienes organizan los actos del 16 de abril, en la Cámara de Diputados, en Fray Bentos, pero ni mi madre ni yo vamos a asistir. En mi caso, porque no siento la necesidad de acompañar una manifestación política que se contradice con una impunidad que viola todos nuestros derechos, y en el de mi madre, porque está aprendiendo a decir “no” por más bien intencionadas que sean las invitaciones. ¿Quién se puede ofender si no participamos en el acto de Fray Bentos? Si por la ciudad caminan muy tranquilos los asesinos de mi padre, protegidos por la indiferencia política y judicial.

-¿Sientes que te queda algo por la verdad y la justicia?

-Siempre estaré dispuesto a seguir insistiendo en el reclamo que inició mi madre, porque deseo que ella pueda ver el resultado judicial de su lucha; pero hubo una señal muy dura, muy negativa, cuando en la elección de 2009 no se aprobó la derogación de la Ley de Caducidad. ¡Nos bajoneamos! Siento que en el actual estado de impunidad se puede aguardar cualquier cosa, ¡pero nada bueno! Hace un tiempo, cambiamos de planes. Nos propusimos mantener viva la memoria de papá en la gente, a través de la Fundación. Nos dimos cuenta que seguir llorando, que recorrer oficinas estatales, bancadas parlamentarias y partidos políticos ayuda muy poco, y nos pusimos a concretar obras para San Javier.

-¿Qué percibes que tienes en común con él?
-Me siento muy parecido, quizá, físicamente no tanto, pero si en gestos y actitudes. Mi madre siempre dice que somos igualitos de carácter. Soy de pocas palabras, muy manso, tranquilo, por lo que me dicen él también lo era. Le encantaba jugar al ajedrez, a la conga, le apasionaba la música, ¡a mí también! Parece que tenemos los mismos gestos en la cara,  que camino de manera similar, que tenemos las mismas cejas finas.

-¿Qué es lo que más te hace recordar a tu padre en la vida diaria?
-Tengo sitios, fotos, objetos, un radiograbador que él utilizaba todos los días con sus casetes de música romántica, muchos cuentos familiares, pero, hay algo que me pasa muy seguido, desde la adolescencia, que a cada rato me lo devuelve a la memoria. Es una pregunta que me han hecho, y me hacen, tantas veces: “¿Qué sos de Vladimir Roslik?”

“A veces siento una nostalgia muy especial por mi padre, cuando pienso que mi madre y él, como buenos rusos, me hubiesen dado muchos hermanos.” 

Valery
“Al nombre se lo puso Vladimir, porque él quería un varón. Yo tenía el nombre de nena: Larisa Vilma. Le llamamos Valery Andrés  por mi abuelo materno, en mi familia también hay muchas Cristinas. Fue deseado desde que Vladimir estuvo en el Penal de Libertad. Cuando iba a visitarlo, a los presos que tenían hijos les correspondía una hora más, ¡en ese momento lo deseé con toda mi alma!  Lo encargamos en Piriápolis, en marzo, y nació el 22 de noviembre. Aquellas vacaciones fueron inolvidables, ¡porque no fallaron!”
María Cristina Zavalkin

San Javier
“No voy tanto como quisiera, últimamente, porque viajo mucho por trabajo. De niño me pasaba los tres meses de vacaciones en la casa de mi abuelo Miguel (Zavalkin) y de mi tía María Elena, la hermana de papá que siempre nos cuidó a mi mamá y a mí, como si representara a mi padre.”

“Me entusiasma colaborar  con un documental sobre la vida de mi padre, de Julián Goyoaga y Germán Tejeira, los productores de la película Anina. Lo interesante de este proyecto es que lo que no se pueda filmar se resolverá con animación digital.”

Fundación
“Estoy en la Comisión Fiscal, trato de aportarle ideas a la directiva y colaboro con lo que sé de tecnología para organizar su funcionamiento. Todavía no me siento preparado para tener un rol más ejecutivo, pero será cuestión de tiempo y conocimiento.”

Macarena
“Conservo un recuerdo muy lindo de mi encuentro con ella cuando participamos en la campaña por la derogación de la ley de caducidad, fue muy emotivo, pero sufrimos una enorme frustración.”

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