A
punto de cumplir siete décadas de venerable juventud, el chivito,
“Rey de los sándwiches de carne”, mixtura de “Everest” y
“Titanic”, según el cocinero televisivo estadounidense Anthony
Bourdain, ha evolucionado desde la simpleza que concibió su
espontáneo pionero, Antonio Carbonaro, hasta la opulencia sin par
que acumula ingredientes diversos en un entrepan o un plato
arquitectónicos.
Sobre la base de la introducción del libro Chivito. El rey de los sándwiches de carne (Alejandro Sequeira, Armando Olveira Ramos, Ediciones de La Plaza, Montevideo, Octubre 2014).
Aquella
madrugada de julio de 1946, el legendario dueño del restaurante El
Mejillón de Punta del Este se vistió con ropas de chef para
ofrecerle a una clienta, presumiblemente, cordobesa, mendocina o
chilena, un emparedado de lomo vacuno y jamón, en un pancito roseta
enmantecado y levemente tostado al horno, que para satisfacerla llamó
con astucia “chivito”. Desde entonces, y hasta el último día de
su vida, en 2003, se atribuyó la innovación en forma de sándwich
que definía como un “recurso de sencillez bien entendida”,
mientras negaba que versiones similares fueran parientes de su
invención.
En
un país donde todo se pone en duda, sobre todo si es exitoso, nadie
discutió la gloriosa autoría de Carbonaro, aunque jamás registró
su “chivito”, que pronto se transformó
en un éxito gastronómico que se vendía de a mil por día, según
contaba su precursor. Un matiz entre la unanimidad es aportado por
Gustavo Laborde, investigador de la identidad uruguaya en la cocina, que
afirma que es una variante de sándwiches anteriores, los entrepans
catalanes, los bocadillos o bocatas hispanos, el panino italiano, la
baguette francesa, la hamburguesa también es anterior. —No es un
invento como tal —opina el antropólogo y periodista.
Con
el paso de los años y los cambios notorios, la receta fue
adquiriendo nuevas formas mientras expandía su volumen, en una
lógica acumulativa, bien
uruguaya. —Nos
gusta más la abundancia que los sabores, porque respondemos a la
cultura gastronómica de yuxtaposición de los bares,
donde reina el “recorte y pegue” —señala Laborde.
La
Vitamínica era una juguería de Pocitos que en 1949 ofreció por
primera vez un “refuerzo” de carne con jamón, queso y cebolla,
para ampliar sus servicios y inducir la sed de sus clientes. Uno de
sus mozos históricos, Ernesto Segond, asegura que allí se preparó
el primer chivito comprobado en Montevideo.
El
periodista Ángel Ruocco, descendiente de una familia vinculada a la
gastronomía desde el siglo XVIII, afirma que no es casualidad que el
chivito se popularizara a mediados del siglo pasado. En la segunda
posguerra mundial los mercados europeos comenzaron a cerrarse y fue
imprescindible estimular el consumo interno. —Mucho antes de que el
fast food a la
norteamericana, sinónimo de comida chatarra, invadiera estas
tierras, los uruguayos teníamos nuestra propia comida rápida, ésta
sí variada, rica, sustanciosa, delicada.
Una
nochecita de verano de 1951, un cliente del Bar Sirocco, por
entonces en Ocho de Octubre y Manuel Albo, se arrimó al mostrador
para solicitar unos chivitos “rápidos y ricos”. Lo atendió un
gallego de apenas veinte años, aprendiz de cocina, que armó uno con
lomo, jamón, queso, tomate, lechuga, mayonesa, y le agregó una
novedad importada que en la etiqueta decía “Canadian Bacon”,
traducido: tocino canadiense. Un recurso original, elogiado por el
cliente, transformado en una sugerencia de la casa que los mozos
solicitaban como “chivito canadiense”.
El
lomito importado pronto fue sustituido por panceta o tocino nacional,
pero el nombre le quedó para siempre. La leyenda comenzó a
desvanecerse antes del cierre del Sirocco, cuando el cocinero gallego
en 1963 fue contratado por La Pasiva de Plaza Independencia, donde el
plato se elevó a la altura de una moda, junto con otra versión que
se llamó “al plato”. Una versión confirmada por el protagonista
y avalada por testigos confiables y desinteresados, pese a que el
origen de la preparación sigue siendo un misterio para la mayoría.
—¿Canadiense? Vaya a saber
uno por qué se le llama así, lo único seguro es que en Canadá no
los hacen” —afirma Roberto Mallón,
socio del Bar Arocena, admirado elaborador de chivitos.
El
Tinkal con su “chileno”
y su “canadiense” de bajas calorías, creados por otro gallego,
Manuel Bello. La receta inmutable del Arocena, que
respeta el sabor de la carne. Las
innovaciones del riverense Luis Brum y el duraznense Marcos Peralta,
quienes en sus puestos de Punta Gorda, a pocas cuadras de distancia,
propusieron una carta libre de gustos que el comensal puede ponerle a
un sándwich básico.
El
arquitecto Leonardo Gómez, investigador del patrimonio material e
inmaterial de los almacenes, bares, cafés y restaurantes uruguayos,
afirma que el chivito conserva una ventaja estratégica: se adapta
perfectamente al consumo en la barra, una tendencia actual, preferida
por los jóvenes. —No es una costumbre moderna, en las pulperías
coloniales ya se servía la comida para que el paisano la consumiera
de pie —señala uno de los creadores de la actividad cultural
Boliches en Agosto.
En
1979, el melense Modesto Gómez, El Teto,
le agregó un huevo a la plancha recostado en la mitad inferior del
pan, al lado del jamón, mientras inauguraba las papas fritas en
embolsadas en papel, un acompañamiento que doce años después trajo
al país una hamburguesería multinacional. Fue un pionero del
interior, con una visión reconocida por José Barcia, creador de los
carros El Galleguito. Su hijo Diego es un difusor del chivito que
todavía prepara El Teto,
pero lo hace en Canadá, entre Quebec y Ontario, donde vive, para el
asombro de los canadienses que se enteran que existe un sándwich
uruguayo que replica su gentilicio.
Para
Gustavo Laborde el chivito fue evolucionando dentro de la que
denomina segunda etapa de una narrativa de la cocina uruguaya, que
recoge el imaginario del Centenario, la idea del crisol de razas del
segundo batllismo, la Suiza de América.
Todas las evidencias parecen darle la razón. Carbonaro era hijo de
calabreses, las novedades posteriores fueron concebidas por gallegos,
asturianos, catalanes, portugueses, franceses, árabes.
El
Gitanito del Mercado del Puerto, Lusitano, Bar Onda, Lindo Bar, La
Martingala, Capitol, Green Park, Añón, Trigo, La Mascota, son
ejemplos de aquel tiempo, nombres que aún perduran en la memoria de
los cultores del chivito. La nueva Vitamínica, Lo de Pepe, Roldós,
Pedemonte, Hispano, Mánchester, Facal, El Gaucho, Sportman, Mera,
Chez Piñeiro, Costa Azul, Sporting, Tabaré, Expreso Pocitos, Che
Montevideo, Don Pepperone, Mendizábal, La Fiacca, son algunos de los
restaurantes montevideanos que mantienen una carta tradicional.
La
tendencia gourmet fue inaugurada en 1980 por Los Francesitos, de
Punta Gorda, con refinadas variedades de origen parisino. La Mole,
FerGus, Casitanno, Bulebar, Thelma, Tiqui Taca, Aureliano Arredondo,
convocan a la diversidad de variedades preparadas con otras carnes,
otros ingredientes, y ofrecen opciones vegetarianas y veganas.
Agustín
Ferrando, creador de Tiranos Temblad,
muy popular programa semanal que recoge videos sobre Uruguay subidos
a Internet, dice que en ninguna otra cultura se comprende el desborde
alimenticio del chivito. —La
palabra le encanta a los gringos, a los japoneses, que disfrutan
diciendola y se animan a cocinarlo, aunque terminen haciendo otra
cosa que nada tiene que ver. La mayoría falla en los ingredientes y
en el corte de la carne, pero el error más grueso está en la
abundancia —cuenta con una sonrisa que
implica complicidad.
Adrián
Kohan nació en Salta, norte argentino, pero vive en Buenos Aires.
—Nosotros tenemos un sándwich que
algunos dicen que es parecido al chivito, están equivocados, es una
mala versión que en poco y nada se le parece. ¡No me gusta el
lomito, me encanta el chivito! —subraya el creador de Chivitur,
un blog y sitio de Facebook,
donde cuenta sus experiencias con el sándwich uruguayo.
Juan
Antonio Varese, divulgador del patrimonio cultural, está convencido
de que el país tiene una deuda con el chivito. —¡Qué cuesta! por
ejemplo, crear la tradición de que cada sándwich se sirva con una
banderita uruguaya pinchada en el pan, o con servilletas que cuenten
sus historias —propone el escritor y fotógrafo.
La
Escuela de la Universidad de Trabajo del Uruguay tiene en su programa
de primer año, una materia práctica denominada “Chivito”, en
la que se comparten historias de la receta y el manejo de los
ingredientes. La preparación del pan, el corte del lomo para
aprovechar al máximo su mayor cualidad, la terneza, la distribución
de la panceta, el “librito” de jamón y queso, vegetales,
conservas, hierbas aromáticas, para que los sabores no se invadan
entre sí.
Jhonatan
Gente, docentede Hotelería de la UTU afirma que el sándwich merece
una denominación de origen.
—No debe ser una limitación para que el chivito no se prepare en otras partes, sino una marca cultural que recorra el mundo —aclara el chef que fue tutor de La Comanda, un concurso gastronómico emitido dos años consecutivos en Televisión Nacional de Uruguay.
—No debe ser una limitación para que el chivito no se prepare en otras partes, sino una marca cultural que recorra el mundo —aclara el chef que fue tutor de La Comanda, un concurso gastronómico emitido dos años consecutivos en Televisión Nacional de Uruguay.
—El chivito es
una mezcla sabia de ingredientes, historias y personajes, a la espera
de una declaración patrimonial —comentó al finalizar la
preparación de una receta buffet en
su cocina de Villa Colón. Le llamó
Popurrí,
por su intensa diversidad de formas, colores, texturas, que prometían
sabores repletos de valores identitarios —afirma Nancy Rosado es inspectora nacional de Gastronomía del Consejo de Educación Técnico Profesional, máxima autoridad de la enseñanza estatal de la materia.
Un
antecedente muy lejano del chivito era el churrasco que los gauchos
comían entre dos pedazos de zapallo o boniato asados.
En
el antiguo Parque Urbano y el actual Parque Rodó fueron plantados
notables antecedentes en el árbol evolutivo de los sándwiches de
carne uruguayos. En la década de 1920, el emprendedor español
Remigio Asenjo abrió allí un quiosco de sándwiches y cerveza
americana, sin alcohol, para competir con con el “chivito
bonaerense” de Pascual Luna, y con el Forte di Makale, por entonces
uno de los puntos gastronómicos más populares de la costa
montevideana gerenciado durante mucho tiempo por la familia Lemoine.
Los
“sándwiches” de Asenjo y Luna pueden ser consideradios eslabones
primitivos que conectan el asado con la posterior innovación de
Carbonaro, basada en la preparación de carne a la plancha entre
panes.
En
la imagen de 1931, Remigio, de túnica blanca, está rodeado por
inmigrantes asturianos a quienes ofreció carne asada entre panes. A
su lado posa El Gaitero,
empleado del comercio y personaje de la época.
—Cuenta
el gran Juan Carlos Patrón, en sus crónicas del Montevideo de su
tiempo, que Pascual Luna preparaba un "refuerzo" de carne que vendía
en un puesto instalado cerca de las Canteras del Parque Rodó. Vivo
como pocos, decía que era de vaca, pero siempre se sospechó
que utilizaba carne de gato, porque mientras él estuvo allí
desaparecieron misteriosamente los felinos que abundaban en la zona.
—Homero
Rodríguez Tabeira, en charla sobre la prehistoria del chivito.
—Pascual Luna iba
temprano a su negocio, instalado dos temporadas en el Parque Rodó,
con un quiosquito diminuto. En el frente de su negocio un letrero
rezaba: ‘Al Chivito Bonaerense, al pan y al plato, la mejor fatura
del Río de la Plata’. Lo preparaba en un horno con ají, morrón
y papas. En la primera temporada, no recuerdo si fue en el 28 o en el
29, hizo tabla rasa con los demás quioscos. Pero lo que llamaba la
atención, era que Pascualito no tenía ayudante. Hacía las tres
tareas: vendía, preparaba y limpiaba. Los más conspicuos habitúes
de Morini del Mercado, del Novedades y del Tortoni, se hacían mentas
del chivito de Pascual, y en la segunda y última sensacional
temporada del quiosquito, aquello fue una romería.
—Testimonio
del peluquero anarquista Luis Varela, que hasta la década de 1930
atendió en un local de 21 de Setiembre y Sarmiento, evocado en el
artículo “La ruta del chivito”, El País Viajes, 2 de
febrero de 2010.
Con la apertura de El Chivito de Oro, en 18 de Julio y Yí, se amplió la oferta de gustos, y al poco tiempo se instaló un clásico con la segunda sucursal de La Pasiva, por décadas símbolo de una esquina histórica: de 18’ y Ejido.
Sándwich
Una
leyenda británica cuenta que su creador fue John
Montagu (1718-1792), primer lord del Almirantazgo,
IV Conde de Sándwich, un
personaje de renombre en la política del imperio, con una debilidad:
el juego. El mito dice que Montagu tenía 44 años, cuando participó
en una partida que duró un día completo.
Como se negó a dejar la mesa para comer le solicitó a su mayordomo
que le preparara carne asada cubierta por rebanadas de pan. Luego de
creado el sándwich, así fueron llamadas
las Islas Hawaii, por su descubridor, el capitán James Cook,
explotador al servicio de Montagu. Por él, también, así se llaman
las actuales Sándwich del Sur, ubicadas en el océano Atlántico.
Era
el nombre de un emparedado de pan y jamón muy popular en la Roma del
siglo I a/C. Como lo consumía el público que asistía a los
espectáculos del Coliseo, en honor de aquel sándwich imperial,
existe una calle llamada Panisperna, en el antiguo barrio La Suburra.
Baurú
Es
un sándwich muy popular de la cocina brasileña, creado por el
presentador radial Casimiro Pinto Neto, que así se apodaba por haber
nacido en el municipio homónimo del Estado de São Paulo. El baurú
fue preparado por primera vez en 1934, en el restaurante paulista
Ponto Chic de Largo do Paiçandu. Su receta original: pan francés
con roast beef, rodajas de tomate, jamón u otro fiambre, muzzarella
derretida, condimentado con orégano y sal. Se presenta en múltiples
versiones: francés, italiano, portugués, americano, y el gaúcho
que recorre la frontera con Uruguay.
Lomito
El
sándwich argentino de carne, que algunos comparan con el chivito,
también es consumido en Paraguay. Se prepara en pan francés, con
lomo de ternera fileteado, queso, jamón, huevo frito, tomate y
condimento entre dos panes que puede estar levemente tostados.
Los
sándwiches trasandinos de carne también tienen diversos sabores,
colores, historias, personajes. Los más populares son tres. Barros
Luco, de carne vacuna y queso, llamado así por el presidente Ramón
Barros Luco que siempre lo pedía en la Confitería Torres de
Santiago. Chacarero, de carne delgada y tajada con porotos verdes
junto con tomate y ají, también se prepara con pollo o cerdo.
Lomito, de carne de cerdo, a menudo con mayonesa, chucrut, tomate,
palta.
Una nueva tendencia gastronómica privilegia a los chef que aprenden en cursos de formación profesional, frente al antiguo oficio que se adquiría trabajando sobre la “plancha”.
Amigable
El
chivito está presente en las más diversas campañas publicitarias
de productos y servicios uruguayos, y en estrategias de comunicación
del país como destino turístico. En el corto Descubrí
Montevideo Friendly, el primero emitido en la
televisión para promover a la capital uruguaya como espacio
multicultural, a los visitantes les sirven un canadiense completo
para compartir en una mesa del Mercado Agrícola. Porque el chivito
es un plato amigable, repleto de diversidad.
—Desde
los orígenes de la Banda Oriental hasta nuestros días, la
carne ha sido
protagonista de a historia uruguaya, como alimento principal del
gaucho que la consumía
originalmente en
la modalidad de asado, como churrasco, charque o en humeantes guisos
camperos. Así lo cuentan publicaciones muy interesantes, como
Aborígenes del Uruguay
de Angel Zanón, Diario de Viaje de Montevideo
a Paysandú, del presbítero Dámaso Antonio
Larrañaga (1771-1848), el recetario de fines del siglo XIX elaborado
por Juana M. Gorriti, y las reseñas registradas en La
vida rural del Uruguay, de Roberto Bouton.
—Mario
Correa, ingeniero agrónomo, investigador de tradiciones rurales,
editor de la revista Americando.
—La
cocina tradicional se perpetúa cuando puede revisarse y
reversionarse manteniendo el espíritu original. Me parecen
divertidas las modernas versiones llamadas gourmet, que no
desconstituyen la receta uruguaya, como la de Los Francesitos,
diminutos pero homotéticos del original, con un pan tiernísimo,
puro lomo, lechuga, tomate y mayonesa. Me encanta uno de origen galo
que se prepara en el Bar Thays de Sofitel, con pato confitado.
¿Tendremos alguna vez una mirada molecular del chivito? ¡Todo es
posible! La cocina y la gastronomía uruguaya avanzan a paso lento
pero firme.
—Titina
Núñez, periodista, editora de la revista Placer.
—Tiene apariencia de
un sándwich de carne vacuna, a la plancha o la parrilla, pero en
realidad es un ejemplo de ingeniería gastronómica en el que con
habilidad eximia un cocinero administra su cobertura como si se
tratara de un dispositivo: muzzarella, jamón, tocino, huevo,
lechuga, tomate, champiñones, cebolla, chiles, pimientos, aceitunas,
encurtidos y varias mezclas de muy diversas mayonesa. En la tarea de
ensamblar un gigante, nadie como Marcos, que me atendió en su
restaurante de Punta del Este. Ni una gota de jugo se escurrió por
mi brazo cuando me animé a enfrentar aquella delicia elevada por la
frugalidad.
—Matt
Gross, autor de la columna Viajero Frugal
en New York Times, 7
de enero de 2007.
—Decadente,
voluptuoso y enteramente indisciplinado. Primero, porque en casi
cualquier sándwich del mundo, la lechuga y el tomate son de la peor
calidad que se pueda conseguir. Segundo, porque cuando quiero un
sándwich pido un sándwich, y cuando quiero una ensalada pido una
ensalada. Lo que no quiero es una ensalada dentro de mi sándwiche.
Es una máscara, una evasión, algo decepcionante. Me gusta, pero me
hace sentir culpable.
—Si yo hiciera
chivitos usaría dos o tres filetitos, una pequeña feta de jamón
muy crujiente, otra capa de filete, luego le pondría otra capa de
panceta picada de forma pareja y después le pondría el queso y la
salsa. No me malinterpreten, me gusta el chivito, sólo estoy
haciendo mi análisis.
—Josh
Ozersky, escritor estadounidense, experto en gastronomía de la
carne, columnista del New York Times,
de paso por Uruguay en 2011.
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