jueves, 5 de enero de 2012

Historias de Galicia en Uruguay (Primera Parte)

Vientos de mar

Así arribaban a los puertos de La Coruña, Vigo, El Ferrol, o el lejano Cádiz, los emigrantes gallegos camino de las Américas. Con un sueño de esperanza y de prosperidad, y también con el dolor en el rostro por abandonar su tierra, su familia y sus amigos. Así lo refleja el pintor Alfonso Rodríguez Castelao, artista de la Rianxo coruñesa, cuando retrató el momento en que un adolescente embarcaba hacia un nuevo arraigo. El destino era una tierra desconocida a la que contribuyó con su esfuerzo, como tantos otros. Esa fue su lucha, hasta el último día, por conseguir una vida digna, por el engrandecimiento de su patria adoptiva. Conviviendo siempre con una dulce morriña. Argentina, México, Cuba, Venezuela… y Uruguay recibieron a gallegos que protagonizaron hitos de su pasado. Algunos figuran en los libros de historia, otros regresaron y con su experiencia ayudaron a mejorar sus pueblos, promoviendo escuelas, construyendo tríadas de aguas. Aquí van algunas biografía breves de gallegos que contribuyeron a la prosperidad y la construcción de la identidad de un país. Son los que perduran en el patrimonio colectivo de la Galiza uruguaya.

Crónicas publicadas en el libro Galicia en Uruguay. Ignacio Naón (fotos), Armando Olveira Ramos (investigación y textos). Montevideo, 2009 (versión española). Santiago de Compostela, 2010 (versión gallega).

Capilla Farruco es un sitio histórico del
departamento de Durazno, donde se 
celebran las Romerías Hispanomericanas.
(Ignacio Naón, 2009)
A lo Farruco
Francisco Alonso Rodríguez nació en la parroquia gallega de Santa Mónica de Paraños, del obispado de Tuy y allí vivió hasta su arribo a la Banda Oriental en 1764, como un soldado de los ejércitos del Rey. Afincado en campos fértiles, entre los ríos Yí y Negro, en el actual departamento de Durazno, se hizo hacendado enfrentando a contrabandistas, traficantes de cueros entre el norte y sur del actual territorio uruguayo. Una bravura que le entregó un apodo indeleble: Farruco. Entre el Paso del Durazno y el Paso del Gordo, un región de ríos sin puentes, construyó su fuerte, pulpería, azotea y capilla, tras amojonar 16 “suertes de estancia” sin dueño, que solicitó a Buenos Aires. Al principio no se le concedieron por “mezquina tasación”, pero luego se estableció un valor de 1.500 pesos oro.
La cifra era desmesurada. Por eso Farruco se asoció con dos paisanos, con los que dividió las tierras por un tiempo, porque  más temprano que tarde se quedó con todo, gracias a su habilidad para los negocios y al trabajo de soldados, indios y esclavos que tenía a sus órdenes. Todavía resulta difícil comprender como se abastecía su pulpería, siendo tan difícil y peligroso el tránsito por el desierto. Farruco siempre tenía mercadería, quizá  porque le respetaban hasta los más temidos forajidos. Por entonces, la actual ciudad de Durazno era menos que un pequeño poblado, y Montevideo, un puerto que se desarrollaba sin mirar al interior profundo.
El gallego también cumplió funciones militares, como teniente coronel del Escuadrón de Voluntarios del Yí, Río Negro y el Cordobés. Era el comandante del fuerte, propietario de la pulpería y garante terrenal de una capilla que desempeñó distintos papeles en la historia del país. Fue centro de peregrinaciones en Semana Santa, hospedaje de familias devotas que tenían sus ranchos en los alrededores, y confesionario de traficantes, piratas, bandidos y facinerosos. Fue en la Azotea de Farruco, donde un conocido contrabandista de ganado pidió perdón y se enroló en el cuerpo de Blandengues, creado para ordenar la campaña. Su nombre: José Artigas.

Tan ilustrado como valiente
El coruñés Antonio Díaz fue una personalidad sobresaliente de la revolución oriental y de los años de formación institucional del país. Militar, político, periodista, escritor, educador, nacido el 26 de mayo de 1789, enfrentó con gloria a los británicos, fue soldado de la libertad, influyente intelectual y funcionario público del joven Uruguay independiente.
Antonio Díaz.
Díaz embarcó en 1803 rumbo al Río de la Plata. En sus primeros años en Montevideo fue empleado de una tienda, hasta que se integró al Batallón de Infantería del Comercio. Era subteniente en la batalla del Cardal y formó parte de la resistencia hispana contra las Invasiones Inglesas, y en 1809 se pasó al bando criollo por afinidad con el general José Rondeau. El notable coruñés fue una personalidad de la Patria Vieja que participó en el triunfo patriota de Las Piedras, en la gesta del Cerrito y fue secretario del Congreso de Tres Cruces de 1813.  Al año siguiente se puso a las órdenes del jefe porteño Carlos María de Alvear, enemigo de José Artigas, quien lo ascendió a teniente coronel. Cuando Alvear fue depuesto las nuevas jerarquías bonaerenses, entonces aliadas artiguistas, lo encadenaron y lo remitieron junto a otros seis militares al cuartel general de Purificación, actual departamento de Paysandú. El Jefe de los Orientales, en lugar de ejecutarlos, los liberó.
Díaz realizó una descripción que demuestra el respeto que sentía por Artigas. “Era de talla regular, cuerpo bien desarrollado, ojos de un azul verdoso claro, su mirada abierta pero inexpresiva, deteniéndose muy poco en los objetos y en las personas, siendo indudable que se daba cuenta de todo, son esas miradas que pasan como una pantalla y no toman la epidermis sino que calan la verdad de la esencia. Pómulos algo salientes, cabeza en extremo desarrollada, su nariz aguileña era muy pronunciada, carecía de bigote pero tenía fuerte patilla corrida sobre la mejilla. Usaba el capote de paño con esclavín en invierno, su tranquilidad era imperturbable."
Entre 1826 y 1828, el coruñés peleó contra las tropas ocupantes del territorio oriental que respondían a la Provincia Cisplatina brasileña;  luego fue constituyente y diputado de la primera Asamblea Legislativa del país emancipado. En la memorable Batalla de Carpintería adhirió al recién nacido Partido Blanco. En 1838 fue ministro de Guerra y Marina del brigadier Manuel Oribe, también del gobierno blanco del Cerrito, y en 1858 fue nombrado ministro de Guerra y Marina del gobierno del presidente Gabriel Pereira, desde donde propuiso la creación de la Escuela Militar Oriental. Al año siguiente era ascendido a Brigadier General, el máximo rango del ejército uruguayo.
Por el lado que fuere y en el bando político que sea, tenía lazos de sangre con la clase dirigente de ambas márgenes del Río de la Plata. Entre sus parientes son recordados: el general colorado César Díaz, ejecutado en el Paso de Quinteros, el escritor Eduardo Acevedo Díaz, el codificador Eduardo Acevedo Álvarez, el inolvidable dirigente universitario Alfredo Vásquez Acevedo.
Fue notable su obra periodística, iniciada en 1810, como redactor de El Sol de las Provincias Unidas, editado en una imprenta que pasó a manos revolucionarias luego que fuera donada por la princesa española Carlota para imprimir un periódico colonial: la Gaceta de Montevideo. En 1822 dirigió otros periódicos rebeldes, La Aurora y El Pampero, que desafiaba la ocupación brasileña, y posteriormente El Correo Nacional de Buenos Aires, que levantaba el espíritu de porteños y orientales. Al inicio de la Cruzada Libertadora de 1825 estaba en la capital argentina, y desde allí publicó El Piloto, que abordaba temas de la política oriental desde el exilio porteño.
Recién en 1829 asumió la dirección de El Universal, que fundó como trisemanal y continuó como diario hasta 1838: publicó 2.746 números. Fue el primer medio escrito que defendió la línea política del Partido Blanco, cerrado por la partida de Manuel Oribe a Buenos Aires luego de sufrir el golpe de Estado de Fructuoso Rivera, su enemigo colorado.
Díaz retomó su contacto con la prensa en 1844, cuando encabezó El Defensor de la Independencia Americana, acompañado por redactores que respondían al gobierno del Cerrito: Carlos de Villademoros, Eduardo Acevedo y Maturana, Francisco Solano Antuña, Bernardo Berro, Juan Francisco Giró, y el entonces capitán Leandro Gómez, entre tantos. El Defensor fue publicado hasta 1851, siempre bajo el mismo lema: ¡Vivan los defensores de las leyes! ¡Mueran los salvajes unitarios!
“El gallego dictó cátedra de periodismo y dejó páginas de indudable valor histórico, pero además reflexionó con sensibilidad e inteligencia sobre temas de educación, anticipándose a la visión del reformador José Pedro Varela”, expresa el Dr. Carlos Zubillaga Barrera, erudito historiador y su biógrafo.
Escribió unas pacientes Memorias que nunca publicó, pero que su hijo y homónimo tomó como fuente para su Historia militar y política de las Repúblicas del Plata. Eduardo Acevedo Díaz, fue su nieto más conocido, que lo admiraba como “escritor y periodista de singular cultura, que hablaba y leía el inglés”, pero también como “caudillo clemente” y “depositario de una misión colectiva de consolidación de la patria”, según anotó en el diario El Siglo, seis días después de la muerte del anciano gallego, el 13 de setiembre de 1869.

Las minas de Don Cosme
La histórica ciudad fue fundada por colonos españoles traídos desde la Patagonia. Minas está ubicada en una zona única, rodeada por un apacible valle enmarcado por verdes colinas. Su horizonte agresivo, pedregoso y recortado, puede verse a 120 kilómetros al este de Montevideo. Allí se conocieron las primeras noticias de la existencia de minerales en esta Banda Oriental, al parecer, en 1740, por versiones de un aventurero francés llamado Petitvenit. Este hombre recorrió parte de la región de la actual Cuchilla Grande, y las zonas aledañas al valle serrano, y remitió a España lo que parecían ser, a su juicio, muestras de oro y piedras preciosas. La corona, ávida de fuentes de riqueza, envió al experto Antonio de Escurruchea, un coronel de Dragones que primitivamente se dirigía al Potosí. Al parecer resultó así, ya que en 1751, el Rey de España autorizó la explotación de los prometedores yacimientos de las Minas.
Allá por el año 1760 arribó el pontevedrés Cosme Alvarez, vecino de Montevideo, emprendedor y tozudo, empeñado en su aventura, para jugarse por entero en pos de una ilusión, la eterna ilusión de los buscadores de oro: dar con la veta que, más que hacerle rico, le entregara gloria. Don Cosme realizó las primeras prospecciones en el entorno de la todavía inexistente villa.....y se dio por vencido cinco o seis años después, sin haber alcanzado su sueño. Pero nadie podrá quitarle el honor de haber sido el primer habitante registrado de la villa de Concepción de las Minas, fundada en abril de 1784, con  familias gallegas y asturianas. “La población deberá levantarse en el mejor y más ventajoso terreno de aquel paraje de las minas...”, así dice el documento que informa su creación, en el paraje conocido como las Minas de San Francisco,
El caserío fue diagramado siguiendo las Leyes del Reino de Indias, y su construcción fue posible gracias al trabajo de funcionarios de la corona y la ayuda de los indios tapes. Una plaza, enmarcada por cuatro callejones; la tradicional iglesia y un cementerio.
En el año 1837 fue creado oficialmente el departamento de Minas, que en 1927 pasó a llamarse Lavalleja, en honor al jefe de los orientales e hijo de esa zona, Juan Antonio Lavalleja, líder de la Cruzada Libertadora de 1825, y otro célebre nieto de gallegos por línea materna.

Varela, apellido de dos mundos
Para el historiador Carlos Zubillaga Barrera es la estirpe gallega de más honda influencia en la historia rioplatense. Héroes, pensadores, juristas, educadores, escritores, periodistas, políticos, que desde hace bastante más de dos siglos cruzan el estuario, como ilustres ciudadanos de Buenos Aires y Montevideo.
José Pedro Varela, legendario
reformador de la educación
uruguaya, de familia gallega.
El linaje tuvo como emblema al infante Don Varela, quien en el siglo XI fue un famoso cruzado en Tierra Santa. El primer inmigrante al Río de la Plata fue José Varela y Ulloa, nacido en Palas de Rey, cerca del río Ulla, en la provincia de Lugo, donde todavía se encuentra el castillo Ramil, el más antiguo bastión familiar. Don Pepe fue marino en su tierra natal, un héroe al servicio de la corona hispana, que en 1782 arribó a Montevideo como Comisario General de la Demarcación de Fronteras en América Meridional, entre España y Portugal. Dos años después delineó la Carta de Límites con Brasil; una tarea que compartió con el coruñés Bernardo Lecocq.
Varela y Ulloa dirigió misiones diplomáticas y científicas con los ilustres Diego de Alvear y Félix de Azara, el primer sabio oriental. El gallego se dedicó a instalar fronteras, en las conflictivas zonas del Cerro Largo y Aceguá. Fundó la villa de San Gabriel de Batoví, en el norte romoto, con apoyo de su amigo Azara, y de un joven ayudante de blandengue, llamado José Artigas. Regresó a España en la fragata Sabina, que lo dejó en Cádiz. Su espíritu innovador lo llevó a La Habana, pero, la muerte lo sorprendió en la capital cubana, a los 46 años, mientras lideraba una comisión de la Real Armada.
La influencia de Varela y Ulloa en el Río de la Plata fue continuada por su hermano menor Jacobo Adrián, quien había venido de visita, pero que se estableció en Buenos Aires, y no solo por aventuras: pronto se enamoró de la porteña Encarnación San Ginés. En la capital argentina se dedicó al comercio y fue su valiente defensor de su nueva ciudad en las Invasiones Inglesas de 1807, como miembro del Tercio de Voluntarios de Galicia, liderado por Pedro Antonio Cerviño.
Florencio fue el más destacado de sus hijos, porteño de nacimiento, doctorado en Derecho, periodista y político exiliado en Montevideo por su oposición al gobernador Juan Manuel de Rosas. En 1848 fue confinado en la isla de Ratas, una estratégica porción de tierra en la bahía, cercana al Cerro. A pesar de los apremios siguió denunciando la “opresión del tirano”, hasta su sorpresiva liberación. Varela fue asesinado en marzo de ese año, tras recibir una puñalada por la espalda, en el momento de llegar a su casa. Las crónicas afirman que fueron sicarios rosistas.
Jacobo Dionisio, el cuarto heredero de Jacobo Adrián, fue padre de José Pedro Varela, el reformador de la enseñanza uruguaya. El nieto montevideano del gallego fundador realizó una obra pedagógica pionera, inmensa, invalorable. Fue un innovador de la educación en un país que aún luce sus ideales con orgullo nacional. Fue en 1786, paradójicamente, en tiempos del dictador militar Lorenzo Latorre, otro hijo de gallegos. Desde entonces, la escuela pública uruguaya está guiada por tres ideales. Es laica, gratuita, obligatoria.

Estévez, la casa ingobernable
Peregrina Conde, orensana de
Cimadevila, emigró a Montevideo
hace más de medio siglo. Es la
guía del Palacio Estévez.
(Ignacio Naón, 2009)
Fue en setiembre de 1873 que el inversionista pontevedrés Francisco Estévez  encargó el proyecto del palacio de sus sueños al francés Edouard Manuel de Castel, un capitán de Ingenieros arribado por esos años a Montevideo. La obra finalizó en mayo del año siguiente y fue descrita como “soberbia y monumental” por un diario de la época, aunque también algunos criticaron su presuntuoso frente columnado, “poco republicano”, y muy poco armónico con el entorno de la Plaza Independencia.  El Palacio Estévez combina lo dórico con lo colonial, en sus cuatro niveles: una planta baja, un sótano y dos pisos superiores.
Su creador y primer propietario, nacido en la parroquia de San Cristóbal, fue un empresario financiero, inversionista, dedicado la mayor parte de su vida a la especulación, y en su mejor época, prestamista de algunos gobiernos. En 1872 adquirió la manzana de la circunvalación Independencia, Florida, San José y Ciudadela, estratégicamente ubicada frente a la por entonces denominada Nueva Plaza. En su patrimonio figuraban varios inmuebles de la Ciudad Vieja, el más relevante, la Casa de Rivera, actual sede del Museo Histórico Nacional. En algunos documentos de su época, Estévez también aparece escrito con “s”, pero estudios genealógicos permiten documentar que su apellido era con “z”. El monumental palacio, que le daba fama y prestigio, quedó pronto en 1874. Estévez tenía su residencia en el último piso, alquilaba el sector que daba a Ciudadela al Consulado de Italia, y pudo arrendar la planta baja a comercios, entre tantos, una sastrería que anunciaba su especialidad en toldos pintados con grandes letras. Todo iba bien hasta que en octubre de 1876 una sorpresiva crisis económica lo llevó a la quiebra y poco después al arresto, por no solventar los 30.000 pesos que exigía la fianza. Estévez fue a la cárcel por deudas, y el dictador Lorenzo Latorre lo envió a la fábrica de adoquines, de San José y Yí, donde tallaba la piedra vestido de levita y galera. Sus familiares acusaron al dictador de abusos, una demanda apoyada por el fiscal Alfredo Vázquez Acevedo. Pero, no eran tiempos de justicia. Solo después de la caída de Latorre, pudo salir de la cárcel y viajar a Buenos Aires. Francisco Candelario Estévez murió sin  recuperar, jamás, su fortuna de antaño.

Pancho, el viejo
José María Alonso y Trelles,
El Viejo Pancho, tiene un
monumento en el pueblo
de Tala, inaugurado el
29 de julio de 1979 
por el Patronato de
la Cultura Gallega.
17 de diciembre de 1899. Una multitud de curiosos aprovechó ese domingo veraniego para ir al Tala, en insólita peregrinación. Llegaban desde los puntos más lejanos, con el único interés de conocer al auténtico intérprete de la forma de hablar y del pensar gaucho. El pequeño pueblo del sureño departamento de Canelones vivía por entonces, una imprevista gloria.
La temperatura y el ambiente, eran ideales para un picnic familiar o un buen asado al aire libre. Luego del almuerzo hubo una improvisada fiesta en la plaza. El clima se fue preparando con música, bailes y exhibición de habilidades gauchescas. Recién después, subió al escenario, y comenzó a recitar.
Al verlo y escucharlo, los visitantes creyeron que se trataba de una broma de pésimo gusto. En lugar del hombre rudo, del caudillo de voz grave, templada con “caña”, se encontraban con un gallego de modos delicados y acento inconfundible, dicharachero y alegre. Que no bebía, ni sabía tocar la guitarra. Para peor, no tuvo mejor idea que reírse de su personaje totalmente ficticio.
En medio de la confusión y la decepción, hubo voces que se alzaron en defensa del español. La más fuerte, la de “dotores” montevideanos que habían sufrido el mismo desengaño, meses antes. Los cultos Alcides de María y Orosmán Moratorio, propietarios de la revista El Fogón.  Dos dedicados buscadores de relatos y versos autóctonos, en tiempos de afirmación de la cultura nacional. Con ellos colaboraban plumas célebres: Elías Regules, Guzmán Papini y Zas y el prestigioso tribuno Isidoro de Maria, padre del director, que firmaba Aniceto Gallareta.
Habían recibido un sobre cerrado y sin remitente, a mediados de agosto de 1899. Cuando leyeron su contenido, no lo podían creer. El 7 de setiembre, aparecían las rimas, que comenzaban así:


¡Ni que ver! Que le chanto las cacharpas
al overo rabón y ayá enderiezo,
y si anda macaquiando la chiniya
me la cazo del pelo,a filo de facón corto la trenza
y se la priendo al marlo de mi overo.

Para el sensible Alcides fue un “latigazo”. De inmediato, llegaron las súplicas por más líneas del secreto autor. Hubo una intensa búsqueda, que finalizó con una revelación. El versificador no era un gaucho de prosapia oriental, sino un ignoto inmigrante gallego, que podía recrear, mejor que nadie, la más “campera” forma de hablar, con una extraordinaria fluidez.
Sus coplas eran solicitadas por editores argentinos y recitadas en ruedas de amigos y tertulias literarias, donde le llamaban mester de gauchería. No escribía demasiado, pero sus creaciones melancólicas, escépticas y misóginas, provocaban admiración. Fue el más profundo y lírico poeta costumbrista del Uruguay.
José María Alonso y Trelles y Jarén, para la literatura uruguaya El Viejo Pancho, nació el 7 de mayo de 1857, en Santa María del Campo, aldea próxima al puerto Ribadeo, provincia de Lugo. Fue formado por su padre, el maestro asturiano Francisco Alonso y Trelles, que lo llevó a la Navia de sus arraigos familiares y culturales. A los quince años emigró a la Chivilcoy argentina, con su amigo astur Rafael Calzada, pero poco después se radicó en la localidad uruguaya de Tala. Fue director de las publicaciones satíricas El Tala Cómico y Momentáneas, y desde allí realizó sus aportes literarios más importantes, en forma de poesía gauchesca, como colaborador de los semanarios tradicionalistas: El Terruño, El Fogón y El Ombú. En 1913 estrenó ¡Guacha!, una pieza teatral injustamente olvidada, y en 1915 publicó su obra maestra Paja brava, que recopiló la mayoría de sus textos, y hacia el final de sus días ocupó una banca como diputado por el departamento de Canelones. El Viejo Pancho fue un escritor uruguayo de origen astur-galaico, que un 28 de julio de 1924 se llevó a la tumba el misterio de su hondísima tristeza interior y que legó los versos nativistas más bellos y dolientes que se hayan escrito bajo el cielo oriental.
Una cálida tardecita de sábado, en julio de 1998, fue presentada en Santiago de Compostela, la primera edición gallega del libro Paja Brava de El Viejo Pancho e outras obras de José A. y Trelles. Una erudita recopilación de versos publicada por el Centro Ramón Piñeiro de Investigación en Humanidades, comentada por el crítico uruguayo Gustavo San Román, sobre la base de su ensayo José Alonso y Trelles. Entre la gauchesca y el nativismo.

La Güeya
El 15 de setiembre de 1899, la revista El Fogón reproducía uno de los más hondos poemas gauchescos, jamás escritos.
¡Pulpero, eche caña!
Caña de la güena.
Yene hasta los topes ese vaso grande,
no ande con miserias.
Tengo como un fuego
la boca de seca
y en el tragadero tengo como un ñudo
que me ahuga y me apreta.
¡Deme esa guitarra!
Quién sabe sus cuerdas
no me digan algo que me de coraje
pa echar esto ajuera.
Hoy de madrugada
yegué a mi tapera
y oservé en el pasto mojao po´el sereno
yo no sé qué gueya.
Tal vez de algún perro.
Pero ¡de ande yerba!
si al lao de mi rancho no tengo chiquero
ni en mi casa hay perras.
Dentré, y a mi china
la encontré dispierta
¡Pulpero, eche caña, que tengo la boca
lo mesmo que yesca!
Yo tengo, pulpero,
pa que usté lo sepa,
la moza más linda que han visto los ojos
en tuita la tierra.
Con eya mi rancho
ni al cielo envidea.
Pero...eche otro vaso, pa ver si me olvido
que he visto una güeya.

Vidalitá
José Alonso y Trelles era un “decidor”, un libertario que admiraba la romántica figura de Artigas, de forma profunda e inocultable. “Nuestro querido prócer fue el mayor enemigo criollo de la opresión colonial. El Viejo Pancho hubiera sido su primer soldado”, afirmaba convencido.
Cielo y sol unidos,
Vidalitá
Van en mi bandera;
Que ella me amortaje,
Vidalitá
Cuando yo me muera.
Mi patria y la gloria,
Vidalitá,
Se hicieron amigas;
Porque fue esta tierra
Vidalitá,
La cuna de Artigas.

El primer antropólogo
En pleno centro de la ciudad, el Ateneo
de Montevideo fue creado por iniciativa 
del antropólogo gallego Daniel Granada.
Daniel Granada fue abogado, escritor y filólogo, fundador de la etnografía y la lexicografía uruguaya, creador del Ateneo de Montevideo. Nacido en Vigo, en 1847, fue traído por sus padres a la capital uruguaya, donde se recibió de licenciado en Jurisprudencia en 1870, y solo tres años después fue nombrado juez letrado de Comercio.
Fue un notable  catedrático de Derecho Natural e Internacional  y profesor de Literatura, que se sumó a una juventud apasionada por el saber, y por el progreso material y espiritual, como presidente del prestigioso Club Universitario.
En 1869 presentó una célebre tesis, hoy perdida, Causas del movimiento intelectual en la República, en la que analiza por qué muchos jóvenes se volcaban a la universidad como refugio ante las dificultades propias de un país por entonces inestable política y socialmente. Más tarde expuso temas  vinculados a la sociedad uruguaya, en un ciclo iniciado con un trabajo memorable: Opúsculo sobre la hazaña de Judith, una alusión a la situación de la mujer.
En 1884 se estableció  en Salto como abogado e investigador en ciencias sociales. Desde el litoral norte fue impulsor y fundador del  Ateneo de Montevideo,  el 3 de abril de 1886, una institución cultural todavía presente en la vida del país desde su histórica sede de la Plaza Cagancha. Entre los iniciadores hubo ilustres apellidos gallegos: Alejandro Magariños Cervantes,  Aureliano Rodríguez Larreta,  Carlos Gradín, Carlos María de Pena,  Daniel Muñoz, Dermidio de María, Eduardo Acevedo Díaz, Francisco Berra, Gregorio Pérez,  Guillermo Vidal y Colón,  Ignacio Pedralbes,  José Pedro Varela,  Juan Carlos Blanco, Mariano Pereira Nuñez, Pablo de María.
Ganada se dedicó a descubrir e interpretar historias del folclore uruguayo y argentino y su relación con la cultura hispana.  Es autor del Vocabulario Rioplatense Razonado, con primera edición en 1889 y segunda en 1890, en el que condensa sus estudios sobre filología, etnografía, geografía e historia regional. Una obra fundamental, reconocida en Europa, que impulsó los estudios linguísticos que por entones se iniciaban en el país. También escribió una Reseña histórico descriptiva de antiguas y modernas supersticiones del Río de la Plata, de 1896, una obra de 700 páginas, en la que reúne datos sobre el folklore y las costumbres regionales.
Regresó a España en 1904, luego de vivir medio siglo en Uruguay. Se radicó en Madrid, donde concibió su Lexicografía y apuntes del Río de la Plata, una edición manuscrita, conocida en 1929, el año de su muerte.

Adolfo Vázquez visto por el
ilustrador gallego Lorenzo  Varela.
Mi tío Adolfo
Basta contar que fue pionero de la moderna masonería uruguaya y que fundó el Partido Socialista del Uruguay, para comprender cuánto influyó en su patria adoptiva, a la que quiso tanto como su Ferrol natal y el Lugo de su infancia. Adolfo Vázquez Gómez fue periodista, escritor, educador y un líder del librepensamiento finisecular.  Fue un gallego de carácter, de quien se pueden contar hazañas intelectuales y episodios de resistencia civil que por años ocultó su aristocrática familia de Ribadeo que lo consideraba una “oveja descarriada”.
Fue casual su nacimiento en Ferrol, en 1869. Pronto fue llevado a Lugo, donde terminó el bachillerato y comenzó una obligada carrera militar, impuesta por parientes monárquicos, pero, que abandonó para dedicarse al periodismo. Entre los periódicos en los que trabajó destacan: El Regional, Galicia Moderna, Galicia Liberal, La República, El Combate, entre tantos. Debió exiliarse en Portugal, en 1886, por su pluma, tan insobornable como ácida, y por uno de sus tantos intentos de sublevación contra el poder conservador. En Lisboa trabajó en los diarios El Galleguito, España, A sentinela da Fronteira. Al año siguiente marchó a Francia, pero apenas permaneció unos en una tierra, para él, sin emociones. En 1889 fue amnistiado y regresó a la Betanzos coruñesa, donde colaboró en distintos periódicos, y fue presidente del Ateneo Obrero, del Centro Republicano Federal y del Orfeón Eslava. Después vivió en La Coruña y más tarde se fue a Buenos Aires, contratado como periodista. En 1893 arribó a Montevideo, donde residió hasta 1904, cuando retornó a la capital porteña, disgustado por una guerra civil que enfrentaba a los orientales. En ese tiempo lideró la reorganización de la masonería rioplatense, y en uno de sus tantas residencias montevideanas, fundó el Partido Socialista del Uruguay, que lo tuvo como su primer  secretario general y editor del periódico El Socialista. Don Adolfo fue un militante de otros tiempos, muy lejanos a los actuales de un socialismo en el gobierno. Fue gran maestro, grado 33, el máximo de la logia masónica Estrella de Oriente. Dio conferencias en Europa y América, y publicó mucho, muchísimo, entre tanta obra intelectual vale señalar: Mesa revuelta; El país del prodigio; La masonería. Su pasado, su presente y su futuro; Nuevos rumbos educacionales; La democracia portuguesa. Sus dos libros fundamentales, Socialismo y librepensamiento y Ecos de combate, fueron editados en Montevideo, por la Casa Claudio García y Cía.
Tras su muerte en 1950, durante décadas su nombre permaneció en el olvido familiar. Hasta que un día, de paso por Montevideo, su sobrino nieto preguntó por él a varios historiadores.  Fue así que quedó prendado de su personalidad y solicitó una investigación que le permitió conocer episodios fascinantes de su vida. Con todos esos datos, en 2003 escribió un libro, en el que describe a su tío Adolfo, como “un republicano cabal y un hombre de ideas”. La obra autobiográfica, que tiene a Vázquez Gómez como protagonista de su conciencia, se llama Pláticas de familia. Fue escrita por Leopoldo Calvo Sotelo, un hijo de Ribadeo que fue presidente del gobierno español.

Un corte, una quebrada
Víctor Soliño fue un referente  del  carnaval
y el tango uruguayo. Su tema Mocosita fue
admirado e interpretado por Carlos Gardel.
El pontevedrés Víctor Soliño Seminario nació en Bayona, el 10 de setiembre de 1897, y arribó a Montevideo cuando todavía era un niño. Desde ese mismo momento mostró sus dos vocaciones: la poesía y el periodismo.
En 1922 tuvo su primera experiencia como letrista de tangos  con No quiero. Fue el inicio de una carrera  admirable, que sumó una nómina extensa con éxitos notables, compuestos con los hermanos Ramón y Antonio Collazo, Roberto Fontaina, Gerardo Matos Rodríguez, Adolfo Mondino, Edgardo Donato. Las voces célebres de Rosita Quiroga, Agustín Magaldi, Alberto Vila, Tita Merello, y hasta Carlos Gardel, interpretaron sus temas: Saber Vivir, Volverás, Perdonála, Adiós, Mi Barrio, Boca Abierta, Patoteros, Puras Plumas, Mi Papito, Sos una fiera, TBC, Negro, Maula, Garufa, Niño Bien, Mocosita; pero también fados, canciones, zambas, fox-trots, valses.
Atraído por el teatro, desde niño frecuentaba las tablas, hasta que en 1923 se vinculó con la famosa Troupe Ateniense, acompañado por los Collazo, Matos Rodríguez, Fontaina, Alberto Vila, sus amigos de siempre, hijos de gallegos con resonantes actuaciones en ambas capitales del Río de la Plata. Desde 1925 escribió muchos sainetes y cuadros teatrales para comedias musicales, la mayoría con su inseparable Roberto Fontaina, estrenadas en las principales salas montevideanas: Au Printemps, Seguí Pancho por la vía, Muchos niños para un trompo, Calada y Colorada, ¿Estás ahí, Montevideo?
Fue cronista del diario montevideano El Plata, hasta 1930. Luego fue locutor de La hora popular, un humorístico del mediodía de radio El Espectador. Su personaje era Ladrillo, el más aguardado por la audiencia, porque a su alrededor giraba “el solfa del día”, un menú desopilante que condimentaba con Pimentón y Pimienta, interpretados por los hermanos Julio y Nebio Caporale.
El gallego Soliño escuchó a Gardel por primera vez en junio de 1915 cuando debutó en el Teatro Royal, formando dúo con su compañero montevideano: "El Oriental" José Razzano. Fue famosa una sorda polémica entre ambos, por Mocosita, un tango que El Mago cantó sin su permiso, y que el autor jamás pudo escucharle. “Nunca tuve el placer, pero en aquellos tiempos recuerdo perfectamente que muchos amigos que lo aplaudieron en París, Madrid y Barcelona me traían noticias de la alegría que experimentaron al oírle algunas de mis composiciones. Pero este olvido de Gardel por mis cosas tiene una razón”, recordaba Soliño en su libro Mis Tangos y los atenienses.
“Un día, allá por 1926, yo trabajaba entonces en el diario El Plata, un compañero de tareas, Perico Bernat, que era representante de Gardel en Montevideo, vino alborozado a comunicarme una grata noticia: Carlos había grabado Mocosita y me solicitaba la autorización pertinente para poner a la venta los discos, autorización que, supeditada a mi última palabra, había concedido ya Matos Rodríguez. Lamentablemente, con todo el pesar imaginable, le respondí que no era posible”.
La negativa tenía una explicación. El grupo de autores uruguayos que en aquella se iniciaba tenía una deuda moral con la cantante Rosita Quiroga. Ella había acogido entusiastamente las obras de Soliño y las difundía con generosidad. Había un compromiso moral que el autor respetó siempre: ninguno de los tangos que ella grababa era reproducidoyn por otro intérprete.
“Perico Bernat insistió repetidamente para lograr mi asentimiento. José Blixen Ramírez, cronista teatral de El Plata e íntimo amigo de Gardel, renovó en varias ocasiones el pedido. Razzano vino expresamente a Montevideo a conversar conmigo para tratar de hacerme desistir de mi actitud, significándome —lo que yo imaginaba— que cerraba el camino hacia Gardel, para siempre. Pero, decorosamente, no podía modificar mi resolución y, en consecuencia, Mocosita ya grabada, no pudo ponerse a la venta. Sé que en España se vendieron los discos”, solía recordar el pontevedrés de Bayona que escribió las letras más populares de la historia del tango uruguayo. Víctor Soliño falleció el 13 de octubre de 1983.

La Marcha del desterrado
Foto del pasaporte uruguayo de
Álvaro Fernández  Suárez,
extendido en 1944.
20 de noviembre de 1940. Esa tarde de verdadero miércoles el gallego deambulaba por 18 de Julio, la más céntrica avenida montevideana: vulnerable, desamparado, sin rumbo. Había arribado pocas semanas antes, invitado por antiguos compañeros de lucha que procuraban, vanamente, curar heridas de guerra, tan profundas como recientes. El paso indolente señalaba agobio y desánimo. La mirada desatenta, apenas servía para disimular un recóndito tormento. Cruzando la inevitable Plaza Libertad, se encontró con Andrés Fernández, un compañero uruguayo de causa, idealista y aventurero. Escapado por pura buena suerte de la Madrid nacional. Luego del caótico retiro de las milicias republicanas.
–Voy a lo del doctor Quijano. ¿Quiere que se lo presente? –fue la cálida invitación. A las cinco de la tarde, llegaban al estudio de la calle Rincón, ubicado en el corazón de la imaginaria capital de la Ciudad Vieja. Carlos Quijano los recibió con una ancha sonrisa. El abogado y periodista trató al aprensivo visitante, como si lo conociera de toda la vida.
–Me parece que encontré un amigo –pensó con alborozo el desterrado, tras las primeras palabras que cruzaron. Fue un diálogo sobre tonterías de moda. Criticaron a la Unión Soviética por su pacto con los nazis y condenaron la invasión a Finlandia. Se pusieron de acuerdo, a través de gestos que los acercaban con naturalidad. Enseguida surgió la peripecia del célebre semanario Marcha, hijo pródigo de Quijano.
–¿Podría usted ayudarnos? Nos provoca muchos disgustos –admitió. –Pero, verá que es una gran pasión compartida.
–Creo que sí –fue la tímida respuesta de quien apenas se conformaba con recuperar sus juveniles ilusiones de tinta y papel. –¿Qué quiere que haga?.
–Escriba de cualquier cosa, lo que le guste. –Propuso el anfitrión con fuerte tono de carácter.
–No, prefiero algo que pueda interesar al público –respondió el gallego. –Algo que no sea conceptual con exceso. Nada de comentarios o disquisiciones especulativas. Una cosa viva, relatos, lances y episodios vividos. –¿Qué le parece Cosas vistas y oídas?
Fue de forma tan simple que ambos crearon una exitosa columna, ávidamente aguardada por decenas de miles de lectores del más memorable santo y seña de la izquierda latinoamericana.  Tituló su primer artículo: Los Alpes a vista de pájaro. Publicado el 6 de diciembre de 1940.
Así fue el exilio intelectual del ribadense-vegadense Álvaro Fernández Suárez, un personaje del medio siglo montevideano, como otros literatos: el célebre José Bergamín, José Carmona Blanco, Francisco Contreras Pazo, Benito Milla. A ellos debiera sumarse Margarita Xirgu, fundadora del mejor teatro del Río de la Plata.
Escribió regularmente en Marcha, en dos espacios distintos, con seudónimos diferentes. Cosas vistas y oídas ocupaba una página entera, firmada por Juan de Lara, presente en todos los números –salvo en dos o tres por año– durante más de trece temporadas. Se encargaba también de las centrales dedicadas a política internacional, que firmaba AFS, con regularidad casi perfecta, aún después de su retorno a Madrid en 1955.
Álvaro Fernández Suárez falleció en la oscuridad que tanto temía. Solo le acompañaron familiares muy cercanos, antiguos camaradas y amigos. Entre ellos, unos pocos uruguayos que podían dar fe de su fecundo exilio; que aseguraban que Álvaro se fue de la misma forma cómo vivió más de la mitad de sus 84 años. Invocando a su memorable Marcha. Evocando a su imborrable Montevideo.

El grito del canilla
Monumento de Adrián Troitiño
en el barrio del Cordón. 
(Ignacio Naón, 2009)
El pontevedrés Adrián Troitiño Acobre fue el vendedor de periódicos uruguayo, por excelencia. Nacido en Silleda, el 3 de enero de 1869, a los once años se fugó de su casa familiar, como polizón a Buenos Aires. Fue un niño panadero, que adhirió al anarco-anarquismo, que cruzó a Montevideo para fundar la Sociedad de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos y el Sindicato de Oficios Varios de la Villa del Cerro, histórico reducto proletario de la capital uruguaya. Fue editor del periódico El Obrero, hasta que en 1902 retornó a Buenos Aires, y antes de finalizar ese mismo año fue expulsado junto a su amigo Julio Camba. Tras el arribo a Cádiz fueron llevados a Barcelona, donde quedaron presos para prevenir un supuesto atentado contra el vicepresidente argentino, de paso por allí. Troitiño fue recluido en Pontevedra, puesto en libertad, pero requerido por el gobierno de La Coruña para hacer el servicio militar. Tenía 33 años y cinco hijos, pero no fue eso que lo salvó, sino un dudoso diagnóstico de hernia.
En el viaje que lo traía a Buenos Aires murieron dos de sus hijos, pero en la capital argentina le prohibieron el ingreso, por lo que, para enterrarlos, cruzó el Río de la Plata. Montevideo fue la ciudad que más lo respetó en el mundo, y donde fue fundador del Sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas, y gestor de la Casa del Canillita. Troitiño falleció el 26 de mayo del 1941. Su memoria es recordada por un monumento ubicado en Colonia entre Fernández Crespo y Eduardo Acevedo, en el barrio del Cordón.
Para los uruguayos, el vendedor de periódicos es el “canillita”. La palabra “canilla” deriva del latín canella, diminutivo de canna, “caña”, en español. El diccionario define el término: “es el hueso largo de la pierna e incluso de los brazos”. La idea fue utilizada por primera vez en Buenos Aires por el dramaturgo uruguayo Florencio Sánchez, para una pequeña pieza teatral de un acto con tres cuadros. El personaje principal es un niño vendedor de diarios, inspirado en Adrián Troitiño. Le faltaba el nombre, pero lo conmovió un niño de piernitas muy delgadas. Espontáneamente, le surgió la palabra “canillita” y así tituló su obra.

Pedro Couceiro, según
su amigo el pintor
galleguista Luis Seoane.
La ciencia de vivir
El coruñés Pedro Couceiro Corral fue uno de los más geniales científicos que trabajó en Uruguay, desde su arribo al país hasta el último día. Su vida recorrió todas las etapas imaginables, y también las más inimaginables que debió enfrentar un hombre de su tiempo. Su inteligencia infrecuente, su sensibilidad humanista, su creatividad irrepetible, marcaron sus casi ocho décadas repletas de vitalidad, ingenio y compromiso intelectual. Fue un científico formado en la España pre republicana de fines de la década de 1920, con un doctorado en Alemania a inicios de 1930 y  una activa participación en la defensa de la República entre 1936 hasta su exilio en 1939.
Arribó a Montevideo al año siguiente, y desde un principio demostró una vigorosa y polifacética personalidad, la forja de una familia incorporada a la vida del país de adopción y su permanente y consecuente adhesión a la causa republicana y a la defensa de la cultura gallega.
Pedro era hijo de  un abogado destinado en La Coruña, como secretario judicial. Allí hizo el bachillerato, hasta que en 1922 viajó a Santiago de Compostela, como uno de los primeros alumnos de la Sección de Químicas da Facultad de Ciencias. En 1927 era profesor titular de Química Orgánica, y dos años después su vida cambió por la llegada del profesor Fernando Calvet, con quien completó un posgrado que le permitió viajar a Múnich para trabajar en síntesis de hidratos de carbono, con Heinrich Otto Wieland, el célebre premio Nobel.
Tras su paso por las mejores universidades alemanas se decidió por la Bioquímica, hasta doctorarse con una investigación sobre a oxidación de la levadura de cerveza. En 1935 viajó a Madrid para dedicarse a la bioquímica aplicada a los animales, pero debió suspender sus estudios cuando se incorporó al ejército leal al gobierno republicano.
En la Guerra Civil fue oficial en una  fábrica de armamentos de Alicante, hasta que se quitó los galones para combatir en el frente de Guadalajara y Madrid, compartió con miles de milicianos el martirio provocado por los aviones Fiat italianos y los alemanes Stuka. Tras la derrota se exilió en París, donde fue contratado como investigador del Instituto Pasteur, pero al poco tiempo debió escapar de urgencia, sin rumbo, ahora perseguido por los nazis que ocupaban el territorio francés.
Su destino fue Montevideo, una ciudad que admiraba y acogía a los exiliados republicanos. En la capital uruguaya fue técnico-químico del Instituto de Biología Animal, mientras fundaba su laboratorio Sur, especializado en la elaboración de productos sanitarios para ganado vacuno, y poco después, con dos colegas uruguayos creó el laboratorio farmacológico Proteo.
Pedro Couceiro realizó una labor científica de primer nivel internacional, pero, siempre tuvo tiempo para colaborar con el movimiento galleguista en el exilio. Murió en 1982, como uno de los mayores innovadores científicos del Río de la Plata, como memorable docente universitario, y con el honor de haber sido uno de los impulsores del programa radial Siempre en Galicia, primera iniciativa radiofónica realizada enteramente en gallego.

El embajador de Viveiro
Luis Tobío Fernández, escritor,
político, traductor, polígrafo,
nacido en Viveiro de Lugo,
fue un notable diplomático,
galleguista y republicano,
que ejercióla dignidad 
de su pueblo por el mundo.
(Archivo Carlos Zubillaga)
La vida de Luis Tobío Fernández es la peripecia de un diplomático que ejerció de gallego por el mundo. Escritor, político, traductor y polígrafo, nació el 13 de junio de 1906, en la Viveiro lucense, en el seno de una familia materna de clase alta, los Pardo Vaamonde. Su padre, Lois Tobío Campos, maestro de escuela, era amigo muy cercano de Manuel Murguía. Su bisabuela, María Xosefa Martínez Viojo, era tía de Rosalía de Castro.
En el preparatorio de Derecho, que inició en 1922, entabló amistad con notorios intelectuales: Fermín Bouza Brey, Xosé Filgueira Valverde, Ramón Martínez López o Manuel Magariños. Eran los años de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, cuando crearon el memorable Seminario de Estudios Gallegos, que organizaba tertulias y ateneos sobre cultura, arte, literatura e historia. En 1929 se fue becado a Berlín. En la capital alemana entabló amistad con Francisco Ayala, Felipe Fernández Armesto, con el lingüista Xosé Canedo, y fue anfitrión de Vicente Risco.
Estaba en Madrid el 14 de abril de 1931, proclamada la Segunda República, cuando fue redactado el anteproyecto del Estatuto de Autonomía de Galicia, por un grupo integrado por Alexandre Bóveda, Ricardo Carvalho Calero, Valentín Paz-Andrade, Vicente Risco y el propio Tobío, encargado de publicarlo. No participó en la fundación del Partido Galleguista, en Pontevedra, por iniciativa de Castelao, Ramón Otero Pedrayo y Antón Villar Ponte, pero ingresó rápidamente y pasó a formar su Consejo Ejecutivo.
Tobió inició la carrera diplomática en 1933, como secretario de la embajada española en Sofía, la capital de Bulgaria. Con el comienzo de la Guerra Civil fue nombrado cónsul en Montevideo, pero prefirió alistarse en las milicias populares. En mayo de 1938 fue destinado a un cuartel de Granollers como instructor de reclutas, en julio se incorporó al Frente del Ebro como artillero, pero en octubre ya estaba de nuevo en el Ministerio de Defensa en Barcelona, como organizador de la desmovilización de las Brigadas Internacionales.
Retomó contacto con el ambiente galleguista de Barcelona, y también su relación con la catalana Carmen Soler. En menos de un mes, el 24 de enero de 1939 se casaron y unos días más tarde el gobierno tomó rumbo a Figueras y al exilio. En Perpiñán la pareja logró evitar los campos de concentración. Viajaron a París y posteriormente embarcaron el 18 de marzo de 1939 rumbo a Nueva York a bordo del Queen Mary.
En la urbe estadounidense se encontró nuevamente con Castelao, padre del nacionalismo gallego y luego, en La Habana, con otros exiliados españoles, como su paisano Xosé Rubia Barcia o el malagueño Manuel Altolaguirre. Allí fundaron la Escuela Libre, que un año después aún no funcionaba. En enero 1940 se marcharon a México, donde Tobío ejerció  como profesor en el Instituto Hispano-Mexicano Ruiz de Alarcón. Cinco meses más tarde, el 30 de junio, embarcaron en Nueva Orleáns rumbo a Montevideo.
En la capital uruguaya fue un destacado periodista, de paso memorable por radio Ariel, cuando era vocera de los republicanos españoles en el exilio rioplatense, luego por el semanario Marcha, emblema de la intelectualidad latinoamericana y por el diario El Día, fundado a mediados del siglo XIX por el legendario presidente José Batlle y Ordoñez. En el histórico vocero del liberalismo colorado, conocido como batllismo, realizaba análisis internacionales. En una columna escrita en 1947, asumió que el final de la Segunda Guerra Mundial no iba a suponer la caída del franquismo.
Por entonces comenzaba a trabajar en la comunicación de la farmacéutica suiza Roche, mientras mantenía contacto con el exilio republicano, como miembro de las Irmandades Galeguistas. Socio de la Casa de Galicia, con su ayuda, el 30 de junio de 1945 se presentó el Consello de Galiza en Montevideo, con la presidencia de Castelao. También participó, en setiembre de 1950 en la primera emisión radiofónica en gallego, Sempre en Galiza, emitida por Radio Carve; y más tarde estuvo en la creación del Banco de Galicia de Uruguay.
El regreso a España coincidió con sus últimos años de vida profesional: una década más en la farmacéutica Roche y, posteriormente, tres años, entre 1973 y 1976, de nuevo dentro del Ministerio de Exteriores. Su última trayectoria intelectual se vinculó con los viejos galleguistas de Madrid, reunidos alrededor del periodista y escritor compostelano Raimundo García, Borobó, y sus investigaciones sobre el diplomático gallego Diego Sarmiento de Acuña, Conde de Gondomar. Publicó en Galicia emigrante, Historia de Galiza y tradujo al gallego el Fausto de Goethe y Teoría del Estado de Herman Heller. Viajaba a menudo a Viveiro y a Santiago, para visitar a amigos y para participar en actos y congresos. Pero sus últimos años los vivió en Madrid, donde falleció el 13 de marzo de 2003.

El papel de la libertad
Jesús Canabal a fines de la década
de 1960, cuando era uno de los
mayores empresarios papeleros de
América del Sur, director del Banco
de Galicia y un notable galleguista.
(Patronato de la Cultura Gallega)



Jesús Canabal Fuentes nació el 24 de marzo de 1897, en Ameal, un pueblo del ayuntamiento coruñés de O Pino.
−A los trece años, cuando trabajaba con su padre campesino, tomó la decisión de emigrar al Río de la Plata para cumplir su sueño de progreso personal y para llevarse pronto a sus hermanos a un nuevo destino.
−Casi niño, embarcó solo el 23 de setiembre de 1910 en el puerto Vigo, y arribó 25 días después a Buenos Aires.
−En las primeras semanas fue recibido por un conocido de su padre radicado  en la capital argentina, hasta que consiguió trabajo en la papelera Iturrat. Así pudo pagarse una pensión que loalbergó en aquella primera etapa en la capital argentina.
−En 1912 fue enviado a la Rosario, donde vivió tres años en los que aprendió el oficio trabajando durante el día y estudiando de noche.
−De vuelta en Buenos Aires, consiguió el dinero para "reclamar" a su hermano José,y en 1918 su jefe lo envió a Montevideo para abrir y gerenciar una sucursal.
La que parecía una muy buena opción se transformó en desilusión por la crisis económica que dominó el Río de la Plata en la post Primera Guerra Mundial.
−Cuando la filial cerró, Canabal se quedó de este lado del estuario trabajando en la industria del papel que conocía como pocos. En 1921 fundó una sociedad con sus hermanos José y Andrés, Jesús Canabal y Hnos. Fábrica de Sobres, que produjo y comercializó la marca Suevia.
−Aquel mismo año adquirieron la papelería de Jaime Bech, una de las mayores de la capital uruguaya, la más popular por su ubicación céntrica, y se incorporó el cuarto hermano, Manuel, que "reclamado" llegó desde Galicia.
−La estrategia de los Canabal era incorporar nuevos negocios papeleros con el objetivo de ampliar su capital y sumar locales.
Jesús, segundo desde la izquierda, con
sus hermanos en playa Carrasco, c. 1920.
−En 1925 la empresa ocupaba a 40 empleados y cinco años después se fusionó con Hierro y Romani que le aportó cuatro locales en distintos puntos de Montevideo.
En aquel señalado 1930, cuando Uruguay se afianzaba como la Suiza de América, compraron las firmas Lettire y Bengoa y Lacaña Hnos, inauguraron la mayor fábrica de papel del país transformada en Canabal Hnos & Carluccio.
−En 1937 fundó a Industria Papelera Uruguaya Sociedad Anónima, la memorable IPUSA, y diez años después abrió otra planta en Pando, departamento de Canelones, con más de 100 obreros.
−Una nota de prensa de la década de 1940 informaba que el notable líder industrial y comercial era "el más influyente ejecutivo del sector papelería, librería y material de escritorio en Uruguay, socio de la empresa Canabal y Cia, ubicada en la Calle Uruguay Nº 1213, Montevideo".
Con su madre Carmen, en
O Pino, 1957, para ella
era "Xuxo" o "Xuxito".
(Patronato de la Cultura Gallega)
En 1956 fue uno de los fundadores y presidente del Banco de Galicia, institución financiera dedicada al fomento de negocios nacionales y a la promoción de iniciativas culturales: exposiciones plásticas, concursos literarios y fotográficos, edición de libros.
En 1962 el Consello de Galicia le concedió el Premio Castelao por su acción en favor del arte y la cultura, y en 1966 el Patronato de la Cultura Gallega le otorgó la Vieira de Plata.
−Jesús Canabal fue un activo militante del galleguismo, presidió Casa de Galicia, la Hermandad Galleguista, fue socio fundador del Patronato, tesorero en la primera Junta Directiva, otra vez en 1965, vicepresidente en 1966, y decisivo promotor de la audición radial Siempre en Galicia.
En 1945 dirigió la Comisión de Sanidad de Casa de Galicia, en 1956 presidió el Congreso de la Emigración Gallega en Buenos Aires, en el que participaron los más destacados dirigentes del exilio gallego en el mundo.
−En 1958, durante un viaje a Europa, en París se reunió consar Alvajar y Ramón Suárez Picallo que le propusieron la representación del Consejo de Galicia  en el Gobierno de la República en el exilio. Fue ministro delegado del órgano internacional de resistencia contra la dictadura de Franco, entre mayo de 1958 y febrero de 1962. 
Falleció en 1985, en Montevideo. "Era una figura en primera línea. Aunque no aparecía muchas veces por su discreción, era soporte principal del mantenimiento de muchos intelectuales", afirma Manuel Losa Rocha, autor del libro biográfico Don Jesús Canabal Fuentes. Hijo predilecto de O Pino (Losa Libros, Montevideo, 2007).
Canabal parado al centro, detras de Alfonso
Castelao, en reunión del Consejo de Galicia,
México, 4 de Diciembre de 1945.
(Patronato de la Cultura Gallega)

"Era un gran galleguista. Lo demostró de muchas maneras. Entre otras, influía en la gente para que se expresara en gallego cuando aquí no era costumbre. Estamos hablando de la primera mitad del siglo pasado. Además era un hombre muy familiar, a la que se dedicaba por entero, así como al galleguismo y a la democracia. Era también un gran empresario porque empezó fabricando sobres a mano y terminó fundando una industria de celulosa y papel", concluye Losa, al evocar la memoria del niño pobre que llegó a ser uno de los mayores empresarios papeleros de América del Sur.

−En 1922 Jesús Canabal conoció a su esposa Maravilla, con ella formó una familia sólida por siempre presente en sus logros personales e institucionales.


Diese, Deste, Dieste
Los más expertos genealogistas afirman que el notable apellido coruñés tiene origen flamenco: Diese. Un sitio con casas de dos alas y tejas con ladrillos. Otros, no menos eruditos, creen que era italiano: Deste. Es menos probable. Los Dieste llegaron a España durante el reinado de Carlos V, para establecerse en Galicia y Aragón.
Rafael el tío poeta, Eladio el sobrino
ingeniero, con el genio de los Dieste.

Un linaje que trajeron los pescadores Eladio y Eduardo Dieste y Muriel, nacidos en Padrón,  arribados en 1870 a la playa atlántica Valizas, del departamento de Rocha, seguramente por un naufragio. Eduardo fue firmante de la separación de los departamentos Rocha y Maldonado. Eladio se casó con la brasileña Olegaria Goncalves. La pareja tuvo cuatro hijos. Su primogénito y homónimo, nació el 14 de mayo de 1880, según consta en la iglesia del pueblo rochense de Castillos.
Eladio y su familia retornaron  en 1893 a Galicia. El emprendedor nunca logró comprender el negocio agropecuario, quizá, porque no era la faena ideal para un hombre de mar. Con Olegaria, se quedaron en la casa de Rianxo, para siempre.
Eladio Dieste Goncalves, el primogénito, añoraba su tierra. Su vuelta al Río de la Plata fue en 1896, quizá, inquieto por la tradición española que obligaba al hijo mayor a meterse de cura. Una profesión que no iba con su carácter rebelde. Llegó solo a Buenos Aires, a los 16 años, para preparar la venida de otros dos hermanos: Enrique y Eduardo. En la capital argentina trabajó en casas de comercio, organizó caravanas que iban a Bahía Blanca, arriesgando el pellejo, pero, también fue comentarista de “teatros y comedias” del diario La Tribuna y cronista de la revista de turf Gladiador del célebre Carlos Pellegrini.
Una tarde del 1903, cruzó el río Uruguay para enrolarse al ejército uruguayo, que lo destinó a Salto, como alférez. Allí conoció a Elisa Saint Martin, una joven descendiente de franceses. En 1910, su amigo José Batlle y Ordóñez, a través del presidente José Claudio Williman, le encomendó una misión estratégica: fundar el 8º Regimiento de Infantería de Artigas, una conflictiva frontera con Brasil. Retirado de las armas, fue profesor de Historia, autodidacta, lector voraz, poseedor de la mayor biblioteca del pueblo. El matrimonio tuvo tres hijos: Ariel, historiador, Saúl, bancario, y Eladio, el ingeniero de fama universal. Con una obra que recorre el planeta  sembrando admiración.
Eladio nació en 1917. Era un sincero admirador de su tío, escritor bilingüe, en gallego y español, nacido en Rianxo, exiliado en Buenos Aires, en julio de 1939 y fallecido en Santiago de Compostela, en 1981. De decisiva influencia en su sensibilidad artística y social. Eladio solía decir que si hubiese vivido en la España franquista, seguramente profesaría una fe católica muy crítica. Sintió muy de cerca el drama de la Guerra Civil y el destierro republicano. Siempre a través de los ojos de tu tío Rafael.

El fotógrafo de Gardel
El artista pontevedrés
José María Silva, en 1998,
con su foto más famosa.
Fue una figura legendaria y un record nacional, americano y hasta mundial: vivió 102 años, 82 detrás de un objetivo,  y fue el retratista oficial de Carlos Gardel. El pontevedrés José María Silva Fernández nació en el pueblo de Montillón de Arriba, el 29 de setiembre de 1897. Su padre fue un soldado que murió en Cuba durante la guerra entre España y Estados Unidos, y su madre emigró a Montevideo en 1903, para vivir a duras penas como costurera, lavandera y planchadora. Fue ella quien le consiguió un empleo de "chico de los mandados" en la Casa de Fotografía del Indio.
Con catorce años y medio, todavía con pantalones cortos pero el ánimo muy abierto, se dirigió a la calle Arapey, esquina del 18 de julio, para encontrarse con su destino. Allí trabajó hasta 1919, cuando impulsado por Rosita, su esposa, abrió su propia casa fotográfica, con  nombre y eslógan: "Foto Silva, el fotógrafo de los artistas y un artista entre los fotógrafos".
El gallego  Silva fue colaborador de la revista uruguaya La Semana, del diario El Día, y  trabajó para la editorial Atlántida de Buenos Aires, fundada por el uruguayo Constancio C. Vigil. Las fotos de Silva se publicaban en El Gráfico, Para Ti, Atlántida. Con tanto éxito, que en 1930 hizo la cobertura de notas sociales del Campeonato Mundial de Fútbol, disputado en Montevideo.
Carlos Gardel visitaba el estudio fotográfico de Silvita, como lo llamaba el famoso cantor, cada vez que estaba en Montevideo, y fue allí donde le hizo las fotos más famosas y más publicadas, tomadas en octubre de 1933. "El dejaba que el fotógrafo hiciera lo que quisiera; era distinto a otros artistas que creen que saben todo y no saben nada, porque no es lo mismo estar en el teatro que sacarse una fotografía", comentó tantas veces  Silva.
Los célebres retratos de El Mago han sido reproducidos en mil y una forma, en todo el mundo; pero en Uruguay y la Argentina tienen un significado especial. Pueden verse en sitios tan diversos como el cajón de un lustrabotas, el espejo retrovisor de taxis y ómnibus, en libros, discos, posters, revistas. Silva jamás cobró un centavo por derechos de reproducción.
Foto Silva fue un sitio de encuentro de tres generaciones de uruguayos, en tiempos cuando  la gente necesitaba registrar los momentos cumbres de su vida: el casamiento, la primera comunión, los quince años. Hechos registrados cincuenta años atrás, en la que existía otro concepto de vida y se apostaba por la permanencia. La fotografía era, entonces, un rito para plasmar el tiempo, una forma de trascender.
Hasta 1960, la radio era el gran espectáculo y sus artistas dependían de la foto para darle cara a la ilusión que creaba su voz. Silva fue el gran fotógrafo de cantantes, locutores, actrices y actores. De las tomas se hacían cientos de copias, a veces miles, que los artistas autografiaban y repartían entre admiradores, y seguramente iban a parar a la cabecera de una cama o al lado del aparato de radio, en ese entonces el centro neurálgico de los hogares.
A partir de su trabajo se puede trazar un panorama que va desde las galerías de retratos de principios de siglo, que utilizaban la luz natural, hasta la fotografía de nuestros días. El mismo pontevedrés,  próximo a cumplir un siglo de vida, se asombraba por las posibilidades de la digitalización de imágenes."Si hubiera tenido esto en mi tiempo”, solía decir.
Fue en 1994, que José María y su hijo Julio César decidieron cerrar el estudio. Finalizaba así un capítulo en el retrato fotográfico rioplatense que había tenido a su estudio como protagonista de más de siete décadas. El famoso retratista pontevedrés murió el 2 de abril de 1999. Fue un hombre que transitó dos principios y dos  fines de siglo.

1 comentario:

Beatriz Irachet Diaz. dijo...

Agradecida de leer la historia de mi antepasado directo, Antonio Diaz,siendo la 8va generaciòn,mantengo vivo su recuerdo.
Beatriz Irachet Diaz.