miércoles, 17 de abril de 2013

José Alonso y Trelles Jarén, versos y memorias de un gaucho celta

Pancho el Viejo

José Alonso y Trelles en 1922.
(
Revista Nacional, N° 22, 1939)
¿Gallego o asturiano? En la actualidad no existen dudas, pero durante décadas, hasta avanzado el siglo XX, su origen era tema de disputas y controversias entre eruditos de la cuenca de las titánicas rías del Eo y la más celta marina cantábrica. Su cuna poseía una graciosa figura geométrica con vértices en la Ribadeo hoy reconocida como su tierra natal, y las Vegadeo, Castropol y Navia de su infancia y juventud. Francisco se llamaba su padre, el verdadero Pancho, un maestro que recorría la frontera astur-galaica en busca de escuelas y alumnos que le permitieran una difícil subsistencia familiar. Con él aprendió a utilizar la ironía, mientras armaba creativos rompecabezas literarios de tono costumbrista, repletos de humor penetrante y sagaz observación de pasiones pueblerinas. Fue un personaje que cultivó el enigma de su procedencia con desafiante imaginación: a veces era gallego, a veces astur, según la ocasión y el eventual interlocutor. Como narrador y poeta gauchesco creó los textos y los versos más bellos y dolientes escritos bajo el cielo oriental.

Sobre la base de la Tercera Historia del libro Héroes sin Bronce (Gobierno del Principado de Asturias, Ediciones Trea, Gijón, 2005) actualizada en 2013.

17 de diciembre de 1899. Una multitud de curiosos aprovechó ese domingo veraniego para ir al Tala, en insólita peregrinación popular. Llegaban desde los sitios más lejanos con el único interés de conocer al «auténtico intérprete de la forma de hablar y del pensar gaucho». El pequeño pueblo canario vivía por entonces, una imprevista gloria.
Portada de la revista
El Terruño N° 4, 1917,
con poemas y biografía
de El Viejo Pancho.
(Archivo Sabat Pebet)
El poeta estaba acostumbrado al prestigio que le regalaban sus vecinos y al interés literario que despertaba su inspiración en el departamento de Canelones y en Montevideo la vecina capital del país. Pese a tan interesante notoriedad, ni siquiera había sospechado tamaña celebridad nacional, que aceptaba, pero no disfrutaba. Hasta esa memorable jornada, guardaba bastante bien el enigma de su identidad.
La temperatura y el ambiente talense eran ideales para un picnic familiar o un buen asado al aire libre, con amigos. Luego del almuerzo hubo una improvisada fiesta en la plaza, con él como principal atracción. El clima se fue preparando con música, bailes y exhibición de habilidades gauchescas. Recién después subió al escenario. Y comenzó a recitar.
Al verlo y escucharlo, los visitantes creyeron que se trataba de una broma de pésimo gusto. Cuando se dieron cuenta que no era así, comenzaron los gritos y las quejas. En lugar del hombre rudo, del caudillo de voz grave, templada con caña, se encontraban con un «gallego», de acento inconfundible, dicharachero y alegre. Que no bebía, ni sabía tocar la guitarra. Para peor, no tuvo mejor idea que reírse de su personaje «totalmente ficticio». Se burlaba, sin tapujos, de una inapreciada fama.
En medio de la confusión y la decepción, hubo voces que se alzaron en su defensa. Las más fuertes, de «dotores» montevideanos que meses antes habían sufrido el mismo desengaño: los cultos Alcides de María y Orosmán Moratorio, directores de la revista El Fogón. Dos dedicados buscadores de relatos y versos autóctonos; en tiempos de afirmación de la cultura nacional. Con ellos colaboraban plumas célebres: Elías Regules, Guzmán Papini y Zas y el prestigioso historiadorIsidoro de Maria; padre del director, que firmaba Aniceto Gallareta.
A mediados de agosto, recibieron un sobre cerrado y sin remitente. Cuando leyeron su contenido, no lo podían creer. El 7 de setiembre, aparecían las rimas, que comenzaban así:

¡Ni que ver! Que le chanto las cacharpas
al overo rabón y ayá enderiezo,
y si anda macaquiando la chiniya
me la cazo del pelo,
a filo de facón corto la trenza
y se la priendo al marlo de mi overo.

Dibujo de El Viejo Pancho,
por Hermenegildo
Sabat Lleó (1874-1932),
publicado en el libro
El cantor de Tala, 1929.
(Archivo Sabat Pebet)
Para el sensible Alcides fue «un latigazo». De inmediato, llegaron las súplicas por más líneas del secreto autor. Hubo una intensa búsqueda, que finalizó con una revelación. El versificador no era un gaucho de prosapia oriental, sino un ignoto inmigrante que podía recrear –mejor que nadie– la más campera forma de hablar, con una extraordinaria fluidez.
Sus coplas eran solicitadas por editores argentinos y recitadas en ruedas de amigos y tertulias literarias, donde le llamaban «Mester de gauchería». Fue el preferido de los lectores de otra memorable revista: El Terruño. No escribía demasiado, pero sus creaciones melancólicas, escépticas y misóginas, provocaban admiración. Fue el más profundo y lírico poeta costumbrista. Abucheado hasta el cansancio en aquella tarde casi veraniega de Tala, a punto de cambiar el siglo.

Gardel celta
José María Alonso y Trelles y Jarén nació el 7 de mayo de 1857. Hasta aquí, total certeza. El problema comienza cuando hay que definir el lugar. Para los gallegos fue en Santa María del Campo, aldea próxima al puerto lucense de Ribadeo. Para los asturianos fue en Castropol, de este lado de la ría del Eo. Un entrañable enigma, que el propio autor se encargó cultivar, hasta su último día.
A la primera versión se afilia el oriental Carlos Zubillaga, autoridad historiográfica y distinguido miembro correspondiente de la Real Academia Gallega. Muy respetable, aunque respondida por un paisano de incontestable credibilidad: el historiador José Luis Pérez de Castro, presidente del Real Instituto de Estudios Asturianos. «Por encima de su dudoso nacimiento en Galicia, es un hijo de asturianos que sobrepone su compenetración con el Uruguay y su cariño biológico por Navia, la tierra de sus mayores y de su infancia.»
José Alonso y Trelles a los
20 años, recién llegado
al Tala, con un niño
llamado Joaquín Tejera.
(Archivo Sabat Pebet)
El investigador invoca un erudito ensayo de H. J. de la Cámara en la revista Mundo Hispánico (Madrid, enero de 1956). «Según la tradición nació en Castropol aunque fue bautizado en Ribadeo.» Una idea confirmada por Antonio Salgado en Un gaucho de Asturias. Alonso y Trelles (Norte de México, N° 159, 1959). El biógrafo Arturo Scarone, en Uruguayos contemporáneos (Montevideo, 1937), dice que es «asturiano de Navia de Luarca».
Galleguistas y asturianistas utilizan como fuente argumental una misma obra del uruguayos Juan Carlos Sabat Pebet: El Cantor del Tala. Monografía y crítica de José Alonso y Trelles, El Viejo Pancho (Montevideo, Palacio del Libro, 1929). Por las dos partes. Los asturianistas ponen énfasis en una carta dirigida a su íntimo amigo Rafael Calzada, el 6 de diciembre de 1908. Firmada por Pepe Alonso y Trelles, afirma: «Quiero en un abrazo muy estrecho agradecer tu atención con aquellas dos viejecitas que viven para quererme en aquél paraíso con el que sueño para echar mi última siesta.» Se refería a Navia, hacia donde iba a partir Calzada. Allí vivían la hermana y la madre de Trelles. En esa dirección siguen otros artículos de Sabat Pebet: In memoriam Rafael Calzada, 1854-1929 (Buenos Aires, 1930); Dos cartas de El Viejo Pancho y Republicanos españoles en el Río de la Plata (suplemento dominical de El Día, 11 de marzo de 1951).
Zubillaga plantea una hipótesis muy aceptable en el prólogo de El Viejo Pancho (Patronato da Cultura Galega, Montevideo, 2002), un ameno libro del investigador Pedro Barreiro. «La cuna de José Alonso y Trelles –aunque nunca negada por el poeta– fue ignorada por sus contemporáneos que lo hicieron asturiano de Navia, en detrimento del solar ribadenses que recogió sus primeros balbuceos. Fue recién después de su muerte que se difundió su oriundez gallega, gracias a noticias de Rafael Calzada, en Cincuenta años de América, notas autobiográficas (Buenos Aires, 1927). Allí rectificó su anterior referencia al lugar de nacimiento de quien fuera su compañero de niñez.»
Autocaricatura
publicada el 1 de
setiembre de 1895
en El Tala Cómico.
(Archivo Sabat Pebet)
El académico también se remite al maestro Sabat Pebet, para sostener la galleguitud del poeta. «Primero en conferencia de junio de 1927; luego en reportaje publicado en octubre de 1928 en El Imparcial de Montevideo. Finalmente, en enjundiosa investigación, confirmó aquel dato con la publicación de la partida de bautismo[...] José María nació y creció entre Galicia y Asturias. En hogar cristiano como corresponde a la tierra que se precia de haber mantenido encendida la llama de la fe en medio de la tempestad de cimitarras del Islam. Recibió el agua bautismal en la parroquia de Santa María del Campo y su educación se verificó en un seminario de Navia.»
El historiador y periodista Lincoln Maiztegui Casas, se suma a la hipótesis de sus colegas y compatriotas, al introducir su interesante artículo de divulgación: El gallego Pancho (diario El Observador, Montevideo, 18 de setiembre de 2004). «Se imagina el lector a un británico egresado de Oxford escribiendo un poema en lunfardo, al estilo Carlos de la Púa? ¿O a Aníbal Troilo tocando St. Louis Blues en el bandoneón? Pues esas incongruencias lo son menos que un poeta gauchesco, tal vez el más auténtico en lenguaje y sabor campero, nacido en Ribadeo, y arribado a estas tierras del Plata con 18 años. Más allá de los valores de su poesía –que son espléndidos– lo que despierta curiosidad es, precisamente, este rasgo insólito de su biografía. Gallego de nacimiento, criado en Asturias entre los picos de Europa[...] habló toda su vida el castellano con el más puro acento castizo.
Se afincó en Uruguay, pero en vez de poner un boliche o conducir un ómnibus, se identificó tan hondamente con la psicología y el modo de hablar de nuestros paisanos que resulta imposible, a través de su obra, rastrear su origen. Cuando además, uno se entera de que era un hombre alegre y festivo, dueño de un espíritu burlón situado a mil leguas del gaucho pesimista y escéptico que vive en sus versos, adviene el deseo de saber más sobre su enigmática personalidad.»

«Hace ochenta y dos años, un maestro asturiano traspuso la ría, llegó trajeado de fiesta a la aldea gallega de Rivadéo, cruzó su vía principal y penetró con aire sobrio a la parroquia de Santa María del Campo. Iban con él padrinos y parientes, y también iban vaqueros que, según la costumbre asturiana, llevaban en la mano un trozo de pan del llanto. Ese trozo de pan era ofrendado a los hombres del camino; y esa ofrenda humilde del pedazo de pan contenía todo el fervoroso deseo del vaquero para que la bondad de Dios se derramase sobre el niño que iba a recibir el sacramento del bautismo.
Ese día, el cura párroco de Rivadéo, don Manuel Bermúdez Marede, le daba el ser de gracia y el carácter de cristiano a José Alonso y Trelles, hijo del maestro don Francisco Alonso y Trelles y de doña Vicenta Jaren.
La fe de bautismo extendida el 7 de mayo de 1857, acredita que el poeta fue bautizado en un pueblo gallego, pero no ilustra, como es natural, de que el padre del poeta debió de atravesar la ría porque ciertamente en su aldea asturiana de Castropol no había, a la sazón, ni iglesia parroquial ni quien, en consecuencia, se encargase de administrar los sacramentos y de curar el alma de la feligresía.»
Miguel Víctor Martínez, Revista NacionalNº 22, Ministerio de Instrucción Pública (Montevideo, Octubre de 1939).

Pancho, el viejo astur
«Este es el que ilustra
nuestro semanario, el
que borrajea todas sus
viñetas, y su brocha
gorda sirve de ordinario,
para hacer cosquillas
a ciertos poetas
»
,
dice al pie de la
autocaricatura
publicada el 9 de
febrero de 1896 en
El Tala Cómico.
(Archivo Sabat Pebet)
José María era hijo de Francisco –el verdadero Viejo Pancho, asturiano de San Juan de Trelles– y de la ribadense Vicenta Jarén. El niño pasó sus primeros cuatro años en la frontera, hasta que su padre fue designado director de una buena escuela de Navia. «Francisco se enorgullecía de sus orígenes aristocráticos, y decía descender del príncipe Troilo –vaya ironía– hijo del arzobispo de Toledo Camillo. Pero tenía una muy modesta condición económica, aunque de buen nivel cultural. Desde un principio comprendió que aquel hijo tenía una inteligencia fuera de lo común y un espíritu inquieto», cuenta Maiztegui.
Alonso y Trelles solía recordar su niñez, refiriéndose a sí mismo en tercera persona: «A los siete años era periodista y fabricante de estampillas para cartas de amor. Con carbón en polvo y papel de calcar tiraba tres ejemplares [para tres únicos subscriptores, que no pagaban y que posiblemente no sabían leer], de un semanario que salía una vez por mes. Con el producto de las estampillas pagaba al cartero, que distribuía entre la grey infantil cartas amorosas y que un día sí y otro también, recibía un plus de patadas en la parte muelle.»
Tan prematura inclinación literaria, no supuso incumplir con la voluntad paterna; aunque «resultábale indigerible la ciencia de Pitágoras». Estudió para perito mercantil, al tiempo que hacía sus primeros pininos poéticos en dos periódicos: El Diario y El Mayor.
Sus tiempos y sus aspiraciones, poco tenían que ver con las urgentes necesidades económicas de la familia. Quizá por eso mismo, se decidió a buscar experiencias y aventuras vitales. Una tarde de primavera de 1875 reunió a sus amigos Rafael Calzada y Emilio Rodríguez, para invitarlos a un desafiante periplo americano. El trío llegó a Montevideo en los negros tiempos de la dictadura de Lorenzo Latorre. Tanto que la capital les pareció oscura y poco acogedora. Juntos viajaron a la Argentina, donde Calzada residió hasta el final de su existencia. Con tal fama que terminaría por dar el nombre a su pueblo adoptivo.
José María vivió dos interminables años en Chivilcoy. Un solitario paraje «en medio de la nada». Un punto remoto, donde «para adormecer la morriña hereditaria se dio a los versos como podía haberse dado a la bebida». Inquieto y buscavidas, regresó al Uruguay en 1877, pero eludió la capital y se instaló en Tala, departamento de Canelones. Un caserío de insoslayable reminiscencia hispana. El tranquilo poblado rural desató su rica imaginación y cautivó su amor. Allí vivía por entonces su amigo y compañero Emilio Rodríguez. Un paraíso terreno, ubicado a 110 kilómetros de Montevideo, del que jamás se marcharía, de manera definitiva.

«Era ya un mozo de diez y siete años, experto en el juego muy asturiano de los bolos, cuando José Alonso y Trelles dejó su pueblo, embarcó en puerto gallego, cruzó los mares y pisó tierra argentina.
-Vas a Chivilcoy a trabajar y a enriquecerte,- había afirmado el maestro de primeras letras al despedirse de su hijo.
Inmigrante cargado de nostalgias, traía en sus labios el querido acento español, y en sus venas sangre que fue de nuestros antepasados y que sigue siendo por ventura la nuestra.
En Chivilcoy vivía en aquella época -1874- un asturiano que giraba un fuerte capital. Y allí, a su lado, empezó a ganarse el sustento el futuro cantor gauchesco.
Las alas del poeta quisieron empezar a vibrar sobre las hojas de un cuaderno de Chivilcoy, que he tenido a la vista, en las cuales, frente a los signos aritméticos de problemas de cambio y liquidaciones de facturas, la pluma de Alonso y Trelles, obedeciendo al impulso interior, trazó estas inéditas y superfluas evocaciones
Oculta entre los castaños 
y en blando lecho dormida 
se halla la aldea querida
donde mi padre nació. 
Y ésta:  
Corre, corre, presuroso 
mocozuelo río Navia
Corre pues ya que te empeñas 
en llevar al mar tus aguas.»
Miguel Víctor Martínez, Revista NacionalNº 22, Ministerio de Instrucción Pública (Montevideo, Octubre de 1939).

El cómico de Tala
José María encontró trabajo en el comercio del vecino Juan Ricetto, pero, por poco tiempo. El influyente maestro Joaquín Tejera, director de la escuela del pueblo, le propuso ingresar al Correo a cambio de colaboraciones en su periódico. El joven inmigrante se destacó por su inteligencia, su saber infrecuente en un medio tan pequeño y su habilidad para escribir. Al poco tiempo tenía todos los hábitos criollos. Tomaba mate, andaba a caballo era (entonces tan delgado que se parecía a Don Quijote), mimetizándose con los lugareños. Sólo su acento castizo –que nunca modificó– revelaba un origen español. En 1882 se casó con Dolores Ricetto, hija de don Juan. La pareja tuvo ocho hijos.
«Y lo colgamos, sí, señor;
colgamos al dibujante
de este semanario
por el delito de haber

colgado él a otros»,
dice el pie de la
autocaricatura
publicada el 9 de
diciembre de 1894,
en El Tala Cómico.
(Archivo Sabat Pebet)
En busca de independencia económica, y pese a una envidiada reputación, a fines del mismo año la pareja se radicó en Sarandí Agrupa, localidad del estado de Río Grande do Sul, cercana a la fronteriza Santa Ana do Livramento. Trabajó como tenedor de libros, tan eficiente como insatisfecho. Allí nacieron sus dos hijos mayores. Hasta que, en 1887, regresaron con un pequeño capital ahorrado. «Entre irse a la Pampa en busca de Martín Fierro o rendirse al yugo de la civilización, optó por lo último y se vino al Uruguay», dijo alguna vez sobre esta crucial decisión. Siempre en tercera persona.
No tuvo otro remedio que asociarse con su suegro, pero, no se destacaba por la visión en los negocios. Estudió leyes a propuesta de Pedro Sozo, juez de Paz. No obtuvo el título de abogado, ni de escribano, aprobó todas las materias, pero nunca dio el examen final. Siempre fue el procurador del Tala. Toda una personalidad.
Dueño de una energía inagotable, alternaba la vicepresidencia de la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos con una compañía teatral que interpretaba sus obras –Juan el Loco (1887), Crimen de amor (1891) y Colón (1892). Editó dos periódicos sarcásticos: El Tala Cómico hasta 1897 y Momentáneas, entre 1899 y 1900. Impulsado por una visionaria intuición que le permitió adaptar el modelo del célebre Madrid Cómico.
La novedosa revista fue un fenómeno inaudito para un pueblo de poco más de dos mil habitantes. Desde ese momento, todo ciudadano corría riesgo de salir retratado en su reveladora portada. Lo que supuso el fin de la más pacata serenidad. Las páginas tenían brevísimas columnas para el elogio e ilimitados espacios para colgar en la picota pública a conocidos personajes que mal se portaban. La descripción es absolutamente textual, sin imagen literaria alguna. «Era un excelente dibujante[...] Solía colgar de una horca imaginaria a quien cometía, por acción u omisión, algún acto criticable. A pocos les agradaba verse en páginas impresas, convertidos en caricatura, con la lengua de afuera. A esta sección, que causaba pavor, se sumaban los comentarios con frecuencia mordaces del director que firmaba Juan Monga, Candil, Cáustico, Tácito o Ventosa, sobre el acontecer del pueblo», recuerda Maiztegui.
Como buen librepensador, sufría amenazas y ofensas de los retratados y sus familiares, siempre a cambio de magros ingresos. Provocaba y se provocaba a sí mismo, enojos profundos. Una víctima memorable de su descacharrante mordacidad fue el cura del pueblo, con quien nunca se entendió. Fue feroz con «curanderos» y «ponemanos», a los que trataba cruelmente de hipócritas, estafadores y mentirosos. Los denunciados se defendían afirmando que José María –cuando se sentía mal– acudía a la «China» Rosa. Solícita depositaria de ungüentos «curatodo», de dudoso prestigio. Al parecer, era cierto. De todas formas, el temido periodista sabía evitar que los vientos de revancha llegaran a insoportables tormentas de odio. De vez en cuando se tomaba como objeto de sus críticas e ironías. Hasta llegó a ahorcarse a sí mismo.

«La apatía, una apatía musulmana nos consume y ha roto todos los vínculos sociales y tiende a producir el aislamiento egoísta y estéril. Vivimos envueltos en una atmósfera de glacial indiferencia que ha helado toda iniciativa de progreso... Embrazando el escudo y alta la visera, para que se sepa quienes somos, entramos en la lucha. Nadie tiene por qué temernos; el que quiera evitar un mandoble no tiene otra cosa que hacer que cumplir sus deberes; para los buenos no han de faltar palabras alentadoras, como no han de faltar censuras para el que la merezca.»
José Alonso y Trelles en la presentación pública de El Tala Cómico, 18 de noviembre de 1894. 

«Es curioso, casi cómico. El Tala, ese pueblito que queda en Canelones, allá por las cercanías de San Ramón, tiene un periódico satírico como no existe otro en toda la República. Su director es Juan Monga. El periódico está bien, pero muy bien escrito. El tal Monga, no es un Juan Monga cualquiera, porque tiene sal y aún pimienta. Es además hábil dibujante y hombre de una paciencia digna de pasar a la historia del Tala. Figúrense Uds. que él sólo se lo escribe de cabo a rabo, él sólo lo ilustra y él solo lo imprime, gracias a una de esas máquinas que reproducen los manuscritos. Además el sistema empleado en la compaginación no tiene nada de común con lo que distingue a la generalidad de nuestros colegas de afuera. El Tala Cómico no admite recorte, no tiene artículos largos, no publica artículos de Taboada, ni insulta a las autoridades departamentales. Señores: Por todas estas razones suscríbanse Uds. a El Tala Cómico.»
Comentario de José Alonso y Trelles, José, publicado en el diario La Razón, Montevideo, 26 de diciembre de 1894.

Sátira y pesimismo romántico
Texto de Canta la noche,
publicado en junio de 1918
en la revista El Terruño.
(Archivo Sabat Pebet)
En la madurez supo de amarguras y éxitos. En 1893 publicó sus primeros versos en La Tribuna Popular. Con el seudónimo El Manco de Santa Rosa. Un año después murió su hija Vicentina, y en el 1901 su hijo Pepito. Así quedaba marcada, una tristeza perenne que asomaba en sus ojos y, a veces, en su lapiz.
En 1902 obtuvo la ciudadanía uruguaya y en 1908 fue electo diputado por el Partido Blanco. Cumplió toda una legislatura –sin mayor brillo, hasta 1911– cabalgando entre Montevideo y Tala. En 1910 viajó por última vez a España. Visitó a sus hermanos, Carmen y Ramón, y a su anciana madre. Presidió una peña de jóvenes ávidos de saber, a quienes les hablaba de Stendhal y Flaubert, Becquer, Espronceda y Marcelino Menéndez y Pelayo. Por su trayectoria fue homenajeado el 18 de enero de 1922, en un acto raramente popular de la más exquisita cultura rioplatense.
En sus últimos años vivió más en la capital que en su pago. Preocupado por la educación de sus hijos y para no perderse espectáculos teatrales y musicales. Frecuentó los mitológicos cenáculos cafetineros de Polo Bamba y Tupí Nambá. Allí, mantuvo firme su estoico romanticismo telúrico, debatiéndose frente a la más intolerante banda de bravucones «moderno-decadentistas».
Falleció en Montevideo, el 28 de julio de 1924, por una grave enfermedad asociada con peritonitis. «El cadáver del poeta atravesó ayer los campos de sus versos con rumbo al Tala», según emocionante necrológica, firmada por el periodista Antonio Soto, Boy. Se llevó a la tumba el misterio de su hondísima tristeza interior y dejó algunos de los versos más bellos y dolientes que se hayan escrito bajo el cielo oriental.

«Desde noviembre de 1894 a marzo de 1897 publicó, valiéndose de un Ciclostyle en que derrochó paciencia y habilidad caligráfica, ochenta y tres números de El Tala Cómico, periódico semisatírico y semilustrado que no dejó títere con cabeza en el departamento y sirvió de ensayo para sus posteriores críticas literarias, bastante menos brillantes que las del insigne Clarín, pero no menos demoledoras que las del bueno de Valbuena. Y desde junio de 1899 a enero de 1900, veintitrés números de Momentáneas, con tricomías que daban las doce.»
Nota autobiográfica de José Alonso y Trelles, 1922. 

Manuscrito original de
La Gueya publicado el 15
de setiembre de 1899,
en la revista El Fogón.
(Archivo Sabat Pebet)
La Güeya
¡Pulpero, eche caña!
Caña de la güena.
Yene hasta los topes ese vaso grande,
no ande con miserias.
Tengo como un fuego
la boca de seca
y en el tragadero tengo como un ñudo
que me ahuga y me apreta.
¡Deme esa guitarra!
Quién sabe sus cuerdas
no me digan algo que me de coraje
pa echar esto ajuera.
Hoy de madrugada
yegué a mi tapera
y oservé en el pasto mojao po´el sereno
yo no sé qué gueya.
Tal vez de algún perro.
Pero ¡de ande yerba!
si al lao de mi rancho no tengo chiquero
ni en mi casa hay perras.
Dentré, y a mi china
la encontré dispierta
¡Pulpero, eche caña, que tengo la boca
lo mesmo que yesca!
Yo tengo, pulpero,
pa que usté lo sepa,
la moza más linda que han visto los ojos
en tuita la tierra.
Con eya mi rancho
ni al cielo envidea.
Pero...eche otro vaso, pa ver si me olvido
que he visto una güeya.

Volver p´atrás
¿Que no mire p´atrás? ¿Que el tiempo juido
nunca más ha e volver?
¿Que es mejor en la zanja del olvido
sepultar el ayer?
Bien se ve que ricién abrís los ojos
a la vida, gurí:
cuando sintás los caracuces flojos
no has de pensar ansí.
¿Pa qué al flete e soñar via darle apronte
si está maceta ya,
si por juirle el camino vive a monte
como el guazubirá?
Cuando a fuerza e penar yegués a viejo
como yo, ya verás
por qué quisiera ser como el cangrejo,
que anda siempre p´atrás.
¿Que vivir otra vez lo ya vivido,
si jue amargo el vivir,
es sufrir otra vez lo ya sufrido,
que es más pior que morir?
Pero también v´haciéndose de a poco
callo en el corazón.
Bien amarga es la yerba, y yo soy loco
po´el mate cimarrón.
Por eso, al ver tranquiar hoscos y lerdos
mis días sin amor,
ato a soga el ternero e los ricuerdos
p´apoyar la lechera del dolor.

Manuscrito original de
Tiento sobao, 1918.
(Archivo Sabat Pebet)
Tiento sobao
¿Que quien jué el curioso
Que me dió este perro?
Naides; estos bichos, como el hombre zonzo,
Cuando los halagan se dan eyos mesmos.
Jué en un mes de agosto
De no sé qué invierno,
Muy pocos días antes de morir el flaco
Mi cabayo overo,
Que cayó a mi rancho,
Maltratáo y rengo,
Y clavó en las mías sus pupilas tristes,
Sus pupilas yenas de sombra y misterio.
¿Que de ande vendría?
¡Vaya uno a saberlo!
Puede que viniese, como yo, del pago
De los desengaños y de los recuerdos!
Le tiré una achura, 
Y, aunque estaba hambriento, 
Sin hacerle caso, me miró de un modo
Como si dijera: "No vengo por eso".
Aunque sea soncera 
Pensé yo por dentro:
¡Quien sabe estos bichos no sufren de amores 
Y, como el cristiano, los matan los celos!...
Y viendo en tropiya 
Venir mis recuerdos, 
Le hice unas caricias y, dende esa tarde, 
Pa los dos alcanza mi pan y mi techo.
Reproducido el 15 de setiembre de 1899, en la revista El Fogón.

«Momentáneas: vale decir que dan poco trabajo, que tienen la efímera duración de los lirios, aunque yo me sé que el escozor que produzcan durará mucha más de lo que yo quisiera... El Tala Cómico no ha muerto. Estas Momentáneas son manifestaciones de su vida latente.»
Pasaje del primer editorial de la revista Momentáneas, Número 1, junio de 1899.

Edición compartida por
Paja Brava de Alonso y Trelles
Versos Criollos de Elías
Regules, Biblioteca
Grandes Obras, 1915,

ofrecida en Montevideo
a 55 dólares americanos.
(Mercado Libre)
Vidalitá
José Alonso y Trelles era un «decidor». Un libertario que admiraba la romántica figura de Artigas. De forma profunda e inocultable. «Nuestro querido prócer fue el mayor enemigo criollo de la opresión colonial. El Viejo Pancho hubiese sido su primer soldado», afirmaba convencido.
Cielo y sol unidos,
Vidalitá
Van en mi bandera;
Que ella me amortaje,
Vidalitá
Cuando yo me muera.
Mi patria y la gloria,
Vidalitá,
Se hicieron amigas;
Porque fue esta tierra
Vidalitá,
La cuna de Artigas.

«¡Tú mis versos criticar! / ¡Tú pescarme a mí los hiatos! / Hombre; no me hagas sudar. / Mira que hacer alegatos / No es lo mismo que rimar.
En cuestión de consonantes / Juzgo tu fallo importuno / Y es mejor no lo adelantes... / Porque hay muchos ignorantes / "¡Pero como tú, ninguno!»
Crítica en verso a un poeta de la localidad de Sauce, El Tala Cómico, 1896.


Paja Brava
Ejemplar de Paja Brava,
Tercera Edición aumentada,
Barreiro y Ramos, 1923,
ofrecida en Montevideo
a 250 pesos uruguayos.
(Mercado Libre)
18 de julio de 1998. Esa cálida tardecita de sábado era presentada en Santiago de Compostela, la primera edición gallega del libro Paja Brava de El Viejo Pancho e outras obras de José A. y Trelles. Una erudita recopilación del Centro Ramón Piñeiro de Investigación en Humanidades. El contenido fue seleccionado y comentado por el crítico uruguayo Gustavo San Román, sobre la base de su ensayo José Alonso y Trelles. Entre la gauchesca y el nativismo. «El autor puede ubicarse en una tercera fase de un género literario que se consolidó en Uruguay a fines del decimonoveno siglo y principios del vigésimo. Pertenece al movimiento conocido como tradicionalismo, caracterizado por un fuerte tono nostálgico[...] La fama le llegó con dos obras firmadas por El Viejo Pancho. Una pieza teatral olvidada [¡Guacha!, de 1913] y un volumen de gran éxito rioplatense [Paja Brava, de 1916] que alcanzó las tres ediciones en vida del poeta.»

El Rancho
Ranchito que entre el verdor
Parecés una gran cosa
Y no sós más que la choza
Donde escuendo mi dolor.
Rancho en que entuavía el amor
Que en rescoldos se consume
A ocasiones desentume
Las alas medio dispacio
Pa perderse en el espacio
Como si juese un perfume.
Tapera medio arrumbada
Que al costao de una laguna
Ejemplar de Paja Brava,
Tercera Edición aumentada,
Editorial Claridad, 1926,
ofrecida en Montevideo
a 250 pesos uruguayos.
(Mercado Libre)
En mis noches sin fortuna
Fuiste pa mi como un hada.
¡Quién dirá al verte rodeada
De paráisos y palmeras,
Que sos triste de adeveras
Porque, bajo tus totoras,
No hay en mis noches auroras
Ni en mi vejez primaveras!
Al zarzo que da a tu alero
Un rosal de rosas blancas
Trepa yevándose en ancas
La copa de un jazminero.
Corre a su sombra un sendero
Que como baliza cierta
Va derechito a una puerta
Que bajo un toldo de flores,
P' adormecer mis dolores
He de hayarla siempre abierta.

Cuando me esté muriendo
Saquenmén campo ajuera,
Y al láo de una cañada
Ande corra un hilito de agua fresca,
Ande el trébol de olor y la gramiya
Se le brinden al cuerpo como jerga,
Y háiga una mata e pasto
Pa dejar cáer sobre eya la cabeza,
Dejenmén solo ayí... ¡solita mi alma!
Pa que náides se entere ni me sienta
Lo que esté po' empacárseme del todo
Ejemplar de Paja Brava,
Cuarta Edición aumentada,
Impresora Uruguaya, 1930,
ofrecida en Montevideo
a 250 pesos uruguayos.
(Mercado Libre)
El corazón que a gatas si trotea.
¡Yo no quiero morir dentro e mi rancho
Como muere el peludo entre la cueva!
Quiero sentir bajo la luz del cielo
La caricia e la tierra
Que jué siempre pa mí como una madre
Y ha e recoger mis güesos lo que muera;
Quiero oír cantar, cuando el sudor me avise
Que me aguaita la austera,
Sobre el ombú e mi choza la calandria
Que tantas veces consoló mi pena;
Quiero ver retozar a los baguales
Que la yeguada encela
Pa recordar los que montaba en pelos
Al salir disparando e la manguera;
Quiero seguir el vuelo e las torcazas
Cuando a la tarde los cardales dejan,
Y van, buchonas, procurando el nido
Ande Amor, arruyando, las espera.
Quiero aspirar, cuando a morirme vaya,
Los perfumes que al viento dan las sierras,
Y enyenando los ojos de azul-cielo,
Al darle al sol mi adiós lo que se escuenda
Pedirle pa la zanja en que me entierren
Su primer rayo e luz cuando amanezca...
¡No me dejen morir dentro e mi rancho
Como muere el peludo entre la cueva!
Dejenmé agonizar a campo abierto,
La cara al cielo güelta,
Pa verla bien, lo que la noche se haga,
A la adorada estreya,
Que les robé la luz a unas pupilas
Que envenenaron tuita mi existencia...
Versos publicados en Paja BravaImpresora Uruguaya, Montevideo, 1930.

«Poeta sensitivo, fiel intérprete del alma melancólica del criollo, supo expresar en inspiradas páginas las vivencias esenciales de la raza que nutrió su canto.» 
Serafín J. García, poeta y escritor uruguayo, en nota publicada en 1940.

Su obra
Busto del Viejo Pancho
en la Plaza de El Tala
su pueblo de adopción.
(Galicia en Uruguay)
Juan el loco, poema de dos cantos, con prólogo de Orosmán Moratorio. (Montevideo, 1867).
¡Guacha!, drama nacional en un acto, con carta-prólogo de Casiano Monegal (Imprenta y Casa Editorial Renacimiento de Luis y Manuel Pérez,  Montevideo, 1913).
Paja brava, versos criollos (Imprenta y Casa Editorial Renacimiento de Luis y Manuel Pérez, Montevideo, Primera Edición, 1915).
Paja brava (Imprenta y Casa Editorial Renacimiento de Luis y Manuel Pérez, Montevideo,  Segunda Edición aumentada, 1920).

Paja brava (Librería Nacional Antonio Barreiro y Ramos. Barreiro y Cía. Sucesores, Montevideo, Tercera Edición aumentada, 1923).
Paja brava, con prólogo de Justino Zavala Muniz (Agencia General de Librería y Publicaciones, Montevideo-Buenos Aires, Cuarta Edición aumentada, 1926).
Paja Brava de El Viejo Pancho e outras obras de José A. y Trelles (versión gallega, Editorial Oriberthor SL, 1998).


Aprovechate gaviota
Sobre la seda de unos labios rojos
Placa alusiva al centenario
del nacimiento del poeta,

en la plaza El Viejo Pancho
del barrio Pocitos.
(Gobierno de Montevideo)
bebé, gurí, con sé loca y ardiente
del beberaje del amor la copa...
Aflojales cabresto a los antojos,
que, a lo mejor, la achura que galopa
se te empaca e repente,
sin darte tiempo ni a cerrar los ojos.
Poema inédito encontrado en la Biblioteca Nacional de Uruguay, escrito entre 1922 y 1924.

Gardel, Fabini, Zitarrosa
¡Hopa! ¡Hopa! ¡Hopa!¡Como todas!, Misterio, Insomnio, son poemas del libro Paja Brava incorporados al repertorio del Carlos Gardel,  con música de Américo Chiriff. El compositor uruguayo Eduardo Fabini musicalizó La Güeya y Pa ejemplo, como un homenaje a José Alonso y Trelles. El autor y cantante y Alfredo Zitarrosa utilizó el texto De la lucha en una de sus canciones.


El gaucho en la poesía (I)
De los Cielitos de Bartolomé Hidalgo (1811-1822) al Martín Fierro (1872-1879)


Bartolomé Hidalgo en
Buenos Aires, c. 1818.
«Convencionalmente se habla no de literatura gaucha porque los gauchos eran analfabetos, sino de literatura gauchesca, aquella que es de temas gauchos pero escrita por autores cultos de la ciudad que transcriben la lengua y los valores autóctonos del campo.
Limitándonos a la poesía, el género comienza con el montevideano Bartolomé Hidalgo (1788-1822) y sus Cielitos y Diálogos a principios del siglo XIX, que dan voz a los sentimientos revolucionarios de los paisanos durante las guerras de la independencia de España y la invasión portuguesa desde el Brasil. Estos versos están motivados por situaciones contemporáneas, y su tiempo verbal, al decir de Lauro Ayestarán, es el presente. De los dos tipos de composición, el Cielito, poesía en cuartetas asonantadas y seguidas, exhibe un tono de confiado nacionalismo, como en este final: 
Viva el gobierno presente, / que por su constancia y celo / ha hecho florecer la causa / de nuestro nativo suelo. / Cielito, cielo que sí, vivan las autoridades, / y también que viva yo / para cantar las verdades.

Bartolomé Hidalgo
en el barrio Prado
de Montevideo.
En los Diálogos del mismo autor, escritos en el exilio de Buenos Aires donde vive a partir de 1818 empujado por las invasiones portuguesas de Montevideo, el tono optimista de los Cielitos desaparece. Ahora los gauchos Chano y Contreras comentan los hechos contemporáneos en Argentina y expresan la desilusión por el cariz que ha tomado la situación política luego de la independencia. 
Así evalúa Chano la historia reciente:
En diez años que llevamos / de nuestra revulución / por sacudir las cadenas de Fernando el balandrón: / ¿qué ventaja hemos sacado? / Las diré con su perdón. / Robarnos unos a otros, / aumentar la desunión, / querer todos gobernar, / [...] / resultando en conclusión / que hasta el nombre de paisano / parece de mal sabor.
Esta visión realista y negativa de la vida del gaucho va a ser retomada en el segundo gran momento de la poesía gauchesca, que podemos ubicar en la década de 1870, cuando publican sus obras mayores el uruguayo Antonio D. Lussich (Los tres gauchos orientales, 1872) y los argentinos Hilario Ascasubi (esp. Paulino Lucero y Santos Vega, 1875) y José Hernández. 

José Hernández
(1834-1886), autor
del Martín Fierro.
Éste último fue el autor de la obra cumbre del género, Martín Fierro, publicada en dos partes, en 1872 y 1879. Una meta común de estos autores fue la defensa del gaucho, que habiendo sido soldado fiel y carne de cañón durante las guerras civiles, estaba en vías de extinción gracias a la domesticación de la campaña y a la marginalización de que era objeto por los nuevos políticos en poder. Estos textos son entonces cantos de la desilusión y la decadencia del gaucho. 
Limitándonos al Martín Fierro, notemos tres momentos clave. En la primera parte, de 1872, hay una clara oposición entre la vida pasada del gaucho, una edad de oro en que abundaba la comida y en que el trabajo en la estancia primitiva era ameno y placentero, y la presente situación de represión y pobreza. 
Yo he conocido esta tierra / en que el paisano vivía / y su ranchito tenía / y sus hijos y mujer... / Era una delicia el ver cómo pasaba sus días.
En un segundo momento, el poema relata cómo a este mundo idílico puso fin la doble necesidad de modernizar el trabajo de estancia y, en Argentina, de conquistar la frontera todavía en manos de indios. En Uruguay, oficialmente vacío de indios desde 1834, el gaucho no cumplió esa función, pero sí participó en varias “patriadas” o revoluciones nacionales. 
Martín Fierro por el
ilustrador argentino
Juan Carlos Castagnino.
La vuelta de Martín Fierro, de 1879, marca el tercer momento de la evolución del gaucho. El tono es ahora más apocado y el protagonista ha perdido las ganas de rebelarse contra los cambios ya imparables. Se limita ahora a pedir ayuda: 
Es el pobre en su orfandá / de la fortuna el desecho, / porque naides toma a pecho / el defender a su raza; / debe el gaucho tener casa, / escuela, iglesia y derechos. 
La transformación del gaucho de orgulloso de su cultura y libertad a vencido marginal que solicita caridad es la clave del patetismo de este gran poema nacional. Es también fiel reflejo de los profundos cambios sociales de la época.»

El gaucho en la poesía (II)
Del Tradicionalismo de el El Fogón (1895-1913) al Nativismo (década de 1920)
«Para ubicar a El Viejo Pancho hay que considerar una tercera fase del género, que se consolidó en Uruguay a fines del siglo XIX y principios del XX, y que pertenece al movimiento del Tradicionalismo, caracterizado por un fuerte tono nostálgico. Los poetas de este movimiento, reunidos sobre todo en El Fogón (1895-1913) eran cultos ciudadanos, dotores que temían que los cambios sociales que acompañaban a la modernización y a las fuertes olas inmigratorias, pondrían en peligro la identidad nacional. Su meta fue la recuperación idealizante del mundo criollo, del campo y su habitante arquetípico, el gaucho.El Fogón fue la primera revista tradicionalista del continente. No se trataba de un órgano de folkloristas académicos, sino de una especie de foro en el que hombres cultos y nostálgicos asumían semanalmente las personalidades bastante idealizadas de los pobladores del campo.
Fernán Silva Valdés
(1887-1985), fue el
 pionero de la poesía
nativista uruguaya. 
Este aspecto de irrealidad se vislumbra ya en la elección por parte de muchos de los colaboradores, incluidos los dos directores, de seudónimos gauchos: Alcides de María era Calisto el Ñato y Orosmán Moratorio estaba detrás de Julián Perujo. La conciencia de que estaban haciendo papeles, como si se tratara de una obra de teatro ambientada en un pasado ya irrescatable, aflora también en los varios Viejos que se inmiscuían en los seudónimos de los versistas, entre ellos el de uno de los directores, a menudo simplificado a El Viejo Calisto, y el del propio Trelles.
Los versos de El Viejo Pancho se deben ver en ese momento histórico y dentro de ese esquema estético: la poesía criollista nostálgica. Pero tal clasificación no debe ser ciega a las peculiaridades del arte de Trelles, que hicieron que se convirtiera en el poeta más popular y el más respetado por la crítica entre todos los gauchescos de El Fogón.
De hecho, su clasificación no ha sido tan fácil. Para casi todos los críticos El Viejo Pancho representa el último momento de la poesía gauchesca, en el umbral de las transformaciones asociadas con un nuevo movimiento estético, el “nativismo”, que incluye el tema del mundo rural pero muy explícitamente no se limita a él.

La obra generalmente considerada como inauguradora de la poesía nativista en el Uruguay es Agua del tiempo (1921), de Fernán Silva Valdés, quien define el nativismo como “el arte moderno que se nutre en el paisaje, tradición o espíritu nacional (no regional) y que trae consigo la superación estética y el agrandamiento geográfico del ciego criollismo que sólo se inspiraba en los tipos y costumbres del campo”. 
Cuando se interesa por el mundo rural, esta poesía se caracteriza por utilizar un lenguaje culto y no gauchesco, y por integrar las contribuciones de la vanguardia contemporánea, entre ellas la renovación de la metáfora que introdujeron el ultraísmo y movimientos afines. 
Un ejemplo famoso de poema nativista del mismo Silva Valdés, dentro del tema gauchesco, es El Rancho, que comienza:

Caricatura de Fernán
Silva Valdés en la
década de 1920.
Retobado de barro y paja brava;
insociable, huyendo del camino.
No se eleva, se agacha sobre la loma
como un pájaro grande con las alas caídas.
Gozando de estar solo,
y atado a la tranquera a ras de tierra
por el tiento torcido de un sendero,
se defiende del viento con el filo del techo.
Su amigo es el chingolo;
su centinela el terutero.
Se nota en este poema un tono descriptivo y calmo más que reivindicador o nostálgico; aunque hace uso de vocabulario del campo (paja brava, tranquera, tiento), el lenguaje no imita el habla del gaucho y no es por lo tanto gauchesco, sino culto; están presentes la personificación (Insociable, huyendo del camino) y las imágenes sorprendentes (atado a la tranquera [...] por el tiento torcido de un sendero); se deja de lado la rima. 
La poesía nativista uruguaya fue parte de un movimiento más amplio de renovación que en que participaron otras formas del arte (la pintura y la música sobre todo) y que estuvo relacionado con un momento de auge económico y un cierto orgullo nacional. Así lo dice el mismo Silva Valdés en otros versos: 
La ley acá es para todos, / la ley no mira el color; / para todos el trabajo, / el dulzor o el amargor; / cualquiera sale de pobre / con baquía y con sudor.»
Pasajes del ensayo José Alonso y Trelles: entre la gauchesca y el nativismo, de Gustavo San Román, publicado en el suplemento cultural Insomnia, revista Posdata, Montevideo, 1999.

Cielito de la Independencia
(Bartolomé Hidalgo)
Si de todo lo criado
es el cielo lo mejor,
el "cielo" ha de ser el baile
de los Pueblos de la Unión.
Cielo, cielito y más cielo,
cielito siempre cantad
que la alegría es del cielo,
del cielo es la libertad.
Hoy una Nación
en el mundo se presenta,
pues las Provincias Unidas
proclaman su Independencia.
Cielito, cielo festivo,
cielo de la libertad,
jurando la Independencia
no somos esclavos ya.
Los del Río de la Plata
cantan con aclamación,
su libertad recobrada
a esfuerzos de su valor.
Cielo, cielito, cantemos,
cielo de la amada Patria,
que con sus hijos celebra
su libertad suspirada.
Los constantes argentinos
juran hoy con heroísmo,
eterna guerra al tirano,
guerra eterna al despotismo.
Cielo, cielito, cantemos
se acabarán nuestras penas,
porque ya hemos arrojado
los grillos y las cadenas.
Jurando la Independencia
tenemos obligación,
de ser buenos ciudadanos
y consolidar la Unión.
Cielo, cielito, cantemos,
cielito de la unidad,
unidos seremos libres,
sin unión no hay libertad.
Todo fiel americano
hace a la Patria traición,
si fomenta la discordia
y no propende a la Unión.
Cielo, cielito, cantemos
que en el cielo está la paz,
y el que la busque en discordia
jamás la podrá encontrar.
Oprobio eterno al que tenga
la depravada intención
de que la Patria se vea
esclava de otra nación.
Cielito, cielo festivo,
cielito del entusiasmo,
queremos antes morir
que volver a ser esclavos.
¡Viva la Patria, patriotas!
¡Viva la Patria y la Unión,
viva nuestra independencia,
viva la nueva Nación!
Cielito, cielo dichoso,
cielo del americano,
que el cielo hermoso del Sud
es cielo más estrellado.
El cielito de la Patria
hemos de cantar, paisanos,
porque cantando el cielito
se inflama nuestro entusiasmo.
Cielito, cielo y más cielo,
cielito del corazón,
que el cielo nos da la paz,
y el cielo nos da la Unión.

Martín Fierro
(José Hernández)
Aquí me pongo a cantar
Al compás de la vigüela,
Que el hombre que lo desvela
Una pena estraordinaria
Como la ave solitaria
Con el cantar se consuela.
Pido a los Santos del Cielo
Que ayuden mi pensamiento;
Les pido en este momento
Que voy a cantar mi historia
Me refresquen la memoria
Y aclaren mi entendimiento.
Vengan Santos milagrosos,
Vengan todos en mi ayuda,
Que la lengua se me añuda
Y se me turba la vista;
Pido a Dios que me asista
En una ocasión tan ruda.
Yo he visto muchos cantores,
Con famas bien obtenidas,
Y que después de adquiridas
No las quieren sustentar
Parece que sin largar
se cansaron en partidas.
Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar;
nada lo hace recular
ni los fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan
yo también quiero cantar.
Cantando me he de morir
Cantando me han de enterrar,
Y cantando he de llegar
Al pie del eterno padre:
Dende el vientre de mi madre
Vine a este mundo a cantar.
Que no se trabe mi lengua
Ni me falte la palabra:
El cantar mi gloria labra
Y poniéndome a cantar,
Cantando me han de encontrar
Aunque la tierra se abra.
Me siento en el plan de un bajo
A cantar un argumento:
Como si soplara el viento
Hago tiritar los pastos;
Con oros, copas y bastos
Juega allí mi pensamiento.
Yo no soy cantor letrao,
Mas si me pongo a cantar
No tengo cuándo acabar
Y me envejezco cantando:
Las coplas me van brotando
Como agua de manantial.
Con la guitarra en la mano
Ni las moscas se me arriman,
Naides me pone el pie encima,
Y cuando el pecho se entona,
Hago gemir a la prima
Y llorar a la bordona.
Yo soy toro en mi rodeo
Y torazo en rodeo ajeno;
Siempre me tuve por güeno
Y si me quieren probar,
Salgan otros a cantar
Y veremos quién es menos.
No me hago al lao de la güeya
Aunque vengan degollando,
Con los blandos yo soy blando
Y soy duro con los duros,
Y ninguno en un apuro
Me ha visto andar tutubiando.
En el peligro, ¡qué Cristos!
El corazón se me enancha,
Pues toda la tierra es cancha,
Y de eso naides se asombre:
El que se tiene por hombre
Ande quiere hace pata ancha.
Soy gaucho, y entiendaló
Como mi lengua lo esplica:
Para mí la tierra es chica
Y pudiera ser mayor;
Ni la víbora me pica
Ni quema mi frente el sol.
Nací como nace el peje
En el fondo de la mar;
Naides me puede quitar
Aquello que Dios me dio
Lo que al mundo truje yo
Del mundo lo he de llevar.
Mi gloria es vivir tan libre
Como el pájaro del cielo:
No hago nido en este suelo
Ande hay tanto que sufrir,
Y naides me ha de seguir
Cuando yo remuento el vuelo.
Yo no tengo en el amor
Quien me venga con querellas;
Como esas aves tan bellas
Que saltan de rama en rama,
Yo hago en el trébol mi cama,
Y me cubren las estrellas.
Y sepan cuantos escuchan
De mis penas el relato,
Que nunca peleo ni mato
Sino por necesidá,
Y que a tanta alversidá
Sólo me arrojó el mal trato
Y atiendan la relación
que hace un gaucho perseguido,
que padre y marido ha sido
empeñoso y diligente,
y sin embargo la gente
lo tiene por un bandido.

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