Aquella madrugada de julio de 1946, el legendario
dueño del restaurante El Mejillón de Punta del Este, se vistió con ropas de
chef para ofrecerle a una clienta, presumiblemente, cordobesa, mendocina o
chilena, un emparedado de lomo vacuno y jamón, en un pancito roseta enmantecado
y levemente tostado al horno, que para satisfacerla llamó con astucia
“chivito”. Desde entonces, y hasta el último día de su vida, en 2003, se
atribuyó la innovación en forma de sándwich que definía como un “recurso de
sencillez bien entendida”, mientras negaba que versiones similares fueran
parientes de su invención.
En un país donde todo se pone en duda, sobre todo si
es exitoso, nadie discutió la gloriosa autoría de Carbonaro, aunque jamás
registró su “chivito”, que pronto se transformó en un éxito
gastronómico que se vendía de a mil por día, según contaba su precursor. Un
matiz entre la unanimidad es aportado por Gustavo Laborde, investigador de la
identidad uruguaya en cocina, que afirma que es una variante de sándwiches
anteriores, los entrepans catalanes, los bocadillos o bocatas hispanos, el
panino italiano, la baguette francesa, la hamburguesa también es anterior. —No
es un invento como tal —opina.
"El chivito fue evolucionando dentro de la que denomina segunda etapa de una narrativa de la cocina uruguaya, que recoge el imaginario del Centenario, la idea del crisol de razas del segundo batllismo, la Suiza de América. Todas las evidencias parecen darle la razón. Carbonaro era hijo de calabreses, las novedades posteriores fueron concebidas por gallegos, asturianos, catalanes, portugueses, franceses, árabes."
"El chivito fue evolucionando dentro de la que denomina segunda etapa de una narrativa de la cocina uruguaya, que recoge el imaginario del Centenario, la idea del crisol de razas del segundo batllismo, la Suiza de América. Todas las evidencias parecen darle la razón. Carbonaro era hijo de calabreses, las novedades posteriores fueron concebidas por gallegos, asturianos, catalanes, portugueses, franceses, árabes."
Gustavo Laborde, antropólogo, periodista, investigador de la cultura gastronómica uruguaya.
—Nacido en 1948, se llama Modesto Gómez, pero si preguntan
por él en Melo, muy pocos sabrán quien es, hasta que alguien sugiera su apodo,
que también es una marca gastronómica de la ciudad y del departamento de Cerro
Largo. Los chivitos del Teto fueron
una innovación de frontera. Creados en 1979, por un aventurero de la
creatividad, pronto se transformaron en un estilo de manejar la plancha que
todavía recorre ciudades, pueblos y rutas del país.
“En 1980 quedó
pronto mi primer carrito, realizado por Carlos Rodríguez, un gran tornero de
los Talleres de Don Bosco que hizo magia con unas chapas de aluminio”,
evoca el legendario emprendedor melense que instaló su primer puesto en la
Plaza Independencia, frente a la Iglesia del Carmen. Allí desarrolló una receta
diseñada para desafiar al omnipresente baurú brasileño: 100 gramos de
“lomillo”, panceta, muzzarella, jamón, tomate, lechuga, mayonesa y un “tempero”
(condimento) creado sobre la base de chimichurri seco. Al final, iba el toque
del Teto: un huevo frito bien
cocinado a la plancha.
“Lomillo
es como le decimos en Cerro Largo a una
parte del lomo vacuno, muy pequeña y
tierna”, explica
Gómez, mientras se sorprende una vez más por la popularidad que adquirió su
chivito en ambos lados de la frontera. “Conocí
bastante a José Barcia, dueño de El Galleguito, pionero de los carritos de
chorizo, que muchas veces me dijo que nuestros puestos se parecían porque
cambiaron los hábitos de consumo de la gente, por supuesto, él mucho más
relevante y recordado y uno en otra escala menor.”
En 1987 el chivito del Teto estaba extendido en casi todos los departamentos del país,
pero Modesto nunca se apropió de la receta, ni de la marca, ni de los derechos
comerciales. “Si a uno le va bien con una
idea, si se puede se comparte. La vida nos dio la oportunidad de un nuevo salto
de calidad: cambiamos el carrito de aluminio, por uno de acero inoxidable, de
eje y plancha doble.” Fue un momento de explosión del negocio y de máxima
popularidad del sándwich melense.
Por entonces, sus hijos adolescentes, Diego,
Sebastián y Víctor Manuel, también ayudaban en la preparación de los
condimentos. Los tres sienten que las innovaciones de su padre forman parte de
sus vidas, tanto que aún las difunden en los países a dónde han emigrado. Diego
es un activo divulgador del chivito del Teto
en Canadá, aprovechando la sorpresa que significa contar historias de un
sándwich que evoca a la nación norteamericana. “Cuando prueban un canadiense y conocen la historia, primero se ríen,
luego lo disfrutan, y no se olvidan más.”
En 2010 el carrito se transformó en un restaurante,
Los Lapachos, instalado en un sector alto de la misma plaza Independencia, en
Agustín de la Rosa y Florencio Sánchez. “Está
bien puesto, pero no es un lujo. La cocina está bajo techo, pero las mesas
quedan a la intemperie, cuando llueve ponemos una lona y la gente viene igual.”
Modesto también fue adelantado en el servicio de
delivery, probablemente el primero del interior, muy a principios de la década
de 1990. El carro no tenía teléfono, pero recibía los pedidos a través de una
radio de banda ciudadana conectada con su casa. Su hijo Sebastián era jovencito
cuando creó una página web de Los Lapachos, en la que se registraban solicitudes
online.
“Hacer
chivitos para mí todavía es una forma de vivir dignamente y, cuando lo veo en
perspectiva, también es un esfuerzo, simple pero sincero, de contribuir a
nuestra cultura gastronómica. ¿Quién iba a pensar, hace más de treinta años que
podíamos competir con el baurú?”, se preguntaba el emprendedor, minutos antes de salir con su esposa y
“socia de la vida”, Ruth María Díaz,
rumbo a Buenos Aires, para visitar a las dos nietas que le dio su hijo Víctor
Manuel.
—Otra innovación de Modesto Gómez fue el envasado de
papas fritas en bolsitas de papel, solas o como acompañantes del chivito, casi
una década antes que la moda arribara al país por influencia de una
promocionada hamburguesería estadounidense.
—Nació en Montevideo, en 1970, pero es melense por
compromiso de vida, con su familia y con las innovaciones de su padre. Modesto
lo define como un “trotamundos” que ha recorrido los más diversos territorios
del planeta, desde Australia y Nueva Zelandia hasta los Estados Unidos, desde
Gran Bretaña hasta Canadá. Polígloto natural, formado en turismo, vive en Gatineau,
Quebec, en el lado francés del río Ottawa, en el límite con la provincia
británica de Ontario.
“El
personaje de esta historia es mi padre, un creador, un visionario, que vio
antes lo que la mayoría hizo después”, afirma quien desde su función asume un papel como
propagador del plato en los más diversos ámbitos de la capital política de
Canadá. Su blog Chivito Canadiense, escrito
en tres idiomas (español, francés e inglés), convoca a compartir historias del
plato.
“Los
canadienses no conocen nuestro sándwich, salvo uruguayos y uruguayófilos. Lo
hago siempre en reuniones con familia y amigos, con la receta de mi padre, con
un huevo como toque final. Todos los ingredientes se encuentran acá y además me
compré una plancha eléctrica solo con ese propósito”, cuenta Diego Gómez en su casa de Gatineau,
mientras prepara un clásico del Teto.
Chivito Canadiense
—“Mi
padre, El Teto, creó un sándwich de carne que, en vez de
trozos de huevo cocido, incluía un huevo entero a la plancha, inspirado en el
baurú del sur brasileño. Desde entonces, el ‘chivito de carrito’ se vende en muchos lugares, principalmente
en el interior uruguayo.
Existen
múltiples variedades, que además de los ingredientes básicos contienen:
morrones, pickles, hongos, aceitunas y así como el chivito al plato (sin pan),
y la mayoría papas fritas como guarnición. No existen ningún tipo de patentes,
ni registros o sea que el chivito es patrimonio gastronómico del Uruguay.”
Introducción del blog Chivito Canadiense, ilustrado con las chapas automovilísticas de
las dos provincias vecinas. La de Ontario dice yours to discover (para que lo descubras) y la de Quebec afirma: Je me souviens (me recuerdo).
—En 1979, el melense Modesto Gómez, El Teto, le agregó un huevo a la plancha recostado en la mitad inferior del pan, al lado del jamón, mientras inauguraba las papas fritas en embolsadas en papel, un acompañamiento que doce años después trajo al país una hamburguesería multinacional. Fue un pionero del interior, con una visión reconocida por José Barcia, creador de los carros El Galleguito. Su hijo Diego es un difusor del chivito que todavía prepara El Teto, pero lo hace en Canadá, entre Quebec y Ontario, donde vive, para el asombro de los canadienses que se enteran que existe un sándwich uruguayo que replica su gentilicio.
Yober Aquino, un resistente en la frontera
—En 1979, el melense Modesto Gómez, El Teto, le agregó un huevo a la plancha recostado en la mitad inferior del pan, al lado del jamón, mientras inauguraba las papas fritas en embolsadas en papel, un acompañamiento que doce años después trajo al país una hamburguesería multinacional. Fue un pionero del interior, con una visión reconocida por José Barcia, creador de los carros El Galleguito. Su hijo Diego es un difusor del chivito que todavía prepara El Teto, pero lo hace en Canadá, entre Quebec y Ontario, donde vive, para el asombro de los canadienses que se enteran que existe un sándwich uruguayo que replica su gentilicio.
Yober Aquino, un resistente en la frontera
—Los viajeros que pasan por Tranqueras, en el norteño departamento de Rivera, en su mayoría
rumbo a la fronteriza ciudad de Artigas, por la ruta 30, o los que van al
majestuoso Valle del Lunarejo, casi siempre se toman su tiempo para disfrutar
sus vigorosos churrascos entre panes, repletos de salsas secretas que poco o
nada evocan al Brasil cercano. Sus clientes más fieles, también son los mayores
difusores de su plancha, empleados de empresas forestales y agroindustrias que
se quedan largas temporadas en la serena ciudad riverense.
Yober Aquino comenzó a trabajar a los trece años en el
recordado bar tranquerense de Emilio Dorse, donde aprendió a realizar todas las
tareas, desde la limpieza de un baño hasta servir una copa en el mostrador. En
1988, antes de los dieciocho se asoció con un conocido que había trabajado una
temporada de Punta del Este, como preparador de sándwiches en un parador de la
playa. “Compramos un carrito que instalamos
en 18 de Julio, la avenida principal, a tres cuadras de la plaza. Aquel amigo
me contó que los chivitos se vendían muy bien con ensalada risa, hongos,
pickles, aceitunas, palmitos, pero yo fue claro con él: en la frontera eso no
anda.”
La primera receta de Yober Aquino, era muy similar a
la actual: pan catalán o tortuga, untado con mostaza, mayonesa y kétchup,
muzzarella, jamón, churrasco de carne vacuna, panceta, tomate, lechuga, huevo
duro y, si el cliente lo solicita, condimento de la casa. “Trato de hacerlo bastante parecido al lomito de Buenos Aires, de puro
contra de los brasileros.”
Aquel primer carrito duró dos años. La creciente
demanda de sus sándwiches le exigió alquilar una pieza con baño en la casa más
cercana al mostrador, al lado de la popular panadería de Tito. Allí permaneció
diez años, hasta que un nuevo empuje lo llevó a instalarse en su casa, de
Lavalleja 634, a tres cuadras de la plaza por la salida hacia Artigas, donde
trabaja con su hijo Andrés. “Hacemos 250
chivitos de la casa en cada una de las noches del fin de semana, viernes,
sábado y domingo. El principal cambio fue que le agregamos papas fritas luego
que se pusieron de moda.”
Yober siempre está sonriente, pero suele poner “cara
fea” frente a dos situaciones, cuando alguien desea sacarle el secreto de sus
salsas o cuando le solicitan un baurú. “Si
me piden uno, le hago un chivito, y si no, antes prefiero armarle una
hamburguesa”, aclara el cocinero más popular del interior del departamento
de Rivera.
—“Sé
hacer baurú, pero no me gusta. No le veo ninguna gracia a rellenar un pan con
un montón de ingredientes que tapan el sabor de la carne, choclo, arvejas y
tantas cosas más, y que encima hay que
prensarlo para que no se desarme.”
“Nuestro
chivito al plato es muy completo, pero trata de ser equilibrado: el churrasco
bien gordito y tratado con especias de la casa, panceta, muzzarella, jamón, y
un toque de orégano por arriba, va acompañado por ensalada de tomate y lechuga
y papas fritas. Al que me pide aceitunas se las cobro aparte, porque mata todos
los gustos.”
—Los hijos de libaneses Omar y Cheriff Beyruti comenzaron a preparar chivitos ni bien
circuló la innovación de Antonio Carbonaro en Punta del Este. Antes de 1950
ofrecían el sándwich de carne que muy poco se conocía en Trinidad, capital del
departamento de Flores, pero al que ellos le aportaron el valor agregado de su
cultura árabe.
En el Café Beyruti, de Santísima Trinidad y
Francisco Fondar, desde siempre ubicado frente a la Plaza Constitución, casi al
lado de la catedral, ofrecían una versión muy original del plato que evocaba al
shawarna, receta tradicional del
Oriente Próximo. El chivito de los fundadores tenía cien gramos de carne vacuna
a la plancha o tiras de cordero a las brasas, con cebolla, berenjena, dentro de
un pan de pita untado en tahini, una
pasta preparada con semillas de sésamo, que se servía acompañado con espinaca y
yogurt.
Jorge Beyruti, hijo de Omar, desde 1974 es
continuador del negocio, pero no así de la versión árabe del chivito. “Prefiero ofrecer algo más tradicional,
mientras cuento alguna historia de las Mil y una Noches”, dice con gracia
el actual propietario. El chivito canadiense de Beyruti tiene un churrasco de
lomo, panceta, muzzarella, jamón, huevo duro, tomate, lechuga, dentro de una
tortuga de la panadería San Cono de Trinidad.
—El primer nombre del Café Beyruti fue La Cosechera,
abierto en 1928 por José Rivas, como un boliche de copas y alguna minuta.
—El 1 de enero de 1933, los hermanos Omar y Cherif
Beyruti le entregaron su apellido milenario al restaurante que preserva un
profundo contenido patrimonial, en sus objetos tangibles y en su memoria
intangible.
—Probar
un chivito en el restaurante de Colonia Valdense, uno de los más, sino el más
popular y concurrido de la ruta 1, ubicado a la altura del kilómetro 120.500,
según sus admiradores incondicionales es “casi una experiencia religiosa”. El
American fue abierto en 1968 por la familia Inthamoussou, y desde entonces
sirven tres variedades del plato que mantienen los mismos ingredientes.
“Vienen clientes de todo
el país, y muchos argentinos, la mayoría de paso, pero nos anotan en su agenda
de viaje y siempre vuelven”, asegura Noemí
Inthamoussou, responsable del comercio donde se preparan chivitos que han
trascendido largamente las fronteras del departamento de Colonia. Un canadiense
del American Bar se sirve con ternera, panceta, churrasco de lomo, muzzarella,
jamón, huevo duro, tomate, lechuga, mayonesa, dentro de un pan casero de la
zona. “Una ventaja es que utilizamos
ingredientes locales, de productores que nos merecen toda la confianza y que le
aportan valor a nuestros platos”, afirma Inthamoussou. En la carta también
figura una versión “común”, sin panceta ni jamón.
“El realmente
espectacular! Un chivito de esos que no comulgan con la voluptuosidad de FerGus
(el restaurante de Montevideo). Es más bien sobrio, de la escuela de Los Francesitos,
aunque a diferencia de este último, es más bien generoso. El pan tiene la
humedad en el punto justo, y la carne se corta apenas presionando los dientes.
La lechuga se merecería una emprolijada, porque ya con la "pollerita"
que hace la carne alcanza para agrandarlo a la vista”,
es el juicio del cronista del blog Chivitur,
que estuvo allí en más de una oportunidad, y no siempre de paso.
Un
chivito al plato para dos tiene tres churrascos de lomo, panceta, jamón
muzzarella, huevo duro y frito, y se sirve con ensalada mixta, de tomate y
lechuga, ensalada risa y papas fritas. “Es un chivito de los ‘prolijos’, digno de
ser contado, y repetido”, concluye el artículo de Chivitur.
—El arquitecto Leonardo Gómez, investigador del patrimonio material e inmaterial de los almacenes, bares, cafés y restaurantes uruguayos, afirma que el chivito conserva una ventaja estratégica: se adapta perfectamente al consumo en la barra, una tendencia actual, preferida por los jóvenes. —No es una costumbre moderna, en las pulperías coloniales ya se servía la comida para que el paisano la consumiera de pie —señala uno de los creadores de la actividad cultural Boliches en Agosto.
Una brisa entre panes del Daymán
—El restaurante cooperativo compartido por clientes
de los departamentos de Salto y Paysandú, tiene domicilio legal en una avenida salteña
que evoca al territorio sanducero, en la entrada del Parque Municipal de las
Ternas del Daymán.
En su carta virtual, el restaurante explica que “el chivito uruguayo es un tipo de sándwich
muy popular en el país. La palabra ‘chivito’ significa pequeña cabra, sin
embargo, este sándwich no incluye la carne de cabra. Por lo general, está hecho
con carne y jamón, huevos, tomate, mayonesa y otros ingredientes en el pan. Hay
muchas variaciones sobre este tipo de plato, incluyendo el canadiense y al
plato”.
Brisas del Daymán ofrece ocho tipos de chivitos, que
describe en mensaje dirigido a los turistas. ”Sus ingredientes pueden variar, pero por lo general consiste en una
fina loncha de carne de res, por lo general solomillo de ternera, una loncha de
jamón, lechuga, tomate y queso mozzarella. Un huevo frito se añade con
frecuencia a estos ingredientes como un toque final. Esta combinación se pone
entonces entre dos rebanadas de pan, por lo general algo así como un rollo de
hamburguesa, pero esto puede variar. El pan se sirve a veces tostado y siempre
viene con mayonesa.”
El canadiense de Brisas incluye panceta en lugar de
jamón y huevos duros, junto con los champiñones, cebollas y morrón. “Un chivito al plato es una de las opciones
elegidas comúnmente por las familias. Esta versión puede ser del tipo
tradicional, la versión canadiense, o cualquier otra variación, pero se sirve
sin pan, con todos los ingredientes en una placa en su lugar a lo que también
se agregan otras preparaciones como ensalada rusa, pickles, ensalada mixta de
tomate y lechuga, huevos fritos. Se puede servir con papas fritas o un plato de
patatas. El churrasco puede ser reemplazado con pollo, y algunos restaurantes
sirven una versión vegetariana. Cualquier número de ingredientes puede ser
colocado en el chivito, a partir de aceitunas o piñas, mostaza, salsa de tomate
y manteca.”
Los lobos de Fray Bentos
—Agustín
Ferrando, creador de Tiranos Temblad,
muy popular programa semanal que recoge videos sobre Uruguay subidos a
Internet, dice que en ninguna otra cultura se comprende el desborde alimenticio
del chivito. —La palabra
le encanta a los gringos, a los japoneses, que disfrutan diciendola y se animan
a cocinarlo, aunque terminen haciendo otra cosa que nada tiene que ver. La
mayoría falla en los ingredientes y en el corte de la carne, pero el error más
grueso está en la abundancia —cuenta con una sonrisa
que implica complicidad.
Los lobos de Fray Bentos
—¡Ustedes trabajan como una familia lobos! —comentó Fela Espina, en 1992, cuando vio el
tesón puesto por Nora Beatriz Bayuré, Rodolfo Sosa y sus hijos en la
recuperación de un espacio abandonado del antiguo Frigorífico Anglo que transformaron
en un restaurante. Fue una exclamación de la secretaria del dirigente político
Luis Mazzioto, por entonces director del Parque Industrial Municipal, testigo
directo del trabajo silencioso de quienes remodelaron a mano y cuchara los
antiguos vestuarios de una cámara de frío para crear un salón gastronómico que
evoca historias de la “Cocina del mundo”.
Los chivitos de Wolves no son los más promocionados,
ni los más opulentos de la capital del departamento de Río Negro, pero
preservan un patrimonio inmaterial único: trece décadas de actividad del
Saladero Liebig (1863—1924) y del Frigorífico Anglo (1924—1979). El sitio donde
nació la Revolución Industrial en América del Sur. “Lo hacemos sólo al plato, con un churrasco grande, como corresponde
en este lugar, jamón, muzzarella, panceta, morrones y un huevo frito,
acompañado por papas fritas, ensalada rusa y zapallitos”, dice Nora,
fundadora y encargada de la cocina y, muchas veces también, de la atención a
los clientes.
Rodolfo, su esposo, en 1991 era un empleado municipal
destinado al parque, y con quien comenzó a preparar pasteles de dulce de
membrillo que compraban los vecinos del Barrio Anglo y sus alrededores. Cuando
les ofrecieron un local abandonado, que por décadas fue la legendaria
Fiambrería, y luego los vestuarios donde se cambian los obreros de la sección
Frío, ¡no lo dudaron! Fueron ahorrando el dinero que ganaban con los pasteles y
las pastas caseras, hasta que juntos realizaron la reforma.
El restaurante fue inaugurado al año siguiente, y desde
entonces convive con el Museo de la Revolución Industrial, su ilustre vecino,
creado por el gestor cultural René Boretto Ovalle. Comer un chivito en el
Wolves es una experiencia inolvidable, por la simpleza de su elaboración, por
la apacible intimidad del local, y por la inmensidad de un entorno que está muy
cerca de ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Wolves
—Al restaurante llegan muchos turistas de todo el
mundo, sobre todo europeos, que vienen a conocer el frigorífico donde trabajaron
sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos y más; ingleses, alemanes, belgas, franceses,
españoles, rusos. “Una tarde vino un
italiano que nos sugirió que le cambiáramos el nombre por Buon Mangiare, pero
nosotros somos los ‘lobos’, mientras
estemos aquí, nos llamaremos así”, recuerda Nora Beatriz Bayuré.
—Adrián Kohan nació en Salta, norte argentino, pero
vive en Buenos Aires. —Nosotros tenemos un
sándwich que algunos dicen que es parecido al chivito, están equivocados, es
una mala versión que en poco y nada se le parece. ¡No me gusta el lomito, me
encanta el chivito! —subraya el creador de Chivitur, un blog y sitio de Facebook, donde cuenta sus experiencias con el sándwich uruguayo.
—En todas las páginas de viajeros son señalados como
una tradición “imprescindible” de la ciudad, mezcla de comedor al paso y
carrito, ubicado a una cuadra de donde nace el Barrio Histórico. “Es muy chiquitito, tiene
tres o cuatro mesitas de plástico sobre la vereda. Es tan pequeño que si no lo
conocés de antemano, pasa inadvertido. No tiene lujo alguno, pero el lujo está en
los sandwiches de chivito (sándwiches de carne vacuna, típico plato uruguayo)
que allí sirven. Son recién cocinados, calentitos, de carne tiernísima sin
grasa, con huevo, jamón, queso y las guarniciones que quieras elegir: tomate,
cebolla, lechuga, ají, choclo, arvejas”,
cuenta un turista argentino en Tripadvisor.
Paco,
Mago y Gamo
—El Club Social San José, ubicado
frente a la plaza de los Treinta y Tres Orientales de la capital maragata,
ofrece las versiones común, canadiense y al plato, en un ambiente que evoca
historias del departamento y de su gran escritor: Francisco Espínola. Con la
Catedral a izquierda y el Teatro Maccio enfrente, el sándwich puede ser
degustado con una vista memorable: el monumento al genial Paco, ubicado en la parte exterior del restaurante.
—En la Posada Valle Edén, a 23 kilómetros de Tacuarembó
por la ruta 26, los chivitos se realizan a pedido del visitante, siempre con
carne vacuna e ingredientes locales, como corresponde a un pago ganadero, marcado
por la naturaleza, la cultura y una antigua presencia ferroviaria. A pocos
metros se encuentra el Museo Carlos Gardel que exhibe documentos que respaldan
la versión de que cerca de allí, en la estancia Santa Blanca, nació El Mago o Zorzal Criollo.
—Basta ingresar al restaurante El Gamo de Tacuarembó
para sentir las emociones que transmite una memoria deportiva sin par, la de Jacinto López Testa. En el local
de la avenida 18 de Julio, cercano a la plaza 19 de Abril, se puede probar un
chivito de la casa empapado en gloria olímpica.
—Juan
Antonio Varese, divulgador del patrimonio cultural, está convencido de que el
país tiene una deuda con el chivito. —¡Qué cuesta! por ejemplo, crear la
tradición de que cada sándwich se sirva con una banderita uruguaya pinchada en
el pan, o con servilletas que cuenten sus historias —propone el escritor y
fotógrafo.
—En
la Barra de Maldonado cada verano el chivito es uno de los platos preferidos
por los turistas que pasan por el restaurante Rex. El comercio fundado en 1996 comenzó
vendiendo sándwiches y licuados, pero con los años incorporando al plato
uruguayo de carne como un símbolo gastronómico y promocional.
Su
propietario, el empresario argentino Marcelo Suárez Bidondo, asegura que en una
buena temporada de verano, por el local ubicado en el kilómetro 161 de la ruta
10 pasan más de 70.000 personas, “y muchos personajes de la farándula
bonaerense”. Bidondo creó un modelo de franquicia que le permitió abrir un
restaurante similar en Mendoza, y tiene como objetivo arribar a otros países de
la región y los Estados Unidos.
Rex-Best
Chivito in Town ofrece tres sándwiches en su carta. El denominado Rex, con
carne, queso tomate y lechuga, Completo, con queso, tomate, lechuga, jamón,
panceta, huevo y papas fritas, y Pollo, con queso tomate y lechuga.
En
la Atlántida
—Un
buen número de turistas argentinos que opinan en la página especializada
Tripadvisor, lo define como un sitio de “muy buenos chivitos”. Don Vito es uno
de los restaurantes más concurridos de Atlántida, el popular balneario de la
Costa de Oro del departamento de Canelones, ubicado a la altura del kilómetro
45 de la ruta Interbalnearia.
—Jhonatan Gente, docente de Gastronomía de la UTU, afirma que el sándwich merece una denominación de origen. —No debe ser una limitación para que el chivito no se prepare en otras partes, sino una marca cultural que recorra el mundo —aclara el chef que fue tutor de La Comanda, un concurso gastronómico emitido dos años consecutivos en Televisión Nacional de Uruguay.
—Nancy Rosado es inspectora nacional de Gastronomía del Consejo de Educación Técnico Profesional, máxima autoridad de la enseñanza estatal de la materia. —El chivito es una mezcla sabia de ingredientes, historias y personajes, a la espera de una declaración patrimonial —comentó al finalizar la preparación de una receta buffet en su cocina de Villa Colón. Le llamó Popurrí, por su intensa diversidad de formas, colores, texturas, que prometían sabores repletos de valores identitarios.
—Jhonatan Gente, docente de Gastronomía de la UTU, afirma que el sándwich merece una denominación de origen. —No debe ser una limitación para que el chivito no se prepare en otras partes, sino una marca cultural que recorra el mundo —aclara el chef que fue tutor de La Comanda, un concurso gastronómico emitido dos años consecutivos en Televisión Nacional de Uruguay.
—Nancy Rosado es inspectora nacional de Gastronomía del Consejo de Educación Técnico Profesional, máxima autoridad de la enseñanza estatal de la materia. —El chivito es una mezcla sabia de ingredientes, historias y personajes, a la espera de una declaración patrimonial —comentó al finalizar la preparación de una receta buffet en su cocina de Villa Colón. Le llamó Popurrí, por su intensa diversidad de formas, colores, texturas, que prometían sabores repletos de valores identitarios.
—Rudy Volarich, por años propietario del carro—ómnibus 222, donde se hacían los chivitos más populares de La Paloma, recibió una sorpresa inexplicable cuando supo que su puesto, muchos años antes que él lo adquiriera, había sido protagonista de una de las mayores tragedias carreteras en la historia del país. La noche del 18 de julio de 1955, su vehículo, en aquel momento la unidad número 216 de la empresa ONDA, cayó al río Santa Lucía, cuando cruzaba el puente que conectaba a Chamizo con San Ramón, con un saldo de 26 muertos. “Hasta 2003 no lo supe”, recuerda todavía Volarich, que en su momento transformó el interior del ómnibus General Motors modelo 1948, conocido como Centella de Plata, en una casa rodante y cocina, con una chivetera de acero inoxidable, que por años fue un símbolo de las temporadas de verano en el principal balneario del departamento de Rocha.
—La
Escuela de Gastronomía de la Universidad de Trabajo del Uruguay tiene en su programa de primer
año, una materia práctica denominada “Chivito”,
en la que se comparten historias de la receta y el manejo de los
ingredientes. La preparación del pan, el corte del lomo para aprovechar al
máximo su mayor cualidad, la terneza, la distribución de la panceta, el
“librito” de jamón y queso, vegetales, conservas, hierbas aromáticas, para que
los sabores no se invadan entre sí.