lunes, 22 de octubre de 2018

Alba Trejo, pionera en la investigación periodística de crímenes sexuales en Guatemala


Portada del espacio periodístico
de Alba Trejo en RelatoGT (2018).
Una voz en el "paraíso de los asesinos de mujeres"

–¡A ver, que hable la feminista! Que por su culpa la selección perdió el domingo –así, entre ironías y amenazas, comenzaba una reunión de redactores en El Periódico de Guatemala. –¡Sí machos, les voy a decir las cosas en la cara! La selección no perdió por mi culpa. ¡No me jodan! –respondió ella, sola, acosada por sus compañeros. Fue una mañana de lunes, al día siguiente de un partido decisivo de la Eliminatoria del Mundial 2006, que Ángel Sanabria, el mejor futbolista de la selección guatemalteca, había jugado “bajoneado” por una denuncia de violencia sexual. “Cuando me informaron que abusaba de una jovencita de doce años, fui muy meticulosa al confirmar la veracidad de la historia, también cuidé su privacidad, no publiqué el nombre del agresor”, evoca la periodista, pionera en la investigación de casos de femicidio en su país. –¡Por tu culpa, feminista, Sanabria jugó mal y quedamos fuera del Mundial! Te advertimos que no sacaras esa nota de mierda –insistieron los varones de la redacción. No le dirigieron palabra durante varias semanas. Hablaba ella, y era como si le hablara a una pared. Alba Trejo fue Comisionada Presidencial para el Femicidio (20082013) y desde 2016 es directora del Centro de Justicia, Seguridad y Gobernabilidad para mujeres (CEJUSGO), organización no gubernamental dedicada a la investigación y reflexión sobre casos de violencia contra la mujer y niñez, y a la protección de víctimas. Es licenciada en Comunicación Social, experta en seguridad comunitaria, inclusión de género, niñez y adolescencia, violencia contra la mujer y femicidio, redactora y contadora de historias en el portal RelatoGT.


La periodista, escritora, defensora
de los derechos humanos, fue
Comisionada Presidencial para
el Femicidio en Guatemala

hasta el 28 de febrero de 2013.
(ACAN EFE)
–¿Qué recuerdas de tu primera investigación en femicidio?
–Me llevó tres meses. Fue el caso de Odilín, una joven de veintiún años que apareció muerta en un hotel de Ciudad de Guatemala, desnuda, con un mensaje escrito en el cuerpo: “muerte a las perras”. Perra es prostituta. Fue en 2000, cuando las páginas policiales todavía procesaban esos hechos como un robo común o un accidente de tránsito. Tomé periódicos de ese año y el anterior. Armé una tabla de casos que tenían patrones similares: mujeres victimizadas con saña, tiradas en las carreteras u hoteles, desfiguradas, marcadas. Para contar esa historia fui todos lados: familia, amigas, universidad, discotecas, y a la morgue. Odilín fue secuestrada en la universidad. La violaron, la apuñalaron y la dejaron en la misma posición de una virgen que había cargado el día anterior en una procesión religiosa. Fue muy difícil sacarle datos a Doña Rosa, la mamá. Comencé pidiéndole que me mostrara un album. Así me fue contando de su bautismo, primera comunión, de sus cumpleaños, hasta que rompió en llanto. Doña Rosa estaba segura que su hija había muerto con un sufrimiento terrible, con un grito ahogado en la garganta.

–¿Quién o quiénes la asesinaron? ¿Por qué los signos y la posición de virgen?
–Creemos que fueron policías corruptos al servicio de un narcotraficante que la cortejaba. Unos días antes, había sido indagada por agentes que buscaban a ese delincuente que ella conocía, indudablemente. La chica colaboró, y le costó la vida. Los mensajes escritos en el cuerpo son usuales en el femicidio, y la dejaron en esa posición como una advertencia a su familia católica, para que no hablara. Nunca me había sentido tan cerca de la muerte, ni siquiera en investigaciones de secuestros extorsivos o de derechos humanos. Tuve miedo. Pasé dos meses con problemas para dormir, comiendo chocolate. El médico me indicó que parara.

–¿Abandonaste la investigación?
–Paré tres o cuatro meses, pero, luego de la publicación del caso Odilín, las asociaciones de mujeres hicieron un muy buen trabajo. Ellas me animaron a indagar otro asesinato: Claudina Vázquez. Una estudiante de veintiún años, recién egresada de secundaria que iba a estudiar leyes a España. Esa niña compartía una relación con alguien que podía matarla. Muchas veces llegó a su casa con lesiones en la boca y decía que eran aftas. Una noche salió a una fiesta, pero nunca volvió. El cuerpo apareció en la madrugada. Al principio, los agentes del Ministerio Público trataron de justificar su muerte calificándola de “marera”. Para aquellos machos, nostálgicos de la dictadura, la pobre chica no era una víctima: la acusaban de pandillera. El caso fue elevado a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Su padre está seguro que fue asesinada por un ex novio. Es muy común en Guatemala que los novios se sientan propietarios de la vida de las chicas, y si un día ellas desean dejar la relación, las acosan, las intimidan e inclusive llegan a matarlas. Es parte de la mala cultura guatemalteca: el hombre se apropia de la mujer. La considera su objeto, se siente con derecho de hacer lo que le de la gana, y cree que ella no tiene derecho a vivir si no es de él.

–¿La violencia en la Guatemala democrática es distinta a la dictatorial?
–Mejoro un poco, pero el daño está hecho, por la represión, la guerra y los paramilitares. La violencia de género convive con la impunidad. La Policía Civil y el Ministerio Público, en la dictadura hacían el trabajo sucio: secuestros, asesinatos, torturas. Aquellos genocidas nunca actuarán dignamente en casos de femicidio, porque muchos de ellos son femicidas; llegaban cuatro o cinco horas después de los hechos o ensuciaban una escena de crimen. También había debilidad de la Fiscalía, que recibía los casos sucios y se lavaba las manos. Es verdad que la democracia trajo avances. Antes entraba una mujer al hospital, la curaban y se iba para la casa; ahora se investiga. El sistema de salud comenzó a sensibilizarse y se creó el Instituto de Ciencia Forense. Ahora tenemos una línea telefónica para la mujer: 110. Se crearon centros de protección con psicólogos, trabajadores sociales, funcionarios que comienzan a formarse. Hay jueces jóvenes con una nueva sensibilidad, pero persiste la complicidad ideológica de muchos policías represores. También hay mucha ignorancia: no saben manejar una escena del crimen.


–El impacto de tus investigaciones periodísticas, que demostraron un fuerte contenido sexista en la mayoría de las muertes violentas de tus compatriotas, te permitieron ser Comisionada Presidencial para el Femicidio en Guatemala, entre 2007 y 2013. ¿Cómo era aquella tarea?
–El seguimiento de casos, su evaluación y diagnóstico, con informes al Presidente de la República que luego señala las líneas de acción. Voy a cada casa, a cada juzgado, a cada hospital. Es mi trabajo. Recuerdo un caso patético. Un hombre denunció en una comisaría que su esposa acababa de ser asaltada; según su versión los ladrones le habían quitado el celular y luego la asesinaron. Pero la mujer no había muerto. “¿Señora qué le pasó”, le preguntaron los policías sorprendidos que fueron a buscar el cadáver. “Mi esposo intentó matarme con un desarmador (destornillador). Me hice la muerta para que dejara de atacarme”. La metió en una bolsa y la tiró en un basurero. Ella gritó y los vecinos salieron a auxiliarla. Si la mujer no se hacía la muerta nadie se daba cuenta del caso de femicidio; pasaba por un asalto.

–Guatemala tiene una Ley de Femicidio desde el año 2008 ¿Cómo fue creada?
–Se denomina oficialmente Decreto Ley 22/208 del Femicidio y otras formas de violencia contra la mujer. Era una necesidad humanitaria. Hubo un trabajo previo muy interesante, entre 2006 y 2007, en una Comisión para el Abordaje del Femicidio; también hubo informes de ONU, de Amnistía Internacional y de Human Right Watch, que favorecieron su aprobación. Fue una iniciativa de la sociedad civil, Fundación Sobrevivientes, Grupo Guatemalteco de Mujeres, Red de No Violencia contra la Mujer, Movimiento 8 de Marzo; en acuerdo con la Secretaría Presidencial de la Mujer y la Coordinadora Nacional para la Prevención de la Violencia Familiar y contra la Mujer, que representan al Estado. La norma fue sancionada en abril y promulgada en mayo, con respaldo de la primera dama Sandra Torres de Colom. Antes de la Ley, muchos hombres se jactaban de haber matado a su mujer. Nadie interrogaba al marido o al novio. Aparecía un víctima y nadie era culpable. En el Código Penal existía la tipificación por lesiones leves o graves, pero de hecho había muy pocos procesamientos y menos condenas por violencia de género. Ahora los jueces deben observar cada caso y si entra en la categoría de femicidio, es un agravamiento del homicidio, que puede llevar al culpable a veinticinco a treinta años de cárcel sin derecho al acortamiento de penas, ni medidas sustitutivas, ni fianza. Solo tres países hispanoamericanos penalizan el femicidio: España, México y Guatemala.

–¿Hay algo personal en tu lucha contra la violencia familiar?
–Crecí en un hogar donde mi papá se ponía botas con punta de metal para meter a patadas debajo de la cama a mi mamá. Mi primera infancia me la pasé viendo a mi mamá con los ojos morados o algún hueso roto. Cuando fui señorita, comenzó a golpearme a mí y también a mi hermano menor. Nos zurraba ¡horrible, horrible! Estuviera borracho, o no. Siempre que tenía algún problema o estaba de mal humor, hasta sin motivo aparente, llegaba derechito a golpearnos. Siempre le digo a mi mamá cómo fue que no la mató. No soporto que la gente pueda vivir así. Mi padre fue asesinado hace doce años, en un episodio violento, en una carretera de las afueras de Guatemala. Lo mataron a él y a un tío.

–¿Lo lloraste?
–No lo lloré, pero sentí su muerte, porque a pesar de todo lo que me hizo, a su manera me quería y luchó para que hiciera una carrera universitaria. Trabajaba mucho. Reconocerlo me causa un sentimiento inexplicable. Sé que no está bien separar las cosas. Mi papá era malo con nosotros, porque en mi casa había mucha violencia; algo dolorosamente normal en tantos hogares guatemaltecos. Así crecen nuestras niñas y nuestros niños, viendo como el macho castiga a su mujer y a sus hijos. A mi hermano le pegó hasta que cumplió los catorce años, luego no lo tocó más. Y cuando mi hermano se puso los pantalones largos, y se enojaba con la golpiza que sufrían las mujeres de la casa; no tocó más a nadie. Cuando veo a mi mamá pienso en las mujeres guatemaltecas y me digo: pobrecitas nosotras. Ella es como muchas, que sus padres vendieron a una tía que la crió. Así conoció al único hombre de su vida; que ella necesitaba para fugar de aquella casa. Pero se metió en algo peor. Detrás de su vulnerabilidad, es una mujer heroica que lo soportó todo, sin una queja. Se llama Soledad y es un amor.


La viuda
–Alba Trejo es licenciada en Comunicación Social por la Universidad San Carlos de Ciudad de Guatemala, graduada en 1993, al año siguiente ingresó a la agencia ACAN EFE y al equipo de investigación del diario Siglo XXI, dirigido por una celebridad de la prensa guatemalteca: José Rubén Zamora. Sus temas: corrupción, derechos humanos, narcotráfico. En 2000 pasó a El Periódico de Guatemala, por entonces recién fundado por Zamora. “Fue una verdadera revolución en el país, porque denunciaba algo que todos sabíamos, pero que nadie decía: el gobierno apenas gobernaba en los papeles, porque el poder estaba en manos de los paramilitares y de los grupos económicos que los utilizaban.” Ese mismo año inició sus investigaciones sobre casos de femicidio que le dieron fama de “bicha rara” entre sus colegas, por lo inusual del tema y su abordaje.
–El 1 de setiembre de 2008 asumió como Comisionada Presidencial para el Femicidio en Guatemala, un puesto estratégico para los derechos humanos en su país, que ocupó hasta el 28 de febrero de 2013.
Es experta en comunicación vinculada con seguridad comunitaria, inclusión de género, niñez y adolescencia, violencia contra la mujer y femicidio. Ha obtenido reconocimiento de Excelencia al Periodismo de Isis Internacional por su trabajo Mujeres bajo la sombra de la muerte, también obtuvo reconocimiento por la Cruz Roja Internacional con el tema Los hijos que la guerra arrebató. También fue reconocida con Mención de Honor por el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, por La historia de Michael, un niño de la calle.
En la actualidad es directora del Centro de Justicia, Seguridad y Gobernabilidad para mujeres, niñez y adolescentes (CEJUSGO), organización no gubernamental dedicada a la investigación y reflexión sobre casos de violencia contra la mujer y niñez, y a la protección de víctimas, coordinadora del Proyecto Sociedades Saludables, redactora y contadora de historias en el portal Relato.gt.
–Alba es una joven viuda de cuarenta y cuatro  años, con dos hijas. El 27 de junio de 2008, su esposo sufrió una muerte que conmovió a la opinión pública guatemalteca y centroamericana. El helicóptero que lo trasladaba desde Tikal a Ciudad de Guatemala, chocó misteriosamente contra una montaña. Era Vinicio Gómez, de cuarenta y seis años, ministro de Gobernación, responsable de la represión contra el narcotráfico y jefe de los operativos de detención de “extraditables” mexicanos refugiados en su país. Su muerte es investigada por el Ministerio Público guatemalteco y por un cuerpo especializado del gobierno español pero hasta la fecha el caso judicial no está resuelto.

Renuncia por acoso
–A principios de 2013 Alba Trejo explicaba a la BBC de Londres por qué renunció al cargo de Comisionada Presidencial para el Femicidio: "por motivos de seguridad", afirmaba por entonces. Más de cinco años después todavía sufre el acoso de desconocidos que merodean su casa. "Tengo familia y mis hijas solo a mí me tienen. Cuando fui comisionada se realizaba un promedio de 1200 capturas de agresores y más de cien de feminicidas", asegura.

Femicidio, feminicidio
–Son dos conceptos nuevos, en construcción. Pueden considerarse complementarios, porque ambos explican el homicidio de mujeres como resultado de la violencia de género. Son neologismos, aceptados hace poco tiempo por la Real Academia Española.
–El término femicidio fue utilizado por la escritora estadounidense Carol Orlock en 1974 e interpretado dos años después por las teórica feminista británica Diana Russell, ante el Tribunal Internacional de Crímenes contra Mujeres, en Bruselas, durante el proceso legal de un asesinato misógino.
–Desde entonces la idea es utilizada en conferencias, seminarios y en la literatura académica y de divulgación de las ciencias sociales. Mary Anne Warren, en 1985, publicó el libro Gendercide: The Implications of sex selection. En 1990 fue conocida la obra Femicide. The politics of woman killing, escrita por Diana Russell y Jill Radford, que aporta una difinición: “femicidio es el asesinato de mujeres cometido por hombres, motivado por odio, desprecio placer o un sentido de propiedad”.
–Ambas nociones originales (feminicide, gendercide, en inglés) fueron castellanizadas por la antropóloga mexicana Marcela Lagarde y de los Ríos, luego de un largo debate, aunque para algunos autores también puede ser genericidio.
–El término homicidio deriva del latín hom, que significa hombre, y por extensión tradicionalmente era utilizado como genérico. Pero Russel marca la diferencia con el femicidio, y critica a quienes tratan como sinónimos a dos conceptos distintos. En 1992 afirmaba que “femicidio es el asesinato misógino de mujeres por hombres”.
–Feminicido es el conjunto de hechos de lesa humanidad que conforman crímenes contra mujeres. “Es el corolario de la cadena de violencia que deben enfrentar diariamente las mujeres y que es la más cruel manifestación de una sociedad machista”, asegura Legarde y de los Ríos, una “feminista utópica”, como ella misma se define, presidenta de la Comisión Especial de Feminicido en México.

Paraíso de asesinos
–El 5 de mayo de 2006, la cadena británica BBC estrenó en Londres un documental de casi una hora que narraba varios de los casi setescientos casos de mujeres asesinadas el año anterior en la nación centroamericana.
Guatemala, paraíso de los asesinos, dirigido por Fiselle Portnier, fue presentado como un alegato contra la impunidad. “Fue el primer paso hacia un esbozo de cambio de mentalidad en nuestra sociedad, tan machista: yo violo, yo maltrato, yo asesino, y no me pasa nada. Cuando se sintieron denunciados internacionalmente, justamente denunciados, recién en ese momento los gobernantes de mi país comenzaron a interesarse seriamente en el femicidio”, recuerda Alba Trejo.

El primero
–“Perra, puta”, “Sos una basura, no servís para nada”, fueron los insultos que durante tres años sufrió Vilma Angélica de su marido. Cansada de los golpes, las amenazas y luego varios intentos de asesinato, lo denunció el año pasado, pero, el hombre no dejaba de acosarla. Hasta que una tarde la atacó en una calle cerca de su casa, ante los gritos de sus hijos y la mirada de los vecinos. Era la última vez. A fines de 2015, el victimario fue detenido por la Policía Civil y acusado por el Ministerio Público, de acuerdo a la Ley del Femicidio y otras formas de violencia contra la mujer.
Calixto Cun fue sentenciado por un tribunal, integrado por dos mujeres y un hombre, a cumplir cinco años de penitenciaría, aunque el Ministerio Público había solicitado la pena de veinte años por tratarse también de intento de homicidio. La primera sentencia en un caso de femicidio en la historia de Guatemala, fue conocida el 19 de febrero de 2008.
“Además de un acto de plena justicia, fue un mensaje a los hombres de este país, porque ya no pueden golpear a una mujer y quedarse tranquilos. Esta condena también estimula a las guatemaltecas a denunciar las agresiones tanto físicas, como económicas y psicológicas”, afirmaba Alba Trejo, que reveló el caso pese a la resistencia de la dirección de El Periódico.

María Isabel
–Rosa Franco no podía creerlo cuando vio el noticiero el 18 de diciembre de 2001. La joven que aparecía en las imágenes boca abajo en un baldío del barrio San Cristóbal era su hija. La reconoció por su ropa. El informe forense señaló después que había sido violada; le destrozaron el cráneo, le ataron los pies con un alambre de púas y tenía señales de haber sido estrangulada. María Isabel Veliz tenía quince años. Había conseguido su primer empleo en una boutique del centro de Ciudad de Guatemala y soñaba con ser aviadora.
“A la niña le gustaba vacilar (divertirse), como a toda muchachita. Una mañana pasó por un salón de belleza a pintarse el pelo. Se subió a un auto y nunca más fue vista con vida. Horas después fue encontrada con la toalla de la peluquería enrollada y el pelo colorado. Le hicieron cualquier cosa. La torturaron, la quemaron con cigarrillos en todo el cuerpo, le pusieron una bolsa en la boca. Tomamos el caso con mucha reserva. Ella estuvo saliendo con el hermano de un extraditable por narcotráfico. Pensamos que tenía su noviecito por allí y a un hampón no se le hace eso”, evoca Alba Trejo.

Yo no fui
“En la Navidad de 2007 un hombre ingresó a la casa de su ex mujer, que lo había denunciado por violencia familiar. Tenía medidas cautelares, un juez le había prohibido acercarse a ella a menos de trescientos metros. Saltó el portón y la apuñaló hasta la muerte. También mató a la hija de ambos y atacó a cuchilladas a un hijo que dejó casi sin una pierna. La hijastra se salvó porque pudo encerrarse en un dormitorio. El atacante salió de la casa con el cuchillo lleno de sangre y comenzó a dar vueltas por el barrio, con el carro. La policía lo capturó un rato después. En su primera declaración dijo que la mató porque era su esposa y le pertenecía, pero luego negó la autoría de las muertes.”

Norma Cruza, creadora de la Fundación
Sobrevivientes, emblema de los
derechos humanos en Guatemala.
Norma
–Su Fundación Sobrevivientes es un emblema de la defensa de los derechos humanos en Guatemala. Es una mujer admirable y admirada, que cada día vive en contacto con la violencia intrafamiliar, sexual, psicológica y asiste a familiares de las víctimas de femicidio. La organización atiende por lo menos a cinco mil personas al año y ha logrado condenas de cárcel contra femicidas. “Es mucho el sufrimiento de las guatemaltecas, la mayoría niñas, adolescentes, jóvenes. Hay depresión, intentos suicidas, cóleras, desconfianza, sentimientos de culpa. Es muy difícil la aplicación de la justicia en un país donde predomina una cultura de impunidad machista”, afirmaba Norma Cruz, en entrevista concedida a Alba Trejo.

10.000
–“Una mujer de veintitres años sale a su trabajo en una cebichería, pero nunca regresa a su casa. Fue encontrada en una carretera, desfigurada por los golpes y quemada. Tenía un niño de dos años, otro de siete y la mayorcita de once. Ella fue hasta el lugar donde hallaron el cuerpo de su mamá, pero no la reconoció porque estaba desnuda. La niña volvió a su casa muy contenta, porque creyó que aquella no era su madre. ¿Qué pasó después? La mama fue enterrada, y ya. ¿Y los niños? La grande vive con su navaja en la mochila de la escuela, el del medio quedó mudo y el pequeño todavía habla como si ella estuviera viva. Se mira en el espejo y se pregunta: ¿Mami estoy guapo? En Guatemala hay muchos más de diez mi hijos del femicidio.”

“Ni te molestes”
–Muchas guatemaltecas se dedican a la venta y explotación sexual de niños y niñas. Ellas los traen engañados desde Nicaragua, Honduras, El Salvador. Les prometen trabajos y oportunidades de estudio y luego los esclavizan en casas de prostitución o los envían a otros países. Esas mujeres pertenecen a una red de crimen organizado. Cuando ya no sirven son asesinadas, así se suman a los casos de femicidio.
La explotación de niños es el segundo negocio ilegal del mundo, luego de la venta de armas. Hubo un caso muy conocido en Guatemala. La madre de una niña desaparecida recibió un mensaje en su teléfono: “Ni te molestes en buscarla, porque es una bella diosa.” La niña de once años iba a ser enviada a la China, pero pudo escaparse y denunció que había policías en el negocio.

800
–Es la cifra de guatemaltecas ejecutadas en 2017 en casos que la legislación de ese país tipifica como femicidio. Todas son víctimas potenciales: estudiantes, amas de casa, profesionales, trabajadoras de maquilas, empleadas de comercio, entre los trece y sesenta y cinco años. “Un drama humanitario solo explicable por el sexismo, por el desprecio del género mujer, por la apropiación de su vida por el macho que la somete”, afirma la periodista de investigación Alba Trejo.

Mayas
–“El ancestral machismo indígena se manifiesta en prohibiciones: la mujer no sale sola de casa, no puede estudiar, sólo debe obedecer. Pero no hay casos de femicidio. Ellos se rigen por leyes tribales propias. Por ejemplo, una mujer que deja a su esposo sufre el corte público del cabello, que es lo más sagrado que ella tiene; porque el cabello largo está ligado con la sexualidad. La rapan, pueden darle latigazos en algunos casos de adulterio, pero no matarla. El femicidio es un mal de la ciudad.”