Bravo Café
Sobre la base del artículo publicado en Colección Los Ojos de la Memoria (Asociación INCUNA, Industria, Cultura, Naturaleza, Gijón, España, 2009).
“Don Héctor Homero
Fernández Ramírez, repatriado, pobre, de toda pobreza.” Así consta en documento
de 1940, que el visionario emprendedor solía mostrar con orgullo, aún en
tiempos de mayor gloria industrial y personal. Es la prueba tangible de una
vida apasionante, vivida en dos naciones: la España inmemorial de sus ancestros
y su Uruguay, otrora joven ejemplo de estado de bienestar.
En 1940, cuando la vida de
los Fernández Ramírez era insostenible, porque no había dinero, Héctor Homero
solicitó ser repatriado por el gobierno uruguayo. "Me fui con once años y volví
con casi veinte, ¡cuánto debo agradecerle a esta tierra maravillosa!", solía recordar el patriarcal empresario, hasta su último día.
En 1948 su padre propuso
una de las tantas iniciativas que, por su bohemia, no podía concretar. Antonio
deseaba abrir un tostadero de café, al mejor estilo madrileño. Así nació La
Mezquita, una marca que hizo historia en el comercio montevideano, que rendía
homenaje a la cultura mora de los Ramírez andaluces. Antonio y Héctor se
instalaron en un garaje de Miguelete y Joaquín Requena, en el Cordón, con un
pequeño tostador y un molinillo.
Homero Fernández tenía registrada
la marca Vascolet, original de la confitería La Vascongada de Buenos Aires, muy
popular en el mercado argentino, pero inexistente de este lado del Río de la
Plata. Su significado no tiene secretos: el vasco lechero. “Era un producto sin
mucha tecnología, que hacíamos con molino y pailas, pero a los niños les gustó
el sabor, porque era más suave y más dulce y porque, como no se solubilizaba al
instante, podían capturar los grumos con la cuchara”, rememoraba Floreal.
Cuando el alemán Justus
von Liebig, pionero de la química orgánica, probó una muestra del “extracto de café” elaborado en su remota
factoría de Fray Bentos, dio una orden terminante. “No sigan, el público
rechazará ese caramelo oscuro y desagradable”, escribió a su asistente belga,
Auguste Bennert, en julio de 1869. Nestlé desafió ese juicio cuando descubrió
la tecnología del café soluble. Fue por un pedido de Brasil, el primer
productor mundial del grano, que en 1930 sufría pérdidas millonarias por
excedentes de su materia prima estratégica. Una investigación que duró siete
años, liderada por el ingeniero Max Morgenthaler, diseñada en principio para
conservar cosechas que se acumulaban por la falta de mercados y la crisis
económica. En 1938 el genial invento se transformó en Nescafé. Suiza fue el
primer país que conoció aquel producto, en polvo o
granulado, presentado en envases de hojalata, que ofrecía dos variedades: tradicional y descafeinado. Nescafé se extendió rápidamente a Francia e Inglaterra y al poco tiempo fue utilizado por las tropas estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial, que llevaron su sabor a todo el planeta. .
Homero Fernández no
estaba de acuerdo. Su empresa había ganado prestigio, con buenas marcas, pero
apenas subsistía amenazada por las deudas y los intereses bancarios.
“Necesitábamos un producto realmente innovador, que nos sacara del riesgo de
quiebra, porque así vivíamos”, afirma Floreal. Ese mismo año, en silencio,
ponía en marcha una compleja operación, tras analizar los errores de López
García. “Fue a todo o nada, el éxito o el fracaso. Fue una lucha de titanes,
porque debimos buscar tecnología que no existía. En aquel entonces se decía que
solo se podía solubilizar café natural, pero, no glaseado con azúcar. El riesgo
valía, porque es el gusto de los uruguayos”, evocaba Hugo Fernández.
A mediados de 1956 cruzó a
Buenos Aires para visitar la planta de Magdalena donde se elaboraba Nescafé, el
primer café soluble del mundo, y donde también se investigaba la solubilización
de granos glaseados. Estuvo allí como un empresario más, para conocer un
desarrollo industrial que admiraba el planeta, pero, en realidad, fue casi un
acto de espionaje que le permitió recoger información técnica para su proyecto.
En la capital argentina se reunió con el danés Borden Sweden Rasmussen, un
ingeniero químico que desde la década de los treinta asesoraba a las mayores
empresas de alimentación, decisivo en el desarrollo de la leche en polvo y en
la transformación de la cooperativa Sancor en un referente de la producción
latinoamericana.
En marzo de 1959 fue
aprobada la primera zafra experimental de aquel producto novedoso. Tras un
exigente control de calidad dirigido por Rasmussen, Berlung, Jacobsky y los
hermanos Fernández, más de veinte empleadas comenzaban a llenar frascos con
burbujas de café glaseado, utilizando palas, los etiquetaban a mano, y los
colocaban en cajas. Homero le reservó un nombre registrado desde años atrás:
Bracafé.
De Homero a Nestlé
La fábrica donde se
desarrolló el primer café instántáneo glaseado del mundo, propiedad hoy de la
multinacional Nestlé, tiene 7.400 metros cuadrados construidos, en una zona que
la Intendencia de Montevideo define como de uso preferencial mixto, residencial
e industrial. Es la suma de pequeños predios adquiridos a lo largo de décadas,
alrededor del padrón 166.445, de Carlos Crocker 2883, descrito en plano del
agrimensor Carlos Maccoll, de noviembre de 1936. En el predio original de poco
más de 568 metros cuadrados, funcionó un taller mecánico, luego una panadería y
finalmente el taller de mueblería y depósito de maderas de los hermanos
Francisco y Manuel Muniz Amigo.
Hugo Fernández, responsable
de infraestructura, describe la primera remodelación del inmueble. “Hubo que
construir una altura central de cinco pisos para la torre del spray que
elaboraba el café instantáneo. En una nave lateral estaba la administración,
arriba, la expedición abajo, y el envasado en el fondo. En la otra estaba la
expedición, abajo, el almacén de materias primas y envases, arriba, y a un
costado la sala de máquinas con dos calderas y dos hornos”. El complejo se
completaba con viviendas ocupadas por la familia, el más recordado
Antonio, el patriarca gallego que cada día recorría la fábrica y la oficina
contando sus épicas anécdotas de dos mundos.
–¡Homero, esto es
intomable, así, con agua! –fue el comentario del publicista uruguayo Luis Caponi, luego de probar una muestra del extraño producto, recién
creado. Una opinión decisiva, cuando era inminente el lanzamiento publicitario
que el industrial cafetero Héctor Homero Fernández consideraba estratégico para
su futuro, pero, que aún evolucionaba entre pruebas de color, textura y sabor.
–Luis, usted siga adelante con la campaña que nosotros lo mejoraremos –fue el compromiso del
emprendedor, tras un reflexivo silencio. Un par de meses después, a principios de enero de 1959, “El
Gallego” Fernández llegaba a la oficina de Caponi, a la hora del desayuno,
para probar juntos la fórmula corregida por enésima vez. El publicista lo bebió
con cierta desconfianza, pero no se atrevió a dar un segundo juicio negativo.
En ese momento Fernández tomó una jarra de la mesa. –¿Y si lo probamos con
leche? –fue la idea del fabricante. Luego de la primera degustación hubo un
suspiro de alivio, un emotivo brindis con tazas casi vacías y una decisión que
acompañaría por siempre a la marca. –¡Bracafé con leche, es mucho mejor! Y
tengo el slogan: el café de la familia –propuso Caponi a quien pronto fue su
amigo. Una solución improvisada, original, memorable, que creó una nueva forma
de consumir el café instantáneo, hasta entonces impensada. Un verdadero patrimonio
inmaterial de la pequeña nación rioplatense.
Héctor Homero Fernández, un innovador en tiempo de empresarios innovadores. (Archivo Fernández) |
Antonio Fernández
Fernández, su padre y primer socio comercial, había llegado a América en los
albores del siglo pasado, desde la gallega Guimarei de Lugo, primero a Brasil,
poco después a Buenos Aires, donde conoció a su esposa Irma Ramírez, a la que
llevó de luna de miel a Montevideo. Con la capital uruguaya también fue amor a
primera vista. Se quedó en aquella ciudad culta, humanista, que le ofreció la
oportunidad de crear su propia fábrica de accesorios femeninos, para la
cosmopolita tienda London París. Lector febril, polemista intratable, llamó a
sus tres hijos montevideanos, inspirado en su pasión intelectual: Héctor
Homero, nacido el 30 de junio de 1920, Floreal Isaac y Hugo Cristóbal.
Antonio era un hombre de
ideas políticas, un gallego “rojo”. Sus descendientes aún le recuerdan
regresando a casa de madrugada, revólver en la cintura, luego de haber hecho
guardia en la imprenta que editaba La Justicia, combativo periódico anarquista.
En julio de 1931 regresó a España, llamado por la triunfante Segunda República.
En la calle Fortuny del barrio madrileño de La Castellana abrió una tasca de
vinos, frente a la redacción del diario Castilla Libre. Más que por interés
comercial, estaba allí porque era amigo de los periodistas que iban a tomar una
copa al bodegón. Con ellos jugaba a las cartas, al dominó, y solía perderlo casi
todo en partidas por dinero. Una situación que empeoró por la Guerra Civil
Española, cuando nacieron sus hijas, Irma y Gladis, y cuando el alimento era
conseguido con vales de raciones que se canjeaban por vino.
Héctor Homero tomó las
riendas del negocio, casi niño, para sacar a la familia de la pobreza
angustiante. Su padre aceptaba órdenes, a cambio de que le acompañara en
temerarias salidas nocturnas, tras las líneas del sitio del general Francisco
Franco, en busca de vino manchego envasado en pellejo de cabra. El regreso a la
mañana siguiente era entre suspiros maternos, luego de interminable vigilia.
Aunque era aventura con ciertas garantías. Su tío Damián, hermano de Antonio,
era un franquista recalcitrante, que, tras la derrota republicana fue jefe de
Policía de Madrid.
La máquina en la que se creó Bracafé, diseñada por los hermanos Hugo y Floreal Fernández con el ingeniero argentino Daniel Jacobski. (Archivo Fernández) |
A poco de arribar consiguió
trabajo en la panadería Genovesa, de Eleuterio Salvador Muñoz, de la calle 25
de Mayo, corazón de la Ciudad Vieja, y en cuánto pudo pagó los pasajes de Floreal
y Hugo y, entre los tres, trajeron a padres y hermanas. El jovencito llamaba la
atención por su talento comercial y su cautivante personalidad. “Siempre
cultivó el acento español, aunque jamás ocultó que era uruguayo, hijo de
gallego y andaluza, criado en Madrid. Disfrutaba cuando le decían Gallego,
porque creía que era sinónimo de trabajador, emprendedor, luchador”, evocaba Floreal Isaac.
Su inusual sagacidad
sorprendió a Saturnino Fernández, fundador de la Fábrica Uruguaya de Neumáticos
y del Frigorífico Modelo. En poco tiempo era responsable de la expedición de
hielo del tradicional establecimiento de la calle Porongos, en La Comercial. “Había
algo distinto en él. Hasta ese momento, los hieleros se peleaban por un lugar
en la fila, pero Homero puso orden, solo con la palabra”, aseguraba Hugo
Cristóbal. Poco tardó su nuevo jefe en llevarlo a la elegante
confitería La Mallorquina, como muy bien pago gerente, pero, su inocultada
ambición era dirigir un emprendimiento familiar.
El vasco Lechero
Envase de cocoa La Mezquita. (Archivo Fernández) |
La visión y el empuje del
joven permitió la compra de un inmueble en Pedernal y Juan Paullier, en La
Figurita, donde tostaban café, molían cocoa y envasaban té, La Mezquita, para
consumo gastronómico, cafés y bares. En 1950 cuando sus hermanos se sumaron al
negocio, la pequeña empresa registró la marca Copacabana. “Una cocoa como
tantas, muy buena, pero era una más: cacao, azúcar y vainilla”, recoerdaba Hugo.
Por entonces era una
fábrica moderna, que no explotaba toda su capacidad, y que necesitaba un éxito
comercial para consolidar su crecimiento. A principios de 1955 el ingeniero
químico Eric J. Berlung, inmigrante sueco, ya anciano, aceptó el desafío de aquél
“gallego”, verborrágico y apasionado: crear un polvo achocolatado para consumo
infantil. Su fórmula: cacao, azúcar y vainilla, como todos, más leche en polvo,
dextrinas de cereal que aportaban proteínas y vitaminas B 1, 2 3, 4.
Vascolet, el vasco lechero. (Archivo Nestlé) |
El lanzamiento de Vascolet
es considerado hoy, más de medio siglo después, un ejemplo de innovación
comercial. Por entonces no existían los departamentos de mercadeo, ni siquiera
en el concepto, pero las empresas confiaban en el olfato de sus líderes y en
agencias de publicidad, como Antuña Yarza, que atendía la cuenta de La
Mezquita. Trabajaban con pocos datos empíricos disponibles. Para disminuir el
dato de error se hacían entrevistas con gente vinculada con el producto. Mucha
intuición y gran capacidad de trabajo y esfuerzo. Sin datos certeros sabían si
un producto funcionaba o no.
Homero le solicitó a su
amigo Walter Antuña una campaña que llegara directamente a los niños. Entre
ambos diseñaron una estratégica presencia en todas las escuelas públicas del
país, con pequeñas latas litografiadas con el símbolo de Vascolet, que los
escolares pinchaban con sus compases para comer el polvo de chocolate. “El
éxito fue increíble, quizá porque no había televisión, y todos éramos más
sensibles a las promociones”, decía Hugo.
Vascolet se impuso rápidamente
a Toddy, de la multinacional Fleischmann, al histórico Lactolate, de Kasdorf, y
mantuvo una recordada competencia, durante décadas, con la marca Águila de la
firma Saint Hermanos. Un éxito notable, diseñado con intuitivo sentido de la
estrategia, como paso previo al gran objetivo de Héctor Homero Fernández:
elaborar el primer café instantáneo uruguayo, y como mayor ambición, crear el
primer café instantáneo glaseado del mundo.
Bravo café
"Igualito a Pelé, el Negrito de Bracafé", decía un aviso de prensa de 1959. (Archivo Luis Caponi) |
granulado, presentado en envases de hojalata, que ofrecía dos variedades: tradicional y descafeinado. Nescafé se extendió rápidamente a Francia e Inglaterra y al poco tiempo fue utilizado por las tropas estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial, que llevaron su sabor a todo el planeta. .
Los primeros experimentos
para producir un café soluble uruguayo datan de 1956, cuando lo intentó el
ingeniero español Rafael López García, en una planta ubicada en los fondos de
la Exposición Nacional de la Producción, a pocos metros del Cilindro Municipal.
Una quimera que fundió una fortuna familiar y pareció dar la razón a los
escépticos que lo consideraban un desatino industrial y un suicidio
empresarial.
El "Negrito de Bracafé" fue el primer personaje televisivo del producto que revolucionó una industria. (Archivo Luis Caponi) |
Los hermanos propusieron
una sociedad a otro notable emprendedor, Juan Pastorino, propietario de El
Chaná, que no aceptó sumarse a un proyecto demasiado riesgoso. Desde ese
momento miraron al exterior, con especial atención a Nestlé, la empresa que
Homero siempre admiró por su espíritu innovador.
Aviso de la década de 1970 y el slogan de siempre: "Bracafé con leche, riquísimo" (Archivo Luis Caponi) |
–Lo voy a ayudar –fue la
promesa de Rasmussen. Muy poco sabía de café soluble, pero abrazó ese extraño sueño
como propio, seducido por el entusiasmo y la convicción de Fernández. Pocas
semanas después llegaba a Montevideo el ingeniero argentino Daniel Jacobski,
como director técnico del Proyecto Pedernal, para organizar una fábrica que no
tenía antecedentes en el país. El equipo se completaba con Sweden Rasmussen
hijo, también ingeniero, a quien se sumó Berlung, siempre cercano a la empresa,
Floreal, responsable del proceso industrial, y Hugo, idóneo en la instalación y
manejo de maquinaria de alta tecnología.
–¿Qué hay que comprar? –fue
la primera pregunta al recién llegado Jacobski. De inmediato fue construida una
torre galponera de cinco pisos en la fábrica de Pedernal, mientras se importaba
desde Dinamarca una batería de extractores para sacar el café concentrado.
“Eran parecidos a grandes cafeteras industriales. De ahí salía un jarabe muy
oscuro, que subía por una cañería, hasta una tobera que trabajaba a presión y
temperatura para sacarle humedad y evitar la evaporación. Desde una especie de
roseta ubicada en la punta de la torre, caía esa sustancia que estallaba en
pequeñas micro partículas de polvo y que se recogía en una zaranda con
vibradores. Se acondicionaba en tanques metálicos y de ahí al envasado, siempre
cuidando la humedad. Cómo no había aire acondicionado, hicimos túneles manuales
para crear el ambiente”, contaba Floreal.
“Hubo que dominar un
proceso muy complejo que no conocía Rasmussen, ni Berlung, ni Jacobski. Fue
necesario investigar sobre el campo, presionados por una necesidad y con la
obligación de seguir produciendo nuestras marcas. Hacer investigación, sin
recursos, contra reloj y con la amenaza de que si no había éxito, cerraba la
empresa”, expresaba Hugo.
Ambos recuerdan cada día
del desarrollo de duró más dos años. “Primero fueron las pruebas con café
natural, relativamente sencillas, pero, luego pasamos a la solubilización del
glaseado. Rasmussen venía cada poco tiempo, para corregir problemas técnicos,
nos dejaba deberes que seguíamos al pie de la letra. El paso más crítico fue el
tratamiento del caramelo que se forma alrededor del grano. Cuando se sobrepasa
el punto de fusión, el azúcar se pegotea, si no hay un buen manejo de
temperatura y presión. Fue un largo proceso de ensayo y error, porque el café
instantáneo no tiene aditivos químicos. Es pura transformación física del grano
natural en burbujas”, describía Floreal.
Un cambio de envase reflejado en gráfica de fines de la década de 1970. (Archivo Nestlé) |
Su significado no tiene
muchas complicaciones: café de Brasil.
Quedaba pronto el producto
más original de la fábrica de la calle Pedernal, concebido para innovar la
industria uruguaya de la alimentación, pero antes de lanzarlo era
imprescindible planificar su comercialización. En tiempos de grandes
distribuidores mayoristas, uno de los más prestigiosos era Almacenes Libertad,
fundado por el emblemático emprendedor Numa Pesquera, dirigido por otro líder
de la empresa nacional de mediados del siglo pasado, Ricardo Ferrés.
Almacenes Libertad, ubicado
en Rondeau y Valparaíso, distribuía Copacabana y Vascolet. Fernández y Ferrés
eran amigos muy cercanos, que se necesitaban y que cooperaban para que sus
firmas crecieran en momentos de dificultades financieras. “Bracafé necesitaba de
Libertad, y Libertad necesitaba de Bracafé”, asegurbaa Floreal, testigo
privilegiado del acuerdo.
Poco tardaron en asociarse
como inversores, para la elaboración y distribución de Bracafé. Una alianza
estratégica que dio lugar a la firma Héctor Homero Fernández y Cia, y que
permitió la compra, en 1962, de un predio de casi mil metros cuadrados, en
Carlos Crocker 2883, que ocupaba una vieja carpintería. “Hubo que construir una
altura central de cinco pisos para la torre del spray que elaboraba el café
instantáneo. En una nave lateral estaba la administración, arriba, la
expedición abajo, y el envasado en el fondo. En la otra estaba la expedición,
abajo, el almacén de materias primas y envases, arriba, y a un costado la sala
de máquinas con dos calderas y dos hornos”, revivía Hugo Fernández.
En poco tiempo Homero
Fernández se quedó con la mayoría de las acciones y las marcas de la sociedad,
entre tantas, la yerba Libertad, muy vendida en el interior del país. En 1963
la firma pasó a llamarse Homero Fernández y Hnos, con su titular como poseedor
del 50% del capital accionario, acompañado por Floreal y Hugo Fernández, y
Ricardo Ferrés, como socios minoritarios.
El éxito de Bracafé fue tan
explosivo, que en seis o siete meses fue recuperada la inversión de más de dos
años, aún sumando cuantiosos gastos en promoción y distribución. A mediados de
la década enfrentó a su primer competidor: Saint Café.
Una muestra memorable de
ingenio fue la utilización de café de moka en la fórmula y su promoción masiva.
Con la innovación industrial nació una leyenda, luego transformada en aviso de
prensa, que contaba sobre un príncipe árabe, productor de café, de visita en la
planta de Carlos Crocker. La moka de Arabia fue un golpe definitivo para Saint,
que no pudo resolver el dilema de un slogan poderoso, que recorrió el país. El
café del mundo en Bracafé.
A fines de la década de
1960 el negocio avanzaba pese a los signos evidentes de una crisis que
provocaba inestabilidad política, económica y social. El crecimiento fue más
lento, aunque los volúmenes de producción eran altos, porque los márgenes eran
cada vez menores por el control de precios. Homero Fernández no se replegó por
el riesgo de quiebra. En 1970 consiguió un poco de oxígeno, por una
autorización de aumento, al tiempo que daba una respuesta, tan inesperada como
audaz: Bracamate. “Era un mate conocido, tratado igual que el café instantáneo,
que se conseguía de la extracción de un jarabe de yerba canchada, en ramas”,
explicaba Floreal Fernández. Un producto que se elaboró hasta 1976, para un
público muy fiel. “Se llegó a exportar al Líbano, a Yugoslavia y a las Islas
Canarias. A los libaneses les gusta el sabor de la yerba mate, para los
yugoslavos hubo que hacer etiquetas especiales en su idioma. A Canarias llegaba
a través de Francisco Santana Ribeiro, un proveedor marítimo de la flota rusa
del Atlántico. A ellos les encantaba nuestro café instantáneo, porque era
distinto. Ese hombre ganó mucho dinero, con la manteca Pluma Roja de Nueva
Zelandia y con Bracafé. Estaba radicado en Palmas de Mallorca y desde allí nos
mandaba las fotos de sus camiones, pintados de un lado con Manteca Pluma Roja y
del otro con Bracafé”, evocaba Hugo Fernández.
“Homero fue un líder, un
emprendedor que hacía negocios por carácter y por seducción.” Así lo recuerda
el publicista Luis Caponi, con quien compartió una entrañable amistad de casi
cinco décadas. Copacabana, Vascolet, Bracafé, Bracamate. Marcas que innovaron a
la industria de la alimentación, que revolucionaron los hábitos de consumo, que
son patrimonio cultural de los uruguayos. Que describen la personalidad del
Gallego “repatriado pobre de toda pobreza”. Que siempre vivó al filo de
sus sueños.
Cocoa Copacabana, el primer producto de Héctor Homero Fernández acompañado por otros éxitos: Bracafé y El Chaná. (Archivo Nestlé) |
De paso por Montevideo, a
fines de 1975, el entonces gerente regional de la multrinacional alimenticia
Nestlé, el suizo–italiano Camilo Pagano, retornaba a Buenos Aires sorprendido
por una estrategia publicitaria que conmovió su exigente sensibilidad de hombre
de negocios. La capital uruguaya estaba literalmente cubierta por “chapas”
rectangulares de un metro por cuarenta, que promocionaban a dos marcas que
tiempo atrás habían sido ofrecidas a la compañía.
Pagano volvió a su oficina
porteña plenamente convencido de que la asociación debía concretarse lo antes
posible. De inmediato citó a su equipo ejecutivo y dio la orden más terminante
que se le hubiese escuchado en años: “Señores, hay que comprar”. En esa reunión
estaban quienes asumieron la responsabilidad de concretar el acuerdo con la
firma uruguaya Homero Fernández, fabricante de los dos productos que tanto
interesaban a la compañía.
Los catalanes Fernando
Mercé y Luis Escandel, gerentes de Nestlé Argentina, el suizo Walter Koch,
responsable administrativo, los argentinos Ángel Turégano y Rodolfo Landa,
fueron quienes planificaron la estrategia de negociación. Del otro lado de la
mesa estaba el emprendedor e intuitivo negociador Héctor Homero Fernández,
acompañado por sus hermanos Floreal Isaac y Hugo Cristóbal, su socio
minoritario Ricardo Ferrés y su publicista y amigo personal, Luis Caponi,
fundador de la agencia Ímpetu.
Hubo dos reuniones, en
enero de 1976, que definieron la forma del acuerdo. Una en Punta del Este, en
el Me Lleve, el barco de Caponi, y otra en Atlántida, en la casa de Fernández.
El contrato firmado el 30 de junio de 1976, en la casa de Fernández del costero
barrio montevideano de Carrasco, dio lugar a la empresa mixta Compañía de
Productos Alimenticios (Copal) con 69% de acciones de Nestlé y 31% de sus
socios nacionales. En 1982, la firma y sus marcas pasaron definitivamente a la
multinacional suiza. Desde entonces, los productos concebidos por Homero
Fernández forman parte del portafolio de Nestlé del Uruguay SA.
Café torrado uruguayo. (Ignacio Naón, 2008) |
De Canarias a Montevideo
El café torrado es un
exótico sabor que enlaza a dos pueblos. El tostado de los granos con azúcar es
tradición inmemorial en las Islas Canarias, solo explicable por la influencia
mora del penetrante norte africano, de donde es originario el árbol del cafeto.
La costumbre fue traída a la inhóspita bahía de Montevideo, en 1726, por los
fundadores del puerto de San Felipe y Santiago, pioneros casi adolescentes, que
llegaron con escaso equipaje y una cultura diversa y poderosa. Cuentan que las
jóvenes canarias cocinaban los granos verdes en grandes sartenes, y recién
agregaban el azúcar casi en el punto de cocción, hasta lograr su acaramelado.
Cuentan también que los niños se los comían como si fueran golosinas, pero lo
usual era que luego de molido, se lo bebiera con leche, a la mejor usanza
española. El torrado se transformó en un hábito de los uruguayos, visto como
rareza en países de tradición cafetera.
De la planta al globo
Luis Caponi, fundador de Ímpetu Publicidad y amigo de Héctor Homero Fernández. (Ignacio Naón, 2008) |
Hasta 1962 era un edificio
de solo un piso, con galpones y viviendas anexas que se ubicaban casi en la
esquina con la entonces Sapucay, actual Julio Amadeo Roletti. Homero Fernández
lo compró ese año para instalar una planta modelo destinada a producir la cocoa
Copacabana, el polvo achocolatado Vascolet y el más innovador desarrollo de su
empresa: Bracafé. La obra proyectada por el arquitecto Luís Isern, significó un
avance cualitativo y cuantitativo y una expresión de pujanza de la industria
nacional de la alimentación.
Raúl Barbero, escritor, periodista, publicista, socio de Luis Caponi en Ímpetu Publicidad. (Ignacio Naón, 2008) |
Con la llegada de Nestlé,
primero como socio mayoritario y luego como propietario de todo el paquete
accionario, hubo mejoras y ampliaciones que optimizaron áreas productivas y de
almacenamiento y racionalizaron la logística de recepción, expedición y
distribución de una empresa que crecía gerenciada con profesionalidad suiza. En
la década de 1980 fueron construidos galpones y diseñadas explanadas para
atender una creciente cantidad de vehículos que descargaban y cargaban
mercadería, con proyectos de la arquitecta Adriana Castaño.
No hubo obras
significativas en el complejo, hasta en 2000, cuando Nestlé lo transformó en
una filling factory. Cuatro años después fue contratado el estudio de la
arquitecta Pierina Clivio y Daniel García, para proyectar una modernización de
las áreas administrativa y comercial y para adaptar su logística a las
exigencias de la creciente globalización.
Intento coleccionar objetos antiguos, de casualidad encontre una lata de Vascolet de la década del 60 en perfecto estado, leí el nombre del fabricante y dí con tu excelente artículo.
ResponderEliminarEn hora buena, gracias por los datos, trabajo en la industria y he tenido la posiblidad de trabajar en empresas muy modernas y otras del siglo pasado, soy un admirador de los emprendedores.
Gracias, Víctor
Estimado Senor Oliveira Ramos,
ResponderEliminarNo tengo palabras para agradecerle la hermosa historia que Usted ha escrito de mi Padre. Me emociono mucho, a pesar que la he escuchado infinidad de veces durante mi infancia.
Soy su hija, Maria Electra Fernandez Agarbado.
Para mi y mis queridos hijos, mi Papa fue un triunfador, y un hombre con un corazon gigante.
Infinitas gracias.
Electra
Recuerdo también el BRACAMATE que según creo es de la misma Empresa, como me gustaba tomarlo con leche, lastima que a nadie se le ocurrió volver a fabricarlo
ResponderEliminarLamento infinitamente el deceso de mi buen amigo Hugo Fernandez Ramirez, del que me entere hoy. Con Hugo y Floreal me tocó poner en marcha el nuevo equipo spray adqurido en Dinamarca para producir Bracafe. Un abrazo a sus familiares, de Daniel Johansen
ResponderEliminarUn abrazo asimismo a los familiares de Homero Fernandez, con quien viajé a Dinamarca y Alemania, conjuntamente con sus hermanos Hugo y Floreal. Un equipo emprendedor fenomenal.(djohansen1927@gmail.com
ResponderEliminarEstimado Señor Oliveira Ramos,
ResponderEliminarle agradezco infinitamente este artículo sobre la historia de mi familia paterna. Me llamo María Magdalena Fernández Rubio y soy hija de Homero Hugo Fernández Agarbado, hijo de Homero Fernández y Electra Agarbado. Le comento además que incluí su artículo en la carta que tuve que enviar al Juzgado en España para contestar la negación de la ciudadanía Española por parte del Consulado de Montevideo. Mi petición, como corresponde, fue exitosa, y esto fue gracias a la Ley de Memoria Histórica, pero también gracias a la fascinante investigación y publicación que usted hizo sobre mi familia.
Soy Historiadora del Arte, y me interesaría muchísimo saber qué otra información puede haber recabado para este artículo y no usado. También estoy recabando historias familiares de mi padre, mis abuelos y bisabuelos paternos, más allá de las personas cercanas a mí que ya conozco, con lo cual, dejo mi mail aquí para usted o para quien quiera enviarme historias de mi familia paterna - magdifernandez@gmail.com
Muchas gracias!
Mag