"Lo mío es suyo"
Antonio Carbonaro, c. 1944. |
Eran
las dos de la mañana de fines de febrero de 1939, cuando su antiguo
paraba frente a la casa de su hermano, en la incipiente Parada 2. Lo
visitaba para saber cómo iba el recién inaugurado Hotel Casino
Nogaró, de Gorlero y 31, propiedad de los hermanos Modesto y
Emiliano Sagasti. Donato había trabajado en su construcción, y por
entonces era funcionario de otra leyenda puntaesteña: el cercano
Hotel Míguez, abierto también el año anterior. El anfitrión le
propuso una cena improvisada en su cocina, pero él no aceptó; no
quiso molestar a su cuñada Odila y a sus sobrinos.
Cansado
y con hambre, no pudo dormir, por la frustración, pero también por
una idea que le provocó un placentero insomnio. Al otro día cuando
desayunaban juntos, le confesó su sueño:
-¡Me
vengo a Punta del Este para abrir un restaurante que atenderá las 24
horas! ¿Me acompañás?
-¡Antonio,
estás loco! ¡No te arriesgues por una aventura! Quedate con tu buen
trabajo en el Hotel Carrasco y tu negocio -le respondió con
énfasis su sorprendido anfitrión.
-No
hermano, estoy decidido. ¡En cuanto pueda me vengo!
Casa de los Carbonaro en la planta alta de El Mejillón. |
En
aquel inicio fue decisiva la participación de Odila Bartabahuru,
esposa de Donato, que le prestó 20.000 pesos que le faltaban para
alquilar el local y transformarlo en un bar original. La devolución
fue cumplida en cuatro conformes anuales de 5.000 pesos, fechados
entres 1949 y 1952, que la familia conserva como el legado de una
empresa gastronómica que hizo historia.
“El
22 de octubre de 1944 me afinque en Punta del Este y el 31 de
diciembre abrimos El Mejillón, en sociedad. Costó imponerlo. Estaba
en la entrada del balneario, en la proa de las calles 8 y 31. Un
compañero del Hotel Carrasco me hizo la lista de precios: un peso el
whisky, los mas caros 2.30”, solía evocar Carbonaro.
Al principio El Mejillón estuvo abierto todo el día en temporada alta, desde diciembre hasta la Semana de Turismo, una exitosa la costumbre que pronto se extendió a todo el año y fue imitada por otros comercios. “Al punto lo eligió él; a mitad de camino entre la Mansa, el Míguez, el Nogaró y la Brava. Estaban construyendo los nuevos barrios, y la gente del Cantegril Country Club y del Hotel San Rafael debía pasar por allí hacia la península y sus playas”, relata Benito Stern, amigo del legendario emprendedor, ex intendente de Maldonado.
Al principio El Mejillón estuvo abierto todo el día en temporada alta, desde diciembre hasta la Semana de Turismo, una exitosa la costumbre que pronto se extendió a todo el año y fue imitada por otros comercios. “Al punto lo eligió él; a mitad de camino entre la Mansa, el Míguez, el Nogaró y la Brava. Estaban construyendo los nuevos barrios, y la gente del Cantegril Country Club y del Hotel San Rafael debía pasar por allí hacia la península y sus playas”, relata Benito Stern, amigo del legendario emprendedor, ex intendente de Maldonado.
Carta original de El Mejillón, 1946. |
“El vínculo familiar entre los fundadores de Punta del Este sigue siendo muy fuerte. ¡Estamos todos emparentados! Al principio, si no te casabas con un vecino, seguro que te quedabas soltera.”
“Carlos
Paez Vilaró se pasaba en el restaurante; jamás faltaba a las
reuniones de amigos que organizaban Haedo y Papá.”
Graciela
Carbonaro
Una
leyenda puntaesteña evoca un diálogo memorable con Francisco
Salazar, notable pionero del moderno Punta del Este, fundador del
Bar, Confitería, Restaurante y Bar La Fragata, asociado con Juanito
Domínguez:
-Antoñito,
te vas a caer del pueblo, muchacho, ¡de tan en la orilla que pusiste
tu bar!
No
era ironía, ni una crítica a El Mejillón, sino una descripción
geográfica del Punta del Este de la década de 1940, que finalizaba
en el Nogaró. Más allá, sólo estaban los ranchos de pescadores y
las casitas de los obreros que construían los nuevos barrios.
-Don
Francisco, ¿ve allá, al fondo de la costa? -señalándole el
horizonte mas lejano de la playa Mansa. -Más allá va a llegar
Punta del Este, y lo mismo para el otro lado, hacia la Brava. ¡La
avalancha de turistas se viene para acá, nosotros lo vamos a ver y
tendremos que aprovecharla!
Su
visión fue confirmada a partir de la década de 1950, y veinte años
después tuvo una segunda sensación premonitoria que contó a sus
amigos. “El balneario internacional es la realidad que soñamos,
pero si continúa la masificación lo liquidarán, le matarán el
espíritu. En nuestro tiempo, nadie quería el bullicio y se
respetaba, hoy, siendo casi nativo de la zona nunca voy a Punta del
Este en verano. Lo ideal hubiese sido mantener los edificios a una
altura máxima de cinco pisos, al estilo francés. ¡Así debió
quedar! Pero si el negocio inmobiliario fue más poderoso, por lo
menos debimos defender con más pasión los valores de la ciudad que
creamos.”
Babel
del Este
El taxi de El Mejillón, primero en Punta. |
“En
el vértice ovalado de una manzana triangular, como una punta
frontal, como si fuera un estuche inmenso, se encontraba el Mejillón
Bar. Los grandes cristales de los edificios vecinos cada noche le
daban un aspecto monumental, visible desde lejos, con un aspecto que
se asemejaba a uno de los palacios de las Mil y Una Noches. Bordeado
por plantíos floridos, su vereda ocupada por coquetonas mesas,
estilo americano de jardín, le dan una característica
significativa.
En
el Gran Salón ocupado por el bar, la presentación es
cinematográfica, se transforma en un Mirador de la carretera a lo
lejos, de las playas cercanas, los bosques, las suntuosas residencias
y más allá el corte imponente de las sierras, y el casino
inmediato!”
El
interior del gran bar, lleno de vida, aireado a la perfección,
delineado arquitectónicamente con suma elegancia, el mobiliario
también alcanza caracteres distinguidos. Las bebidas y los licores
de las marcas más conocidas del mundo, en una biblioteca a la vista,
convencen la sensibilidad artística del observador. Las grandes
heladeras, cuya capacidad es considerable, el mostrador cómodo, las
máquinas de diversos abastecimiento, las campanas de cristal, los
numerosos espejos eran un homenaje a la belleza femenina.
El
teléfono para el práctico uso de los visitantes; uniéndose a todo,
como si fuera poco, un personal especializado de impecable
presentación, en competencia y para mejor expresión, ras con ras en
un todo, con los más famosos bares de los más lujosos balnearios
del mundo mundo, Miami y el Cap Negro, la bellísima punta
mediterránea africana de la Costa Mora Francesa, sonde acuden los
pintores de más prestigio.”
Pasaje
del artículo Haciendo Punta en el Este: Antonio Carbonaro,
¡barman inigualado!, del cronista que firmaba Punzón Esteño,
publicado en enero de 1946.
Un
músico negro estadounidense, que actuó en la temporada 1947-1948 de
Punta del Este, le solicitó permiso para sentarse en El Mejillón.
“Le di la bienvenida con un apretón de manos, y el hombre se
sorprendió. Luego me explicó que en su país tenía prohibido tocar
en bares. Nos despedimos con un abrazo”, contaba Antonio
Carbonaro.
“El
Mejillón es un nombre que no tuvo mayores misterios, fue un
homenajea sus padres calabreses que adoraban los frutos del Mar
Jónico y el Mediterráneo. Al principio el plato principal era arroz
con mariscos”
Graciela
Carbonaro
Al
principio a El Mejillón iba poca gente, hasta que una tarde llegó
un argentino a quien Carbonaro no conocía.
-¿Tiene
buen whisky escosés? - preguntó el visitante casual.
-¡El
mejor, mi amigo! -respondió el empresario, al tiempo que le
mostraba un exhibidor repleto de botellas.
-¡Qué
buen surtido, excelentes marcas! Necesito unas cuántas, pero tengo
un problema, vengo de la playa y no tengo dinero -fue la
sorprendente insinuación del turista.
Cada
botella costaba 25 pesos de la época, y si el cliente no cumplía,
el bar podía sentirlo en su frágil economía inicial, pero
Carbonaro no lo dudó.
-Usted
tiene cara de buena gente, sé que me va a pagar, así que lleve las
que quiera.
El
hombre cargó casi todo el stock. A las tres de la tarde del otro
día, estaba en El Mejillón para pagar su deuda.
-Entonces,
Antonio, ¿ahora tengo crédito en la casa?
-Lo
mío era suyo, amigo.
Aquel
extraño cliente era un influyente abogado de la alta sociedad
bonaerense, que había organizado una fiesta para los más ricos
visitantes de Punta del Este.
“Desde
aquella vez El Mejillón fue el centro preferido por los turistas
argentinos, brasileños y europeos, a partir de aquel amigo, el
doctor ”, contaba Antonio Carbonaro, con la sonrisa del que
arriesgó y ganó.
Donato Carbonaro con Lola Flores. |
“En
aquella época éramos, como mucho 500 personas viviendo todo el año.
A la vuelta por la 30, estaba el consultorio del dentista Ricardo
Rodriguez Dutra, que jugaba al ajedrez todos los días en El
Mejillón. Era muy gracioso, porque mientras atendía, también
jugaba sus partidas; dejaba a los pacientes con la boca abierta,
salía corriendo por el fondo, hacia la jugada, y volvía corriendo
para seguir atendiendo”, relata Graciela Carbonaro, hija del
emprendedor y pionero de Punta del Este.
En
su mayor esplendor, El Mejillón ocupaba toda la planta de la proa,
con la confitería y la heladería y el quisco. Allí trabajaban 40
mozos en tres turnos, tres adicionistas, dos cocineros de San Carlos,
un chef francés y tres italianos que sólo se dedicaban a los platos
de mar y la repostería. Uno de los europeos creó el postre Graciela
en honor a la niña que jugaba entre las mesas del local. “Era
parecido a un Chajá actual, pero con más espuma y más frutas”,
recuerda ella con nostalgia.
Antonio y Donato Carbonaro, c. 1960. |
El
Mejillón era un punto de encuentro en las noches de verano, de
artistas, intelectuales, empresarios, políticos, diplomáticos,
miembros de la alta sociedad rioplatense y turistas de todo el mundo.
“En 1961 le vendí el negocio a Núñez y Velandro. ¡Ni lo
dudé! Estaba cansado del mostrador y deseaba cumplir mis dos
vocaciones: la política y el rematador público. Nunca me arrepentí,
aunque ellos me lo apitucaron demasiado”, afirmaba Antonio
Carbonaro cada vez que le preguntaban por la venta de su legendario
bar. Diez años después, El Mejillón cerró definitivamente.
“El
Mejillón fue un simbolo de Punta del Este que despertó
a los comerciantes del balneario que estaba adormecidos en materia
gastronómica. ”
Beniro
Stern, ex intendente de Maldonado y ex Ministro de Turismo
“Se
llegó a decir que quien no pasaba por El Mejillón no había estado
en Punta del Este, desde Alí Kahn que en el bar compartía sus
anécdotas con figuras sudamericanas y uruguayas.”
Antonio
Chino Umpierrez, nota necrológica, Maldonado, 4 de noviembre
de 2003.
La
Bola
Era
un hotel de Antonio Carbonaro, casi en el extremo de la península,
frente a la Iglesia de La Candelaria. “Lo abrió cuando yo era
chiquita, pero más que un hotel era una residencia para los chef que
venían de Italia que pasaban desde noviembre hasta el final de
Semana de Turismo, y si sobraba alguna habitación se alquilaba. Una
de las lavanderas todavía se acuerda cuando tendíamos la ropa en
las rocas, porque no existía la rambla de circunvalación”,
cuenta Graciela Carbonaro.
“Tanta
fue mi amistad con Eduardo Víctor Haedo, que años después de
dejar el negocio me llamó para atender a los presidentes americanos
reunidos en la Conferencia de Punta Del Este (Consejo
Interamericano Económico y Social convocado por la OEA). Me
solicitó que atendiera especialmente a su gran amigo el Che
Guevara. Cuando me hizo el ofrecimiento le recordé que era colorado,
a lo que me respondió: 'yo soy blanco pero qué importa si somos
amigos.' El Che pasaba todos los días con su pequeño ejército de
colaboradores, desde el Hotel Playa donde estaba alojado, hasta el
Nogaró. Tomaba café donde habíamos armado el bar de la Conferencia
y charlaba todo el tiempo conmigo. Por supuesto que todas las veces
que pudo se comió un buen chivito que le preparábamos con gusto.”
Panchito
“Una
madrugada, como a las 5 o 6 de la mañana, Panchito Lasala me
trajo la orquesta que había animado la fiesta del Hotel San Rafael.
Frente al Mejillón estaba el Residencial Gattas, donde ahora está
la Torre. De allí salió un turista brasileño, muy enojado por el
ruido que no le permitía dormir. Panchito le pidió
disculpas, pero cuando el hombre volvió al edificio, lo siguió con
toda la orquesta atrás, ante el terror de todos nosotros porque se
podía armar un lío bárbaro. Pero no fue así.. Al rato apareció
el brasileño, con Panchito, la orquesta y más gente de la
residencial, todos bailando. Así era el espíritu de aquel Punta del
Este.”
Lujambio,
De María
“Recuerdo
con mucho aprecio a Tito Lujambio, que vino a trabajar con
Alfredo Barbieri a la boite de San Rafael que manejaba Edmundo
Klinger. Como empleado de Lujambio vino Luis de María, un muchacho
de ideas y acción, para crear el Parador Imarangatú, que entre
tantos artistas fenomenales trajo a Vinicius de Moraes.”
Antonio
Carbonaro, en el diario Últimas Noticias, Montevideo, 21 de
julo de 1997.
“Miguel
de Molina era tan amigo de Papá, que se quedaba en nuestra casa y
utilizaba la máquina Singer de Mamá para realizar sus trajes
artísticos. Se pasaba horas charlando con nosotras, mientras cosía
sus pantalones ajustados, sus blusas rojas a lunares blancos y sus
tacos de cinco centímetros, y mientras cuidaba su pelo negro
reluciente y nos regalaba alegría desbordante.”
Graciela
Carbonaro
“La
élite frecuenta con asiduidad el bar. Familias argentinas,
brasileñas, estadounidenses, españolas, francesas, británicas, y
las uruguayas afincadas realizan sus grandes rendez vous,
ambientando una amistad cordialísima con los turistas y viajeros de
paso.”
Diario
La Mañana, Montevideo, 12 enero de 1946.
Antonio
José Felipe Carbonaro La Rosa nació el 13 de junio de 1916, en la
primera casona familiar de Andes e Isla de Flores. Sus padres, Donato
y Herminia, eran calabreses de Siderno Marina, provincia de Reggio
Calabria, al sur del sur de Italia: él zapatero de profesión, ella
responsable de un almacén apreciado en todo el Barrio Sur.
La
combinación de ambos negocios funcionaba muy bien, pero cada año
nacía una niña o un niño “perché così deve essere”,
por mandato de Carmelo. En 1923, su joven esposa debió dejar la
tarea comercial, mientras le solicitaba un “cambio de aire” para
cuidar su salud, debilitada por los partos continuos, el trabajo
diario y la obligada atención del hogar. La pareja concibió trece
hijos, de los cuales sobrevivieron ocho.
Batlle, el "vecino de al lado"
En
1925 alquilaron una quinta en Piedras Blancas para trabajarla en
familia, aunque el patriarca calabrés jamás abandonó su oficio de
zapatero. “Un lugar hermoso, al que llegué por primera vez a
los nueve años. Por sí solo era un paraíso, pero también era un
sueño cumplido de Papá; fuimos muy felices en aquel campo que lo
tenía todo y que nos cambió definitivamente la vida”, solía
comentar Antonio Carbonaro, en alusión a su vecino más cercano:
José Batlle y Ordóñez.
La
quinta tenía cinco hectáreas con frente en la actual calle Teniente
Galeano. Era un terreno levemente ondulado por la Cuchilla Grande,
cortado por una profunda alameda, como la mayoría de las propiedades
de Piedras Blancas. De un lado estaban los árboles frutales y las
hortalizas, del otro, los galpones donde la familia criaba animales y
descansaban los dos caballos que Carmelo utilizaba en su tercera
ocupación: cartero.
En
1924 el patriarca calabrés había ingresado al Correo. Durante más
de una década recorrió los barrios del norte de Montevideo. Era un
personaje aguardado por las familias inmigrantes, en su mayoría
italianas. Su función no era sólo la de mensajero, también cumplía
una tarea política, puerta a puerta, porque entregaba la
correspondencia siempre acompañada por un comentario personal o
sobre la actualidad del país. Anotaba en una libreta cada idea, cada
necesidad, cada inquietud, que luego trasladaba a su club batllista o
al propio José Batlle y Ordóñez en mano propia.
Su
esposa y sus ocho hijos militaron en la legendaria Agrupación
Piedras Blancas, la más cercana al estadista, por geografía y
afinidad personal. “Yo empecé a los nueve años, para seguir a
Papá y porque era amigo de Lorenzo y Rafael, los hijos de Don
Pepe, con los que jugaba, a veces en la quinta de ellos, a veces
en la nuestra. Nunca me voy a olvidar cuando Batlle nos encontró
robando peras en el fondo y nos sacó corriendo. Cuando nos veía
llegar mientras practicaba tiro, se quedaba firme, con aquel clásico
gesto de brazos cruzados, y no seguía hasta que nos íbamos de allí.
Hasta parece que todavía veo a Paloma, la perra preferida de
Doña Matilde con la que jugábamos y salíamos a caminar por Piedras
Blancas”, recordaba Antonio Carbonaro en anécdotas contadas
miles de veces.
Cuando
Antonio Carbonaro vio que El Mejillón podía marchar no dudó en
casarse con su prometida Ema Bertolo Andreola, una bella hija de
piamonteses que le esperaba desde siete años antes. Se conocieron en
la Iglesia de Pozzolo, en el bautismo del hijo de un amigo en común.
Luego de la celebración, la jovencita y su hermana regresaban
apuradas para escuchar la radionovela Carve del mediodía, que
era furor. Antonio las acompañó hasta la casa, y se quedó, muy
poco interesado en aquellas voces que cautivaban a las mujeres.
Aquella tarde de 1941 comenzó el “dragoneo”, término de
la época que describía la etapa previa al noviazgo formal.
El
vínculo de la familia de Ema con los Carbonaro era tan antiguo como
el arribo de sus padres, Miguel Bertolo Piccone y Lucía Andreola
Perino, inmigrantes de Torino. El cartero Carmelo, padre de Antonio,
les llevaba la correspondencia que entregaba en mano a Miguel con
quien charlaba horas en la puerta de la casa de la calle Galvani. Lo
interesante era que uno hablaba en calabrés y el otro en piamontés,
ambos cerrados, pero se entendían en un italiano neutral, sin
problemas, sobre todo cuando elogiaban a José Batlle y Ordóñez.
Lucía
era la única que sabía leer y escribir en la cuadra, por lo tanto,
la encargada de contar las novedades en extensas rondas de familiares
y vecinos. La ceremonia del correo se iniciaba con Miguel
solicitándole a su esposa:
-Leggiamo
questa lettera? Ella narraba los mensajes con una impostación
encantadora, al mejor estilo radioteatral. Luego tomaba nota de lo
que le contaban, lo pasaba al papel carta con una letra de caligrafía
artística, y dejaba el sobre cerrado sobre una cómoda a la espera
del cartero.
Ema
y Antonio se casaron el 10 de julio de 1948, ella tenía 25 y
trabajba en la fábrica textil Fuasa hasta que se mudó a la planta
alta de El Mejillón. La pareja engendró dos hijos: Graciela y
Antonio.
“Papá
tuvo mucho que ver en la proyección internacional del balneario, en
lo social, lo cultural, lo turístico, lo gastronómico. Pagaba las
guías Haciendo Punta en el Este que armaban en la imprenta de
mi tío Didí. En aquellas publicaciones colaboraban Alba Roballo,
José Anfuso y tantos otros.”
Graciela
Carbonaro
“Con
Carbonaro el que se quejaba no pagaba. Una vez escuchó una discusión
entre un cliente y un mozo por la adición. Tomó la cuenta , la
rompió y lo invitó con una copa de champagne.”
Antonio
Chino Umpiérrez, nota necrológica, Maldonado, 4 de noviembre
de 2003
A
mediados de 1929, poco antes de la muerte de Batlle, poco después de
terminar la escuela, Antonio Carbonaro consiguió su primer empleo:
ascensorista en Hoteles y Casinos Municipales. Mientras trabajaba las
seis horas legales para un menor de edad, iba al liceo de Piedras
Blancas.
Una
leyenda familiar describe cómo el inflexible Carmelo cuidaba la
honestidad de sus hijos. Una tarde Antonio llegó la quinta de
Piedras Blancas con mucho dinero en el bolsillo.
-Dove
ha ottenuto tanti soldi? -preguntó preocupado el patriarca
calabrés.
-Me
lo dio un pasajero al que le llevé las valijas -respondió,
sereno, el adolescente.
-Poi
vedremo chi ha dato a voi! -fue la orden tajante del padre, que
de inmediato lo llevó al Parque Hotel. Era un turista argentino, que
confirmó la versión del jovencito.
-Le
di esa propina porque fue muy educado y simpático, y me llevó el
equipaje muchos pisos arriba. Pero Carmelo fue implacable:
-Tanti
gazie!, ma giusto è molto meno -y lo obligó a devolver la mayor
parte de la propina.
Un
gesto que pareció excesivo, que pronto le dio prestigio de honesto y
eficiente, mientras realizaba cursos de Administración y
Contabilidad que anunciaban un rápido ascenso cuando cumpliera la
mayoría de edad. Pero Antonio prefirió seguir su vocación
deportiva: el fútbol. En 1934 viajó a Pergamino contratado por el
Racing Fútbol Club. Cuentan quienes lo vieron jugar que era un
puntero derecho veloz y potente, que solía marcar goles
espectaculares con tiros cruzados que sorprendían a los goleros. En
1938 regresó a Montevideo, para jugar en el Club Nacional de
Football, su objetivo profesional. Se quebró el tobillo. Pronto
recuperó su puesto municipal, ahora como jefe de la Oficina de
Suministros del Hotel y Casino Carrasco. Al año siguiente, inauguró
su primera experiencia comercial, El Mejillón Bar de Montevideo,
ubicado en la calle San José, entre Convención y Río Branco.
“Mi
padre se casó por la iglesia, pese a ser un batllista tradicional.
Había sido monaguillo en la Iglesia de Piedras Blancas con el padre
Tucillo, pero le había hecho creer a Eduardo (Víctor Haedo) que no
estaba casado y que nosotros no habíamos sido bautizados. Una vez
Haedo va a ver a Mamá, que estaba con nosotros, y le pide: por favor
Ema con estos dos niños tenés que casarte por iglesia y
bautizarlos. Pero Don Eduardo estamos casados y los bautizamos. Haedo
se fue derechito a El Mejillón, furioso con Papá: ¡Sinverguenza,
por qué me mentiste!”
Graciela
Carbonaro
¡Batllistas,
Batllistas!
“Batlle
parecía muy seco, con aquel porte imponente y su don de mando; pero
era muy tierno y cariñoso con sus hijos, con nosotros los amigos y
con los vecinos. Doña Matílde y él vivían atentos a lo que
necesitábamos todos, sin importar que fueran colorados o blancos. El
20 de octubre de 1929, cuando Don Pepe murió, fue el día más
triste de mis padres y el nuestro también. Tenía trece años, así
que después vi muchas manifestaciones populares, pero jamás como
aquel velatorio del Palacio Legislativo. Los vecinos de Piedras
Blancas hicimos una peregrinación espontánea a la que se iban
sumando los vecinos de todos los barrios. Nunca habrá un acto
público, ni siquiera cercano a lo que fue aquella emoción.”
“Los
Carbonaro La Rosa eramos una familia batllista, batllista ¡de las de
antes! Nuestros amigos de la niñez eran todos colorados, teníamos
algún conocido blanco, con el que simpatizábamos personalmente,
pero estaba prohibido hablar de política con ellos. Teníamos una
vida familiar y barrial muy alegre. Trabajé con César, Rafael y
Lorenzo, que fueron mis hermanos de la vida. Mis hermanas se llevaban
muy bien con Amalia Ana Batlle Pacheco, pero en política luego
estuvieron cerca de Alba Roballo, a la que admiraban por su
inteligencia, liderazgo y porque era una feminista de aquellas.
Armando era amigo y partidario de Zelmar Michelini y Maneco
Flores Mora.”
Antonio
Carbonaro, 1997.
Los
hermanos Carbonaro La Rosa participaban en todas las comisiones “Pro”
de Piedras Blancas y sus alrededores: Escuela, Liceo, Biblioteca,
Centro Cultural, Policlínica. Organizaban veladas de teatro, música
y canto al principio apoyadas personalmente por José Batlle y
Ordóñez, que continuaron décadas después de la muerte del
legendario estadista. Inés, siempre llamada Pocha, tenía la
Academia Inela donde aprendió a bailar a todo Piedras Blancas, era un salón grande en el
fondo de la quinta. Sus grupos solían actuar en el Cine-Teatro Piedras
Blancas. Armando, Didí, el tercer varón, escribía las obras
que él mismo dirigía. Antonio y Donato actuaban y recitaban, y las otras
hermanas cantaban y bailaban: María Concepción, Coca;
Angela, Nena; Herminia, Pirula; Gladys, Monona.
La
Gringa
“Así
se llamaba la chacra de mi familia, ubicada en la ruta 39, camino a
San Carlos. Teníamos de todo. De allí sacaba verdura, fruta, leche
y todo lo que necesitaba El Mejillón. Amaba los caballos, una pasión
que había heredado de su padre. Tenía un haras y stud de
purasangres, que el mismo atendía; porque sabía mucho. Sus
ejemplares corrieron en los principales hipódromos uruguayos,
Maroñas, Las Piedras, Florida, Maldonado, también en la Argentina.
El más famoso de sus ejemplares se llamaba Baley, otro Uncar, que
ganaron varias carreras importantes. A nosotros, cuando éramos
chicos, nos regalaba siempre un pony.”
“No
nos daba ninguna ventaja. Si íbamos por un trabajo, nos prohibía
decir que éramos hijos de Antonio Carbonaro. Decía que era una
deslealtad. Siempre me advertía: que no te vayan a dar algo por ser
mi hija. ¡Se enfurecía!”
Graciela
Carbonaro
Alguien sabe bien la historia de I'marangatú? Como ser de quien es el disenio y esas cosas!
ResponderEliminarGracias
El dentista se llamaba Edmundo Rodríguez Dutra, lo sé porque era mi abuelo.
ResponderEliminar¡Yo fui a Mejillon Bar en 1979, 80 y 82! No me puede ser tan debil la neurona. Y del artículo se desprende que lo vendió en el 61 y cerró 10 años después. ¡Tengo 71!
ResponderEliminarHe leído el artículo que has escrito, y me ha gustado mucho. Punta del Este me parece una ciudad fabulosa que visitar y pasar unas magníficas y relajadas vacaciones.
ResponderEliminarAdemás, por lo que he visto, hay muchos hermosos lugares turísticos que ver en Punta del Este y no sólo eso, también los hermosos hoteles de Punta del Este son espectaculares y con todo incluido. También hay buenísimas opciones para los que quieren viajar económico, como son los fabulosos hostales que hay en Punta del Este.
Para rematar, yo soy un completo adicto a la carne asada uruguaya, sin duda la sabrosa comida típica de Uruguay está deliciosa. Me encanta el Asado, el Capeletis a la Caruso, el Chivito, la Milanesa a la Napolitana y los churros con dulce de leche. Puedo decir que estoy completamente enamorado de Punta del Este y Uruguay en general. Animo a todos los que puedan a visitar Uruguay y específicamente, Punta del Este. ¡No se arrepentirán!
Gracias
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