domingo, 8 de abril de 2012

Vendimias patrimoniales

Crónicas del secreto industrial mejor guardado de América del Sur: el vinoTannat

La vitivinicultura uruguaya es admirada
en el mundo por su  innovadora creatividad,
y por sus productos que evocan tradiciones
familiares acompañadas por la última tecnología.

(Foto Bodegas del Uruguay)
Aún desconocida para el gran público internacional, la vitivinicultura uruguaya sorprende por su calidad, su capacidad de innovación y su terroir original. El pequeño país sudamericano goza de una ubicación geográfica privilegiada en latitud –entre 30° y 35° sur– similar a las mejores regiones vitícolas de Argentina, Chile, Sudáfrica y Australia. En su clima templado con temperaturas promedio de 18° centígrados (65° Fahrenheit) se cultivan más de 10.000 hectáreas de vid, a lo largo y ancho de un territorio que recibe precipitaciones anuales promedio de 1.055 milímetros (41.5 pulgadas), con sol, inviernos fríos y veranos cálidos y secos, y noches frescas. Las bodegas uruguayas, en su inmensa mayoría fundadas por inmigrantes europeos del siglo XIX, producen 100 millones de litros anuales de vino. En sus cavas coexiste el espíritu familiar y artesanal con la última tecnología y con un poderoso patrimonio material e inmaterial. Sus líderes preservan historias de una identidad que ha transformado un antiguo varietal francés casi olvidado en una cepa nacional que recoge premios y admiración: el Tannat.
Pascual Harriague,
pionero de la
vitivinicultura
uruguaya.

Investigación presentada en las X Jornadas Internacionales de Patrimonio Industrial: Los paisajes y el patrimonio agroalimentario. Usos en el territorio (Gijón, España, 2008). Actualizada para el libro Uruguay Manual del Visitante 2013 (Naón y Praderi).

Uruguay tiene poco más de tres millones y medio de habitantes en un territorio de 176.215 kilómetros cuadrados, desde siempre observado con anhelo por dos vecinos omnipresentes: Argentina y Brasil. La histórica Suiza de América tiene una  rica tradición agroindustrial, basada en carnes y granos, que debió reconvertir tras la crisis económica y social provocada por la pérdida de mercados europeos en la Segunda Posguerra Mundial. Entre sus nuevos productos exportables hay uno que es emblema de estos nuevos tiempos: el vino de alta gama.
La vitivinicultura es un sector estratégico que representa 15% de la producción nacional de alimentos. No es una presencia caprichosa. En el sur están los departamentos de Montevideo y Canelones que concentran 90% de los viñedos, con un clima marítimo y tierra moderadamente profunda, de textura fresca. En el Litoral suroeste está Colonia con 5% de las viñas cultivadas en tierras de mayor profundidad y excelente drenaje, influidas por el ambiente del Río de la Plata. El 5% restante se extiende desde el Litoral norte del mitológico río Uruguay, en parcelas de Paysandú, Salto y Artigas que combinan finas texturas, piedras y clima seco y templado,  hasta el noreste cálido de la pintoresca frontera del departamento de Rivera con la República Federativa del Brasil.
Francisco Vidiella,
viticultor catalán
instalado en Montevideo

y Canelones.
La vinificación familiar fue traída a la inhóspita bahía de Montevideo, en 1726, por los fundadores canarios, pioneros casi adolescentes que llegaron con escaso equipaje repleto de cultura. Sin embargo las primeras cepas mediterráneas de viña moscatel fueron plantadas en los actuales departamentos de Canelones, San José y Colonia. Allí crecían sobre enrejados artesanales, muy útiles en la producción de frutos para consumo de mesa y de vino “casero”.
Los padres jesuitas fueron pioneros de una incipiente vitivinicultura preindustrial, instalados, en 1741, a “500 brazas” del caserío que luego se llamó Carmelo, un histórico puerto rioplatense del departamento de Colonia. En la mayor avanzada civilizadora de su tiempo crearon la estancia De las Vacas, una interminable superficie de 42 leguas cuadradas, delimitada por el río San Juan y el naciente estuario del Plata. Tenían 1500 cepas europeas de vid, que cuidaban con religioso esmero.
Su más recordado administrador fue Juan de San Martín, quien compartió el noble casco con su esposa, Gregoria Matorras. Allí nacieron los tres hermanos mayores de un notable héroe sudamericano, el Libertador José de San Martín, correntino de Yapeyú, pero casi oriental. Don Juan dejó un detallado inventario, antes de su regreso a la Argentina, en el que certificaba que la hacienda tenía dos centenares de personas, más de 30.000 cabezas de ganado, innumerables ranchos para indios peones y negros esclavos, una dulcería y quesería, y una extensa variedad de frutales. También dejaba constancia de las plantas de vid y de todos los implementos y herramientas para la elaboración de vinos.
Dante Irurtia, líder de la moderna producción
uruguaya dedicada a los vinos finos, en s
bodega de Carmelo.  El visionario descendiente 
de vascos falleció en noviembre de 2010.

Con la independencia, declarada en 1825, se inició una etapa de transición favorecida por el fervor nacionalista. Diez años después, el brigadier general Manuel Oribe, segundo presidente de la República, era recibido con un banquete de honor. Como correspondía, sólo con vinos orientales, nada de españoles ni franceses.
En 1838 arribaba Pascual Harriague, un vasco-francés de Hasparren que no tardó en “hacerse la América” como saladerista en el puerto litoraleño de Salto, mientras soñaba con ponerle su nombre a un vino similar al Médoc. Sus primeros ensayos con uva criolla no tuvieron éxito, hasta que compró clones de Tannat, una variedad poco conocida en Francia salvo en sus zonas de origen: las pirenaicas Madirán e Irouleguy. En 1870 los plantó en 200 hectáreas de La Caballada, establecimiento fundacional de la vitivinicultura uruguaya, y poco después los tenía madurando en 300 barricas de su bodega.
Alain Carbonneau, enólogo francés 
que en la década de 1980 propuso 
plantar vides en forma de lira 
como principio de una 
revolucionaria reconversión.
El otro pionero fue un catalán: Francisco Vidiella, nacido en Tarragona, enriquecido en Montevideo. Luego de un grand tour por Europa, en 1873 regresó con estacas de Folle Noire que implantó en 36 hectáreas de Colón, un pequeño pueblo que hoy es un barrio del norte de la capital uruguaya. Conocida inicialmente como uva “Peñarol” o “Vidiella”, fue la hermana mayor de otras frutas memorables: Gamay Noire –llamada “Borgoña”– y Cabernet. Por entonces también eran implantadas las variedades españolas Bobal, Garnacha y Monastrel y las italianas Barbera, Nebbiolo, Isabella o “Frutilla”.
La primera Ley Vitivinícola fue aprobada el 17 de Julio de 1903, para crear un marco jurídico adaptado a la necesidad de una industria en expansión. Con el legendario presidente José Batlle y Ordóñez llegó la consolidación, que se tradujo en mayores controles de calidad y premios internacionales. Al año siguiente, era creada la cátedra de Vitivinicultura en la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República.
Vendimia de uva albariña en
Melilla con un Ford T 1923.
En la primera mitad del siglo pasado hubo un sólido crecimiento de las bodegas nacionales, marcado por la productividad,  la rentabilidad y el consumo interno. En la década de 1950 había más de 19.000 hectáreas cultivadas y un consumo anual de 30 litros per cápita; un record histórico que también anunciaba una inminente necesidad de reconversión.
En 1978 llegaron al país los primeros consultores franceses, contratados para resolver una encrucijada. La imprescindible proyección internacional exigía frutos de alta gama, resistentes a la insolación, la humedad, las infecciones de hongos, a una filoxera persistente, a una peronospera insistente, a precipitaciones relativamente elevadas y a un fuerte vigor vegetativo.
Virginia Moreira y
Héctor Stagnari,
creadores del
Tannat Viejo, el más
laureado del mundo.
Los vitivinicultores arrancaron sus vides históricas para plantar nuevas generaciones, importadas, clonadas y libres de virus; construyeron bodegas especiales para vinos finos y se agruparon en un movimiento que planificaba estrategias de calidad. En 1984 hubo una definición, que marcó un antes y un después. Las vides uruguayas adoptaron el por entonces novedoso formato en lyra, diseñado por el enólogo y ecofisiólogo Alain Carbonneau para optimizar la aireación de los racimos y la fotosíntesis de las hojas. Por entonces los más encumbrados técnicos europeos decían que los mejores viñedos de Francia estaban en Uruguay.
Fernando Deicas,
director de
Establecimiento

Juanicó.
A casi cuatro décadas de aquel reporte, la Oficina Internacional de la Viña y el Vino (OIV) se refiere a la reconversión uruguaya como un “ejemplo a seguir”, mientras Carbonneau sigue sorprendiéndose con una vitivinicultura fiel a sus sistemas de conducción de la vid. El francés suele repetir una frase que invita a la reflexión: “En Uruguay se entiende, como en pocos sitios del mundo, que la hoja que recibe luz trabaja para la planta, la que no recibe luz vive de la planta”.
En 1987 fue creado el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INAVI), una entidad pública no estatal de gestióm mixta, presidida por un representante gubernamental. Desde entonces los vinos uruguayos suman premios, aumentan sus exportaciones y continuan una reconversión sustentada en el espíritu innovador de los hijos de aquellos pioneros franceses, españoles, italianos y alemanes.

Fermento patrimonial
Estela de Frutos,
enóloga uruguaya
de prestigio global.
La enóloga uruguaya Estela de Frutos suele evocar una historia ocurrida en la víspera de 1900, en la histórica bodega coloniense Los Cerros de San Juan. Su propietario, el alemán Martin  Christian Lahusen, con  ayuda de su mayordomo  inglés, Mr. Booth, construyó un enorme tanque subterráneo debajo de la planta industrial. En los meses de invierno, Booth recogía las lluvias frías a 4ºC y las transportaba por un sistema de tubos de cobre en forma de serpentina. De un lado había bombas de vapor para extraer agua enfriada dentro del tanque, del otro estaban otras similares para devolverla. El agua pasaba las cubas de fermentación para enfriar el mosto y así se extraía más aromas frutales. ¿El primer sistema de fermentación a temperatura controlada por refrigeración del mundo? Casi seguro. El tanque subterráneo con sus tubos de cobre aún se puede ver, preservado en Lo Cerros de San Juan. En cuanto a Booth, tal fue su éxito que terminó casándose con la señorita Lahusen, heredera de la propiedad.

Así fue reconstruida la cava del pionero vasco 
Pascual Harriage, quien trajo a Uruguay 
la cepa Tannat. La planta original funcionó en 
el departamento de Salto, a mediados del siglo XIX.
Tannat, Lorda, Harriague
Los tres nombren describen al mismo “Vino del rey” Luis XVI. Las cepas originales fueron llevadas a la localidad argentina de Concordia, por el inmigrante vasco-francés Juan Jaúregui.
Aquellas plantas habían sido concebidas a principios de la década de 1780, en la casa del abuelo paterno de Jáuregui, que conocía a los mayordomos de las fincas que el monarca poseía en la zona vitivinícola de Madirán. La corona francesa había puesto las mas duras penas a los administradores y súbditos que se apropiaran de un sólo gajo de las cepas. La orden fue acatada por algunos años, hasta que uno de los empleados le entregó al abuelo de Jáuregui, uno de los sarmientos de la parra que había segado y que debía quemar. El beneficiado plantó las cepas Tannat, con tanto éxito para él, pero tanta mala suerte para su amigo, que la noticia llegó a la corte de París. El mayordomo pasó 14 años en la cárcel, uno por cada sarmiento entregado. La pena fue cumplida hasta 1789, cuando el triunfo de la Revolución Francesa, liberó a los presos  y depuso al celoso monarca.
El nombre Tannat deriva de la percepción que los enólogos franceses tuvieron de sus taninos altos. En Madirán se mezcla (a 60-70%) con Cabernet Sauvignon y Cabernet Franc. En la actualidad los mayores y mejores cultivos se encuentran en Francia y Uruguay, pero en territorio oriental es sabor nacional. También se planta en la Provincia de Buenos Aires y en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.


Madirán hoy.
(Wikipedia)
Placeres tánicos
Uruguay es el mayor productor de esta uva originaria de los Altos Pirineos franceses, presente en un tercio de los viñedos plantados en el país sudamericano que se identifica con sabores tánicos, de taninos suaves y tiernos y un atractivo color. El Tannat uruguayo se expresa perfectamente solo, pero también en cortes con otras variedades. El resultado es una gran diversidad: Tannat–Cabernet Sauvignon, Tannat–Merlot, Tannat–Cabernet Franc. Con una producción no tan significativa, también existen importantes superficies plantadas con tintas Cabernet Sauvignon y Merlot, y blancas Chardonnay y Sauvignon Blanc, con las que se elaboran excelentes varietales criados en barricas de roble. Harriague murió en Bayona en 1894, a los 75 años, con la mala noticia de que la filoxera había diezmado sus viñedos uruguayos.
Vestigios arqueológicos de La Caballada,
la planta agroindustrial salteña
donde nació el Tannat uruguayo.
La Caballada vista
“El establecimiento de Pascual Harriague tenía un gran edificio de ochenta y un metros de largo por veinticinco de ancho. En sus sótanos, a una temperatura fresca, con una ventilación sin exceso, se hallaba la bodega, con todo el vino elaborado, que iba haciendo en el descanso su mérito.  En la parte alta, amplísima, con piso de madera, tenían colocación las prensas, trituradoras  y demás maquinarias  llamadas a iniciar la elaboración. Ocho grandes aberturas y una serie de ventiladores movidos por un motor daban luz y aire a esa sección que, en la época de labor, con tanta gente trabajando, tanto movimiento, tanto detalle de ruidos y funciones coordinadas, presentaban el aspecto animado de una fábrica. Al borde del piso estaban las bocas de las grandes cubas, que en número de treinta y cinco se hallaban perfectamente enfiladas. En ellas se hacía la fermentación. Había diecisiete con capacidad de veinte mil litros cada una y el resto de cinco a seis mil litros. El precio de las primeras era de cuatrocientos pesos oro cada una  y ello dará una idea del capital empleado  solamente por ese concepto. Para el mismo fin había doscientos bocoyes, pues hubo alguna vez que por razones de técnica, se prefería hacer fermentación especialmente en ellos. El número parece todavía poco con esos doscientos cincuenta recipientes, algunos de proporciones colosales, del tamaño de una habitación. Y parece poco porque debemos añadir cinco mil bordalesas llamadas  a contener los vinos una vez destinados a la venta.” Crónica del diario La Prensa de Salto, 1910.


BIOS
Juan Jáuregui (1812-1888)
Juan Jaúregui.
(Delaconcordia)
Nacido en Yruleguí, un pueblo de los Bajos Pirineos franceses, a los 23 años se embarcó en Burdeos rumbo a Montevideo. Con los ahorros conseguidos en la capital uruguaya se fue a Salto para abrir una fábrica de ladrillos que mantuvo entre 1836 y 1840. Luego se radicó en la localidad argentina de Concepción del Uruguay, y en 1861 trajo de contrabando, según una leyenda familiar escondida entre sus ropas, las primeras cepas de vides Tannat que en el territorio entrerriano todavía se llaman “Lorda”, una denominación inspirada en el apodo de Jáuregui. Dos años después, los viñedos franceses fueron devastados por la filoxera, un insecto parásito que luego de instalarse en la planta produce su muerte en tres años.
El emprendedor vasco vivía en Concordia cuando fabricó el primer vino Tannat, que en 1886 le dejó una ganancia neta de 20.000 pesos oro. Tan notable éxito comercial atrajo a su joven compatriota Pascual Harriague, radicado en la vecina Salto uruguaya, que le solicitó los sarmientos de la poda que iba a quemar.
En 1887, bajo el gobierno entrerriano de Manuel Basavilbaso, se hizo la primera Exposición Industrial y Comercial de Entre Ríos. Fue una oportunidad para que los productores de Concordia y Salto mostraran sus habilidades productivas. Los técnicos de la Quinta de Lorda quisieron enviar sus productos. La iniciativa pareció frustrarse por la negativa de Jáuregui, que no deseaba promocionar un vino creado para su familia y sus amigos.
Pero intervino la esposa del empresario, Juana Hualde, que remitió dos muestras de un genuino vino Lorda, que ganó la Medalla de Plata, un Diploma de Honor y 500 pesos para fomentar la industria vitivinícola. Jáuregui tan sólo vio el metálico enviado desde Paraná, la capital de Entre Ríos, porque murió antes de la entrega de premios de 1899.

Pascual Harriague (1819-1894)
Pascual Harriague, en 1880.
(Gobierno de Salto)
Nacido en Hasparren, una localidad de la región de Lapurdi, en los Bajos Pirineos franceses, fue el pionero de la vitivinicultura uruguaya y primer cultivador de la uva Tannat. En 1838 arribó a Montevideo, donde trabajó como peón por jornal en los saladeros del Cerro y luego fue dependiente en un comercio de San José. En 1840 se radicó en Salto, llamado por su amigo Juan Claviere, propietario del Saladero Quemado del Ceibal, que le vendió una parte del negocio. En poco tiempo abrió una curtiembre que se transformó en el Saladero La Caballada. Allí se preparaba tasajo a gran escala, toda clase de salazones, curtido de pieles, jabones y preparación de grasas.
En 1860 realizó los primeros ensayos con uvas criollas, pero sin éxito. Las cepas resultaban débiles y las cosechas logradas no justificaban la inversión. Harriague desistió de la vitivinicultura hasta que conoció a Juan Jáuregui, el por entonces admirado compatriota que había desarrollado un vino conocido como "Lorda", con uvas Tannat traídas desde un campo que su familia poseía en Madirán. 
Harriague comenzó a cultivar, en 1874, la cepa de hoja redondeada, muy poco conocida en Europa. Dos años después celebró la primera vendimia. Don Pascual fue propietario de tres de las 90 bodegas de Salto que convocaban a miles de consumidores de la región, uruguayos, argentinos, brasileños, paraguayos. Su establecimiento fue el mayor del país y el que producía la mayor cantidad de Tannat en América del Sur. También elaboraba los más variados tipos de vinos: tintos, claretes, blancos, secos, Bursac dulce y Coñac de una alta destilación y estacionamiento, que cruzaron fronteras y abrieron los mercados de París, Marsella y Bayona.
En 1888 el gobierno uruguayo le concedió una Medalla de Oro, por los resultados de sus cosechas, al año siguiente ganó Medallas de Plata en la Exposición Universal de Barcelona y en la Exposición Universal de París, por la calidad de sus vinos y su coñac. Por entonces había desaparecido el Tannat francés de los mercados europeos. Tan sólo quedaban pequeñas e ignoradas plantaciones en Uruguay y en Concordia. Pero la filoxera y la langosta también atacaron los viñedos de Harriague, quien arruinado regresó a su patria natal. Falleció en la localidad vasco-francesa de Bayona, pero sus cenizas fueron traídas a Salto por sus hijas Pascualina y Teresa.

La bodegas investigadas
El roble centenario donde 
evoluciona Don Pascual.
Establecimiento Juanicó: Del mar vino, vio y venció. Una historia que inició el marino Francisco Juanicó, nacido en Menorca en 1776, radicado en el sureño departamento de Canelones, donde compró seis mil hectáreas que abarcaban desde Progreso hasta la antigua Villa de Guadalupe, ubicada en el centro geográfico de la región vitícola del sur uruguayo. Su hijo Cándido, notable jurisconsulto y emprendedor criollo, desde la década de 1870 fue un referente de los primeros tiempos de la vitivinicultura nacional. El equilibrio entre tradición e innovación es, sin dudas, la esencia del éxito en el desarrollo de buenos vinos, entre tantos el famoso Don Pascual, y también la principal bandera que identifica a la familia Deicas, actual propietaria del establecimiento.

Viñas patrimoniales
que conviven
naturalmente con

nidos de horneros.
Toscanini e Hijos: El legado de un visionario. El génesis de la antigua bodega se remonta a 1894, cuando Juan Toscannini con su esposa María Bianchi, dejaron su Génova natal para establecerse en la zona de Canelón Chico, a 30 kilómetros al norte de Montevideo. Toscanini trabajó varios años como peón, hasta que en 1908 fundó su propia bodega que elaboraba 4.200 litros de vino que se comercializaba bajo la marca "La Fuente". Su arte en el cultivo de la uva y la producción de vinos es continuado por una cuarta generación de nietos y bisnietos. Pedro atiende el viñedo, Nelson es el enólogo jefe y Jorge, con su hija Carolina, se encarga de las finanzas, mientras Andrés y su hijo Nelson trabajan en el comercio exterior. Un ejemplo de empresa familiar.

El roble es sabor, cuerpo, carácter e identidad.


Castillo Viejo: Con sólidos cimientos. La antigua bodega, creada en 1927 por el vasco francés Santos Etcheverry, es una de las mayores exportadoras de vinos finos. Sus actuales directivos preservan un legado del pionero nacido en Hasparren, que se extiende entre Las Piedras y Progreso, en el corazón de la zona vitivinícola del departamento de Canelones. Un trabajo que tiene mucho de artesanal y mucho de innovador, que brida calidad a sus productos, con el objetivo de que la marca Castillo Viejo se afiance y sea cada vez más reconocida en el mercado internacional.


Cava de piedra a orillas del río
San Juan que a sus quince
décadas es Monumento Histórico.
Los Cerros de San Juan: Cepas históricas, fiesta patrimonial. En 1854, los alemanes Martín  Christian  Lahusen y  Johann  Antón   Orange, adquirieron cuatro estancias situadas entre la costa del Río de la Plata y el río San Juan, en el departamento de Colonia. Una tierra en confluencia de ambientes fluviales, con cantos rodados y gravas graníticas y de cuarzos, donde pronto brotaron vides de Tannat. Así surgió la Compañía Rural de los Cerros de San Juan y Cochicó. En 1872 trajeron desde la Selva Negra y Nancy, toneles de roble que fueron albergados en una nueva bodega, construida en piedra, en las que todavía se elaboran vinos.  En 1988, la compañía pasó a los hermanos Álvaro y Alfredo Terra Oyenard, emprendedores dque poseen una ancestral cultura vitivinícola vasca. Allí trabaja la ingeniera Estela de Frutos, referente de la enología sudamericana, quien cada año concibe sabores que preservan la memoria de los visionarios germanos. Con más de quince décadas de existencia, el establecimiento es Monumento Histórico y Patrimonio de la Nación.

Atardecer y contraluz en
La Puebla, donde
Héctor Stagnari marca
su presencia
.
Vinos Finos H. Stagnari: Un Tannat de América y el Mundo. La joven bodega, de familias de antiguos bodegueros, avanza por las rutas que unen a las viñas de La Caballada de Salto con la planta industrial de La Puebla de La Paz, histórica localidad del departamento de Canelones, limítrofe con Montevideo. En las viñas del valle del río Daymán, afluente del Uruguay que entrega su nombre al país,  aún quedan por descubrir surcos abiertos por el francés Pascual Harriague, padre de la vitivinicultura nacional. En las barricas puestas a orillas del arroyo Las Piedras, todavía madura la alquimia poderosa de Héctor Stagnari, el enólogo genovés que legó sabiduría escrita a su nieto y colega, también llamado Héctor. Una memoria entrañable que recorre la cava patrimonial donde nacen los Tannat más premiados del mundo.

Vides tintas que parirán 
vinos de alta gama.
Bodega Familia Pizzorno: Calidad en tercera generación. La centenaria empresa familiar fundada en 1910 por Próspero José Pizzorno, descendiente de inmigrantes romanos, comenzó a salir al mundo hace siete años, por la dedicación de un nieto, el enólogo Carlos Pizzorno y de su esposa Ana Laura Rodríguez. Uno de los secretos es su ubicación, en la región de Canelón Chico, a 20 kilómetros de Montevideo y muy cerca del Río de la Plata, determinada por una importante amplitud térmica entre el día y la noche en el momento de maduración de los frutos. Un rasgo que se refleja en la intensidad y concentración de aromas y sabores.

Las hileras de Carrau son procesadas
en la moderna planta de Cerro Chapeu.
Bodega Carrau: Viñas con pasado, vinos con futuro. La estirpe de bodegueros catalanes se inició en el siglo XVIII, cuando el pescador Francisco Carrau Vehlis compró tierras en Vilasar de Mar, una zona hoy incorporada a Barcelona. Su nieto Juan Carrau Sust, graduado de enólogo en Villa Franca del Penades, emigró a Uruguay con su esposa Catalina Pujol, para seguir con la tradición de este lado del mundo. Se sumó a la  fundación de la mítica bodega Santa Rosa que entre 1930 y 1940 creció con tecnología que aportó al país el método champenoise. En 1976, sus hijos Javier, Francisco, fundaron Bodega Carrau y concretaron el proyecto Castel Pujol, con un objetivo revolucionario para su tiempo: exportar vinos uruguayos. Ellos desafiaron conceptos enológicos cuando se instalaron en el norteño departamento de Rivera, en la frontera con Brasil. En el paraje de Cerro Chapeu se realizó la más exhaustiva investigación de la cepa Tannat, preservada y contada en un museo que despierta el interés del mundo.

Los  vinos de Progreso
que recorren los mercados
más exigentes del mundo
.
Bodega Familia Pisano: Sabores, aromas y colores.  Más de tres siglos de tradición viñatera italiana arribaron a tierras uruguayas en 1870, con Francesco Pisano. En 1914 llegó su hijo Césare Secundino, que se instaló en la zona de Progreso, sur del departamento de Canelones, donde plantó los viñedos originales. La vendimia de 1924 le permitió elaborar su primer vino, fruto de toda aquella experiencia que le había trasmitido su padre y que traía consigo desde su Liguria natal. La Bodega Familia Pisano, dirigida  por los bisnietos del fundador, Daniel, Eduardo y Gustavo, es una de las más prestigiosas del país.

Las uvas blancas de
Bella Unión atesoran
secretos del norte profundo.
Calvinor: La octava maravilla. Bella Unión. La triple frontera con la Argentina y Brasil, fundada en 1829 por Fructuoso Rivera, con estratégico interés. Allí a mediados de la década de 1970 se creó la Cooperativa Agropecuaria Limitada Vitivinícola del Noroeste, una iniciativa de colonos solidarios que a causa de crisis sucesivas estuvo a punto de desaparecer. Desde 2007 se desarrolla una experiencia vitivinícola innovadora, de profundo contenido humano, que ha recuperado un emblema mayor de la región. Inspirados en ese paisaje levemente ondulado, de llanura fluvial, emprendedores uruguayos le han devuelto la esperanza a tantos artiguenses. Le han devuelto la vida a la única bodega cooperativa del país. Le han devuelto la vida a Calvinor.

La Granja XX de Setiembre de Paysandú fue
fundada en 1886 por Domingo y José Falcone.
Bodega Leonardo Falcone: Vides heroicas. En Paysandú, lejos del mundanal ruido, a 370 kilómetros al noroeste de Montevideo, se alza el histórico establecimiento que superó las doce décadas y que conjuga su venerable edad con la más moderna tecnología y los conceptos enológicos más innovadores. Allí arribaron Domingo y José Falcone Ruggiero, en 1886, provenientes de su Corletto Perticara natal, provincia Basilicata de la bota peninsular. Ese mismo año compraron al estado uruguayo el predio de Puntas de Curtiembre, donde aún se encuentra la antigua bodega y viñedo que con patriótica memoria llamaron Granja XX de Setiembre, en honor a la Unificación Italiana y en homenaje a Giusseppe Garibaldi, el Héroe de Dos Mundos. Allí, a orillas del río Uruguay, en la gloriosa ciudad conocida como La Heroica, trabaja Leonardo, nieto de Domingo. Entre plantas que maduran materia prima para los más refinados vinos artesanales.

La familia Filgueira vinifica en el paraíso,
muy cerca del río Santa Lucía.
Casa Filgueira: A corazón abierto. Una bodega dirigida por médicos parece la síntesis perfecta de esa relación eternamente idealizada que une a los buenos vinos con la salud. Para José Luís Filgueira y Martha Chiossoni, el cardiólogo y la patóloga, la viña es mucho más que el lugar de dónde sacan la materia prima para sus caldos exquisitos, reconocidos y premiados en el mundo. Es un sitio adorable, que les entrega felicidad. Que les une más íntimamente con la naturaleza plena, y con los mayores sueños y los mejores proyectos de sus hijos. Es también un homenaje a la memoria de Don Manuel, el noble pionero pontevedrés que les legó antiguas fórmulas de vinificación de las Rías Bajas.

Héctor Nelson Stagnari, como siempre, 
trabajando al pie de la vid.
Antigua Bodega Stagnari: Santos lugares, tantos sabores. El italiano Vicente Stagnari, apasionado activista garibaldino, se enamoró de la viña en su pueblo natal de Loreto, en la provincia central de Ancona. En su bodega utilizaba secretas fórmulas que trasmitió a sus hijos, entre ellos, Pablo Stagnari Casali, el joven, casi niño, que arribó en 1898 a Montevideo. Ahora es tiempo de los infinitos sueños productivos de Héctor Nelson Stagnari, nieto del pionero, que se cultivan en la finisecular Vigna Prima Donna de Lezica, en la costa montevideana del río Santa Lucía, y en el viñedo y bodega del paraje canario de Santos Lugares, departamento de Canelones. Su espíritu emprendedor resume trece décadas de enólogos italianos y uruguayos, que han recorrido el mundo en busca desentrañar los misterios de la uva y los secretos del mejor vino.

El paisaje de Viña Varela Sarranz evoca una
historia de pasión por el trabajo  y la cultura.
Viña Varela Zarranz: Música en todos los sentidos. La histórica bodega del pionero Diego Pons, fiel testigo de los albores de la vitivinicultura nacional, ha sido transformada en un emprendimiento productivo de primer nivel y en un sitio turístico y patrimonial que preserva la más entrañable memoria colectiva del país. En la legendaria granja del pueblo Joaquín Suárez,en el este del departamento de Canelones, trabaja la familia Varela Zarranz. Sus padres,  los gallegos Ramón y Antonio, en 1933 fundaron allí una emprendimiento cooperativo memorable: Viticultores Unidos del Uruguay. Allí estuvo el célebre fisiólogo francés Alaín Carbonneau, para comprobar como era llevado a la práctica su sistema de conducción de vides en lyra. Desde entonces, sus jóvenes enólogos crean vinos reconocidos y premiados, a partir de la uva que nace en plantas que adoptan formas musicales.

Reinaldo De Lucca
hace vinos en homenaje a
sus antepasados
piamonteses y toscanos.
Bodega De Lucca: Frutos que enamoran. Las infinitas sensaciones que cruzaron el mar desde puertos del centro y el norte de Italia definen el poderoso carácter de la viña de El Colorado, una extensa región vitivinícola del sur del departamento de Canelones. Con los toscanos De Lucca desembarcó una sensibilidad artística de formas y colores, que evoca la discreta seducción de la Edad Media y la gloriosa creatividad del Renacimiento. Con los piamonteses Gallarato arribó una pasión republicana por el sabor, compartida con culturas milenarias que cultivaban sus racimos tintos de Nebbiolo, a la etrusca, apuntando al cielo. Reinaldo De Lucca Gallarato sigue la tradición de su padre que fundó la bodega en 1947. De fuerte personalidad, polemista natural e intransigente defensor del terroir de su región, planta frutos exquisitos que luego vinifica para perpetuar una tradición de  calidad.

La cava de la familia Irurtia es una obra
maestra de la arquitectura industrial.
Bodega Dante Irurtia: Un romance genéticamente concebido. Un siglo y medio después de los precursores jesuitas, arribó a Carmelo,  la histórica ciudad fundada por el héroe José Artigas, un guipuzcoano de Irun, inmigrante “de profesión labrador”, que allí descubrió el vientre ideal para sus frutos. En 1913, el vasco Lorenzo Irurtia obtuvo la primera vendimia. Dante, su nieto, trabajó codo a codo con los más jóvenes, hasta transformar su bodega en un líder regional y un emblema de los vinos finos uruguayos. El líder de la moderna vitivinicultura creía en el trabajo familiar desde la implantación y cuidado de la planta hasta la elaboración.

Naturaleza e historia
conviven en
Bouza Bodega Boutique.
 Bodega Boutique: Cuando el vino es poesía sutil. Fundada en 2003, la novel bodega crece con una premisa fundamental: la pequeña escala ofrece siempre mejores resultados. En la tarea convive el espíritu fundacional de Numa Pesquera, el hijo de cántabros que fue pionero de la agroindustria nacional, con el talento de Juan Bouza Martínez, el coruñés que lideró iniciativas memorables.  Albariño, Chardonnay, Merlot, Tempranillo y Tannat. Es un camino largo e intenso, que se refleja en los vinos que elabora Juan Bouza López, hijo del emprendedor gallego y su esposa Elisa Trabal. Ellos entienden que la mejor tecnología no basta, si no es acompañada por un delicado tratamiento de la fruta y por las condiciones naturales que permitan una mínima intervención.


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El equipo de editores de la serie
Bodegas del Uruguay.
Fue una serie gráfica innovadora sobre una actividad que presume de innovación. Con números que impresionan. Más de 50 mil lectores cada semana estuvieron en contacto con una publicación masiva sobre el patrimonio industrial del vino. Carlos Contreras, Pablo Bielli y Pablo Larrosa son  fotógrafos. Manuel Carballa y Pablo Guidotti son diseñadores gráficos. Ellos fueron los responsable editoriales de una serie de fascículos, realizada entre noviembre de 2007 y febrero de 2008 en acuerdo con el diario montevideano El Observador.

–¿Cómo surgió la idea de editar fascículos Bodegas del Uruguay?
Los vinos uruguayos, admirados
por su calidad artesanal,
suelen ser etiquetados a mano.

–(Carlos Contrera) De una inquietud colectiva por el rescate patrimonial, que es anterior a la idea de las bodegas y de los fascículos.  Nos propusimos abordar temas históricos y culturales de la industria  y la opción por el vino fue lógica; por nuestra experiencia en una publicación, Cava Privada, que nos permitió reunir y organizar un acervo gráfico. Con tanta información acumulada sobre el mundo de la  vitivinicultura uruguaya, le propusimos un proyecto de largo aliento al diario El Observador: una revista semanal de 30 páginas, con mucho despliegue gráfico y mucho texto. Pero nos dimos de cara contra las posibilidades de un periódico importante, de circulación nacional, pero que planteó problemas de financiamiento. El diario tardó casi nueve meses en hacer una evaluación económica. El primer proyecto era más ambicioso, pero en cada respuesta nos devolvían un recorte argumentado en su viabilidad. Entonces, aceptamos hacer algo más corto, más sintético, en pocas páginas, aunque con el mismo nivel gráfico, con un diseño y una escritura atractiva. Fue necesario reinventar un coleccionable de vinos para transformarlo en una serie de fascículos sobre bodegas.

Toneles atesorados en edificios
patrimoniales que atraen al turismo.
–¿Privilegiaron el valor de la imagen sobre el texto?
–(Pablo Larrosa) Aunque los responsables del proyecto somos fotógrafos el objetivo era el equilibrio entre imagen, texto y diseño. Esa es una curiosidad de la serie Bodegas del Uruguay: está dirigida por reporteros gráficos con una historia profesional en medios en los que la imagen generalmente va donde deja espacio el texto. Eso se debe al histórico poder que tienen los redactores sobre los fotógrafos en los diarios tradicionales.  Y en eso también innovamos bastante. Nunca colocamos una imagen para rellenar, pero también estuvimos muy atentos a los textos y a la maquetación.

Los ejemplares más selectos 
descansan en ambientes que 
les entregan edades venerables.
–¿Por qué fascículos con un  diario y no un libro o fascículos propios?
–(Carlos Contrera) La idea del libro está planteada, pero con los fascículos funcionan disparadores. El diario tiene una vida económica más ágil y una mayor llegada a un público diverso. Para nosotros fue aprovechar la flexibilidad de un medio masivo, aún sabiendo que el libro tiene una perdurabilidad única. El fascículo impacta a corto plazo y recién ahora vamos a saber si se incorpora a la biblioteca del lector. Estamos en pleno análisis de costos y tiempos. El diario es un  canal muy interesante de difusión. Un libro es raro que llegue por casualidad a un lector, pero no es tan raro que un fascículo recorra distintas instituciones, comunidades o grupos. Un  diario puede terminar en la basura, pero también se lee multiplicado por cuatro o por cinco. Es una difusión que le sirve a la bodega, que le sirve al medio, al editor, al investigador y por supuesto al lector, porque consigue a un precio accesible un material que suele ser muy caro. Los libros sobre vinos son muy caros. 

La tecnología más
moderna del mundo
acompaña a la

tradición vitivinícola.
–¿Por qué bodegas y no otros rubros emblemáticos del patrimonio industrial uruguayo: frigoríficos, lácteos o textiles?
–(Pablo Bielli) Hay un aspecto práctico: un know how gráfico con un gran volumen de fotos. Pero también es un reconocimiento al profundo contenido cultural del vino, a una visión de placer total que no tienen otras actividades productivas. Un lector promedio puede leer sobre vinos, y disfrutarlo, pero no es probable que disfrute una lectura sobre carnes, más allá del valor histórico de los saladeros y los frigoríficos. Una virtud que lo hace atractivo como producto periodístico. El promedio de vida de las bodegas uruguayas supera el siglo, con un patrimonio histórico y cultural y un componente migratorio poderoso. Como pocos sitios, una bodega rescata esos valores. Uno toma una variedad italiana y siente que hay una historia. Aromas, sabores, colores, y una sensibilidad que se trasmite. Entonces, hablamos de bosques, de frambuesas, de canela, de recuerdos entrañables provocados por un vino.

Frutos recogidos con
pasión por la viña.
–¿Cómo es un  lector promedio de Bodegas del Uruguay?
–(Pablo Larrosa) Es un hombre joven, aunque también hay muchas mujeres, de mediana edad, de poder adquisitivo medio alto. No fue una publicación diseñada para expertos, sino que se propuso ampliar la franja de lectores sobre temas de patrimonio en general y de vino en particular. Pero son historias de vino de alta gama, no de vino común. Si los vitivinicultores son emprendedores muy particulares, con  cierto status cultural, social, económico o político, los consumidores de vinos finos tiene una sensibilidad muy especial: miran desde el envase y la etiqueta, hasta la calidad del corcho.

Enólogos jóvenes
y expertos
recrean sabores y

colores centenarios.
–¿Existe un estilo uruguayo de hacer vinos y comercializarlos?
–(Pablo Bielli) Quizá no hay una gran innovación del proceso industrial en bodega, pero sí hay mucha creatividad en los viñedos, donde nace y se desarrolla la fruta. Las bodegas uruguayas son innovadoras, paradójicamente, cuando mantienen sus tradiciones familiares y artesanales. Producen menos cantidad que sus colegas de otros países cercanos, como Chile o la Argentina. Pero esos volúmenes se compensan con una calidad natural que distingue. En pocos productos como el vino, la menor cantidad se traduce en mayor calidad.  Además, el estilo uruguayo de vinificación es una mezcla sabia de diversidad cultural. El Tannat es nuestro fruto, pero luego es vinificado por descendientes de gallegos que preservan su Albariño, los piamonteses su Nebbiolo, y así todos, franceses, catalanes, vascos, alemanes. Una característica de la vitivinicultura uruguaya es la terquedad. El Tannat significa identidad uruguaya pero hay otras variedades que no se rinden. Los vinos uruguayos son muy tercos, quizá por su origen compartido entre vascos y catalanes.

El mapa de los vinos
finos uruguayos: las
principales  bodegas

están señaladas
en color verde.
"La cantidad de fascículos fue una decisión difícil. Cuando se definió que iban a ser dieciséis, sabíamos que se corría el riesgo de cometer injusticias. Dejamos la  selección a nuestro socio logístico: la revista Cava Privada. Uruguay tiene casi 400 bodegas, de las cuales 40 producen vinos finos; de ese total hay 25 muy sólidas. A no dudarlo: hubo algunas ausencias.”
Pablo Larrosa, co-editor de Bodegas del Uruguay.

Ficha Técnica
Publicación: Revista, 16 páginas, color.
Periodicidad: 16 fascículos semanales.
Edición: Sudeste Contenidos Editoriales.
Medio: El Observador (www.elobservador.com.uy).
Imagen: Fototecasur (fototecasur@gmail.com).
Diseño: Carballa & Guidotti (mcarballa@gmail.com).
Respaldo Técnico:  Cava Privada Club de Vinos (www.cavaprivada.com.uy).
Asesores: Benjamín Doño, Miguel Larrimbe, Mariana Savio, Caterina Viña, Cecilia Siniscalco.
Redactores: Guillermo Pellegrino (gpeldu@adinet.com.uy) y Armando Olveira Ramos (warolve@adinet.com.uy) .
Corrección: Ana Cencio (anacencio@gmail.com).

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