José Alonso y Trelles en 1922. (Revista Nacional, N° 22, 1939) |
Sobre la base de la Tercera Historia del libro Héroes sin Bronce (Gobierno del Principado de Asturias, Ediciones Trea, Gijón, 2005) actualizada en 2013.
17
de diciembre de 1899. Una multitud de curiosos aprovechó ese domingo
veraniego para ir al Tala, en insólita peregrinación popular.
Llegaban desde los sitios más lejanos con el único interés de
conocer al «auténtico intérprete de la forma de hablar y del
pensar gaucho». El pequeño pueblo canario vivía por entonces, una
imprevista gloria.
Portada de la revista El Terruño N° 4, 1917, con poemas y biografía de El Viejo Pancho. (Archivo Sabat Pebet) |
La
temperatura y el ambiente talense eran ideales para un picnic
familiar o un buen asado al aire libre, con amigos. Luego del
almuerzo hubo una improvisada fiesta en la plaza, con él como
principal atracción. El clima se fue preparando con música, bailes
y exhibición de habilidades gauchescas. Recién después subió
al escenario. Y comenzó a recitar.
Al
verlo y escucharlo, los visitantes creyeron que se trataba de una
broma de pésimo gusto. Cuando se dieron cuenta que no era así,
comenzaron los gritos y las quejas. En lugar del hombre rudo, del
caudillo de voz grave, templada con caña, se encontraban con un
«gallego», de acento inconfundible, dicharachero y alegre. Que no
bebía, ni sabía tocar la guitarra. Para peor, no tuvo mejor idea
que reírse de su personaje «totalmente ficticio». Se burlaba, sin
tapujos, de una inapreciada fama.
En
medio de la confusión y la decepción, hubo voces que se alzaron en su defensa. Las más fuertes, de «dotores» montevideanos
que meses antes habían sufrido el mismo desengaño: los cultos
Alcides de María y Orosmán Moratorio, directores de la revista El
Fogón. Dos dedicados buscadores de relatos y versos autóctonos; en
tiempos de afirmación de la cultura nacional. Con ellos colaboraban
plumas célebres: Elías Regules, Guzmán Papini y Zas y el
prestigioso historiadorIsidoro de Maria; padre del director, que firmaba
Aniceto Gallareta.
A
mediados de agosto, recibieron un sobre cerrado y sin remitente.
Cuando leyeron su contenido, no lo podían creer. El 7 de setiembre,
aparecían las rimas, que comenzaban así:
¡Ni
que ver! Que le chanto las cacharpas
al
overo rabón y ayá enderiezo,
y
si anda macaquiando la chiniya
me
la cazo del pelo,
a
filo de facón corto la trenza
y
se la priendo al marlo de mi overo.
Dibujo de El Viejo Pancho, por Hermenegildo Sabat Lleó (1874-1932), publicado en el libro El cantor de Tala, 1929. (Archivo Sabat Pebet) |
Sus
coplas eran solicitadas por editores argentinos y recitadas en ruedas
de amigos y tertulias literarias, donde le llamaban «Mester de
gauchería». Fue el preferido de los lectores de otra memorable
revista: El Terruño. No escribía demasiado, pero sus creaciones
melancólicas, escépticas y misóginas, provocaban admiración. Fue
el más profundo y lírico poeta costumbrista. Abucheado hasta el cansancio en aquella tarde casi veraniega de Tala, a punto de cambiar el siglo.
Gardel
celta
José
María Alonso y Trelles y Jarén nació el 7 de mayo de 1857. Hasta
aquí, total certeza. El problema comienza cuando hay que definir el
lugar. Para los gallegos fue en Santa María del Campo, aldea próxima
al puerto lucense de Ribadeo. Para los asturianos fue en Castropol,
de este lado de la ría del Eo. Un entrañable enigma, que el propio autor se
encargó cultivar, hasta su último día.
A
la primera versión se afilia el oriental Carlos Zubillaga,
autoridad historiográfica y distinguido miembro correspondiente de
la Real Academia Gallega. Muy respetable, aunque respondida por un
paisano de incontestable credibilidad: el historiador José Luis
Pérez de Castro, presidente del Real Instituto de Estudios
Asturianos. «Por encima de su dudoso nacimiento en Galicia, es un
hijo de asturianos que sobrepone su compenetración con el Uruguay y
su cariño biológico por Navia, la tierra de sus mayores y de su
infancia.»
El investigador invoca un erudito ensayo de H. J. de la
Cámara en la revista Mundo Hispánico (Madrid, enero de
1956). «Según la tradición nació en Castropol aunque fue
bautizado en Ribadeo.» Una idea confirmada por Antonio Salgado en
Un gaucho de Asturias. Alonso y Trelles (Norte de México, N°
159, 1959). El biógrafo Arturo Scarone, en Uruguayos
contemporáneos (Montevideo, 1937), dice que es «asturiano de
Navia de Luarca».
José Alonso y Trelles a los 20 años, recién llegado al Tala, con un niño llamado Joaquín Tejera. (Archivo Sabat Pebet) |
Galleguistas
y asturianistas utilizan como fuente argumental una misma obra del
uruguayos Juan Carlos Sabat Pebet: El Cantor del Tala. Monografía
y crítica de José Alonso y Trelles, El Viejo Pancho
(Montevideo, Palacio del Libro, 1929). Por las dos partes. Los
asturianistas ponen énfasis en una carta dirigida a su íntimo amigo
Rafael Calzada, el 6 de diciembre de 1908. Firmada por Pepe Alonso
y Trelles, afirma: «Quiero en un abrazo muy estrecho
agradecer tu atención con aquellas dos viejecitas que viven para
quererme en aquél paraíso con el que sueño para echar mi última
siesta.» Se refería a Navia, hacia donde iba a partir Calzada. Allí
vivían la hermana y la madre de Trelles. En esa dirección siguen
otros artículos de Sabat Pebet: In memoriam Rafael Calzada,
1854-1929 (Buenos Aires, 1930); Dos cartas de El Viejo Pancho
y Republicanos españoles en el Río de la Plata (suplemento
dominical de El Día, 11 de marzo de 1951).
Zubillaga
plantea una hipótesis muy aceptable en el prólogo de El Viejo
Pancho (Patronato da Cultura Galega, Montevideo, 2002), un ameno
libro del investigador Pedro Barreiro. «La cuna de José Alonso y
Trelles –aunque nunca negada por el poeta– fue ignorada por sus
contemporáneos que lo hicieron asturiano de Navia, en detrimento del
solar ribadenses que recogió sus primeros balbuceos. Fue recién
después de su muerte que se difundió su oriundez gallega, gracias a
noticias de Rafael Calzada, en Cincuenta años de América,
notas autobiográficas (Buenos Aires, 1927). Allí rectificó su
anterior referencia al lugar de nacimiento de quien fuera su
compañero de niñez.»
Autocaricatura publicada el 1 de setiembre de 1895 en El Tala Cómico. (Archivo Sabat Pebet) |
El
historiador y periodista Lincoln Maiztegui Casas, se suma a la
hipótesis de sus colegas y compatriotas, al introducir su
interesante artículo de divulgación: El gallego Pancho (diario
El Observador, Montevideo, 18 de setiembre de 2004). «Se
imagina el lector a un británico egresado de Oxford escribiendo un
poema en lunfardo, al estilo Carlos de la Púa? ¿O a Aníbal Troilo
tocando St. Louis Blues en el bandoneón? Pues esas incongruencias lo
son menos que un poeta gauchesco, tal vez el más auténtico en
lenguaje y sabor campero, nacido en Ribadeo, y arribado a estas
tierras del Plata con 18 años. Más allá de los valores de su
poesía –que son espléndidos– lo que despierta curiosidad es,
precisamente, este rasgo insólito de su biografía. Gallego de
nacimiento, criado en Asturias entre los picos de Europa[...] habló
toda su vida el castellano con el más puro acento castizo.
Se
afincó en Uruguay, pero en vez de poner un boliche o conducir un
ómnibus, se identificó tan hondamente con la psicología y el modo
de hablar de nuestros paisanos que resulta imposible, a través de su
obra, rastrear su origen. Cuando además, uno se entera de que era un
hombre alegre y festivo, dueño de un espíritu burlón situado a mil
leguas del gaucho pesimista y escéptico que vive en sus versos,
adviene el deseo de saber más sobre su enigmática personalidad.»
«Hace ochenta y dos años, un maestro asturiano traspuso la ría, llegó trajeado de fiesta a la aldea gallega de Rivadéo, cruzó su vía principal y penetró con aire sobrio a la parroquia de Santa María del Campo. Iban con él padrinos y parientes, y también iban vaqueros que, según la costumbre asturiana, llevaban en la mano un trozo de pan del llanto. Ese trozo de pan era ofrendado a los hombres del camino; y esa ofrenda humilde del pedazo de pan contenía todo el fervoroso deseo del vaquero para que la bondad de Dios se derramase sobre el niño que iba a recibir el sacramento del bautismo.
Ese día, el cura párroco de Rivadéo, don Manuel Bermúdez Marede, le daba el ser de gracia y el carácter de cristiano a José Alonso y Trelles, hijo del maestro don Francisco Alonso y Trelles y de doña Vicenta Jaren.
La fe de bautismo extendida el 7 de mayo de 1857, acredita que el poeta fue bautizado en un pueblo gallego, pero no ilustra, como es natural, de que el padre del poeta debió de atravesar la ría porque ciertamente en su aldea asturiana de Castropol no había, a la sazón, ni iglesia parroquial ni quien, en consecuencia, se encargase de administrar los sacramentos y de curar el alma de la feligresía.»
Miguel Víctor Martínez, Revista Nacional, Nº 22, Ministerio de Instrucción Pública (Montevideo, Octubre de 1939).
Pancho,
el viejo astur
José
María era hijo de Francisco –el verdadero Viejo Pancho,
asturiano de San Juan de Trelles– y de la ribadense Vicenta Jarén.
El niño pasó sus primeros cuatro años en la frontera, hasta que su
padre fue designado director de una buena escuela de Navia.
«Francisco se enorgullecía de sus orígenes aristocráticos, y
decía descender del príncipe Troilo –vaya ironía– hijo del
arzobispo de Toledo Camillo. Pero tenía una muy modesta condición
económica, aunque de buen nivel cultural. Desde un principio
comprendió que aquel hijo tenía una inteligencia fuera de lo común
y un espíritu inquieto», cuenta Maiztegui.
Alonso
y Trelles solía recordar su niñez, refiriéndose a sí mismo en
tercera persona: «A los siete años era periodista y fabricante de
estampillas para cartas de amor. Con carbón en polvo y papel de
calcar tiraba tres ejemplares [para tres únicos subscriptores, que
no pagaban y que posiblemente no sabían leer], de un semanario que
salía una vez por mes. Con el producto de las estampillas pagaba al
cartero, que distribuía entre la grey infantil cartas amorosas y que
un día sí y otro también, recibía un plus de patadas en la parte
muelle.»
Tan
prematura inclinación literaria, no supuso incumplir con la voluntad
paterna; aunque «resultábale indigerible la ciencia de Pitágoras».
Estudió para perito mercantil, al tiempo que hacía sus primeros
pininos poéticos en dos periódicos: El Diario y El Mayor.
Sus
tiempos y sus aspiraciones, poco tenían que ver con las urgentes
necesidades económicas de la familia. Quizá por eso mismo, se
decidió a buscar experiencias y aventuras vitales. Una tarde de
primavera de 1875 reunió a sus amigos Rafael Calzada y Emilio
Rodríguez, para invitarlos a un desafiante periplo americano. El
trío llegó a Montevideo en los negros tiempos de la dictadura de
Lorenzo Latorre. Tanto que la capital les pareció oscura y poco
acogedora. Juntos viajaron a la Argentina, donde Calzada residió
hasta el final de su existencia. Con tal fama que terminaría por dar
el nombre a su pueblo adoptivo.
José
María vivió dos interminables años en Chivilcoy. Un solitario
paraje «en medio de la nada». Un punto remoto, donde «para
adormecer la morriña hereditaria se dio a los versos como podía
haberse dado a la bebida». Inquieto y buscavidas, regresó al
Uruguay en 1877, pero eludió la capital y se instaló en Tala,
departamento de Canelones. Un caserío de insoslayable reminiscencia
hispana. El tranquilo poblado rural desató su rica imaginación y
cautivó su amor. Allí vivía por entonces su amigo y compañero
Emilio Rodríguez. Un paraíso terreno, ubicado a 110 kilómetros de
Montevideo, del que jamás se marcharía, de manera definitiva.
«Era ya un mozo de diez y siete años, experto en el juego muy asturiano de los bolos, cuando José Alonso y Trelles dejó su pueblo, embarcó en puerto gallego, cruzó los mares y pisó tierra argentina.
-Vas a Chivilcoy a trabajar y a enriquecerte,- había afirmado el maestro de primeras letras al despedirse de su hijo.
Inmigrante cargado de nostalgias, traía en sus labios el querido acento español, y en sus venas sangre que fue de nuestros antepasados y que sigue siendo por ventura la nuestra.
En Chivilcoy vivía en aquella época -1874- un asturiano que giraba un fuerte capital. Y allí, a su lado, empezó a ganarse el sustento el futuro cantor gauchesco.
Las alas del poeta quisieron empezar a vibrar sobre las hojas de un cuaderno de Chivilcoy, que he tenido a la vista, en las cuales, frente a los signos aritméticos de problemas de cambio y liquidaciones de facturas, la pluma de Alonso y Trelles, obedeciendo al impulso interior, trazó estas inéditas y superfluas evocaciones
Oculta entre los castaños
y en blando lecho dormida
se halla la aldea querida
donde mi padre nació. «Era ya un mozo de diez y siete años, experto en el juego muy asturiano de los bolos, cuando José Alonso y Trelles dejó su pueblo, embarcó en puerto gallego, cruzó los mares y pisó tierra argentina.
-Vas a Chivilcoy a trabajar y a enriquecerte,- había afirmado el maestro de primeras letras al despedirse de su hijo.
Inmigrante cargado de nostalgias, traía en sus labios el querido acento español, y en sus venas sangre que fue de nuestros antepasados y que sigue siendo por ventura la nuestra.
En Chivilcoy vivía en aquella época -1874- un asturiano que giraba un fuerte capital. Y allí, a su lado, empezó a ganarse el sustento el futuro cantor gauchesco.
Las alas del poeta quisieron empezar a vibrar sobre las hojas de un cuaderno de Chivilcoy, que he tenido a la vista, en las cuales, frente a los signos aritméticos de problemas de cambio y liquidaciones de facturas, la pluma de Alonso y Trelles, obedeciendo al impulso interior, trazó estas inéditas y superfluas evocaciones
Oculta entre los castaños
y en blando lecho dormida
se halla la aldea querida
Y ésta:
Corre, corre, presuroso
mocozuelo río Navia
Corre pues ya que te empeñas
en llevar al mar tus aguas.»
Miguel Víctor Martínez, Revista Nacional, Nº 22, Ministerio de Instrucción Pública (Montevideo, Octubre de 1939).
El
cómico de Tala
José
María encontró trabajo en el comercio del vecino Juan Ricetto,
pero, por poco tiempo. El influyente maestro Joaquín Tejera,
director de la escuela del pueblo, le propuso ingresar al Correo a
cambio de colaboraciones en su periódico. El joven inmigrante se
destacó por su inteligencia, su saber infrecuente en un medio tan
pequeño y su habilidad para escribir. Al poco tiempo tenía todos
los hábitos criollos. Tomaba mate, andaba a caballo era (entonces
tan delgado que se parecía a Don Quijote), mimetizándose con los
lugareños. Sólo su acento castizo –que nunca modificó–
revelaba un origen español. En 1882 se casó con Dolores Ricetto,
hija de don Juan. La pareja tuvo ocho hijos.
En
busca de independencia económica, y pese a una envidiada reputación,
a fines del mismo año la pareja se radicó en Sarandí Agrupa,
localidad del estado de Río Grande do Sul, cercana a la fronteriza
Santa Ana do Livramento. Trabajó como tenedor de libros, tan
eficiente como insatisfecho. Allí nacieron sus dos hijos mayores.
Hasta que, en 1887, regresaron con un pequeño capital ahorrado.
«Entre irse a la Pampa en busca de Martín Fierro o rendirse al yugo
de la civilización, optó por lo último y se vino al Uruguay»,
dijo alguna vez sobre esta crucial decisión. Siempre en tercera
persona.
No
tuvo otro remedio que asociarse con su suegro, pero, no se destacaba
por la visión en los negocios. Estudió leyes a propuesta de Pedro
Sozo, juez de Paz. No obtuvo el título de abogado, ni de escribano,
aprobó todas las materias, pero nunca dio el examen final. Siempre
fue el procurador del Tala. Toda una personalidad.
Dueño
de una energía inagotable, alternaba la vicepresidencia de la
Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos con una compañía teatral
que interpretaba sus obras –Juan el Loco (1887), Crimen
de amor (1891) y Colón (1892). Editó dos periódicos
sarcásticos: El Tala Cómico hasta 1897 y Momentáneas,
entre 1899 y 1900. Impulsado por una visionaria intuición que le
permitió adaptar el modelo del célebre Madrid Cómico.
La
novedosa revista fue un fenómeno inaudito para un pueblo de poco más
de dos mil habitantes. Desde ese momento, todo ciudadano corría
riesgo de salir retratado en su reveladora portada. Lo que supuso el
fin de la más pacata serenidad. Las páginas tenían brevísimas
columnas para el elogio e ilimitados espacios para colgar en la
picota pública a conocidos personajes que mal se portaban. La
descripción es absolutamente textual, sin imagen literaria alguna.
«Era un excelente dibujante[...] Solía colgar de una horca
imaginaria a quien cometía, por acción u omisión, algún acto
criticable. A pocos les agradaba verse en páginas impresas,
convertidos en caricatura, con la lengua de afuera. A esta sección,
que causaba pavor, se sumaban los comentarios con frecuencia mordaces
del director que firmaba Juan Monga, Candil, Cáustico,
Tácito o Ventosa, sobre el acontecer del pueblo»,
recuerda Maiztegui.
Como
buen librepensador, sufría amenazas y ofensas de los retratados y
sus familiares, siempre a cambio de magros ingresos. Provocaba y se
provocaba a sí mismo, enojos profundos. Una víctima memorable de su
descacharrante mordacidad fue el cura del pueblo, con quien nunca se
entendió. Fue feroz con «curanderos» y «ponemanos», a los que
trataba cruelmente de hipócritas, estafadores y mentirosos. Los
denunciados se defendían afirmando que José María –cuando se
sentía mal– acudía a la «China» Rosa. Solícita
depositaria de ungüentos «curatodo», de dudoso prestigio. Al
parecer, era cierto. De todas formas, el temido periodista sabía
evitar que los vientos de revancha llegaran a insoportables tormentas
de odio. De vez en cuando se tomaba como objeto de sus críticas e
ironías. Hasta llegó a ahorcarse a sí mismo.
José Alonso y Trelles en la presentación pública de El Tala Cómico, 18 de noviembre de 1894.
«Es curioso, casi cómico. El Tala, ese pueblito que queda en Canelones, allá por las cercanías de San Ramón, tiene un periódico satírico como no existe otro en toda la República. Su director es Juan Monga. El periódico está bien, pero muy bien escrito. El tal Monga, no es un Juan Monga cualquiera, porque tiene sal y aún pimienta. Es además hábil dibujante y hombre de una paciencia digna de pasar a la historia del Tala. Figúrense Uds. que él sólo se lo escribe de cabo a rabo, él sólo lo ilustra y él solo lo imprime, gracias a una de esas máquinas que reproducen los manuscritos. Además el sistema empleado en la compaginación no tiene nada de común con lo que distingue a la generalidad de nuestros colegas de afuera. El Tala Cómico no admite recorte, no tiene artículos largos, no publica artículos de Taboada, ni insulta a las autoridades departamentales. Señores: Por todas estas razones suscríbanse Uds. a El Tala Cómico.»
Comentario de José Alonso y Trelles, José, publicado en el diario La Razón, Montevideo, 26 de diciembre de 1894.
Comentario de José Alonso y Trelles, José, publicado en el diario La Razón, Montevideo, 26 de diciembre de 1894.
Sátira
y pesimismo romántico
Texto de Canta la noche, publicado en junio de 1918 en la revista El Terruño. (Archivo Sabat Pebet) |
En
1902 obtuvo la ciudadanía uruguaya y en 1908 fue electo diputado por
el Partido Blanco. Cumplió toda una legislatura –sin mayor brillo,
hasta 1911– cabalgando entre Montevideo y Tala. En 1910 viajó por
última vez a España. Visitó a sus hermanos, Carmen y Ramón, y a
su anciana madre. Presidió una peña de jóvenes ávidos de saber, a
quienes les hablaba de Stendhal y Flaubert, Becquer, Espronceda y
Marcelino Menéndez y Pelayo. Por su trayectoria fue homenajeado el
18 de enero de 1922, en un acto raramente popular de la más
exquisita cultura rioplatense.
En
sus últimos años vivió más en la capital que en su pago.
Preocupado por la educación de sus hijos y para no perderse
espectáculos teatrales y musicales. Frecuentó los mitológicos
cenáculos cafetineros de Polo Bamba y Tupí Nambá. Allí, mantuvo
firme su estoico romanticismo telúrico, debatiéndose frente a la
más intolerante banda de bravucones «moderno-decadentistas».
Falleció
en Montevideo, el 28 de julio de 1924, por una grave enfermedad
asociada con peritonitis. «El cadáver del poeta atravesó ayer los
campos de sus versos con rumbo al Tala», según emocionante
necrológica, firmada por el periodista Antonio Soto, Boy. Se llevó a la tumba el
misterio de su hondísima tristeza interior y dejó algunos de los
versos más bellos y dolientes que se hayan escrito bajo el cielo
oriental.
«Desde noviembre de 1894 a marzo de 1897 publicó, valiéndose de un Ciclostyle en que derrochó paciencia y habilidad caligráfica, ochenta y tres números de El Tala Cómico, periódico semisatírico y semilustrado que no dejó títere con cabeza en el departamento y sirvió de ensayo para sus posteriores críticas literarias, bastante menos brillantes que las del insigne Clarín, pero no menos demoledoras que las del bueno de Valbuena. Y desde junio de 1899 a enero de 1900, veintitrés números de Momentáneas, con tricomías que daban las doce.»
Nota autobiográfica de José Alonso y Trelles, 1922. Manuscrito original de La Gueya publicado el 15 de setiembre de 1899, en la revista El Fogón. (Archivo Sabat Pebet) |
¡Pulpero,
eche caña!
Caña
de la güena.
Yene
hasta los topes ese vaso grande,
no
ande con miserias.
Tengo
como un fuego
la
boca de seca
y
en el tragadero tengo como un ñudo
que
me ahuga y me apreta.
¡Deme
esa guitarra!
Quién
sabe sus cuerdas
no
me digan algo que me de coraje
pa
echar esto ajuera.
Hoy
de madrugada
yegué
a mi tapera
y
oservé en el pasto mojao po´el sereno
yo
no sé qué gueya.
Tal
vez de algún perro.
Pero
¡de ande yerba!
si
al lao de mi rancho no tengo chiquero
ni
en mi casa hay perras.
Dentré,
y a mi china
la
encontré dispierta
¡Pulpero,
eche caña, que tengo la boca
lo
mesmo que yesca!
Yo
tengo, pulpero,
pa
que usté lo sepa,
la
moza más linda que han visto los ojos
en
tuita la tierra.
Con
eya mi rancho
ni
al cielo envidea.
Pero...eche
otro vaso, pa ver si me olvido
que
he visto una güeya.
Volver
p´atrás
¿Que
no mire p´atrás? ¿Que el tiempo juido
nunca
más ha e volver?
¿Que
es mejor en la zanja del olvido
sepultar
el ayer?
Bien
se ve que ricién abrís los ojos
a
la vida, gurí:
cuando
sintás los caracuces flojos
no
has de pensar ansí.
¿Pa
qué al flete e soñar via darle apronte
si
está maceta ya,
si
por juirle el camino vive a monte
como
el guazubirá?
Cuando
a fuerza e penar yegués a viejo
como
yo, ya verás
por
qué quisiera ser como el cangrejo,
que
anda siempre p´atrás.
¿Que
vivir otra vez lo ya vivido,
si
jue amargo el vivir,
es
sufrir otra vez lo ya sufrido,
que
es más pior que morir?
Pero
también v´haciéndose de a poco
callo
en el corazón.
Bien
amarga es la yerba, y yo soy loco
po´el
mate cimarrón.
Por
eso, al ver tranquiar hoscos y lerdos
mis
días sin amor,
ato
a soga el ternero e los ricuerdos
p´apoyar
la lechera del dolor.
Manuscrito original de Tiento sobao, 1918. (Archivo Sabat Pebet) |
Tiento sobao
¿Que quien jué el curiosoQue me dió este perro?
Naides; estos bichos, como el hombre zonzo,
Cuando los halagan se dan eyos mesmos.
Jué en un mes de agosto
De no sé qué invierno,
Muy pocos días antes de morir el flaco
Mi cabayo overo,
Que cayó a mi rancho,
Maltratáo y rengo,
Y clavó en las mías sus pupilas tristes,
Sus pupilas yenas de sombra y misterio.
¿Que de ande vendría?
¡Vaya uno a saberlo!
Puede que viniese, como yo, del pago
De los desengaños y de los recuerdos!
Le tiré una achura,
Y, aunque estaba hambriento,
Sin hacerle caso, me miró de un modo
Como si dijera: "No vengo por eso".
Aunque sea soncera
Pensé yo por dentro:
¡Quien sabe estos bichos no sufren de amores
Y, como el cristiano, los matan los celos!...
Y viendo en tropiya
Venir mis recuerdos,
Le hice unas caricias y, dende esa tarde,
Pa los dos alcanza mi pan y mi techo.
Reproducido
el 15 de setiembre de 1899, en la revista El Fogón.
Pasaje del primer editorial de la revista Momentáneas, Número 1, junio de 1899.
Edición compartida por Paja Brava de Alonso y Trelles y Versos Criollos de Elías Regules, Biblioteca Grandes Obras, 1915, ofrecida en Montevideo a 55 dólares americanos. (Mercado Libre) |
José
Alonso y Trelles era un «decidor». Un libertario que admiraba la
romántica figura de Artigas. De forma profunda e inocultable.
«Nuestro querido prócer fue el mayor enemigo criollo de la opresión
colonial. El Viejo Pancho hubiese sido su primer soldado»,
afirmaba convencido.
Cielo
y sol unidos,
Vidalitá
Van
en mi bandera;
Que
ella me amortaje,
Vidalitá
Cuando
yo me muera.
Mi
patria y la gloria,
Vidalitá,
Se
hicieron amigas;
Porque
fue esta tierra
Vidalitá,
La
cuna de Artigas.
«¡Tú mis versos criticar! / ¡Tú pescarme a mí los hiatos! / Hombre; no me hagas sudar. / Mira que hacer alegatos / No es lo mismo que rimar.
En cuestión de consonantes / Juzgo tu fallo importuno / Y es mejor no lo adelantes... / Porque hay muchos ignorantes / "¡Pero como tú, ninguno!»
Crítica en verso a un poeta de la localidad de Sauce, El Tala Cómico, 1896.Ejemplar de Paja Brava, Tercera Edición aumentada, Barreiro y Ramos, 1923, ofrecida en Montevideo a 250 pesos uruguayos. (Mercado Libre) |
El Rancho
Ranchito que entre el verdor
Parecés
una gran cosa
Y
no sós más que la choza
Donde
escuendo mi dolor.
Rancho
en que entuavía el amor
Que
en rescoldos se consume
A
ocasiones desentume
Las
alas medio dispacio
Pa
perderse en el espacio
Como
si juese un perfume.
Tapera
medio arrumbada
Que
al costao de una laguna
Ejemplar de Paja Brava, Tercera Edición aumentada, Editorial Claridad, 1926, ofrecida en Montevideo a 250 pesos uruguayos. (Mercado Libre) |
Fuiste
pa mi como un hada.
¡Quién
dirá al verte rodeada
De
paráisos y palmeras,
Que
sos triste de adeveras
Porque,
bajo tus totoras,
No
hay en mis noches auroras
Ni
en mi vejez primaveras!
Al
zarzo que da a tu alero
Un
rosal de rosas blancas
Trepa
yevándose en ancas
La
copa de un jazminero.
Corre
a su sombra un sendero
Que
como baliza cierta
Va
derechito a una puerta
Que
bajo un toldo de flores,
P'
adormecer mis dolores
He
de hayarla siempre abierta.
Cuando me esté muriendo
Saquenmén campo ajuera,
Y al láo de una cañada
Ande corra un hilito de agua fresca,
Ande el trébol de olor y la gramiya
Se le brinden al cuerpo como jerga,
Y háiga una mata e pasto
Pa dejar cáer sobre eya la cabeza,
Dejenmén solo ayí... ¡solita mi alma!
Pa que náides se entere ni me sienta
Lo que esté po' empacárseme del todo
El corazón que a gatas si trotea.
¡Yo no quiero morir dentro e mi rancho
Como muere el peludo entre la cueva!
Quiero sentir bajo la luz del cielo
La caricia e la tierra
Que jué siempre pa mí como una madre
Y ha e recoger mis güesos lo que muera;
Quiero oír cantar, cuando el sudor me avise
Que me aguaita la austera,
Sobre el ombú e mi choza la calandria
Que tantas veces consoló mi pena;
Quiero ver retozar a los baguales
Que la yeguada encela
Pa recordar los que montaba en pelos
Al salir disparando e la manguera;
Quiero seguir el vuelo e las torcazas
Cuando a la tarde los cardales dejan,
Y van, buchonas, procurando el nido
Ande Amor, arruyando, las espera.
Quiero aspirar, cuando a morirme vaya,
Los perfumes que al viento dan las sierras,
Y enyenando los ojos de azul-cielo,
Al darle al sol mi adiós lo que se escuenda
Pedirle pa la zanja en que me entierren
Su primer rayo e luz cuando amanezca...
¡No me dejen morir dentro e mi rancho
Como muere el peludo entre la cueva!
Dejenmé agonizar a campo abierto,
La cara al cielo güelta,
Pa verla bien, lo que la noche se haga,
A la adorada estreya,
Que les robé la luz a unas pupilas
Que envenenaron tuita mi existencia...
Cuando me esté muriendo
Saquenmén campo ajuera,
Y al láo de una cañada
Ande corra un hilito de agua fresca,
Ande el trébol de olor y la gramiya
Se le brinden al cuerpo como jerga,
Y háiga una mata e pasto
Pa dejar cáer sobre eya la cabeza,
Dejenmén solo ayí... ¡solita mi alma!
Pa que náides se entere ni me sienta
Lo que esté po' empacárseme del todo
Ejemplar de Paja Brava, Cuarta Edición aumentada, Impresora Uruguaya, 1930, ofrecida en Montevideo a 250 pesos uruguayos. (Mercado Libre) |
¡Yo no quiero morir dentro e mi rancho
Como muere el peludo entre la cueva!
Quiero sentir bajo la luz del cielo
La caricia e la tierra
Que jué siempre pa mí como una madre
Y ha e recoger mis güesos lo que muera;
Quiero oír cantar, cuando el sudor me avise
Que me aguaita la austera,
Sobre el ombú e mi choza la calandria
Que tantas veces consoló mi pena;
Quiero ver retozar a los baguales
Que la yeguada encela
Pa recordar los que montaba en pelos
Al salir disparando e la manguera;
Quiero seguir el vuelo e las torcazas
Cuando a la tarde los cardales dejan,
Y van, buchonas, procurando el nido
Ande Amor, arruyando, las espera.
Quiero aspirar, cuando a morirme vaya,
Los perfumes que al viento dan las sierras,
Y enyenando los ojos de azul-cielo,
Al darle al sol mi adiós lo que se escuenda
Pedirle pa la zanja en que me entierren
Su primer rayo e luz cuando amanezca...
¡No me dejen morir dentro e mi rancho
Como muere el peludo entre la cueva!
Dejenmé agonizar a campo abierto,
La cara al cielo güelta,
Pa verla bien, lo que la noche se haga,
A la adorada estreya,
Que les robé la luz a unas pupilas
Que envenenaron tuita mi existencia...
Versos publicados en Paja Brava, Impresora Uruguaya, Montevideo, 1930.
«Poeta sensitivo, fiel intérprete del alma melancólica del criollo, supo expresar en inspiradas páginas las vivencias esenciales de la raza que nutrió su canto.»
«Poeta sensitivo, fiel intérprete del alma melancólica del criollo, supo expresar en inspiradas páginas las vivencias esenciales de la raza que nutrió su canto.»
Serafín J. García, poeta y escritor uruguayo, en nota publicada en 1940.
Su obra
Busto del Viejo Pancho en la Plaza de El Tala su pueblo de adopción. (Galicia en Uruguay) |
Paja brava, versos criollos (Imprenta y Casa Editorial Renacimiento de Luis y Manuel Pérez, Montevideo, Primera Edición, 1915).
Paja brava (Imprenta y Casa Editorial Renacimiento de Luis y Manuel Pérez, Montevideo, Segunda Edición aumentada, 1920).
Paja brava (Librería Nacional Antonio Barreiro y Ramos. Barreiro y Cía. Sucesores, Montevideo, Tercera Edición aumentada, 1923).
Paja brava, con prólogo de Justino Zavala Muniz (Agencia General de Librería y Publicaciones, Montevideo-Buenos Aires, Cuarta Edición aumentada, 1926).
Paja Brava de El Viejo Pancho e outras obras de José A. y Trelles (versión gallega, Editorial Oriberthor SL, 1998).
Aprovechate gaviota
Sobre la seda de unos labios rojos
Placa alusiva al centenario del nacimiento del poeta, en la plaza El Viejo Pancho del barrio Pocitos. (Gobierno de Montevideo) |
del beberaje del amor la copa...
Aflojales cabresto a los antojos,
que, a lo mejor, la achura que galopa
se te empaca e repente,
sin darte tiempo ni a cerrar los ojos.
Poema inédito encontrado en la Biblioteca Nacional de Uruguay, escrito entre 1922 y 1924.
Gardel, Fabini, Zitarrosa
¡Hopa! ¡Hopa! ¡Hopa!, ¡Como todas!, Misterio, Insomnio, son poemas del libro Paja Brava incorporados al repertorio del Carlos Gardel, con música de Américo Chiriff. El compositor uruguayo Eduardo Fabini musicalizó La Güeya y Pa ejemplo, como un homenaje a José Alonso y Trelles. El autor y cantante y Alfredo Zitarrosa utilizó el texto De la lucha en una de sus canciones.
El gaucho en la poesía (I)
De los Cielitos de Bartolomé Hidalgo (1811-1822) al Martín Fierro (1872-1879)
Bartolomé Hidalgo en Buenos Aires, c. 1818. |
Limitándonos a la poesía, el género comienza con el montevideano Bartolomé Hidalgo (1788-1822) y sus Cielitos y Diálogos a principios del siglo XIX, que dan voz a los sentimientos revolucionarios de los paisanos durante las guerras de la independencia de España y la invasión portuguesa desde el Brasil. Estos versos están motivados por situaciones contemporáneas, y su tiempo verbal, al decir de Lauro Ayestarán, es el presente. De los dos tipos de composición, el Cielito, poesía en cuartetas asonantadas y seguidas, exhibe un tono de confiado nacionalismo, como en este final:
Viva el gobierno presente, / que por su constancia y celo / ha hecho florecer la causa / de nuestro nativo suelo. / Cielito, cielo que sí, vivan las autoridades, / y también que viva yo / para cantar las verdades.
Bartolomé Hidalgo en el barrio Prado de Montevideo. |
Así evalúa Chano la historia reciente:
En diez años que llevamos / de nuestra revulución / por sacudir las cadenas de Fernando el balandrón: / ¿qué ventaja hemos sacado? / Las diré con su perdón. / Robarnos unos a otros, / aumentar la desunión, / querer todos gobernar, / [...] / resultando en conclusión / que hasta el nombre de paisano / parece de mal sabor.
Esta visión realista y negativa de la vida del gaucho va a ser retomada en el segundo gran momento de la poesía gauchesca, que podemos ubicar en la década de 1870, cuando publican sus obras mayores el uruguayo Antonio D. Lussich (Los tres gauchos orientales, 1872) y los argentinos Hilario Ascasubi (esp. Paulino Lucero y Santos Vega, 1875) y José Hernández.
José Hernández (1834-1886), autor del Martín Fierro. |
Limitándonos al Martín Fierro, notemos tres momentos clave. En la primera parte, de 1872, hay una clara oposición entre la vida pasada del gaucho, una edad de oro en que abundaba la comida y en que el trabajo en la estancia primitiva era ameno y placentero, y la presente situación de represión y pobreza.
Yo he conocido esta tierra / en que el paisano vivía / y su ranchito tenía / y sus hijos y mujer... / Era una delicia el ver cómo pasaba sus días.
En un segundo momento, el poema relata cómo a este mundo idílico puso fin la doble necesidad de modernizar el trabajo de estancia y, en Argentina, de conquistar la frontera todavía en manos de indios. En Uruguay, oficialmente vacío de indios desde 1834, el gaucho no cumplió esa función, pero sí participó en varias “patriadas” o revoluciones nacionales.
Martín Fierro por el ilustrador argentino Juan Carlos Castagnino. |
Es el pobre en su orfandá / de la fortuna el desecho, / porque naides toma a pecho / el defender a su raza; / debe el gaucho tener casa, / escuela, iglesia y derechos.
La transformación del gaucho de orgulloso de su cultura y libertad a vencido marginal que solicita caridad es la clave del patetismo de este gran poema nacional. Es también fiel reflejo de los profundos cambios sociales de la época.»
El gaucho en la poesía (II)
Del Tradicionalismo de el El Fogón (1895-1913) al Nativismo (década de 1920)
«Para ubicar a El Viejo Pancho hay que considerar una tercera fase del género, que se consolidó en Uruguay a fines del siglo XIX y principios del XX, y que pertenece al movimiento del Tradicionalismo, caracterizado por un fuerte tono nostálgico. Los poetas de este movimiento, reunidos sobre todo en El Fogón (1895-1913) eran cultos ciudadanos, dotores que temían que los cambios sociales que acompañaban a la modernización y a las fuertes olas inmigratorias, pondrían en peligro la identidad nacional. Su meta fue la recuperación idealizante del mundo criollo, del campo y su habitante arquetípico, el gaucho.El Fogón fue la primera revista tradicionalista del continente. No se trataba de un órgano de folkloristas académicos, sino de una especie de foro en el que hombres cultos y nostálgicos asumían semanalmente las personalidades bastante idealizadas de los pobladores del campo.
Fernán Silva Valdés (1887-1985), fue el pionero de la poesía nativista uruguaya. |
Los versos de El Viejo Pancho se deben ver en ese momento histórico y dentro de ese esquema estético: la poesía criollista nostálgica. Pero tal clasificación no debe ser ciega a las peculiaridades del arte de Trelles, que hicieron que se convirtiera en el poeta más popular y el más respetado por la crítica entre todos los gauchescos de El Fogón.
De hecho, su clasificación no ha sido tan fácil. Para casi todos los críticos El Viejo Pancho representa el último momento de la poesía gauchesca, en el umbral de las transformaciones asociadas con un nuevo movimiento estético, el “nativismo”, que incluye el tema del mundo rural pero muy explícitamente no se limita a él.
La obra generalmente considerada como inauguradora de la poesía nativista en el Uruguay es Agua del tiempo (1921), de Fernán Silva Valdés, quien define el nativismo como “el arte moderno que se nutre en el paisaje, tradición o espíritu nacional (no regional) y que trae consigo la superación estética y el agrandamiento geográfico del ciego criollismo que sólo se inspiraba en los tipos y costumbres del campo”.
Cuando se interesa por el mundo rural, esta poesía se caracteriza por utilizar un lenguaje culto y no gauchesco, y por integrar las contribuciones de la vanguardia contemporánea, entre ellas la renovación de la metáfora que introdujeron el ultraísmo y movimientos afines.
Un ejemplo famoso de poema nativista del mismo Silva Valdés, dentro del tema gauchesco, es El Rancho, que comienza:
Caricatura de Fernán Silva Valdés en la década de 1920. |
insociable, huyendo del camino.
No se eleva, se agacha sobre la loma
como un pájaro grande con las alas caídas.
Gozando de estar solo,
y atado a la tranquera a ras de tierra
por el tiento torcido de un sendero,
se defiende del viento con el filo del techo.
Su amigo es el chingolo;
su centinela el terutero.
Se nota en este poema un tono descriptivo y calmo más que reivindicador o nostálgico; aunque hace uso de vocabulario del campo (paja brava, tranquera, tiento), el lenguaje no imita el habla del gaucho y no es por lo tanto gauchesco, sino culto; están presentes la personificación (Insociable, huyendo del camino) y las imágenes sorprendentes (atado a la tranquera [...] por el tiento torcido de un sendero); se deja de lado la rima.
La poesía nativista uruguaya fue parte de un movimiento más amplio de renovación que en que participaron otras formas del arte (la pintura y la música sobre todo) y que estuvo relacionado con un momento de auge económico y un cierto orgullo nacional. Así lo dice el mismo Silva Valdés en otros versos:
La ley acá es para todos, / la ley no mira el color; / para todos el trabajo, / el dulzor o el amargor; / cualquiera sale de pobre / con baquía y con sudor.»
Pasajes del ensayo José Alonso y Trelles: entre la gauchesca y el nativismo, de Gustavo San Román, publicado en el suplemento cultural Insomnia, revista Posdata, Montevideo, 1999.
Cielito de la Independencia
(Bartolomé Hidalgo)
Si de todo lo criado
es el cielo lo mejor,
el "cielo" ha de ser el baile
de los Pueblos de la Unión.
Cielo, cielito y más cielo,
cielito siempre cantad
que la alegría es del cielo,
del cielo es la libertad.
Hoy una Nación
en el mundo se presenta,
pues las Provincias Unidas
proclaman su Independencia.
Cielito, cielo festivo,
cielo de la libertad,
jurando la Independencia
no somos esclavos ya.
Los del Río de la Plata
cantan con aclamación,
su libertad recobrada
a esfuerzos de su valor.
Cielo, cielito, cantemos,
cielo de la amada Patria,
que con sus hijos celebra
su libertad suspirada.
Los constantes argentinos
juran hoy con heroísmo,
eterna guerra al tirano,
guerra eterna al despotismo.
Cielo, cielito, cantemos
se acabarán nuestras penas,
porque ya hemos arrojado
los grillos y las cadenas.
Jurando la Independencia
tenemos obligación,
de ser buenos ciudadanos
y consolidar la Unión.
Cielo, cielito, cantemos,
cielito de la unidad,
unidos seremos libres,
sin unión no hay libertad.
Todo fiel americano
hace a la Patria traición,
si fomenta la discordia
y no propende a la Unión.
Cielo, cielito, cantemos
que en el cielo está la paz,
y el que la busque en discordia
jamás la podrá encontrar.
Oprobio eterno al que tenga
la depravada intención
de que la Patria se vea
esclava de otra nación.
Cielito, cielo festivo,
cielito del entusiasmo,
queremos antes morir
que volver a ser esclavos.
¡Viva la Patria, patriotas!
¡Viva la Patria y la Unión,
viva nuestra independencia,
viva la nueva Nación!
Cielito, cielo dichoso,
cielo del americano,
que el cielo hermoso del Sud
es cielo más estrellado.
El cielito de la Patria
hemos de cantar, paisanos,
porque cantando el cielito
se inflama nuestro entusiasmo.
Cielito, cielo y más cielo,
cielito del corazón,
que el cielo nos da la paz,
y el cielo nos da la Unión.
Martín Fierro
(José Hernández)
Aquí me pongo a cantar
Al compás de la vigüela,
Que el hombre que lo desvela
Una pena estraordinaria
Como la ave solitaria
Con el cantar se consuela.
Pido a los Santos del Cielo
Que ayuden mi pensamiento;
Les pido en este momento
Que voy a cantar mi historia
Me refresquen la memoria
Y aclaren mi entendimiento.
Vengan Santos milagrosos,
Vengan todos en mi ayuda,
Que la lengua se me añuda
Y se me turba la vista;
Pido a Dios que me asista
En una ocasión tan ruda.
Yo he visto muchos cantores,
Con famas bien obtenidas,
Y que después de adquiridas
No las quieren sustentar
Parece que sin largar
se cansaron en partidas.
Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar;
nada lo hace recular
ni los fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan
yo también quiero cantar.
Cantando me he de morir
Cantando me han de enterrar,
Y cantando he de llegar
Al pie del eterno padre:
Dende el vientre de mi madre
Vine a este mundo a cantar.
Que no se trabe mi lengua
Ni me falte la palabra:
El cantar mi gloria labra
Y poniéndome a cantar,
Cantando me han de encontrar
Aunque la tierra se abra.
Me siento en el plan de un bajo
A cantar un argumento:
Como si soplara el viento
Hago tiritar los pastos;
Con oros, copas y bastos
Juega allí mi pensamiento.
Yo no soy cantor letrao,
Mas si me pongo a cantar
No tengo cuándo acabar
Y me envejezco cantando:
Las coplas me van brotando
Como agua de manantial.
Con la guitarra en la mano
Ni las moscas se me arriman,
Naides me pone el pie encima,
Y cuando el pecho se entona,
Hago gemir a la prima
Y llorar a la bordona.
Yo soy toro en mi rodeo
Y torazo en rodeo ajeno;
Siempre me tuve por güeno
Y si me quieren probar,
Salgan otros a cantar
Y veremos quién es menos.
No me hago al lao de la güeya
Aunque vengan degollando,
Con los blandos yo soy blando
Y soy duro con los duros,
Y ninguno en un apuro
Me ha visto andar tutubiando.
En el peligro, ¡qué Cristos!
El corazón se me enancha,
Pues toda la tierra es cancha,
Y de eso naides se asombre:
El que se tiene por hombre
Ande quiere hace pata ancha.
Soy gaucho, y entiendaló
Como mi lengua lo esplica:
Para mí la tierra es chica
Y pudiera ser mayor;
Ni la víbora me pica
Ni quema mi frente el sol.
Nací como nace el peje
En el fondo de la mar;
Naides me puede quitar
Aquello que Dios me dio
Lo que al mundo truje yo
Del mundo lo he de llevar.
Mi gloria es vivir tan libre
Como el pájaro del cielo:
No hago nido en este suelo
Ande hay tanto que sufrir,
Y naides me ha de seguir
Cuando yo remuento el vuelo.
Yo no tengo en el amor
Quien me venga con querellas;
Como esas aves tan bellas
Que saltan de rama en rama,
Yo hago en el trébol mi cama,
Y me cubren las estrellas.
Y sepan cuantos escuchan
De mis penas el relato,
Que nunca peleo ni mato
Sino por necesidá,
Y que a tanta alversidá
Sólo me arrojó el mal trato
Y atiendan la relación
que hace un gaucho perseguido,
que padre y marido ha sido
empeñoso y diligente,
y sin embargo la gente
lo tiene por un bandido.
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