Esta no es la crónica de un personaje poderoso, célebre, influyente. Es una historia de inmigrantes contada por Enriquito, el niño a quien su padre quiso ponerle una farmacia para que dejara de estudiar Ciencias Económicas, y de la filial desobediencia que transformó su vida y la de tantos en su patria adoptiva y en buena parte del mundo. Es el rescate de la memoria de los asturianos José María y Manuel Iglesias, y sus esposas, Isabel García y María Sara Valdés. Ellos trajeron a Uruguay, sus sueños, su cultura, el humano deseo de una vida mejor, y una promesa fraterna cumplida.
De Montevideo al cielo
De Montevideo al cielo
Los hermanos eran como el agua y el aceite. Nunca se mezclaban en actividades comerciales o públicas, y menos aún en política. El mayor era pragmático, emprendedor, buscador de oportunidades, fríamente implacable en los negocios. Franquista. El menor era idealista, sin chispa para amasar fortuna, despreocupado por el lucro, dadivoso hasta límites insospechados. Republicano. Uno era socio de Casa de Asturias. El otro defendía al Centro Asturiano. Pero algo muy profundo los unía. Un vínculo inexplicable. Un compartido amor al trabajo, a la familia y a sus dos tierras. Cariño y lealtad, inquebrantables, a pesar de eternos desencuentros y discusiones de nunca acabar, casi siempre por la Guerra Civil Española. Sus esposas fueron más que hermanas y sus hijos continúan esa intensa relación. Ellos no siempre se entendieron. Es cierto. Pero cultivaron la fraternidad y abrazaron un mismo destino.
Sobre la base del Capítulo 12 del libro Héroes sin bronce (Editorial Trea para el Gobierno del Principado de Asturias, Gijón, 2005).
3
de agosto de 1934. Aquel viernes estival el diario La Voz de Galicia
informaba: «Ayer mañana fondeó en bahía el trasatlántico de
nacionalidad alemana Monte Sarmiento, de la Compañía Hamburguesa,
que llegó procedente del puerto de origen y escalas. A su
bordo conduce en tránsito a 216 viajeros. Desembarcó en nuestro
puerto dos viajeros. A las pocas horas de su llegada y después de
embarcar 60 pasajeros y 15 sacas de correspondencia, salió el buque
para Buenos Aires y escalas.»
La nota, en apariencia intrascendente, describía un hecho al que el paso de los años le confirió un inesperado valor histórico. Isabel era una dulce y tímida arancedana, de 23 años, que lo abordó en La Coruña con su pequeño hijo de cuatro. Aprovecharon una oferta publicitada en el mismo periódico gallego. El precio de mayor hasta Brasil, Uruguay y Argentina, era de 832,30 pesetas con camarote y de 797,50 pesetas en clase corriente. «Niños hasta dos años gratis, de dos a diez años medio pasaje, mayores de diez años, pasaje entero. Por más informaciones dirigirse al agente general Enrique Fraga.» Así finalizaba la atractiva promoción del 1 de agosto.
La nota, en apariencia intrascendente, describía un hecho al que el paso de los años le confirió un inesperado valor histórico. Isabel era una dulce y tímida arancedana, de 23 años, que lo abordó en La Coruña con su pequeño hijo de cuatro. Aprovecharon una oferta publicitada en el mismo periódico gallego. El precio de mayor hasta Brasil, Uruguay y Argentina, era de 832,30 pesetas con camarote y de 797,50 pesetas en clase corriente. «Niños hasta dos años gratis, de dos a diez años medio pasaje, mayores de diez años, pasaje entero. Por más informaciones dirigirse al agente general Enrique Fraga.» Así finalizaba la atractiva promoción del 1 de agosto.
Isabel
viajó sin camarote, pero, además, debió mentir la edad del
pequeño. Manuel, su esposo, los había reclamado desde Montevideo,
pero el dinero no le alcanzaba ni para medio boleto más. No quedan
testigos conocidos que recuerden la travesía. Isabel jamás había
subido a un barco. Tenía terror de que cayera al agua su niño a quien el padre apenas conocía. Cada vez que un
movimiento de olas le parecía sospechoso, se sobresaltaba y lo
abrazaba más fuerte. La joven jamás pudo contar un hecho,
irrepetible, presenciado con asombro por casi todos sus compañeros
de aventura transatlántica. El extraño Zeppelín,
legendaria máquina voladora, pasaba muy cerca de la repleta cubierta. Retornaba a Europa después de un glorioso periplo
americano. Pero ella tuvo tanto temor, que ni siquiera subió a
observarlo. Isabel y el niño arribaron a Montevideo el jueves 30 de
agosto de 1934, tras un viaje interminable, angustioso e incómodo.
El encuentro fue profundamente emotivo. Se cumplía un sueño y un
juramento. Pero el destino tampoco sería el más confortable; ni la
vida de esos primeros años como inmigrantes, la más próspera y
acomodada. A tal punto, que sólo Manuel parecía convencido de que
debían permanecer en una patria tan lejana. En momentos de mayor
incertidumbre, su hermano mayor fue el sustento que le permitió
mantenerse y avanzar muy lentamente.
Manuel
era un idealista, sin chispa para amasar fortuna. Al igual que la
mayoría de sus paisanos, se sacrificó detrás de un mostrador durante más de cuatro décadas, pero no obtuvo los resultados
comerciales de tantos. Tiempo después, disfrutó de una impensada
gloria, reflejada en un espejo imaginario que lo ponía frente a su
hijo mayor. El mismo que embarcó con su madre en La Coruña, una
cálida tarde de agosto. El mismo que no pagó boleto. Por falta de
dinero.
A la izquierda, la antigua parroquia de La Caridad donde fueron bautizados los Iglesias. (Gobierno del Principado de Asturias) |
José
María Iglesias Fernández nació el 24 de agosto de 1904 en la casa
paterna conocida como La
Follaranca,
en Arancedo, Concejo de El Franco, a sólo 20 kilómetros del límite
con Galicia. Su padre, Manuel, hijo natural, criado en un orfanato,
le legó un apellido impuesto en la parroquia de La Caridad. Su
madre, Rosa Fernández, era una graciosa joven de la localidad vecina
de El Candal.
Los
Iglesias no tenían tierra, ni derechos. Estaban sometidos a un
régimen de inhumana explotación laboral y económica. Manuel
cargaba el estigma de ser el más pobre de Arancedo, a quien jamás
le alcanzaba para alimentar a su esposa, y menos aún a sus pequeños. Era una familia sin tierra y sin derechos, de un labrador sin educación que apenas hablaba el franco,
un extraño dialecto de la zona que sonaba muy cerrado, mezcla de español antiguo, gallego y asturiano, que cualquier viajero distraído
confundiría con portugués del Brasil.
Víctor,
el mayor, se quedó a vivir en el pueblo. Jesús, el segundo, emigró
a Cuba a principios del siglo pasado, para trabajar en la zafra
azucarera y la producción de tabaco. Le fue muy bien y llevó a su
padre, para que también juntase dinero. «El abuelo hizo dos viajes,
aproximadamente en 1904 y 1911, pero antes dejaba embarazada a la
abuela.» Así lo recuerda con graciosa nostalgia, su nieta uruguaya
Élida Iglesias Valdés.
En el caserío de Arancedo viven 233 habitantes. Poco cambió desde la década de 1930 cuando José María y Manuel emigraron a las Américas. (Gobierno del Principado de Asturias) |
José
María también fue enfermero, obrero y administrativo en una multinacional azucarera estadounidense. En su escaso
tiempo libre pintaba acuarelas sin aspiraciones de inmortalidad
artística. En 1929, a los 24 años, retornó a El Franco, con mucho
dinero y vestido al estilo de un dandy
estadounidense. Usaba camisas de seda con botones de oro y un
carísimo cinturón con incrustaciones. Era el signo inequívoco de
la clase media acomodada cubana.
«Su
presencia maravilló a los paisanos, que lo llamaban El Americano.
Luego de tanta pobreza, quizá se sintió moralmente obligado a
demostrar que había triunfado; que no era un pato
fracasado, sin una peseta –el término usual era Americano
del pote–.
Volver con poco para él hubiese sido como perderlo todo, hasta el respeto de su familia», evoca Élida.
¡Vente
al Uruguay!
Manuel con su hijo Enrique en el Centro de Montevideo, c. 1939. (Archivo Iglesias García) |
A
los pocos meses se casaron, pero José María no pensaba quedarse en
Asturias. Su objetivo era conseguir una buena fortuna en tierras
caribeñas. El proyecto era más que una ilusión para alguien con su
natural talento, pero en 1929 la crisis de Wall Street frustró sus ilusiones y sus posibilidades. Rápidamente, cambió su destino original por la
Argentina, hasta que un vecino le dijo: «Vente para Uruguay que por
lo menos comerás muy bien.»
Partió
solo rumbo a Montevideo, reclamado por el paisano José García,
hombre mayor que le dio un lugar para dormir en sus primeras noches.
Tan bueno y confiado, que también le salió de garantía para que
consiguiera un comercio con casa, cerca del tradicional Hipódromo de
Maroñas. En 1930, juntó el dinero suficiente para traer a su
esposa. El 21 de diciembre del año siguiente nació su hijo, José Félix
Iglesias Valdés que tuvo su primera cuna improvisada con dos sillas.
Pero los tiempos de apretura duraron muy poco.
José
María era habilísimo negociante, implacable y ganador. Orientado
por su olfato y su audacia, instaló un almacén en Miguel Barreiro y
Chucarro, en pleno Pocitos, barrio de alto poder adquisitivo. «El
local era chiquito, con una casita en la trastienda, pero le rindió
mucho porque era un excelente punto.» Allí vino al mundo Élida,
el 10 de junio de 1935, Lita
para la familia.
En
1946 compró un terreno en Barroso 3848 y Comodoro Coe, en el Parque Batlle, típica zona de clase media montevideana. Construyó
dos casas y el comercio que llamó Tres Esquinas. Por primera vez era
dueño de una propiedad de buen valor. Las casas quedaban por Coe y
el comercio por Barroso. Allí permaneció tres años. «Pero era
naturalmente competitivo e increíblemente temerario. Alquiló una
segunda propiedad en Francisco Medina y Bauzá, cerca del tradicional
Zoológico de Villa Dolores, donde instaló un magnífico almacén
que le dejó mucho dinero.»
En
1956 comenzó a planificar su retiro. No deseaba verse abrumado por
la vejez, luego de haber trabajado casi cinco décadas. Compró una
propiedad en Pereira de la Luz y Plácido Ellauri, también
en Pocitos, que luego transformó en una gran inversión. Construyó
su vivienda definitiva y apartamentos que le daban muy buena renta.
Vendió el comercio en 1957 y se jubiló en 1962, con un interesante
capital acumulado.
Franquista,
blanco, implacable
José
María era un hombre de derechas, seguramente, por influencia de sus
amistades cubanas; pero también era blanco y herrerista, como gesto
agradecido hacia quien le había salvado de una grave enfermedad
pulmonar sin cobrarle un peso: su cliente, amigo y médico de
cabecera, Juan Bautista Morelli. Fue un franquista convencido,
enemigo de los republicanos y fervoroso partidario de Casa de
Asturias, en aquella vieja lucha entre paisanos radicados en el
Uruguay. Desde 1940 fue presidente de la Asociación Española Primera
de Socorros Mutuos, reelecto para un segundo mandato. «Era muy generoso con sus
amigos, a los que siempre recibía para aconsejar en un problema
personal o para ayudar en un negocio. Nuestra casa era la casa de los
asturianos.»
Temperamental y duro polemista, la familia todavía recuerda sus enojos cuando escuchaba a Mario G. Bordoni, popular informativista de la una de la tarde en radio Ariel. «Cuando vivíamos en Barroso, eran sagradas sus noticias y comentarios sobre la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Resultaba gracioso, porque lo acusaba de tendencioso, colorado y republicano. Algo lógico porque el propietario de la emisora era Luis Batlle Berres, que luego fue presidente uruguayo.»
Temperamental y duro polemista, la familia todavía recuerda sus enojos cuando escuchaba a Mario G. Bordoni, popular informativista de la una de la tarde en radio Ariel. «Cuando vivíamos en Barroso, eran sagradas sus noticias y comentarios sobre la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Resultaba gracioso, porque lo acusaba de tendencioso, colorado y republicano. Algo lógico porque el propietario de la emisora era Luis Batlle Berres, que luego fue presidente uruguayo.»
La
anécdota se cierra con una gran paradoja. Bordoni vivía en la calle
Francisco Medina y poco tiempo después fue vecino y cliente de los
Iglesias. «Siempre pasaba por el negocio antes de ir a trabajar al
viejo diario El
Día.
Conversaban horas, muy afectuosamente, pero la relación subía de
temperatura en época electoral. Papá, como fanático, le apostaba
que el caudillo blanco Luis Alberto de Herrera iba a ser el más
votado.»
José
María adoraba a su hermano menor, pero lo criticaba porque no tenía
el éxito comercial que debía. Le irritaba su exagerada generosidad,
su excesiva confianza y su candidez a la hora de fiar una venta.
«Sólo sabes perder tiempo y dinero», decía en voz muy fuerte
cuando discutían. Manuel le rendía un respeto patriarcal, tanto,
que lo llamaba Iglesias. «Sin embargo, las dos familias nos
quisimos y los primos nos queremos como hermanos. Eran tradicionales
nuestras navidades y principios de año; que nunca fueron nochebuenas
o fines de año, porque trabajábamos hasta pasada la medianoche.
Cada uno en su almacén. Al otro día nos juntábamos en
veladas inolvidables. Así fue y así será siempre.»
Republicano,
socialista, fiador
El antiguo camino que lleva a La Follaranca de Arancedo. (Gobierno del Principado de Asturias) |
En medio de tantas penurias conoció a Isabel García Viñas, nacida el 13 de agosto de 1910 en Arancedo. Se enamoraron apasionadamente en 1929. Al año siguiente viajó a Montevideo, llamado por su hermano, famoso en el pueblo por su exitosa audacia y buena suerte. Antes de partir se casaron, a pesar de la tenaz resistencia de la madre de la novia. Ella estaba embarazada del primer hijo de la pareja que nació el 26 de junio de 1930 y que él recién conoció cuatro años después.
Su primer trabajo «americano» fue como auxiliar de almacén y mozo de bar, hasta que José María le prestó 216 pesos, equivalentes a 20 mil
dólares actuales. Así compró un negocio en Guaycurú 2759 y
Colorado, en el barrio obrero del Reducto. En 1934 trajo a
Isabel y a su pequeño hijo. «Fuimos a vivir a un local muy
pequeño, con una casa de dos dormitorios, un altillo, un patio
estrecho y una azotea. Papá empezó ganando tan poco, que debió
alquilar una habitación a una señora que ayudaba a solventar los
gastos», rememora su primogénito.
Manuel Iglesias, Isabel García y Enriquito en el almacén de Colorado y Guaycurú. (Archivo Iglesias García) |
«Papá
era admirador del político socialista Emilio Frugoni. Defendía su
patria adoptiva, casi irracionalmente, con crisis o sin crisis, con
dinero o sin dinero. Decía que los Iglesias tenían la obligación
moral de darle un beso a esta tierra cada mañana, porque, bien o
mal, nos daba de comer. Solía recordar que allá, en Asturias,
hubiese sido mucho peor. Repetía siempre que Uruguay le dio lo que
España le negó.» El relato de César Manuel Iglesias García,
nacido en Montevideo, se corta varias veces por la emoción.
Manuel
jamás olvidó que en Arancedo había sufrido una situación muy
parecida a la esclavitud. «Su familia pasaba todo el año con un
cerdo, un poco de maíz y, con suerte, dos o tres vacas. Una vaca
podía valer más que la vida humana, porque era imprescindible
vender un ternero y sacar un poco de leche para la subsistencia.»
Detestaba el campo. Su hijo mayor le compró una confortable chacra
en el camino Cuchilla Grande, una fértil zona suburbana de la capital uruguaya, pero no quería pisarla. Nunca ocultó que le traía muy malos
recuerdos. «Los Iglesias nos vamos de Montevideo al cielo.» La
frase encerraba una dramática historia personal y un anhelo.
Finalmente cumplido.
Enemigos
íntimos
Afiche de la Revolución de Octubre de 1934 que Manuel Iglesias conservó toda la vida. (Asturias Republicana) |
Sin
embargo, para ellos todavía resulta hoy incomprensible su fervorosa
adhesión republicana. «Prácticamente no sabía leer, apenas
dibujaba su nombre, pero conocía autores socialistas comentados,
normalmente, por intelectuales. Tenía una bandera tricolor que
besaba cada mañana –la histórica roja, amarilla y morada– y un
banderín comprado para apoyar la Revolución Octubre. Amaba esos
símbolos y los defendía apasionadamente. Aún así, guardaba un
discreto respeto frente a José María, que tanto le había ayudado.»
Jamás
se quebró la fidelidad y el amor entre hermanos. Manuel vendió el
almacén del Reducto en 1943 y se mudó a la casa de su hermano.
Durante casi un año, las familias convivieron fraternalmente en
Francisco Medina y Bauzá. «Era tanto el cariño mutuo y el respeto
que sentían, que ni los
tíos, ni los primos, jamás nos hicieron sentir extraños. José
María siempre estuvo al lado de Papá. Lo criticaba mucho por sus
ideas republicanas y porque decía que no encaraba el negocio como un
verdadero empresario. Cuando se encontraban, seguro que se peleaban,
pero eran muy solidarios. Papá defendía al Uruguay más que a su
patria de origen y el tío era más racional, más crítico.» Lo
asegura el mayor de Manuel.
En
1944 compró una propiedad en la antigua avenida Larrañaga, hoy
Luis Alberto de Herrera y Asilo, en el histórico barrio de La
Blanqueada. Allí instaló su último almacén, que le dio para vivir
dignamente durante más de dos décadas. «Nunca cambió. Fue fiel a
la idea de que tenía una deuda de gratitud con todos los uruguayos.
Siguió siendo generoso y fiador de mercadería. Así formó a sus
hijos, con un profundo amor por este territorio. Tanto es así, que si
bien ninguno de los dos se dedica al comercio, la vivienda no está a
la venta, ni por todo el oro del mundo», aclara César con énfasis. La familia
Iglesias García se mudó a un apartamento de Ellauri y el bulevar
España, zona residencial de Pocitos. Fue un regalo del hijo mayor de
la pareja, para que disfrutaran una vejez confortable y tranquila.
De
aquí al cielo
José
María Iglesias Fernández falleció en Montevideo, el 23 de mayo de
1973 –a los 68 años– por cáncer pulmonar relacionado con
tabaquismo. «Murió amando sus recuerdos de Cuba y la buena vida. Le encantaban los habanos, los cigarrillos, el ron, la cumbia y la habanera. Estuvo diez años, pero ni allí, ni aquí perdió el acento español que cuidaba con un sentimiento de nostalgia», suele contar su hija.
Manuel
no quiso ingresar a la sala de su hermano moribundo. No soportaba su
sufrimiento. Sin embargo, despidió aquel cuerpo inerte en una íntima
ceremonia, improvisada en el depósito del sanatorio. Antes de
llevarlo a la sala velatoria, hubo un intenso silencio, sin lágrimas.
«Iglesias, no me has fallado, de Montevideo al cielo. Pronto
estaremos juntos, para siempre», fueron sus únicas palabras. Manuel
también cumplió su promesa ocho años después. Un accidente de
tránsito le provocó un doloroso hepatoma, que el 19 de enero de 1981 acabó con su digna
vida.
Las
cuñadas, Sara Valdés e Isabel García, se fueron prácticamente
juntas de este mundo, como buenas hermanas de la vida. Sara murió el
11 de marzo e Isabel la siguió el 8 de agosto de 1997.
José
Félix Iglesias Valdés fue un destacado ejecutivo bancario, pionero del marketing financiero en el Uruguay.
Falleció imprevistamente, el 22 de agosto de 2000. Su hermana, Élida
Iglesias Valdés es una reconocida notaria y catedrática de la
Facultad de Derecho de la Universidad de la República. Su primo,
César Iglesias García, es asesor financiero y administrador de las
propiedades familiares en Montevideo.
¡Ponte una farmacia!
Como buen primogénito de almacenero, el mayor de Manuel se destacó siempre por su natural talento para los números. Desde niño demostró poseer una inteligencia fuera de lo común, pero a fines de la década de 1940 su padre se enojó cuando le confesaba su vocación por las finanzas y su deseo de cursar la Facultad de Ciencias Económicas.
–Por favor, Enriquito, no estudies eso que no te va a servir para nada. Mejor sería que pusieses una farmacia. Los Iglesias no nacimos para ser empleados, lo nuestro es vivir detrás de un mostrador.
–El prometedor joven asturiano –nacionalizado uruguayo– le desobedeció filialmente. El tiempo le demostró que no estaba equivocado.
–El prometedor joven asturiano –nacionalizado uruguayo– le desobedeció filialmente. El tiempo le demostró que no estaba equivocado.
Enriquito
Guiness
en materia de cargos internacionales y de millaje de vuelo. Bonachón,
optimista y mundano. Siempre verá el lado optimista de las cosas,
sea de la catástrofe argentina, de la última crisis local, de
Chávez, de Lula
o de la desnutrición de los niños latinoamericanos. Para todo hay
solución o puede haberla.» La inteligente descripción sobre el
uruguayo más influyente en el mundo, fue publicada en el diario El
Observador de
Montevideo, el 16 de noviembre de 2002, con la firma del periodista
Alejandro Nogueira.
No fue presidente porque la constitución conserva adherencias decimonónicas. Veda ese cargo a los no nativos, aún cuando hayan abrazado la ciudadanía y la causa patriótica con fervor. «Se supone que es –o al menos fue– simpatizante del Partido Nacional [blanco], reivindicado por los caudillos levantiscos del interior y los dotores más conservadores. Lo mismo pasa en el Partido Colorado y en el Frente Amplio. Todos quisieran tenerlo en sus filas, porque, es un poco de todos», escribió Nogueira.
No fue presidente porque la constitución conserva adherencias decimonónicas. Veda ese cargo a los no nativos, aún cuando hayan abrazado la ciudadanía y la causa patriótica con fervor. «Se supone que es –o al menos fue– simpatizante del Partido Nacional [blanco], reivindicado por los caudillos levantiscos del interior y los dotores más conservadores. Lo mismo pasa en el Partido Colorado y en el Frente Amplio. Todos quisieran tenerlo en sus filas, porque, es un poco de todos», escribió Nogueira.
«El
melómano, biológico y elegante, nunca ejecutará una nota que suene
negativa. Una innata capacidad de alcanzar consensos lo persigue como
bendición desde el comienzo de su vida. Era todavía escolar cuando
comenzó a zurcir acuerdos microeconómicos en el modesto almacén
familiar. Allí matizó su pubertad con los libros de estudio y las
libretas de clientes. Fueron los primeros créditos que tuvo que
administrar», narra el artículo. Abrevó la forja gallega
de mediados del siglo pasado, cuando la educación hacía la
diferencia. Pasó por la escuela de los Hermanos del Sagrado Corazón
del Reducto, por el Liceo Nº 3 Dámaso Antonio Larrañaga y por el
Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, el célebre IAVA donde brillaban
intelectuales de la Generación
del 45.
La
Universidad lo puso en contacto con el más avanzado pensamiento
económico de la época: Luis Faroppa, Israel Wonsewer, Mario
Buchelli, Egon Einoder. «Sus habilidades técnicas lo llevaron al
departamento contable del Banco Territorial. Y otra vez a zurcir. De
esta institución entonces minúscula y de otras como el Banco
Español y del Comercio e Industria de Francia y bancos y cajas
populares nacería UBUR. La primera fusión bancaria de la historia
financiera moderna de Uruguay.»
Juan
Eduardo Azzini, ministro del gobierno blanco iniciado en 1959, le
había echado el ojo al promisorio contador que admiraba a John F.
Kennedy. «Fue invitado para integrar la delegación uruguaya ante la
Alianza para el Progreso, una iniciativa del carismático presidente
estadounidense que para unos fue palanca de desarrollo de la
postergada América Latina y para otros, un instrumento de dominación
más del imperialismo yanqui.» Azzini lo convocó como secretario
técnico de la Comisión de Inversión y Desarrollo Económico
(CIDE). Un inolvidable equipo multipartidario que presentó fórmulas
de consenso, para la profunda crisis posterior a la Guerra de Corea
(1950–1953).
«Cuando tenía 31 años conoció al argentino Raúl Prebisch que lo llevaría a Washington al frente de su equipo de investigadores y más tarde –entre 1972 y 1985– al secretariado ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Una inmersión desarrollista dentro de un continente pauperizado. Allí siguió zurciendo.» Entre 1967 y 1968, fue el primer presidente del flamante Banco Central del Uruguay (BCU), nacido de la reforma constitucional Naranja. De allí saltó definitivamente a la escala planetaria: de la CEPAL a otros cargos internacionales.
«Cuando tenía 31 años conoció al argentino Raúl Prebisch que lo llevaría a Washington al frente de su equipo de investigadores y más tarde –entre 1972 y 1985– al secretariado ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Una inmersión desarrollista dentro de un continente pauperizado. Allí siguió zurciendo.» Entre 1967 y 1968, fue el primer presidente del flamante Banco Central del Uruguay (BCU), nacido de la reforma constitucional Naranja. De allí saltó definitivamente a la escala planetaria: de la CEPAL a otros cargos internacionales.
En
1982 recibió el premio Príncipe de Asturias a la Cooperación
Iberoamericana, y tres años después fue canciller –extra
partidario– del Uruguay, durante el gobierno del colorado Julio
María Sanguinetti. En 1988 fue despedido con sonoros aplausos. «Era la esperanza
criolla que se sentaba por primera vez en la silla de la presidencia
del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). El organismo financiero
con mejor prensa en todo el planeta.» Así finalizaba Noguiera una crónica que tituló El
tío rico.
Los secretarios ejecutivos de la CEPAl entre 1948 y 1985. De izquierda a derecha: Carlos Quintana, Gustavo Martínez-Cabañas, Enrique Iglesias, Raúl Prebisch, Juan Antonio Mayobre. (CEPAL) |
Ese
ciudadano relevante del mundo, es el mismo hombre a quien, un poco en
serio y un poco en broma, el ex presidente gallego Manuel Fraga
Iribarne desafiaba con un comentario provocador.
–Debes
saberlo muy bien. No eres asturiano, ni uruguayo. Eres gallego.
Durante mucho tiempo, Galicia llegaba hasta Navia.
La
intención del hábil político de Lugo, por años jefe de la Xunta
de Galicia, era apropiarse –aunque más no fuera, imaginariamente–
de uno de los personajes más talentosos e influyentes de Iberoamérica.
Pero, la respuesta fue inmediata.
–Asturias
es mi madre, Uruguay es mi patria.
La frase de cabecera de Enrique Iglesias.
Mecenas en casa
«A
pesar de que su inauguración tuvo lugar el pasado mes de abril, será
a partir del día 15 cuando el Ayuntamiento de El Franco empiece a
dotar de contenido a la Casa de Cultura, algo para lo que espera
contar con la colaboración de Enrique Iglesias, secretario General
Iberoamericano, quien ha hecho de esta dotación una de sus mayores
aspiraciones para el pueblo y se ha mostrado dispuesto a trabajar
para que el proyecto prospere.
«Hijo
de Manuel Iglesias e Isabel García. Emigró a Uruguay con sus padres
en 1934 y Enrique. Secretario Ejecutivo de la CEPAL (1972-1985),
Canciller de la República Oriental del Uruguay (1985-1988),
Presidente del BID (1988-2005), Secretario General de la Secretaría
General Iberoamericana desde 2005. Durante su mandato en el BID
Durante los primeros dos mandatos de Iglesias como presidente, el BID
concluyó las negociaciones Séptima (1989) y Octava (1994)
Reposición General de Recursos que permitieron al organismo ayudar a
sus países miembros prestatarios a iniciar una era de reformas,
apertura e integración, así como llevar adelante un programa de
modernización de la propia institución. Durante ese período,
también, comenzó sus operaciones la Corporación Interamericana de
Inversiones, filial del BID para el apoyo directo a Pyme de la
región. Iglesias fue un fuerte promotor del libre comercio y del
multilateralismo, habiendo tenido una participación decisiva en la
creación de préstamos al desarrollo. Ha recibido doctorados
'honoris causa' de la Universidad de Carlton, Ottawa (1991), de la
Universidad Autónoma de Guadalajara, México (1994), del Conjunto
Universitario Cándido Méndes de Río de Janeiro (1994), de la
Southeastern University de Louisiana, Estados Unidos (2000) y de la
Universidad de Ciencias Economicas y Empresariales de Oviedo, (2002).
Ha recibido los premios Premio Principe de Asturias a la cooperación
internacional (1982); Premio Pablo Picaso de la UNESCO por sus
actividades a favor de la cultura y del desarrollo, (1997); Premio
Notre Dame para el Servicio Público Distinguido en Latinoamérica,
Notre Dame University, Atlanta, Georgia (EUA); Orden de Artes y
Letras de la República Francesa 1999; Orden Internacional de Mérito
2000, Ciudad de Nueva Orleans, Luisiana (EUA) Ostenta también los
siguiente reconocimientos: Hijo Predilecto de Asturias (España) Hijo
Predilecto de Oviedo, (España); Orden de Rio Branco, Brasil Gran
Cruz, Brasil; Gran Cruz Plana, Consejo del Orden Nacional de Juan
Mora Fernández, Costa Rica; Orden de la Legión de Honor, Francia;
Gran Cruz de Isabel la Católica, España.»
Mecenas en casa
Casa de la Cultura del Ayuntamiento de El Franco, un edificio patrimonial declarado Monumento Histórico de España, que recibe el mecenazgo deEnrique Iglesias. (Gobierno del Principado de Asturias) |
Enrique
Valentín Iglesias García emigró con sus padres a Uruguay a muy
corta edad, pero, lejos de diluirse, los lazos con su pueblo natal se
fueron acrecentando con los años. Y como una prueba del afecto que
siente hacia su tierra, cuando recibió el premio Príncipe de
Asturias a la Cooperación Iberoamericana, hizo donación de su
importe a la biblioteca del Colegio de La Caridad.
Al
igual que sus padres, Manuel Iglesias e Isabel García Viña, nació
en el pueblo de Arancedo, cerca de La Caridad, en una casa conocida
con el nombre de La Follaranca. Y como eran tiempos difíciles, su
padre optó por emigrar a Uruguay como empleado en un comercio,
dejando a su mujer que esperaba el primer hijo. Este hecho explica
que Enrique Iglesias no fuera abrazado por su padre hasta después de
cumplidos los tres años. Luego, cuando hubo juntado un poco de
dinero, madre e hijo marcharon a Montevideo, donde transcurrió la
mayor parte de su vida.
Hay
una anécdota muy curiosa, y es que, al marcharse para allá, a
Enrique Iglesias se le falsificó la edad. En lugar de los tres años
que tenía se le certificó que sólo contaba d, una forma de evitar
que tuviese que pagar el pasaje. Esto traería sus consecuencias más
tarde y hubo que falsificar nuevamente los papeles para poner las
cosas en su sitio. Y es que se encontró con que no podía acceder al
Bachillerato cuando debía hacerlo. Así, los padres tuvieron que
moverse para que al niño le devolvieran el año que le habían
quitado.»
¡No te joroba!
«El carácter internacional de Enrique Iglesias y su enorme prestigio le llevan a mantener entrevistas con todas las personalidades del mundo. El Rey de España no habría de ser una excepción, y cierta vez la sorpresa no pudo ser mayor cuando, a la seis de la madrugada, Isabel, su madre, atendió la llamada de alguien que dijo ser el rey Juan Carlos de España. La respuesta no pudo ser más contundente: ¡No te joroba, levantarlo a una a las seis de la mañana para decirle que es el Rey Juan Carlos! Pronto se deshizo el enredo y el monarca se disculpó porque no se había dado cuenta de la diferencia horaria entre España y América. En Madrid eran las diez de la mañana.»
Temos que caber todos
¡No te joroba!
Enrique Iglesias y el rey Juan Carlos de España reunidos en el Palacio de la Zarzuela, el 13 de setiembre de 2012. (Casa Real) |
Temos que caber todos
«Con motivo de la entrega del premio Príncipe de Asturias, el rey Juan Carlos pidió al galardonado que se quedara en el salón del hotel con su familia. Después de saludar a la veintena de parientes de Iglesias, el monarca pidió a su fotógrafo oficial que les hiciera una fotografía a todos juntos. Al decirle Iglesias que no iban a caber todos, el Rey, al instante, trató de hablar como en Arancedo: Temos que caber todos. Enrique Iglesias, a pesar de que domina ocho idiomas, lo que más le gusta es hablar como en El Franco siempre que puede. Adora, además, el paisaje de Arancedo, y la comida; de ahí que el primer menú que hay que prepararle sea la sopa de cocido y el arroz con leche, y viene de visita a la menor oportunidad, dentro de lo que le permite su frenética actividad.»
Tres pasajes de la crónica «Mecenas en casa», del periodista Jorge Jardón, publicada en el diario
La
Nueva España
de Oviedo, 9 de mayo de 2007.
«Enrique
no ha tenido tiempo ni para casarse, y sólo podría haberlo hecho
con una azafata, ya que ha pasado su vida metido en aviones.»
Élida
Iglesias Valdés
BIO
Foto oficial de la Secretaría General Iberoamericana. (SEGIB) |
Semblanza publicada en el sitio web del Ayuntamiento de El Franco, 2012.