Cerrado por fútbol
Eduardo Galeano en la Feria del Libro de Madrid, 2008. |
Sobre la base de la entrevista publicada en la revista Ábaco N° 76-77, Fútbol, pasión y negocio, Gijón, España, marzo de 2014.
–Cuéntenos
sobre algunos de sus recursos literarios aplicados a las historias de
fútbol.
–En
su mayoría son textos cortos, breves, que comienzan y terminan en el
mismo párrafo o uno o dos más abajo. Juan Rulfo, amigo admirado y
fraterno, me enseñó a escribir tachando. Nos conocimos hace muchos
años, en su México, entre largas caminatas, charlas y silencios.
Juan utilizaba lápices con la goma de borrar atrás, que me mostraba
y me decía: “Se escribe con este lado –y
señalaba la goma– más que con este –y
señalaba el grafo–.” Luego fui creando mi estilo.
Construyo mosaicos en baldositas pequeñas, de diversos colores, que
van armando una historia grande. Cada texto minúsculo, chiquito, de
esos que me gusta escribir, es el resultado de muchas tentativas.
Cada historia terminada, es muy parecida a un gol.
–¿El
fútbol es un moderno opio de los pueblos?
–Es
la única religión sin ateos, lo dije alguna vez, muchos amigos todavía lo recuerdan, y lo agradezco. Es la pasión más popular que comparte el mundo; les guste o no les guste a quienes siguen todavía aferrados a los viejos prejuicios de
izquierda y derecha. Para la derecha, el fútbol era la prueba de que
los pobres piensan con los pies; y para la izquierda, era culpable de
que el pueblo no pensara. Esa carga de prejuicio hizo que por décadas
una pasión popular fuera denostada con insólita hipocresía, porque
quienes la utilizaban como instrumento político también la
descalificaban como fenómeno cultural. Todavía hay intelectuales
que critican el fútbol como si un dios los hubiera señalado para
decir cuáles son las alegrías permitidas y cuáles no. Todavía da
vueltas por allí, una izquierda que no se ha enterado de que Stalin
murió, que se arroga el derecho de decidir cuál alegría es
legítima y cuál no. Para ellos, el fútbol era una alegría
ilegítima, porque desviaba al pueblo de sus destinos
revolucionarios. ¡Una estupidez total! Yo me siento profundamente de
izquierda, y un apasionado del fútbol y a mucha honra, aunque
siempre fui un gran “patadura” (término rioplatense que
define a quien lo juega mal). Los uruguayos nacemos gritando un gol.
-Usted es un apasionado por Nacional, uno de los dos cuadros "grandes" de Uruguay, pero se reconoce como un hincha muy original: no odia a Peñarol, el "tradicional rival".
-Cuando era muy joven hice todo lo posible por detestarlos, pero como fanático "tricolor" (apodo histórico de Nacional) dejaba mucho que desear. Juan Alberto Schiaffino y Julio César Abbadie jugaban en el "otro" cuadro. El gran Pepe (Schiaffino) hacía unos pases increíbles, organizaba el juego como si observara el partido desde la Torre de los Homenajes del Estadio (Centenario). El Pardo (Abbadie) dominaba mágicamente la pelota sobre la línea blanca de cal y corría con botas de siete leguas, se hamacaba sin tocar a los rivales. No tuve más remedio que admirarlos, ¡hasta los aplaudí! Nunca consideré a Peñarol un "enemigo", apenas un rival imprescindible para que la gloria de mi cuadro fuera real. ¡Cómo odiar a nuestro alter ego, tan distinto, tan igual, tan necesario!
-Usted es un apasionado por Nacional, uno de los dos cuadros "grandes" de Uruguay, pero se reconoce como un hincha muy original: no odia a Peñarol, el "tradicional rival".
-Cuando era muy joven hice todo lo posible por detestarlos, pero como fanático "tricolor" (apodo histórico de Nacional) dejaba mucho que desear. Juan Alberto Schiaffino y Julio César Abbadie jugaban en el "otro" cuadro. El gran Pepe (Schiaffino) hacía unos pases increíbles, organizaba el juego como si observara el partido desde la Torre de los Homenajes del Estadio (Centenario). El Pardo (Abbadie) dominaba mágicamente la pelota sobre la línea blanca de cal y corría con botas de siete leguas, se hamacaba sin tocar a los rivales. No tuve más remedio que admirarlos, ¡hasta los aplaudí! Nunca consideré a Peñarol un "enemigo", apenas un rival imprescindible para que la gloria de mi cuadro fuera real. ¡Cómo odiar a nuestro alter ego, tan distinto, tan igual, tan necesario!
–Lionel
Messi, sin dudas, porque es el único que lleva la pelota
“dentro del pie”. Siempre
se dijo que (Diego) Maradona la llevaba “atada”, pero Messi la
tiene dentro del pie. Uno ve que lo persiguen 3, 5, 7 rivales para
sacarle la pelota, y no hay manera. Muchas veces me pregunto qué lo
hace inmarcable, y trato de responderme: porque buscan la pelota
fuera del pie, pero está adentro. ¿Cómo puede caber una pelota
adentro del pie? Es un fenómeno que no se entiende, pero es la
verdad, él lleva la pelota dentro, no fuera. Messi posee un talento
que nos hace soñar y amar.
–El
triunfo de Maracaná es un mito nacional uruguayo, la gran gesta
colectiva de un país pequeño, sin guerras, ni héroes militares.
¿Qué le contaban sus protagonistas?
–Hablé
mucho con Obdulio Varela, el Gran Capitán del Mundial 1950. A
pesar de haber sido el líder de la
mayor hazaña futbolística de la historia
era muy humilde, de pocas palabras, mínimas sobre él mismo.
No se la creía, entonces, cuando contaba algo, decía la verdad. Un
momento crucial del partido contra Brasil fue cuando él se puso la
pelota abajo del brazo luego del 0–1. Le costó contarme esa
historia entera, porque se emocionaba mucho. Se la fui sacando de a
pedacitos. Uruguay ganó de atrás contra todo pronóstico y contra
el local que era el favorito absoluto. Tenía todo armado para la
victoria, cuando pasó una ráfaga Celeste. Obdulio fue el autor
intelectual y emocional de la hazaña, por su carácter templado, su
don de mando, y porque cuando Maracaná se transformó en un
infierno, luego del gol de Friaça, se puso la pelota abajo de brazo
y así se quedó varios minutos sin que el juez se animara a decirle:
“Señor, mueva del medio de una vez”.
–¿Cómo
explica un narrador el actual renacimiento de la selección
uruguaya?
–La
gloriosa Celeste sufrió
el mal de la melancolía, que nos atacó fuerte y nos paralizó,
aunque en las décadas de 1980 y 1990 nuestros equipos mayores
(Nacional y Peñarol) seguían conquistando triunfos internacionales.
Si aprendiéramos de la nostalgia, todo bien, pero no, nos refugiamos
en ella cuando sentimos que nos abandona la esperanza. La esperanza
exige audacia y la nostalgia no exige nada. El gran gestor de la
revolución deportiva y social fue el técnico Oscar Washington
Tabárez, cuando retornó a la selección a mediados de la década de
2000. En Uruguay muchos dicen que El Maestro
formó un “Club de Amigos”, puede ser, pero más que amistad, lo
que este equipo practica es la solidaridad. Todos para uno, uno para
todos, que recuperó la alegría de jugar juntos. Así se gestaron
los mayores triunfos uruguayos de todos los tiempos. Celebré como un
muchachito el cuarto puesto en Sudáfrica, la Copa América de
Argentina, y esta clasificación tan sufrida, que parecía que se nos
escapaba. Me conmueve lo épico de cada logro, pero más la forma
cómo se consiguieron, basada en la solidaridad. Esta es una seña de
identidad de Tabárez.
-¿Uruguay
le dará la revancha a Brasil, 64 años después, en el mismo
Maracaná?
-No,
es imposible, aunque los brasileños la deseen y la sueñen. Aquella
gesta fue tan grande, tan inconmensurable, que jamás tendrá
revancha. Podrán ganarnos, podrá ser en Maracaná, es probable,
Brasil es un gran equipo y es local. Pero aquello ocurrió una sola
vez, y es irrepetible.
-¿Que
hará durante las semanas que dure la Copa Mundial de Brasil?
-Me
gustaría acompañar a nuestra selección, aún no sé si podré,
pero la voy a seguir con el amor incondicional de siempre, ¡esté
donde esté! Lo que sí es seguro, que pondré en la puerta de mi
casa el cartel que no alcancé a colocar en el Mundial Sudáfrica:
“Cerrado por fútbol”.
“Para
que Uruguay fuera al Mundial le recé a dios y al diablo, y a todos
los que pudieran hacer algo. ¡Parece que me escucharon!”
“Había sido el capitán de la huelga de jugadores de 1948, que
duró siete meses. Los jugadores uruguayos exigían que se les
reconociera el derecho a organizarse sindicalmente como trabajadores.
Tuvieron apoyo popular porque en Uruguay un domingo sin fútbol es
grave, pero 30 fines de semana era impensado. Sin embargo
sobrevivieron. Obdulio Varela, el Negro Jefe, templó su carácter de capitán en la lucha
sindical.”
“En sueños, muchas veces fui el mejor jugador uruguayo, a veces del mundo, un Héctor Scarone o un Juan Alberto Schiaffino, ¡pero sólo mientras dormía!”
“Tudo
foi por Obdulio”
“El
Negro Jefe fue la
estrella de la victoria de Maracaná, de quien todos hablaban, pero
que pocos conocían. La misma noche del 16 de julio se escapó de la
concentración, cuando todos celebraban. Se cubrió con un amplio
impermeable, se escapó disfrazado de Humpfrey Bogart, la gran
estrella cinematográfica del momento. Salió por una puerta trasera,
nadie lo vio.
Lo
llamaban Vinacho, porque su droga de era el vino. Pero en las
cantinas brasileñas bebió cerveza. Se puso a tomar con otros, como
uno más, y encontró a la gente llorando. Eran los restos de un
animal rugiente, de doscientas mil cabezas, la mayor cantidad jamás
reunida en la historia del fútbol. Él los había odiado con todas
sus fuerzas. Cuando los vio de a uno llorando la derrota sintió una
pena tremenda. Y ellos decían: “tudo
foi por Obdulio”, nadie lo reconoció. Y pensó: “cómo
pude yo hacerles esa maldad, esta pobre gente.” Pasó
toda la noche abrazado con sus vencidos. La historia fue esa.”
Eduardo Galeano fue uno de los intelectuales extranjeros incluidos en las "listas negras" de la última dictadura argentina (1976-1983). Figuraba como “Fórmula 4”, de máxima peligrosidad, junto con los escritores Julio Cortázar, Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Bayer y David Viñas.
Crónicas
de Maracaná
”Siete
países americanos y seis naciones europeas, recién resurgidas de
los escombros, participaron en el torneo brasileño. La FIFA prohibió
que jugara Alemania. Por primera vez, Inglaterra se hizo presente en
el campeonato mundial. Brasil y Uruguay disputaron la final en el
Estadio Mario Filho de Río de Janeiro, el más grande del mundo,
ubicado en el barrio de Maracaná.
Brasil
era una fija, la final era una fiesta. Los jugadores brasileños, que
venían aplastando a todos sus rivales de goleada en goleada,
recibieron en la víspera, relojes de oro que al dorso decían: Para
los campeones del mundo. Las primeras páginas de los diarios se
habían impreso por anticipado, ya estaba armado el inmenso carruaje
de carnaval que iba a encabezar los festejos, ya se había vendido
medio millón de camisetas con grandes letreros que celebraban la
victoria inevitable.
Cuando
el brasileño Friaça convirtió el primer gol, un trueno de
doscientos mil gritos y muchos cohetes sacudió al monumental
estadio. Pero después Schiaffino clavó el gol del empate y un tiro
cruzado de Ghiggia otorgó el campeonato a Uruguay, que acabó
ganando 2 a 1. Cuando llegó el gol de Ghiggia, estalló el silencio
en Maracaná, el más estrepitoso silencio de la historia del fútbol,
y Ary Barroso, el músico autor de Aquarela do Brasil, que estaba
transmitiendo el partido a todo el país, decidió abandonar para
siempre el oficio de relator de fútbol.
Después
del pitazo final, los comentaristas brasileños definieron la derrota
como la peor tragedia de la historia de Brasil. Jules Rimet
deambulaba por el campo, perdido, abrazado a la copa que llevaba su
nombre. "Me encontré solo, con la copa en mis brazos y sin
saber qué hacer. Terminé por descubrir al capitán uruguayo,
Obdulio Varela, y se la entregué casi a escondidas. Le estreché la
mano sin decir ni una palabra", solía evocar el histórico
presidente de FIFA, unas cuantas décadas después.
En
el bolsillo, Rimet tenía el discurso que había escrito en homenaje
al campeón brasileño.
Uruguay
se había impuesto limpiamente: la selección uruguaya cometió once
faltas y la brasileña, 21. El tercer puesto fue para Suecia. El
cuarto, para España. El brasileño Ademir encabezó la tabla de
goleadores, con nueve tantos, seguido por el uruguayo Schiaffino, con
seis, y el español Zarra, con cinco.”
Eduardo
Galeano, en su libro El fútbol a sol y sombra, Siglo XXI
Editores, Editorial Catálogos, Buenos Aires, 1995.
BRASIL 1:2 URUGUAY
Estadio: Maracaná, Río de Janeiro. Árbitro: George Reader (Inglaterra)
Uruguay: Roque Máspoli, Matías González, Eusebio Tejera, Schubert Gambetta, Obdulio Varela, Víctor Rodríguez Andrade, Alcides Ghiggia, Julio Pérez, Oscar Omar Míguez, Juan Alberto Schiaffino y Ruben Morán. Director Técnico: Juan López.
Brasil: Barbosa, Augusto, Juvenal, Bauer, Danilo Alvim, Bigode, Friaça, Zizinho, Ademir, Jair e Chico. Director Técnico: Flávio Costa.
Goles: 47’ Friaça (Brasil), 66’ Schiaffino (Uruguay), 79’ Ghiggia (Uruguay).
Campeones del Mundo 1950
Alcides Ghiggia, Aníbal Paz, Carlos Romero, Ernesto Vidal, Eusebio Tejera, Héctor Vilches, Juan Burgueño, Juan Carlos González, Juan Alberto Schiaffino, Julio César Britos, Julio Pérez, Luis Rijo, Matías González, Obdulio Varela, Oscar Míguez, Rodolfo Pini, Roque Máspoli, Ruben Morán, Schubert Gambetta, Víctor Rodríguez Andrade, Washington Ortuño, William Martínez- Director Técnico: Juan López.
"Nació en Montevideo el 3 de setiembre de 1940. En él conviven el periodismo, el ensayo y la narrativa, siendo ante todo un cronista de su tiempo, certero y valiente, que ha retratado con agudeza la sociedad contemporánea, penetrando en sus lacras y en sus fantasmas cotidianos. Lo periodístico vertebra su obra de manera prioritaria. De tal modo que no es posible escindir su labor literaria de su faceta como periodista comprometido.
A los 14 años entró en el mundo del periodismo, publicando dibujos que firmaba Gius, por la dificultosa pronunciación castellana de su primer apellido. Algún tiempo después empezó a publicar artículos, que firmó ya como Galeano. Desempeñó todo tipo de oficios: fue mensajero y dibujante, peón en una fábrica de insecticidas, cobrador, taquígrafo, cajero de banco, diagramador, editor y peregrino por los caminos de América.
En sus inicios fue redactor jefe del semanario Marcha (1960-64), publicación que durante décadas dio cobijo a las voces más interesantes de las letras uruguayas y que terminó siendo silenciada en 1974 por la dictadura. En el año 1964 Galeano era director del diario Época. En 1973 tuvo que exiliarse a Argentina en donde funda y dirige la revista literaria Crisis, en la que también destaca la labor del poeta Juan Gelman. En 1975 se instala en España. Publica en revistas españolas, colabora con una radio alemana y un canal de televisión mexicano.
Con Las venas abiertas de América Latina (1971), explicativo título, logró su obra más popular y citada, condenando la opresión de un continente a través de páginas brutalmente esclarecedoras que se sumergen en la amargura creciente y endémica de América Latina. Esta obra ha sido traducida a dieciocho idiomas y mereció encendidos elogios.
Junto al Galeano periodista empieza a aparecer el Galeano narrador que prolonga en sus obras su visión de América Latina. De la novela corta Los días siguientes (1963) a los relatos contenidos en Vagamundo (1973) pasan diez años pero se mantiene una misma percepción de las cosas. En Galeano el contexto político y social no puede eludirse y es el marco central en el que transitan sus historias. Días y noches de amor y de guerra (1978) se enmarca en los difíciles días de la dictadura en Argentina y Uruguay.
Con Memoria del fuego hay una recuperación del pasado indigenista. Esta obra narra la odisea de las dos Américas, centrándose en los hechos más cotidianos, componiendo una trilogía febril e incisiva, apoyada en la rigurosidad de las fuentes y en la que se entrecruzan crónicas históricas con pinceladas del presente, siempre en busca de un futuro más justo. De aquella trilogía histórica formaban parte Los nacimientos (1982), Las caras y las máscaras (1984) y El siglo del viento (1986).
Un año antes de la publicación de El siglo del viento y una vez terminada la dictadura uruguaya regresa a Montevideo. El propósito de Galeano en la década de 1990 sigue siendo el mismo: palpar la realidad para mostrarla en un libro. Como respiro, muestra su pasión por el fútbol y lo reivindica desde la literatura en un libro titulado El fútbol a sol y sombra (1995).
En Eduardo Galeano hay un compromiso constante con el ser humano y sobre todo una fidelidad a unas ideas que condenan el neoliberalismo y que siguen apostando por un socialismo real, no de andar por casa, y que de alguna forma recupere el pulso perdido, lejos del presente en el que el hombre es visto como una mercancía y en el que parece que no hay lugar para las utopías."
Biografía publicada en la página web Foro Rebelde (www.rebeldemule.org).
Eduardo Galeano regresó a Montevideo en 1985 -tras el fin de la dictadura militar uruguaya- y aquí siguió con su literatura y su periodismo, ambos muy políticos. Creó la editorial Del Chanchito y fue directivo la Fundación Mario Benedetti, así hasta su muerte, en la mañana del 13 de abril de 2015.