Manuel Losa Rocha. Consuelo Villar. Andrés Pazos. Celestino Pichel Bouzas. Alberto Varela Feijoo. Eduardo Martínez (O’Cañotas). Pepe Castro González. José Lage (Pepe Montoya). Xose María Monterroso Devesa.
Sobre la base del libro Galicia en Uruguay. Ignacio Naón (fotos), Armando Olveira Ramos (investigación y textos). Montevideo, 2009 (versión española). Santiago de Compostela, 2010 (versión gallega).
Al pie de la letra
Es un hombre fiel. A su patria natal, a
la adoptiva, a sus afectos, a sus ideas, a sus principios, pero,
fundamentalmente, a la memoria y la cultura de sus antepasados. Manuel Losa Rocha es continuador de
una antigua tradición de libreros gallegos, iniciada por José Serrano, el primer
editor Rodó, Francisco Vázquez Cores, Manuel Magariños, Manuel Barreiro y
Ramos.
Nacido en Santiago de Compostela en
1941, vino de niño a Montevideo. El joven inmigrante comenzó a trabajar como
vendedor independiente de una editorial mexicana, hasta que en 1969 fundó M. R. Losa
Libros Técnicos, antecedente de Losa Libros. “En los primeros tiempos nuestros
clientes eran profesionales y estudiantes de ingeniería, electricidad, electrónica,
mecánica, administración En 1978 comenzamos a importar los primeros tomos de
informática, actividad en aquel momento pionera en nuestro país”, recuerda.
En 1986 estaba instalado en Colonia 1567, hasta que
se mudó al 1551 de la misma calle, esquina Tacuarembó. “Poco a poco se fueron
incorporando áreas nuevas: educación y literatura infantil. En 1988 alquilamos
el local lindero, donde todavía estamos, para albergar los nuevos temas y para
organizar la librería en dos secciones bien diferenciadas”, explica.
En 2006 mantuvo un encuentro
fortuito, de más de dos horas, con Patricia, hija de Manuel Ferrol, célebre fotógrafo
de la emigración. “Fue un 17 de marzo, en la exposición Galegos, presentada en el Cabildo, que narraba la diáspora de la
década del 1950. En plena charla vi una
foto y, de pronto, ¡oh sorpresa! Allí estaba el buque Juan de Garay… y ese niño
apoyado en la baranda era yo.”
Patricia arrancó a Losa la promesa
de que iba a contar sus vivencias de viajero en un homenaje póstumo a su
padre, en La Coruña. La breve narración, de ocho páginas, causó tal sensación
que lo animó a escribir su primer libro, a los 66 años.
Relato
de un emigrante. De Santiago de Compostela a Montevideo, traducido al gallego como Relato dun emigrante, es una
autobiografía publicada en abril de 2007, en la que describe su infancia con
sentimiento y emotividad; de sus carencias y de su felicidad; de su arraigo y a
la vez de su desarraigo, el sufrimiento, la congoja que experimenta casi todo expatriado,
en cualquier tiempo y lugar.
“Trato de describir las historias de nuestras
instituciones, en especial el Centro Gallego de Montevideo, y aspectos de la
vida cotidiana de aquel país que me recibió; de algunos personajes, y de inmigrantes
gallegos que por algún motivo se destacaron y tuvieron alguna influencia en la
formación de Uruguay y su sociedad”, cuenta Losa.
El
vendedor de libros,
O vendedor de libros, fue editado en
mayo del mismo año, medio siglo después que un amigo hiciera posible
que vendiera su primer libro. Fue un 26 de mayo, Día del Libro de 1949, cuando
se inició en una profesión apasionante que lo atrapó para siempre. Ese amigo
aún ignora, cuán decisivo fue en su vida.
Luego vendría una biografía de una
influyente personalidad del galleguismo uruguayo, Don Jesús Canabal Fuentes,
hijo predilecto de O Pino, publicado en 2008. Su última obra fue presentada en
abril de 2009: Cuatro historias de
emigrantes, Catro historias de
emigrantes, con relatos sobre la vida de Isidro García García, Eduardo Martínez
Filgueiras, O'Cañotas, José Lage
Sierra, Pepe Montoya, y Antón Crestar
Faraldo.
Así es la vida de aquel niño que
sigue con su mirada fija en el puerto, desde la baranda de aquel barco, pero
ahora en la tapa de un libro escrito cincuenta y dos años después. El
compostelano Manuel Losa Rocha es un entrañable gestor cultural de la
inmigración gallega, un apasionado de la literatura y los libros, que se hizo escritor por un
hecho fortuito y una fotografía perdida.
Los bellos ojos del teatro
Los bellos ojos del teatro
Consuelo Villar, emblema del Patronato, y apreciada actriz en lengua gallega. (Ignacio Naón, 2009) |
Consuelo Villar, la bella coruñesa, de mirada
cautivante, vino con su hermana dos años mayor, reclamadas por una tía paterna. Partieron de Vigo, en el barco argentino Yapeyú, en un clima de
festejo, que se transformó en fúnebre a mitad de camino, por la muerte de Eva
Perón. “Papá no estaba de acuerdo, porque era su preferida, pero me dejó venir.
Creo que fue porque insistí tanto, y porque
estaba tan convencida de que iba a hacerme rica, como tantos paisanos. Creía
que podía hacerlo, aunque fuera mujer, pero no estaba preparada, porque allá
solo me habían enseñado a rezar.”
De la llegada recuerda que ella y su
hermana estaban vestidas de verano, y que su tía Carmen las esperó en el puerto
con “un tapado negro hermoso”, porque hacía mucho frío. Ella vivía en dos
piezas de una casa de inquilinato de la calle Washington. “Fue mi primera
desilusión, porque en ese momento me di cuenta que las cosas no eran como había
soñado. Estuve seis meses sin trabajar, me alimentaron, me hicieron socia de Casa
de Galicia, y me consiguieron un empleo como doméstica en la casa de un médico alemán, en Rio Branco y San José.”
Consuelo no sabía hablar español,
porque en su casa de Ponteceso solo se hablaba gallego. “Tenía que llevarles el
almuerzo a la cama, respondiéndoles siempre: mande, diga señor o diga señora, y
me humillaban mucho por no saber castellano.” En 1961 fue llevada a Buenos
Aires para trabajar en la casa de un procurador que vivía en Callao y Lavalle,
donde tampoco pasó bien, y fue acogida por un matrimonio lituano que la
protegió y la ayudó a volver a Montevideo.
Retornó a Galicia en 1988, después
de 36 años sin ver a su familia. “Pensé que nunca iba a volver, porque a pesar de mis sueños juveniles de requiza no tenía
dinero para viajar por mi cuenta, pero mi madre me pagó el pasaje. Cuando
llegué a Madrid fue un estremecimiento, y de allí a Galicia en tren. Me estaba
esperando una viejita con un pañuelo negro en la cabeza, acompañada por una
mujer mayor. Era mi mamá, que había dejado de ver cuando ella tenía 38 años, y
mi hermana que había visto por última vez con once años. Fue entonces cuando
pensé: ¡cuánto tiempo perdido! “ Después volvió tres veces más, la última en
2004.
Consuelo se casó con un inmigrante
pontevedrés de Ponteareas, con quien tuvo dos hijas, y con quien pudo comprar
una casa, su mayor patrimonio material. Su esposo enfermó de cáncer en 1990, y
ella debió cuidarlo día a día. “Pude ver como
moría gente en el Instituto de Oncología, abandonada, que comía en latas de duraznos en
almíbar porque no tenían plato. Esa experiencia me cambió la vida, me fortaleció.”
Se vinculó con el Patronato de la
Cultura Gallega como fiel escucha del programa radial Sempre en Galiza. Desde entonces, es la más popular actriz de teatro
en lengua gallega de la colectividad. “Me encanta actuar, quizá por las
tristezas pasadas, me gusta que la gente se ría, contar cosas de nuestra
tierra, sin agredir. Me gusta hacer de bruja, muchísimo. Tengo algo dentro de
mí. Me hubiese gustado hacer teatro profesional.”
-Nunca es tarde -es la respuesta que
suele recibir cuando confiesa su vocación.
-No, por favor, ya soy vieja para
eso -responde Consuelo, la emblemática actriz del Patronato. La bella coruñesa,
de mirada cautivante.
Pazos
de la memoria
Andrés Pazos en Subar, célebre punto de encuentro de artistas en la esquina de Maldonado y Jackson, poco antes de regresar a Compostela. De fondo un afiche de Whisky. (Ignacio Naón, 2008) |
Arribó a Montevideo en 1952, con sus
padres, Aurelio y Prudencia, de la mano de su hermano menor José Antonio. Aquí
conoció una escuela laica, aunque fueron curas quienes le subieron al
escenario. En 1967 fue llevado a un nuevo desarraigo, Buenos Aires. Allí
disfrutó su primer éxito memorable, en el barrio porteño de Pompeya. Por
entonces ya no era católico y militaba contra la dictadura de Juan Carlos
Onganía. Poco después regresaba a Montevideo, con tres ilusiones. La primera,
reencontrarse con el país eternamente democrático. La segunda, casarse con
Marta, aquella niña que amaba pero que nunca había sido su novia. La tercera,
ingresar a El Galpón, un emblema mayor del arte escénico rioplatense. Pero, en
1973, la noche represiva también oscureció a la Suiza de América. El suyo fue un exilio interior, que suele ser
mucho menos glorioso que el destierro, pero, no menos inhumano, ni menos digno.
Resistió a la dictadura, como resiste un actor. En el entrañable Teatro La
Gaviota estrenó la rebelde Sacco y
Vanzetti. Fue un desafío al censor que luego le persiguió, con crueldad y
discreción. Tanta, que debió subsistir como vendedor de cosméticos, puerta a
puerta, y peluquero a domicilio. Era el precio de la dignidad.
Con el retorno de la democracia, en
1984 también volvió El Galpón, renovado y creativo. Durante ocho años participó
en sus principales puestas: El enfermo
imaginario, Los veraneantes, Pericles,
Artigas general del pueblo. Y recibió
premios y distinciones. Entre tantos, más de un Florencio, la estatuilla que
recuerda al gran autor nacional.
En 1992 viajó a Santiago por un mes,
pero se quedó nueve años, llamado por el resurgimiento del teatro autonómico.
Fue Vences de Alén en A Lagarada, de
Ramón Otero Pedrayo, dirigido por el catalán Pere Planella. Regresó a
Montevideo en 1999, en principio contra su voluntad.
"Las oportunidades llegan
cuando no te las esperas", solía repetir, sin mayores aclaraciones, cuando se refería a Whisky, la más notable película del joven cine uruguayo, rodada entre el 5 de mayo y el 28 de agosto de
2003. Su papel fue el protagonista, Jacobo Köller,
judío de vida monótona, dueño de una modesta fábrica de medias. Que hizo
historia en Cannes.
–¿Te sientes un galleguista? –era la
pregunta que le ruborizaba, cuando alguien evocaba su compromiso con el Patronato
da Cultura Galega.
"No merezco tanto honor. Galleguista
era Castelao, que dio su vida por la dignidad. Solo soy un compostelano con
morriña", respondía siempre. Regresó en 2008 a
su tierra natal, luego de dejar una marca indeleble en su patria adoptiva.
Retornó, para vivir con los suyos. Para morir con los suyos.
(Andrés
Pazos falleció en Santiago de Compostela, un mes después de editado el libro
Galicia en Uruguay, el 13 de enero de 2010)
No
habrá otro como él
Pichel en su casa de Villa Española. (Ignacio Naón, 2009) |
El pontevedrés Celestino Pichel
Bouzas, nacido el 17 de noviembre de 1926, en Viascón, una pequeña aldea del
ayuntamiento de Cotobade, es un admirado maestro de gaiteros, señalado como el
mejor de la emigración gallega en el mundo. El reconocimiento le llegó un 3 de
agosto de 1997, en Santiago de Compostela, en una fiesta popular que cubrió de
orgullo peregrino la Plaza del Obradoiro.
En Galicia fue carpintero como su
padre, Salvador, pero cada domingo era invitado a una fiesta de pueblos
cercanos, y no tanto. “Era pequeño cuando tuve el honor de tocar en un 25 de
julio compostelano con mis hermanos.” De su madre, Sabina, recuerda que era "una mujer luchadora, por su familia y sus hijos, que lavaba ropa en el río Cabanelas".
Llegó a Montevideo en el barco
francés Laennec, a los 24 años. El viaje fue una verdadera fiesta a bordo,
porque Pichel y otro gaitero cruzaron el Atlántico tocando cada día del
itinerario. Vino para trabajar como carpintero, pero se enfermó respirando el
aserrín. La oportunidad llegó poco después, por un concurso en Casa de Galicia,
que ganó con aplausos. Desde hace más de medio siglo es el emblema musical de
la mayor institución gallega del mundo. “Aunque estoy retirado, siento que soy
parte de mi Casa, a la que le debo todo”, dice, mientras se prepara para dar un
breve aturuxo que anuncia la emoción
de una muñeira en solo de gaita.
Su estilo es único, de digitación
pronunciada, firme, y suave manejo del fuelle al que insufla su singular
talento. “No puedo explicarlo, porque me sale naturalmente: lo tengo en la
cabeza y el corazón.”
Como maestro tiene un principio. “Cuando aprendes bemoles y sostenidos ya está, puedes lanzarte a tocar.” Lo
dice como autodidacta de oído absoluto que puede interpretar cualquier
instrumento solo con escuchar sus notas.
Pichel fue pionero en la enseñanza de la gaita a mujeres, en América y
el mundo, porque tuvo sus primeras alumnas en la década de 1960. “Llegué a
tener una veintena de gaiteras con las que me divertía mucho, porque la gente
las miraba, primero con sorpresa, pero luego con admiración. Muchas de ella tocan muy bien.”
Recuerda con especial cariño a las
hermanas Doldán, por su perseverancia y dedicación, y por la entrañable
relación que tuvo con Manuel, su padre. “Fue un gran amigo y un gran
comerciante, propietario del bar Brasil, de avenida Brasil y Brito del Pino.
Por Don Manuel tuve un kiosco de diarios y revistas, que quedaba en la puerta
de su negocio. Un día me lo ofreció, pero yo no tenía plata. Pero Doldán
insistió. Me citó al día siguiente, para arreglar un pago a muy largo plazo.” Celestino se jubiló de vendedor de diarios y revistas en 1990. “Los viernes,
sábados y domingos me iba derecho de los bailes al quiosco. Era un esfuerzo
pero me encantaba, porque me fue muy bien, y porque fui canillita como otro
pontevedrés: Adrián Troitiño.”
El sucesor del gran maestro es Carlos
González, su alumno predilecto, hijo de un amigo gallego con el compartió su
primera experiencia orquestal, la Hispano
Oriental, en la que interpretaba el saxofón. Luego dirigió tres grupos
inolvidables: Pichel y sus Caribes, Gaiteros de Cotobade, y los célebres Gaiteros de Pichel. “Estaba en la Quinta
de Galicia, todos los domingos. ¡Si se habrán formado parejas en mi pista!”
En la década de 1960 llegó a tener
una agrupación de 25 músicos que desfilaban en las memorables romerías por 18
de Julio, cada 12 de octubre. “Arrancábamos en la Plaza Independencia, hacíamos
una parada en el Entrevero y llegábamos hasta la Intendencia. ¡Cómo sonaban
nuestras gaitas!”
De sus colegas de aquella época de
oro recuerda a José Villaverde y Manuel Botana. “Ellos eran muy buenos, pero yo
no era chambón”, afirma convencido, al tiempo que lo demuestra con unas notas
del Himno de Galicia, que ejecuta respetuosamente, de pie.
“Pichel es un símbolo de la cultura
gallega en nuestro país. No hubo, ni habrá otro gaitero igual”, afirma Ismael
Martínez, el erudito bibliotecario de Casa de Galicia, en una emocionada
semblanza.
El
nacimiento de una pasión
Alberto Varela Feijoo y esposa en su residencia de Carrasco. (Ignacio Naón, 2009) |
Nacido en Santiago de Compostela, en 1918, su padre, Teodoro Varela Radio,
ingeniero de minas, inspector de trabajo y magistrado del Tribunal Supremo de
España, era hermano de dos memorables emigrantes gallegos a Montevideo: José
fue fundador de la ferretería Varela Radío y de la fábrica de esmaltados SUE;
Ramón fue socio del pionero y presidente del Banco Español.
El compostelano pasó su niñez entre
la residencia familiar, idas a Padrón y veranos en la playa de Noya, de visita
a su inolvidable tía Andrea, que crió a su padre y vivió 101 años. Realizó la
secundaria en la Institución Libre de
Enseñanza de Madrid, donde fue alumno de Pío Baroja, quien solía desprestigiar
la profesión médica que había ejercido por un tiempo, mientras novelaba muchas
de las historias que publicó en su Árbol
de las ciencias. Baroja le dedicó un ejemplar al joven que disfrutaba aquel
ambiente culto, entre discusiones del escritor vasco con sus colegas José
Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno.
En 1936 se fue becado a Alemania,
para perfeccionar la lengua aprendida por una formación familiar germanófila.
Allí vivió la experiencia más estremecedora de su vida. “Estaba en el Stadium
de Berlín, a pocos metros del Hitler, el día que Jesse Owens ganó una de sus
cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de ese año, saltando en largo
8.06 metros. Presencié de cerca, la salida furiosa del Fuhrer nazi y su estado mayor, para no estrechar la mano de un
negro.” Ese mismo año revalidó su bachillerato en Francia, para cursar el preparatorio
en Medicina, en 1938 obtuvo el Certificado de Biología General en la Sorbona de
París, y en 1939 el Certificado de Etnología de la célebre universidad.
En 1940 arribó a Montevideo para
estudiar Medicina en una facultad que por entonces era admirada en el
continente. En 1949 se graduó como médico cirujano y fue admitido como asistente
en el Servicio de Ginecotocología del insigne profesor Juan José Crottogini, para
luego iniciar su carrera como ginecólogo de Casa de Galicia.
Fue jefe de la Maternidad del
Hospital Británico, becado por el British Council, para realizar un curso de en
centros ginecológicos y obstétricos de Londres. Allí trabajó más de cuatro
décadas, al tiempo que recorría el mundo como médico de la compañía de aviación
Iberia, hasta su retiro en 1993, a los 75 años.
“Parece mentira, pero desde niño,
siempre he sido extranjero, o si se quiere forastero. Viviendo en Santiago,
íbamos a Madrid, a visitar a la abuela, donde se burlaban de mi acento gallego;
pero cuando regresaba a casa imitaban mi tonada castellana adquirida. En Alemania
se notaba a la legua que no era de allí, en un país que sufría de xenofobia.
Luego me fui a Francia, cuando estalló la Revolución Española, y en la Sorbona
me decían que tenía acento más inglés que español. Cuando llegué a Montevideo,
el primer regalo que recibí fue un apodo: Gallego.
En los hospitales británicos siempre tuve problemas con el inglés, y para
colmo, en esa época viajé al continente con mi Ford Cónsul convertible, que
tano me gustaba. Fue en Compostela que unos jovencitos, al ver mi matrícula
inglesa me gritaban furiosos: devuélvannos Gibraltar". Aquella tarde inolvidable, el insigne médico compostelano se bajó riendo y con una sonrisa trató de explicarles algo, difícil de explicar.
O’Cañotas
O'Cañotas entre sus esculturas en madera. (Ignacio Naón, 2009) |
El coruñés emigró a Río de Janeiro
en 1951, pero no soportó el clima y encima le llegaban buenas noticias de
Uruguay. Así fue que ingresó clandestino por el norte del país, para llegar a
Montevideo en 1953. Comenzó a trabajar como carpintero a los 35 años en la
empresa de Juan Carlos Nogués, hijo de un gallego de Vigo. Poco después
consiguió la documentación necesaria
para reclamar a su familia en 1955, cuando los hijos tenían edad de
preescolares.
Su carrera como escultor y escritor
autodidacta se inició en 1988, cuando se
jubiló. Tiene más de 37 tallas donadas a
instituciones gallegas de Uruguay y culturales
de Galicia, Una muy especial, ubicada en la Casa de la Cultura Antón
Avilés de Taramancos de Sierra de Outes, muy cerca de su Noia natal.
“Mi intención como escultor, no es crear
obras de arte, sino por un lado rendirle
homenaje a muchas personas de la cultura y de la política gallega a las que conocí, viviendo en Uruguay. Y por
otra, para despertar el interés de sus paisanos, para que se instruyan.”
Regresó siete veces a Galicia, la primera en 1979, por un regalo de
su hijo Camilo, transformado hoy en un catedrático de la Facultad de Derecho de
la Universidad de la República. “Soy diestro para trabajar, ambidiestro diría,
pero soy zurdo para pensar, medio
anarquista de ideas, admiro a Castelao y
a Antón Aviles de Taramancos, el gran escritor coruñés que leo cada día de mi
vida”, cuenta O’Cañotas con la más gallega testarudez, con la más coruñesa emoción.
Tallar,
narrar, trascender
Pepe Castro en la Rambla Sur de Montevideo. (Ignacio Naón, 2009) |
ferretería y vi una caja con
acuarelas. Quedé maravillado. El dueño, que era vecino, me dijo que me las llevara
y que se las pagara como pudiera.” Pepe llegó a su casa entusiasmado, dispuesto
a pintar sus paisajes más queridos, pero se dio cuenta que no tenía papel,
porque su familia era muy pobre. Fue cuando comenzó a colorear sobre
envoltorios marrones.
El joven no había cumplido 17
años cuando llegó solo a Montevideo, en el Laennec, un barco de pasajeros de
bandera francesa. Fue una peripecia inolvidable, de cielos ajenos, olas
inhóspitas, y de sueños de riqueza en un mundo nuevo compartido con tantos
paisanos. En la capital uruguaya trabajó en una fábrica de sillas y sillones, y
en 1965 se asoció con sus hermanos en una carpintería de Colón, que con el
tiempo fue toda suya. Al mismo tiempo estudiaba historia del arte, pintura en
sus diferentes técnicas: pastel, acuarela, óleo, carbonilla y tinta china,
dibujo artístico y técnico. Su conocimiento de la madera lo llevó a dedicarse a
la escultura en este noble material, con un entusiasmo que lo impulsó a visitar los principales museos de
arte de Europa, cuando volvió a Galicia por única vez, en 1980.
Los principales políticos uruguayos de fines del siglo pasado fueron tallados por Castro. (Ignacio Naón, 2009) |
“Sancho, todos dicen que estoy
loco”, “Homenaje a Pilar”, “Tradición”, “Torres gemelas”, “Tótem”, “Gente
trepando”, “Dous amores”, “Recuerdos del 2002”, “Torre de Babel”, “Anaconda”,
“Destapando la capilla”, “Arca de Noé”, “Historia de la inhumanidad” , “Celtas
y Vikingos”, “Historias y recuerdos”, “Desembarco”, “Tierra, mar y cielo”,
“Mundo”. Son algunas de sus obras, entre ellas enlazadas por un concepto que
guía su vida: “Las esculturas deben
contar historias, deben
transcender”, afirma convencido Pepe
Castro.
Un gallego de dos mundos
Pepe Monterroso con la rambla del Parque Rodó vista desde el living de su apartamento montevideano. (Ignacio Naón, 2009) |
Es un notorio activista en favor de
la cultura y la lengua gallega, en libros, periódicos, espacios radiales y conferencias, y por su
compromiso con la política autonómica. Pianista, poeta, gestor cultural,
apasionado por la filología y la onomástica, es un sensible investigador
de la genealogía de las familias
gallegas que, desde el siglo XVIII, crearon estirpes en la Argentina y Uruguay.
Fue fundador de la Asociación de
Escritores en Lengua Gallega y de la Asociación Gallega de la Lengua, y es
socio activo del Instituto de Estudios
Genealógicos del Uruguay. Recibió premios en ambos lados del Atlántico, dos por
siempre recordados: Feria del Libro da Coruña (1993) y Vieira de Prata del
Patronato de la Cultura Gallega (Montevideo, 2004).
Su obra recorre todos los temas de
la emigración gallega: Cara ó lonxe,
noite adiante (poesía, 1973)¸ As ruas
da cruña (democratizaçom e galeguizaçom do nomenclátor, sem assinar)
(1978); O galego hoxe (colectiva,
1978); Nau enfeitizada (poesía,
1979); Galego e galeguismo
(antología, 1979); De amor e desamor
(I y II, colectiva, 1984 y 1985); Sobre o
portunhol (colectiva, 1986); O tema
da emigración no Castelao gráfico (premio Jesús Canabal, Montevideo, 1987);
Memoria de Tacuarembó (poesía,
Montevideo, 1987); Apelidos galegos
(1990); O cemiterio de Santo Amaro, A
Corunha (1992); Apeligos
Galego-Portugueses no mundo (colectiva, 1993); Aquela Luz (poesía, 1997); Casamientos
en la vieja Coruña (1999); La
onomástica como auxiliar de la Genealogía (Buenos Aires, 1999); Seis familias de Tacuarembó (2000), Mil e pico de nomes galegos do Uruguai
(2009).
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