La olvidada historia de un inmigrante asturiano, nacido en Gijón, que solía contar el historiador y periodista Lincoln Maiztegui Casas, nos transporta a la década de oro del ajedrez uruguayo, cuando el campeón mundial Tigran Petrosian no tuvo otra opción que darle tablas en una partida memorable jugada en 1966, en La Habana.
Novena Crónica del libro Héroes sin bronce (Editorial Trea, Gijón, diciembre de 2005)
10
de agosto de 1981. Era lunes de noche. Las tablas con Manuel
Dienavorian, habían dejado al Gallego en el primer puesto del Torneo
Uruguayo, con un punto de ventaja. El famoso campeón retornaba para
recuperar el título, luego de nueve años de inhumana ausencia.
Conmovido, como en sus tiempos de chaval, caminaba sin sentir el
riguroso frío montevideano. Mientras comentaba la partida con su
amigo Héctor Silva Nazzari, le asaltaba una evidente excitación,
mezcla de entusiasmo superficial y ansiedad inusitada.
–¿Cómo
viste el juego, Héctor? –fue su duda.
–Muy
bien, podrías haber conseguido el triunfo, pero, un empate es muy
útil. Creo que serás campeón. Superaste con éxito, el escollo de
(Daniel) Izquierdo y (Alejandro) Bauzá, y el Armenio tampoco pudo
ganarte. La senda está libre –respondió el atento compañero,
sensible a su angustia.
–¿Sabés
una cosa? Creo que no voy a ganar el torneo. No me lo van a permitir.
Ellos harán algo. Espero que nos sea encanarme de nuevo –la
irónica sentencia, surgió entre risas nerviosas.
–Tranquilo,
Luis. Pensá en jugar y en viajar con el título uruguayo abajo del
brazo. Sabés que te apoyamos, nosotros tus colegas, y más que
nadie, tu familia, que te espera en Canadá.
–No
Héctor, no voy ser campeón. ¡Estoy seguro!
–Está
bien, allá vos con tus locuras. Pero, seguí estudiando y
preparándote; al futuro, lo veremos.
La charla no fue muy larga, porque el Gallego persistía en su melancólica intuición. Cuando llegaron a la casa de Silva Nazzari, era pasada la medianoche. Allí sacó un paquete, cuidadosamente escondido en su impermeable gris claro. Luego de abierto, hubo un silencio recóndito.
–Deseabas
leerlos hace mucho tiempo y voy a dejártelos ahora.
–¡Pero,
Luis, son tres mil quinientas páginas! Me va llevar mucho tiempo
leerlas. ¿Cuándo te los devuelvo?
–¡Lo
ves! Estás reconociendo que muy pronto me pasará algo malo. ¡No te
preocupes! ¡Prefiero que tú los tengas! –justificó el español,
secándose la humedad de los ojos.
Fue
un obsequio implícito. Respondido con un abrazo estremecido. Los dos
tomos de «Los episodios nacionales» de Benito Pérez Galdós, en la más
lujosa edición de Aguilar, encuadernada en cuero. Desde entonces,
Héctor Silva Nazzari los conserva como un entrañable tesoro.
Rafaela Castro y José Luis Álvarez del Monte, recién casados, con Elina Valada, Cardenio Prieto, Carmen del Monte, y un sobrino que no quiso faltar a la fiesta. (Archivo Cardenio Prieto) |
José
Luis Álvarez del Monte nació en Gijón, el 16 de febrero de 1931. A
los cinco años perdió a su padre, republicano, sin militancia
política. Sola, desamparada y en la mira del enemigo, Carmen, su
madre, emigró a la Barcelona libertaria. La viuda y sus dos niños
fueron peregrinos sin pausa, perseguidos por las bombas franquistas.
Los
tres regresaron en 1942, convencidos de que no corrían peligro. El
imberbe Luis tenía una altura inusual, por encima del metro noventa,
y una personalidad arrolladora. Su insólita inteligencia fue
resplandor en 1945, cuando comenzó a jugar al ajedrez, en la filial
gijonesa del Centro Asturiano de La Habana. Poco después vinieron
los clásicos enfrentamientos contra duchos colegas de Bilbao, que le
dieron estima y prestigio
Imborrable,
aunque poco destacada, fue su primera intervención en el Gran Torneo
de Gijón de 1948. Una justa de primera línea internacional, de las
pocas reconocidas a la España dictatorial, que en dos oportunidades
contó con la presencia del célebre campeón Alexander Alekhine.
En
1950 era el tercer ajedrecista asturiano, en pujante ascenso, tras
los legendarios Román Torán Albero y Antonio Rico González. La
notoriedad llegó junto con un invisible, pero insistente, acoso
oficial que le condujo al exilio. El 8 de enero de 1952 derrotó al
gran maestro polaco Xavier Tartakower, en París. Fue su última
partida como español. A la mañana siguiente se embarcó junto a
sus camaradas, Cardenio Prieto, Luis Forgueras y Luis Suárez, en
tercera clase del transatlántico Cabo de Hornos. El cuarteto deseaba
liberarse de la dictadura, tanto como «hacer la América». El 28
arribaron a Montevideo.
En
la capital uruguaya estaba Román Torán Albero, de gira,
aprovechando su título de campeón ibérico. Luis y Cardenio dejaron
sus cosas en una pensión del Cordón y se fueron al Club Español,
ubicado entonces a dos cuadras de la plaza Independencia. Esa primera
noche montevideana, recorrieron a pie la ciudad para presenciar el
certamen que ganó su paisano.
Luis
debutó en el Jaque Mate, un original círculo de ajedrecistas del
café Miguelito que convocaba multitudes en el final de 18 de Julio,
donde comienza Tres Cruces. En 1954 disputó el Torneo de la Unesco,
en honor al inolvidable congreso que tuvo a Julio Cortázar, en su
equipo de intérpretes. Las partidas se realizaron en el hotel
Ermitage de Pocitos, entre figuras de primer nivel mundial. Contra
todos los pronósticos, que daban como favoritos, al argentino Miguel
Najdorf y al nacionalizado francés Ossip Bernstein, lo ganó el
sorprendente chileno René Letelier.
Álvarez
del Monte quedó lejos de la vanguardia, pero, desde entonces, fue el
más reconocido jugador del Club Nacional de Football. Encaraba la
disciplina como una profesión, pero no era profesional. Para
subsistir, trabajaba como contable en la papelera Flores y Compañía,
y compartía con Prieto, un comercio del rubro que llamó Life, como
la revista estadounidense que coleccionaba con admiración. En el
poco tiempo libre elaboraba creativas columnas de ajedrez para el
diario Época, dirigido por Eduardo Galeano.
Del
Che a Petrosian
En
1961 disputó el Torneo Internacional del Uruguay, recordado por su
paridad y alta calidad. En 1962 representó a Federación Uruguaya en
el Gran Torneo Capablanca, de La Habana, ese año, el más importante
del mundo. Allí conoció al Che Guevara y a Fidel Castro,
ajedrecistas casi desconocidos, pero entusiastas, que influyeron en
su adhesión a los principios de la revolución cubana. El
comandante le obsequió una mesa en forma de castillo, ejemplar
artesanal único.
Estuvo
en tres juegos mundiales que los ajedrecistas llaman Olimpíadas:
Varna, Bulgaria, 1962; Tel Aviv 1964 y La Habana 1966. En la última,
la suerte fue caprichosa con los orientales que debían cruzarse, en
inconcebible debut, con la Unión Soviética. Las series eliminatorias se cumplían en la modalidad de partidas simultáneas, de cuatro
jugadores por equipo. Como primer tablero, a Luis le tocó un rival
paradójico, al que todos deseaban ver, pero, ninguno enfrentar. Una
mente admirada por el planeta, el campeón ecuménico Tigran
Petrosian.
Para
Héctor Silva Nazzari –su amigo, pero objetivo historiador– la
partida del 31 de octubre de 1966, fue la más gloriosa que recuerde
el ajedrez nacional. Álvarez del Monte y Petrosian dieron tablas en
24 jugadas. «Fue empate de verdad, no una concesión por cortés
superioridad. Petrosian hizo, en pocos minutos, una proyección de
todos los movimientos posibles, y daba ese resultado o su derrota.» Tiempo
después, el español admitió que muchas de las especulaciones del
rival, ni cerca le pasaron de la cabeza.
En
su sólida carrera, se cruzó con Robert Bobby Fischer, de 17 años
en 1960, con el soviético David Bronstein –sobrino de León
Trotsky– y con Boris Spassky en La Habana, en 1962. Fue campeón
uruguayo absoluto en 1965 y 1968; compartió el primer puesto con el
inolvidable Walter Estrada, en 1966 y 1967, y fue vicecampeón, en
1954, 1958, 1959, 1960 y1963.
Sus
partidas con Estrada eran promocionadas como un verdadero clásico,
con abundantes comentarios y cobertura gráfica. Ambos fueron los
mejores ajedrecistas del Uruguay, entre las décadas de 1950 y 1960.
Estuvo
en los Juegos Panamericanos de 1968, en el Magistral de Río Hondo,
en 1966 y en Mar del Plata, entre 1960 y 1969. Luego comenzó a
participar menos. En 1970 se inscribió en un torneo, en 1971 no jugó
y en 1972, realizó una sola partida, contra el argentino Carlos
García Palermo, que perdió en tensas noventa jugadas.
«Admiraba
a Luis, aunque, jamás lo seguí en la locura del ajedrez. Tengo el
honor sí, de haber compartido comidas en su casa –asados, fabadas,
sidras y buenos vinos– con Spassky y Petrosian, que le estimaban
muchísimo», recuerda Cardenio, su gran amigo gijonés.
Petrosian,T - Alvarez del Monte,J
Olimpiada de la Habana, 1966
1.e4 e5 2.Cf3 Cc6 3.Ab5 a6 4.Aa4 Cf6 5.0-0 Ae7 6.Te1 b5 7.Ab3 d6 8.c3 0-0 9.h3 Ca5 10.Ac2 c5 11.d4 Dc7 12.Cbd2 cxd4 13.cxd4 Cc6 14.Cb3 a5 15.Ae3 a4 16.Cbd2 Ae6 17.Ab1? [17.a3!? Ca5÷] 17...Ca5 18.Cg5 Ad7= 19.f4 a3! 20.bxa3 Cc4 21.Cxc4 bxc4 22.Ac2?! [22.Cf3!?÷] 22...Txa3 23.Ac1 Ta5 24.Rh1 Tfa8 ½-½.
Partida publicada por Pedro Méndez Castedo, en la Revista del Salón de la Fama del Ajedrez Asturiano.
Petrosian,T - Alvarez del Monte,J
Olimpiada de la Habana, 1966
1.e4 e5 2.Cf3 Cc6 3.Ab5 a6 4.Aa4 Cf6 5.0-0 Ae7 6.Te1 b5 7.Ab3 d6 8.c3 0-0 9.h3 Ca5 10.Ac2 c5 11.d4 Dc7 12.Cbd2 cxd4 13.cxd4 Cc6 14.Cb3 a5 15.Ae3 a4 16.Cbd2 Ae6 17.Ab1? [17.a3!? Ca5÷] 17...Ca5 18.Cg5 Ad7= 19.f4 a3! 20.bxa3 Cc4 21.Cxc4 bxc4 22.Ac2?! [22.Cf3!?÷] 22...Txa3 23.Ac1 Ta5 24.Rh1 Tfa8 ½-½.
Partida publicada por Pedro Méndez Castedo, en la Revista del Salón de la Fama del Ajedrez Asturiano.
A
principios de julio de 1973, en plena huelga general contra el golpe
militar, Prieto decidió visitar a su querido paisano, tras un año
de distanciamiento. «No había sido buena la experiencia de la
papelera. Habíamos discutido mucho y muy poco cordialmente, pero, el
tiempo hizo lo suyo y sentí que debía reconciliarme. Invité a mi
esposa y a mis dos hijos, que aceptaron gustosos, porque ellos
también añoraban esa relación», evoca.
Salieron
muy temprano hacia Pinamar, para llegar antes del mediodía. En el
camino imaginaban un fuerte abrazo y un asado inolvidable, que
pondría las cosas en su lugar. La propiedad tenía un amplio
terreno, con la vivienda casi al fondo, a cincuenta metros de la
calle. Prieto ni siquiera pudo bajar de su vehículo, cuando fue
rodeado por cinco soldados armados con ametralladoras, que apuntaban
directamente contra su familia. La orden fue salir con las manos
sobre la cabeza, como si se tratara de prisioneros de guerra. La
exigencia, que no levantaran la mirada.
Enseguida
los llevaron a donde estaba la esposa de Luis, «apretada» con sus
cuatro hijos. Hubo un careo de reconocimiento entre ellos, que la
valiente mujer resolvió limpiando de acusaciones, a aquellos
queridos amigos. «Rafaela lloraba a mares, abrazada a sus pequeños.
Su testimonio y la presencia de los míos, me salvó de la cárcel.
Un teniente dio la orden que bajaran las armas y me dijo que me fuera
rápido, que lo comprometía. Si me detenían, iba a correr la misma
desgracia, porque los milicos no preguntaban si eras tupa o no. Así,
pudimos salir de esa trampa», evoca Prieto.
El
famoso ajedrecista había caído la noche anterior, en una ratonera
de las Fuerzas Conjuntas, acusado de integrar una célula de la
guerrilla urbana y encarcelado en el infausto Penal de Libertad.
¡Dale campeón!
En la cárcel, Álvarez del Monte produjo un tratado de más de quinientas páginas, en papel cebolla, casi transparente, que no quiso editar. Una parte fue realizada a máquina, pero, la mayoría, escrita a mano. Para los diagramas utilizó sellos de goma, que, seguramente, había conseguido por sus contactos papeleros. «Sabemos que hubo excelentes obras de presos políticos, concebidas en esas brutales condiciones, pero, él redactó y organizó un compendio de jugadas complejas y consejos para resolverlas. En ajedrez, una hazaña irrepetible», sostiene Silva Nazzari, con renovado asombro.
Mauricio Rosencof, rehén de la dictadura, escritor y autor teatral, evoca con afecto los épicos torneos clandestinos, organizados en el Penal de Libertad. Los reclusos, ávidos de ejercitar su ingenio, disfrutaban pasándose los movimientos escritos, de celda en celda. «Eran parecidos a la modalidad que los ajedrecistas llaman postal. Pero, andá a jugarla, en una cárcel de extrema seguridad. Donde las personas no eran personas. Aquellos papelitos fueron un riesgo terrible, hasta irresponsable, que los compañeros gozaban como chiquilines, cuando llegaban a la oficina del Gallego.» Sus compañeros de reclusión le decían El loco del ajedrez. Un apodo que le calzaba perfecto, pero que no era despectivo. «Sus locuras ayudaron a muchos a sobrevivir», recuerda Rosencof.
«Las condiciones de reclusión eran terribles. Nosotros llevábamos a Rafaela y a Doña Cuca –que vivió para él– pero no podíamos ingresar a la visita. Lo veíamos a unos cincuenta metros de distancia, desde las afueras del presidio. Desde allí nos saludaba[...] Aquellos hombres, eran sometidos al peor campo de concentración. Luego supimos que el pobre Luís sufrió torturas, hasta quedar al borde de la muerte. De allí salió muy mal», cuenta Cardenio.
En 1980, fue trasladado al Batallón Florida, por un insistente clamor de organismos internacionales de derechos humanos. La dictadura, hasta ese momento despiadada e implacable, se sintió presionada por una gestión directa del rey Juan Carlos de Borbón, en su primera visita a Montevideo. Como la liberación demoraba, consiguieron un salvoconducto para su familia, que viajó a Québec bajo amparo de refugio político. Antes, dejaron encaminadas las gestiones en la Embajada de España, que fueron una cuestión diplomática por orden del presidente socialista, Felipe González.
El gijonés cruzó el portón del afrentoso Penal de Libertad, en enero de 1981. Le aguardaban, su madre y la familia Prieto. Fiel a su naturaleza, lo primero fue ver a sus cofrades ajedrecistas y volver a su querido Nacional, donde lo aceptaron como federado.
Mientras aguardaba el permiso, para reencontrase con la familia en Quebec, comenzó el campeonato, disputado entre doce jugadores de primer nivel. En la quinta fecha iba primero, luego de ganarle a los rivales más calificados. Todo indicaba que iba a recuperar el título uruguayo, perdido en 1969. Pero, la dictadura tenía pronta su última jugada. Cuando el ambiente ajedrecístico palpitaba la hazaña, un vehículo fue a buscarlo. En absoluta reserva, lo trasladaron al Consulado y de allí al Aeropuerto de Carrasco, con una orden fulminante de deportación a España. Fue la mañana del martes 11 de agosto de 1981.
¡Dale campeón!
En la cárcel, Álvarez del Monte produjo un tratado de más de quinientas páginas, en papel cebolla, casi transparente, que no quiso editar. Una parte fue realizada a máquina, pero, la mayoría, escrita a mano. Para los diagramas utilizó sellos de goma, que, seguramente, había conseguido por sus contactos papeleros. «Sabemos que hubo excelentes obras de presos políticos, concebidas en esas brutales condiciones, pero, él redactó y organizó un compendio de jugadas complejas y consejos para resolverlas. En ajedrez, una hazaña irrepetible», sostiene Silva Nazzari, con renovado asombro.
Mauricio Rosencof, rehén de la dictadura, escritor y autor teatral, evoca con afecto los épicos torneos clandestinos, organizados en el Penal de Libertad. Los reclusos, ávidos de ejercitar su ingenio, disfrutaban pasándose los movimientos escritos, de celda en celda. «Eran parecidos a la modalidad que los ajedrecistas llaman postal. Pero, andá a jugarla, en una cárcel de extrema seguridad. Donde las personas no eran personas. Aquellos papelitos fueron un riesgo terrible, hasta irresponsable, que los compañeros gozaban como chiquilines, cuando llegaban a la oficina del Gallego.» Sus compañeros de reclusión le decían El loco del ajedrez. Un apodo que le calzaba perfecto, pero que no era despectivo. «Sus locuras ayudaron a muchos a sobrevivir», recuerda Rosencof.
«Las condiciones de reclusión eran terribles. Nosotros llevábamos a Rafaela y a Doña Cuca –que vivió para él– pero no podíamos ingresar a la visita. Lo veíamos a unos cincuenta metros de distancia, desde las afueras del presidio. Desde allí nos saludaba[...] Aquellos hombres, eran sometidos al peor campo de concentración. Luego supimos que el pobre Luís sufrió torturas, hasta quedar al borde de la muerte. De allí salió muy mal», cuenta Cardenio.
En 1980, fue trasladado al Batallón Florida, por un insistente clamor de organismos internacionales de derechos humanos. La dictadura, hasta ese momento despiadada e implacable, se sintió presionada por una gestión directa del rey Juan Carlos de Borbón, en su primera visita a Montevideo. Como la liberación demoraba, consiguieron un salvoconducto para su familia, que viajó a Québec bajo amparo de refugio político. Antes, dejaron encaminadas las gestiones en la Embajada de España, que fueron una cuestión diplomática por orden del presidente socialista, Felipe González.
El gijonés cruzó el portón del afrentoso Penal de Libertad, en enero de 1981. Le aguardaban, su madre y la familia Prieto. Fiel a su naturaleza, lo primero fue ver a sus cofrades ajedrecistas y volver a su querido Nacional, donde lo aceptaron como federado.
Mientras aguardaba el permiso, para reencontrase con la familia en Quebec, comenzó el campeonato, disputado entre doce jugadores de primer nivel. En la quinta fecha iba primero, luego de ganarle a los rivales más calificados. Todo indicaba que iba a recuperar el título uruguayo, perdido en 1969. Pero, la dictadura tenía pronta su última jugada. Cuando el ambiente ajedrecístico palpitaba la hazaña, un vehículo fue a buscarlo. En absoluta reserva, lo trasladaron al Consulado y de allí al Aeropuerto de Carrasco, con una orden fulminante de deportación a España. Fue la mañana del martes 11 de agosto de 1981.
Foto familiar de 1965. Álvarez del Monte a la izquierda, de rodillas, Cardenio y Elina a su lado, y Rafaela parada a la derecha. (Archivo Cardenio Prieto) |
Cardenio
Nació en la calle Begoña, el 19 de octubre de 1925. Es el menor de cuatro hijos de Martín Prieto y Luisa Díaz. Su padre fue perseguido, como antiguo secretario del Ateneo y del Foro Republicano de Gijón; duro miliciano astur, destacado por su temeraria valentía en la decisiva batalla del Ebro. «Fue quien me llevó por primera vez, a un acto de Indalecio Prieto, en El Molinón. Yo tenía nueve años, y me pasé el día corriendo sobre el verde césped. Lo recuerdo charlando animadamente, con compañeros madrileños y catalanes, de quienes luego supe por crónicas de la Guerra Civil».
El conflicto estalló cuando Cardenio tenía diez años. «Allá se fue Papá, con ilusión. Nunca más volvió. Nunca más lo vimos. Pasó el resto de su vida resistiendo, en una especie de clandestinidad, entre Barcelona y Madrid, pero, sin caer en la cárcel». Le acompañó su hijo mayor, Mario, hoy de 87 años, gravemente herido en Zaragoza, que permaneció más de seis décadas fuera de Asturias.
A los catorce años salió de la escuela, para trabajar como mecánico naval del Musel y en la empresa de conservas Hijos de Ángel Ojeda. Allí aprendió el oficio de matricero. Debió cumplir el servicio militar, como radiotelegrafista. Fueron dos años y medio, en Mérida y Cáceres. «Conocí cada rincón de Extremadura. La Guardia Civil me paseaba de un lado al otro, porque no tenía comunicaciones. Quizá por eso, nunca se dieron por enterados que venía de una familia de combatientes republicanos. Nunca se enteraron, tampoco, que demoraba la información sobre los maquis de la sierra de Gredos[...]
Poco después me trasladaron al cuartel de Ingenieros de Trasmisiones, frente al Palacio de El Pardo. Algo insólito, que demuestra que mal andaba la inteligencia del régimen».
Conoció a Luís Álvarez del Monte, en una de las tantas partidas infantiles del Parque Japonés, pero, su gran amigo era el marmolero Luís Forgueras. El grupo se completaba con otro personaje, el ebanista Luís Pepitillo Suárez. «Una buena tarde nos cansamos de trabajar mucho y ganar poco y nos decidimos a viajar al Uruguay. Mis compañeros abordaron el barco en Barcelona, pero, yo, fui por tierra hasta Cádiz. Los franquistas trababan mi salida, obligándome a quedar como telegrafista».
Los jóvenes paisanos llegaron juntos al puerto de Montevideo, con una pasión común, el ajedrez. «El genio era Luís, los demás movíamos las piezas. Era un muchacho de buena familia, un aristócrata que había estudiado mucho, que no hizo la universidad, porque prefirió arrojarse a la aventura. Recuerdo que traía un ropero vertical, que todos envidiaban, con perchas y trajes elegantes. Además, su madre, Doña Cuca, le mandaba parte del dinero que ganaba como honesta, pero hábil prestamista».
Cardenio trabajó en sus dos oficios: matricero y mecánico naval. Participó en el montaje de plantas famosas del país –Fábrica de Papel CISSA y Aluminios del Uruguay– y fue técnico del astillero griego Tsakos y de la metalúrgica Regusci y Voulminot, entre 1951 y 1981.
«Admiraba a Luís, aunque, jamás le seguí la locura del ajedrez. Tengo el honor sí, de haber compartido comidas en su casa –asados, fabadas, sidras y buenos vinos– con Boris Spassky y Tigran Petrosian, que le estimaban muchísimo. El tablero no tenía mayor espacio en mi vida, porque te roba horas y no alimenta a tu familia», evocaba Prieto, quien se presentaba como un «ajedrecista meritorio».
Jaque
Héctor Silva Nazzari lo conoció en algún torneo de 1959. Al principio fue una buena relación, que se fortaleció, paradójicamente, durante la reclusión política y en los meses que permaneció en el país, antes de la deportación. «Para quien lo trataba superficialmente, parecía pedante e insufrible. Quizá, por su talla imponente. Quizá, porque era algo pagado de su inteligencia. Pero, en el fondo había otro individuo, muy sensible[...] Que salió cambiado del Penal de Libertad. Es algo muy personal, pero, creo que tanto dolor, derribó la barrera de su aparente soberbia», afirma Silva Nazzari.
El correo entre ambos era asiduo, con libros y noticias, sobre la pasión compartida. En 1982, Álvarez del Monte disputó la final del Torneo de Québec. La última carta llegó una tarde de noviembre, del año siguiente. Poco después, los ajedrecistas uruguayos supieron que el Gallego sufría un cáncer de garganta avanzado. Prefirieron respetar la voluntad familiar, que cortó todo contacto. «Quiero pensar que no murió, pero, nos había prometido que regresaría con la democracia; pero si Luís hubiera estado vivo después de marzo de 1985, habría venido a recuperar su añorado título uruguayo», afirmaba Héctor, con nostalgia, pero sin certeza.
Rafaela
José Luís Álvarez del Monte se casó con una hermosa gijonesa, que conoció en Montevideo, hija de Faustino Tino Castro, defensa del Real Oviedo y de la selección española, que compartió alineación con la Delantera Eléctrica. El gran deportista falleció trabajando en el Estadio Centenario, donde era un personaje apreciado por sus historias y sus glorias.
«Es una mujer de carácter. La dictadura intentó enviarla a prisión. Pero, supo defenderse y defender a sus cuatro hijos, como una leona con sus cachorros[...] Cuando se alejó de Luís, momentáneamente, fue solo para no entorpecer las gestiones del gobierno español, que presionaba por su liberación. Fue admirable su tarea, en una memorable campaña popular, que le permitió a su esposo, viajar desde Gijón a Québec», recuerda la oriental Elina Valada, esposa de Cardenio. Ella está segura, que Rafaela Castro acompañó a su esposo hasta el último día, en 1995.
José Luís Álvarez del Monte se casó con una hermosa gijonesa, que conoció en Montevideo, hija de Faustino Tino Castro, defensa del Real Oviedo y de la selección española, que compartió alineación con la Delantera Eléctrica. El gran deportista falleció trabajando en el Estadio Centenario, donde era un personaje apreciado por sus historias y sus glorias.
«Es una mujer de carácter. La dictadura intentó enviarla a prisión. Pero, supo defenderse y defender a sus cuatro hijos, como una leona con sus cachorros[...] Cuando se alejó de Luís, momentáneamente, fue solo para no entorpecer las gestiones del gobierno español, que presionaba por su liberación. Fue admirable su tarea, en una memorable campaña popular, que le permitió a su esposo, viajar desde Gijón a Québec», recuerda la oriental Elina Valada, esposa de Cardenio. Ella está segura, que Rafaela Castro acompañó a su esposo hasta el último día, en 1995.
(ese comentario esta escrito en frances)
ResponderEliminarJe suis ravi d'avoir trouvé ce billet au sujet de mon ami José Luis que j'ai connu à l'Université de Montréal vers 1984-1985. Bien que mes souvenirs soient approximatifs, je suis assez sûr des dates.
J-L. Alvarez est mort en 1994 (ou 1995) et non en 1984.
Il est venu mangé chez moi à au moins deux reprises avec Rafaela, quand j'habitais rue Édouard-Montpetit, à Montréal. J'ai même des images vidéo de lui prises en VHS autour de 1989 (je devrais numériser tout cela avant que les images se dégradent...).
Bien entendu, il m'a raconté toutes sortes d'histoires dont les pénibles années d'emprisonnement.
Je conserve également une série de timbres que José Luis m'a donné à l'occasion d'une viste chez lui à Greenfield Park. Il s'agit d'une "Emision conmemorativa en honor de José Raul Capablanca- xxx aniversario de la conquista del campeonato mundial de Ajedrez (1951).
Elle porte la dédicace: "Para Patricio, un recuerdo de la primer visita a nuestra casa (mot illisible ou indécodable) Rafaela".
Son fils aîné (je ne me souviens plus de son prénom était-ce Jorge ?) est décédé tragiquement ( à l'âge de 27 ou 28 ans) durant l'hiver de 1990 (ou 1991) sur la Rive-Sud de Montréal. Je me souviens d'être allé au salon funéraire avec ma femme. C'était déchirant. Il n'avait seulement que quelques années de moins que moi (j'en ai 50 aujourd'hui). José Luis n'a plus jamais été le même par après et il est mort quelques années plus tard d'un cancer.
Je me souviendrai toujours de José Luis, un être humain exceptionnel. Je me considère privilégié de l'avoir connu.
Merci José Luis et merci à vous de conserver un peu de sa mémoire à travers votre blogue.
Patrice Leroux
Tenemos un grupo en Facebook de "Historia del ajedrez español", he publicado el enlace con mucho éxito.
ResponderEliminarGran material que llego a conocer gracias al libro "Viajando por el ajedrez uruguayo: 1980-1989" de Bernardo Roselli.
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