Rehenes del Club Naval
Crónica sobre detención de Roger Rodríguez y Alexis Jano. |
—Roger Rodríguez y Alexis Jano Ros trabajaban en La Voz de la Mayoría, creada para ser la continuidad periodística de Convicción, un semanario clausurado el 4 de mayo de aquel año repleto de ataques a la prensa independiente.
—Convicción
tenía una dirección política compartida por Víctor Vaillant, Jorge Lorenzo y
Ernesto de los Campos.
Julián Murguía. |
—Colaboraban:
Hugo Alfaro, Guillermo Chifflet, Miguel Ángel Campodónico, el Maestro Sila
Contreras, Carmen Tornaría y Edith Moraes, y dirigentes del Plenario
Intersindical de Trabajadores.
—El
pretexto dictatorial para encarcelar a Rodríguez y Jano fue un artículo
publicado en el N° 1 del semanario La Voz de la Mayoría, el 21 de junio,
titulado: “Familiares piden la libertad de Nélida Fontora y Graciela Jorge”.
—La
crónica describía las enfermedades que ambas presas políticas sufrían en Punta
de Rieles y solicitaba que las liberaran, alentando una amnistía general e
irrestricta.
—Julián
Murguía, había sido detenido una semana antes, procesado el 23 de junio por el
mismo juez militar, procesado por una contratapa memorable en el semanario La
Democracia: “El amargo temor a la venganza”.
—La
liberación de los tres, el 19 de julio de 1984, fue celebrada en Uruguay, por
periodistas, medios de comunicación, organizaciones sociales, la población, y
por asociaciones periodísticas de todo el mundo.
—El
sociólogo Luis Eduardo González divide los casi quince años de la última
dictadura, en tres etapas: “Comisarial”, entre 1973 y 1976, “Fundacional”,
cuando el regimen intentó crearse una legalidad política, que duró hasta la
derrota electoral en el plebiscito de 1980, “Transición a la Democracia”,
iniciada con el triunfo de No hasta el 1 de marzo de 1985, cuando asumió el
presidente constitucional Julio María
Sanguinetti.
—La misma noche del golpe de Estado del 27 de junio, el dictador Juan María Bordaberry firmó un decreto que prohibía “todo tipo de noticias y comentarios que afecten negativamente el prestigio del Poder Ejecutivo y las Fuerzas Armadas o que atenten contra la seguridad o el orden público”.
—La misma noche del golpe de Estado del 27 de junio, el dictador Juan María Bordaberry firmó un decreto que prohibía “todo tipo de noticias y comentarios que afecten negativamente el prestigio del Poder Ejecutivo y las Fuerzas Armadas o que atenten contra la seguridad o el orden público”.
—En
el inicio de la fase “Comisarial” recrudeció la clausura de la prensa
opositora. En poco más de un año fueron cerrados decenas de periódicos, entre
los que hubo dos casos emblemáticos: el diario El Popular, el 16 de noviembre de
1973, el semanario Marcha, el 26 de noviembre de 1974.
—En
febrero de 1975 fue creada la Dirección Nacional de Relaciones Públicas
(DINARP), un organismo dedicado a la propaganda oficial y la censura, que con
los servicios de inteligencia controlaban la denominada “prensa grande”,
diarios, radios, televisión.
Contratapa La Voz, N°6, la liberación. |
—Mientras
CX 30 La Radio reflejaba voces disidentes, internas y externas, nacía La
Semana, un suplemento sabatino de El Día, con periodistas dispuestos a
enfrentar la censura cultural, también
la revista Noticias, de breve curso independiente, La Plaza de Las
Piedras y el semanario Opinar, dos alegorías en papel de la resistencia.
—Los
corresponsales de agencias extranjeras cumplieron un rol relevante, pese a los
controles de sus cables, en la tarea de informar con objetividad.
—En
aquella etapa de oscuridad hubo una resistencia impresa que circulaba en la
clandestinidad, con crónicas mimeografiadas que contaban las desdichas de un
país encarcelado y silenciado.
—El
nacimiento de la etapa de “Transición a la Democracia” se sitúa el 30 de
noviembre de 1980, cuando los uruguayos votaron, luego de nueve años, en un
plebiscito pergeñado por el regimen. El proyecto de Constitución dictatorial
fue rechazado por 57.9% de la población.
—Muy
cerca del NO, la memoria colectiva mantiene viva la imagen de un debate
televisivo que el 14 de noviembre, dos semanas antes de la consulta, le dio voz
a dos figuras opositoras, el colorado Enrique Tarigo y el blanco Eduardo Pons
Etcheverry.
—Fue
la única polémica pública, en medio de una propaganda dictatorial
intimidatoria, constante. Un relato épico, impregnado por una metáfora cultural
de Pons Etcheverry, que trató de “rinocerontes” a los personeros de la
dictadura, en alusión a la pieza teatral de Eugenio Ionesco que por aquellos
días estaba en cartel en Montevideo.
—La
dictadura debió admitir una derrota inesperada. Mientras la población celebraba
en silencio, sin festejos, dos publicaciones recientes, eran reconocidas como
emblemas periodísticos del NO: La Plaza, de Felisberto Carámbula, y Opinar,
dirigido por Enrique Tarigo.
—Luego
de ganado un espacio, los partidos políticos aún proscritos comenzaron a
negociar un nuevo cronograma de transición a la democracia. A la percepción de
un afloje en la censura, se sumó el nacimiento de nuevas publicaciones:
Búsqueda (semanal), Correo de los Viernes, Presencia, Opción, El Dedo, La
Razón, a las que pronto se sumaron, La Democracia, Lealtad, Somos Idea, Aquí,
Convición, Jaque, Guambia, La Voz de la Mayoría, ACF, entre tantas.
—El
21 de mayo de 1981 el Consejo de Estado de la dictadura aprobó la Ley Nº 15.137
de Asociaciones Profesionales. Para algunos sectores sindicales, aceptar la
norma era avalar al régimen, para otros, la mayoría, fue una oportunidad de
reorganización del movimiento obrero, que permitió la creación del Plenario Intersindical de Trabajadores (PIT).
—En
las Elecciones Internas de 1982, con partidos y candidadtos proscritos, los
opositores triunfaron ampliamente: 76,2% en el Partido Nacional y 69,7% en el
Partido Colorado. El voto en blanco, propuesto por sectores del Frente Amplio,
obtuvo casi 7% del total de sufragios.
—El
PIT organizó el Acto del 1° de mayo de 1983 que convocó a más de 100.000
uruguayos. El estrado se instaló frente al Palacio Legislativo, mirando a la
avenida del Libertador. Un enorme cartel pedía libertad, trabajo, salario y
amnistía para los presos políticos.
—En
octubre de 1983 se publicó el primer número del semanario Convicción,
continuador de otro medio sindical: Presencia. Tenía una dirección política
compartida por Víctor Vaillant (CBI), Jorge Lorenzo (Partido Comunista) y
Ernesto de los Campos (Partido Socialista).
—El
editor periodístico era Enrique Alonso Fernández, y el redactor responsable,
Edgardo Etiez, quien tenía registrado el nombre. En la redacción trabajaban:
Roger Rodríguez, Claudio Paolillo (política), Miguel Flores (sindicales),
Alexis Jano Ros (información).
—En
Convicción colaboraban: Hugo Alfaro (cultura, sociedad, crónicas de vida),
Guillermo Chifflet, Miguel Ángel Campodónico (entrevistas e investigaciones),
el Maestro Sila Contreras, Carmen Tornaría y Edith Moraes (Educación), y
dirigentes del Plenario Intersindical de Trabajadores.
Tapa La Voz, N° 4. |
—El
regimen comenzó a utilizar el control de las edición al pie de la imprenta. un
procedimiento que iba más allá del
decreto 313/969 de medidas prontas
de seguridad, del 4 de
julio de 1969, y del decreto de disolución del
Parlamento.
—El
periódico era obligado a realizar todo el proceso de publicación, hasta la
tirada, que en aquel tiempo podía llegar a 30.000. Un comando militar
autorizaba, luego de controlar varios ejemplares impresos, si esa edición podía
salir a la venta.
—La
censura en la imprenta fue la peor que se haya realizado en el país, tenía una
intención clara, cerrar a los semanarios por asfixia económica —Claudio
Paolillo.
—El
27 de noviembre de 1983 fue convocado un acto opositor frente al Obelisco, con
la consigna “Por un Uruguay sin exclusiones”. Medio millón de ciudadanos
escucharon la proclama leída por el actor Alberto Candeau, en la movilización
popularmente conocida como “Un río de libertad”.
—El
19 de marzo de 1984 fue liberado el general Líber Seregni. Ese mismo día, ante
una multitud, llamó a redoblar la lucha sin odio, ni resentimiento. Apoyó la
participación del Frente Amplio en las negociaciones con la dictadura, que
cristalizaron en el Pacto del Club Naval.
Parque Hotel, caceroleadas, Club Naval
—En
el Parque Hotel se realizaron siete reuniones entre la Comisión de Asuntos
Políticos creada por la dictadura y dirigentes de los partidos Colorado,
Nacional y Unión Cívica. La primera fue el 13 de mayo de 1983 y la última, el 5
de julio, cuando Julio María Sanguinetti anunció la decisión de retirarse de
las negociaciones, por “discrepancias insalvables”.
—Luego
del fracaso del Parque Hotel, un decreto del 2 de agosto suspendió
transitoriamente la actividad política, el llamado Acto Institucional N° 14
confirió amplias facultades al Poder Ejecutivo para decidir nuevas
proscripciones por un mínimo de dos años.
Tapa La Voz, N° 1. |
—El
Pacto del Club Naval fue un acuerdo alcanzado el 3 de agosto de 1984 entre los
jerarcas militares y representantes de los partidos Colorado, Frente Amplio y
Unión Cívica que posibilitó el retorno de la democracia después de casi doce
años de dictadura. Fue la culminación de una negociación secreta, sin
participación del Partido Nacional.
Regreso de Wilson
—El
16 de junio de 1984 retornó de su exilio Wilson Ferreira Aldunate, cruzando el
Río de la Plata en el Vapor de la Carrera. En un dispositivo de guerra para
impedir el contacto del líder con la multitud que lo esperaba, fue apresado por
los militares y trasladado en helicóptero hasta el cuartel de Trinidad, donde
permaneció encarcelado durante toda la campaña electoral que restableció la
democracia.
—Ferreira
Aldunate fue liberado el 30 de noviembre de 1984. Una caravana multitudinaria
lo condujo hasta Montevideo. Entrada la madrugada del 1 de diciembre, arribóó a
la Explanada Municipal, donde el Partido Nacional había organizado un acto de
bienvenida.
—En
una de las concentraciones políticas más recordadas de la historia uruguaya,
Ferreira anunció su apoyo al gobierno electo, resumió su postura en una
palabra: "gobernabilidad".
Roger, Alexis, Julián
—Fueron procesados en junio de 1984 por un juez militar que les imputó el delito de “ataque a la fuerza moral de las fuerzas armadas por vilipendio”.
—Fueron procesados en junio de 1984 por un juez militar que les imputó el delito de “ataque a la fuerza moral de las fuerzas armadas por vilipendio”.
—Fueron
los últimos periodistas encarcelados por la dictadura, en los meses finales de
un regimen en retirada, jaqueado por resultados electorales adversos,
desbordado por una movilización popular que convocaba a los mayores actos
opositores que recuerde la historia de Uruguay, deslegitimado por la opinión
pública internacional.
—Roger
Rodríguez y Alexis Jano Ros trabajaban en La Voz de la Mayoría, un semanario
creado para ser la continuidad periodística de Convicción.
—Convicción
había sido clausurado el 4 de mayo de aquel 1984 repleto de ataques a la prensa
semanal independiente, por una entrevista a Wilson Ferreira Aldunate realizada
en Buenos Aires, antes de que el líder opositor regresara el 16 de junio, en el
memorable cruce del vapor de la carrera.
—Fueron
procesados por un juez militar el 29 de junio de 1984. El pretexto dictatorial
fue la publicación de un artículo de Roger Rodríguez en el N° 1 del semanario
La Voz de la Mayoría, el 21 de junio, titulado: “Familiares piden la libertad
de Nélida Fontora y Graciela Jorge”.
—La
crónica describía las enfermedades que ambas presas políticas sufrían en Punta
de Rieles y solicitaba que las liberaran, alentando una amnistía general e
irrestricta.
—Julián Murguía, había sido detenido
una semana antes, procesado el 23 de junio por el mismo juez militar,
encarcelado por un artículo de periodismo de investigación y una contratapa
memorable en el semanario La Democracia: “El amargo temor a la venganza”.
—Aquel fue un tiempo de paradojas
aparentes. Por un lado, los dictadores se sentaban a negociar una salida
controlada, primero en el Parque Hotel, luego en el Club Naval, y por otro eran
los estertores totalitarios de Gregorio Álvarez, que atacaba a la que
consideraba la mayor culpable del inminente fracaso de sus fantasías
megalómanas: la prensa independiente.
—La liberación de los tres, el 19 de
julio de 1984, fue celebrada en Uruguay, por la mayoría de la población, por
periodistas, medios de comunicación y organizaciones sociales, por asociaciones
periodísticas de todo el mundo.
—Fueron los últimos periodistas
encarcelados por la dictadura, o como Roger Rodríguez interpreta, tres décadas
después de los hechos, fueron rehenes de las negociaciones secretas que
comenzaron a principios de julio, cuando los tres todavía eran prisioneros, que
finalizaron con el Pacto del Club Naval.
—"El pequeño celdario conocido como La Reja, puerta de ingreso de los presos a la Cárcel Central, era lo más
parecido a una jaula del zoológico que podía recordar. Me había criado detrás
de la Facultad de Veterinaria, cerca de Villa Dolores, por lo cual conocía muy
bien las jaulas de los animales y más de una vez, con algunos adolescentes
amigos, había ingresado a horas no permitidas al predio municipal donde también
está el Planetario. Pero nunca había quedado dentro de los barrotes.
—Hacía pocas horas que el juez
militar, capitán de navío Ricardo Moreno, nos había procesado con prisión por
el delito de 'ataque a la fuerza moral de las Fuerzas Armadas en el grado de
vilipendio', según lo establecido en el Artículo 58 del Código Penal Militar.
Ya nos habían tomado las huellas y fotografiado de frente y perfil, y nos había
cortado el pelo (no rapados como los presos políticos, pero sí un corte
policial, el único que sabía el peluquero de Jefatura). Solo faltaba que la
autoridad pertinente decidiera en qué celda nos colocarían.
—Alexis Jano Ros y yo teníamos hambre
y frío... también algo de temor. Del otro lado de las rejas, en el patio
interior del Pabellón Artigas, unos treinta presos comunes (entonces había
comenzado a utilizarse el término 'presos sociales') almorzaban. Entre ellos
reconocimos al periodista Julián Murguía, a quien habían encarcelado por el
mismo delito una semana antes. En una contratapa de La Democracia escribió un
artículo donde criticó la negociación política que
comenzaba a realizarse en el Club Naval.
—Con su prisión y la nuestra, la
dictadura (y los partidos políticos que entonces lo admitieron) había dejado
claramente establecido que no aceptaría presiones de prensa. Hacía años (desde Luis
Hierro López por el milicos putos' en los clasificados de El Día en 1976), que
no había un periodista preso por el ejercicio de la profesión. Quedamos en una
suerte de condición de 'rehenes' de la censura y del resultado del propio
acuerdo del Club Naval. Nuestro destino era así de incierto.
Contratapa La Voz, N° 3. |
Comer en la jaula
—"Un joven policía se acercó a la
jaula y nos dijo que nuestras familias nos habían traído comida. Hacía más de
un día que no ingeríamos nada. Nos dio dos paquetes y me animé recortar un
papelito y darle una esquela para que le llevara a Sara. Pensando en mi esposa
e hijos, escribí con una lapicera de tinta roja que el propio agente me prestó: 'Estamos tranquilos con nosotros mismos”.' Afuera, la nota tomó un tono épico y
algunas radios transformaron el mensaje en un grito de resistencia.
—Ajenos a lo que se vivía en la
calle, nosotros atacamos la comida que había llegado... En cada paquete había
un 'canadiense' del Chivito de Oro. Cuando los abrimos, el olor a frito invadió
el subsuelo de Jefatura. Buena parte de aquellos presos no recibían comida
desde fuera y subsistían con el 'rancho' que día a día les daban. Galletas y
algún pan criollo era lo que solía entrar en las visitas... Todos nos miraban
mientras devoramos aquella minuta. Pero algo más vino a pasar...
Contratapa La Voz, N° 4. |
—Todavía no habíamos entrado a la
Cárcel y ya teníamos un grupo de 'amigos' que comprendieron que protegiéndonos
podrían recibir algo de comida extra... Fue al llegar el tercer paquete de
comida (pizzas con muzzarella de El Subte, que nos enviaba la barra de La Voz),
cuando el sargento Brasil intervino para que se aceleraran los trámites de
ingreso. Aquella jaula donde solían dejar de 'plantón' a los nuevos para
atemorizarlos, se había convertido en un kiosko de comidas.
—Nos internaron en el Pabellón
Artigas. Una larga pieza con unas cuarenta cuchetas agrupadas de dos en dos,
que obligaba a compartir cercanía con el de la cama adjunta (tuvieron que
traernos colchones individuales). Por lo general, se colgaban frazadas como una
pared entre los camastros de hierro para disponer de intimidad. Obviamente
también nos contaron otras historias... Murguía nos saludó con afecto y dijo
que al día siguiente nos hablaba. Se había tensado el ambiente. Un oficial
puteaba a gritos a los guardias por la esquela que se filtró al exterior."
—"Todos los presos allí éramos 'especiales'. Algunos eran comunes y otros, como nosotros, de la
Justicia Militar. Estaba un sobrino del propio General Hugo Medina y había un
oficial de la Armada (muy pedante él). También había un hombre de Rivera por
falsificación de documentos (ayudó a salir del país a una sobrina) y otro al
que le decían 'El Pollo', acusado de robar aquellos nuevos locales de
frituras de aves que se habían instalado en Montevideo. El resto estaba por
estafa, arrebato o rapiña... y uno, por homicidio.
—La estrella del recinto, al que
nadie se atrevía a molestar, era Salvador Horacio Paino, el fundador de la
Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) detenido para su extradición a
Argentina luego de escribir el libro 'Historia de la Triple A' (un colega
de El Día fue quien en realidad redactó aquel libelo) donde daba un testimonio
confesional sobre su participación en aquel escuadrón de la muerte que mando
constituir José López Rega en 1973 y desde el que participó en cientos de
atentados y homicidios, hasta que en 1976 lo desplazó Aníbal Gordon.
Penal de Punta Carretas. |
Historia de la Triple A, la
confesión del Escuadròn de la muerte de Argentina.
—El 'homicida' era un
hombre de más de sesenta (aunque su complexión física privilegiada no lo
demostrara), moreno, totalmente calvo, de cuello grueso y manos cuadradas. No
hablaba con nadie. Su presencia atemorizaba. Un día tomó del cogote al marino
(que siempre provocaba de palabras) y lo levantó contra una pared hasta dejarlo
morado y con la lengua afuera. Dos policías tuvieron que esforzarse para
neutralizarlo y salvar al naval... Él me buscó, quería saber de esos presos
nuevos que tanto lío habían armado...
—¿Cuál es su carátula, m'hijo? —dijo mirándome desde la profundidad
de sus ojos negros.
—¿Lo qué...? —respondí sin saber a qué se
refería...
—Su tipificación de delito... A mí,
por ejemplo, me acusan de homicidio —dijo
con conocimiento jurídico.
—Ah... Lo nuestro es vilipendio a la
fuerza moral de las Fuerzas Armadas —dije
evitando la mirada, como me habían advertido.
—Mmmm... Eso sí que debe de ser
jodido —afirmó
después de un silencio.
—No, es que yo soy periodista y
escribí un artículo donde denunciaba... —quise
explicarle.
—¿Y usted dijo que había sido
Usted? —me interrumpió.
—Si, claro, yo admití ante el juez
militar la autoría porque... —intenté
continuar.
—¡No, m'hijo, no!... ¿Cómo va
admitir?!... ¡Usted niegue, siempre niegue!... Aunque lo agarren apretándole la
nuez al muerto, ¡niegue!..."
No volvió a hablarnos, pero con un
saludo de cabeza y otros gestos, evidenció su respeto para que nadie se metiera
con nosotros."
—"En cada visita, aquello se
transformaba en un cumpleaños. Hasta algún postre entraba. Venían a vernos
familiares, colegas, miembros de comisiones de derechos humanos, dirigentes de
partidos políticos tradicionales y proscritos, sindicalistas, estudiantes. En la primer semana nos visitó el presidente de la Comisión Nacional de Defensa
de la Libertad de Prensa, Dr. Ramón Valdez Costa, cara visible del grupo
encabezado por Danilo Arbilla y Neber Araújo. Me explicaron la Ley de Prensa
que estaban armando. Mantenía la pena de prisión al periodista. Los putié a
todos.
—Es que, desde el día que nos
encarcelaron, Alexis y yo, sin acordarlo, mantuvimos una actitud de rebelde
resistencia. Le respondíamos a la guardia porque teníamos clara nuestra
impunidad como periodistas presos. Cuando nos humillaron rapándonos el pelo,
llegamos a pedir un corte a la romana. Cuando nos traían la comida (tres o
cuatro veces al día) preguntábamos si alguien quería almorzar o cenar algo en
especial. Teníamos cigarrillos y nos daban el lugar del sol en el pequeño patio
abierto. Éramos unos guachos atrevidos que estábamos envalentonados desde
nuestra inconsciencia.
—Cuando nos hicieron la revisión
médica, los amenazamos con hacer una huelga de hambre si en una semana no
teníamos respuesta a nuestro pedido de liberación condicional. Para reforzar la
intimidación, conté que un año antes, luego que me echaran de El Día por
integrar el sindicato, en vez de ir a reclamar mi carné de salud a la
administración del diario, me había hecho uno nuevo y, por vacunarme otra vez
contra la BCG, cuando me agarré un frío, derivé en una corticopleuritis que
registró un 'foco BK'. Es decir, les dije que tenía en mi sangre el
tuberculoso Bacilo de Koch.
—Los médicos, ambos jóvenes, tomaron
nota y -estoy convencido- planificaron su venganza... Una semana después de
llegados a la Cárcel Central, el 6 de julio, el sargento Brasil me convocó sin
un motivo aparente y me ordenó tomar mi abrigo para un traslado. ¿A
dónde?, me atreví a preguntar. Y, con una sonrisa, contestó: Hospital Penitenciario de Punta Carretas... Le ordenan hacer una
baciloscopía. 'Me cagaron', me dije, pero no había tiempo para
lamentarse. No pude informar a Alexis y a Murguía, quienes sin entender veían
de lejos cómo me ponía la campera de abrigo y salía...
—La Cárcel de Punta Carretas hoy es un shopping. El Sheraton Hotel se eleva donde estaba el Hospital Penitenciario. Quedé esperando en el patio cerrado
del pabellón, donde El Pollo recibía la visita de su esposa."
—"¿Tenés
visita?", me dijo acercándose...
—No, me trasladan al Hospital
Penitenciario. Pedile a a tu señora que llame a Emiliano Cotelo en CX 30 y le
avise a mi mujer, conté con dramatismo.
El Pollo y su señora vieron cuando
vino un policía a trasladarme. Automáticamente sacó sus esposas y yo puse las
muñecas. Cuando salía les hice una guiñada. Asintieron con la cabeza. Me metieron
en una chanchita en el subsuelo de Jefatura, me sacaron por San José y no fue
difícil adivinar el recorrido: tomaron por Yaguarón, Gonzalo Ramírez, Carlos
María Morales, Rambla Argentina, Rambla Wilson, Julio María Sosa, Bulevar
Artigas y por Héctor Miranda, entramos de frente al Penal de Punta Carretas, a
cuyos fondos estaba el edificio del Hospital Penitenciario.
—Cuando llegamos, estaba
anocheciendo. Me dejaron en una pieza bajo una de las torres de la puerta
(donde ahora está el McCafé) y me hicieron desnudar. Hacía mucho frío. Me dio
calor la bronca, la vergüenza y la adrenalina del miedo. Me llevaron por un
corredor debajo de los pabellones hasta el patio del fondo y desde allí
ingresamos al edificio de tres plantas del lúgubre Hospital carcelario. Yo
pensaba que me tomarían una muestra de flemas y me devolvería a la Cárcel
Central. Pero, entonces, me comunicaron: No. Usted se queda acá tres
días, que es lo que dura el examen".
—Tenía la boca reseca de angustia. Me
costó escupir en el frasquito de la prueba. Me llevaron a una celda del sector Infectocontagiosos. Una pieza de dos por tres, cubierta de azulejos
blancos, con una camilla por cama y una ventana con rejas hacia el sur. Por un
vidrio roto entraba el frío viento del mar. "Acá no me quedo",
protesté. 'Obedezca y cállese', dijeron. 'Acá estuvo hasta el
político Bernardo Pozzolo (en la campaña de las internas del 82 también había
sido procesado) y no se quejó', agregó. 'Es problema de él... pero si
yo me quedo acá, voy a terminar enfermo de tuberculosis antes de que me den el
resultado', reclamé sin suerte. Me sentí muy solo."
—"El domingo 8 llegó a Uruguay un
grupo denominado Misión de Buena Voluntad Latinoamericana, integrado por
diputados y personalidades, quienes habían sido convocados por el Movimiento
Justicia y Derechos Humanos (MJDH) de Porto Alegre, el Comité de Solidaridad
con la Luchas del Pueblo Argentino para la Democracia de Río de Janeiro y la
Comisión Peronista de Derechos Humanos de Buenos Aires. Tenían dos objetivos:
la libertad de los presos políticos y la no extradición por razones políticas
en América Latina.
—Uno de los que encabezaba aquella
movida era Jair Krischke, presidente del Movimiento Justicia y Derechos
Humanos, a quien ya había conocido en Convicción durante la cobertura de la
liberación de Lilián Celiberti y Universindo Rodríguez, quienes salieron de
prisión a fines de 1983, luego de ser secuestrados en Porto Alegre en 1978 y
trasladados ilegalmente a Uruguay en el marco de la coordinación de un Plan
Cóndor del que recién comenzábamos a encontrar y entender sus primeras plumas.
—Con Jair, habíamos planificado un
encuentro de periodistas en Porto Alegre. No pude ir porque nos metieron
presos. Krischke, venía desde hacía días integrando la Misión y se enteró de
la novedad cuando llegó a Montevideo. Sara, angustiada, lo fue a ver al Hotel
en que se alojaban y le explicó que estábamos presos en Cárcel Central y que me
habían trasladado al Hospital Penitenciario a los fondos de la Cárcel de Punta
Carretas.
—'¿Cuándo es la visita?', preguntó
Jair. 'A la Cárcel Central de tarde, pero está en Punta Carretas', le explicó.
Jair pensó unos minutos y decidió visitarme en la Cárcel Central en la mañana
del lunes, luego de una conferencia de prensa en el Colegio de Abogados que
presidía Rodolfo Canabal. Aunque no era horario de visitas, Jair, acompañado
por Sara, fue recibido por una autoridad de la Policía, pero de nada valieron
sus alegatos de que era mi abogado y defensor de derechos humanos. Un grupo de
parlamentarios fue a ver a Wasem Alanís que agonizaba en el Hospital Militar,
otros fueron a visitarme a la Cárcel, pero no los dejaron entrar, porque el
preso no estaba. Jair denunció la situación a las agencias internacionales de
noticias y logró el escándalo mediático buscado.
Acta de clausura de Convicción. |
—"Aquel lunes 9 de julio era el aniversario de la histórica represión que terminó con la prisión
del general Líber Seregni por 'asonada' y la clausura de El Popular y
encarcelamiento de sus trabajadores... Jair había organizado, con Efraín
Olivera del SERPAJ, Cacho López Balestra, Carlos Etchegoyen y otros, un
“operativo relámpago” en el que la Misión de Buena Voluntad iría a Plaza
Independencia para colocar a los pies de Artigas una ofrenda floral ('Por la
Libertad y Por la Democracia', rezaba) que específicamente les habían
prohibido.
—Todo estaba cronometrado y hasta
periodistas y fotógrafos de agencias internacionales habían sido reservadamente
convocados. Había una llovizna fría que por momentos les lastimaba las caras,
pero el grupo llegó a la Plaza antes del mediodía, acompañados de un centenar
de personas y, para sorpresa de la guardia de Granaderos, la combi blanca de
Efraín Olivera se estacionó, bajaron las flores, y las colocaron sobre el
granito negro. El colombiano Arila fue el encargado de pronunciar un discurso
histórico que había escrito un rato antes en una Olivetti del hotel..."
El discurso de Arila
—“Protector de los Pueblos Libres...
Fundador de la nacionalidad oriental. José Artigas... ¡Qué bien nos suena tu
nombre, oh Padre inmortal! Hemos venido a verte en tu prisión de espantos.
Bolívar nos enseñó de niños que la patria es la América Latina, mulata, mestiza
y tropical; y nos habló de tí como de un hermano. Por eso hemos tomado como
hijos nuestros a los huérfanos del Continente en lucha y les damos el abrigo de veinte banderas en este mediodía lleno aún de nubarrones.
—De México te traemos el Zarape
cinco veces mutilado. De Centroamérica, istmo de lagos y volcanes, te aportan
las espinas para la corona de redentores que brillan como joyas en la noche sin
término. Los colombianos te entregamos una rosa blanca, la primer que hemos
logrado arrancar entre todos a la tierra en años de sequía y de horror. Del
Brasil vienen los recuerdos de Tiradentes, Cristo de la Libertad, y la voz
encendida de justicia y de amor.
—Los incas nos muestran los miembros
de Tupac Amarú descuartizado por amar a su pueblo y reivindicar el imperio
socialista de sus ayeres. Los bolivianos presentan a sus mineros en columna por
hileras en busca de un amanecer que no quiere llegar. Los argentinos te
muestran las cadenas rotas, manchadas aún con la sangre inocente vertida...
—¡Padre Artigas! ¡La América Morena se inclina ante tu bronce!... Te promete seguir
adelante y te pide que... ¡no los perdones, porque sí saben lo que hacen! (dijo y, señalando con su dedo a la entonces Casa de Gobierno, gritó). ¡Somos
embajadores de la esperanza!”
Original del discurso del colombiano Benjamín Arila ante el Monumento a José Artigas, Plaza Independencia, Montevideo, 9 de julio de 1984.
—"El acto concluyó, mientras los presentes comezaron a entonar el himno nacional. Cuando un grupo de soldados de fajina asomaba por detrás del Palacio Estévez para desalojarlos, siguieron caminando hacia Ciudad Vieja. Por la calle Sarandí sintieron el calor de una brisa de libertad... Era el mismo viento que a mí me congelaba en Punta Carretas..."
Roger Rodríguez, en sus memorias contadas en 2014.
Excelente reseña!. Me gustaría comunicarme contigo por estos números de La Voz de la mayoria. rsbarbano@gmail.com es mi mail.
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