El Implacable
Arribó a Montevideo en 1956, gracias a un salvoconducto
conseguido por el diplomático uruguayo Rogelio Braceras. Antes
había sido activista de la Federación Anarquista Ibérica, soldado
del Comité de Milicias Antifascistas en el frente aragonés de la
Guerra Civil Española, apoyo de la resistencia francesa contra
la ocupación nazi y prisionero de obscenos campos de concentración.
Sufrió el rigor extremo de las cárceles del franquismo y el
insoportable dolor de un rehén ejecutado virtualmente decenas de
veces. En Cataluña trabajó como explicador de películas
mudas, perito mercantil y pianista aficionado. En los primeros
tiempos de destierro uruguayo fue cobrador, docente autodidacta de
literatura española, publicista y traductor, mientras completaba sus
ingresos como cuidador de coches. Era tajante al marcar un error de
construcción sintáctica u ortografía, hasta dejar en silencio al
famoso editor porteño Edgardo Sajón; mientras asesoraba a la Real
Academia en modificaciones del uso de la jota o para oponerse a la
supresión de la eñe. Sus compañeros le decían El Implacable.
Un apodo que, paradójicamente, describía toda la ternura de su
biológica intransigencia. Él era así. Siempre de ceño fruncido.
Un gesto que lo acompañó hasta el minuto final, de su última
mañana.
Sobre
la base de los artículos publicados en El sueño igualitario
(Cuadernos de Cazarabet, España, 2004) http://www.cazarabet.com/esi/numeros/4/index.htm#gladio y en la revista Noticias (Montevideo, 1999) http://www.smu.org.uy/publicaciones/noticias/noticias100/art7.htm
En
su documento de identidad uruguayo figuraba un tal Manuel Ferraz
Baró, que muy pocos conocían, venido al mundo en Barcelona el 26 de
setiembre de 1915. “Siendo todavía jovenzuelo, decidí la muerte
civil del pobre Manolín, un pequeño apocado,
probablemente por un temperamento paterno enérgico y nada
pedagógico. Soy Gladio, que viene del gladius, la espada
que servía a los gladiadores para matar o morir.” Así solía
explicar su nombre de guerra.
Manuel
era su padre. “Un aragonés brutote, muy trabajador y honesto, que
jamás pudo sacudirse del religioso machismo de una España
esencialmente conquistadora, pero moralmente derrotada.”
Don Manolo era un ateo radical, que se alfabetizó
siendo mayor de edad, por influencia de compañeros masones que nunca
terminaron de convencerlo. En 1912 se fue a Barcelona, para trabajar
como obrero gráfico de dos publicaciones anarquistas: La
Publicitá y El Intransigente. Allí también
colaboró con Tierra y Libertad, deslumbrado por sus
fundadores, Juan Montseny y Teresa Mañé, más conocidos
como Federico Urales y Soledad Gustavo,
padres de Federica Montseny.
En
1921 se radicó en Lérida donde trabajó como explicador de
películas, un
oficio en alza en los pueblos, porque las leyendas de los filmes solían estar escrita en inglés y aún, si estaban en español, muchos de los vecinos eran analfabetos. Fue un libertario incorruptible de fervorosa
militancia contra el dictador Miguel Primo de Rivera, pero, también
un audaz empresario. Pionero y propietario del cinematógrafo más
popular de la región, con salas en las vecinas Huesca y Terragona y
la representación exclusiva de los proyectores alemanes Zeiss Ikon.
“Cuando estaba a punto de elegir una carrera, me propuso la
administración del negocio mientras le ayudaba como pianista y
explicador. La experiencia duró poco. Es que de él heredé su
facilidad para ir a la cárcel por no guardar silencio cuando debía
y su devoción por una palabra que ambos gozábamos muy
profundamente. La más anarquista de todas las ideas: No.”
Gladio Ferraz, El Implacable,
un luchador de dos mundos. (Gustavo Caggiani, 1999) |
En
1930 el joven Gladio optó por un oficio que cumplía
con el requisito paterno: Peritaje Mercantil. “A la academia iba
Lorenzo Páramo, a la vez alumno de violín del conservatorio musical
donde yo aprendía piano y solfeo. Ese muchacho utilizaba un típico
saludo cuando abandonaba la clase: Salud y Revolución.” Admiraba
al sindicalista Modesto Badía, quien, con cuatro aragoneses,
administraba colectivamente un bar: El Cantábrico. “Me aconsejó
algunas lecturas que irían despejando las pocas brumas que me
rodeaban: La conquista del pan, Sembrando
flores y La revolución desconocida.” La
literatura política pasó a ser preferida, aunque nunca abandonó a
los autores de su niñez: Julio Verne, Emilio Salgari y Alejandro
Dumas.
En
abril de 1931, recién instaurada la Segunda República Española,
fue detenido el último dictador de la monarquía, general Dámaso
Berenguer. Por entonces era insistente el rumor de que el nuevo
presidente, Niceto Alcalá Zamora, lo amnistiaría de graves delitos
de lesa nación y crímenes contra la humanidad. La indignación lo
llevó a escribir su primera poesía de tono social, publicada en el
diario El País leridano, a pesar de advertencias
paternas:
Don
Dámaso Berenguer,
el
as de los asesinos
que
por sus hechos continuos
la
muerte ha de merecer,
está
pidiendo perdón
al
presidente Zamora
el
cual, aunque nada ignora,
le
dará la absolución.
Y
di tú, pueblo español,
di
tú, ya que eres tan justo,
¿merece
acaso el perdón
este
zorro tan astuto?
Desterrado,
transterrado
El
19 de julio de 1936, primer día de la Guerra Civil Española, estaba
en Lérida, como activista de la Federación Anarquista Ibérica y de
la Confederación Nacional de Trabajadores. Barcelona
iniciaba la primera experiencia de gobierno acrático, por un acuerdo
entre el presidente Lluis Companys Jover y los jefes de la triunfante
resistencia contra el golpe franquista: Buenaventura Durruti, Juan
García Oliver y Diego Abad de Santillán.
A
mediados de 1937, Gladio era funcionario del Colectivo del Transporte
de Barcelona, un emprendimiento de más de 25 mil cooperativistas que
controlaba omnibuses, metros y trenes. Allí se alistó como
voluntario del Comité de Milicias Antifascistas. Durante casi tres
años fue aprovisionador de las ametralladoras que apuntaban a
Teruel en el frente de Aragón que lideraba el emblemático Durruti. En 1938, herido gravemente en Alcañiz, formó parte de la última
unidad que sucumbió ante el poderío aéreo alemán con los Stukas
que arrasaban el terreno. Perdida la guerra, arrinconado contra los
Pirineos, escapó milagrosamente de un ataque de aniquilación de
aviones Fiat italianos. Los pocos sobrevivientes, cruzaron las
inmensas montañas pirenaicas a pie, en éxodo inhumano.
En
marzo de 1939 ingresó a Francia junto a medio millón de
republicanos Transterrados (término que acuñó el
filósofo José Gaos). Pero el gobierno francés, muy
debilitado y presionado en los meses previos a la ocupación nazi,
invocó una neutralidad inexistente. Los refugiados anarquistas y
poumistas (del Partido Obrero de la Unificación Marxista–POUM) fueron tratados de “peligrosos” por el presidente socialista
Edouard Daladier.
Gladio era obligado a recorrer los campos de Arles sur Tech, Vernet, Olorón,
Barcarés, Argelés; los tristemente célebres infiernos de Collioure
y Saint Cyprien y las compañías de trabajo de Ferme de Maroc, Le
Lonzac, La Courtine y Les Piolers. “Mientras los nazis dividían a
Francia en dos zonas los catalanes éramos trasladados a Randan, a
diez kilómetros de Vichy. Allí la resistencia nos ofreció un
acuerdo: libertad y apoyo para movernos, a cambio de adiestramiento.”
Gladio
trabajaba en los hornos metálicos de la Compañía de Paulhaguet,
mientras apoyaba a los maquisard que entrenaban
patriotas franceses en los bosques del Haute Loire. En 1941 cayó en
manos de una patrulla alemana que lo envió al campo de concentración
de Saint Etienne. De allí escapó, ese mismo año, utilizando su
infinita capacidad de prestidigitador. “Pero, hay que decirlo
claro, muchos republicanos nos salvamos porque los nazis estaban
obsesionados con los judíos.” Tras la evasión, el comando del
campo dio la orden de cazarlos y asesinarlos. En algo más de tres
meses fue perseguido a lo largo de 3.500 kilómetros. Muchas veces
escapó a último momento, a pie, a caballo, en bicicleta, o como
fuera. El heroico episodio es conocido entre los anarquistas como La
fuga de los cien días.
Abisinio,
Facerías y Sabaté
El
6 de agosto de 1942 regresó a Barcelona, clandestinamente. “Fui
llamado por antiguos compañeros que retomaban la lucha contra Franco
y yo no podía quedar fuera.” Un año después conoció a su
esposa, Gloria. Fue durante unos meses de “hibernación” en el
pueblo navarro de Estella, mientras los planes anarquistas
recuperaban bríos con la liberación francesa y la inminente derrota
nazi. En un paso por Lérida fue contactado por César Broto, por
entonces, secretario de la clandestina CNT, que lo reclutó como
“Piel Roja” (nombre popular de la incipiente guerrilla catalana).
También
sus padres, radicados en Gerona, se las ingeniaban para colaborar con
el Movimiento Libertario Anarquista. La casa familiar era estratégico
albergue de quienes retornaban del victorioso exilio francés. Por
allí pasaron decenas de compañeros: Zubizarreta (muerto en la
cárcel); Villegas (ahorcado en Venezuela); Pareja (ajusticiado por
orden del confidente Melis); Castellón y Perico (presos
políticos) y los hermanos Sabaté, entre ellos Quico, el
más célebre guerrillero catalán (muerto en combate en 1960). Los
Ferraz dieron auxilio a otras leyendas libertarias: Jaime Parés, El
Abisinio, José Luís Facerías y Ramón Vila, Caraquemada.
La
vida de Gladio cambiaría dramáticamente en marzo de 1946, luego
que agentes del régimen descubrieran explosivos y armas, que venían
desde el paso franco-catalán de Camprodón. El plan original era
atentar contra una parada que, según buenos informantes, contaría
con la presencia de Franco. "Una madrugada sonó el timbre.
Nuestro perro, que cuando un fulano pisaba la entrada armaba
escándalo con sus ladridos, estaba tranquilo, lo que era probaba que
el visitante le resultaba conocido. Papá abrió, creyendo que se
trataba del guía. Al ver gente extraña y algún uniformado,
pretendió cerrar, pero un pie lo impidió."
Su
historia como preso político, incluyó siete condenas a muerte del
Consejo de Guerra, por “bandidaje, estragos, terrorismo y
asociaciones delictivas de varios tipos". Fue uno de los 33
rehenes retenidos en las cárceles catalanas, en secreto cautiverio.
La dictadura los tenía “para ir fusilando si fuera necesario”,
pero, además, jugaba con ellos a un macabro simulacro. “Cuando te sacan al patio de madrugada camino al paredón se te caen las lágrimas. Cuando el pelotón prepara armas, lo primero que haces es reirte de ellos, mirándolos a los ojos. Más de una vez deseé, y se los grité en la cara, que todo se terminara en ese momento. Es verdad, cuando ves que no disparan, te cagas y te meas encima."
Como
la ejecución se iba alargando, hubo tiempo para un hábeas corpus.
“Nos vimos favorecidos por gestiones de organismos humanitarios, y
la buena letra internacional que debió hacer el régimen tras la
derrota nazi.” En 1953 su pena fue conmutada por veinte años, con
libertad vigilada a los siete y medio; mientras sus fantasías de
libertad tenían como único destino las capitales del Río de la
Plata. "Conocí a un gambucero (encargado de compras y
aprovisionamiento) de un barco que hacía el recorrido a Buenos Aires
y Montevideo, que me enseñó el esperanto mientras compartíamos el
encierro y me contaba sus aventuras." A ese hombre, del que
nunca supo el nombre, dedicó uno de sus Poemas del barrote:
No
quiero llorar
ni
oír un gemido,
más
si mi garganta
se
ha de desgarrar,
que
sea un rugido
de
fiera salvaje,
de
fiera furiosa
que
brinque, que raje,
¡de
fiera privada de su libertad!
Una
tarde de 1956
Luego
del enésimo interrogatorio, Gladio escapó para entrevistarse con
Rogelio Braceras, por entonces cónsul uruguayo en Barcelona. "Me
instalé en su casa y le advertí que de allí solo saldría muerto.
No nos conocíamos, jamás nos habíamos visto, pero me puse en sus
manos." El diplomático simpatizó con aquel anarquista
desesperado. Se encargó de los trámites en la Dirección Nacional
de Migraciones y le consiguió un salvoconducto. El 11 de junio
arribó al puerto de Montevideo con el honorable título de refugiado
político.
Su
primer trabajo fue en la firma de despachantes de aduana Bergara y
Cia, luego en el Cantegril Country Club de Punta del Este y en la
agencia de publicidad Cesare Gnecchi Rusconi como
redactor de avisos para la tienda London París. En los pocos ratos
libres era profesor de literatura española y hasta cuidaba coches.
"En 1958 la lotería me favoreció con 500 pesos, mucho dinero
de aquella época, para traer a mi familia." Nunca más se
separaría de su esposa Gloria, de sus hijos Jazmín y Dakar Argel,
ni de su hermana Marisa, ni de sus padres que fallecieron al año
siguiente.
Necesitado
de más ingresos, consiguió un puesto corrector y traductor de
artículos científicos en el Sindicato Médico del Uruguay. “En
mis tiempos de publicitario había entablado amistad con el pediatra
José Bebe Gomensoro y con los funcionarios Roberto
Cotelo y Virgilio Bottero, tres valerosos brigadistas internacionales
en la Guerra Civil." Con ellos solía compartir su memoria de
poético repudio al franquismo:
En
medio de un racimo de fantoches,
verdugos
consecuentes del sadismo,
el
Odio fluye en boca de un herodes,
hipócrita
sayón del mosenismo
¿piedad?
¿razón? ¿amor? hueros vocablos
que
desmienten tu lengua lujuriosa,
el
brillo de tus ojos acerados
y
tus labios de sierpe venenosa.
El
13 de octubre de 1963 fue contratado por el matutino La
Mañana para reorganizar su archivo periodístico y, muy
poco después, también para la corrección. "Hubo
un momento que no tenía descanso. Era traductor del Sindicato Médico
de 8 a 12; archivista en La Mañana de 12 a 16;
cobrador del Sindicato de 16 a 20 y corrector de 20 hasta la
madrugada. Tenía tantos trabajos, y en lugares tan distantes, que
vivía con los pies en llaga viva, porque todo lo hacía caminando.
Hasta que me compré la bicicleta." Pero siempre había espacio
para uno más. En 1970, la Facultad de Medicina le encargó la
corrección de sus publicaciones y la traducción del material
extranjero y del que presentaba en congresos internacionales.
Atajando
hasta el final
Gladio
formó parte del equipo de correctores de SEUSA, con Pintos,
Martuscello, Valledor y Pampinella. Bajo el seudónimo de Eugenio Vériz,
escribió: Lo que la prensa no debe decir. Un pequeño
libro que circuló entre redactores profesionales, docentes y
estudiantes de literatura e idioma español. La obra contiene más de
mil equivocaciones que “terminaron dentro del arco que defendía
algún humano corrector, incluido yo mismo”. Todos, acompañados
por un comentario irónico. “La intención no fue burlarme de la
profesión periodística y, menos aún de la corrección. Una silla
que ningún culo desearía ocupar, si se me permite una maltratada
palabra, injustamente acusada de mala.”
En
la obra profundiza su comparación entre dos puestos ingratos.
“Detrás de ambos, solamente está la red o la humillación de una
burrada en primera plana. Cuando atajamos todos los equívocos nadie
nos palmea la espalda. Pero, cuando se nos pasa algún gazapo suele
ser contabilizado como un gol en nuestra contra; aunque la pifia
original sea de otro. Y si es más o menos grande suele quedar para
la peor historia personal. Todos olvidan que el corrector debe leer,
desde avisos hasta sesudos editoriales, desde recetas de cocina hasta
comprometedores artículos políticos. Todo eso, sin contar la hora
del cierre.”
También
publicó la novela Sucedió en Vigo (“sin pena ni
gloria”) y un ensayo: El arte de hacerse el antipático (“un
intento de psicología intuitiva que pretendió demostrar que el
ocultamiento de nuestras genuinas reacciones, es el primer paso hacia
la hipocresía y, en definitiva, hacia la pérdida de salud mental”).
En 1993 abordó el deporte desde la evolución social, en un ameno
recorrido por cincuenta términos, desde el primer vocablo admitido
por la Real Academia: velocipedista.
Eñe
y jota
Era
usualmente consultado por Rafael Lapesa, secretario perpetuo de la
Real Academia Española hasta 2001. Nunca se conocieron personalmente, pero se escribían con fraterna asiduidad. Fue Gladio quien inició la intensa relación epistolar, fuertemente atraído por
una frase del célebre filólogo, dicha en la Universidad Complutense
de Madrid: “Lo he comprobado en estos años lejos de mi patria; el
inglés nunca logrará arrinconar al español”, afirmaba Lapesa en
1975.
El
inquieto catalán no dudó en escribirle. “Considero humildemente,
doctor, desde tierras remotas del Uruguay, que la Academia debe estar
muy atenta en la protección del purismo de la lengua. Lo más
próximo y urgente será defender a la letra eñe, de inminentes
embates anglosajones vestidos con trajes de nuevas tecnologías
globalizadas.“
Lapesa
respondió rápidamente. “Estimado Gladio, no veo especiales
peligros en la influencia que el inglés ha alcanzado en el campo de
las tecnologías. Claro que hay cambios, pero resultan inevitables.
Ahora, las mayores influencias proceden del inglés, como en el siglo
XVIII venían del francés. Todos los idiomas se influyen y se
contaminan unos a otros." No obstante, se sintió tocado por
aquella reflexión futurista y se comprometió a defender el
“maravilloso patrimonio gramatical de la eñe”. Desde ese
momento, ambos mantuvieron un fluido contacto "virtual" que duró más
de un cuarto de siglo.
"Hay
dos anécdotas muy graciosas de nuestra platónica amistad. Un día
Rafael me informa que algunos académicos tenían deseos de cambiar
la palabra reloj por reló. Le doy mi opinión en contra, entre otros
motivos porque se dificultaría mucho en el plural. Al parecer la
aceptaron, porque el reloj sigue con su jota en el lugar. La otra se
refiere al término México. En su momento opiné que debía decirse
Méjico, porque la equis era un uso de los infaustos siglos de la
colonia”, argumentaba. En la actualidad, la Real Academia acepta
las dos formas, aunque ve con más simpatía a la jota.
Ni
El
catalán sentía un biológico desprecio por la monarquía (“aunque
se esconda detrás de la adjetivación falaz de democrática”) y
por los partidos políticos españoles (“de izquierda, centro o
derecha”). Tampoco ocultaba, ni siquiera en las más acaloradas
asambleas de la Asociación de la Prensa Uruguaya, una profunda
aversión por el “estalinismo genocida, traidor y cómplice de la
dictadura franquista”.
“Recuerdo
una discusión entre la 1 y la 30 (la dos listas históricas de APU, el gremio de los periodistas uruguayos). Luego de las medidas prontas de seguridad del Pachecato (período
represivo del ex presidente Jorge Pacheco Areco, situado entre 1968 y
1971) los desencuentros eran frecuentes y se profundizaron con el gobierno de (Juan María) Bordaberry. El 9 de febrero de 1973, los de la lista 30 propusimos una salida masiva a la calle, para
repudiar lo que era un virtual golpe de Estado de militares supuestamente progresistas. Los
comunistas se burlaban de los anarquistas porque, según ellos, éramos unos exagerados; que no había tal golpe. Uno de ellos se dirigió a mí de manera
insolente.”
–Gallego,
capaz que tú no lo comprendés, pero, aquí los militares tienen
otro concepto cívico –argumentó el asambleísta.
–Pedazo
de un rusófilo, puedes decirme hijo de puta que quizá no me enoje.
Pero, jamás me llames manuel (así con minúscula, porque era una
referencia al bautismo católico), ni gallego (utilizado como
gentilicio de un Reino de España, del que renegaba), ni comunista.
–Si insistes, puedo matarte por honor –fue la amenazante réplica
de Gladio,
que dio por finalizado el debate. Por lo menos, por esa tarde.
El
mito de su inmortalidad fue contado, una y mil veces, por camaradas
de lucha en la Guerra Civil, del exilio republicano y por compañeros
de prisión en las cárceles franquistas. También sorprendió a los
mejores médicos uruguayos (entre ellos al intensivista Homero
Bagnulo, que aún se jacta de haber sido su amigo) con una historia
clínica que registró cuatro episodios de meningitis y otras tantas
neumonías graves, normalmente terminales. –Salvo para él, claro –
aún asiente, admirado, Bagnulo.
–¿Sabéis
por qué no le apetezco a la parca? –Por que teme que le subleve el
camposanto. Era la convincente e irónica respuesta del catalán,
siempre de ceño fruncido, a quien le preguntase sobre su insólita
habilidad para escaparle a la muerte. Quienes le conocieron están
convencidos de que no exageraba. Son los mismos que cuentan que jamás
dejó de repetir su más sentido credo anarquista.
–Dios
no existe –fue su agónica, e implacable negación cuando alguien tuvo la idea de llamar a un sacerdote para darle la extrema unción. Una mañana del
3 de marzo de 2001.
Gladio me sorprende cada día un poco más.
ResponderEliminarSalud!
Irina
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