Cómo seducir a Clío
Su inmemorial apellido piamontés fue la mitad estratégica de una agencia memorable que fundó con su amigo Juan Carlos Ferrero. Ambos innovaron en un concepto que en la década de 1970 no existía en la publicidad uruguaya: la dupla creativa. “El pionero fue William Bernbach en DDB. Nosotros vimos su aplicación en la agencia DPZ de San Pablo y lo pusimos en práctica”, evoca. Su vida es el relato de quien lo hizo todo en su profesión. Desde el jovencito audaz que se atrevió a traer por primera vez los premios Clío a su país, hasta el influyente ejecutivo internacional transformado en propietario de la única McCann Erickson autónoma en América Latina. “Coca Cola es una marca que te marca. Un cliente global, no sólo por su negocio, sino por su significado cultural. Y aunque ya no tenemos la misma relación de contacto humano de antes, me acompañará siempre”, asegura. Para él hacer Publicidad es acercarse a la verdad. “El slogan de McCann es de los más simples y efectivos de la historia de la comunicación”, afirma. Para él, la verdad debe ser bien dicha. Y bien vista.
Foto: Maite Fojo, 2010. |
-¿Hubo
algo de tu juventud que te orientó hacia la Publicidad?
-A
inicios de la década de 1960, cuando iba a ingresar a la Facultad de
Arquitectura, fuimos de viaje a Europa con mi padre, que era
representante de firmas italianas de electrónica. De regreso, para
que yo tuviera una actividad comercial, él compró un periódico
sectorial, un órgano semioficial de la UTE que se llamaba Corriente
Alterna y se publicaba mensualmente desde
1926. Como me gustaba el dibujo, lo transformé en una revista, justo
cuando nacía la televisión, y aprovechamos un gran auge que
despertaba con fábricas y plantas de armado de aparatos. Luego edité
la revista Despegue,
dedicada al marketing y la comercialización. Por ese medio conocí a
Wilmar López, director de arte que había salido de la agencia
Imperio y se había
instalado como free lance, a quien le encargaba bocetos y originales
para avisos. Wilmar me insistía en instalar una agencia de
publicidad, ya que, por las revistas, teníamos muchos clientes. Así
fundamos Stilo
Publicitaria, el 1°
de junio de 1970. Un día nos llamaron del Circolo Napolitano, que se
había quedado sin agencia. Era una mutualista mediana, con una gran
historia de la colectividad, que funcionaba en Soriano y Cuareim,
arriba del cine Renacimiento. Wilmar sabía mucho de arte
publicitario, pero yo, ni idea tenía. Cuando volví a la oficina con
la buena noticia de que habían aceptado nuestra propuesta, me bajó
a la tierra: ¿Quién escribe los avisos? Necesitábamos un redactor.
Así contratamos a un freelance, que luego fue nuestro socio:
Claudio Capolino. De inmediato armamos los avisos. Wilmar hizo el
arte en los cartones, Claudio la redacción y las fotos eran de Julio
Silva, padre de Carina, la actual colega de la agencia Gurisa.
Yo tenía estrecha y amistosa relación con Foto Silva; era mi
segunda oficina. Iba a ver a Don José María, trabajaba con Julio, y
al final de la tarde nos tomábamos un cafecito en López y Bouza, en
Rondeau y Uruguay. Cuando supimos que los italianos deseaban publicar
la campaña en todos los diarios, Wilmar volvió a bajarme a la
realidad: necesitábamos un plan de medios. ¿Quién lo hace?
Contratamos a un ejecutivo de la agencia Nery,
que nos hizo una pauta en los once diarios que circulaban en ese
momento. Cuando se la llevé al director del Circolo, la miró,
aprobó el presupuesto y tachó una línea y me dijo: “a esos
comunistas, nada”. Debimos sacar de la lista a El
Popular. Para mí fue un comienzo complicado,
a los tumbos, sin saber lo mínimo del oficio publicitario. Me di
cuenta de que así no podía seguir, y me inscribí en un curso de
Marketing y Comercialización, del Instituto Nacional de Capacitación
de la Empresa (INCE). Las clases eran en el Victoria Plaza y los
lunes teníamos Publicidad con un argentino, que viajaba semanalmente
a dictar sus clases, de apellido Vasco, ex gerente de McCann
Erickson. Finalmente, cuando me convencí que
había aprendido algo, comenzamos a desarrollar Stilo
Publicitaria con Capolino, Wilmar, Rosendo
Heller, Armand Souberbielle y otra gente que se iba incorporando.
-¿Cómo
era aquella Publicidad de tus inicios?
-Una
máquina de escribir, una tabla de dibujos y un teléfono. Para hacer
un aviso solicitábamos la tipografía en la impresora Monteverde; recurríamos a
un estudio fotográfico y luego llevábamos la foto en papel a
reticular, pegábamos todo en el cartón sueco y hacíamos el cliché
en Cromograf. De ahí al diario que lo publicara. Cuando ingresé en la
profesión había un grupo de agencias muy bien estructuradas, que
en mi caso, para visitarlas y conocerlas, eran inaccesibles:
Consorcio, Gatti,
Capurro, Santoro,
Ímpetu, Oriental.
Luego vino la televisión, que lo cambió todo, más aún cuando
nacieron Canal 4 y
Canal 12 que
aportaron profesionalismo y fueron una competencia para la solitaria
Saeta TV Canal 10. Los
primeros clientes de Stilo
eran casi los mismos de las revistas que editábamos. Al poco tiempo
ganamos un concurso del Instituto Nacional de Vitivinicultura, la
actual INAVI, e hicimos unas de las primeras campañas para el
sector, con un slogan que todavía se recuerda: “Al vino, tómelo
por amigo”. El líder y portavoz de ese grupo fue Juan Carlos
Deicas, padre de los actuales propietarios de Establecimiento
Joanicó. El objetivo de aquella promoción era incrementar el
alicaído consumo de vino, frente al avance de la cerveza.
-¿En
qué momento la publicidad uruguaya comenzó a ser más creativa?
-Hubo
un quiebre en 1972, cuando tuvimos nuestro primer contacto con el
Clío. Fue bastante casual, por un viaje a Buenos Aires, para
conseguir que la revista Mercado
nos autorizara la reproducción de los artículos de Alberto Borrini,
una eminencia del periodismo publicitario. Eran columnas con un
enfoque muy actualizado, profundo e innovador. No solo conseguí el
permiso de Borrini, sino que además me invitó a la presentación de
los Clío que se exhibían esa misma noche en el cine Gran Splendid,
de Santa Fe y Callao. La sala estaba llena de gente que iba a ver los
mejores avisos del mundo: “la TV en pantalla grande y color”. Fue
como descubrir otra dimensión, por mi poca experiencia, y porque
venía de un ambiente encerrado en sí mismo, que apenas realizaba
avisos informativos con un poquito de emoción. El primer comercial
que vi, porque era la apertura del reel, fue uno de Alkazeltzer, de
la agencia neoyorquina Wells, Reech, Green,
protagonizado por el veterano actor George Raft, famoso por sus
papeles de gánster en las décadas de 1940 y 1950. La historia
ocurría en una cárcel, donde los presos estaban sentados para
comer, esperando en largas mesas. Mientras la cámara mostraba
aquellos rostros pesados, uno de ellos comienza a golpear con la
cuchara su plato de lata, los demás lo siguen hasta que se arma un
coro de protesta. ¡AL-KA-SELTZER! La comida era muy mala. Sin
dudarlo, me atreví a pedirle a Borrini que me autorizara a exhibirlo
en Uruguay. En ese momento llegaban una nueva dirección a Canal
10: los jóvenes Jorge de Feo, Oscar
Inchausti y Heber Villar. Les ofrecí el Clío en el momento justo,
porque estaban necesitando emprender acciones con las agencias de
publicidad y anunciantes que los diferenciaran de la conducción
anterior. Así se realizó la primera exhibición de la mejor
publicidad del mundo, hasta ese momento casi desconocida en el país,
para agencias y anunciantes. Fue en los estudios de Saeta.
-Habrá
sido una conmoción.
-¡Lleno
total! Para la mayoría fue un despertar, pero también hubo colegas
que lo vieron con malos ojos. Después de la exhibición hubo un
ágape, en el mismo canal. Yo era un desconocido, y los viejos
publicistas me miraban con cara de: “¿Quién sos? ¡Tomatelas!”.
Algunos se me acercaban, para preguntarme de que agencia era; y hasta
vino un ex presidente de AUDAP, que me dijo: “Che botija. Muy
lindo, pero no lo traigas nunca más, porque estás avivando a los
clientes”. Muy a su pesar, el Clío comenzó a abrirle la cabeza a
la gente. Desde ese momento hubo festivales siempre debido a mi buena
relación con todos los directores y propietarios que se alternaron
en la conducción internacional. Hasta el año pasado, era el
representante más antiguo de Clio Awards, pero ahora la pasé a la
AUDAP. De todos esos años, me queda la satisfacción de haber
recibido una carta de reconocimiento, y una plaqueta de Clio y una
carta de AUDAP, de agradecimiento. Es una historia interesante para
contar, pero cometí un error: no digitalicé todas las ediciones, y
se fueron perdiendo, aunque aún conservo miles de spots desde la
década de 1970.
-La
mayoría de tus colegas también señala una influencia inicial de la
publicidad española.
-En
ese momento no, porque seguía la España franquista. Había mucha
influencia argentina, desde siempre, y comenzaba la brasileña. Luego
surgió el “Destape” español, ya libre de dictadura, con
aquellos comerciales memorables, muy prolijos, de excelente
fotografía, “el estilo bodegón”. De ese entonces me quedan
recuerdos muy ricos, muy lindos. Conocimos el trabajo de agencias
estadounidenses de primer nivel creativo: desde las multinacionales
conocidas a las independientes como Jerry
Della Fémina Travisano, Mary
Wells, George Lois,
la BBDO de Bill
Bernbach. Eran los enfants terribles de Madison Avenue, la vanguardia
publicitaria de entonces, enfrentada con las agencias multinacionales
del sistema: McCann,
Thompson, NW Ayer, Ted Bates, Leo Burnett,
Bozell and Jacobs,
entre otras. También fue maravilloso el trabajo de agencias
españolas como Vitruvio, Contrapunto, MMLB,
Bassat, Tiempo, y además comenzaba la fuerte
impronta brasileña, con DPZ, Casabranca, MPM,
Alcántara Machado, Mauro Salles, Talent, DM9.
-¿Cómo
nació Stilo Publicitas?
-Cuando
comencé a golpear la puerta de las agencias, para invitarlas a
competir en el Clío. Así conocí a Juan Carlos Ferrero, que tenía
una agencia chica parecida a la mía: Publicitas.
El Gordo se animó a
mandar un aviso de prensa, para la automotora Castro Quintela. “Este
símbolo se mueve”, era el título. Otras agencias también
enviamos piezas. Al poco tiempo, Ferrero recibió un telegrama de
Nueva York; y enseguida me llamó eufórico, para avisarme que había
ganado un premio. No sabíamos cómo era, ni en que categoría, pero
se fue a recibirlo a Nueva York. En realidad era una mención, que en
la fiesta de gala le entregó Miss Estados Unidos. Hay una foto de
aquella premiación, ¡que al Gordo
le cobraron 25 dólares! Es una historia muy linda, muy graciosa y
humana, que cuenta como sobrevivió casi un mes en Nueva York, el
primer uruguayo que ganó una nominación en el Clío. Al año
siguiente ganamos otra mención, con Stilo;
pero no fui a buscarlo. Me lo mandaron. Lo que queda de la anécdota
es que de nuestro conocimiento se hizo la unión de Stilo
y Publicitas. El Gordo
Ferrero es un personaje increíble de la publicidad uruguaya, a quien
quiero entrañablemente. Comenzamos con clientes como OCA, que
llegaron desde Stilo.
Trabajamos con muchas tiendas grandes, de las que ya no existen, con
Casa Sapelli, cuando estaba en el local que luego fue el cine 18 de
Julio. Don Claudio, el pionero de la radio, creador de la emisora
Paradizábal, y sus
hijos Nelson y Walter me habían apoyado con avisos en las revistas
de electricidad y electrónica. Recuerdo como ganamos la cuenta de
Canal 4. Un día me
llamó César Reyes, su gerente de Programación, para preguntarme si
teníamos una buena idea para competir con McCann.
Nos dio un plazo de 36 horas, para hacer una propuesta de lanzamiento
de programación, para prensa y radio. Trabajamos día y noche,
haciendo un excelente trabajo, y nos asignaron la cuenta. Es relación
con Montecarlo TV nos
dio un gran realce, allá por 1974, cuando éramos ilustres
desconocidos. Luego atendimos al laboratorio Roche, a los autos Honda
y a Llopart, la importadora de Kawasaki y JVC. Estuvimos en el
lanzamiento de la televisión color en 1981, haciendo la identidad
visual y campañas publicitarias para Canal
10.
-Tu
colega Hugo Burel reconoce a Stilo Publicitas, como el primer
antecedente de una agencia nacional que priorizaba la creatividad.
-Mi
agradecimiento a la nobleza de Hugo. Creo que hubo un esfuerzo por
cambiar, es cierto, pero éramos todos autodidactas. Todavía
recuerdo cuando nos juntábamos, colegas de varias agencias, en
algunos boliches: el Montevideo, de 18 y Yaguarón, la Conaprole, de
18 y Yí, generando en esas peñas creativas, un fermento de las
nuevas agencias. Con Ferrero íbamos de madrugada al bar de la ONDA,
a esperar la salida de los diarios al interior, y ver cómo habían
quedado nuestros avisos, recién publicados. Esa pasión se
correspondía con el nacimiento de la publicidad moderna: había otra
adhesión al trabajo, una búsqueda de lo nuevo, con impronta local,
pero basados en información internacional. Nos formábamos y nos
acompañábamos entre todos. ¡Era otro tiempo, de verdad! Stilo
Publicitas era una tabla de dibujos, una
máquina de escribir Olivetti Lettera 22, rodeada de gente talentosa:
el Gordo Ferrero,
Claudio Capolino, Rosendo Heller, el Sordo
Souberbielle, el Corto
Buscaglia, Freddy Spinelli, y creo que yo también hice mi aporte. La
agencia duró unos pocos meses, hasta que se fue Capolino.
-Y
se transformaron en Ferrero y Ricagni.
-Esa
agencia sí, que cambió la forma de hacer publicidad. Y en esa
evolución tengo la mitad de la responsabilidad. Ferrero era un gran
creativo, y yo aportaba una tendencia más visual. Recuerdo cuando
hicimos un llamado a través de un aviso de prensa para contratar un
redactor, se presentaron cientos de curriculos y ganó Pedro Ricardo
Sevsec, que era brillante, pero un tipo muy complicado con otras
actividades. Entonces elegimos al segundo, Juan Carlos Mondragón,
que también era excelente. Pensábamos solo en publicidad. Una vez
Ferrero me propuso contratar a Guillermo Chifflet, que había sido
secretario de redacción de Marcha,
y que trabajó con nosotros durante toda la dictadura, hasta que
ingresó a la Cámara de Diputados. Enseguida nos dimos cuenta que
era un peligro, pero nunca se lo hicimos notar. Recibía a sus
compañeros de resistencia dictarorial en la agencia, y se guardaba
los papelitos en las medias. Pero nunca nos importó, ni aún en la
peor época; yo me fui de Ímpetu
y Guillermo siguió trabajando unos años más: brillante redactor y
mejor persona. La historia de un creativo excepcional, olvidado en el
medio es la de Fernando Vallejo. Ingresó a Ferrero
y Ricagni en 1978, y dos años después me
acompañó, cuando viajamos con Raúl Barbero a España por la
Comunidad Iberoamericana de la Comunicación. En Barcelona nos invitó
Lorente a conocer su nueva agencia: MMLB.
Fernando se tiró el lance y me pidió que le consiguiera un stage
con ellos. Me acuerdo que tuve que prestarle un saco para la
entrevista, pero logró su objetivo. Al poco tiempo lo llamaron para
trabajar en MMLB.
Ahora es un gran director de cine publicitario, con oficinas en
Madrid y Moscú. Es muy conocido en el mundo, pero poco reconocido en
el país. En realidad, es un creativo de raza.
-¿Y
Horacio Buscaglia?
-No
hay palabras para la creatividad del Corto.
Es otra historia preciosa, que comenzó cuando Ferrero y yo
reclamábamos que nos invitaran a las fiestas de lanzamiento de
programación de Canal 12.
Hablamos con Miguel Olivencia y con Germán Araújo, que por entonces
lo gerenciaban, pero no nos tenían en cuenta, seguramente, porque
nuestros clientes eran chicos. Al poco tiempo, Germán nos llamó
para invitarnos a una reunión, y para pedirnos un favor: que
contratáramos a Buscaglia. Nos contó que era un excelente poeta y
compositor, y un gran letrista de murgas, que estaba en problemas por
la clausura de La Soberana.
El Corto fue a vernos
al otro día, cuando estábamos en plena campaña para INAVI. De
primera tomó nuestra idea y la resolvió de manera brillante; y eso
que venía medio deprimido por los problemas que también tenía
Canciones para no dormir la siesta.
A pesar de todo, lo metimos para adentro. Hizo una gran dupla con
Spinelli, siempre tirándole letra. Así fuimos armando una legión
de creativos.
-¿Cuál
fue el valor de Ferrero y Ricagni?
-¡Era
un antro de ideas! Teníamos doce creativos, dos administrativos, un
profesor de inglés, una cocinera y un médico solo para atender a la
familia de la agencia. Con Ferrero tuve casi diez años de muy buenos
trabajos y muy buena sociedad. El Gordo
con su genio y su estilo, y yo como motivador y provocador, que
necesita al redactor y al dibujante. En aquella agencia, había que
hacer de todo. Nos fue muy bien, en lo creativo y en lo comercial.
Compramos un piso del edificio que había pertenecido a la familia
Belbuzzi, propietarios de las confiterías, Americana y El Telégrafo.
Los pisos segundo y tercero se los quedó Daniel Romay, para hacer la
fono platea de CX 20
Montecarlo. Nosotros
nos quedamos con el cuarto de un piso de un monumento histórico
realizado por el arquitecto Julio Vilamajó. Allí, en ese ambiente
rediseñado para agencia, funcionaba Ferrero &
Ricagni. Se entraba por 18 de Julio 1216, al
lado de la Galería Florida.
-Hasta
que en 1983 se fusionaron con Ímpetu.
-Fue
una experiencia interesante, que surgió por mi relación con
Barbero, cuando viajábamos por la Comunidad Iberoamericana. Ímpetu
era una agencia grande, con muy buenos clientes, pero que sin nuestra
creatividad. Tenía la capacidad vendedora de Luis Caponi, y la
virtud intelectual de Raúl, pero nosotros teníamos otra cultura
publicitaria. Así se creó Ímpetu Organización
Publicitaria, instalada inicialmente en
nuestras oficinas. Luego, por iniciativa de Caponi, se compraron dos
pisos en el edificio de Colonia y Convención, donde continúa
Publicis Ímpetu. Me
acuerdo que lo primero que hizo Caponi, fue un coqueto parrillero en
la azotea, al que le llamó Clío Grill.
-¿Por
qué liquidaron la marca Ferrero y Ricagni, que por entonces tenía
tanto prestigio?
-Son
esas decisiones, que se originaron por una decisión mía, y
siguieron por la nobleza de Ferrero, de dejarme hacer. El Gordo
no estaba de acuerdo con dejar el nombre de nuestra agencia, pero,
como siempre, al final me dijo: “lo que vos hagas, está bien”. Y
no sé, si estuvo bien. Ímpetu Organización
Publicitaria fue una empresa muy compleja,
con seis socios: los dos Caponi, Luis y Jorgito, Barbero, Sergio
Patalagoity, Ferrero y yo. Era mucha gente, y eso provocaba
rispideces. La ruptura comenzó con el retiro de Ferrero, en 1986, y
se terminó para mí cuando acepté una oferta de McCann
Erickson. Al principio mis socios me decían
por qué dejaba de ser empresario, para ser empleado, aunque fuera
gerente. Quizá, tenían razón, pero yo necesitaba cambiar de aire,
llevar adelante nuevos rumbos y un desafío personal. Acepté en
setiembre de 1989, luego de un acuerdo en San Pablo, con el
presidente regional Jens Olesen y refrendado con Jorge
Gandolfo, gerente de McCann
Buenos Aires. Me iba a quedar hasta diciembre, para asumir el 1 de
enero del año siguiente, pero la situación en Ímpetu
se me hizo difícil, y me retiré de común acuerdo. Estuve tres
meses sin agencia, pero en ese ínterin, me encomendaron
la campaña de Pacheco Areco.
-Fue
una experiencia, ¿compleja y contradictoria?
-En
realidad, casi que fui obligado a hacerla. Me la ofreció Jorge De
Feo, casi como una súplica. Pacheco se había quedado sin agencia y
se venían las elecciones. Fue De Feo quien me llevó a hablar con
Carlos Pirán, el candidato a vicepresidente del pachequismo. Pirán
me recibió en su escritorio, para ofrecerme el trabajo, pero yo le
dije que no, porque McCann
me había propuesto hacer una estadía de tres meses en Nueva York.
Pero, insistió. Fue cuando le dije que solo me quedaba si me pagaban
determinado dinero, la mitad al principio de la campaña; como para
que me dijera que no. En ese momento, Pirán sacó una chequera y me
dijo: “¡Aquí está su plata! ¿Cuándo empezamos?”. Si sería
buena plata, que ¡me compré un apartamentito en Punta del Este! La
cuestión fue que de allí mismo, fuimos a ver a Pacheco, a una
casona de la avenida Suárez, en el Prado. Mi primera impresión fue
terrible. En la comitiva estaban sus allegados y legisladores. Cuando
llegamos al despacho, hubo un intento de introducción de Pirán,
sobre mi vinculación; pero Pacheco lo interrumpió, diciendo: “se
retiran todos”. A lo que yo pregunto, instintivamente: ¿todos? Y
Pirán me responde: “Si, todos”. Fue la primera vez que veía a
Pacheco, y me quedaba a solas, de primera. Comenzamos a conocernos,
mientras me miraba fijo, a los ojos. En un momento paré, y le dije:
“usted tiene una mirada tan penetrante que no me permite hablar”.
Me respondió: “Tranquilo m´hijo, sírvase un cafecito”. Desde
entonces tuvimos una relación muy fluida. Y voy a decir algo que
puede sorprender. Pacheco tenía ideas socialistas.
-¿Cómo
fue esa campaña?
-Al
principio hubo un intento de acuerdo con Capurro,
su agencia de otras elecciones, porque yo, en ese momento no tenía
infraestructura. Ellos en la parte de medios, y el equipo que yo iba
a formar en la creativa. Pero ellos querían tener la última palabra
en todo, a lo que Pirán respondió que la última palabra iba a ser
de la agrupación. El representante de Capurro
era Aldo Ponzoni, que no estuvo de acuerdo. Fue cuando Pirán le
dijo: “¿Cuánto debemos por lo realizado hasta ahora? Pagó en ese
momento, y nos fuimos a almorzar a Morini.
-¿Qué
hicieron?
-Enseguida
le propuse la tarea de medios a Quique
Musse. Así comencé a trabajar con Teleprogram,
en todo menos en la producción de spots de TV, que la hizo
Casablanca. Mientras
íbamos diseñando la estrategia, llegaba plata de donaciones.
¡Impresionante! La presentación de la campaña fue el 12 de
octubre, pero como Teleprogram
no tenía una sala tan grande, ¡la hicimos en el garaje! La
introducción fue de Musse, que solamente dijo: “los dejo con
Ricagni que les va a explicar la campaña”. Cuando terminé la
fundamentación y exposición creativa, hubo un gran silencio, hasta
que Pacheco dijo: “me gusta, dele para adelante”. Recién en ese
momento, todos aplaudieron. Le hicimos un montón de comerciales,
sobre seguridad social, economía, salud, seguridad. Con un slogan
inicial que pegó fuerte: “Pacheco no se maquilla”. En esa
elección fue el más votado del Partido Colorado y salió segundo,
detrás de Lacalle.
-Luego
de la peripecia política, por fin McCann.
-Cuando
llegué a la agencia había un gran desorden administrativo,
organizativo y una casi nula creatividad. Funcionaba en una oficina
de 18 de Julio y Vázquez; en la que hasta ese momento había un solo
teléfono. En definitiva me contrataron para poner la casa en orden,
y creo que lo hice, aunque no sabía si estaba preparado para
gerenciar una multinacional con todas sus exigencias de procesos y
procedimientos. Ese fue mi papel hasta el 31 de diciembre de 2003,
cuando me sacaron las charreteras. Fue muy duro, a pesar del buen
dinero otorgado; pero no todo había terminado: hubo una compensación
moral, jerárquica y económica. El 2 de enero de 2004, me dieron un
pomposo cargo de Latin
American Vice President, a la orden del presidente regional Jens
Olesen. Mantenía el mismo escritorio, pero mi tarea era otra: en
principio, apoyar los cambios locales de la nueva gerencia que se
ejercería desde Argentina, y luego cumplir misiones en otros países.
Hasta 2005 hice solo dos viajes a Asunción, otro a Lima, y siempre a
Sao Paulo cada mes y medio.
-Parecía
una relación, que llegaba a su fin.
-Es
verdad. Cuando se terminaba mi contrato, en 2005, solicité que
sustituyeran mi firma en el Estudio Guyer y Regules, en Price
Waterhouse Cooper y en los bancos, porque seguía siendo apoderado de
Interpublic, el holding propietario de
McCann. Por entonces
me pagaban un salario como presidente, sólo para recibir a un
americano y firmar un acta, una vez al año. En octubre vino un
representante de New York, que se reunió conmigo para comentarme que
las finanzas de la empresa estaban mal; y me preguntó: ¿qué
podemos hacer para reflotar a Uruguay? Hubo una discusión entre
ambos, que terminó con una frase suya: “Te pagamos para que nos
digas, que debemos hacer”. A lo que respondí, que se necesitaba un
formato más liviano, más ágil, que no requiriesen tantos reportes
de un mercado muy chico. En mi opinión, debería ser una empresa
local, pero, parecía imposible, porque la compañía funcionaba de
la misma forma desde hacía sesenta años en Uruguay. A los pocos
días me citó el mismo tipo, para una reunión en Buenos Aires, y
yo, con mi cabeza de uruguayo me apronté para pelear. Pero, el
hombre me sorprendió. Habían tenido una reunión en México, en la
que les pareció bien mi propuesta de la empresa local. Pero, solo
con una condición: que la comprara yo. Así fue que, compré el
ciento por ciento de las acciones de McCann
Uruguay. Luego monté un equipo para seguir con el mismo esquema
anterior, pero sin mi presencia gerencial. Con la anuencia de
McCann, nombramos a
Teresa Korondi al frente de la operación, y ella lo desempeña con
una capacidad y profesionalismo digno de la escuela de McCann
Erickson.
-¿Cómo
es trabajar con Coca Cola? Un emblema de Mc Cann y de la publicidad
del mundo.
-Es
un cliente global importante, pero no es la razón del nacimiento de
la agencia. Alfred Erickson y Harry McCann, eran empleados de
Standard Oil, antes de fundarla en 1903. Eso quiere decir que su
emblema era la Esso, luego General Electric y General Motors. No hay
dudas que con Coca Cola existe un vínculo internacional de siete
décadas, pero que, lamentablemente, aquí en Uruguay ha cambiado.
Antes estaba Coca Cola Export, una gran empresa de más de un
centenar de empleados, que administraba la marca y los insumos de
producción de la embotelladora. De ella dependía Montevideo
Refrescos, como embotelladora. Con Carlos Arrosa en Coca-Cola Export
y Ruben Marturet en MONRESA, llevamos adelante una cantidad de
proyectos e innovaciones. Mi mayor ganancia ha sido una entrañable
amistad con Ruben. El eslabón entre anunciante y agencia era nuestro
recordado compañero Daniel Bosch. Tenía el conocimiento total de
empresa y marca. Luego hubo cambios muy grandes. Se fue Export y
quedó Montevideo Refrescos, pero la marca y el marketing regional
hoy son manejados desde Lima, que también dirige las operaciones de
Perú, Paraguay y Bolivia. En la actualidad no hay más relaciones
personales, pero Coca-Cola ha sabido planificar y ejecutar, nuevas
líneas y procesos de comunicación, que le permiten mantener el
liderazgo mundial de una siempre y renovada marca.
“Truth Well Told o La Verdad Bien Dicha, es un tagline de McCann Erickson, que incorporé a mi corazón.”
Art
Déco en el Estadio
“Hugo
Batalla fue el presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol que
obtuvo la sede de la Copa América 1995. Pero había un problema: el
estado decadente de la fachada del Centenario. Sin dinero la AUF, sin
dinero CAFO, le ofreció a Coca-Cola para que se ocupara de la
pintura, permitiendo que lo transformara en un ícono gigante de la
marca; pero en la agencia consideramos un abuso hacer una lata
gigante en un espacio público. No podíamos agredir a la Comisión
de Patrimonio con una logotipización de esas dimensiones en un
Monumento Mundial del Fútbol. En una visita que hice a McCann
en Barcelona, me comentaron sobre un director de arte free lance que
había hecho murales artísticos en dos hospitales. Convinimos
realizar un proyecto con materiales que evocaban la época de
construcción del Estadio, y propusimos un estilo similar al del
afiche del Mundial 1930: Art Déco. Desde España trajimos una
maqueta impresionante, por sus dimensiones y las láminas de cada
tribuna. Coca-Cola tuvo la grandeza de liberar toda la parte
artística, sin incidir con una presencia de marca, que solamente
quedó reservada a otro trabajo realizado en McCann
Uruguay: la señalética en puertas y boleterías. Coca-Cola con una
importante inversión y McCann
con su concepto, tuvieron el honor de servir a la comunidad, en lo
que merece ser considerado un caso único de Responsabilidad Social
Empresarial. Fue una obra irrepetible.”
“Todos los publicistas cometemos el mismo error: tiramos nuestros mejores trabajos en papeleras y cajones, que luego perdemos.”
Dupla
creativa
“Me
adjudico la incorporación del concepto en la publicidad uruguaya.
Antes se trabajaba en departamentos separados: Arte y Redacción. El
pionero mundial del concepto fue William Bernbach, mentor de DDB.
Nosotros vimos su aplicación en la agencia DPZ
de San Pablo y lo pusimos en práctica con Ferrero. Todavía en
algunas agencias se trabaja en dupla, pero ahora es más global: el
redactor piensa en imágenes y el director de arte piensa en
palabras. Es un concepto de creación total, donde inciden la cultura
de las personas, la información y las nuevas tendencias.”
“Raúl Barbero y yo trajimos los primeros vínculos con la Universidad Complutense de Madrid, que fueron un impulso para la carrera de Ciencias de la Comunicación.”
Pacheco
“Una
vez, le dije: ‘quiero que sepa que no lo voté y no lo voy a votar,
¡nunca!’ A lo que me respondió: ‘no lo contraté para que me
vote, sino para que me haga una buena campaña publicitaria’. Así
eran nuestras charlas, muy francas. De Pacheco tengo el mejor
recuerdo. Tenía algo que cada vez es más difícil encontrar: era un
hombre muy firme con sus ideas, y leal e incondicional de sus
amigos.”
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