La historia sin fin
Foto de Maite Fojo (Marzo de 2010). |
Alguna vez fue un basquetbolista al que no le gustaba entrenar,
que soñaba con ser periodista, pero que por esas “causalidades”
de su vida desde hace más de dos décadas es una figura
relevante de la creatividad uruguaya. “La publicidad es una forma
apasionante de encontrar sponsors para mis historias”, afirma el
hijo de entrañables artistas de Piriápolis, que en 2008 fue elegido
uno de los cien uruguayos más influyentes según encuesta del
diario El
Observador. Es un nombre memorable de la
lejana Viceversa templada
en el horno de las ideas. Así fue hasta que cometió el “parricidio”
que lo llevó a fundar su propia agencia: In, luego transformada en Euro Gurisa
RSG, la actual Havas Worldwide Gurisa.
También fue cronista del semanario Jaque e
incursionó en la narrativa con la novela La
Pulseada que
en 1989 ganó el Premio Bartolomé Hidalgo. De su aguda reflexión
nace un concepto de publicidad vista como una destreza humana. “Es
una historia sin fin, en la que nosotros somos lo que fueron nuestros
antecesores. Los transgresores existimos porque hubo precursores y
los vocacionales tienen sentido sólo porque hubo y hay
transgresores.” Y va más allá: “A
veces, los publicistas somos como niños a los que hay que
explicarles que el mundo no comenzó con nosotros”, admite quien se
toma tiempo para una confesión. “El
secreto de una trayectoria consiste en hacer creer que uno está
enseñando cuando en realidad uno está aprendiendo.”
-Uno
te mira sin conocerte y no sospecha que eres un creativo admirado
dentro y fuera de fronteras, sino que te imagina como un recio
jugador de básquetbol.
-Ni
creativo admirado, ni basquetbolista recio; aunque vine a Montevideo
a jugar en Welcome con tres amigos de Piriápolis. Allá jugaba en
el Club Ateneo del que soy hincha. Me vine con el Tano Lapena,
el Pelado Kowss, el Leoncio Carlos
de León. Estuve una semana en Welcome, hasta que me fueron a buscar
de Biguá donde practiqué quince días. Abandoné cuando me di
cuenta de que la cosa era muy exigente. En realidad, no era buen
jugador. Era un grandote con polenta sub utilizada debajo de los
tableros, nada más. Me di cuenta que el básquetbol no era para mí
cuando, disputando un rebote, perdí una pelota por distracción: me
estaba recitando a mí mismo La casada infiel de
Federico García Lorca. Evidentemente me faltaba una dosis de pasión
indispensable en el deporte. De todos modos, el básquetbol me
encanta.
-Tu
niñez estuvo repleta de arte, ideas y compromiso social.
-Piriápolis
es mi lugar en el mundo. Allá están mis primeros amigos. Tuve una
infancia muy cargada de expectativas, en una casa de piedra y tejas,
construida por mis abuelos maternos, judíos ucranianos radicados en
Buenos Aires. Ellos soñaron y crearon un espacio familiar para el
verano. Así mi madre conoció a mi padre, y se quedó. Mi casa
familiar siempre estuvo muy habitada, pero no sólo de arquitectura y
artes plásticas. Era la casa del pueblo. Durante decenas de años no
se le conoció llave, aun cuando en algún momento de la dictadura
estuvo presa toda la familia: mi viejo, mi vieja, mi hermano Mario y
yo. Mi hermano Carlos estaba exiliado en España. La casa seguía
abierta, por una hermana de crianza, Edith, que se vino a vivir con
su marido y su hijo; que aguantó la parada hasta que todo pasó. Mi
casa siempre estaba llena de vecinos. La gente pasaba y se quedaba.
Amigos de mi viejo que llegaban de Montevideo se quedaban a dormir
una noche y podían pasar meses. Podía suceder que encontraras la
casa llena de conocidos que traían otros conocidos, que a su vez
traían otros conocidos por lo que al final, naturalmente, terminaba
llena de desconocidos. Eso sucedía por lo general en verano y esos
desconocidos estaban en las habitaciones, en el living, en todos
lados. Se integraban a la familia sin dinamitarla.
-¿Qué
te tiraba más, la arquitectura de tu madre o la pintura de tu padre?
-Me
tiraba el ocio primero y el básquetbol después. ¡Siempre y cuando
no me distrajera del ocio! Esa es la justificación que encuentro
para mi falta de erudición. Nunca quise ser pintor, nunca quise ser
arquitecto. Quería ser periodista y escritor, pero me distrajo mucho
la vida. Alguna vez quise ser médico por mi abuelo y mi tía, otra
quise ser abogado, por un tío. No estaba en mi horizonte, ni
siquiera remoto, ser publicitario.
-Pero
algo ocurrió en tu vida.
-Las
primeras referencias a mi profesión son de la cárcel, un sitio de
sobrevivencia y reflexión. La sobrevivencia tiene que ver con la
infinita diversidad humana que conocí en esos cuatro años y la
solidaridad como un estado permanente. Abierta las 24 horas. Los
compañeros me marcaron el alma. Caí preso veinte días después de
cumplir 18 años y salí unos meses antes de cumplir 22. En un
momento tan especial de la vida, ellos eran mis mayores. Con ellos
aprendí a dialogar en un lenguaje que esencialmente era el de mi
casa, pero que se expresaba de otra manera. Allí puse a ejercitar la
intuición. Leí probablemente lo que no llegaré a leer en todo el
resto de mi vida. Y todo ese conjunto me nutrió de cosas que hoy, en
mi profesión, son fundamentales. En un momento me trasladaron al
cuartel de Rocha y coincidí con mi hermano Mario. Era un calabozo
chiquitito, y yo un gigante demasiado molesto. A veces mi hermano se
levantaba de mal humor, y yo intentaba alegrarlo con jingles
inventados. Él siempre se acuerda: ahora se ríe, pero en aquel
momento se calentaba. Se los hacía a la yerba, a los championes, a
las medias, a los milicos de guardia, a todo.
-¿Después
de la cárcel fuiste a buscar trabajo en publicidad?
-Cuando
salí de la cana lo primero que hice fue terminar el liceo. Luego de
jugar un tiempo en Ateneo y la selección de Maldonado, vine a
Montevideo. Vivía por la generosidad de mis tías que me daban de
comer y por alguna encomienda que llegaba desde Piriápolis. Era
divertido, pero duro, hasta que no hubo más remedio que laburar.
Intenté descargar camiones de pescado en Fripur. Intenté trabajar
en una inmobiliaria. Fantaseaba con negocios memorables, una conducta
heredada de los eternos inviernos piriapolenses. Al fin, me encontré
con una amiga muy querida: Vanina Arregui, profesora de literatura.
Ella me llevó a la casa del Fido Giuria, y le pidió
que me consiguiera trabajo en publicidad. En ese momento, Fido estaba
en Nivel. Me dio dos o tres pistas y a los pocos meses me
llamó, para decirme que se estaba yendo para Grey y
que podía ser mi oportunidad. Ahí comienza, en la perspectiva
profesional, un largo periplo de agradecimientos a personas que me
hicieron mucho bien. Ahí comienzan episodios de suerte que se
conservaron a lo largo de mi carrera. Fido me mandó
a hablar con Baridón, que era el dueño de Nivel. De más
está decir que no tenía ni idea de lo que hacía un redactor en una
agencia de publicidad, más allá de que el sentido común me
indicara que se trataba de ordenar palabras. Entré a la agencia con
el miedo lógico a lo desconocido y en ese momento iba saliendo un
amigo de la infancia. Me preguntó qué hacía allí, y me dijo,
“esperá un poquito que voy a hablar con Baridón. Lo conozco de
toda la vida” Salió enseguida y me aseguró: “está todo
arreglado”. Mientras esperaba, apareció en la recepción Rosario
Tutor, que trabajaba allí y por aquel entonces era novia de un
amigo. Me hizo la misma pregunta, y también fue a hablar con
Baridón. No había escapatoria, cuando llegué a su escritorio
directamente me dijo: “andá para el fondo y hablá con Ignacio
González”. Estaba tomado. Era el año 1980, una época sin carrera
de Ciencias de la Comunicación y yo sin ninguna formación. Pero el
primer episodio de suerte estaba ahí: iniciarme al lado
de Nacho González.
-¿Cuánto
influyó la recuperación democrática en los cambios de la
publicidad?
-Cuando
la libertad llega es capaz de poner a toda una sociedad de buen humor
y como individuo te deja más cerca de la felicidad. En muchos
sentidos había novedad. La sociedad estaba en el aire: los muros
hablaban, la calle recuperaba su expresividad. La dictadura exigía
inteligencia a la creación. La democracia no te exige nada, excepto
crear. Ahora bien, desde el punto de vista del negocio no cambió.
Era lo mismo. De todos modos hay algo interesante allí: porque la
creatividad publicitaria estaba en manos de periodistas, poetas,
escritores, dramaturgos, murguistas. Gente que había vivido
directamente la censura. Mi propio advenimiento a la profesión tenía
que ver esencialmente con mi vínculo con la literatura. Toda esta
gente fue la que acompañó la transición de la dictadura a la
democracia y pienso que tal vez ese momento introdujo distensión,
también, a la creatividad publicitaria. Cuando se iniciaba la
recuperación democrática me fui de Nivel a Capolino,
llevado por Andrea Blanquet. Ése fue el momento más oscuro de mi
vida profesional. No por el Tano Claudio Capolino,
sino porque yo no estaba maduro como para enfrentar el lugar que se
me daba. Aunque el Tano me tuvo mucha paciencia,
volví a Nivel y de allí a Capurro en
1983. Ese año me llamaron del semanario Jaque, donde
gocé un segundo episodio de suerte: asistí en forma directa a un
epicentro periodístico, intelectual y democráticamente combativo de
la época. Después de un año me fui de allí argumentando una
necesidad de hurgar hacia dentro, que para mí era más fuerte que
seguir hurgando en la sociedad. Lo de hurgar dentro mío es un poco
extremo. Pero es así. La idea que le mostrás a un cliente está
dentro tuyo y la mostrás como si fuera tu corazón o tu hígado,
pero a veces el cliente te dice que no le gusta tu hígado y vos
tenés que convencerlo de que es sabroso. Esa adrenalina es única,
porque en un momento te sentís un genio, y en otro un idiota. Esa
sensación jamás me la dio el periodismo. Ni siquiera en el día a
día con Maneco Flores Mora, una de las mejores
plumas de la historia de la prensa uruguaya. No me daba esa
adrenalina la función social de la prensa, ni aquel sitio fantástico
que fue Jaque, de ingenio, de empoderamiento, de
fascinación. Así decidí volver a la publicidad, no peleado con el
periodismo, pero dándome cuenta que aquella vocación de mi infancia
no era tan fuerte. Tenía 27 años.
-¿Qué
te planteabas con aquel regreso? ¿Lo imaginabas definitivo?
-Para
mí fue fundamental, porque descubrí mi vocación; porque estuve en
el mejor lugar, en el momento justo. Después de un rápido pasaje
por Opción con Carlos García y Jorge Milans,
ingresé a Viceversa. Una agencia que se venía
destacando con el Fido, Nacho y María
José West. Era un sitio donde la confrontación de ideas, la
modernidad en la visión publicitaria, la hondura de las búsquedas y
la sensibilidad en el abordaje de los problemas del anunciante
comenzaban a hacer historia. Aprendí y crecí. Las leyes se
violentaban con criterios nacidos de una cultura general, que se
traducían adecuadamente a un lenguaje publicitario. Los insumos con
los que trabajábamos, y trabajamos, porque aún hoy lo seguimos
haciendo desde distintos lugares, venían de la vida pero también de
una visión del mundo, del arte, de la cultura, de la conflictividad
social, de la política. Eso, necesariamente, producía otra
publicidad. La diferenciaba. En ese marco participamos con Nacho de
lo que yo considero mi primer contacto revelador con una idea. El
aviso fue “Sister”. Un comercial para Siempre Libre Finas de
Johnson & Johnson. Para decir que una toalla higiénica era
muy fina, hicimos que una jovencita no tuviera más alternativa que
ponerla en un sobre y pasársela a su hermana por debajo de una
puerta. La química con la relización que hizo Leo Ricagni
fue perfecta. Vinieron ventas, premios, internacionalidad, alegrías
varias, y la destrucción de un preconcepto muy extendido en
publicidad: para hacer un aviso, no es necesario probar antes el
producto. La historia duró siete años, hasta que vino Álvaro Moré
y me propuso ir a Capurro; aceptar fue mi tercer episodio
de suerte. Más allá de que Capurro se tratara de
una marca histórica, la posibilidad de trabajar con Álvaro fue
determinante. Un profesional que se hizo a sí mismo: talento,
inteligencia, esfuerzo y un finísimo sentido del humor. A mí me
gustó el desafío, pero la intención duró pocos meses. Por allí
quedó una campaña de seguridad en el tránsito que nos permitió
colocar a Capurro, después de varios años, en un lugar
importante de la publicidad uruguaya. Pero sufrí una situación que
me enojó mucho, porque tuvo que ver con la verdad publicitaria. Fue
un debate ético serio para mí, aunque a la distancia también era
excusa para lo que sobrevendría. Le dije a Álvaro que me iba y en
lugar de retenerme me preguntó: ¿si nos vamos juntos?
-¿Adónde?
-Me
propuso abrir una agencia. Nos pasamos cinco o seis noches en el
balcón de su casa, hablando de la vida y planificando esa agencia
que se llamó Diciembre y que duró ocho meses de
1991. Fue una experiencia creativa excepcional, la energía parecía
interminable, habíamos conformado una dupla ideal
creativo-ejecutivo. Nos conocíamos y por lo tanto nos adivinábamos.
Eso se expresaba en la calidad del trabajo pero también en una
empresa que tenía la dinámica organizativa de Álvaro. Creo que
nunca una agencia recibió tantas ofertas de compra en tan poco
tiempo. Querían ser nuestros socios desde los lugares más
insólitos. Coronamos esos ocho meses con reconocimientos de todo
calibre, nacional e internacionalmente. Con una cartera de clientes
inimaginable y con un equipo humano que prácticamente había
acampado en la casa de Enrique Muñoz.
-¿Dé
donde salió el nombre?
-Fue
el resultado de una discusión: Álvaro nació en diciembre y yo en
enero. Es clarísimo quién ganó. Sin embargo hay un detalle. Entre
la “i” y la “m” al logo le hicimos una “&”
inglesa, que unía las iniciales de Invernizzi y Moré. Y lo mejor es
que aquello era verdad. La conjunción era dimensionada porque
trascendía la voluntad empresarial de trabajar juntos. Era el
resultado de una comunión de pensamiento respecto al significado de
las ideas y del negocio. Y digo más: por encima de nuestras
responsabilidades ambos éramos publicitarios. Y creo que lo que más
nos tentó fue justamente la idea de hacer una agencia de
publicitarios. No es una imbecilidad lo que digo. Y menos pensando en
aquel momento. Ambos, además, estábamos seguros que el camino del
negocio era la creatividad y ambos éramos capaces de pasar una noche
entera tomando cerveza mientras hablábamos de la vida o no
hablábamos. Ya está. Eso es tanta amistad como la de ir a mear
juntos.
-Pero
fueron solo ocho meses.
-¡Porque
llegó Pancho Vernazza! Hasta ese momento nos
habíamos negado a toda venta o sociedad, pero había poca gente que
respetáramos tanto. Pancho había sido una de esas
luces rojas de la pista que van indicando por dónde transitar. Y
convence. Nos llevó a comer al Forte di Makale. Nos habló y nos
habló. Salimos de allí cada cual en su auto. En Juan María Sosa
frené y esperé que Álvaro llegara. Nos miramos y sin bajar las
ventanillas nos hicimos señas de que no con la cabeza. Nos reímos
porque ambos hicimos la seña al mismo tiempo, y a dormir. Mañana
sería otro día. Y lo fue. Hablamos entre nosotros, discutimos y
había que tener muchos huevos para decirle que no a Pancho.
Entonces los que veníamos seduciendo al mercado terminamos por ser
seducidos. Está bien Pancho, sigamos hablando. Y así
nació Grey-Diciembre. Nosotros ya estábamos en primera,
nos habíamos traído todos los premios del Desachate 1991
con cinco o seis meses de trabajo, habíamos consolidado una cartera
de clientes buenísima para el poco tiempo que llevábamos, la
sociedad y la gente funcionaban perfecto ¿Para qué asociarnos?
Supongo que para transformarnos en la primera agencia del país en
trabajo y facturación. Y así fue. Allí nos esperaban en
creatividad, Ellery Garate y Juan Miguel Herrera. Nosotros caímos
con una energía arrolladora. Eramos agencia de estreno. El viento
nos daba de lleno en la espalda y empujaba y éramos capaces de
arrastrar con nosotros a diez camiones Scania. Ellery, Juan y yo nos
sentábamos en un lugar bastante espantoso a trabajar, a veces con
independencia uno de otro y otras veces todos juntos. ¡Carajo! ¡Cómo
sonábamos! No había campaña que no nos pareciera una oportunidad y
no había oportunidad que desperdiciáramos. De aquella época:
Credisol, Pilsen, Harrington, una especialidad de Juan Miguel,
Johnson & Johnson, Ciba, Frigidaire, y tantas otras. Y se
notó al final del año, cuando los premios y la facturación
coronaron los esfuerzos.
-¿Por
qué la asociación duró poco tiempo?
-Si
no se aguantaron Los Beatles, ¡nos íbamos a aguantar
nosotros!
-¿Qué
pasó?
-¡Qué
apareció Yoko Ono! En realidad no pasó nada, o no sé, a ver...
antes de que Ellery muriera yo ya tenía decidido abandonar el
proyecto. Quizá, el problema fue que Pancho volvió
a entusiasmarse con la publicidad; en un momento que había pensado
en dedicarse a sus otros negocios que eran más redituables. Nuestro
ingreso le devolvió el entusiasmo. Y a mí me sonó el reloj y
¡adiós! Allí se abrieron posibilidades en Buenos Aires, repetidas
veces, en Santiago de Chile, en España, pero soy como esos almácigos
que ponés en tierra ajena y no funcionan. Me seco. Me llamó una
italiana, una Paco Casal de la publicidad, desde San
Francisco. Intenté explicarle lo del almácigo y ella como
contrapartida subía la oferta. Yo volvía a explicarle lo del
almácigo, el país de uno, yo qué sé, el mate, y ella subía la
oferta. No me entendés, dije. Y corté. Nunca estuvo en mi horizonte
irme de aquí. Me aterra la idea de estar en otro lugar. Hace poco
escribí una nota que se llamó El país agujereado en
la que decía que a veces uno piensa que la felicidad queda a 10.000
kilómetros de ida y cuando llegás te das cuenta que queda a 10.000
kilómetros de vuelta. En fin, tanta emigración dejó tres millones
de personas extrañando todas al mismo tiempo. No puedo.
-¿Cuánto
influyó tu esposa, Laura Blois, en tu regreso a Viceversa?
-En
aquel momento ella era creativa de la agencia. Un día Fido le
preguntó: ¿Claudio no querrá volver? Yo estaba en mi casa de
Malvín, escribiendo una novela que jamás me atreveré a publicar.
Es muy mala. Era una cuenta pendiente desde la edición de La
Pulseada, que no lo era tanto. Conversamos con Laura y al otro
día nos fuimos a comer con Fido y María José. La
invitación, más que a volver a trabajar, era a volver a casa. Y a
esas cosas uno nunca se niega sobre todo si sabés que te esperan.
¿No? Siempre, siempre, algún día volvés. Y allí fui, esta vez
como socio. Y otra suerte: nuevamente con Laura y con un ómnibus
lleno de amigos dispuestos a ser una agencia que trascendiera lo
efímero. Que fuera snob, pero no superficial. Que discutiera y
creara y creara y discutiera como si estuviera convencida de que está
a punto de resolver el cambio climático, aunque apenas se tratara de
treinta segundos en una radio. La hondura de lo trivial. Las ideas
conmovían más que las facturas y allí nos dábamos la cabeza
contra las paredes con Laura, Fido, Nacho González,
Juan Miguel Herrera, Nando Vallejo, Rafael
Bathaburu, que estuvo poco tiempo, Martín Carrier, Nicolás
Brugnini, Leticia Morillo, Gustavo Cortabarría, Luis Báez, Claudio
Trijnaitich, Milicevic y bueno, una inmensidad de gente estableciendo
sociedades o diferencias con María José West, Nicolás
Mescia, Fede Lamaison, Milena Guillot, Richard Van
Rompay, Enrnesto Somoza, Mariella Brown. Todo temblaba. Éramos
capaces de concebir cosas creativas para Colgate, ganar premios en
todo el mundo con materiales de radio para Canal 10,
conmover con Hellmann´s, disfrutar con Tienda Inglesa, con El
Observador, con la Rifa de Arquitectura, con Báltica y disputar
el mundo con Peugeot y ganar y filmar en París, en Sudáfrica o en
Cardona. Fue un momento increíble de la publicidad uruguaya, en el
que Viceversa competía con otras propuestas
creativas muy vigorosas. Ginkgo, Grey, Punto, MRM, Slogan,
que posteriormente fue DDB; puedo olvidarme de alguna,
pero no deliberadamente. Creo que se diferenciaban en el modo de
acercarse a la creatividad y qué privilegiaban.
-De
esa época fue “Julia”, quizá, tu aviso más recordado, con su
infrecuente propuesta de humor.
-Fue
un spot para Arquitectura Rifa que cuenta la historia de un travesti
que explicaba su cambio de sexo. “Todos me preguntan por qué yo,
Roberto, me transformé en Julia. Hoy se los voy a contar. Yo seguía
un número de la rifa de Arquitectura. Un buen día decidí dejar de
comprarlo. Ese mismísimo año mi número salió. Y yo me dije: me
las tengo que cortar. Y como yo era un hombre de palabra”. Luego
entraba el locutor y decía algo así como: “usted mejor corte el
cupón y gane premios”. El punto estaba claro: se le estaban yendo
los compradores que seguían siempre el mismo número y había que
contenerlos. Los estudiantes de Arquitectura necesitaban hacer un
contacto con la emoción. Fuera como fuera, porque ya no los estaban
convenciendo con la promesa exclusiva de los premios. Optamos por el
humor que aplicó fantásticamente el flaco Galli, travestido, con la
dirección de Cali Ameglio. Conectó. La emoción
hizo contacto con el consumidor. Se recuperó a quienes habían
desertado y fue reconocido como el comercial de la década. Allí
estaba nuestra razón de existencia. Hace un par de años hubo una
selección de los diez mejores comerciales de la década de 1990.
Entre Viceversa y quienes nos desprendimos
de Viceversa, sumamos siete u ocho.
-Pero
tu relojito interno sonó otra vez.
-En
2002 volvió a indicarme un cambio pese a que, probablemente, irme
de Viceversa fue un acto de parricidio contra mi
maestro que sin dudas fue Fido Giuria. Así
nació IN, con cuatro personas: Mauro Ferraro y Karina
Rodríguez, luego se sumó Cali Chaves.
-Otro
nombre llamativo.
-La
agencia iba a llamarse Invernizzi, pero no podía ponerle mi apellido
por un compromiso con Euro RSCG. ¡Cuando vi lo que había
firmado me quise morir! Tenía el cartel armado y las facturas
impresas. Entonces pensé, el primer año es IN, el
segundo Inver, el tercero Inverni, el cuarto Inverniz y el quinto, ya
sin obligación legal, sería Invernizzi. Obviamente, no fue así.
Los nombres se cargan de contenido y pasan a ser rápidamente un
hecho secundario. La calidad del trabajo, la notoriedad o no, el
éxito o el propio fracaso, hacen que el nombre sea apenas un acto de
reconocimiento. Comenzamos a crecer, con cuentas como Nativa y Nix,
desde el comienzo, en una casita preciosa de 21 de Setiembre y
Bulevar España, hasta que hubo un momento de inflexión: el acuerdo
de integración con ADN. Con Carina Silva nos conocíamos
desde siempre, ella había sido parte importante de la historia más
reciente de la publicidad. Desde ese momento fuimos tres los socios:
Mauro Ferraro, Carina Silva y yo. Así nació una nueva historia que
aún sigue, con otro nombre, pero para mí, con el mismo
encanto: Gurisa.
-Una
agencia que en apariencia no tiene las exigencias, ni la fama de
otras.
-Es
verdad, sólo en apariencia. Es una empresa joven, con un equipo
verdaderamente senior, que me desvela, me acompaña, me gusta. Ha
tenido características de proyecto hasta esta adultez que la coloca
con más de treinta personas y una pelea constante, fermental, ante
los cambios que le plantea la modernidad en comunicación. Eso es
reconocido por los anunciantes que la colocan en un estudio de
Equipos Mori, siempre entre los primeros lugares. No hay discusión.
Pero lo mejor, siempre está viniendo. Siempre está en proceso ante
los desafíos que nos proponen los anunciantes. En este corto lapso
ha trabajado a muerte con sus marcas, ha sido la agencia más
premiada, ha tenido múltiples reconocimientos internacionales y ha
tenido la virtud de disfrutar, apasionarse o calentarse según las
circunstancias, y la entereza de poder trabajar por placer y facturar
por méritos. No es poco. Gurisa intenta mantener al
día de hoy una conducta horizontal sobre la base de que el
pensamiento es horizontal. En Gurisa está mi suerte
para siempre. Instalada en Carina, en Mauro y en todo el equipo. La
suerte está en un montón de mujeres y hombres apasionados.
Pendencieros. Enormes. Gurisa siempre será mi más bella.
-¿Cuánto
te movilizan los premios?
-Como
dijo un guionista norteamericano: “qué estúpidos que son los
Oscar, pero cómo me gusta ganarlos”. Critiqué los premios durante
mucho tiempo pero fui suficientemente cuidadoso de enumerarlos en
todos mis antecedentes. El problema de los premios es cuando
comienzan a perder su valor de estímulo y se transforman en un
objetivo en sí mismo. Ellos siempre deben ser una consecuencia y no
un objetivo. Con esto cumplí sin dudarlo. Gané muchísimos premios,
pero los únicos que recuerdo son aquellos que verdaderamente
merecía.
-¿Publicidad
y cultura se acercan en algún punto de la sociedad?
-A
los publicitarios nos cuesta reconocernos como una parte importante
de la cultura, pero lo somos sin duda en una perspectiva
antropológica. Somos parte de una cotidianeidad, ya no de los
consumidores, sino de los ciudadanos. Reconocerlo nos ayuda a tomar
la responsabilidad. Generamos espacios comunes de reconocimiento para
los uruguayos. Será mejor o peor. Pero no se puede discutir como
hecho cultural. Un comercial para Pilsen que hicimos hace algunos
años en IN nos representa de un modo que trasciende
la anécdota y el propio folklorismo del comercial. Es el que está
filmado en el Mincho Bar y del que participa Peluffo, Sánchez
Padilla, Kanela y la profesora de Biología que le pudre la cabeza a
uno de los pibes.
-La
mayoría de tus colegas te considera un líder. Algunos hasta dicen
que eres un jugador para ganar.
-¡Carajo!
No puedo ser hipócrita o hacerme el distraído respecto a cosas que
sucedieron en mi carrera, pero también hay mucha leyenda, porque se
me adjudican hazañas que no fueron mías. Y por último, el día que
me la crea, voy a tener que dedicarme a otra cosa, porque lo único
real en este negocio, la única llave que puede mantenerte el motor
encendido, es la inseguridad. Una de las cosas que me sucedió y me
sucede, y me facilita mucho la vida, es mi capacidad de admirar.
Nunca establecí competencia con individuos. La establecí con ideas
o con agencias. Y de eso vivo.
-¿Cómo
fue tu experiencia de publicista transformado en director de Canal 5?
-Fue
breve, así lo había dispuesto yo desde el comienzo, pero de una
intensidad mayúscula. El caso de Televisión Nacional es
apasionante y creo que durante ese año fue posible vulnerar a un
sistema político que siempre usó este canal para ser gobierno o
para ser oposición. A través de la programación que planteamos se
sustentó la idea de una televisión pública integradora,
identitaria, de divulgación, de entretenimiento, con belleza y pop.
El Canal 5 hoy es una alternativa a los canales
privados y se ve. Quedó construida la plataforma para transformarse,
capitalizando el auge y el talento de la industria audiovisual
uruguaya, en la gran televisión pública de la región. Ojalá sea.
-¿De
qué se trató aquella asociación con de Gurisa con Euro RSG y la absorción de
Viceversa? Parece una decisión compleja, porque es el fin de una
marca emblemática en la historia reciente de la publicidad.
-Para
mí fue un acto de amor. Viceversa es como
Piriápolis: el lugar donde nací, aunque no nací
allí. Viceversa es Fido, es María
José. También Nacho y el yo que fui. No el que
soy. Viceversa es la memoria de decenas de
profesionales que están en diferentes lugares del mercado. Que allá
quede ese recuerdo irrepetible como uno de los capítulos
insoslayables de la publicidad uruguaya. Luego fue EURO RSCG
Gurisa (en la actualidad es Havas Worldwide Gurisa). Es parte de la historia sin fin.
-¿Cómo
te gustaría que te recuerden?
-Como
aquel flaco que cuando no hacía creatividad, tampoco tenía sexo.
“Nacho González
es puro talento, perseverancia y silencio. Es el silencio más
omnipresente de la publicidad uruguaya.”
Tola y Milka
“Mi
padre fue el mejor hombre que conocí en mi vida. Mi madre se
llamaba Milka,
aunque en la cédula decía Emilia Alperovich; arquitecta de
profesión. Era una ucraniana perseverante y generosa, tanto, que
cuando la expulsaron del país, hubo una carta de gente de Piriápolis
firmada hasta por el comisario y el jefe de la base Capitán Curbelo,
para que no la deportaran. Y estamos hablando de la dictadura, cuando
eso suponía un enorme riesgo. Vengo de una familia de lectores, de
interesados por la cultura, con compromiso político, pero también
de compromisos con las cosas más inmediatas. Mi viejo era un tipo a
quien iban a buscar a las tres de la mañana porque había que
acompañar a un vecino en la ambulancia o apagar el incendio en el
bosque. Mi madre hizo de la arquitectura un gesto de solidaridad
permanente. De su mano nació el Liceo de Piriápolis, la
policlínica, la comisaría, la ampliación de la escuela y la del
colegio. Todas fueron obras honorarias. Aunque todo parecía muy
loco, en mi casa de Piriápolis siempre hubo un gran equilibrio. Mi
padre convocaba y mi madre sostenía.”
“La
publicidad es más honesta que el periodismo: te vende, pero te avisa
antes. El periodismo te dice que te va a informar y te vende sin
avisarte.”
Laurita
“Es
la madre de Octavio, Lorenzo, Gervasio y Valentía, y otra de mis
suertes, sin dudas la más importante. Laura tiene una sensibilidad
exquisita y con un ojo único cada vez que va a tomar la perspectiva
del consumidor. Tanto es así que desde hace siete años junto con
Ingrid Barrios tienen la agencia, a mi juicio, que mejor comprendió
el advenimiento de las nuevas necesidades de comunicación de los
anunciantes. La más moderna: GO.”
“En Capurro conocí
al querido Aldo Ponzoni, un hombre que permanentemente puso a prueba
su solidaridad mientras trabajamos juntos. Un entrañable.”
Ellery
“En Grey-Diciembre tuve
la suerte de compartir mi trabajo con Juan Miguel Martínez, Ellery
Garate, Pancho Vernazza,
Jorge Surraco y el propio Álvaro Moré, pero la experiencia iba a
tener un tristísimo final. Siento la tentación de decir que Ellery
era el mejor creativo de todos nosotros; que se despidió de la vida
con un trabajo memorable y premonitorio por su título: La última
tarjeta. Un comercial que hizo para Credisol, con la dirección de
Alberto Moratorio y que, para mí, expresaba acabadamente sus
abordajes creativos.”
“Viceversa tenía
algo genético que era su voluntad creativa. Estaba templada en ese
horno. No importaba si el resultado era definitivamente creativo o
no.”
Precursores,
transgresores, vocacionales
“En
la publicidad uruguaya, y supongo que en la del mundo, se pueden ver
claramente tres etapas. La primera es la de los precursores, luego
vienen los transgresores, y hay una tercera etapa, a la que asistimos
ahora, que son los vocacionales egresados de las universidades. Los
precursores tuvieron una riqueza intuitiva infinita. Fue una etapa de
un facilismo prodigioso. Tenían un discurso muy simple pero también
muy cercano a lo cotidiano. El asunto era vender avisos. Se juntaba
la perspicacia para el negocio con la inquietud creativa y listo.
Cuando se habla de acciones alternativas o de contenidos, simplemente
es ponerle nombre a lo que se hace desde siempre ¿Podrá haber una
acción alternativa más penetrante que el Carro del Chaná? ¿Dónde
se escribían los radioteatros? En las agencias de publicidad. A
veces, los publicitarios somos como niños a los que hay que
explicarles que el mundo no comenzó con nosotros. La etapa de los
transgresores arranca a principios de la década de 1980, y tiene su
pico máximo en la siguiente, que es el gran momento de la publicidad
uruguaya. Fueron los tipos que empezaron a mirar para afuera. Fue una
etapa dominada por la idea. También los clientes comenzaron a
demandar creatividad. Yo la agarré iniciada, me colgué, pero no la
inicié. Los transgresores fueron quienes comenzaron a
profesionalizar la publicidad, quienes la sacaron de aquello tan
entrañable, pero también tan provinciano. En ese clima fermental
llegaron las primeras tandas de vocacionales. Son jóvenes que ya a
los quince años querían ser publicitarios, como antes médicos,
ingenieros o sicólogos. Las universidades despertaron esas
vocaciones. Esos muchachos empezaron a egresar y a trabajar en la
mejor década de la publicidad uruguaya. De esa relación, entre
transgresores y vocacionales, nacieron campañas memorables. Fue una
época de efervescencia, impulsada también por un despegue
audiovisual descomunal.”
“En
publicidad, la estética sin ideas es como una Ferrari sin motor. Es
maravillosa, pero no anda.”
La
Emoción Tercerizada
“Los
anunciantes pueden comunicar sin agencias. Pero las agencias no
existiríamos sin anunciantes. La comunicación es el ejercicio más
primitivo y continuo de la especie. Es inherente a la condición
humana. Al mismo tiempo, somos todos consumidores de comunicación
procesada, específica y dirigida desde nuestra infancia. Si a esto
agregamos la democratización de las herramientas capaces de producir
comunicación –computadoras, cámaras fotográficas, cámaras de
video– y si agregamos la incorporación de un medio como la web,
donde millones de personas comunican a millones de personas, llegamos
a la conclusión que si un anunciante quiere comunicar prescindiendo
de una agencia, puede hacerlo. Eso establece, naturalmente, un
vínculo desigual desde el inicio de la relación. Esto quiere decir
que no es el negocio lo que hace vigente a las agencias, es el
territorio que ocupan. El de la afectividad. Esa diferencia es la
única justificación de su sobrevivencia y es lo único que
verdaderamente puede equilibrar, profesionalmente, el vínculo. Nadie
sabe qué sucederá con el negocio de aquí a treinta años. Lo único
real es que siempre, de aquí a treinta, cincuenta o cien años,
habrá profesionales que pongan su sensibilidad, su imaginación, su
fantasía y su creatividad al servicio de quienes tienen que
desarrollar marcas, colocarlas en el mercado o aumentar sus ventas.
Es simple. Es muy simple: lo esencial no ha cambiado.”
Primer
capítulo de La emoción tercerizada, una publicación de
la agencia Gurisa.
“Voy
a llevar piezas publicitarias al Museo de Artes Visuales del Parque
Rodó para que las guarden, hasta que se resuelvan a aceptar ese
material como acervo cultural.”
Poetas
de mercaderes
“La
única razón por la cual los anunciantes nos contratan es porque
ellos habitan el territorio de la información y nosotros el de las
emociones que debemos compartir con los consumidores. Los clientes
nos piden que le pongamos alma a esas cosas que sólo desinfectan, te
quitan la sed o te llevan de un lugar a otro. Somos como poetas de
mercaderes. La emoción que le pongamos a las marcas será la que
hará contacto con la emoción de los consumidores. De otro modo, no
tendríamos razón de existir.”