Muy joven asumió el desafío de renovar una tradición de más de medio siglo liderada por su
padre, Luis Caponi, y por un intelectual de la comunicación, Raúl
Barbero, fundadores de la agencia Ímpetu, y por décadas fueron memoria viva de los precursores de la publicidad uruguaya. También fue testigo de un tiempo de cambios, desde la
improvisación intuitiva a la ciencia de la comunicación que poco, o
nada, deja librado a la inspiración. “Estar en el medio es muy
complicado, porque vivo entre dos fuegos: la intuición genial de mi
padre y la formación académica de quienes vienen empujando”,
asegura el ejecutivo que se inició en Ímpetu cuando era una empresa
nacional a la que transformó en una socia muy visible de la
multinacional Publicis. Desde su formación en marketing, que siempre
agradecerá a Nestlé, su primera campaña –“Alejandro Vascolet”,
un ícono de la comunicación comercial del país– hasta el León
de Oro de Cannes ganado por la agencia con la promoción “El Chaná
te lleva a cualquier parte menos a Alemania”, ha tratado de
cultivar un bajo perfil acorde con estos tiempos de corporaciones.
“El hijo de… a veces no funciona, pero en este caso dio su
resultado y la siguiente generación ha ido creciendo y es mejor que
nosotros”, afirma quien les abrió el camino, pero sin abandonar su
papel de referente de una empresa líder.
Sobre la base de la entrevista realizada con Alexis Jano Ros para el libro Publicistas, Historias & Memorias (Ediciones del Aprendiz, Montevideo, Diciembre 2010), actualizada en 2016.
-Hijo
de publicista, padre de publicistas, de alguna manera eres el jamón
del sándwich.
-Es
el peor lugar, porque el mercado primero me comparó con papá y
ahora mira en función de lo que hacen mis hijas junto a Mario
Taglioretti y Esteban Barreiro, que son excelentes. Jamás competí
con nadie, porque soy como soy, como cualquier ser humano. Mi inicio
fue un tema familiar y de contaminación paterna. El hijo de… a
veces no funciona, pero en este caso dio su resultado y la siguiente
generación ha ido creciendo y es mejor que nosotros. Estar en el medio
es muy complicado, porque estoy entre dos fuegos: la intuición
genial de mi padre y la formación académica de quienes vienen
empujando. María José tiene mucho de mi padre: ambos son
competitivos y seductores. Son muy parecidos
también en lo físico: ella tiene la cara de Luis, y es más alta
que yo. Me cruzo con colegas que no me quieren del todo, pero que
aprecian a María José y me encanta. Mario y Esteban forman la mejor
dupla creativa del país, y se complementan a la perfección con
María José. Ellos lideran la nueva generación de la agencia.
-La
publicidad está en tu ADN, y se lo trasmites a los tuyos.
-La
agencia fue fundada el 1 de agosto de 1955, por mi padre, Raúl
Barbero y también estaba Sergio Patalagoity, que era un muchachito
de 18 años. Yo nací dos semanas después, en mi propia casa.
Vivíamos en el quinto piso del Edificio Barcelona, de Agraciada y
Venezuela. Antes era una práctica usual; ese mismo día estaban
trabajando los tres. Todavía no tenían oficina. Al lado del
dormitorio donde yo nací estaban haciendo bocetos. Mi padre vivió
con pasión lo que hizo y siempre lo trasmitió a toda la familia, Yo
soy totalmente distinto. María José estudió Comunicación y ahora
está en la dirección de la agencia, la segunda
es economista; la tercera hizo Sociología, y ahora está en la
central de medios. Pero yo no llego a casa y contamino con
publicidad. Me preparé para ser abogado, pero a los 18 años ya
estaba en la agencia; era inevitable. Soy de la generación bisagra,
que no se formó en la universidad pero que aprendió marketing
viajando y trabajando. Siempre estuve muy atento a lo que decía mi
padre, a Barbero, y en especial a los consejos de Sergio; un
compañero querido y una referencia directa en el día a día: un
gran amigo, y un hermano mayor.
-¿Barbero
o Caponi?
-Me
saco la camiseta del hijo y digo: cada uno fue genial en su trabajo.
Caponi fue un vendedor nato, con olfato y mucho sentido común. El
mismo sentido común que tenía Raúl para la creatividad, con su
cultura infinita. Ellos son excelentes ejemplos de la publicidad del
pasado, muy pegada a lo que hacían los dueños de las agencias. Hoy
se puede ser director o gerente de una empresa muy importante, pero
el perfil depende del socio internacional. Antes era más
unipersonal. Las empresas modernas basan todas sus decisiones en la investigación.
En aquella época lo único que había era intuición y mucha
capacidad de convencimiento; los anunciantes eran casi todos
nacionales. La publicidad de Barbero y Caponi era un negocio de 360
grados, que les obligaba a hacer de todo: cuentas, estrategia,
creatividad, medios. Hoy existen las especializaciones.
-¿Cuál
fue la mayor virtud de la dupla?
-La
capacidad de innovar, de arriesgar, y de conseguir objetivos. Ímpetu
fue el nombre más importante e influyente de los inicios de la
publicidad televisiva. Hubo otros colegas que participaron en
aquellos primeros tiempos. Pero ellos vieron la oportunidad en toda
su dimensión. La televisión cambió hábitos muy arraigados en la
radio y la prensa, pero al principio no se veía como una tendencia.
Luis y Raúl se dieron cuenta de que ese nuevo medio iba a cambiar la
historia del entretenimiento. También hubo mucho valor en las
marcas: Bracafé, Vascolet, tantas otras. Fue una magnífica
aventura, que pasó por la credibilidad. Me acuerdo de la casa de mis
abuelos, en La Comercial, en la calle Joaquín
Requena. Los viejos tenían un largo zaguán y al lado estaba su
dormitorio, con ventana a la calle. Nosotros íbamos todos los
domingos a almorzar, como buena familia italiana; una tradición que
siguen mis hijos. Mi padre les regaló a sus padres un televisor,
cuando era una rareza. Ellos lo pusieron en el dormitorio y cuando
abrían la ventana, una multitud de vecinos se paraba en el balcón
para mirar. Así fueron los inicios. Pero ¡ojo!, que Ímpetu también
trabajó mucho en prensa y radio, que todavía hoy siguen siendo
medios importantes, pero tuvieron ese genio para apostar a la
televisión, en tiempos cuando no existía investigación de mercado,
ni de cobertura, ni de público objetivo. No era sólo un tema de
negocio, sino además de ver por dónde iba a cambiar la cabeza de
los consumidores. Es algo parecido a lo que sucede hoy con Internet.
-¿“Alejandro
Vascolet” fue el trabajo de tu vida?
-Es
una marca demasiado fuerte en mi trabajo y mis afectos. Cuando entré
en la agencia era un momento de transición de Vascolet: de un polvo
achocolatado más a una marca. Estuve en la creación de la campaña,
desde un principio, cuando se presentó el proyecto: yo era el
ejecutivo junior de la cuenta. Viví el desarrollo de la pieza, desde
adentro. Hice toda la caminata por la pared de Alejandro, desde el
primer paso. Desde hace un tiempo otras generaciones manejan la
cuenta, pero cuando piensan en una extensión de línea es seguro que
me consultan. Cuando hay un producto tan exitoso siempre está el
riesgo de que un exceso de cambios pueda desposicionarlo. Alejandro
sigue haciendo historia, pero hubo otro aviso que a mí me pegó muy
fuerte: Constanza, la nenita del 12. Fue un hallazgo de Sergio
Patalagoity, una intuición maravillosa que supo colocar al canal en
el corazón del público. Nosotros dejamos la cuenta, ellos
cambiaron, pero tengo la certeza de que jamás hicieron otro aviso
así. ¡Y fue hace treinta años!
-Pero
nada como Alejandro, quizá, el personaje más perdurable de la
publicidad televisiva uruguaya.
-Lo
presentamos en 1974, en ocasión del Mundial de Fútbol de Alemania.
La agencia se encargó de su desarrollo, de su comunicación, de su
evolución, y con el paso de los años estilizó su figura y le
incorporó color. Con Alejandro, que se hace en dos piezas,
ingresamos en el concepto de energía. Una era más real, en forma de
clip, pero que ya era muy rupturista, con niños jugando en una
historia tangible. La otra era más intangible: el sueño del niño
que camina por la pared. No había video, se hacía en dieciséis
milímetros. Yo operé el proyector, con un sinfín preparado. Cuando
largué las dos películas, Homero Fernández y su hijo quedaron
mudos. Luego hicimos cortos temáticos: el fútbol con Pelé,
basquetbol, ciclismo.
-¿Quién
decidió el nombre?
-Fue
el músico Eduardo Shejtman, creador del jingle. La agencia tenía un
cliente, Alejandro Halegua, dueño de Halson, la textil que fabricaba
los vaqueros Lee. Había una muy buena relación, porque le hacíamos
campañas que ganaban premios y vendían. Cuando surgió el personaje
de Vascolet, en el Departamento de Arte de la agencia, Eduardo dijo:
¡Alejandro, que camina por la pared! Shejtman empezó con los
jingles y la productora argentina Ceretti transformó el dibujo en
película. Halegua se sorprendió cuando vio el corto. Vascolet sigue
existiendo porque es una marca de acero, pero también porque Nestlé
la protege con una sombrilla. Sus grumos forman parte de la cultura
nacional. Al principio Nestlé lo puso a competir con Nesquik, que es
un producto muy moderno, de fácil disolución, pero los niños
uruguayos prefieren los bigotes de chocolate. Es un caso único en el
mundo. Lo insólito, lo admirable, es que un mercado tan chiquito
defendió los valores de una marca nacional y un desarrollo
tecnológico nacional.
-¿Ímpetu
creció con Bracafé y Vascolet?
-Crecimos
con ambas marcas y con su creador: Homero Fernández, un cliente
inolvidable y el empresario más innovador que conocí en mi vida.
Homero y Luis fueron tan amigos porque se parecían mucho. Forman
parte de una historia de otro tiempo. Pero también es verdad que la
empresa se desarrolló con Nestlé y que mi formación profesional
mucho tuvo que ver con esa multinacional suiza. Dos gerentes de la
compañía, Luis Escandel y Rafael Odón, me ofrecieron un
aprendizaje en la Argentina. Me fui a Buenos Aires, en 1981, para
hacer mi primer entrenamiento en investigación de mercado. Recuerdo
que llegué al área de merchandising de traje y corbata y estaban
todos de vaqueros. Como excepción esa primera vez me mandaron a una
bombonería de Callao, pero me pidieron que al otro día fuera
vestido para trabajar. Recorrí toda la periferia bonaerense, iba a
supermercados de la provincia. Fui de entrenamiento, pero era un
funcionario con todas las obligaciones. Luego estuve en ventas, pasé
por Rosario y Córdoba y finalmente al Departamento de Marketing. En
ese año comprendí cuál es el secreto de su éxito planetario.
-¿Cómo
fue la transición de Barbero y Caponi a la agencia multinacional?
-Fue
el paso del contacto al estilo de mi papá, como amigo de los dueños
de empresas, hasta los actuales gerentes. Barbero y Caponi son dos
genios que se dieron cuenta de que debían mantener su posición de
liderazgo pero también permitir los cambios. Los nuevos clientes les
tiraban conceptos que no entendían, aunque se trataba de lo mismo
que hacían desde 1955. Un día mi padre viene y me dice con total
sinceridad: “no sé qué es eso del briefing, no es para mí”. Y
me pidió: “hacelo vos Jorgito”. Así comenzó mi trabajo. Mi
perfil es muy claro: al cliente me gusta matarlo a servicios. Puedo
empezar a las siete de la mañana y terminar pasada la medianoche.
Así pude diferenciarme de mi padre. Hoy la protagonista es mi hija
María José, que tiene una personalidad tan poderosa, que se quedó
con la imagen institucional de la empresa, y está bien. Mi bajo
perfil llega a límites increíbles, tanto, que mucha gente del medio
no me conoce la cara.
-¿Cómo
recuerdas la sociedad de Ímpetu con Ferrero y Ricagni?
-El
acuerdo fue firmado en 1985, cuando pasamos a llamarnos Ímpetu
Organización Publicitaria. Pasamos de cuatro a seis socios: un
formato muy complicado. Nos mudamos de San José y Convención a 18
de Julio y Yí. Después el Gordo Juan Carlos Ferrero se abrió, y
nos trasladamos a Colonia: pisos siete, ocho y barbacoa. Fue una
locura de mi padre, que como casi siempre le salió redonda. Al poco
tiempo de mudarnos, Carlos Ricagni se fue como gerente a McCann. A
los 32 años me dieron el manejo total de la empresa.
-¿Fue
una buena experiencia?
-Con
la relatividad que tiene todo lo bueno de la vida. El Gordo Ferrero
es un talento creativo y Carlos es un excelente plainnig, un muy buen
estratega. El acuerdo funcionó muy bien. Se juntaron cuentas y dos
estructuras que ya eran grandes.
En realidad, fue demasiado para un ambiente tan pequeño. Juntamos en
la misma cartera a Nestlé, Unilever, Johnson & Johnson, y
podemos seguir nombrando. Por entonces tuvimos nuestras primeras
experiencias de asociación con multinacionales. Con Ferrero &
Ricagni llegó BBDO, con la que colaboramos, pero nuestro primer
acuerdo internacional fue con Lintas una agencia cautiva de Lever,
hasta que la compró McCann. Luego se asoció con Lowe, que aquí es
Ginkgo, para llamarse Lowe Lintas. Cuando desapareció Lintas ya
teníamos el ofrecimiento de Publicis.
-¿Hubo
que convencer a Luis Caponi?
-El
ya no estaba, porque se retiró definitivamente en 1995. Cuando se
hizo el acuerdo con Publicis, sabíamos que se ganaban y se perdían
cosas; pero en Uruguay la agencia sigue siendo Ímpetu. Después te
das cuenta que el alineamiento era necesario, porque por más talento
que tengas, la mayoría de los grandes clientes locales fueron
comprados por multinacionales; entonces, hay pocos anunciantes que no
tengan que ver con la globalización. Al principio no le gustó, pero
después lo comprendió. El alineamiento no es una estrategia que
nazca de una necesidad local. Es una tendencia mundial.
-¿Te
gusta la publicidad uruguaya?
-Ha
mejorado mucho, aunque es irregular. Hay muy buenas ideas, unas
cuantas se concretan, pero muchas más quedan en el camino por falta
de recursos. La idea sola no alcanza; si no está bien producida es
muy probable que fracase.
-¿Cuánto
influye la formación universitaria en el trabajo de todos los días?
-La
academia acelera el proceso de profesionalización y permite un mejor
diálogo entre agencia y anunciante, porque ellos también están
mejor formados. También digo que todos los licenciados estudian lo
mismo, en los mismos libros, pero en la práctica llegan muy pocos.
Yo creo que hay gente que nace para este negocio y gente que no, y
por más que estudie, si no tiene talento, es difícil que llegue. Lo
mismo pasa en otras carreras, hay tipos que son genios y tipos que
son grises. Yo tengo tres hijas formadas en distintas áreas. Si
ellas hacen la diferencia es por su talento y porque lo llevan
adentro.
-¿La
política es un desafío de crecimiento o un dolor de cabeza?
-Jamás
hablo de publicidad política como especialidad, sino de publicidad
que se hace con personas: políticos, religiosos, artistas. La otra
es la de las marcas, los objetos, los servicios. La gran diferencia
es que cuando el producto no se mueve, lo movés vos, lo corporizás,
le das vida; sos el responsable de posicionarlo en busca de crear un
sentimiento. Cuando el producto es un ser humano tiene sus altibajos.
En política lo peor que se puede hacer es maquillar al candidato.
Siempre hay que estar atento, porque surgen variables sorpresivas que
no controlás. Con un producto comercial, siempre llegás a un
acuerdo con el gerente de marketing y podés controlar el 90% de la
campaña. En todo caso, la variable más dudosa es el precio, porque
hace a la competencia sensible con otras marcas. El político debe
tener mucha disciplina para que la publicidad funcione bien; siempre
estará enfrentado a hacer cosas que no le gustan, pero que son
necesarias. El tema político es apasionante. Me genera mucha
adrenalina, un nerviosismo muy especial, que me gusta, y un contacto
en el día a día. Mi experiencia, que es de perfil bajo, fue sólo
de relacionamiento con alguien a quien conocí caminando por la
rambla, cuando era senador: Luis Alberto Lacalle. Cada vez que me
llama, estoy. No he realizado otros trabajos de publicidad política,
y prefiero no recibir ofertas. Cuando asesoramos a un político no
alcanza con contratar una boutique creativa para hacerle buenos
avisos. Nosotros hicimos para Lacalle algunos comerciales muy
elogiados, por ejemplo el de las rejas, que te hace sentir que estás
encarcelado mientras los delincuentes están libres. Pero no alcanza.
También hay que trabajar en la organización de los actos, en la
prensa que es muy importante y no lo maneja la agencia.
-¿Dónde
estabas cuando tu padre creó el “Wilson gana” en 1971?
-No
fui protagonista, para nada. Fui a los actos de Wilson, algunos
memorables, siempre para acompañar a papá. Estuve en aquella
caballada de Tacuarembó, ¡que fue espectacular! Wilson tenía un
carisma terrible y una capacidad de trabajo inagotable; eran las
cuatro de la mañana y seguía escribiendo y leyendo. El “Wilson
gana” fue una genialidad y Ferreira Aldunate además era un
excelente producto. Creo que es el mejor slogan de la historia
política moderna, pero además del genio de papá, necesitó que
hubiera un anunciante talentoso que aceptara la propuesta, que por
entonces era arriesgada. A mi viejo se le ocurrió por una pelea de
Mohamed Alí. Una tarde estaba reunido con Barbero en un boliche y se
pone a escribir textos en una servilleta. Le salía uno y se lo
mostraba a Raúl: “Segundos afuera: Wilson y Carlos Julio ganan”.
Ahora lo vemos como un golazo, pero los dos tuvieron miedo antes de
mostrárselo a Ferreira Aldunate. Primero hablaron con Juan Raúl,
que era uno de los responsables de campaña, y lo convencieron;
recién después fueron a la casa de Ferreira Aldunate. Mi padre lo
encaró, y con el empuje que tiene, le anunció que desde ese momento
en adelante iba a ser Wilson; él lo quedó mirando, en silencio, y
la única duda que tuvo fue: “¡pah, Caponi!, es muy de la calle,
me van a matar los senadores”. Estaba preocupado por lo que iban a
decir sus colegas. Le preguntó a Barbero: “¿Corro o no corro el
riesgo?”. Barbero asintió y Wilson aceptó: “Caponi, meta para
adelante”. En ese entonces, todavía lo trataba de “usted”.
Luego de la dictadura volvió enfermo y nos quedamos con las ganas de
verlo gobernar. Lo mismo le pasó al general Liber Seregni. Cuando
pienso en la trayectoria de ambos, más siento que lo de Lacalle fue
fantástico: presidente a los 48 años, luego de un siglo de poder
colorado, y luego de las disputas internas causadas por la muerte de
Wilson. No soy blanco ni colorado; mi abuelo Luis Caponi Marini era
batllista. No soy votante de partidos, sino de personas y proyectos.
-No
te gusta ir a buscarlos, pero, ¿tampoco te interesan los premios?
-Me
gusta ganarlos porque te aportan prestigio y te acercan clientes,
pero les adjudico validez en función de los objetivos del
anunciante. Lo que no me parece bien es que se premie avisos que se
hacen por fuera del mercado, sólo para ser presentados en concursos.
El diferencial creativo es el último eslabón de la cadena
publicitaria luego del planteo estratégico. Un caso es el León de
Cannes que ganamos con El Chaná, el primero y único de Uruguay
hasta la fecha, en la categoría Promociones. Nuestro objetivo fue
vender café en un mercado donde el negocio se había caído al piso.
Nos presentaron un briefing muy ambicioso, porque nos pedían que
saliéramos de las promociones tradicionales de las latas. Y algo
más. Ese año Nestlé no ganó ningún premio mundial. Después de
Cannes, el director regional de Nestlé nos pidió prestada la
estatuilla porque quería sentirla en la mano. Creo que así
mostramos a Uruguay en el mundo.
-“La
dupla de Barbero y Caponi es la más perfecta, y más exitosa, de la
historia de la publicidad uruguaya.”
-“Papá desarrolló su empresa cuando la clave era estar en la foto, pero yo le escapo a los flashes porque formo parte de una corporación que nos exige un perfil bajo.”
-“Papá desarrolló su empresa cuando la clave era estar en la foto, pero yo le escapo a los flashes porque formo parte de una corporación que nos exige un perfil bajo.”
¡Esto
es intomable!
-Tal
el comentario de Luis Caponi luego de probar una muestra del recién
creado Bracafé, con agua, cuando aún evolucionaba entre pruebas de
color, textura y sabor. “Usted siga adelante con la planificación
de la campaña que nosotros lo mejoraremos”, fue el compromiso de
Héctor Homero Fernández, propietario de la fábrica que comenzaba a
solubilizar café. Pocas semanas después, Caponi fue a visitar a
Fernández a su casa de Atlántida. A la hora del desayuno probaron
la fórmula corregida por enésima vez. Caponi lo bebió con cierta
desconfianza y no se atrevió a dar una segunda opinión. Fue en ese
momento que Fernández tomó una jarra de la mesa y lo invitó. “¿Y
si lo probamos con leche?”. A Caponi le pareció buena idea. Luego
de la primera degustación hubo un suspiro de alivio, un emotivo
brindis con tazas casi vacías y una decisión que acompañará por
siempre a la marca: “Bracafé con leche, es mucho mejor.”
Igualito
a Pelé
-En
marzo de 1959 hubo un concurso público de agencias de publicidad
para otorgar la cuenta del nuevo café instantáneo que Homero
Fernández había creado. Hasta ese momento, sus dos polvos
achocolatados, Copacabana y Vascolet, eran atendidos por Antuña
Yarza, pero ahora el desafío era diseñar una campaña que vendiera
un producto innovador. Al llamado se presentaron las quince mayores
agencias del país, las de más trayectoria, con las mejores
carpetas. Fernández seleccionó la propuesta de Ímpetu. Aunque la
primera nota sobre el novedoso producto fue publicada en el diario El
País, el 13 de octubre de 1958, recién a mediados del año
siguiente fueron pautados avisos de prensa, también en El País y en
la contratapa del célebre suplemento huecograbado de El Día.
Enseguida salieron tandas radiales en El Espectador y Carve y muy
pronto se lanzó una campaña televisiva: “Igualito a Pelé, el
negrito de Bracafé.”
Menos
a Alemania
-Ímpetu
realizó dos exitosas campañas para El Chaná, con el objetivo de
“mantener los símbolos de una marca con una tradición
maravillosa, con un edificio que es patrimonio de la ciudad, con el
carro de carnaval, con los murales pintados por Joaquín Torres
García. Y con un slogan poderoso. “El intenso sabor del café”.
Su más laureada promoción fue: “El Chaná te lleva a cualquier
parte menos a Alemania”. “Logramos aprovechar la que fue una
pésima noticia para los uruguayos, la eliminación del Mundial 2006.
Buscamos el humor y la originalidad y los resultados fueron
excelentes. Una muy positiva respuesta del público y premios
internacionales que ni soñábamos”, expresa Caponi. La campaña
fue ganadora del primer León de Oro de Cannes para un aviso
uruguayo.
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