A corazón abierto
La viña es salud. |
Una bodega dirigida por médicos parece la síntesis perfecta de esa relación eternamente idealizada que une a los buenos vinos con la salud. Para José Luís Filgueira y Martha Chiossoni, el cardiólogo y la patóloga, la viña es mucho más que el lugar de dónde sacan la materia prima para sus caldos exquisitos, reconocidos y premiados en el mundo. Es un sitio adorable, que les entrega felicidad. Que les une más íntimamente con la naturaleza plena, y con los mayores sueños y los mejores proyectos de sus hijos. Es también un punto de homenaje a la memoria de Don Manuel, el noble pionero pontevedrés que les legó antiguas fórmulas de vinificación de las Rías Bajas.
Publicado en el diario El Observador de Montevideo (8/1/2008, serie Bodegas del Uruguay).
Una leyenda medieval cuenta cómo Teucro, el héroe griego de quien se dice que estuvo dentro del Caballo de Troya, calmó el dolor de un exilio amargo con el jugo de abigarrados racimos claros, cultivados en remotos valles de las Rías Bajas gallegas. Un mito, tan romántico como incomprobado, que le adjudica al infalible arquero, hermano de Áyax, la gloria de haber fundado Pontevedra, a la que llamó Helenes, en honor la princesa que luego fue su esposa.
En verdad Pontevedra fue establecida por legionarios romanos que abrieron la Vía XX , entre dos ciudades estratégicas para sus planes de conquista: Lucus Augusti, hoy Lugo, y Bracara Augusta, la Braga portuguesa. Ellos construyeron el primer paso sobre el río Lerez, un Pontus Veteri que siglos después fue A Ponte Vedra, el puente viejo.
En esa región, sólo ahí, se cultiva la uva albariña, base de un vino tradicional con exclusiva denominación de origen: Rías Baixas. La variedad fue llevada por monjes borgoñeses de Cluny, que en el siglo XII se instalaron en el convento de Armenteira. A partir de ese fruto blanco, parecido al Viognier, fue creado el varietal Albariño, seco y sabroso, que los gallegos presentan al mundo como un emblema de su cultura y de su buen gusto.
La vendimia pontevedresa es una tradición ancestral que definió la vocación de Manuel Filgueira, el niño que creció falando galego y plantando albariñas, mientras recorría los mínimos poblados de Gatomorto, Frieiro, O Couso, Os Fontáns y A Igrexa, dentro de su parroquia natal de Santa María de Xeve. El inmigrante arribó a Uruguay, con su familia, cuando solo tenía once años. Con el tiempo se casó con una hija de los Berobide, el clan que poseía una parcela en Cuchilla Verde, a la altura del kilómetro 7 de la ruta 81, en el departamento de Canelones.
En 1927 se incorporó a la por entonces incipiente actividad vitivinícola de la cuenca canaria del río Santa Lucía. Durante casi siete décadas trabajó una pequeña extensión de tierra, como un disciplinado artesano que transformaba sus vides en un vino de mesa de muy buena calidad.
José Luís Filgueira, único hijo de Manuel, cardiocirujano de prestigio internacional, conoció a la anatomopatóloga Martha Chiossoni en el Hospital de Clínicas, cuando ambos estudiaban Medicina. Sus especialidades los separaron en forma transitoria. Aunque él se ocupaba de arterias y ventrículos y ella lidiaba con tejidos y tumores, con el tiempo les llegaron cambios, tan románticos como impensados, que unieron sus vidas para siempre.
El primogénito de los Filgueira Chiossoni se llama Manuel, como el abuelo, luego vinieron Mariana e Inés. La familia se mudó a una hermosa casa del Prado que el pionero gallego les regaló con los dividendos obtenidos en una sola vendimia, cuando la producción crecía y la venta a granel era un buen negocio. Pero, mientras el tiempo iba pasando, el anciano vitivinicultor comenzaba a pensar sobre el futuro del noble campo de Santa Lucía.
Martha fue la elegida para continuar su senda de emprendedor vitivinícola. Cuando el pontevedrés vio que el final de sus días estaba próximo, la llevó a Cuchilla Verde. Paulatinamente, ella se fue apasionando por las vides y uvas, por los brotes y los injertos, por las curas y las vendimias. “Nuestra relación fue de padre e hija”, evoca la médica y bodeguera, con nostalgia filial.
Martha hizo el milagro en una parcela que Manuel le había regalado a su nieto. La limpió en pocos días, preparó la tierra y la sembró con diez mil plantas de Tannat y Cabernet Sauvignon. Todo con sus manos. Cuando su suegro se encontró con tan conmovedora sorpresa, supo que ya se podía ir en paz. “La plantación fue en setiembre de 1992, y él falleció en la prevendimia de febrero del año siguiente. Pudo ver nuestro trabajo y comprender que íbamos a continuar su obra, plantando viñas y creando vinos”, recuerda emocionada.
Ese fue otro momento crucial para los Filgueira Chiossoni. Martha se ocupaba de la empresa familiar, pero, ahora dedicada a la elaboración de vinos finos. La reconocida patóloga cambió, definitivamente, el laboratorio del hospital por las vides. Fueron siete años importando plantas desde Francia, certificadas, libres de virus. El proceso de reconversión duró hasta 1997, mientras se elaboraba muy poca cantidad y era construida la nueva bodega.
El 7 de octubre de 1999 fue inaugurado el moderno establecimiento, donde Casa Filgueira elabora y fracciona su propio vino. De las 14 hectáreas originales, el viñedo aumentó a 46 la superficie cultivada, dentro de un total de 85 hectáreas . “Nuestra planta de vinificación está íntimamente vinculada con el campo. Se encuentra en el centro de la finca, lo que permite que la uva demore unos pocos minutos en llegar y lo haga en perfecto estado y en su punto justo de maduración. La recolección se hace de forma manual, con una técnica que mantiene todas sus cualidades. Las cajas no van llenas para que la uva no se deteriore y se lavan permanentemente antes de volver al campo.
En la selección se utilizan dos mesas. Una se hace por racimo y la otra, grano por grano. Luego, cada cuadro de uva va directamente a un tanque especial de acero inoxidable, de allí en mas, se inicia la identificación de los vinos no sólo por cepas, sino también por áreas de plantación. En Uruguay, nuestra bodega es la única que utiliza esos recursos, y esto se refleja en la calidad final”, afirma la enóloga Verónica Cabrera.
La familia ha transitado un intenso camino en pocos años. Su producción se basa en varietales ciento por ciento puros y blends de alta calidad, elaborados con Tannat, Cabernet Sauvignon, Merlot, Pinot Noir, Syrah, Cabernet Franc, Sauvignon Blanc, Sauvignon Gris y Chardonnay.
Sus vinos han llegado a Bélgica, Brasil, México, Hong Kong, Macao, España, Canadá e Inglaterra y la empresa sigue trabajando para abrir otras puertas del mundo. Con el objetivo de alcanzar la excelencia, gestó y logró la certificación de la Norma Internacional ISO 9001:2000 para su calidad en los viñedos, en la bodega y en la administración. A lo que se sumó la Norma ISO 14001:2004 para la gestión ambiental. Un ejemplo, es el tratamiento de todas las aguas residuales en lagunas de oxidación. “Mantenemos nuestra trazabilidad. Llevamos un registro de las tareas que se realizan a diario, cuadro a cuadro. De esta forma ganamos en certeza y confiabilidad”, explica Cabrera.
2 comentarios:
Hola Armando, tu blog me parece muy interesante , te he enlazado a mi blog.
Puxe asturias, canelones y uruguay
Te recomiento uruguayos en lanzarote , supongo que lo conoceras .
Un arraigado saludo desde Tenerife
Como ya le adelanté a Olveira en un mail,la bodega hasta 1960 apx.era propiedad de la flia.Berobide con el nombre de"Juanita" vinos "Internacional"comolo atestiguan fotos y documentos en mi poder.En la crónica hay varios "errores" por un asesoramiento tendencioso. El Vasco
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