Frasso muestra sus fotos del Caracazo, enmarcadas, que se exhiben en su casa de la capital venezolana. |
Fue
Premio Rey de España y de la Sociedad Interamericana de Prensa por sus
impactantes registros del Caracazo, compartidos con su colega y amigo Tom
Grillo. Una serie de treinta y tres imágenes que también fue presentada en la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, como prueba de la represión
desatada el 27 de febrero de 1989 por el gobierno de Carlos Andrés Pérez.
Francisco Solórzano, Frasso
para el periodismo y la política venezolana,
lleva por el mundo parte de su acervo de
más de 3.000 imágenes tomadas durante la mayor revuelta popular del siglo XX en
su país.
Entrevista publicada en el semanario Brecha (Montevideo, junio de 2009).
–¿Qué queda hoy del Caracazo, más de dos décadas después?
Entrevista publicada en el semanario Brecha (Montevideo, junio de 2009).
–¿Qué queda hoy del Caracazo, más de dos décadas después?
–La dignidad de un pueblo
bravo, arrecho, desencantado, desengañado, que salió a exigir mayor
participación; porque aquella democracia representativa era solo formal,
excluía a la mayoría. El Caracazo fue un pedido de cuentas, de los adecos, de
los copei, de los que votaron a Pérez y también de quienes luego apoyaron a
Rafael Caldera. Fue una interpelación, pero en la calle. El 27 de febrero de
1989 es recordado como el día que bajaron los cerros. Sin Caracazo no hubiese
habido rebelión del 4 de febrero, ni del 27 de noviembre de 1992, ni triunfo
del presidente Chávez en 1998. Nosotros le decimos la espoleta, porque el
pueblo explotó por su dignidad. Fue el génesis del proceso bolivariano.
–Pero no es verdad, ¡si
tuvo la naturalidad de un volcán! El movimiento se inició en la zona suburbana
de Guarenas y pasó por las barriadas del este y el oste, Petare y Catia. Al
principio hubo saqueos, es cierto. Los primeros heridos fueron por vidrieras
rotas, pero enseguidita se desató una represión despiadada. El ejército y la
policía salieron a matar por orden de Ítalo del Valle Alliegro, entonces
ministro de Defensa, con la complicidad del presidente Carlos Andrés Pérez.
Ellos ordenaron tirar a discreción. Al que se moviera, ¡dispararle, dispararle,
dispararle! El 28 fue el toque de
queda, el 1 y 2 de marzo siguió la masacre. Pérez miente cuando dice que hubo
doscientos y tantos muertos, porque fueron mucho más que dos mil. Fue un
genocidio con los mismos métodos de otro represor, Rómulo Betancourt, cuando a
principios de la década de 1960 hacía desaparecer a venezolanos que su régimen
acusaba de guerrilleros. Después del Caracazo hubo
un gran trabajo de investigación forense, de antropólogos argentinos, que
demostró la existencia fosas comunes. Ellos identificaron muchos cadáveres,
pero quedan muchos por identificar. Todavía hay muchas fosas por descubrir.
Veinte años después, la verdad es una deuda moral y legal, que seguimos
reclamando quienes apoyamos este proceso de cambio en Venezuela.
–Usted participó en una
investigación periodística, decisiva para develar violaciones contra los
derechos humanos, premiada en todo el mundo. ¿Cómo es la historia de esa
cobertura?
–Cuando empieza el
Caracazo, en la mañana del 27, con mi compañero Tom Grillo vamos a cubrir la
zona de El Silencio, en el centro de la capital, para el diario El Nacional. Comienzo a hacer fotos
cerca del periódico, en el mismo momento que aparecen los primeros incendios, y
quedo encerrado en el Cuerpo de Investigaciones Policiales. Esa misma tarde nos
enteramos de las ejecuciones y los enterramientos por denuncias de familiares
de las víctimas. Al otro día nos envían a Petare. Fuimos a sacar fotos y
terminamos siendo testigos de la masacre. Nos cruzamos con un camión repleto de
urnas mortuorias, una arriba de la otra. Lo seguimos, entramos al Cementerio General
del Sur de Caracas y allí encontramos un sector de tierra recién movida. Hice
unas tomas y las guardé. En ese trayecto sacamos
las imágenes más famosas. El asesinato de diecinueve personas, un policía
motorizado con un cuerpo cargado al hombro y un manifestante furioso que
respondía los golpes de peinilla de un guardia. Es una serie de treinta y tres
fotos, publicada en The York Times, The Washington Post, El
País de España, a través de la agencia AP que las compró. Sin
embargo, en Venezuela hubo una censura interna y recién se conocieron al cuatro
o quinto día. La tesis oficial era que no se supiera la verdad, ni siquiera los
saqueos. Y los grandes medios acataron.
–Muy difícil, porque era
dirigente sindical y no ocultaba mi bronca por la autocensura. Permanecí hasta
1992. Me echaron por reclamar libertad de expresión y de tránsito, siendo
secretario del Colegio de Periodistas de Caracas. Cuando ocurrió el alzamiento
del 4 de febrero de ese año, hubo despido de sindicalistas y recrudecimiento de
la censura. Nosotros queríamos contar quien era Chávez, conocer sus ideas, pero
estaba prohibido informar por orden del presidente Carlos Andrés Pérez. A mi
amigo y colega Mario Villegas lo echaron conmigo. Luego le ganamos un juicio de
restitución al diario, pero hicimos lo que le dijo Bolívar a Santander en El
general en su laberinto: “Vamonos
que ya no nos quieren”. Todavía me duele lo que
pasó en El Nacional, porque allí completé mi formación. Para los jóvenes
de aquella época era otro mundo, un doctorado, en baseball decimos: las ligas
mayores. Lo peor es que uno vio como aquel gran medio independiente se
involucraba cada vez más con los intereses políticos y cada vez menos con la
independencia periodística. Pensar que es el diario de Luis Otero Silva, de
Arturo Uslar Pietri, de Oscar Guaramato, de José Ignacio Cabrujas, también de
Mario Benedetti y Gabriel García Márquez. Al principio apoyó el
proceso bolivariano, pero luego sufrió un viraje que le acercó a El Universal, tradicionalmente de
derecha, por influencia de personajes como Alfredo Peña, el mismo que se vino a
Uruguay cuando el golpe de estado contra el presidente Chávez, del 11 al 14 de
abril de 2002. Por eso El Nacional no
es el de antes, porque se ha sumado al periodismo tramoya, a la lucha política
contra el estado bolivariano y ha perdido credibilidad. Hoy día, el diario de
mayor circulación es Últimas Noticias, porque ha conseguido posicionarse
con independencia entre el gobierno y la oposición.
–Usted ha sido el
fotógrafo personal y asesor de la primera campaña electoral de Hugo Chávez. Un
trabajo que no habrá sido sencillo. ¿El militar candidato aceptaba sus opiniones?
–La relación con Chávez
tiene una historia. Después del despido de El Nacional, tuve que
dedicarme al trabajo por mi cuenta, porque aquellas fotos tan premiadas en el
exterior también me pusieron en una situación interna muy vulnerable. Hasta
mediados de 1997 hice de todo, nada fijo: televisión, radio, marketing político.
Hasta que una mañana me llama mi amigo y
colega Juan Barreto, que fuera alcalde metropolitano, para que le acompañara a
un acto de Chávez en la Plaza de Caracas. Me pidió que llevara la cámara para
sacar unas fotos; y la llevé aunque estaba estudiando una propuesta profesional
de Irene Sáez, aquella miss que fue gobernadora de Nueva Esparta, que iba a
competir en la elección de 1998. Ella estaba muy bien en las encuestas y me
quería como su fotógrafo. Cuando Chávez me propuso
acompañarlo en su campaña, no lo dudé. Me pasé dos años, cada día con sus
noches, retratándolo, y también fui parte de su equipo de asesores de imagen.
Me acuerdo que el sacamos el liqui–liqui, una camisa muy típica de Venezuela, y le
pusimos el pulóver que usó en toda la campaña hasta que tomó posesión.
–Arrancamos muy flojo,
porque al principio costaba mucho conseguir espacio en diarios, radios y
canales de televisión. Cada foto publicada de Chávez candidato era un triunfo.
Pero en poco tiempo pasamos de apenas cuatro puntos a ser primera minoría. Me
acuerdo que al mes le dije a Barreto: “a este, nadie lo detiene”. Y hecho: ganó
con una mayoría de 56,5%. El presidente jamás nos
hizo mayores problemas. Es un militar, con todo lo que eso significa en América
Latina. Está acostumbrado a que le obedezcan, es verdad, pero tampoco es un
tonto. Sabe cuando debe aceptar la opinión de otros. En aquella campaña estaba
en pleno aprendizaje de una nueva profesión: político. Chávez es un gran comunicador,
un gran intuitivo; una virtud que le ayuda a mantenerse en el poder. En su
programa Aló Presidente dicta las líneas políticas del estado, que todos
los venezolanos comentan al otro día, para apoyarlo o criticarlo. Basta
recordar un dato: de las últimas seis elecciones ganó cinco consecutivas y
perdió solo una por 0.5%. Claro que a ese carisma
personal hay que sumarle que el socialismo bolivariano tiene conceptos reales
de país. Es una experiencia muy venezolana, muy distinta a otras en el mundo, pero
que también ha ayudado a otros pueblos latinoamericanos a romper con una
historia de dependencia: solo basta ver lo que ocurre en Ecuador, Bolivia y
Paraguay.
–Porque soy un
periodista, y los periodistas no nos llevamos bien con el poder, aunque
apoyemos a quien eventualmente lo detenta. No quise quedar dentro de
Miraflores, pero si acepté una misión de buena voluntad en Colombia, en 1999,
cuando el presidente Andrés Pastrana iniciaba un diálogo con las FARC. Fue una
experiencia muy rica en la región de San Vicente de Caguán, donde se creó una
zona de distensión. Allí conocí a los dirigentes guerrilleros históricos, Raúl
Reyes, el Mono Jojoy, y a intelectuales de la talla de Gabriel García
Márquez o Daniel Ortega. Allí comprendí que la única vía de paz para los
hermanos colombianos es el diálogo, similar a como se resolvió la cuestión
centroamericana. Con la guerra de Bush solo habrá paz de cementerios, porque ya
lo ven, desde la base ecuatoriana de Manta asesinaron a Reyes y a otros
dirigentes, pero las FARC ni cerca están de rendirse. Ahora dicen que la base
de Manta se va para Colombia. Es una irresponsabilidad.
–También fue legislador
oficialista...
–Una experiencia muy
personal, que duró entre 2000 y 2005, como diputado por el estado de Anzoátegui. Fue cambiar un poco el lado del
mostrador, aunque, siempre es bueno recordarlo, el Poder Legislativo es muy
distinto al Ejecutivo. No fui un legislador destacado, ni por lo mejor, ni por
lo peor. Creo que cumplí con mi tarea. Ahora dirijo un programa televisivo en
el canal de la Asamblea, dos veces a la semana, jueves y sábado, y tengo un
espacio radial en mi pueblo, en ambos hago ejercicio parlamentario.
–En mi país existe una
total libertad de expresión, con medios que se pasan las veinticuatro horas
criticando al presidente y nadie los toca. Radio Caracas Televisión
perdió la concesión para emitir como canal abierto, pero sigue en el cable,
funcionando igual de plegado a sus patrones de la CNN. Ellos
incumplieron con los requisitos legales y el gobierno hizo uso de sus
potestades. A otro canal, Venevisión, tan opositor como RCT,
también se le venció el plazo, pero cumplió con los requisitos y se le concedió
la onda. Es una cuestión de libertad de empresa, más que de libertad de prensa.
¿Sabes lo qué pasa? Los dueños son los grandes censores de la libertad de
expresión, aquí, allá y más allá. Ellos
manejan aquello de que la mejor ley de prensa es la que no existe. Y cuando un
gobierno les pone reglas claras, se quejan,
porque pierden privilegios. En la Venezuela de Chávez
no hay periodistas muertos, ni encarcelados, ni despedidos. Ni en el caso de RCT,
que no echó a un solo. Sí hubo persecuciones en gobiernos anteriores. A mí me
pusieron preso por ser dirigente sindical. Los colegas enjuiciados por
difamación por el gobierno bolivariano, son aquellos que jugaron a favor del
golpe y luego siguieron siendo profetas del caos. Y encima tienen todas las
garantías de un proceso y una decisión justa.
–¡Y mucho más! Mi sueño
era fotografiar a Mario Benedetti, a quien admiré desde siempre. Estuve con él
en su modesto apartamento de la calle Michelini. No me sorprendió su gran
convicción moral y política, ni su lucidez intelectual, porque así de humildes
son los grandes. También conocí a Daniel Viglietti en el Mercado del Puerto y
sentí la misma emoción que muchos años atrás, cuando me crucé con Alfredo
Zitarrosa en mi pueblo de Anzoátegui. Lo recuerdo cantando Doña Soledad
para un grupo de amigos. Luego, sin conocerme, me invitó a Caracas y hasta me
regaló un par de zapatos con una suela
grandotota, porque le serví de guía. Los conservo como un bien familiar.
Entonces, cuando compartes tanta sensibilidad, entiendes, por lo menos un
poquito, qué pasa por la cabeza de los uruguayos. A Zitarrosa te lo encuentras
en la calle y te lleva de viaje, a Viglietti lo ves en un restorán y te convida
un almuerzo y Benedetti te invita a su casa para leer su último libro. Creo que
esa humildad trascendente te llama a soñar cada día.
Saqueos en el centro de Caracas. |
“Cuando me enteré que vencía el plazo del Premio Rey de España mandé mi recaudo bien a la venezolana, horitas antes del cierre de recepción. Y me olvidé. El 2 de noviembre de 1989, mientras iba en el auto del diario al Palacio de Miraflores me llamó el jefe de redacción: “¡Frasso, Frasso, ganaste!”. En ese momento te inunda una gloria personal, es cierto, pero también el goce de saber que el 27 de febrero no iba a ser olvidado.”
“Me lo entregó el rey Juan Carlos en el Palacio Real, era mediados de primavera. Para mi fue un honor único, porque el año anterior lo había recibido el brasileño Sebastiäo Salgado, con fotos del hambre en África. Pero hacía mucho tiempo que no ganaba un tema latinoamericano. Lo increíble, o no tanto, es que esa cobertura jamás ganó un Premio Nacional en Venezuela.”
“Cuando un juez local exigió pruebas para abrir una causa por los asesinatos del Caracazo, fui llamado a declarar. Al principio las autoridades decían que no había, nada, pero nosotros estábamos seguros de que los cuerpos iban a aparecer a más de un metro y medio de profundidad. En una fosa del Cementerio General del Sur se encontraron 75 desaparecidos, pero hay muchos más. Nuestras fotos también sirvieron como prueba en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, cuando los familiares demandaron al estado. ¡Por supuesto, ganaron el juicio!”
“Los premios te dan fama y puedes llevar tu material a todo el mundo. Con Tom Grillo vamos a cada sitio donde nos invitan. En los próximos meses pensamos traer una exposición a Uruguay, porque aquí se está haciendo mucho por la memoria. Nosotros queremos sumarnos a la reflexión, para que se sepa lo que pasó en nuestros países. Estamos difundiendo el caso venezolano, porque no fue sencillo. Hubo muchos años de excesos dictatoriales encubiertos por una fachada democrática. En el Caracazo está resumida toda la violencia de la represión.”
Su primer libro de
fotografías, El Caracazo, compartido con Tom Grillo, sigue agotando
ediciones en todo el mundo. En el segundo,
La nación del viento, participa el periodista José Cheo González, además del escritor
guajiro Miguel Ángel Jusayú y el poeta wayuu José Ángel Fernández. “Me pasé un año sacando fotos al universo
mágico y real de las comunidades que pueblan la Guajira, de ambos lados de la
frontera con Colombia. Ellos dicen que su tierra no tiene límites”, afirma. Su otra obra, Chávez, es una
recopilación de fotos de la campaña presidencial de 1998. “¡Qué quieres chico,
si el presidente siempre vende!”, aclara con su personal sentido del humor.
“Nací en Santa Ana, un pueblito del estado de
Anzoátegui en el oriente de mi país. Mi papá vendía arena y mi mamá era ama de
casa: parió doce hijos pero quedamos nueve vivos. Empecé a hacer fotografía a los catorce años:
recuerdos escolares de primer grado, bautismos, matrimonios, fiestas sociales.
Fui corresponsal de El Anaquense, un periódico de Anaco, una ciudad de
mi municipio. Cubría los sucesos de mi pueblo: redactaba y tomaba fotos.
En tercer año del
secundario me echaron por revoltoso; no por mal estudiante, sino por dirigente
sindical y editor de un periódico de aquellos de barricada. En 1971 me fui a
trabajar a la redacción de El Anaquense y de ahí a Barcelona, la capital
de Anzoátegui. En 1985 viajé a Caracas como corresponsal y al poco tiempo
estaba en Ultimas Noticias, un diario de circulación nacional, y en la
revista Élite. Primero escribía sucesos y sacaba fotos, hasta que el
Sindicato me dijo: “para, para, chico, un trabajo u otro”. Después me fui a El
Nacional, como reportero gráfico. Ingresé en 1988, justo el año que ganó la
presidencia Carlos Andrés Pérez. Mi primera foto en portada fue una de Carlos
Andrés festejando. Pero la alegría duró poco, en febrero de 1989 pasó lo que
pasó.”
Excelente material!!
ResponderEliminarTe felicito!