jueves, 28 de julio de 2011

José, Lorenzo y José, los Batlle que le cantaron a Rafael del Riego, héroe español de las independencias sudamericanas

Lorenzo Batlle i Grau.
Himno, Palanca y Trágala

Una crónica sobre la ejecución pública del revolucionario  asturiano, por orden del rey Fernando VII, desvela una historia oriental de aquel memorable 7 de noviembre de 1823. José Batlle i Carreó y su hijo Lorenzo estuvieron en la Plaza de la Cebada de Madrid, sufrieron el ahorcamiento del líder liberal, en solidario silencio. De regreso a Montevideo fueron decididos difusores del "Himno de Riego", que luego fue santo y seña de los republicanos españoles, cantado con devoción hasta mediados del siglo pasado en los principales actos públicos uruguayos. 

Sobre la base del capítulo 4 del libro Héroes son Bronce (Editorial Trea para el Gobierno de Principado de Asturias, Gijón, 2005).

El catalán José Batlle i Carreó se había enriquecido en la decadente Montevideo colonial. Su molino de la Aguada suburbana era el principal abastecedor de galletas a la Real Marina, cuando el último bastión del virreinato sufría el sitio de furiosos criollos independentistas. Tras la derrota definitiva de 1814, a duras penas pudo conseguir un salvoconducto de regreso a su Sitges natal, previa confiscación total de bienes.
José Batlle i Carreó.
El dolor y la humillación fueron de nunca acabar. La Real Hacienda jamás canceló una cuantiosa deuda patriótica; como tampoco cumplió con tantos colonos caídos en desgracia. Batlle i Carreó debió comenzar de nuevo en Barcelona y no le fue mal, pero aquella amorosa fidelidad por la corona había dejado de existir, sin lágrimas, ni nostalgias.
El 7 de noviembre de 1823 estaba en la Madrid más absolutista, con su hijo Lorenzo, un novato cadete militar de trece años. Era viernes primaveral, el mejor para largas caminatas matinales que tanto disfrutaban juntos. Media hora antes de las diez llegaron a la Plaza de la Cebada. Un paseo que les encantaba, cortado a la fuerza por una desenfrenada multitud que aguardaba un ajusticiamiento por «alta traición y lesa majestad».
Lorenzo Batlle con su hijo José.
El jovencito sintió que el corazón se le escapaba del pecho. Era la primera vez veía un cadalso. Ni siquiera pudo balbucear una mínima pregunta. José lo comprendió, lo abrazó fuerte y le susurró una confesión que –por el bien de ambos– debía morir en la intimidad.
Lorenzo lo vio todo. La vilipendiosa procesión que arrastró al desventurado por las calles, en un serón, y el posterior descuartizamiento. Abrumado, le rogó una respuesta a su padre.
No lo comprenderéis –fue la réplica mínima y fraterna.
El adolescente volvió llorando a su casa y al otro día no quiso ir a clases. Durante semanas, meses, años –toda su vida–, evocó la macabra anécdota. Luego conoció las ideas que defendía aquel condenado al que jamás le vio el rostro. Con el tiempo, comprendió por qué tanta crueldad.
A los 38 años, entre los insultos de la multitud que tiempo atrás le había aclamado como héroe y gritos que sustituían el «¡Viva la libertad!» por el de «¡Vivan las cadenas!», había sido ahorcado el general y político asturiano Rafael del Riego, por haber votado a favor de la incapacidad política de Fernando VII.

De vuelta a Montevideo
José Batlle y Ordóñez.
En 1833, José regresó con su familia y un buen capital que le permitió recuperar su viejo molino. Lorenzo tenía 23 años, un título del Colegio de Nobles y Militares de Madrid y un prometedor futuro hispano. Pero no creía en la monarquía. Prefirió alistarse como teniente 2° de Infantería de la Guardia Nacional del Uruguay.
El joven coronel fue ministro de Guerra y Marina de la Defensa, en la Guerra Grande. Su carrera siempre ascendente –dentro del oficialista Partido Colorado– lo llevó a la presidencia de la República entre 1868 y 1872. Una época de crisis económicas y revoluciones sangrientas que le depositaron en el exilio de Buenos Aires.
Más de tres décadas después, su hijo Pepe también fue presidente. Sin dudas, el oriental que dividió la historia del país, en antes y después. Un republicano, laico y progresista, que creció imaginando la dolorosa anécdota de la Plaza de la Cebada. Sus amigos aseguraban que la degradación de aquél infeliz asturiano formaba parte de sus juveniles fantasías libertarias. Una utopía que José Batlle y Ordóñez no olvidó, ni siquiera cuando nació su segundo hijo: Rafael.

Himno, Palanca y Trágala
1 de enero de 1820. Durante más de un siglo, ese sábado glorioso del Trienio Liberal español fue recordado con patriótica admiración en Uruguay. Nunca hubo un festejo oficial. Era una espontánea convocatoria de pobres y ricos, ilustrados y analfabetos, que se rendían ante el encantador idealismo de Rafael del Riego y Núñez.
La Palanca fue un ritmo que corrió impetuoso por América del Sur. En Montevideo, la letra del Himno de Riego se cantaba en las calles y en la magnífica Casa de Comedias, una antigua sala que se llenaba para ver los más famosos sainetes antomonárquicos y para respirar aquellos sublimes aires revolucionarios.
La Constitución uruguaya de 1830 se juró al ritmo de los Boleros de Trágala. Un año después, se representó un drama de Félix Mejia: La muerte de Riego. En el archivo del erudito musicólogo Lauro Ayestarán aún se conserva una copia original del Himno, fechada en 1838. En la década del 1900 se leía con extasiada avidez toda literatura sobre el mítico héroe liberal, obsequiada familiarmente como sincero testimonio de cariño y respeto intelectual.
La admiración no decayó hasta mediados del siglo XX. En 1958, los republicanos hispanos de Montevideo promovieron un caluroso homenaje, recogido por la prensa afín al exilio ibérico y a sus símbolos.
Su gloria es un ejemplo de la paradoja que envuelve al poder. Desafió la autoridad de Fernando VII, cuando el volcánico rey se propuso recuperar sus añoradas colonias sudamericanas. Más de 20 mil hombres zarparían de Cádiz al mando del general Enrique O´Donnell. Su primer objetivo: el Río de la Plata.
Todo parecía dominado por el caprichoso monarca, cuando el patriota asturiano se presentó en Cabezas de San Juan. Con un mensaje sencillo y directo, ganó la voluntad de la mayoría. Convenció a los oficiales y pasó noches de insomnio, hasta el primer amanecer de 1820. Formaciones enteras adhirieron a la desobediencia republicana.
La noticia cruzó rápidamente el océano. La diplomacia y la prensa difundieron la victoria de la revolución. El montevideano Pacifico Oriental publicaba cartas y notas sobre un "incontenible pronunciamiento de grupos masónicos exaltados". No era una crítica. Por el contrario, proponía actos populares en homenaje a Riego. Un paisano de Asturias, en su tiempo reconocido héroe de la independencia sudamericana. En aquel momento, gozaba de la misma fama que San Martín, Sucre, O’Higgins y hasta el encumbrado Bolívar.
Fue la cabeza visible del Trienio Liberal, que impidió el envío de la temida expedición reconquistadora. La demora facilitó el triunfo de los guerreros criollos. Cuando Madrid pudo haber reaccionado, era demasiado tarde.
Su estrella comenzó a declinar a fines de 1822, cuando el poderoso ejército de los Cien mil hijos de San Luis, restauró el más ortodoxo absolutismo. Al año siguiente fue destituido de todos los cargos. Capturado el lunes 15 de setiembre, en la localidad de Arquillos de Jaén y ejecutado para regocijo de Fernando VII. "Soldados, la patria nos llama a la lid, juremos por ella vencer o morir." Era el clamor de la Segunda República. Desde hace dos siglos, es el santo y seña de los progresistas hispanoamericanos.

BIO
Rafael del Riego Núñez (1785-1823)
Rafael del Riego y Núñez, c. 1820.
(La Aventura de la Historia)
Nacido en Santa María de Tuñas, oeste del Principado de Asturias, estudió Leyes y Cánones en la Universidad de Oviedo. Cuando se graduó, en 1807, se fue a vivir a Madrid y se alistó en la Guardia de Corps. Con la invasión napoleónica de 1808, fue hecho prisionero por Murat y enviado a El Escorial, de donde logra fugarse y llega a su tierra natal, donde su padre forma parte de la Junta Suprema de Asturias.
Participó en la Guerra de la Independencia y el 8 de agosto de 1808 fue nombrado capitán de la división del general Acevedo y posteriormente fue su ayudante. En la Batalla de Espinosa de los Monteros, el 10 de noviembre de 1808, las tropas españolas fueron derrotadas por los franceses y Riego hecho prisionero de nuevo y deportado esta vez a Francia, lo que le influyó ideológicamente al conocer de primera mano el liberalismo revolucionario y trabar amistad con los masones. Cuando fue liberado, recorrió Inglaterra y Alemania para volver a España en 1814 e incorporarse de nuevo al Ejército con el grado de teniente coronel.
En 1819, ascendido ya a coronel, fue destinado al ejército que se estaba concentrando en Andalucía para sofocar las sublevaciones de América del Sur y restablecer el dominio español en las colonias. Participó activamente en las conspiraciones liberales para sublevar al Ejército contra el régimen absolutista de Fernando VII. El 1 de enero de 1820, al frente del ejército destinado a las colonias, se sublevó en Cabezas de San Juan, Sevilla a favor de la Constitución de 1812 que el rey había derogado y proclama: "Es de precisión para que España se salve que el rey Nuestro Señor jure la Ley constitucional de 1812, afirmación legítima y civil de los derechos y deberes de los españoles. ¡Viva la Constitución!"

Pronunciamiento exitoso
En parte, se debió al descontento de las tropas por las condiciones poco fiables de su traslado a América. Riego, al frente de una columna, recorrió Andalucía llamando a la sublevación a los liberales, sin apenas resistencia, hasta que Fernando VII juró la Constitución de Cádiz. Su resistencia, cuando todo parecía acabado, lo transformó en héroe popular aclamado por los progresistas.
Así se instauró el Trienio Constitucional, de 1820-1823, marcado por la deslealtad del rey al régimen liberal. Aunque Riego no era muy bien visto por las autoridades constitucionales, que intentaron apartarlo del poder, estas tuvieron que pedirle ayuda para acabar con la sublevación realista del 7 de julio de 1822 y detener a las fuerzas invasoras de la Santa Alianza.
Traicionado por los demás generales, que se habían exiliado o apoyaban al rey, resulta malherido en la Batalla de Jódar (Jaén) el 14 de setiembre de 1823. Al día siguiente, abandonado por sus tropas, fue hecho prisionero en Arquillos, Jaén, cuando intentaba huir.

¡Perdón!
Fernando VII, c. 1814.
.Trasladado a Madrid, pidió clemencia al rey en una carta que se publicó en Gaceta de Madrid:
"Yo, Rafael de Riego, preso y estando en la capilla de la Real Cárcel de Corte, publico el sentimiento que me asiste por la parte que he tenido en el sistema llamado constitucional en la revolución y en sus fatales consecuencias, por todo lo cual, así como he pedido y pido perdón a Dios de todos mis crímenes igualmente pido la clemencia de mi santa religión, de mi rey y de todos los pueblos e individuos de la nación a quienes haya ofendido en vida, honra y hacienda. Suplicando como suplico a la Iglesia al Trono y a todos los españoles, que no se acuerden tanto de mis excesos como de esta exposición sucinta y verdadera, la cual solicita por último, los auxilios de la caridad española para mi alma."
Todo fue en vano, y después de un simulacro de proceso en el que no tuvo garantías judiciales, no se le admitieron pruebas, testimonios ni documentos, es declarado culpable de alta traición y lesa majestad por haber sido uno de los diputados que votó a favor de la incapacitación del rey y condenado a muerte.

Patíbulo, dolor, muerte
Himno de Riego, letra oficial.
Hundido física y moralmente, fue conducido al patíbulo el día 7, como relata Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales:
"La causa del revolucionario más célebre de su tiempo fue un tejido de inquinidades y de absurdos jurídicos. Lo que importaba era condenarle emborronando poco papel y así fue. (…) El 7 a las diez de la mañana le condujeron al suplicio. De seguro no ha brillando en toda nuestra historia un día más ignominioso (…).
Sacáronle de la cárcel por el callejón del Verdugo y condujéronle por la calle de la Concepción Jerónima, que era la carrera oficial. Como si montarle en borrico hubiera sido signo de nobleza, llevábanle en un serón que arrastraba el mismo animal. Los 32 hermanos de la Paz y Caridad le sostuvieron durante todo el tránsito para que con la sacudida no padeciese; pero él, cubierta la cabeza con su gorrete negro, lloraba como un niño, sin dejar de besar a cada instante la estampa que sostenía entre sus atadas manos. Un gentío alborotador cubría la carrera. La plaza era un amasijo de carne humana."
La esposa de Fernando VII y madre de Isabel II, rehabilitó oficialmente la figura del militar mediante un decreto de 31 de octubre de 1835, "reponiendo su buen nombre al general Riego y concediendo a su familia la pensión correspondiente".
Con el paso del tiempo, aunque no fue un militar sobresaliente ni un político brillante, su figura se ha engrandecido como uno de los defensores de las libertades en España y se ha convertido en uno de los mártires de la represión contra los liberales. Un retrato suyo cuelga en las Cortes Generales junto con el de la jura de la Constitución de 1812. También una placa en la plaza de la Cebada recuerda el lugar donde fue ejecutado y cada año en esta fecha, un grupo de republicanos se acercan a dejar una corona de flores mientras suena el Himno de Riego, el himno de la República.

Himno de Riego
Letra original de Evaristo San Miguel que se compone de nueve estrofas de las cuales cuatro siempre se cantaban:

–Estribillo:
Soldados, la patria
nos llama a la lid,
juremos por ella
vencer o morir.


–Estrofas:
Serenos, alegres,
valientes, osados,
cantemos, soldados,
el himno a la lid.
Y a nuestros acentos
el orbe se admire
y en nosotros mire
los hijos del Cid.

Blandamos el hierro
que el tímido esclavo
del fuerte, del bravo
la faz no osa a ver;
sus huestes cual humo
veréis disipadas,
y a nuestras espadas
fugaces correr.


¿El mundo vio nunca
más noble osadia?
¿Lució nunca un día
más grande en valor,
que aquel que inflamados
nos vimos del fuego
que excitara en Riego
de Patria el amor?


La trompa guerrera
sus ecos da al viento
horror al sediento,
ya ruge el cañón;
y a Marte sañudo
la audacia provoca,
y el genio invoca
de nuestra nación.
 

Versión satírica
Portada de la versión satírica, 1937.
Hubo una versión alternativa del Himno de Riego, muy popular entre los republicanos españoles, particularmente en Cataluña, durante la Guerra Civil. La rudeza de las letras refleja el disgusto que tenían con la Iglesia Católica y la Monarquía. Pasada la guerra, estas letras continuaron siendo cantadas por los detractores y enemigos del dictador Francisco Franco. 

Letras en castellano y catalán: 
Si los curas y frailes supieran,
la paliza que les van a dar,
subirían al coro cantando:

"¡Libertad, libertad, libertad!"

Si los Reyes de España supieran
lo poco que van a durar,
a la calle saldrían gritando:

"¡Libertad, libertad, libertad!"

Un hombre estaba cagando,
y no tenía papel,
pasó el Rey Alfonso XIII

¡Y se limpió el culo con él!

–Verso en catalán:
La Reina vol corona?
Corona li darem...
que vingui a Barcelona

I el coll li tallarem!

Traducción al castellano:
¿La reina quiere la corona?
Corona le daremos
que venga a Barcelona

¡Y el cuello le cortaremos!
 
Trágala perro
Fue la canción utilizada por los liberales más exaltados para humillar a Fernando VII y a los absolutistas tras el pronunciamiento, el 1 de Enero de 1820, del teniente coronel Riego en las Cabezas de San Juan, donde Fernando VII vino a decir "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional" (escrito en su juramento), y que finalizó el sexenio absolutista e inició el trienio liberal. La entrada en vigor de la mayoría de los artículos de la Constitución de Cádiz, también llevó a la proliferación de la prensa exaltada, las canciones populares, la sátira, y un clima de intolerancha hacia los llamados "serviles". Muchas de estas canciones tuvieron su inspiración en melodías y consignas patrióticas de la Revolución Francesa; en este sentido, a tal punto que más de un musicólogo encuentra un parecido entre el Trágala y el Ah ça ira! francés. Este tema popular se convirtió en un símbolo de resistencia, de crítica contra aquellos que no aceptaban las leyes, una "imposición" de la defensa de la ley. Este mismo significado y melodía inspiraron nuevas letras durante la II República y la Guerra Civil Española.

¡Trágala! a Fernando VII
"Tú que no quiereslo que queremos la ley preciosa do está el bien nuestro. ¡Trágala, trágala, trágala perro! ¡Trágala, trágala, trágala perro! Tú de la panza mísero siervo que la ley odias de tus abuelos. Porque en acíbar y lloro ha vuelto tus gollerías y regodeos. Tú que no quiereslo que queremos la ley preciosa do está el bien nuestro. ¡Trágala, trágala, trágala perro! ¡Trágala, trágala, trágala perro! Busca otros hombres, otro hemisferio, busca cuitado déjanos quietos, donde no sabe que a voz en cuello mientras vivieres te cantaremos: Tú que no quieres lo que queremos la ley preciosa do está el bien nuestro. ¡Trágala, trágala, trágala perro! ¡Trágala, trágala, trágala perro! Dicen que el "¡Trágala!" es insultante pero no insulta más que al tunante. Y mientras dure esta canalla no cesaremos de decir ¡Trágala! ¡Trágala, trágala,trágala perro! ¡Trágala, trágala, trágala perro!"

¡Trágala! republicano

"Desde los niños hasta los viejos, todos repiten:Trágala, perro...Trágala, dicen a los camuesos que antes vivían del sudor nuestro. Ya se acabaron aquellos tiempos. ¡Ea!, Manola, no hay más remedio. Trágala, perro... Acabó el dulce chocolateo que antes teníais, ¡oh, reverendos!, y el ser los solos casamenteros y algo más. Cuando podía serlo. Trágala, perro... También se frustran vuestros proyectos, necias feotas, que presumíais con tanto empeño aherrojarnos cual viles siervos. Trágala, perro... Cámaras nunca, en jamas veto: o ley o muerte y Viva Riego. Burlados quedan, así no menos, y cabizbajos los anilleros. ¡Trágala, perro...!"

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