martes, 24 de diciembre de 2013

Memorias de una princesa sueca en Montevideo

La firma de Anna

Su historia recorre más de seis décadas en un país al que llegó por apenas dos años como secretaria de la legación del Reino de Suecia. Una vida repleta de anécdotas entre dos mundos distintos y distantes. Una tarea diplomática señalada por su compromiso con los derechos humanos, en plena dictadura uruguaya (1973-1985). Luego del golpe de Estado fue la encargada de tramitar el asilo de presos y perseguidos políticos rescatados por el gobierno escandinavo. Una función que realizó sola, porque el embajador y el cónsul se retiraron en protesta contra el régimen. Un caso emblemático fue el del periodista Rodolfo Porley, quien por su gestión y su firma fue liberado y refugiado en Estocolmo, el 23 de abril de 1979. Anna Natt och Dag es descendiente de una familia noble de origen vikingo fundadora del Estado sueco, cuyos blasones –azul y amarillo– fueron tomados por la bandera de su nación. Su padre, el marino Axel, fue héroe anónimo en la Segunda Guerra Mundial. Cruzaba el océano Atlántico en barcos que iban a buscar alimentos a Buenos Aires, desafiando a los submarinos nazis. Artesana, pintora, esposa del empresario e intelectual de origen noruego, Einar Barfod, filósofo, escritor, periodista de notable producción oral y escrita.

Sobre la base del capítulo I de la biografía novelada de Anna Natt och Dag (La firma de Anna, Ediciones Noche y Día, Montevideo, 2013).

–¿Cómo va su expediente con los suecos? –Fue la pregunta lanzada con cruel ironía por un joven oficial de apellido Terra, reconocible por su delgada figura y sus largas botas negras hasta las rodillas que le daban un estudiado parecido con los guardias nazis de campos de concentración. El carcelero sabía que el preso tenía firmada la libertad y el salvoconducto como refugiado político aceptado por el Gobierno de Suecia. La dictadura retuvo ilegalmente aquel documento durante ochos meses.
Terra se quedó parado unos cuántos segundos frente al detenido a quien iba dirigida la interrogante, pero no obtuvo respuesta.
–¿Por qué no contesta? ¿Está de vivo comunista de mierda? Marche entonces a la celda de aislamiento, sin derecho a probar lo que le trajo su familia para la Navidad.
El episodio ocurrió de mañana, casi la madrugada, el miércoles 24 de diciembre de 1978, en las pistas de hipismo del Regimiento IV de Caballería. El silencio del preso político Rodolfo Porley no fue un acto voluntario de rebeldía, sino uno de sus mecanismos de defensa psicológica contra los apremios. Cuando más sometido se sentía, en su cabeza se proyectaba la imagen de la mano de la funcionaria diplomática que había firmado el asilo político otorgado por Suecia. “Miles de veces soñé despierto con aquella mano delgada, muy blanca, que dejó estampada la firma en mi expediente: la de Anna Natt och Dag. A ella me la imaginé tantas veces como fue necesario, y el cuerpo delgado que le adjudicó mi imaginación era muy parecido al real. Lo supe cuando la conocí personalmente, en 1985, luego de regresar del exilio.”
Porley, como tantos detenidos políticos, era sometido a trabajos forzados, inhumano, pero poco comparado con las torturas que había sufrido desde su secuestro, a fines de 1975, cuando fue llevado al centro de detención ilegal que funcionaba en el Grupo de Artillería I. Allí pasaba los días maniatado y encapuchado, y las noches en un galpón donde dormía sobre bolsas de arpillera con un olor nauseabundo. Cuando no era un “plantón” de 16  horas, sufría largas e intensas sesiones de “submarinos” y “colgadas” que varias veces lo pusieron al borde de la muerte.
El regimen cambió cuando fue trasladado al Regimiento de Caballería donde realizaban inútiles trabajos forzados: picar piedras que luego quedaban allí, o recoger la bosta de los caballos que se acumulaba en las pistas, sin guantes ni una mínima protección sanitaria.
Cuando el oficial Terra pasaba, los reclusos sometidos a esclavitud debían dejar la tarea por un instante, y para no recibir una sanción, estaban obligados a hacerle la venia como si se tratara de soldados subalternos.
“La dignidad de mi madre, la sonrisa de mi hija Carmen, y la firma de Anna que retuve cuando me trajeron los papeles de mi libertad, eran ideales con los que soñaba para mantenerme vivo”, cuenta Rodolfo Porley.

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Anna Noche y Día
Nacida en Helsinbolt, sur de Suecia, el 22 de noviembre de 1926, arribó a Montevideo cuando no había cumplido 25 años. “Llegué a Carrasco, en un avión de SAS, para trabajar en la legación, porque en aquel entonces Suecia no tenía embajada en Uruguay.” Su primer día de trabajo diplomático fuera del país fue el 1 de julio de 1951. “Mi caso fue muy excepcional dentro de la Cancillería sueca.  Los destinos nunca duran más de cuatro o cinco años, pero a mí me dejaron casi cincuenta, hasta que me jubilé. Fue una solución práctica, porque ellos necesitaban a alguien que conociera un país tan lejano, y yo me casé y formé una familia uruguaya que me obligaba a quedarme. Aquí pude hacer una carrera que finalicé en 1998, como cónsul.”
El vuelo a Montevideo fue larguísimo, incómodo, de más de veinte horas. Previo a la partida, en el Aeropuerto de Estocolmo, le había pasado algo muy extraño. “Mi avión estuvo demorado una hora y media  porque yo no estaba en la lista de pasajeros. Algún chistoso había puesto que me llamaba Anna “Nate Gate”, en inglés, que no era lo mismo que Natt och Dag.”
La joven Anna había finalizado la Secundaria en 1945, y al año siguiente obtuvo su primer trabajo, en Elof Hansson, una compañía de negocios internacionales de Gotemburgo. “Era una empresa muy grande, pero hasta ese momento tenía algo muy raro: nunca había contratado mujeres. Como yo no lo sabía, fui muy tranquila para hablar con su director. El hombre me atendió muy bien, y ¡me dio un trabajo! En 1946 ingresé a Elof Hansson, como la primera mujer contratada. Pronto tomaron a otra. En aquel momento fuimos las dos únicas chicas en una empresa muy masculina. Otra curiosidad fue que quien luego fue mi suegro era representante de Elof Hansson en Montevideo. Tenía su oficina en el mismo edificio de la Ciudad Vieja donde quedaba la legación sueca. Subiendo y bajando escaleras conocí a Einar, mi esposo.”
Estuvo dos años en Elof Hansson, y algún tiempo en otra empresa de Estocolmo, pero no estaba conforme. Su ingreso al  Ministerio de Relaciones Exteriores también fue muy original. “Envié mi escolaridad, que era muy buena, y mis antecedentes como secretaria. Una mañana me llamaron, me aceptaron y quedé un año y medio como administrativa en las oficinas centrales de Estocolmo.”

De Helsinbolt a Montevideo
La vocación juvenil de Anna era conocer el mundo, y todavía se siente una apasionada por los viajes. “Quizá, por influencia paterna, quizá, porque viví una infancia en un país encerrado por la guerra. Mi sueño era recorrer la India, y también la Argentina, por los cuentos de mi padre que estuvo muchos veces en Buenos Aires durante la Segunda Guerra Mundial. En el Ministerio de Relaciones Exteriores me ofrecieron ir a Moscú, pero preferí Uruguay. A veces pienso: ¡lo que me perdí! Pero aquí hice una nueva vida, en la que fui feliz y formé mi familia.”
A principios de julio de 1951, en Montevideo había un frío insoportable, que la joven sintió como nunca en su vida. “Parece mentira que un escandinavo sufriera las bajas temperaturas en América, pero para mí era espantoso que no hubiera calefacción. Recuerdo las visitas a la abuela de mi marido, cuando todavía era mi novio. Me impresionaba que nos recibiera vestida con un sobretodo. Mi primer apartamento quedaba en Pocitos. Era de unos suecos. Pocitos no estaba tan edificado como ahora. Me mudé a las pocas semanas, y no lo lamenté, porque no tenía calefacción.”
Vino por tres años a la legación sueca en Montevideo y se quedó hasta el retiro. “Se juntaron muchos motivos, el principal: conocí a Einar Barfod, un joven muy apuesto e inteligente con el que me casé en 1952. En el Ministerio hicieron otra excepción conmigo, además de mantenerme en el mismo destino por casi medio siglo. Estaba prohibido casarnos con una persona del país de destino diplomático, pero a mí me dejaron, quizá, porque mi novio era  un uruguayo medio noruego.”
Al principio no había mucho trabajo, hasta que en 1965 la legación pasó a ser embajada. “Cuando llegué al país, la legación quedaba en Juan Carlos Gómez 1492, el mismo edificio donde estaba la firma Barfod y Gordon Píriz, que era de mi futuro suegro, Tato, que era noruego. Gordon Piriz era una agencia marítica y Barfod representaba firmas suecas, entre otras Elof Hansson en la que trabajé en Gotemburgo. La embajada tenía sede en un edificio del barrio Pocitos: Avenida Brasil y Chucarro. Comenzó a funcionar con tres suecos: el embajador, un secretario y yo, los otros funcionarios eran uruguayos, incluido el portero que era un personaje. La oficina era pequeña. Yo era la jefa de la administración. La embajada cerró en 1993 y quedé como cónsul durante cinco años hasta que me retiré en 1998.”

La firma de la libertad
Después del golpe de Estado del 27 de junio de 1973 muchos uruguayos pidieron refugio en la Embajada de Suecia en Montevideo. “Atendí a todos los que llegaron a mi oficina para solicitar asilo pero, por una ley internacional, nosotros hacíamos los trámites pero  salían de Buenos Aires o Brasil. Los primeros trámites fueron más lentos, pero por la propia necesidad de los solicitantes hubo que agilizarlos. Mi tarea era atenderlos a todos y en Suecia decidían si eran recibidos. Mi país mantuvo una maravillosa solidaridad con los exiliados de dictaduras, entre ellos muchos uruguayos. En ese tiempo hubo mucho trabajo y estaba sola porque en algún momento se fueron el embajador y el primer secretario, como un gesto de distancia con la dictadura. En aquellos años feos debí ser muy cuidadosa, Nunca me llamaron los militares, pero era evidente que nos vigilaban.
Anna cuenta anécdotas dramáticas, pero también situaciones graciosas. “Una mañana llegó un bombero diciendo que lo iban a meter preso. Nos pidió asilo porque decía que lo estaban persiguiendo. Para su seguridad lo dejé adentro, pero llamé al ministro del Interior para la situación. Me atendió enseguida y se comprometió a darme una respuesta. Al rato me llamó para informarme que no había orden de captura contra el bombero.  Lo dejé un rato más, hasta mi horario de salida, cuando le dije: 'yo me voy de la oficina y usted también.' Nunca más supe de aquel loco.”
El retorno de los exiliados, luego que se fueron los militares, en marzo de 1985, fue tan complejo como la salida. “Los que regresaban con familia sueca eran ciudadanos, con todos los derechos. A muchos uruguayos les costó la vuelta porque se habían acostumbrado a la vida y el confort suecos y porque sus hijos deseaban quedarse allá. A mí me pasaba algo parecido, cada vez que regresaba de las vacaciones en Suecia. Aquí me sentía en otro mundo, al que me costaba acostumbrarme. Cada vez era una nueva readaptación. Mi marido llegó a comprarme una máquina de coser para tranquilizarme, porque a mi me encanta hacer trabajo manual.”

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Dilema de intelectuales
A su esposo, Einar Barfod, lo conoció en 1951, subiendo y bajando las escaleras del edificio de Juan Carlos Gómez donde estaba la legación. En aquel momento corrió la voz de que había llegado chica nueva. “Como vivíamos bastante cerca, su padre y él me ofrecieron llevarme a casa en su auto. En la firma trabajaba un sueco, que me vino a decir que los muchachos Barfod eran malos, que salían de noche, que se emborrachaban. Me invitaron a la casa, íbamos a comer, salíamos mucho. Fue un noviazgo corto, pero muy lindo. Al final, la advertencia del compatriota lejos de asustarme, hizo que aquel muchacho me resultara más interesante. ¿Qué miedo podía sentir?”
Antes de casarse alquilaba un pequeño apartamento en la calle Cololó, en pleno barrio Villa Biarritz. “Tomaba clases de tenis en el Biguá hasta donde iba con mi pantaloncito y mi raqueta en la mano. No era muy común en aquel Montevideo, ver a una sueca vestida de tenista. Muchas veces se metieron conmigo en la calle, así que iba corriendo porque sabía que no me alcanzaban. No se podía ir a la playa en bikini. No me dejaban entrar al cine de pantalones, ni siquiera acompañada por mi novio. ¡Ese mundo tan conservador no era el mío!”
La pareja se casó en noviembre de 1952. “Mi familia estaba muy preocupada en Suecia, porque se hacían fantasías sobre como era Einar. En aquel tiempo los hombres latinos estaban identificados con los malos de las películas: violentos y de bigotes gruesos. Luego de alquilar unos años un apartamento en la calle Hidalgos, compramos una quinta de 5.000 metros en la calle Siracusa, detrás del actual centro comercial Portones. Por entonces había cuarto o cinco quintas grandes. Nos la vendió una austriaca, viuda de un señor que había peleado en la Primera Guerra Mundial. Luego de la muerte de su esposo, regresó a  Austria con una hermana y una cuñada. La quinta tenía árboles únicos, que todavía está prohibido talarlos porque fueron declarados patrimonio nacional.”
Einar Barfod nació el 17 de febrero de 1926. Cuando era joven hizo un plan para su vida. Su pasión era leer, comprender el mundo, escribir, y recién luego venía el trabajo, que realizaba para mantener a su familia. “Era un pensador y escritor vocacional que vivía de los negocios comerciales. Decía algo con lo que no estoy de acuerdo. Él consideraba que no estaba bien ganarse la vida con las actividades que más le gustaba realizar. Le parecía vulgar vivir de los derechos de autor de su producción escrita. Siempre respeté esta creencia suya, pero me parece demasiado drástica. Su notable trabajo intelectual siempre fue honorario, ¡nunca me pareció justo!.”

Flores Mora, Tarigo, Hierro López
Barfod fue un reconocido intelectual uruguayo de origen noruego, filósofo, escritor, periodista de producción oral y escrita. Publicó artículos en el semanario Marcha, varios muy interesantes, sobre la crisis de la década de 1950, sobre la guerrilla del Movimiento de Liberación Nacional- Tupamaros. “A nuestra quinta venía muy seguido su amigo el gran político, escritor y periodista Manuel Flores Mora, que todos llamábamos Maneco. Nunca me olvidaré todo lo que aquel grupo hizo en la campaña para la elección de 1971. Se reunían en una casita que teníamos en el fondo. Nunca participé en aquellas reuniones, pero veía a la gente que iba y venía  con mucho entusiasmo.  El lunes después de la votación busqué a Maneco en los resultados del diario, pero no estaba ni su foto, ni su nombre.¡Pobre Maneco! No había sido electo pese a que trabajaron mucho.”
De los amigos políticos de su esposo, Anna recuerda al abogado y editor Enrique Tarigo, vicepresidente de la República en el el gobierno de Julio María Sanguinetti (1985-1990), al también vicepresidente Luis Hierro López, en el período de Jorge Batlle Ibáñez (2000-2005), al actual senador Ope Pasquet. También era íntimo de dos referentes intelectuales de la denominada Generación del 45: Emir Rodríguez Monegal y Carlos Real de Azúa, sus compañeros de Marcha. “¡Eran muy compinches! Hace poco encontramos unos escritos inéditos que realizó Einar por la muerte de Carlitos Real de Azúa a quien definió como quien tenía un conocimiento único de la Historia Nacional, pero que su saber había muerto con él. También conoció a Carlos Quijano, con el que se enojaba mucho porque metía demasiado la mano en sus artículos y no siempre bien. ¡Terminaron distanciados!”
Otros documentos del aporte intelectual de Barfod fueron sus intervenciones en radio Sarandí. En 2002 comentó un artículo sobre El Astillero de Juan Carlos Onetti, pero terminó reflexionando sobre la crisis de 2001. “Decía que las crisis uruguayas más que económicas son culturales. Fue una interpretación muy lúcida de por qué los ciclos se repiten.”
Una tarde cuando sintió que se le iba la vida, Einar terminó de leer algo y dijo: “cumplí con mis objetivos, puedo morirme tranquilo.” Después de eso leyó toda la producción literaria de Agatha Christie, algo que no era común en sus intereses. “Fumaba mucho, dos cajas por día. No se cuidaba. Comía mucha carne. Murió de cáncer, a los 82 años, el 25 de agosto de 2008. Nunca me hizo sentir cuánto había sufrido su enfermedad, ni su dolor, ni su gravedad. A todos nos queda la sensación de que era verdad aquello de que había cumplido con sus metas vitales.”
Astrid Barfod, hija mayor de Anna y Einar, heredó el talento artístico de ambos. “A veces él se hacía el torpe. En aquel momento existía la idea de que así eran los intelectuales. Yo tengo una manualidad interesante, típica de mi familia. En mi juventud de Helsinbolt era muy amiga de una prima que dibujaba y pintaba muy bien. Se llamaba Ula, y hacía mucho con las manos. Pasaba los fines de año con ella, en reuniones que aprovechaba para compartir inquietudes artísticas. El actor Max von Sidow era primo segunda nuestro y vivía cerca de la casa de Ula.”

Mi encuentro con Anna
El periodista Rodolfo Porley todavía recuerda que, después de 1975, Suecia era la única opción de exilio para los presos políticos uruguayos. “Ningún país nos recibía, porque no querían problemas con países como Argentina, Chile y Uruguay, grandes exportadores de alimentos. Para Suecia fue prioritario el refugio de los detenidos de conciencia. Uno lo planteaba, la embajada lo estudiaba, el gobierno lo aprobaba y la querida Anna firmaba los documentos que nos otorgaban la libertad.”
La Comisión Interministerial de las Migraciones Europeas (CIME) financiaba los pasajes, luego que era otorgado el estatus de refugiado político protegido por Naciones Unidas. “Mi trámite fue retenido durante ocho meses, desde octubre de 1978, hasta que salí en libertad  Fue una maniobra de los propios dictadores, que trataba de mantenernos más tiempo en cautiverio para sacar información o como una forma de sancionar a quienes jamás cantamos, ni siquiera bajo las peores condiciones de tortura. Salimos  de la Cárcel Central, en la mañana del 23 de abril de 1979, con mi compañero y amigo del alma Ruben Bentaberry, con quien compartimos, cárcel, tortura y exilio. Nos habían otorgado un sólo documento a cada uno, con destino fijo. Cuando llegamos a Estocolmo recibimos el pasaporte de refugiado de ONU y poco después la nacionalidad y la documentación oficial de mi nueva patria: Suecia.”
Rodolfo Porley es un reconocido cronista político que en Estocolmo fue editor la revista Noticias del Uruguay, periódico del organismo de solidaridad Asociación de Uruguayos en Suecia, y del semanario Mayoría, dedicado a informar sobre la resistencia contra la dictadura. “Cerramos al otro día de las primeras elecciones democráticas en nuestro país, el 30 de noviembre de 1984, cuando sentimos que se había cumplido la tarea.”
Está casado con la intelectual sueca Louise Ana Margaretha Katlsdotter von Bergen, doctora en Literatura Americana por la Universidad de Estocolmo, traductora al español, inglés, alemán, ruso y noruego. “Nos conocimos ni bien llegué a Estocolmo, en la primera entrevista que me realizó el diario Noticias del Día. Ella era la traductora de mis declaraciones. Enseguida me di cuenta que se iba emocionando con el relato de las penurias de un preso político uruguayo. Salimos del periódico tomados de la mano, fuimos a su casa, y nunca más nos separamos.”
Rodolfo regresó a Montevideo acompañado por Louise, que viajaba por primera vez a Uruguay. “En el avión fuimos planificando las visitas que haríamos, los paseos, la Rambla, 18 de Julio, la Ciudad Vieja, pero ella propuso que lo primero fuera visitar a la sueca que firmó mi libertad. Le había contado tantas veces a Louise mis sueños con Anna Nat och Dag, su mano y su rúbrica en el documento de asilo político, que le hice caso.”
La pareja fue a visitar a la cónsul al otro día de arribar a la capital uruguaya, el 25 de marzo de 1985. “Cuando la vi por primera vez, me pareció que la conocía de toda la vida. Era tal cual la había imaginado: delgada, atlética, alta, de una intensa belleza escandinava. Fue muy emocionante para ambos, y también para mi esposa. Anna siempre será una amiga a quien le debo la vida.”

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Unibar, la cuna del rock aún se mece en el Cordón

Estudiantes, resistentes y poetas

Sergio Terrazo, inmigrante gallego,
gestor cultural, fundador del Unibar.
(Ignacio Naón, 2009)
Cálido, discreto, tranquilo. El amable Bar Universitario cumple cincuenta y cinco años en  la esquina de Eduardo Acevedo y Guayabo, como refugio de docentes, funcionarios y estudiantes de la Facultad de Derecho y del Instituto Alfredo Vásquez Acevedo, el primer bachillerato estatal del país. Como si fuera poco, también convoca a músicos, poetas y filósofos de la vida que lo señalan como la “cuna del rock nacional”.

Sobre la base de los libros: Galicia en Uruguay (Naón y Olveira, 2009), Montevideo Manual del Visitante (KoiBooks, 2011) y Boliches corazón del barrio (Banda Oriental, 2013).

Su historia comenzó en 1962, cuando el gallego Sergio Terrazo adquirió un oscuro boliche de “vino y refuerzos” por entonces conocido como El Universitario. Fueron los propios clientes que le llamaron Unibar o solamente ”El Uni”.
Terrazo lo decoró con viejos carteles publicitarios, de notable vigencia artística, jarras de cerveza y objetos de indudable valor patrimonial. Sus ventanas a la calle iluminan las mesas de madera y mármol, sillas vienesas y un mostrador ecléctico típico de la última etapa de los boliches de barrio. Un atractivo espejo en forma de faja ancha, que cubre todo el perímetro del salón, crea un ambiente especial: en las mañanas por el reflejo del sol, en las noches por las luces de la ciudad. Allí se amparan profesores madrugadores, que toman un café con leche con media lunas mientras corrigen escritos, tanto como alumnos del nocturno que a última hora se citan para beber una cerveza sin tiempo.
Cerveza verde y dos por uno, en el "after" del Uni.
Fernando Terrazo, hijo de Sergio y continuador del emprendimiento, profundizó la “movida cultural”, le aportó una nueva sensibilidad y una mayor oferta de platos y tragos. “Me enamoré del boliche y me propuse renovarlo, respetando su historia.”
Por sus mesas han pasado varias generaciones de profesores, funcionarios y estudiantes de Derecho. ”Venir es una tradición de la Facultad, antes o después de una clase o un examen, y un rito para los que se reciben. Es nuestra seña de identidad, donde compartimos preocupaciones personales, profesionales y académicas”, evoca la abogada y docente Paola Maeso, cliente del Unibar.
Casi en la frontera del minibar, su espacio ha sido utilizado con escrupulosa minuciosidad, como si se tratara de equipar la estrecha cabina de un barco, pero, el protagonismo, de día o de noche, lo asume la luz”, afirma el arquitecto Nery González. Su equipamiento interior y decoración le otorgan una fuerte identidad que refuerza una tradición intelectual. Con espíritu joven, y con la sensibilidad de la familia Terrazo.

Boliche Patrimonial

Es el título que le ha otorgado la Comisión Cafés y Bares con Historia que comparten el Ministerio de Turismo, la Intendencia de Montevideo y el Centro de Almaceneros Minoristas Baristas y Afines (CAMBADU). Es uno de los atractivos mayores de la actividad Boliches en Agosto y del Día del Patrimonio, cuando se realizan actividades culturales y artísticas que buscan revitalizar su acervo material e inmaterial y de esta forma preservar esa idiosincrasia que también hace al ser montevideano.

Cerveza Verde
Es la mayor rareza gastronómica del Unibar, convertida en una especialidad y tradición de la casa desde el momento de su apertura. Es una bebida similar a la irlandesa a la que se le añade un toque de licor que le cambia la apariencia y el gusto, secreto rigurosamente conservado.

Pasaron cosas muy fuertes”
El Uni era un punto de reunión política y gremial en dictadura. No había comités, pero nuestro boliche fue un centro de resistencia.”
Una vez, siendo muy chico, estaba sentado cerca del mostrador cuando una bala me pasó cerca de la cabeza. Era para dos gremialistas que ocupaban una mesa. El proyectil pegó en una columna; dejamos la marca como testimonio aquel tiempo.”
La esquina de Guayabo y Eduardo Acevedo.
En un momento de tiroteos y peleas se bajaron las cortinas. Con la gente tirada en el piso, un coracero a caballo se metió por una puerta que había quedado abierta. Mi padre se le puso adelante y le dijo que eran sus clientes, que los dejara en paz. El tipo se calmó y se fue.”
Me gusta trabajar, pero me perdí muchas cosas, sobre todo de mis hijos. Lo pongo en la balanza y me doy cuenta que es más lo que perdí que lo que gané. El bolichero es muy solitario.”
Mi padre siempre dice que si el escalón de la puerta está sucio, también lo está adentro del boliche. Soy muy cuidadoso de mantener limpio el escalón.”
Fernando Terrazo, propietario del Unibar.

Sergio Terrazo
Su historia personal merece ser conocida. Nacido en Orense, fue artesano, ebanista y republicano trashumante. Estuvo exiliado en Portugal, Francia y Brasil, antes de quedarse en Montevideo agradecido por el trato a los desterrados del franquismo. En la década de 1950 fue fabricante de plumeros artesanales, que él mismo vendía puerta a puerta. También fue propietario del bar El Chevrolet, en Punta Carretas, donde concibió el café intelectual que luego transformó en realidad: el Unibar. 

Coco 
Una historia que conmueve es la de Erlindo Coco Herrera, mozo del Unibar durante 42 años. “Todos lo buscaban para charlar, profesores y alumnos, porque siempre tenía una frase exacta en el momento justo”, recuerda Fernando Terrazo.
El final de su historia fue muy triste. Le había salido la jubilación un jueves, y el viernes le anunciamos que le estaban organizando una gran despedida, a la que nadie iba a faltar. A la una de la mañana me entregó la bandeja, nos miramos y largó unas lágrimas. Fue hasta la máquina de café y allí cayó como si el corazón le hubiese explotado. Su último día de trabajo también fue el último de su vida. Murió como él quería, entre los clientes.”
Erlindo Herrera fue homenajeado con la edición de un libro biográfico que cuenta sus anécdotas. La obra es una narración colectiva, en la que intervienen decenas de clientes: El Coco de blanco y negro, de Editorial Latina.

Juan Faroppa.
La última represión
Fue el 9 de noviembre de 1983. Estábamos reunidos en el Unibar antes de ir hasta los Conventuales, donde funcionaba la sede de la ASCEEP. Cuando íbamos por la calle Guayabo nos emboscaron. Fue una carnicería, nos pegaron como nunca antes. Cuando fui subsecretario del Ministerio del Interior le pregunté a un oficial que había intervenido en aquel ataque: ¿por qué? El hombre fue sincero: la orden había sido rodearnos y pegarnos duro. Fue la últimas represión contra los estudiantes.”
Juan Faroppa, abogado y docente de Facultad de Derecho.

La oreja en el mostrador
Roberto Musso, líder del Cuarteto de Nos,
con Marcelo Fernández en el Unibar.
(Boliches corazón del barrio, Canal 10)
El Unibar es un espacio de charlas, de creatividad, de composición y uno de los boliches donde se le dio forma al Cuarteto. No fui un muchacho de barrio, me crié en el Centro, en un apartamento, a tal punto que al principio fuimos una banda de living, no de garaje.”

El boliche era una prolongación de nuestra casa, la de mi hermano y la mía, y la de Santiago Tavella. Más que acodado al mostrador siempre estaba con la oreja atenta. Del boliche saqué muchas frases e ideas. Así compuse canciones con las que me conecté emocionalmente. Bo cartero y el Pitito forman parte de mi pasado, pero no podría escribirlas ahora. El putón del barrio existe, no es un invento. En el fondo es una letra de tango que cuenta la historia de una chica con la que compositor se terminó casando pese a todos los rumores que se decían sobre ella. El día que Artigas se emborrachó tuvo una repercusión que nunca imaginamos. Fue el tema más criticado, pero también el mas vendido.”

Al principio tomábamos medio y medio de boliche, mitad caña, mitad vermouth y a veces un poco de amarga, luego grappa con miel o con limón, después un whisky nacional y cuando las cosas andaban bien nos tomamos un importado.”
Roberto Musso, compositor y vocalista de El Cuarteto de Nos.

Mateo
Siempre andaba en la vuelta, como Mandrake Wolf y otros músicos. Pero Eduardo me preocupaba más que los otros. Caminaba por Guayabo de un lado para el otro. Cuando entraba pedía un café y un pan con grasa, y así se quedaba horas sentado. Arrancaba servilletas que llenaba de estrofas y signos musicales, las arrugaba y las tiraba. Fui guardando esas servilletas, que luego me pidieron varias veces, pero si él no quiso que fueran canciones, hay que mantener el secreto. Las conservo como un tesoro.”
Fernando Terrazo.

El Uni fue y será siempre un punto de encuentro entre jóvenes que piensan en como cambiar las cosas.”
Juan Casanova, vocalista de Traidores.

Comenzamos a venir al Uni en tiempos fermentales, cuando se crearon y se desarrollaron la mayoría de las bandas uruguayas de rock.”
Pedro Dalton, vocalista de Buenos Muchachos.

Refugio, La Peña, El Jardín, Universitario
"Su esquina me trae nostalgia porque retrotrae a la vida de estudiantes en la lejana, lejanísima década de 1960. La zona conserva todavía un aire de barrio con toque bohemio, entre el bullicio de los jóvenes y la tranquilidad que reina después de terminadas las clases, no obstante su proximidad con 18 de Julio. Barrio de librerías, de textos y de usados, de los antiguos apuntes a mimeógrafo y de los actuales fotocopiados. Se agolpan los recuerdos de cuando dábamos exámenes de Preparatorio y luego de estudiantes en la Facultad de Derecho. A veces íbamos al Sportman y otras nos refugiábamos en los pequeños barcitos que daban sobre Eduardo Acevedo: El Refugio, La Peña, El Jardín y El Universitario, entre otros cuyo nombre la memoria no registra. Algunos de existencia fugaz, abrían un tiempo y luego cambiaban de nombre o de dueño, aunque seguían manteniendo la misma modalidad de clientela de estudiantes alrededor de una mesa, embebidos en los últimos repasos o en la preparación de los ferrocarriles previos al examen.Eran locales pequeños, de mesas y sillas de cármica (la panacea del mobiliario de entonces), apropiadas tanto para tomar café como para repasar las últimas bolillas. Amores de estudiante, comentarios de exámenes, nerviosismo y estrategia para encarar a los profesores o comentar la justicia o injusticia del resultado, según nos fuera. El Universitario es el único que se mantiene hasta nuestros días. Estaba cerca de la Biblioteca Nacional, el Ministerio de Salud Pública, la Alliance Francaise y la Asociación Cristiana de Jóvenes, pero la principal clientela siempre fue la de los estudiantes.
En sus comienzos el bar podía definirse como el recreo de la facultad, el lugar de reunión de los estudiantes, de refuerzos y cafés; quedando las bebidas alcohólicas reservadas para alguna ocasión especial. Luego de rendir algún examen se brindaba con una copa de orujo que se preparaba en la casa o con alguna grappita a la que se le agregaban yuyos, frutas secas, según la inventiva y formula secreta del bolichero. Según nos cuenta Fernando Terrazo, quien actualmente está al frente del lugar, antes era un boliche más bohemio, donde se cocinaba la política entre militantes de la FEUU, sin olvidar a aquellos veteranos habitúes que se instalaban desde horas bien tempranas de la mañana a tomar su copita.
Además de los estudiantes el lugar presentaba especial atracción para los músicos. Entre las décadas de 1970 y 1980 se reunían los integrantes del grupo Zero y de Los Traidores, por lo que Fernando afirma que el boliche fue la cuna del rock nacional. Entre estos artistas se hace obligada la mención de Eduardo Mateo, uno de los más entrañables compositores y músicos de nuestro país, creador de un nuevo estilo que dio en llamarse candombe beat. Personaje curioso, de pocas palabras, llegaba al Uni todos los días a la misma hora para pedir un café y un pan con grasa, mientras se quedaba horas sentado y arrancando servilletas que llenaba con signos musicales o con estrofas de letras, muchas de las cuales Fernando aún conserva.
Acuarela del Unibar y su esquina.
Pero no sólo los artistas se daban cita en este lugar, también eran clientes asiduos otros personajes vinculados a la política como Huidobro, Zabalza, Ramírez, Alba Roballo, por lo que el bar era una especie de tertulia donde se cocinaba todo. Fernando recuerda una anécdota transcurrida en la década de 1970, cuando en un momento de tiroteos y peleas se bajaron las cortinas del lugar para cuidar al público que estaba adentro. La gente estaba tirada en el piso y en un momento quedó una puerta abierta y se metió al lugar un coracero a caballo. Sergio, su padre, se puso delante y le dijo que salía en nombre de todos esos clientes que no tenían nada que ver con todo eso que estaba pasando afuera. Y el tipo se calmó y se fue.
Si bien en los comienzos del siglo XXI las cosas han cambiado y los boliches son ahora la movida, el después de Facultad, el UniBar se mantiene como un testigo y un resabio del pasado que conserva aún su estatus de típico bar de esquina, que reclama por mantener la cultura bolichera."
Juan Anonio Varese, escribano público, historiador, escritor, fotógrafo.

Cordón Sur, Cordón Norte
En El Gaucho nace el Cordón.
Es uno de los barrios más antiguos de Montevideo, fundado en 1750 por el funcionario colonial Bartolomé Mitre, padre del ex presidente argentino, en la zona de extramuros conocida como Campo de Marte. La tarea de demarcación fue realizada con cordones, en latín chordas, que le entregan la denominación al paraje que según Isidoro de María se iniciaba en el "Ejido". La distancia de una bala de cañón señalaba el límite de los terrenos “propios” de la ciudad donde estaban apostadas las defensas terrestres más lejanas.
José Artigas fue responsable de la Guardia del Cordón antes de 1805. Allí se casó con su prima Rosalía Villagrán con la que convivió en una casa del camino Real a Maldonado, en la actual esquina de 18 de Julio y Carlos Roxlo.
En 1807, el espacio entre la avenida Rivera y la Universidad fue escenario del mayor enfrentamiento de la Invasiones Inglesas, el combate del Cardal que finalizó con una masacre de los defensores de Montevideo, entre ellos el filántropo Francisco Antonio Maciel.
En la zona se instalaron los primeros molinos harineros y hornos de ladrillos, y en 1846, en plena Guerra Grande, arribó el alemán Johan Friedrich Francke, el primer cervecero de la ciudad, que promovía su negocio en las afueras del antiguo Cementerio Británico, donde hoy se encuentra la Intendencia de Montevideo, “Brewer out the Cim”, decía su tarjeta de presentación.
En 1861 quedó delineado el espacio urbano del Cordón, entre la Ciudad Nueva (el Centro), la Aguada, Palermo, Tres Cruces y el que luego se llamó Barrio Porteño, actual Parque Rodó.

Cristo del Cordón
Cristo del Cordón.
Es el monumento mortuorio más antiguo de Montevideo, inaugurado en 1800 en la zona por entonces lejana del Cardal, a poco más de dos kilómetros en linea recta de la Montevideo amurallada. Fue traído a la Banda Oriental por los hermanos Luis y José Fernández Bermella, nacidos en Macide, Orense, propietarios de amplios terrenos alrededor del "Camino al Maldonado", un trazado irregular sobre una extensa loma, tan típica de la orografía de la zona que los vecinos llamaban Cuchilla Grande.
El cruceiro de los hermanos Fernández era un mojón del Cordón. La noble talla era conocida por los viajeros como “Cristo del Cardal”, porque a su alrededor proliferaban cardos, en un campo destinado al cultivo del maíz. Era visible a la vera de un sendero pedregoso y difícil, iluminado devotamente cada noche, en el mismo sitio donde hoy se alza el Monumento al Dante, en 18 de Julio y el Pasaje Emilio Frugoni, entre la Biblioteca Nacional y la Facultad de Derecho.
El Cristo estaba allí, sufriente, el 16 de enero de 1807, cuando los invasores ingleses desembarcaron en la playa del Buceo para asaltar Montevideo a sangre y fuego. Una fuerza de 6.000 soldados británicos, al mando del general Samuel Auchmuty, avanzó sin pausa a través de ocho kilómetros de arenales y piedras. A pocos metros del monumento de los Fernández se enfrentaron con los heroicos pero mal armados vecinos montevideanos, en feroz y desigual combate que manchó el maizal con sangre criolla.
El Dante, entre la Biblioteca
Nacional y la Univesidad.
La defensa mejor entrenada era el Tercio de Gallegos de Buenos Aires, también llamado Batallón de Voluntarios Urbanos de Galicia, un cuerpo de infantería creado por el pontevedrés Pedro Antonio Cerviño. Ni el ala de los valiente milicianos galaicos pudo contrarrestar a una fuerza superior en relación de tres a uno, en número y pertrechos.
Luego de la batalla, al pie del Cristo, los derrotados contaron sus víctimas por cientos, hasta más de mil, mientras el invasor marchaba rumbo a la muralla que asedió durante dos semanas hasta que ocupó la plaza montevideana. La invasión finalizó tras la derrota y posterior retiro de las tropas británicas en setiembre de 1807.
Durante décadas el monumento evocó el sitio donde cayeron las víctimas del Cardal, entre ellos José Fernández Bermella. Luego que el antiguo “Camino al Maldonado” fue ampliado y pavimentado, el Cristo del Cardal era trasladado a su actual ubicación: la Iglesia del Cordón, de 18 de Julio y Tacuarembó.

Nuestra Señora del Carmen
Es el nombre de la iglesia conocida como Del Cordón, construida en 1924 por el arquitecto Elzeario Boix. En su fachada sobresale el Cruceiro, Cristo del Cordón o Del Cardal ubicado en una hornacina en el ala izquierda del frontispicio donde todavía se encuentra la imagen. Allí está expuesta a la devoción de los fieles, tras una mampara de vidrio y una artística reja forjada. El Patronato de la Cultura Gallega estampó en la base externa de la hornacina una leyenda en bronce que habla de historias entrañables repletas de vida. 

Palacio Municipal
Palacio Municipal.
Está implantado en el límite este de la Ciudad Nueva, que comprendía la extensión del Ejido. Fue inaugurado en 1942, luego de seis años de construcción, sobre un proyecto del arquitecto Mauricio Cravotto, que le otorgó el carácter monumental de los ayuntamientos medievales, con un cuerpo principal y una torre que representa el poder político urbano, pero que también dialoga con su entorno más próximo. Su Explanada, es un espacio cívico abierto que le otorga amplitud visual al edificio.
El ala oeste del Palacio Municipal, en Ejido, entre San José y 18 de Julio, es compartida por los museos de Historia del Arte y el Precolombino y Colonial, con más de 5.000 piezas y un atractivo principal: la momia de una sacerdotisa egipcia que ha cumplido 2.500 años. 

David y El Gaucho
Biblioteca Nacional.
En la Explanada Municipal hay una réplica del David de Miguel Ángel, que estuvo ubicada inicialmente en una esquina del barrio del Cordón y que fue trasladada el 7 de abril de 1958 al concurrido espacio abierto de la Intendencia de Montevideo. A metros de allí, en la plazuela Lorenzo Justiniano Pérez, de 18 de Julio y Constituyente, se alza el monumento al Gaucho, de Luis Zorrilla de San Martín. Fue inaugurado el 30 de noviembre de 1927 como un homenaje en bronce al héroe anónimo de nuestras luchas por la independencia. 

Biblioteca Nacional
Es un referente del Cordón, en 18 de Julio y Tristán Narvaja. Fue fundada el 26 de mayo de 1816, por el presbítero Dámaso Antonio Larrañaga, con un célebre discurso de José Artigas: “Sean los orientales, tan ilustrados como valientes.” Su sede actual, una construcción neoclásica de 4.000 metros cuadrados, fue inaugurada en 1964. A su frente dos monumentos describen su compromiso con la cultura universal: Sócrates y Cervantes.

Universidad, IAVA
Facultad de Derecho.
Es el histórico edificio renacentista donde funciona la Facultad de Derecho, ocupa la manzana de 18 de Julio, Eduardo Acevedo, Guayabos y el Pasaje Emilio Frugoni. Fue proyectado por los arquitectos Juan M. Aubriot y Silvio Geranio, e inaugurado el 22 de enero de 1911, durante el rectorado del abogado Eduardo Acevedo Vásquez.. Un símbolo de la libertad y la cultura uruguaya es el Paraninfo, una sala de actos para 700 personas. El mismo año también fue estrenado el vecino Instituto Preuniversitario Alfredo Vásquez Acevedo (IAVA), proyectado por el arquitecto Alfredo Jones Brown.

Edificio IAVA frente al Unibar.
Museo del Club Atlético Peñarol
Fue abierto en 2001, en el Palacio Gastón Guelfi, entre las calles Magallanes, Cerro Largo, Minas y Galicia. La propuesta patrimonial recorre los títulos nacionales e internacionales, los grandes equipos y jugadores que le entregaron prestigio en el mundo del fútbol. Allí se exponen las camisetas de Obdulio Varela, Juan Schiaffino, Fernando Morena, múltilples campeones con la camiseta aurinegra y la uruguaya.

Espacio de Arte Contemporáneo
Es un ámbito creativo del Ministerio de Educación y Cultura, que ocupa parte la ex Cárcel de Miguelete y Arenal Grande, en el límite entre el Cordón y La Comercial. Está dedicado a la promoción y exhibición de todas las expresiones plásticas contemporáneas, a través de la investigación, experimentación e intercambio formativo.

Plaza de los Treinta y Tres 
Monumento y Cuartel de Bomberos en
la Plaza de los Treinta y Tres.
El espacio público ocupa la manzana de 18 de Julio, Magallanes, Minas y Colonia. Inaugurada en 1855, como “Plaza Artola”, fue escenario de los últimos fusilamientos públicos, todavía recordados por historiadores y memorialistas.
En su centro se alza la estatua de Juan Antonio Lavalleja, el Libertador uruguayo, y muy cerca surge el monumento A los Bomberos. La imagen de Carlos Vaz Ferreira y Albert Einstein, sentados juntos en un banco, es la réplica en bronce de una foto del 24 de abril de 1925. La obra de Valverde Gil fue inaugurada en 2008.

Los fusilados de la Plaza Artola
A las diez de la mañana en punto del 22 de setiembre de 1871 las campanas de los templos de Montevideo anunciaban a la población la hora del fusilamiento de los cuatro condenados por el asesinato del médico italiano Vicente Feliciangelli. A esa hora los reos salieron de la capilla en la que permanecieron dos días para "reconciliarse con Dios", llevados por guardias que los iban a conducir a su íltimo destino: la Plaza Artola.
Cuentan las crónicas periodísticas de la época que una multitud congregada en el espacio público aguardaba con ansiedad que "se hiciera justicia". Mientras la gente se transformaba en un contorno de la plaza, las azoteas, balcones y las calles estaban colmados por no menos de 25.000 espectadores, según un raconto prudente, pero que de acuerdo a otras cifras no eran menos de 50.000.
Alrededor del cadalzo se formó un cuadrado casi perfecto de 1.500 infantes. Cuando sonaron casi a las once, las bandas de todos los cuerpos, escoltadas por una compañía de sargentos y cabos, anunciaban a tambor batiente la lectura del bando de ejecución.
A las doce y cuarto ingresaron los condenados a la plaza acompañados de los sacerdotes. Todas las miradas estaban fijadas en el fatal asiento, mientras se les leía la sentencia.
"No dieron muestras de mayor alteración de su ánimo. Se pasearon delante del banquillo del brazo del sacerdote respectivo (...) y fumaron con la mayor impasibilidad", enfatizaban las crónicas. Enseguida se les colocó en el banquillo y fueron vendados y maniatados por uno de sus complices en el delito. Uno de los reos se puso él mismo la venda.
En aquella hora partió la primera descarga ordenada por el oficial. Tres de los reos se desplomaron a tierra pues la cuerda que les sujetaba había sido cortada por las balas. El cuarto, protegido por una reliquia, quedo herido; Fue necesario "hacer uso de un tercer llamado de socorro por lo mucho que penaba".
Le dieron dos tiros mas.
Al final, las tropas desfilaron por delante de los cadáveres y el público se retiro a almorzar, mientras los niños de las escuelas eran llevados de regreso a las aulas por sus maestros. Así fue el último fusilamiento público realizado en Uruguay.

Einstein y Vaz Ferreira
en la Plaza de los 33.
Cuartel Centenario de Bomberos
Inaugurado en 1930, ocupa una esquina frente a la Plaza de los Treinta y Tres. Es un ejemplo de urbanismo castrense, obra del general y arquitecto Alfredo R. Campos en el espacio del antiguo Cuartel Artola, conocido como el “Rincón de los fusilamientos”. Las últimas ejecuciones públicas datan de 1871, cuando cuatro hombres fueron condenados por el asesinato del médico italiano Vicente Feliciangeli.

Monumento a Manuel Oribe
Fue descubierto el 8 de octubre de 1974, en el espacio público de 18 de Julio y Daniel Fernández Crespo. La figura ecuestre fue realizada por Federico Moller de Berg en bronce sobre base de hormigón revestida en ladrillo. Manuel Oribe, segundo presidente de Uruguay y fundador del Partido Blanco, está vestido de uniforme militar y en su mano derecha empuña un sable en actitud de saludo.

Parque Líber Seregni en 2009.
Parque Líber Seregni
Fue inaugurado el 16 de noviembre de 2009 en la manzana limitada por las calles Daniel Muñoz, Martín C. Martínez, Eduardo Víctor Haedo y Joaquín Requena. En el área verde se plantaron especies autóctonas y exóticas, mientras que en el sector de juegos se encuentra la placa al general Líber Seregni, político e intelectual uruguayo, líder histórico del Frente Amplio, partido que hoy gobierna el país. A su alrededor hay una explanada, una cascada y un estanque.

Teatro Stella D`Italia.
Stella D'ltalia, el Galpón
El Cordón alberga emblemas de la cultura nacional. El Stella D'ltalia fue construido en 1895 por el ingeniero Luigi Andreoni, por encargo de la Societá Italiana di Mutuo Socorso. La Institución Teatral El Galpón, creada en 1949, es un referente de la escena uruguaya y latinoamericana, donde se forman actores, directores y dramaturgos. Otros teatros del barrio: El Anglo, El Notariado, El Tinglado, La Gaviota.

Estatuas del Obelisco.
Obelisco a los Constituyentes
Es un gran monumento que remata la avenida 18 de Julio, en la entrada del Parque Batlle, un tributo a los patriotas de la Asamblea General Constituyente que sancionó la primera Constitución de la República. La pirámide alargada, de 40 metros de altura, en bronce y granito rosado martelinado, fue realizada por el escultor José Luis Zorrilla de San Martín. Su base luce tres inscripciones en relieve: LeyLibertadFuerza. 

Lecturas cordonenses
Una recorrida por la librerías del barrio se inicia en Papacito, con sus dos locales en la avenida 18 de Julio, el más visitado frente a la Intendencia de Montevideo, que forman parte del paisaje de la ciudad. Librería y Papelería Papacito en sus tres décadas se ha transformado en una marca de referencia, con su extenso horario de atención hasta la madrugada
Ediciones de la Banda Oriental
en el Teatro El Galpón.
Ediciones de la Banda Oriental es un clásico moderno. Fue fundada en 1962 como editora de autores nacionales y de colecciones de culto para la intelectualidad uruguaya. Tiene dos locales: en la Cooperativa Magisterial y en el emblemático Teatro El Galpón, de 18 de Julio y Minas, Barrio Cordón.
Mosca Hermanos es la más antigua librería montevideana, todavía en funcionamiento, establecida en 1888, con el nombre de "Popular". Su sede central de 18 de Julio 1578, del barrio Cordón, era visitada por notables figuras: José Enrique Rodó, Carlos Vaz Ferreira y Juan Zorrilla de San Martín. En 1947 recibió su denominación actual, que es un referente de la literatura infantil y educativa de los uruguayos.
Losa Libros es un sitio encantador de la calle Colonia, donde su propietario, el gallego Manuel Losa resulta un anfitrión sabio y entrañable. En la calle Tristán Narvaja, escenario de la centenaria feria dominical, se encuentra Librería Ruben, con su sistema de canje de volúmenes y revistas, que convoca a miles de lectores cada semana.

Feria de Tristán Narvaja.
Tristán Narvaja
Montevideo tiene una larga tradición de ferias vecinales al aire libre, con un emblema de la cultura y la recreación que ha trascendido fronteras: Tristán Narvaja. La mayor y más popular feria del país se desarrolla los domingos, desde la mañana temprano hasta avanzada la tarde por las calles del Cordón norte limitadas por 18 de Julio, Daniel Fernández Crespo, Miguelete y Minas. Su eje comercial es la calle Tristán Narvaja, de allí su nombre, donde la oferta de artículos es tan amplia y rica, como extravagante.
También es una buena oportunidad para conocer más a fondo la realidad social uruguaya, mientras se compran libros, casetes, discos compactos o de pasta, antigüedades, adornos, repuestos, juegos, muebles, mascotas, ropa, o la pasta del domingo. La Feria de Tristán Narvaja es una de las postales de Montevideo, inaugurada en 1909. Es casi un ritual, para montevideanos y turistas. 

Calle Emilio Reus repleta de colores.
Barrio Reus
También conocido como “De los Judíos”, se extiende entre callejuelas angostas y pintorescas buhardillas rematadas por mansardas parisinas. Fue una idea del inversionista catalán Emilio Reus, que también creó un sector Sur en el actual Palermo. Está ubicado al norte del Palacio Legislativo, en la zona de Villa Muñoz, entre la avenida General Flores y la calle Arenal Grande. Construido en dos años, e inaugurado en 1889, parecía un negocio inmobiliario millonario pero que resultó un rotundo fracaso.
Sus estrechas calles corredor Emilio Reus, Colegiales o el Pasaje de la Fuente, comparten un área patrimonial con la plazoleta Roberto Fugazot. Sus viviendas de dos plantas, unidas entre sí, se asemejan a las tradicionales buhardillas parisinas del arquitecto François Mansard.
Mansardas del Barrio Reus.
De casi medio millar de unidades económicas construidas para su venta en cuotas, quedan en pie menos de 200, restauradas y pintadas en 1993 por la Escuela de Bellas Artes, para darle al barrio un aspecto muy peculiar.
Muy cerca de allí, en la iglesia del Inmaculado Corazón de María, de Inca y Pagola, cada 12 de mayo es venerado San Pancracio. En realidad, el mártir católico, asesinado en Roma en el año 305, es visitado todos los meses, en peregrinaciones, misas y una feria que convoca a miles de creyentes.