Nunca oculta que se llama Atilio Duncan Pérez Da Cunha, pero el seudónimo se llevó consigo al nombre. Un apodo, amorosamente regalado por María, su abuela pernambucana, que evoca una leyenda fundacional. Un poderoso mito amazónico, narrado en una gran novela y en una película, ambas brasileñas. En su sensibilidad conviven el poeta y el publicista, cada uno en su sitio, pero, en un vivo intercambio de sensaciones. “Ni la poesía es tan etérea, ni tan inocente, ni la publicidad es una máquina de manipular. La poesía te puede servir para conquistar a una mujer, pero no para conservarla. La publicidad puede servir para vender un mal producto una vez, después será un entierro de lujo", asegura el redactor que pasó por tantas agencias, que su itinerario es una crónica de la diversidad creativa. El docente universitario que disfruta su complicidad con los alumnos. El escritor, el periodista radial, el crítico de música, es también un asesor publicitario independiente. “De aquí en más, no me veo integrado a una agencia; mi situación es irreversible. Soy un outsider, pero no me siento vulnerable”, aclara. Su formación en Historia le señala la necesidad de crear un Museo de la Publicidad. En nuestro trabajo todo es tan fugaz, tan perentorio, que imaginarlo parece una utopía. Una imprescindible utopía.”
Sobre la base de la entrevista realizada con Alexis Jano Ros para el libro Publicistas, Historias & Memorias (Ediciones del Aprendiz, Montevideo, Diciembre 2010), actualizada en 2016. Foto Diana Pereira.
-¿Macunaima es una marca de la
comunicación uruguaya?
-No, porque
me acompaña desde mucho antes de ser publicista, me lo puso mi abuela María
cuando era chico. Ella era una pernambucana que no hablaba español, por lo
menos en apariencia, que conocía la leyenda del personaje amazónico. Me llamó
así porque decía que era demasiado expresivo. El nombre divertía mucho a mi
abuelo, Casiano, también pernambucano, que era zapatero remendón. Juntos se
vinieron a vivir a Tacuarembó, todavía adolescentes. Mi madre, Myrurgia, nació
en Cardozo, un pueblo desaparecido bajo las aguas de la represa Rincón del
Bonete. Después se mudaron a una casa del camino Maldonado. En realidad,
cuando era joven, no me imaginaba que iba a ser publicista. Me preparé para
otra cosa. Ingresé al IPA en 1971, porque el año anterior había estado cerrado
por la famosa “gripe Rockefeller”. Como el Instituto de Profesores Artigas
estuvo cerrado durante buena parte de 1969 por los disturbios provocados por la
venida de Nelson Rockefeller, que era ministro de Estado del presidente Lindon Johnson,
los estudiantes perdieron el año y durante 1970 no hubo ingresos. Recién en
1971 pude dar el examen de ingreso. El tema era Revolución Industrial y el
tribunal estaba integrado por Benjamín Nahúm, Lucía Sala de Touron y Guillermo
Vázquez Franco. Por entonces ya estudiaba Historia en la Facultad de
Humanidades, así que hice dos carreras paralelas: de mañana el IPA, de
nochecita la facultad. Siempre trabajé en periodismo, primero en un programa de
radio y en un suplemento del diario El Día, que se llamaba La nueva
gente. Tenía fama de ser relativamente habilidoso con las palabras. Cuando
vino el golpe de Estado era militante de la Federación de Estudiantes Universitarios
del Uruguay. En 1974 todavía estaba en los dos lados, a pesar de la
intervención, pero al año siguiente me encuentro con el regalito de una
suspensión por el Acta Institucional 5, que dividía a los ciudadanos en tres
categorías: A, B y C. Yo tenía la B. Podía trabajar en una fábrica, pero no
estudiar en el ciclo terciario, ni ser empleado público. Por entonces vivía en
La Blanqueada, en la calle Presidente Giró y Juan Ramón Gómez, aunque nací en
Villa Muñoz, en Porongos y Domingo Aramburú. Fui al Liceo Nº 8 y al IAVA. Mi
vieja era ama de casa y mi viejo, Dante, era peluquero.
-Aquellos
barberos de barrio eran unos personajes increíbles y grandes comunicadores.
-Era un investigador nato. Comparaba tres diarios: El Popular, más cercano
a su forma de pensar de entonces, y El Día y El País, para
la clientela. Era simpatizante de la izquierda, pero se cuidaba de hacer
comentarios políticos con un cliente, salvo que tuviera la navaja en la mano
para cortarle la pelusa que queda debajo del mentón. En ese momento, él siempre
tenía razón. A pesar de mis antecedentes, personales y familiares, mi
madre me consiguió un trabajo en ILPE, porque conocía a un señor
vinculado a la Marina, que no voy a nombrar, para que su nombre no aparezca en
letras de molde, que había sido interventor de la fábrica estatal de pesca. Me
puso a cargar pescado en la planta que estaba ubicada detrás de donde hoy queda
Canal 4. Trabajaba de seis de la mañana a dos de la tarde. ¡Una
tarea digna, pero insufrible para mí! Guardaba las piezas faenadas y trozadas
en cajas. ¡Nunca más comí pescado!
-Pero,
algo te cambió la vida.
-Siempre fui
bastante distraído. Una mañana me iba a ILPE, pero me tomé un ómnibus al revés,
equivocado, y me encontré con un viejo amigo, Alejandro Volpe, que era director
creativo de Gatti Publicidad. Me pasó algo de cine, que nunca más. Lo
último que me dijo fue: ¿No te querés probar en la agencia? Me fui volando,
para que me tomaran la prueba. La agencia quedaba al lado de TTL, en Paraguay,
a pocos metros de 18 de Julio. En Gatti estuve muy poco tiempo, pero fue
el impulso que me dio fuerzas para correr una carrera apasionante. De allí pasé
a una empresa publicitaria memorable: Antuña Yarza.
-¿Qué
recuerdas de aquellas agencias históricas?
-Conocí
mucho a Rafael Gatti, y conozco bastante a su hija Mariela. Rafael Gatti fue un
prócer de la historia de la publicidad uruguaya, en una época muy distinta.
Cuando la publicidad era entretenimiento, diversión, ingenio. Nada que ver con
la comunicación con el rigor profesional de hoy. Trabajé con Santiago,
Fredy y Raúl Antuña. Conocí a Walter, un visionario, con el que podías
hablar de igual a igual, porque sabía conectarse muy bien con tus
intereses. Los Antuña tenían una fantástica cartera de clientes, como
otros pioneros, hicieron la primera televisión; muy poco técnica, sin estudios
de mercado, con mucho “talenteo” y mucha intuición. Eran vendedores natos, con
mucha experiencia en el arte de convencer, que habían transferido ese
conocimiento a la publicidad. Luego me fui a Capolino.
-Una
agencia olvidada, pero que tuvo su momento de influencia, y por donde pasaron unos
cuantos profesionales de hoy.
-Claudio
Capolino fue quien me abrió la cabeza, aunque trabajé poco con él. Le decíamos el
Duque, porque era un hombre muy refinado, muy elegante, de trajes de fino
corte y zapatos italianos. Fue quien me enseñó el camino y me abrió la puerta
del conocimiento de William Bernbach, de David Ogilvy y la publicidad más
creativa del mundo. Le debo mucho a Claudio. Nunca he perdido la
oportunidad de recordarlo, de reconocérselo y siempre se lo he agradecido
mucho, aunque él algunas veces no entendiera demasiado mis arrebatos de
gratitud. Capolino Estudio Publicitario era relativamente
pequeña, pero con buenas cuentas. Allí trabajaron Gustavo Laudato, David
Nadruz, Monserrat Ramos, el Corto Buscaglia, mi hermano de sangre y de
vino, ¡qué creativo! Era una escuela, que te enseñaba con anunciantes como El
Día, Toshiba, electrodomésticos Zanussi, Seiko, Nahmod, Canal 4.
Pero más que por sus clientes, al Tano lo recuerdo por su actitud
desafiante de los viejos criterios publicitarios, una postura creativa muy
parecida a la filosofía de Viceversa, la agencia de Alfredo
Giuria, en sus comienzos. Fue una agencia excepcionalmente creativa, de ruptura
en tiempos difíciles para la libertad de pensamiento como fue la década de 1970
y los principios de la de 1980. Me acuerdo de un aviso que hizo el Tano
Capolino para el Día de la Madre de 1982, en plena guerra de Malvinas, que
decía más o menos así: “Muchas madres recibirán besos y abrazos, y otras,
un telegrama del Ministerio de Guerra argentino”. Fue un mensaje de
sensibilización, publicado en el diario El Día. Claudio siempre fue un
adelantado y un hombre muy jugado. Otro gran maestro fue Carlos Ricagni, a
quien le digo Tío Carlos. Fui director creativo de MacCann, para
Coca Cola, durante muchos años. Carlos tiene la virtud de dejarte volar, porque
tiene una gran debilidad por el ingenio creativo. Lo admiro como management de la creatividad
en función de objetivos.
-¿Cuándo
te fuiste de Capolino?
-En 1985 inicié un recorrido por agencias chicas, MRM,
aquella de Monserrat Ramos, hasta que fundé mi propia empresa, a la que llamé Utopía;
bastante recordada porque le hicimos la campaña a CCE, una marca brasileña de
productos electrónicos que tuvo su cuarto de hora en el país. La cuenta me
llegó por los importadores, Alejandro Nathan y Celiar Puentes. Hasta ese
momento la marca tenía un porcentaje muy pequeño de participación en el
mercado de audio, muy lejos del líder Philips, y de los japoneses. Con Juan
Ángel Urruzola creamos un personaje, con el actor negro Mario Santana, que
provocó un gran impacto. Pero no fue sólo por la publicidad, sino que la marca
tenía muy buena distribución y muy buen precio; estaba muy bien defendida en
las gamas media y baja. Llegó a tener entre 8 y 10% de mercado de audio y
TV. El personaje fue conocido como el “Negrito de CCE” y era una recreación del
malandro brasileño, que no es el malandro uruguayo, es más bien un pícaro:
vestido de blanco, sombrero de paja. Eran desarrollos más intuitivos que
científicos, aunque la intuición juega siempre. La campaña fue conocida entre
1988 y 1989, cuando recién comenzaban a aplicarse las Ciencias de la Comunicación
a la publicidad.
-¿Hasta
cuándo en tu propia agencia?
-Hasta que
se dio una situación conflictiva en el mercado de los refrescos, y me llamó
Carlos Ricagni como asesor externo para Coca Cola. Fue un trabajo muy intenso,
con gente como Carlos Arrosa, que era gerente de la marca, Andy Coleman,
Ruben Marturet. En 1990 me incorporé oficialmente a McCann. En ese
momento mi vida laboral volvió a cambiar, porque asistí a una gran escuela de marketing
como Coca Cola. Aunque no lo creas: me pinchás y me sale “la chispa de la
vida”; me siento muy adherido a la marca. Todo el mundo conoce mi posición
filosófica y política, pero nadie en Coca Cola jamás me dijo nada. Quiero
recordar a dos compañeros de esa época: Daniel Bosch, director de la cuenta, un
compañero que mucho hizo para que yo trabajara para Coca Cola, y Gustavo
Laudato, el director de Arte. Ese grupo de McCann fue el mejor que tuve
en mi vida. Un trabajo muy duro, de muchas horas, pero con un entendimiento
colectivo irrepetible. Atendí algunas otras cuentas, pero era el creativo de
Coca Cola. Nunca trabajé con tanta libertad
creativa como en esa época, con tan buenos compañeros como Gustavo
Laudato, el Chacho Fernández Indarte,
Javier Píriz, Gabriel Álvarez, Mario Papasso, Omar Bouhid, Teresa Korondi,
Pablo Escobar, entre tantos, liderados por el Tío Ricagni.
-¿Un aviso
tuyo para Coca Cola?
-Las promociones de la Copa América 1995 que se jugó
aquí: el primer candombe para un jingle, los comerciales con Jaime Roos.
¡Fueron tantos! Pero prefiero destacar el Programa Huellas de Responsabilidad
Social Empresarial que creamos con Rubén Marturet. Entre 2005 y 2008 se
hicieron documentales de Pepe Guerra, Alfredo Zitarrosa, Pablito
Estramín, Asaltantes con patente. Se publicaron libros de rock, uno muy bueno
sobre carnaval, de Milita Alfaro, otro sobre los boliches montevideanos escrito
por Mario Delgado Aparaín. Ahora el programa está un poco parado por cuestiones
políticas. La existencia de Huellas no significó que se haya vendido más
refrescos, sino que representó un posicionamiento de la marca. Fue una
respuesta a una pregunta que suele hacerse la gente. ¿Qué hace por mí esta
empresa que gana tanto dinero? Si ve que hace algo, la aprecia mucho más. En
1996 me llamó Sanguinetti, siendo presidente de la República, por intermedio de
Mario Zanocchi su director de Sepredi. Me informó sobre un concurso que se iba
a realizar en Río de Janeiro para los cuatro países del Mercosur. Me preguntó
si iba a participar, pero yo le expliqué que era redactor, pero no gráfico.
Entonces me invitó a representar a Uruguay como jurado técnico. Para McCann
y para mí fue un honor y un prestigio que, nuevamente, vino de tiendas que no
eran las propias. En 1993 escribí la parte sustancial, con aportes del querido
Franklin Morales y de Raúl Barbero, del Libro
de 50 Años de Coca Cola en Uruguay,
que con junto con otras piezas ganó una Campana de Oro a las Comunicaciones
Integradas. En 1998 me llamó Roberto Ceruzzi y en abril ingresé a Corporación
JWT como director creativo. Atendía al Parque del Recuerdo, la Tómbola, el
5 de Oro, Aero Perú; marcas muy importantes, ¡Ah!, y que no me olvide de
Coronado.
-¿Ya había campañas de salud contra el tabaco?
-Todavía no.
Fue nuestro aquel aviso: “¿Con quién vas a fumar el primer Coronado del
2000?” En aquella época todavía estaba permitido fumar adentro. No existía la
persecución actual. Pero el principal cliente que me asignaron fue el Parque
del Recuerdo. Llegué pensando en cuentas estables, pero mi primera experiencia
fue un penal en contra. Mi primera reunión con el gerente chileno, Andrés
Miquel, fue un poco dura. Me contó que estaba absolutamente disconforme con la
publicidad que se había realizado hasta ese momento y me advirtió que nos
dejarían la cuenta sólo si no había un gran cambio creativo, constatable en la
presentación que deberíamos hacer en poco más de un mes. Finalmente ganamos la
licitación. De ese período en Thompson, quiero recordar a Roberto
Ceruzzi, sus hijos, José Luis Aldacor, Mario Pastorino, Julio Franchi, Rosario
Tutor, Dinorah Otermin y no quisiera olvidarme de Enrique Souza y Fernando
Carlevaro. Me retiré de la agencia en 2002, y estaba pasándola muy mal
laboralmente en medio de la crisis de ese año, hasta que me llamó la gente de
Parque del Recuerdo.
-Los
cementerios privados fueron un gran cambio en un país de instituciones
públicas, con algunas salvedades como el Israelita o el Inglés.
-Una
precisión: los parques no son cementerios, son memoriales. No es un juego de
palabras. Son distintos a los cementerios tradicionales que se secularizaron
en 1863. Desde entonces responden a criterios del siglo XIX: monumentalidad,
estatuaria, mucho mármol y granito. Es muy difícil que un hombre moderno
invoque a sus seres queridos en ese entorno. Pero, además, en los cementerios
existe mucha desidia, mucho abandono, mucha inseguridad, desde hace treinta
años. El cementerio tradicional cumplió su ciclo. Entonces aparece un nuevo
concepto, que en realidad es el más antiguo. El retorno a la tierra. En los
parques no hay lápidas, ni monumentos. Los parques venden prevención, y evitan
ese paso doloroso que es la inhumación de los restos.
-¿Tienes
una agencia?
-Es muy pretencioso
llamarle agencia. En realidad es un servicio de asesoramiento en comunicaciones
integradas que incluye también publicidad. Le hago la creatividad de prensa,
radio y TV, en acuerdo con gráficos, con gente de cine, a los Parques y a otro
cliente histórico: Alicia Risotto, que me acompaña hace 22 años. También formo
parte de un equipo multidisciplinario que desarrolla la comunicación en toda la
región Este de la cadena de Tiendas y Supermercados El Dorado, de la familia
Polakof.
-¿Cuánto tuviste
que ver con la fundación del Círculo de la Publicidad?
-En 1989 acompañé
a un grupo de colegas y amigos con quienes lo fundamos como una institución que
marcó un cambio en la publicidad uruguaya. Estoy en la chapa que recuerda a los
profesionales que integramos la plana fundacional, aunque hace años que
estoy alejado de la institución, nadie me puede sacar de allí.
-¿Muy
distinta a la histórica AUDAP?
-La gran
diferencia es de fondo: AUDAP es una organización patronal y el Círculo es un
espacio abierto concebido para que interactúen agencias y publicistas, para
elevar el nivel de la profesión. Estuve ocho años en la directiva, con Elbio
Acuña, Carlos Ricagni y tantos otros referentes de la publicidad.
-Que son
patronos…
-Por eso
decía que es un concepto abierto, de convivencia de publicistas. Estaba Claudio
Invernizzi, Alfredo Giuria, Montserrat Ramos. No era uno u otro. En algún
momento hubo algún cruce, pero lo natural es que convivan perfectamente, la
AUDAP de las agencias y el Círculo, de los trabajadores de la publicidad.
-¿Cómo
concibieron el Desachate?
-Como una
especie de Woodstock publicitario, que se inició en 1989, en plena campaña
electoral que luego ganó Lacalle. La primera edición fue espectacular, en
el Hotel Argentino de Piriápolis. Nos sentamos a pensar en la publicidad
que hacíamos, que era muy chata. Había gente fantástica: Juan Andrés Morandi,
Hugo Burel, Claudio, el Flaco Castro, Yahro Sosa, Cheché González,
y me olvido de unos cuantos amigos. El objetivo fue crear un marco de
participación fuera de las agencias, y sumamos a los estudiantes que comenzaban
a formarse dentro de las carreras de Comunicación. Desde hace un buen tiempo no
estoy vinculado al Desachate,
pero estuve en las primeras once versiones, seguramente, las más emocionantes.
Trajimos a monstruos de la publicidad mundial: Washington Olivetto, Nizam
Guanaes, Robert Dialibi, Joaquín Lorente, Agustín Elbaile, entre tantos.
-¿Qué te
resulta interesante de la docencia en Ciencias de la Comunicación?
-Me encanta,
porque es una vocación que mantengo desde mis épocas del IPA. Pero mi primera
experiencia no fue buena. Fue en 1996, en una universidad que prefiero no
nombrar. El primer día llegué a la clase, pedí la lista; pero vino un
funcionario y me dijo que la iba a pasar él. Yo me formé en el IPA de Reina
Reyes, de Ruben Yáñez, de gente muy valiosa. Al rato me golpea la puerta del
salón, pasa la lista y le dice a un alumno: fulanito, te vas de clase. El gurí
se levanta y comienza a forcejear la puerta para irse, y le pregunto al
funcionario por qué. Su respuesta fue tristísima: porque no había pagado la
cuota. Enseguida, le retruqué. ¿Qué tiene que ver eso? ¿Sabés cuánta gente dejó
su vida por la libertad de cátedra universitaria? Si querés cobrarle
llamalo a tu oficina pero no en mi clase. Quedé muy afectado. A los cinco meses
me llamaron de la Universidad de la Empresa, donde estoy hace doce años. Siempre
les digo a mis estudiantes que soy un dinosaurio, que estudió historia no
publicidad. Hoy es imprescindible pasar por la Facultad de Ciencias de la Comunicación,
como para un abogado lo es pasar por Derecho. Con mi generación se terminó la etapa
de los autodidactas.
-¿Promocionas
productos que no consumes?
-Puedo
hacerlo, siempre y cuando no los considere nocivos o extremadamente reñidos con
mi visión ética y valores personales. No trabajaría para un candidato
político que esté en las antípodas de mi pensamiento político. En 1989 trabajé
en la campaña de Hugo Batalla, cuando se fue del Frente para crear el Nuevo
Espacio independiente. Tuvo una elección muy exitosa, con 170.000 votos. Para
mí fue un poco difícil, porque tuve problemas con gente del Frente, pero yo
estaba convencido de que no violaba ninguna conducta ética. Les expliqué que no
trabajaba para gente de extrema derecha, porque Hugo era una persona
íntegra, con sus convicciones de centro izquierda. Pero también trabajé para
Ana Lía Piñeyrúa, así como en la candidatura de Hugo Fernández
Faingold. El publicista es un profesional, no un mercenario que trabaja sólo
por dinero; el único límite que me impongo es no ir en contra de sus
convicciones más básicas. Para que se entienda mejor: en una sociedad de la
diversidad, como es la nuestra, podría trabajar sin cortocircuitos éticos y con
un firme compromiso profesional para cualquier candidato, excepto gente como Daniel
García Pintos.
-¿Es mejor
la publicidad uruguaya a partir de las carreras universitarias?
-No mucho,
pero no es por la formación. El gran problema es la emigración. Yo trabajé con
grandes publicistas que se fueron del país; muchos están en la zona del
Pacífico, en el norte sudamericano, en España. Ellos debieron ser los relevos
de la generación de los Giuria, Invernizzi, Pancho Vernazza, Elbio
Acuña; pero se fueron. La publicidad sufre mucho esa emigración. Estuve en
Cannes en 1995, cuando colegas de todo el mundo se sorprendían por nuestra
calidad. ¿Esto se hace en Uruguay? ¡Es buenísimo! Decían eso y mucho más. Se
fue Fernando Vallejo, Leo Ricagni, los hermanos Gutiérrez, y tantos
otros que hubiesen contribuido a mantener un buen nivel, de manera sostenible
en el tiempo. Sin una generación entera, es imposible. Recién ahora, con la
llegada de nuevos talentos, comenzamos a recuperarnos.
-¿Tus
amigos intelectuales te critican porque vendiste tanta Coca Cola?
-Lo hicieron
y lo hacen todo el tiempo. Un querido amigo sociólogo, antropólogo, director de
teatro, Luis Vidal Giorgi, me dedicó Los manipuladores de cerebros, el
libro de Vance Packard, y me puso: “Mira dónde te estás metiendo”. En realidad,
no creo que la publicidad pueda lograr algún tipo de lavado de cerebro.
Sí hay publicidad que me da vergüenza, por chata y por bizarra. La buena
publicidad te enriquece la vida. William Bernbach no concebía a un publicista
que no fuera a un concierto de rock, a un partido de fútbol, que no mirara
televisión, o que no conectara con los temas que preocupan a las personas de la
calle. Yo le hago caso, hago todo eso, leo mucho, veo mucho cine y
escucho mucha música: desde La
vela puerca o Los buitres,
pasando por John Coltrane, Alfredo Zitarrosa, Los Beatles y mil más.
-¿Qué tipo
de publicidad no realizas?
-Nunca hice
avisos sexistas. No muestro culos, ni tetas, sólo por mostrarlos. Hay más de
100 mil uruguayas que toman decisiones fuera de su casa. Políticas, artistas,
profesionales que entienden en temas fundamentales de nuestra sociedad: salud,
educación, seguridad, economía. No puedo pensar en un almanaque para mecánicos,
inclusive hasta por una cuestión de mercado. Poner un culo en un taller, por
ahí funcionaba cuando los talleristas tomaban ciento por ciento de las
decisiones en cuestiones automotoras. Hoy por hoy, muchas mujeres toman
decisiones de este tipo, y no creo que puedas seguir vendiendo repuestos y
autopartes sólo con los atributos físicos de una señorita.
-¿Con
Alicia Risotto no transitas una frontera muy sensible? ¿Hasta dónde manipulas y
hasta dónde informas?
-Me cuido de
no ser sexista, y de poner el tema de la mejor forma. La estética es un tema
importante no sólo para la mujer, también para el hombre. Está en juego la
salud física y mental. Siempre estamos apelando a la reflexión crítica. Pero
además Alicia, que es respetuosa, obviamente, de la condición de género,
rechaza toda esa manipulación que hacen los centros de adelgazamiento. Ella es
consciente de su Responsabilidad Social Empresarial, porque puedo recordar, por
ejemplo, un saludo de fin de año por la guerra de Irak, que decía: “las mujeres
tenemos un papel a favor de la paz.”
-¿Te
sientes un outsider
publicitario?
-Sí, claro,
pero ya no me siento tan vulnerable. Sé que hay gente que dice: mirá este
morocho, que se cree, no tiene estructura agencia. Pero cobro por creatividad a
través de un fijo mensual, reúno talentos y capacidades para resolver distintos
tipos de comunicaciones, no recibo comisiones de los medios. Creo que sé
combinar mis trabajos. Trabajo de mañana en Emisora
del Sur 94.7 FM. Es una tarea que me aporta muchísima información, porque
las emisoras de Radiodifusión Oficial son cuatro en una: muy diversas y muy
interactivas. Después me voy a escribir y de nochecita a la UDE. La publicidad
está todo el tiempo en mi vida. Mi intervención es desde adentro del
anunciante, como parte de una división de comunicaciones de hecho que se
vincula al área de marketing de
las empresas. Me inclino a pensar, como decía un premier chino: ¨no importa el
color del gato, sino que cace ratones."
-¿Te adaptaste
a las nuevas tecnologías de la información?
-Hace unos
quince años el Tío Ricagni me dijo:
“andá pensando en una máquina nueva”. Yo pensé que era una máquina de escribir,
y le dije que quería una Olivetti 98, que era bárbara. Ésa era mi formación.
Luego, en la novela brasileña La reina de la chatarra, me llamó la
atención un personaje secundario: un gran periodista, que se había quedado sin
trabajo por la edad. El hombre fue al Jornal do Brasil y allí le
tomaron, por su prestigio. Instalado en la redacción, le pidieron que
escribiera un artículo. Buscó la máquina de escribir, pero le dieron una
computadora. El pobre hombre se pasó tres días sufriendo, porque nunca había
utilizado una. A mí me pasó lo mismo durante algún tiempo.
“Nuestra literatura está entre el día y la noche; tratando de recuperar los valores perdidos, enfrentando a la globalización.”
Bar Garota de Ipanema
Avenida Vinicius de Moraes
los amigos como niños devotos
de primera comunión
se sentaron una por una
en cada mesa
planeando como moscas
alí lá
tal vez ahí o un poco más allá
se sentaron tom y vinicius
los amigos ocuparon todas las sillas del bar
-en representación del mundo-
donde aquellos dos
fumaron cigarillos
y probaron la eternidad de la cerveza.
(Poema escrito en Río de Janeiro, en 1995, dedicado a los publicistas Daniel Bosch y a Pablo Escobar).
“La publicidad es un emergente cultural de cada periodo histórico del país.”
“La publicidad es un emergente cultural de cada periodo histórico del país.”
Macu
“A principios
del siglo XX, un científico alemán estuvo en Brasil recopilando leyendas
indígenas. Mario Andrade, fundador del movimiento literario Modernista, y uno
de los escritores brasileños más influyentes del siglo pasado, leyó esas
leyendas y se quedó, según sus propias palabras ‘desesperado de conmoción
lírica’. Así concibió su novela Macunaíma. Herói sem nenhum caráter, que
escribió en una semana, y que presentó en 1928. De esa obra nació una película
de culto, dirigida en 1969 por Joaquim Pedro de Andrade, referente del Cinema Novo. Macunaima es un
personaje mitológico de las tribus amazónicas, Taulipang y Arekuná, que según
ambos Andrade, el escritor y el cineasta, mejor representa el potencial expresivo
del pueblo brasileño.”
“Empecé talenteando en 1977 pero cuando aumentaron las exigencias tuve que
actualizarme; si dejás pasar seis meses estás afuera.”
Opinar, una
costumbre
“En 1980,
cuando todavía era muy joven, participé en la campaña del semanario Opinar,
un medio histórico de la moderna prensa uruguaya, que abrió un espacio mínimo
para las fuerzas opositoras a la dictadura. Tengo el honor de haber acuñado el
concepto que luego fue su slogan: “Opinar, una costumbre que no debe
perderse”. Hubo un papel democrático fundamental de Enrique Tarigo, que siento
el deber moral de reconocerlo siempre, aunque haya discrepado con su ideología
política luego de recuperada la democracia. Lo recuerdo con muchísimo afecto
por esa etapa de lucha. Tarigo corajeó y se enfrentó a la dictadura. Lo conocí
cuando yo escribía en la página de música de El Día, y él dirigía un
suplemento memorable de los sábados: La Semana. Después, la Convergencia
Democrática me hizo participar en la campaña del No, que los uruguayos votamos
con el alma. Así comencé a realizar comunicación política, admirando el coraje
de Tarigo.”
“La publicidad uruguaya existe porque existen los consumidores uruguayos.”
Museo de la Publicidad
“Decir
que este es un país sin memoria, a esta altura, es decir una obviedad tan
evidente que resulta más una necedad. La desmemoria no es de derecha ni de
izquierda, no es selectiva, ni hace discriminaciones. Es una enorme goma
de pan que borra todo, imágenes, recuerdos, memorias, hechos destacados.
Andá a
buscar después imágenes de Carlos Giacosa, de Néber Araújo, de Cristina Morán o
las audiciones de Germán Araujo, que lo llevaron, entre otras cosas, al Senado
de la República. En la publicidad el asunto es mucho peor, ya que nadie guarda
nada, ni los anunciantes, ni los creativos, ni las agencias. En publicidad es
todo tan fugaz, tan perentorio, que imaginar un museo parece una utopía. Una
imprescindible utopía.”
2 comentarios:
¡Qué agradable sorpresa! Me crucé con Macunaíma allá por el 77, en El (legendario) Taller, del orfebre Zina Fernandez -maestro y amigo entrañable. Tuvimos varias charlas sentados en algún bar cerca del Taller, filosofando sobre la Vida, el Arte y la Literatura. Me acuerdo que una vez pasó por mi casa, en la calle Rio Branco y la Rambla, a contarme con gran emoción que había recibido un trabajo en la radio (creo en el SODRE). Mi vieja, muy sabia ella, me dijo que si un hombre le viene a contar a una mujer que encontró trabajo, es porque está interesado en una relación...y por ese entonces, yo había empezado a noviar con quien es hoy mi marido. Él lo entendió y no lo volví a ver más.
Perdida su pista, sólo me quedó un librito de poemas que escribió, con una dedicatoria...hoy me alegré muchísimo de leer qué fue de su vida después de su fugaz paso por El Taller.
Yo desde el 81 vivo en una colonia colectiva (kibutz), en el norte de Israel.
Hasta siempre macu
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