El letrista no se olvida
Foto de Maite Fojo (Montevideo, marzo de 2010) |
Siempre deseará que sus tres pasiones –deporte, carnaval y publicidad– lo acompañen siempre. “Son mis vocaciones, que en realidad es una sola, porque cuando encontrás una idea para un couplé, la letra de una canción o un aviso, hay un proceso creativo similar; y cuando hago deporte estoy en mi estado alfa, contándole esa idea a mi cuerpo”, confiesa el director de la murga Falta y Resto y de Escenario, la agencia que evoca el sitio de sus sueños. Aún así, sabe muy bien que publicidad y música son dos tareas muy distintas. “Una es creatividad guiada hacia un fin concreto: vender un producto o una idea. En cambio, en la otra, la historia es trasmitir sentimientos”. Y va más allá. “El beneficio de la publicidad es económico y efímero, en cambio el arte te da satisfacciones que el dinero jamás puede pagar”, reflexiona el coautor, junto con Jaime Roos, de la letra más cantada de la historia de la comunicación comercial uruguaya: “Los canillas del país”. Una distinción que no es eterna, y él lo sabe muy bien. “Nadie te aplaude por los avisos o las canciones que hiciste. Te aplauden por las que tenés que hacer”. Es la vida del letrista. Del letrista que no olvida.
-¿Siempre te gustó avisar?
-Como dice el refrán: el que avisa no traiciona. De gurí me fascinaban aquellas revistas de historieta que te ofrecían aprender dibujo para convertirte en publicista. Hice un curso en Continental School, pero dibujaba más o menos. Me tenía fe para aprender un poco más pero mi talento no era dibujar, sino que iba por otro lado. Lo mío es la imaginación, la redacción y la versificación; también la actuación, que se me fue dando a partir de la experiencia. Aquellas fueron las primeras pautas vocacionales de mi vida, pero no las seguí. Fui operario de refinería de ANCAP, hasta poco tiempo más de la huelga de julio de 1973, por la que fui sumariado. Fue una heroica huelga general. Estábamos ocupando la planta cuando salió un comunicado de militar a los tres o cuatro o días del golpe que decía: “Las Fuerzas Armadas marchan hacia la ANCAP, corazón y nervio de la República”, y luego las palabras del tristemente recordado coronel Néstor Bolentini. Hay que imaginarse cómo estábamos nosotros allí adentro. Fue una época paradójica. Por un lado muy triste, pero por otro de mucha rebeldía que nos fue templando el espíritu. Aquella actitud del pueblo uruguayo fue un ejemplo muy grande. Yo era bastante gurí, pero tuve la suerte de aprender con mis mayores. Lo hice por una cuestión generacional, de compromiso ciudadano, y lo volvería a hacer. Hubo gente que se jugó mucho más que yo, que la pasó mucho peor.
-También te dedicaste al deporte compartido con la música.
-Jugué al básquetbol en los juveniles de Sporting con la generación anterior a la de Carlitos Peinado, un gran amigo. En el primero estaba el Chumbo Omar Arrestia, el Pelado Caneiro, el Negro Víctor Hernández. En 1969 dejé por un tiempo. Jugué al fútbol en la Liga Universitaria, con el rojo y negro del Maeso, mientras estudiaba, militaba. Dos años después comenzaba a transitar mi veta artística cantando en el grupo Patria Libre, con el Choncho Jorge Lazaroff, y en 1972 fui llevado al club Auriblanco del barrio Bella Vista por un gran amigo de Solymar: Nelson Rodríguez. Allí empecé a jugar seriamente y aprendí los códigos del deporte y de la vida. Yo vi compañeros pelearse a mano limpia por una camiseta que sólo tenía valor para cien vecinos. Fue una época muy revulsiva para mí. Poco antes del golpe de Estado pusieron una bomba en la puerta de mi casa, de Pastoriza y Manuel Haedo. Me hicieron volar la puerta hasta el fondo. Llegué de jugar un partido, a la una de la mañana, y la bomba explotó a las tres y media. Para peor, tiempo después la dictadura prohibió dos discos del Patria Libre, un grupo que había sido creado para cantar en los comités de bases del Frente Amplio. La primera integración fue con Jorge y Rosario Lazaroff, Jorge Bonaldi y yo, que interpretábamos la Cantata de Santa María de Iquique. Tiempo después cambiamos a alineación: el Choncho, Jorge Bonaldi, Miguel Amarillo y yo. Luego se sumó Jaime Roos, en la última etapa. Patria Libre fue un nexo entre el viejo canto de Los Olimareños, Alfredo Zitarrosa y El Sabalero, con la generación resistente de Los que iban cantando. Pero la represión era insoportable. Mi único refugio, mi exilio interior, era el querido Auriblanco donde jugué hasta 1975 cuando me fui a Europa.
-¿Cómo fue tu exilio “exterior”?
-Muy rico, porque me permitió conocer a gente maravillosa y tener contacto directo con el arte popular que tanto deseaba realizar. Pero fue corto, porque volví en 1977, con nada, a un paisito que sufría lo peor de la dictadura. Comencé vendiendo alfombras y revestimientos, hasta que Enrique González me llevó a Tabaré. Me ficharon como jugador y me dieron la secretaría del club del que soy hincha de botija, porque me crié en los gloriosos carnavales del Indio del Parque Batlle. Llegué a los 26 años y terminé de formarme como jugador. ¡Compartía el plantel con cada nene! Heber Núñez, Milton Larralde, el Mono Vignola, Pelusa Trindade y los dos Maritos: Mazzolo y Bray. Allí jugué diez años. Me animo a decir que fue el plantel más divertido que integré en mi vida. Quedamos en mitad de tabla, pero fue extraordinario haber jugado con Walter Silvera, el Gato Horacio Perdomo, el Sapo Fernández o Marcelo Signorelli y ser dirigido por el Pirulo Ramón Etchamendi y el profe Radamés Ventura. También tuve un breve pasaje por Neptuno, en 1982.
-¿En esa época ya tenías la murga?
-La fundamos en 1980 como una respuesta cultural a la dictadura, para hacer carnaval y pensando en sumarnos al movimiento del Canto Popular. También hice algo de periodismo. Estudié en la UTU y llegué a trabajar en La Hora, El Dedo, Orsay, Guambia, La República, El País. De esa época tengo una anécdota. Me acuerdo que le llevé, a un connotado escritor, un reportaje a unos payasos desde un lugar muy loco. Este amigo me dijo que lo que yo hacía no era periodismo y fue clarito: “Flaco, escribir no es lo tuyo”. Por suerte, creo que se equivocó. Falta y Resto tiene una génesis mágica. Pasaba frente al Platense, por la calle Daniel Muñoz, cuando escuché A redoblar, cantada por Rumbo. Fue como un flechazo en el alma, ¡me puse a llorar! Yo sacaba, con otros amigos, una murga en Solymar: Los penados mercantes. Entonces tuve la idea. Como tenía cierto conocimiento del ambiente musical, llamé al Choncho que estaba en plena elaboración de Los que iban cantando. Jorge fue mi cuñado, fue mi hermano de la vida. Fue mi inspirador, el que me hizo escribir, el que me hizo cantar. Mi amigo, mi maestro de la vida y del arte; que es más o menos lo mismo. El Choncho me dio la referencia de Carlos Viana, que me contactó con Hugo Brocos y Ovidio Cabal. Así empezó todo.
-¿Quién le puso el nombre?
-Fue el Flaco Roberto García, que le llamó así porque salimos en junio de 1980 pensando en el Plebiscito realizado ese año, aquel episodio heroico de la historia uruguaya que fue el triunfo del No. Se suponía que íbamos a perder, pero igual salimos con la Falta para colaborar con la resistencia. Fue un año muy significativo para el país, porque se le cortó el camino a la dictadura. El pueblo se hizo sentir y la murga comenzó a ser mucho más de lo que había soñado nunca. Al principio se trataba de cumplir una tarea cívica, política, generacional. Y en esa tarea descubrí que tenía cierto talento para escribir, cantar y armar murgas. El carnaval me permitió equivocarme, aprender, compartir un escenario con gente maravillosa, que me enseñó todo lo que sé de este negocio. Cada año comparto mi vida con 17 maestros.
-Por algo es la murga de las cuatro estaciones.
-Era tal la avidez que despertamos, que al terminar nuestro primer carnaval nos invitaron a un recital de Canto Popular. Actuábamos con Rumbo, Los que iban cantando y nuestros hermanos de La reina de la Teja. Llenamos el Palacio Peñarol. Entonces nos dimos cuenta de que había que seguir. Dicho y hecho: la gente creó el slogan “La murga de las cuatro estaciones”. En 1982 lanzamos con ese motivo el primer espectáculo unitario dividido en cuatro partes: Primavera, Verano, Otoño, Invierno, cada uno con su vestimenta. Al año siguiente regresó Jaime Roos de Europa trayendo el tema Adiós juventud, que grabamos con La Falta. Fue un boom. El glorioso carnaval de 1984, enarbolando las tacuaras artiguistas, Brindis por Pierrot en 1986. En esa época escribo La hermana de la Coneja y Que el letrista no se olvide. Elbio Acuña escuchó la canción y me ofreció probar suerte como redactor.
-Justo en Punto que le dicen la escuelita.
-Y con toda justicia, porque formó a excelentes publicistas de este país. Allí aprendí a desarrollar una estrategia creativa, a relacionarme con los clientes. Elbio fue mi maestro. También Juan Andrés Morandi, a quien extrañaré mientras viva; Ernesto López, creador del logo del Gallito Luis; Hugo Burel, Michel Visillac. ¡Un plantelazo! Mi mérito fue haber aprendido bastante rápido. El broche de oro para aquella relación laboral y humana fue “Los canillas del país”, luego nominado por los propios colegas como el aviso más creativo de los últimos treinta años. Elbio quería algo distinto para El País, bien popular. Llamé a Jaime. Nos encontramos en su oficina y le conté. Mientras nos tomábamos unos “té con hielo” salió la primera frase, la punta de la madeja: ¡Quiero escuchar el grito del canilla!
-Vista en perspectiva, fue la mejor forma de publicitar un diario.
-El creativo es un lector de la gente, que le va robando ideas al pueblo, con intuición y sensibilidad cultural; aunque a veces también te das la cabeza contra la pared. El “Canilla” tuvo música de Jaime y letra mía. Cuando se la presentamos a Daniel Scheck, otro creativo espectacular, se emocionó tanto que se quedó sin palabras. Pero con lágrimas que hablaban. Fue un gran guión de Juan Andrés Morandi, en el que también colaboraron Hugo Burel y Michel Visillac: la noche, el boliche, las vías del tren, las prostitutas, el carnaval, el tipo que mira a la cámara y putea; lo mostramos todo. Aunque parezca mentira, hubo un ejecutivo de la empresa que dijo que eso no era Uruguay: porque nunca había salido de Carrasco. Entonces, llamé al canillita de la esquina y le mostré la película. El hombre la miró callado y susurró apenas un “está bueno”. Pero al otro día vino a decirme: “Raúl, está espectacular, ése soy yo”. El tipo se había tomado su tiempo para valorarlo. Hasta ese momento El País no estaba posicionado como un diario muy popular, pero ese aviso lo logró. Lo filmó otro grande: Leo Ricagni. Estábamos todos en el lugar justo, en el momento justo.
-Uno tiene la sensación de que 25 años después, todavía funciona.
-Lo que trasciende la superficie de la moda funciona siempre. Lo mismo ocurre con la murga: El couplé del poder fue escrito hace veinte años y sigue vigente. Los clásicos populares tienen eso, despiertan sentimientos profundos y eternos. Como el Uruguayos campeones o La despedida de los pájaros, de Carlitos Soto, de 1972. Cuando lográs llegar al alma, el mensaje no se va más del corazón de la gente.
-¿Hubieses podido gestar “Los canillas del país” sin experiencia murguera?
-Nunca lo oculté: sin la murga, difícilmente hubiera llegado a la publicidad. Tengo una frase de cabecera, porque me gusta viajar: no te quedes en el hotel. Eso quiere decir que es necesario ver, caminar, conocer, arriesgarse, vivir. Somos viajeros del tiempo y del espacio. No te quedes en el hotel, aprovechá el espacio, navegá, porque el tiempo algún día se va a terminar. Lo que me dieron la murga y la publicidad fue un conocimiento del mundo que me ayuda a elegir. Y crear es elegir. A mí me gusta mucho leer, pero más me gusta vivir, observar, escribir. Anoto todo en papelitos, los voy mirando, mezclo una idea con otra, unas sirven, otras no. Es como la vida. Soy un bohemio en mis gustos y en mi fascinación por las cosas sencillas, pero para disfrutar la bohemia debo ser ordenado. Tengo dos empresas, la agencia Escenario, reconocida y en ascenso en el mercado de la comunicación, y la murga Falta y Resto, una prestigiosa marca del entretenimiento en el Río de la Plata. Pero lo más hermoso, importante y eterno que tengo, lo que me hace más feliz, es mi familia: cuatro hijos alucinantes, tres nietas mágicas y una nuera maravillosa.
-¿Cuándo diste el salto a Escenario?
-Todo comenzó por Américo Signorelli, periodista y amigo, que trabajaba en Abulafia Automóviles, donde también era vendedor Gregorio Pérez. Una tarde de 1990, me invitó a tomar un café con Eduardo Abulafia, que me pidió una mano con la publicidad. Trabajaba de seis a ocho de la mañana como publicista de Abulafia y a las nueve entraba en Punto. A los quince días me di cuenta que ganaba más que en la agencia. Entonces me encuentro con mi actual socio, Miguel López, que había sido compañero en el grupo de Creación y testimonio. En ese momento se estaba yendo de un laboratorio, así que lo invité a ayudarme. Cuando me iba de Punto, me llegó una propuesta de Elbio para ser su director creativo, y me firmó un cheque en blanco. Se lo agradecí enormemente, pero era un tema de crecer, de no tener techo, de andar a la intemperie. Me dio un abrazo y me auguró éxitos; para mí ésa fue una buena punta, porque Elbio tiene un olfato increíble. Escenario arrancó con una sola cuenta, en el living de mi casa, de Cipriano Payán y Barreiro, pero enseguida conseguimos a la Óptica Ariel. Hicimos un aviso que nos abrió la cancha, y que nos demostró que la agencia iba a ser buena. Ellos no podían hacer media página en un diario, así que creamos un tres por diez, cuyo titular era: “Hojo”, así con H. Luego el texto aclaraba: “Que no le vendan cualquier cosa. En cristales, lo más claro es la experiencia”. Empezaron a vender y vender, y enseguida vinieron más clientes: Médica Uruguaya y Tenfield, entre tantos.
-Tenfield debe ser una cuenta muy compleja, porque tiene muchos problemas de imagen pública.
-Es una empresa controvertida. El problema es que en un país tan pequeño como Uruguay, un hombre exitoso como Paco Casal, que no es de una familia perteneciente a las élites económicas y sociales, es juzgado antes que nada por su estética. Tiene una imagen muy vulnerable, por sus gustos y su forma de hablar. Si perteneciera a las clases históricamente dominantes, si en lugar de ayudar al Tito Pastrana a sacar La nueva milonga, hubiese sido colaborador de la ópera, las clases media, media-alta y alta del Uruguay lo hubiesen valorado distinto. Tenfield tiene una imagen de muy difícil contención. La inmadurez del principio agudizó ese problema; se comunicaron de manera disociada y tuvieron algunos gestos que no debían. Nuestro trabajo es ayudarlos a reposicionar un buen producto, que hace mucho por la cultura popular y su difusión. Hay una cuestión ética: jamás asesoraría a un cliente cuyos productos no quisiera para mi familia. A más de una propuesta le he dicho que no, porque no me convencía. A los cigarros les digo que no, por ejemplo. También ha venido mucha gente de bien, pero que participa en ideas políticas que no comparto; no acepté el trabajo aunque estaba muy bien pago. Jamás promocionaría a un candidato que no votase. El buque insignia de la agencia es Médica Uruguaya. Con ellos hicimos campañas de resultados insólitos, con el objetivo de captar socios jóvenes. En el éxito fue fundamental la gente de la Médica, porque escucha nuestras propuestas y las enriquece con un gran sentido del marketing. Pasamos de 40.000 a 220.000 socios en plena crisis del mutualismo. Éste es un trabajo en el que necesitás convencer. Si vos no comprás el producto, la gente menos. Es la primera pregunta que le hago a los muchachos de la agencia: ¿compraríamos o no? No aceptamos cuentas que son pan para hoy y hambre para mañana. Una política que nos da muy buenos resultados.
-¿Cuánto te importan los premios?
-Siempre es bueno medirse frente a un jurado. También estoy convencido de que el mejor juicio es el éxito de los productos que ayudo a vender. A veces, una Campana de Oro puede hacerte creer que hiciste las cosas bien, pero resulta que el dinero que te confió el cliente se evaporó y la comunicación no logró sus objetivos, o sea que su producto no se vendió. Vos te quedaste con la gloria y el cliente sin plata. Para conseguir gloria me puse la camiseta del Auriblanco o de Tabaré. Para conseguir gloria me subo al escenario a cantar con la Falta. En la agencia salgo a buscar resultados y a cuidar la marca y la inversión de mis clientes. Escenario está diseñada para vender con la menor inversión posible; que cada peso del cliente rinda al máximo, en creatividad y en retorno económico. Es la ecuación. Si hay que batallar los premios, se hará, pero los anunciantes vienen en busca de rendimiento para sus negocios. Si viene un cliente y me confía 50 mil dólares para invertir en vender un grabador, mi obligación no es pensar en mi gloria, sino en la gloria del grabador.
-Es una agencia de bajo perfil, aunque tú tienes una imagen muy poderosa en la cultura popular.
-Y no está bien. Hace un tiempo hubo una encuesta sobre los diez mejores creativos del país, y yo estoy en el quinto puesto. Pero la mayoría no sabe que soy el director de Escenario, que está en el lugar vigésimo. Nunca utilicé a la agencia para publicitar a la murga. Es un error que estoy tratando de corregir. Mi obligación es asociar mi imagen personal con la de la empresa, pensando en el trabajo de todos los compañeros.
-¿Cuánto te moviliza la comunicación política?
-Me fascina. Desde 1968, milito, actúo, con la murga y con la agencia. ¿Qué es una murga sino una comedia musical política? La diferencia es que en la murga soy yo quien define los objetivos, pero en la agencia es el cliente quien los plantea. Tengo la cuenta de Danilo Astori, desde el principio de Asamblea Uruguay. Me considero un ser esencialmente político.
-¿Astori es un buen producto?
-Es el mejor. Quizás no sea el más popular, porque nuestro mapa político es muy entreverado. Tiene excelentes características como conductor de una nación. Es inimitable como estadista: seriedad, confiabilidad, rigurosidad, inteligencia estratégica y una terrible sensibilidad estética. El problema es que los uruguayos somos muy categorizadores. Se dice que Danilo sabe mucho de economía, pero enseguida viene el bolazo: es soberbio. No es verdad, sino que lo que tiene es seguridad en lo que dice. Tiene un perfil poco frecuente para los políticos: sabe de lo que está hablando. Danilo es un tanto tímido, justamente por modesto. Hasta hace poco llegaba medio escondido a los actos. No es de los que anda a los besos y abrazos, como el político desfachatado. Creo que ha evolucionado mucho, pero nunca será populista. Por su propia formación está acostumbrado a no decir lo que la gente quiere, sino su verdad.
-¿Le pusiste el nombre a su lista?
-Fue Escenario, no yo. En 1994 le aconsejamos dar una imagen del siglo XXI, por eso el número de lista, que además es muy recordable. La 2121 es hoy una marca política. Nos hicimos amigos a través de la murga, en el Club Malvín, cuando todavía era candidato de todo el Frente. El concepto de Asamblea Uruguay es muy democrático y contiene a todo el país. El jingle de la última campaña fue de mi hijo Felipe, y el slogan, “Vamos por más”, lo eligió Danilo entre cuatro que le propusimos.
-¿Consigues muchas ideas haciendo deporte?
-Las mejores ideas me surgen corriendo por la orilla del mar. Yo vivo en el Águila de Villa Argentina, y corro 20 kilómetros por la playa dos veces por semana. Llevo conmigo un grabador al que le confieso mis ideas. Es mi estado “alfa”. Luego me siento en la computadora y las desarrollo. Además entreno básquet tres veces por semana en Bohemios, juego con los mayores de 45 años de Biguá y con los mayores de 55 de Urunday. El deporte es mi vida, mi sostén, un beneficio mágico.
-¿Cómo están relacionadas la creatividad publicitaria y el carnaval?
-Murga y publicidad no están separadas. Cuando encontrás una idea para un couplé, la letra de una canción o un aviso, hay un proceso creativo similar. La publicidad es creatividad guiada hacia un fin concreto: vender un producto o una idea. En cambio, en la música la historia es trasmitir sentimientos. El beneficio de la publicidad es económico y efímero. El arte te da satisfacciones que el dinero jamás puede pagar. Siempre digo que me estoy entrenando para hacer las mejores letras cuando hago un aviso; y cuando escribo una letra de murga estoy registrando ideas para la publicidad. Yo soy un centrehalf de la comunicación. Distribuyo juego. Cada tanto, si me habilitan bien, meto un gol de cabeza o de afuera del área, pero lo mío es dar el pase de gol, la asistencia, como le dicen ahora. Es lo que más me divierte. Hay dos palabras mágicas que sirven tanto para la murga, como para la publicidad: creatividad y austeridad. Si un aviso no es simple y claro, no funciona. Si una murga no es austera, puede llegar a ser patética.
-¿Te sientes heredero de Carmelo Imperio: publicista y murguero?
-Cuando entré a trabajar en Punto, ya era carnavalero. Un día salía de la sede de DAECPU, cuando Don Antonio Iglesias, director de Los Diablos Verdes, me paró en la entrada para preguntarme si un aviso que había visto era mío. Le respondí que sí y entonces vaticinó: “vas a ser como Imperio, carnavalero y publicista”. A mí se me puso la piel de gallina. Sé que nunca voy a alcanzar la estatura de Don Carmelo; la comparación apenas vale porque ambos somos hombres de la cultura popular que llegaron a la comunicación publicitaria.
-Contanos una idea.
-El inolvidable Dalton Rosas Riolfo, un prohombre de la cultura popular y un amigo de aquellos, una noche en el tablado de Tabaré me saludó y me gritó: “¡Raúl, que el letrista no se olvide!”. Yo le respondí al toque, con un abrazo de aquéllos: “¡Gol! Gracias Dalton querido, ésa me la llevo”. Y me la llevé nomás. Así nació Que el letrista no se olvide.
-“En publicidad hay que estar muy abierto y muy atento. Si alguien te da un argumento que derrumba tu teoría, aceptalo; nunca hay que afirmarse en conceptos que no sirven.”
-“En publicidad hay que estar muy abierto y muy atento. Si alguien te da un argumento que derrumba tu teoría, aceptalo; nunca hay que afirmarse en conceptos que no sirven.”
El retiro
-“En 1986 sonaba Brindis por Pierrot por todos lados. La Falta en el carnaval había matado. Salimos quintos o sextos, porque siempre tuvimos dificultades para ganar premios. De todas maneras lo bueno permanece, y el tiempo le da la razón; saber eso minimiza los supuestos fracasos puntuales. Ese año me llevó Washington Poyet a jugar a Colón. Hicimos una campaña de mitad de tabla. Quedaba el último partido contra Defensores de Maroñas, en la cancha de Montevideo. Hago la quinta falta, y en el impulso caigo junto al banco de suplentes de nuestros rivales. Suena la chicharra. De pronto surge una voz desde atrás, desde el propio banco de Defensores, que canturrea: ‘¡Me voy!, como se han ido tantos’. Esa voz fue la que decretó mi retiro del básquet. Fue mi último partido como profesional."
-“A mis hijos y nietos siempre les canté y les canto el jingle de Alejandro Vascolet. Es uno de los avisos más fascinantes de la historia de la publicidad uruguaya, con un valor intemporal."
Peñarol
-“Cuando hicimos la campaña social del club conseguimos 4.000 socios, pero tenía abierta la puerta del fondo: mientras entraban unos, se iban otros. Peñarol es la mejor marca del país. Lo más importante que tiene una marca es su nivel emotivo. Peñarol es una empresa de entretenimiento. Hay que fabricar productos y venderlos. Peñarol trasmite una pasión eterna, que jamás se cambia. Podés cambiar de pareja, de partido político, pero a Peñarol no lo abandona nadie.”
-“Todas las mañanas escucho el informativo de la Montecarlo y a veces me prendo con Aquí está su disco; hay que agarrar la ventanilla de lo popular para ver y vivir la realidad."
-“Todas las mañanas escucho el informativo de la Montecarlo y a veces me prendo con Aquí está su disco; hay que agarrar la ventanilla de lo popular para ver y vivir la realidad."
Europa gira
-“En la Argentina somos muy populares, tenemos un prestigio muy grande. Desde hace once años damos unos cincuenta conciertos anuales por todo el país. Hemos cantado por todas las provincias, cada vez con más público, cada vez con mayor intensidad. Lo de Europa fue distinto. Arrancó en 1992 cuando nos invitaron a un congreso de teatro callejero en Sheffield, Inglaterra. Fueron 45 días, 30 ciudades, diez países, 60 toques. Cantamos en Picadilli, en la Plaza Mayor de Madrid, en la ramblas de Barcelona, en el Ponte Vecchio de Florencia, la Plaza San Marcos de Venecia, en Francia, en Suecia. No fue una gira comercial. Nos llevaban a las grandes universidades, a los centros culturales, a los clubes uruguayos.”
-“Nadie te aplaude por los avisos o las canciones que hiciste. Te aplauden por las que tenés que hacer. Es la vida.”
1 comentario:
Todo me coincide sobre lo que pienso de lo criterioso de estas palabras que no casualmente son de quien es el autor del cuplé del timbero también!
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