Historiador, docente de la Unidad Multidisciplinaria de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, dedicado a estudiar la historia económica del Uruguay.
Sobre la base de la entrevista publicada en el suplemento Energía del semanario Brecha (Montevideo, octubre de 2008).
“No podría afirmarlo, pero intuyo que si un historiador fuese ministro de Economía, no se repetirían errores recurrentes; porque lo de 2002 había ocurrido en 1982, en la década de 1960 y en 1931. La caída de los bancos no fue tan diferente a la rotura de la tablita. No fue distinto lo que pasó en la dictadura, entre 1978 y 1982, de lo que se hizo en los gobiernos de Lacalle y Sanguinetti. La crisis era visible, probable y prevenible, sabiendo historia”, afirma el historiador. “Nuetra Facultad de Ciencias Económicas se creó recién en la década de 1930; hasta ese momento no se producían economistas, los ministros de Economía eran abogados. Eduardo Acevedo fue el gran ministro de José Batlle y Ordóñez, con una formación en Economía Política. Nuestros ministros de economía del principios del siglo XX fueron muy eclécticos: hablamos de Acevedo, de Octavio Morató, figura del BROU, que estuvo en todas las grandes decisiones económicas de entonces, hablamos de Eduardo Acevedo Álvarez, hijo de Eduardo Acevedo; gente que se dedicaba a la economía pero sin formación en la ciencia económica más dura”, evoca Bertoni.
–La Economía parece un espacio exclusivo para economistas, pero también hay una visión histórica.
–A nuestro compañero Luis Bértola, que ha hecho de la Historia Económica una disciplina científica, le gusta decir que la Economía es una rama de la Historia, porque los economistas se dedican al análisis de los fenómenos del presente, pero los historiadores observan al pasado, al presente y ayudan a ver el futuro.
La Economía no es una ciencia exacta. No es como la Física o la Química. Es una ciencia social contextualizada en una sociedad. Es una ciencia de hombres, no de números. La Historia Económica permite comprender como los hombres se han organizado para obtener bienes que le permiten vivir, esa algo que trasciende a las curvas de oferta o demanda. La Economía implica aspectos institucionales, políticos, demográficos, sociológicos. La historia económica es muy interdiscliplinaria, porque propone una comprensión, no solo describirla en base a modelos matemáticos que en definitiva terminan por explicar poco o nada.
–Pero, sin embargo, no es presentada como una ciencia social.
–El problema es que hubo un siglo y medio de esfuerzo por separar a la Economía de las ciencias sociales, desde la revolución marginalista de fines de siglo XIX que dio lugar a la escuela neoclásica. Desde entonces, el gran esfuerzo ha sido demostrar que la Economía es una ciencia exacta, no una ciencia social y que puede describir de manera exacta y contribuir a la explicación de fenómenos que van más allá de los individuos, porque parte de supuestos: la racionalidad sustantiva de los agentes, la imposibilidad de que los agentes influyan en la oferta y la demanda, el atomismo para explicar los fenómenos económicos. Eso le hizo mucho mal a la Economía, porque la separó de las ciencias sociales, y en definitiva de la sociedad y se ha convertido en una ciencia que pretende utilizar un lenguaje críptico que entienden muy pocos.
–¿No es también una forma de poder corporativo? Hay una sensación de que los economistas son quienes detentan el poder, en los gobiernos, en las corporaciones, en la educación. Los economistas compiten con la profesión clásica del poder: los abogados.
–Por supuesto, pero eso tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Lo malo es la forma simplificada como tratan de explicarse los fenómenos, solo con ecuaciones matemáticas. Esto termina no explicando, casi nada, diciendo muy poco de la realidad y mucho de como debería debieran ser los términos ideales un proceso. Lo bueno es que los economistas han ayudado a los cientistas sociales y a los historiadores en particular, a plantear los problema de manera mas precisa. Durante siglos fue tiempo del poder de los abogados, hoy es de los economistas. Eso implicó a las ciencias sociales mucha verbalización, mucha argumentación, mucha ramas y pocos troncos. La ciencia económica dura nos ha obligado a ser mas rigurosos en el método, en la presentación de los resultados y ser más modestos en las interpretaciones de los fenómenos.
–¿Qué hecho marcó el mayor cambio en la historia de la Economía?
–La historia del pensamiento económico moderno está marcada por el desafío que planteó Marx a los clásicos, y por la reacción de la escuela neoclásica, que cambió totalmente el objetivo de la Economía. Le cambió hasta el nombre. La Economía nació con Adam Smith, como Economía Política, David Ricardo hablaba de Economía Política, Marx hablaba de Economía Política. La escuela neoclásica cambió ese concepto por Ciencia Económica. El corte se puede situar entre las décadas de 1880 y 1890. Fueron autores como Carl Menger, Leon Walras, William Stanley Jevons, Alfred Marshall y Knut Wicksellson, quienes dijeron que la Economía se había equivocado, hasta ese momento, en su visión de cuales eran los problemas fundamentales de la economía. No hay que buscar en la producción o la distribución el origen de la riqueza, sino en como los individuos se intercambian. Parta ellos la ciencia económica es la ciencia del intercambio, de la toma de decisiones racionales para asignar recursos escasos; y a eso debe dedicarse. Para ellos lo importante es que los agente económicos (así comienzan a llamar a las personas, desde entonces) deben tomar decisiones permanentes, que son las que definen el comportamiento de la economía. Deben resolver si los recursos van al alimento, a la vestimenta. O en lo macro: educación, salud, seguridad. Cada uno de estos dilemas generan decisiones, y esas decisiones son las que se estudian.
–¿Qué pasaba en Uruguay en aquella época de tantos cambios en el mundo, mitad siglo XIX, principios del XX? ¿En Economía también nos alineábamos con las nuevas tendencias, como en otras disciplinas?
–El problema fue nuestra gran raigambre francesa, alejada del carácter anglosajón de la Economía (ingleses, alemanes, austríacos) desde Smith en adelante. Francia representaba entonces a las ciencias sociales como algo universal, abarcativo. Nuestra Facultad de Ciencias Económicas se creó recién en la década de 1930; hasta ese momento no se producían economistas, los ministros de Economía eran abogados. Eduardo Acevedo fue el gran ministro de Economía de José Batlle y Ordóñez, un hombre que tenía una gran formación en economía política. Tenía contacto con las grandes tendencias mundiales, pero esas corrientes no eran monolíticas, estaban en discusión y en un país periférico como Uruguay, si bien llegaban con fuerza esas ideas, también la otras. Nuestros ministros de Economía del principios del siglo XX fueron muy eclécticos: hablamos de Acevedo, de Octavio Morató, figura del BROU, que estuvo en todas las grandes decisiones económicas de entonces, hablamos de Eduardo Acevedo Álvarez, hijo de Eduardo Acevedo; gente que se dedicaba a la Economía pero sin formación en la ciencia económica más dura.
–El dato mueve a una reflexión: cuando estos señores guiaban la Economía le fue mejor al Uruguay, era la Suiza de América, el país de las vacas gordas.
–Uno puede estar tentado a tener esa conclusión, pero estaría errando el diagnóstico. Lo que si tiene que ver es que cuando la formación en Economía comenzó a fundamentarse en relaciones matemáticas o en ecuaciones que pretenden resolver relaciones humanas, hubo un ingreso en una ortodoxia muy cerrada, muy poco flexible al cambio; porque el cambio es lo que caracteriza a las sociedades y a las relaciones económicas. Ahí se equivoca. Si se piensa que solo aplicar modelos y fórmulas alcanza para entender como funciona la Economía y para hacer política económica: eso lleva al desastre. A veces es preferible alguien que sepa menos técnicamente, pero que tenga la cabeza abierta a cambiar cuando hay cambios y explicar esos cambios y no creer que los fracasos económicos se deben a que los hombres hicieron las cosas mal, porque no actuaron como dice la teoría. En el fondo, ese es el problema de la ciencia económica contemporánea: si las cosas no se dan como la teoría económica prevé es porque los hombres, los políticos, los ciudadanos, se equivocaron. Eso hace a la Economía tan inflexible, que termina siendo poco útil para resolver los problemas sociales, en especial los más cotidianos que son los que más interesan a las personas.
–¿Cómo surgió el modelo económico batllista?
–En Economía hubo un antes y después de Batlle; el primer batllismo fue fundamental. Batlle fue un hijo de su tiempo. Su papel solo se puede comprender por la gravedad de la crisis de la década de 1890 que puso en entredicho al pensamiento liberal del país: aquello de dejar hacer, dejar pasar; así llegó una produnda crisis de la oferta y la demanda. La década anterior había sido de terrible especulación financiera, inmobiliaria, de sociedades anónimas. El ejemplo es Reus, luego vino una debacle. Los intelectuales de los 80 y 90 reflexionaron, no solo Batlle, sobre esa crisis. Así emergió una nueva concepción del estado en su relación con la Economía; pero no fue solo en Uruguay, paso en todo el mundo. Por entonces, se entendió necesario que el Estado debía resolver los desastres que había hecho el mercado. En 1896 se creó el Banco República, contra todas las teorías económicas dominantes; en el gobierno de Idiarte Borda. La apertura del BROU fue a contramano del pensamiento liberal de entonces, porque el Estado se hizo cargo de las finanzas del país. Poco después, a mediados de la primera década del siglo pasado, el presidente Juan Lindolfo Cuesta iniciaba la obras del puerto de Montevideo; en 1914 se creaba la Administración Nacional de Puertos.
–¿Batlle ya fue? aunque mucho de lo que que ocurría antes del batllismo se repite hoy: especulación, grupos económicos dominantes, crisis recurrentes? ¿Es imposible reeditar el modelo batllista de bienestar, por más que se proclame el batllismo se terminó?
–Y si... porque Batlle también fue hijo de un tiempo de ventajas para el país. La economía mundial le permitió una inserción virtuosa: hasta la Primera Guerra Mundial, las exportaciones uruguayas al mundo crecieron a precios muy ventajosos. Las guerras influyeron muchísimo, pero, en realidad permitieron precios extraordinarios de nuestro bienes exportables; pero también de los importados y una gran retracción por incapacidad de mantener la actividad, por la caída en la importación de materias primas, combustible, que causaba una caída del Producto. Quienes vendían carne, cueros, lanas, se enriquecieron en las dos guerras mundiales. Habría que preguntarle a las abuelas. Cómo eran las condiciones de vida a principios de la década de 1940: las colas del querosene, porque estaba racionado, y la falta de materias primas e insumos para la empresas. Eso llevaba a una retracción de la actividad, a una crisis que no sufrían todos, porque quienes exportaban carne, lana, cueros, hasta la Guerra de Corea, recibieron muchos beneficios.
–¿La Suiza de América se terminó con la Guerra de Corea?
–Hay algo de eso. Lo que se terminó con Corea fue aquel aquel país que se beneficiaba notoriamente con los precios de intercambio de sus materias primas básicas. Hasta entonces, el país creció por ventajas en los precios internacionales. Desde los 50 para acá , las fechas dan, solo basta ver el fin de la inmigración, cambió la economía mundial. Gabriel Oddone, economista e historiador económico, que anduvo sonando para el Ministerio, suele decir: el problema de Uruguay es que el mundo cambió, pero Uruguay no cambió. Es lo mismo que en nuestra casa. Si cambia todo fuera y yo no cambio, no calzo en ese mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial cambió el capitalismo, las trasnacionales se adueñaron del escenario. Los países ricos que hasta entonces creían que que debían comprar materias primas en los países subdesarrollados, para manufacturarlas, al igual que los alimentos, se hicieron autosuficientes subsidiando. En los 30 a 40 años que pasaron desde Corea hasta la década de 1990, fue un tiempo de discusiones a la uruguaya; quizá, cuando hubo más cambios fue durante la dictadura primero y los empujes neoliberales. Eso no quiere decir que fue mejor, quiere decir, que trataron de armar un país distinto Lo cierto es que había que cambiar, era necesario, y en esos tiempos hubo cambios. En Economía seguimos creyendo que el país tiene ventajas comparativas: su pradera, su campo sus vacas y con eso alcanza para insertarnos. Pero también hay quienes creen que esta creencia fue superada por la realidad, que es una base importante, pero no alcanza, porque debe sumarse teconología, con valor agregado a lo que se exporta. Muchos siguen pensando que todo lo tenemos y que solo hay que repartirlo mejor. Se sigue diciendo que Uruguay es rico y que el problema es que está mal distribuida la riqueza. Uruguay no es un país rico; debe pelear por ser un país rico, pero le falta mucho.
–¿Puede conseguirlo?
–Pero hay que abrirse al mundo, porque la riqueza ya no está dentro de fronteras. Ni países como Brasil o Venezuela son economías cerradas. El asunto es como nos abrimos al mundo y como la sociedad encuentra una dinámica de cambio tecnológico, de producción, de distribución, de gestión. Es el cambio institucional: las instituciones son difíciles de manejar, pero se incia desde la cotidianeidad, desde no pasar con la luz roja. Los uruguayos solemos hacer vista gorda a la ineficiencia, y así es que somo ineficientes. Cambia un gobierno y también cambia la política económica; hoy se promocionan las papeleras, pero mañana viene otro gobierno y deja de promocionarlas Uruguay nececita una visión país, que vaya por encima de izquierdas, derechas o centros: no puede ser que cada gobierno cambie la visión del país, reduciéndose solo a una visión de partido. Para tener un crecimiento sustentable, con desarrollo sustentable, se necesita una visión común. Está bien que haya centro, derecha e izquierda, pero no puede ser que se cambie a cada rato la visión país.
–¿No será necesario un historiador en el Ministerio de Economía?
–No sé, pero, de lo que estoy seguro es que desde una visión histórica es menos probable que se repitan errores recurrentes; porque lo que ocurrió en 2002, había ocurrido en 1982, en la década de 1960 y en 1931. Con la colega Magdalena Bertoni estamos en un trabajo: La deuda pública uruguaya: una historia de ida y vuelta. Terminamos diciendo que si se hubiese mirado lo que ocurrió en el pasado se habría prevenido los colapsos. La rotura de la tablita no fue tan diferente a la caída de los bancos. Las soluciones fueron diferentes, pero los problemas de fondo, que llevaban a la sobrevaluación de la moneda, al endeudamiento y finalmente a la crisis, no cambiaron demasiado de lo que hizo la dictadura entre 1978 y 1982 o los gobiernos de Lacalle y Sanguinetti. La crisis era visible, probable y prevenible... sabiendo Historia.
–Pero, sin embargo, no es presentada como una ciencia social.
–El problema es que hubo un siglo y medio de esfuerzo por separar a la Economía de las ciencias sociales, desde la revolución marginalista de fines de siglo XIX que dio lugar a la escuela neoclásica. Desde entonces, el gran esfuerzo ha sido demostrar que la Economía es una ciencia exacta, no una ciencia social y que puede describir de manera exacta y contribuir a la explicación de fenómenos que van más allá de los individuos, porque parte de supuestos: la racionalidad sustantiva de los agentes, la imposibilidad de que los agentes influyan en la oferta y la demanda, el atomismo para explicar los fenómenos económicos. Eso le hizo mucho mal a la Economía, porque la separó de las ciencias sociales, y en definitiva de la sociedad y se ha convertido en una ciencia que pretende utilizar un lenguaje críptico que entienden muy pocos.
–¿No es también una forma de poder corporativo? Hay una sensación de que los economistas son quienes detentan el poder, en los gobiernos, en las corporaciones, en la educación. Los economistas compiten con la profesión clásica del poder: los abogados.
–Por supuesto, pero eso tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Lo malo es la forma simplificada como tratan de explicarse los fenómenos, solo con ecuaciones matemáticas. Esto termina no explicando, casi nada, diciendo muy poco de la realidad y mucho de como debería debieran ser los términos ideales un proceso. Lo bueno es que los economistas han ayudado a los cientistas sociales y a los historiadores en particular, a plantear los problema de manera mas precisa. Durante siglos fue tiempo del poder de los abogados, hoy es de los economistas. Eso implicó a las ciencias sociales mucha verbalización, mucha argumentación, mucha ramas y pocos troncos. La ciencia económica dura nos ha obligado a ser mas rigurosos en el método, en la presentación de los resultados y ser más modestos en las interpretaciones de los fenómenos.
–¿Qué hecho marcó el mayor cambio en la historia de la Economía?
–La historia del pensamiento económico moderno está marcada por el desafío que planteó Marx a los clásicos, y por la reacción de la escuela neoclásica, que cambió totalmente el objetivo de la Economía. Le cambió hasta el nombre. La Economía nació con Adam Smith, como Economía Política, David Ricardo hablaba de Economía Política, Marx hablaba de Economía Política. La escuela neoclásica cambió ese concepto por Ciencia Económica. El corte se puede situar entre las décadas de 1880 y 1890. Fueron autores como Carl Menger, Leon Walras, William Stanley Jevons, Alfred Marshall y Knut Wicksellson, quienes dijeron que la Economía se había equivocado, hasta ese momento, en su visión de cuales eran los problemas fundamentales de la economía. No hay que buscar en la producción o la distribución el origen de la riqueza, sino en como los individuos se intercambian. Parta ellos la ciencia económica es la ciencia del intercambio, de la toma de decisiones racionales para asignar recursos escasos; y a eso debe dedicarse. Para ellos lo importante es que los agente económicos (así comienzan a llamar a las personas, desde entonces) deben tomar decisiones permanentes, que son las que definen el comportamiento de la economía. Deben resolver si los recursos van al alimento, a la vestimenta. O en lo macro: educación, salud, seguridad. Cada uno de estos dilemas generan decisiones, y esas decisiones son las que se estudian.
–¿Qué pasaba en Uruguay en aquella época de tantos cambios en el mundo, mitad siglo XIX, principios del XX? ¿En Economía también nos alineábamos con las nuevas tendencias, como en otras disciplinas?
–El problema fue nuestra gran raigambre francesa, alejada del carácter anglosajón de la Economía (ingleses, alemanes, austríacos) desde Smith en adelante. Francia representaba entonces a las ciencias sociales como algo universal, abarcativo. Nuestra Facultad de Ciencias Económicas se creó recién en la década de 1930; hasta ese momento no se producían economistas, los ministros de Economía eran abogados. Eduardo Acevedo fue el gran ministro de Economía de José Batlle y Ordóñez, un hombre que tenía una gran formación en economía política. Tenía contacto con las grandes tendencias mundiales, pero esas corrientes no eran monolíticas, estaban en discusión y en un país periférico como Uruguay, si bien llegaban con fuerza esas ideas, también la otras. Nuestros ministros de Economía del principios del siglo XX fueron muy eclécticos: hablamos de Acevedo, de Octavio Morató, figura del BROU, que estuvo en todas las grandes decisiones económicas de entonces, hablamos de Eduardo Acevedo Álvarez, hijo de Eduardo Acevedo; gente que se dedicaba a la Economía pero sin formación en la ciencia económica más dura.
–El dato mueve a una reflexión: cuando estos señores guiaban la Economía le fue mejor al Uruguay, era la Suiza de América, el país de las vacas gordas.
–Uno puede estar tentado a tener esa conclusión, pero estaría errando el diagnóstico. Lo que si tiene que ver es que cuando la formación en Economía comenzó a fundamentarse en relaciones matemáticas o en ecuaciones que pretenden resolver relaciones humanas, hubo un ingreso en una ortodoxia muy cerrada, muy poco flexible al cambio; porque el cambio es lo que caracteriza a las sociedades y a las relaciones económicas. Ahí se equivoca. Si se piensa que solo aplicar modelos y fórmulas alcanza para entender como funciona la Economía y para hacer política económica: eso lleva al desastre. A veces es preferible alguien que sepa menos técnicamente, pero que tenga la cabeza abierta a cambiar cuando hay cambios y explicar esos cambios y no creer que los fracasos económicos se deben a que los hombres hicieron las cosas mal, porque no actuaron como dice la teoría. En el fondo, ese es el problema de la ciencia económica contemporánea: si las cosas no se dan como la teoría económica prevé es porque los hombres, los políticos, los ciudadanos, se equivocaron. Eso hace a la Economía tan inflexible, que termina siendo poco útil para resolver los problemas sociales, en especial los más cotidianos que son los que más interesan a las personas.
–¿Cómo surgió el modelo económico batllista?
–En Economía hubo un antes y después de Batlle; el primer batllismo fue fundamental. Batlle fue un hijo de su tiempo. Su papel solo se puede comprender por la gravedad de la crisis de la década de 1890 que puso en entredicho al pensamiento liberal del país: aquello de dejar hacer, dejar pasar; así llegó una produnda crisis de la oferta y la demanda. La década anterior había sido de terrible especulación financiera, inmobiliaria, de sociedades anónimas. El ejemplo es Reus, luego vino una debacle. Los intelectuales de los 80 y 90 reflexionaron, no solo Batlle, sobre esa crisis. Así emergió una nueva concepción del estado en su relación con la Economía; pero no fue solo en Uruguay, paso en todo el mundo. Por entonces, se entendió necesario que el Estado debía resolver los desastres que había hecho el mercado. En 1896 se creó el Banco República, contra todas las teorías económicas dominantes; en el gobierno de Idiarte Borda. La apertura del BROU fue a contramano del pensamiento liberal de entonces, porque el Estado se hizo cargo de las finanzas del país. Poco después, a mediados de la primera década del siglo pasado, el presidente Juan Lindolfo Cuesta iniciaba la obras del puerto de Montevideo; en 1914 se creaba la Administración Nacional de Puertos.
–¿Batlle ya fue? aunque mucho de lo que que ocurría antes del batllismo se repite hoy: especulación, grupos económicos dominantes, crisis recurrentes? ¿Es imposible reeditar el modelo batllista de bienestar, por más que se proclame el batllismo se terminó?
–Y si... porque Batlle también fue hijo de un tiempo de ventajas para el país. La economía mundial le permitió una inserción virtuosa: hasta la Primera Guerra Mundial, las exportaciones uruguayas al mundo crecieron a precios muy ventajosos. Las guerras influyeron muchísimo, pero, en realidad permitieron precios extraordinarios de nuestro bienes exportables; pero también de los importados y una gran retracción por incapacidad de mantener la actividad, por la caída en la importación de materias primas, combustible, que causaba una caída del Producto. Quienes vendían carne, cueros, lanas, se enriquecieron en las dos guerras mundiales. Habría que preguntarle a las abuelas. Cómo eran las condiciones de vida a principios de la década de 1940: las colas del querosene, porque estaba racionado, y la falta de materias primas e insumos para la empresas. Eso llevaba a una retracción de la actividad, a una crisis que no sufrían todos, porque quienes exportaban carne, lana, cueros, hasta la Guerra de Corea, recibieron muchos beneficios.
–¿La Suiza de América se terminó con la Guerra de Corea?
–Hay algo de eso. Lo que se terminó con Corea fue aquel aquel país que se beneficiaba notoriamente con los precios de intercambio de sus materias primas básicas. Hasta entonces, el país creció por ventajas en los precios internacionales. Desde los 50 para acá , las fechas dan, solo basta ver el fin de la inmigración, cambió la economía mundial. Gabriel Oddone, economista e historiador económico, que anduvo sonando para el Ministerio, suele decir: el problema de Uruguay es que el mundo cambió, pero Uruguay no cambió. Es lo mismo que en nuestra casa. Si cambia todo fuera y yo no cambio, no calzo en ese mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial cambió el capitalismo, las trasnacionales se adueñaron del escenario. Los países ricos que hasta entonces creían que que debían comprar materias primas en los países subdesarrollados, para manufacturarlas, al igual que los alimentos, se hicieron autosuficientes subsidiando. En los 30 a 40 años que pasaron desde Corea hasta la década de 1990, fue un tiempo de discusiones a la uruguaya; quizá, cuando hubo más cambios fue durante la dictadura primero y los empujes neoliberales. Eso no quiere decir que fue mejor, quiere decir, que trataron de armar un país distinto Lo cierto es que había que cambiar, era necesario, y en esos tiempos hubo cambios. En Economía seguimos creyendo que el país tiene ventajas comparativas: su pradera, su campo sus vacas y con eso alcanza para insertarnos. Pero también hay quienes creen que esta creencia fue superada por la realidad, que es una base importante, pero no alcanza, porque debe sumarse teconología, con valor agregado a lo que se exporta. Muchos siguen pensando que todo lo tenemos y que solo hay que repartirlo mejor. Se sigue diciendo que Uruguay es rico y que el problema es que está mal distribuida la riqueza. Uruguay no es un país rico; debe pelear por ser un país rico, pero le falta mucho.
–¿Puede conseguirlo?
–Pero hay que abrirse al mundo, porque la riqueza ya no está dentro de fronteras. Ni países como Brasil o Venezuela son economías cerradas. El asunto es como nos abrimos al mundo y como la sociedad encuentra una dinámica de cambio tecnológico, de producción, de distribución, de gestión. Es el cambio institucional: las instituciones son difíciles de manejar, pero se incia desde la cotidianeidad, desde no pasar con la luz roja. Los uruguayos solemos hacer vista gorda a la ineficiencia, y así es que somo ineficientes. Cambia un gobierno y también cambia la política económica; hoy se promocionan las papeleras, pero mañana viene otro gobierno y deja de promocionarlas Uruguay nececita una visión país, que vaya por encima de izquierdas, derechas o centros: no puede ser que cada gobierno cambie la visión del país, reduciéndose solo a una visión de partido. Para tener un crecimiento sustentable, con desarrollo sustentable, se necesita una visión común. Está bien que haya centro, derecha e izquierda, pero no puede ser que se cambie a cada rato la visión país.
–¿No será necesario un historiador en el Ministerio de Economía?
–No sé, pero, de lo que estoy seguro es que desde una visión histórica es menos probable que se repitan errores recurrentes; porque lo que ocurrió en 2002, había ocurrido en 1982, en la década de 1960 y en 1931. Con la colega Magdalena Bertoni estamos en un trabajo: La deuda pública uruguaya: una historia de ida y vuelta. Terminamos diciendo que si se hubiese mirado lo que ocurrió en el pasado se habría prevenido los colapsos. La rotura de la tablita no fue tan diferente a la caída de los bancos. Las soluciones fueron diferentes, pero los problemas de fondo, que llevaban a la sobrevaluación de la moneda, al endeudamiento y finalmente a la crisis, no cambiaron demasiado de lo que hizo la dictadura entre 1978 y 1982 o los gobiernos de Lacalle y Sanguinetti. La crisis era visible, probable y prevenible... sabiendo Historia.
–“La energía no es un commodity más, es la base de toda actividad humama, de la vida misma."
Uruguay a fuego lento
"Leña, carbón, petróleo, fue una escalada imparable de dependencia energética, que se agudizó a mediados del siglo pasado. Pero fue algo silencioso, porque entre 1950 y 1973 lo más barato era comprar petróleo”, afirma Reto Bertoni Mendaro. En su opinión, la creación de ANCAP “fue el mayor esfuerzo nacional para enfrentar una lucha desigual. Fue una de esas medidas heroicas, a pesar de la resistencia de las élites”.
Sobre la base de la entrevista publicada en el suplemento Energía del semanario Brecha (Montevideo, octubre de 2008).
–¿Hay una historia universal de la energía?
–¿Hay una historia universal de la energía?
–A grandes rasgos hay tres etapas. La primera, desde los inicios de la actividad humana hasta el siglo XVIII, cuando la fuente energética fundamental era el sol. La energía solar era el sustento de todo: abastecía de calor, de luz, de alimentos, porque era la base de la agricultura que nutría al hombre, a los animales. Desde el 1800 en adelante, las energías fósiles mueven al mundo: primero el carbón, luego el petróleo. Y desde la crisis petrolera de principios de la década de 1970, comenzó una etapa de revisión, por ahora muy parcial, en busca de soluciones alternativas: solar, eólica, nuclear, biomasa, fuentes renovables. Hay que encontrar pronto una energía para el futuro, porque los fósiles van camino a terminarse.
–¿Falta poco para el fin del petróleo?
–Hay una página (PicOil) que anuncia cuando será el momento de máxima producción petrolífera, cuando la meseta y cuando la caída. La mayoría opina que el máximo llegará en 15 o 20 años, luego vendrá la meseta y después la caída. Hay una creciente demanda de los países emergentes. Lo que ocurre en China debe alarmar. Si los chinos se propusieran tener el mismo confort que los estadounidenses, con los mismo patrones de consumo, se terminaría el petróleo, el gas, el carbón. El mundo subdesarrollado debe mejorar su confort, pero no con el modelo estadounidense de la posguerra, que dilapida energía. Estamos en un momento crucial. No solo porque se pueden agotar las fuentes fósiles, sino también por el cambio climático, que es real, que existe, que se describe en el último informe de Desarrollo Humano de la PNUD. Con realismo, allí se plantean los desafíos del futuro, si cambia en uno, dos o tres grados la temperatura de la Tierra. Van a suceder catástrofes. Algunas ya están sucediendo: son avisos.
–La energía para Uruguay no es un commodity más.
–Todos sabemos que no lo es, porque tampoco es un elemento más de la vida cotidiana. Uruguay vive sufriendo situaciones energéticas límite, con muy escasos recursos naturales propios. Es nuestro problema histórico. Hasta fines del siglo XIX, el país resolvió sus necesidades con leña, con tracción animal y humana. Era la idea de que el sol alimentaba la agricultura y la ganadaría de nuestras praderas. También era muy importante la función del viento, tanto que avanzado el siglo XX, sirvió para el bombeo de agua, para recargar las baterías, para escuchar la radio; eran aquellos molinos y molinillos de energía. A fines del siglo XIX y principios del XX, el país comenzó a importar carbón y petróleo. El carbón estaba en manos de firmas inglesas o sus subsidiarias. Se usaba para la industria: el ferrocarril, la Compañía del Gas, curtiembres, saladeros, alguna textil a fines del siglo XIX, como Campomar. Esos fueron los grandes demandantes. El primer gran quiebre de nuestra historia energética se dio en la I Guerra Mundial, cuando hubo un gran desabastecimiento de carbón. En ese tiempo, la potencia británica comenzaba a declinar y también su tecnología, mientras era imparable el ascenso del petróleo proveniente de los Estados Unidos. Leña, carbón, petróleo, fue una escalada imparable de dependencia energética, que se agudizó a mediados del siglo pasado. Pero fue algo silencioso, porque entre 1950 y 1973 lo más barato era comprar petróleo.
–¿La creación de ANCAP no fue un esfuerzo por ganar en soberanía?
–Diría que fue el mayor esfuerzo nacional para enfrentar una lucha desigual. Fue una de esas medidas heroicas, a pesar de la resistencia de las élites, que por entonces decían que era negativo un monopolio estatal porque obstaculizaba la relación con Standar Oil, con la Esso, con la Texaco, y con todo lo bueno del libre mercado. ANCAP fue el resultado del segundo impulso reformista del batllismo: el Frigorífico Nacional es de 1928, de la misma época que la extensión del derecho jubilatorio a varias ramas de actividades o la refundación de UTE (creada en 1912 como Usinas Eléctricas del Estado y transformada en 1932 en Usinas y Teléfonos del Estado). ANCAP fue concebida a partir de la crisis de 1929, y creada en 1931, como una respuesta a la falta de combustible y a los precios abusivos de las multinacionales. Aunque solo tenía una oficina en la Ciudad Vieja, con escritorios y útiles prestados, fue pensada con una visión–misión: ser el único importador de petróleo del país.
–Creda en democracia, pero desarrollada en tiempos de dictadura terrista.
–Es verdad. Y en eso no hay que tener preconceptos: Terra mantuvo una política energética nacional y no se apartó de la búsqueda de soberanía. Era un hombre muy interesado en esos temas, desde su época de legislador. Entonces no fue casualidad que colocara la piedra fundamental de la represa de Rincón del Bonete en 1935 y que inaugurara la refinería de ANCAP, en 1937. Pero, hay algo más sorprendente. Las tres grandes represas hidroeléctricas del país fueron construidas bajo dictaduras: Rincón del Bonete, Salto Grande y Palmar. Tal vez debiera reflexionarse, como país, sobre nuestra eterna dificultad para crear consensos sobre decisiones estratégicas. Cuando hubo proyectos energéticos que se postergaron, indefinidamente, a causa de debates interminables, mucha veces su concreción quedó en manos de gobiernos autoritarios que no debían consensuar. Debiera haber una revisión de la política energética de la dictadura; porque no solo se construyeron represas hidroeléctricas que cambiaron la matriz energética del país, que la mejoraron radicalmente; de esa época también es la boya petrolera que hizo posible la descarga de los grandes barcos con crudo. Parece contradictorio, pero la dictadura no desmanteló AFE, no intentó desmantelar ANTEL, ANCAP, UTE. Las políticas de privatización no estaban en la cabeza de los militares, quizá, porque entonces había un pensamiento cupular que tomaba el ejemplo de otras dictaduras latinoamericanas; quizá, porque las empresas públicas significaron poder para su debilidad política.
–¿El petróleo uruguayo puede ser realidad o es una quimera?
–Uruguay ha realizado prospecciones de su territorio desde principios de siglo. Hasta aquí llegaron ingenieros alemanes, suecos, canadienses, ingleses. No está comprobada la existencia de petróleo económicamente explotable, sí es muy probable la existencia de gas natural, algo que sería notable. Tantas veces se ha dicho que Uruguay es un país rico en petróleo, pero que no se lo quiere explotar. Esta sí es una quimera. Con la actual tecnología, si hubiese petróleo en nuestra plataforma continental, hace tiempo que se lo estaría explotando. En este tema no hay secreto de estado, ni confabulaciones, simplemente, no ha sido probada su existencia, pero se lo busca, aunque con intermitencias, desde hace más de un siglo.
–¿Por qué costó tanto emprender un proyecto de combustible nacional como el que ahora se inicia, de etanol y biodiesel?
–Resulta muy interesante conocer algunas experiencias que demuestran cuánto interés ha existido siempre sobre la búsqueda de riquezas minerales e hidrocarburos y en el desarrollo de combustibles nacionales. En 1912, en el segundo mandato de José Batlle y Ordóñez, se crearon dos institutos que tuvieron una vida bastante frustrante, concebidos con una muy buena visión estratégica.: el Instituto de Geología y Perforaciones y el Instituto de Química Industrial. El IGP fue creado cuando Eduardo Acevedo era ministro de Economía, para hacer un relevamiento de toda la riqueza mineral existente en el país –incluidos minerales fósiles– y para ver la mejor forma de extraerla en el futuro. Lamentablemente vino la Primera Guerra Mundial, una fuerte crisis de las importaciones, y una paralización de proyectos y trabajos hasta la década de 1920. El IQI tenía como objetivo dotar la tecnología para explotar esos hallazgos. Fue una idea revolucionaria para su tiempo, con mucho interés nacional, técnicos extranjeros, pero que también vegetó a causa de la guerra. El IGP tuvo pocos logros, pero el IQI realizó una interesante investigación en busca de un combustible nacional. Los gobiernos de la década de 1920 fortalecieron esta iniciativa y la Asociación de Ingenieros contribuyó notablemente. El objetivo era desarrollar un derivado energético del maíz para mezclar con la gasolina, con el mismo objetivo que hoy se trabaja en biocombustibles: mitigar la dependencia energética del país. Hubo informes muy favorables sobre la posibilidad de un combustible nacional, pero también surgieron temores sobre la compatibilidad de plantar granos con fines energéticos con el cultivo para alimento y hasta con la ganadería. Lo mismo ocurrió con la caña de azúcar en la década de 1940. El gran problema fue y sigue siendo, la competencia por la tierra: ganadería y agricultura o agrocombustibles. Está faltando una estrategia de complementación. Aquellos agrocombustibles funcionaban muy bien, según estudios de la época podrían haber reducido hasta en 30% la utilización de naftas, pero no se le encontraba sustentabilidad comercial. Hacia la década de 1950, ambos dejaron de ser una alternativa económicamente viable, fundamentalmente, por la caída del precio del petróleo. Entonces ocurrió lo que ocurre siempre. El pasaje total a hidrocarburos importados provocó que se perdiera una muy interesante línea de investigación y lo peor, que se desaprendiera todo lo desarrollado en un combustible nacional; como que nunca existió. Pasaron veinte años y cuando la crisis petrolera nos impactó no tenías, ni capacidad para explorar alternativas, porque se había sepultado un aprendizaje. En la década de 1970 la apuesta de la dictadura fue a las represas hidroeléctricas, pero no a un combustible nacional. Hay que esperar hasta 2005, para que se retorne a la búsqueda de hidrocarburo en nuestra plataforma continental, pero más interesante aún: para que se elaboren proyectos de etanol a partir de la caña de azúcar y el sorgo dulce y de biodiesel basado en oleaginosos. Se dice que el azúcar da pérdidas, pero si se la inserta dentro de un complejo productivo, industrial y energético, parece muy posible que tenga rentabilidad positiva.
–La energía hidroeléctrica parece superada por los niveles de consumo. ¿Quedan posibilidades de expansión?
–El sistema está siendo utilizado casi a tope y no hay fuerza hidráulica para armar otra represa que pueda atender las necesidades actuales; apenas se podría haber espacio para alguna pequeña... Viniendo de la historia hacia el futuro: el país tiene una gran dependencia del petróleo, ha explotado casi todas sus fuentes hidroeléctricas, y no tiene muchas posibilidades de incorporarse a algún circuito regional, luego del fracaso del gasoducto con la Argentina; quizá algo con Brasil.
–¿Cómo ve el futuro de las energías alternativas: eólica, solar?
–Uruguay es un país de vientos, en la colonia a Montevideo se le llamaba la ciudad de los vientos. Tenemos un buen potencial, aunque no es bueno pensar que somos lo máximo. Nuestras corrientes están bien, pero ni se comparan con las patagónicas, por ejemplo. La energía eólica es tan real como limitada. Ramon Méndez, director nacional de Energía, anunció la muy buena idea de instalar parques eólicos que generen entre 200 y 300 megavatios, pero no alcanza para la demanda eléctrica, ni puede sustituir a la termoelectricidad. En energía solar hay dos grandes proyectos: la utilización directa para calentamiento de agua y la generación de células fotovoltaicas. Hay muy buenos desarrollos en el país y hasta alguna empresa que ofrece servicios, pero todavía es muy aislado, muy parcial; apenas para una casa o una escuela.
–¿Y la energía nuclear?
–Es una muy buena alternativa. Se gasta un recurso natural, no renovable, pero están casi intocadas las reservas de uranio, torio, y otros minerales radiactivos. La energía nuclear no contamina el ambiente, pero el gran problema están en los residuos que se deben guardar durante muchos años. Hoy existe tecnología de depósito seguro y el problema de los accidentes es un riesgo, pero no una amenaza. El problema de un proyecto uruguayo de energía nuclear es la falta de una estrategia nacional. Para algo muy factible si se trata de un sistema regional, pero ya vemos que el Mercosur está perforado por donde se lo mire. No será una mala idea una comunidad nuclear sudamericana, con Argentina, Brasil, Paraguay, Chile, Bolivia y Uruguay. Pero es una utopía si una estrategia.
–¿Se imagina un debate nacional sobre la instalación de una planta nuclear en Uruguay?
–Si se cumple la regla histórica, sería terrible. Hay un episodio muy interesante que cuenta de un debate sobre temores al cambio. A mediados de 1890, las empresas de tranvías pidieron permiso para instalar la estructura eléctrica que les permitiera pasarse a esa tecnología. En ese mismo momento se inició una discusión en la sociedad montevideana, y en todo el país, porque muchos compatriotas de entonces estaban alarmados por lo que consideraban una amenaza. Había temores por la colocación de cables eléctricos que se podían caer y electrificar a la gente. A eso se sumaba que la Compañía del Gas había perdido el monopolio de la iluminación montevideana y que con ese cambio iba a perder la poca influencia que le quedaba. Así pasaron diez años de discusiones, hasta que Batlle y Ordóñez asumió el liderazgo y autorizó la electrificación. Creo que es necesario discutir el uso de la energía nuclear, pero para tomar decisiones y planificar una gestión. Es muy probable que ese debate se inicie muy pronto, porque van quedando pocas alternativas. El gobierno que deba liderar ese proceso tendrá que tener firmeza y coraje, más allá de los votos pata tomar una decisión que influirá en nuestra vida mirando hacia un futuro que se viene dentro de no más de 40 o 50 años: el fin de la era del petróleo.
–¿Falta poco para el fin del petróleo?
–Hay una página (PicOil) que anuncia cuando será el momento de máxima producción petrolífera, cuando la meseta y cuando la caída. La mayoría opina que el máximo llegará en 15 o 20 años, luego vendrá la meseta y después la caída. Hay una creciente demanda de los países emergentes. Lo que ocurre en China debe alarmar. Si los chinos se propusieran tener el mismo confort que los estadounidenses, con los mismo patrones de consumo, se terminaría el petróleo, el gas, el carbón. El mundo subdesarrollado debe mejorar su confort, pero no con el modelo estadounidense de la posguerra, que dilapida energía. Estamos en un momento crucial. No solo porque se pueden agotar las fuentes fósiles, sino también por el cambio climático, que es real, que existe, que se describe en el último informe de Desarrollo Humano de la PNUD. Con realismo, allí se plantean los desafíos del futuro, si cambia en uno, dos o tres grados la temperatura de la Tierra. Van a suceder catástrofes. Algunas ya están sucediendo: son avisos.
–La energía para Uruguay no es un commodity más.
–Todos sabemos que no lo es, porque tampoco es un elemento más de la vida cotidiana. Uruguay vive sufriendo situaciones energéticas límite, con muy escasos recursos naturales propios. Es nuestro problema histórico. Hasta fines del siglo XIX, el país resolvió sus necesidades con leña, con tracción animal y humana. Era la idea de que el sol alimentaba la agricultura y la ganadaría de nuestras praderas. También era muy importante la función del viento, tanto que avanzado el siglo XX, sirvió para el bombeo de agua, para recargar las baterías, para escuchar la radio; eran aquellos molinos y molinillos de energía. A fines del siglo XIX y principios del XX, el país comenzó a importar carbón y petróleo. El carbón estaba en manos de firmas inglesas o sus subsidiarias. Se usaba para la industria: el ferrocarril, la Compañía del Gas, curtiembres, saladeros, alguna textil a fines del siglo XIX, como Campomar. Esos fueron los grandes demandantes. El primer gran quiebre de nuestra historia energética se dio en la I Guerra Mundial, cuando hubo un gran desabastecimiento de carbón. En ese tiempo, la potencia británica comenzaba a declinar y también su tecnología, mientras era imparable el ascenso del petróleo proveniente de los Estados Unidos. Leña, carbón, petróleo, fue una escalada imparable de dependencia energética, que se agudizó a mediados del siglo pasado. Pero fue algo silencioso, porque entre 1950 y 1973 lo más barato era comprar petróleo.
–¿La creación de ANCAP no fue un esfuerzo por ganar en soberanía?
–Diría que fue el mayor esfuerzo nacional para enfrentar una lucha desigual. Fue una de esas medidas heroicas, a pesar de la resistencia de las élites, que por entonces decían que era negativo un monopolio estatal porque obstaculizaba la relación con Standar Oil, con la Esso, con la Texaco, y con todo lo bueno del libre mercado. ANCAP fue el resultado del segundo impulso reformista del batllismo: el Frigorífico Nacional es de 1928, de la misma época que la extensión del derecho jubilatorio a varias ramas de actividades o la refundación de UTE (creada en 1912 como Usinas Eléctricas del Estado y transformada en 1932 en Usinas y Teléfonos del Estado). ANCAP fue concebida a partir de la crisis de 1929, y creada en 1931, como una respuesta a la falta de combustible y a los precios abusivos de las multinacionales. Aunque solo tenía una oficina en la Ciudad Vieja, con escritorios y útiles prestados, fue pensada con una visión–misión: ser el único importador de petróleo del país.
–Creda en democracia, pero desarrollada en tiempos de dictadura terrista.
–Es verdad. Y en eso no hay que tener preconceptos: Terra mantuvo una política energética nacional y no se apartó de la búsqueda de soberanía. Era un hombre muy interesado en esos temas, desde su época de legislador. Entonces no fue casualidad que colocara la piedra fundamental de la represa de Rincón del Bonete en 1935 y que inaugurara la refinería de ANCAP, en 1937. Pero, hay algo más sorprendente. Las tres grandes represas hidroeléctricas del país fueron construidas bajo dictaduras: Rincón del Bonete, Salto Grande y Palmar. Tal vez debiera reflexionarse, como país, sobre nuestra eterna dificultad para crear consensos sobre decisiones estratégicas. Cuando hubo proyectos energéticos que se postergaron, indefinidamente, a causa de debates interminables, mucha veces su concreción quedó en manos de gobiernos autoritarios que no debían consensuar. Debiera haber una revisión de la política energética de la dictadura; porque no solo se construyeron represas hidroeléctricas que cambiaron la matriz energética del país, que la mejoraron radicalmente; de esa época también es la boya petrolera que hizo posible la descarga de los grandes barcos con crudo. Parece contradictorio, pero la dictadura no desmanteló AFE, no intentó desmantelar ANTEL, ANCAP, UTE. Las políticas de privatización no estaban en la cabeza de los militares, quizá, porque entonces había un pensamiento cupular que tomaba el ejemplo de otras dictaduras latinoamericanas; quizá, porque las empresas públicas significaron poder para su debilidad política.
–¿El petróleo uruguayo puede ser realidad o es una quimera?
–Uruguay ha realizado prospecciones de su territorio desde principios de siglo. Hasta aquí llegaron ingenieros alemanes, suecos, canadienses, ingleses. No está comprobada la existencia de petróleo económicamente explotable, sí es muy probable la existencia de gas natural, algo que sería notable. Tantas veces se ha dicho que Uruguay es un país rico en petróleo, pero que no se lo quiere explotar. Esta sí es una quimera. Con la actual tecnología, si hubiese petróleo en nuestra plataforma continental, hace tiempo que se lo estaría explotando. En este tema no hay secreto de estado, ni confabulaciones, simplemente, no ha sido probada su existencia, pero se lo busca, aunque con intermitencias, desde hace más de un siglo.
–¿Por qué costó tanto emprender un proyecto de combustible nacional como el que ahora se inicia, de etanol y biodiesel?
–Resulta muy interesante conocer algunas experiencias que demuestran cuánto interés ha existido siempre sobre la búsqueda de riquezas minerales e hidrocarburos y en el desarrollo de combustibles nacionales. En 1912, en el segundo mandato de José Batlle y Ordóñez, se crearon dos institutos que tuvieron una vida bastante frustrante, concebidos con una muy buena visión estratégica.: el Instituto de Geología y Perforaciones y el Instituto de Química Industrial. El IGP fue creado cuando Eduardo Acevedo era ministro de Economía, para hacer un relevamiento de toda la riqueza mineral existente en el país –incluidos minerales fósiles– y para ver la mejor forma de extraerla en el futuro. Lamentablemente vino la Primera Guerra Mundial, una fuerte crisis de las importaciones, y una paralización de proyectos y trabajos hasta la década de 1920. El IQI tenía como objetivo dotar la tecnología para explotar esos hallazgos. Fue una idea revolucionaria para su tiempo, con mucho interés nacional, técnicos extranjeros, pero que también vegetó a causa de la guerra. El IGP tuvo pocos logros, pero el IQI realizó una interesante investigación en busca de un combustible nacional. Los gobiernos de la década de 1920 fortalecieron esta iniciativa y la Asociación de Ingenieros contribuyó notablemente. El objetivo era desarrollar un derivado energético del maíz para mezclar con la gasolina, con el mismo objetivo que hoy se trabaja en biocombustibles: mitigar la dependencia energética del país. Hubo informes muy favorables sobre la posibilidad de un combustible nacional, pero también surgieron temores sobre la compatibilidad de plantar granos con fines energéticos con el cultivo para alimento y hasta con la ganadería. Lo mismo ocurrió con la caña de azúcar en la década de 1940. El gran problema fue y sigue siendo, la competencia por la tierra: ganadería y agricultura o agrocombustibles. Está faltando una estrategia de complementación. Aquellos agrocombustibles funcionaban muy bien, según estudios de la época podrían haber reducido hasta en 30% la utilización de naftas, pero no se le encontraba sustentabilidad comercial. Hacia la década de 1950, ambos dejaron de ser una alternativa económicamente viable, fundamentalmente, por la caída del precio del petróleo. Entonces ocurrió lo que ocurre siempre. El pasaje total a hidrocarburos importados provocó que se perdiera una muy interesante línea de investigación y lo peor, que se desaprendiera todo lo desarrollado en un combustible nacional; como que nunca existió. Pasaron veinte años y cuando la crisis petrolera nos impactó no tenías, ni capacidad para explorar alternativas, porque se había sepultado un aprendizaje. En la década de 1970 la apuesta de la dictadura fue a las represas hidroeléctricas, pero no a un combustible nacional. Hay que esperar hasta 2005, para que se retorne a la búsqueda de hidrocarburo en nuestra plataforma continental, pero más interesante aún: para que se elaboren proyectos de etanol a partir de la caña de azúcar y el sorgo dulce y de biodiesel basado en oleaginosos. Se dice que el azúcar da pérdidas, pero si se la inserta dentro de un complejo productivo, industrial y energético, parece muy posible que tenga rentabilidad positiva.
–La energía hidroeléctrica parece superada por los niveles de consumo. ¿Quedan posibilidades de expansión?
–El sistema está siendo utilizado casi a tope y no hay fuerza hidráulica para armar otra represa que pueda atender las necesidades actuales; apenas se podría haber espacio para alguna pequeña... Viniendo de la historia hacia el futuro: el país tiene una gran dependencia del petróleo, ha explotado casi todas sus fuentes hidroeléctricas, y no tiene muchas posibilidades de incorporarse a algún circuito regional, luego del fracaso del gasoducto con la Argentina; quizá algo con Brasil.
–¿Cómo ve el futuro de las energías alternativas: eólica, solar?
–Uruguay es un país de vientos, en la colonia a Montevideo se le llamaba la ciudad de los vientos. Tenemos un buen potencial, aunque no es bueno pensar que somos lo máximo. Nuestras corrientes están bien, pero ni se comparan con las patagónicas, por ejemplo. La energía eólica es tan real como limitada. Ramon Méndez, director nacional de Energía, anunció la muy buena idea de instalar parques eólicos que generen entre 200 y 300 megavatios, pero no alcanza para la demanda eléctrica, ni puede sustituir a la termoelectricidad. En energía solar hay dos grandes proyectos: la utilización directa para calentamiento de agua y la generación de células fotovoltaicas. Hay muy buenos desarrollos en el país y hasta alguna empresa que ofrece servicios, pero todavía es muy aislado, muy parcial; apenas para una casa o una escuela.
–¿Y la energía nuclear?
–Es una muy buena alternativa. Se gasta un recurso natural, no renovable, pero están casi intocadas las reservas de uranio, torio, y otros minerales radiactivos. La energía nuclear no contamina el ambiente, pero el gran problema están en los residuos que se deben guardar durante muchos años. Hoy existe tecnología de depósito seguro y el problema de los accidentes es un riesgo, pero no una amenaza. El problema de un proyecto uruguayo de energía nuclear es la falta de una estrategia nacional. Para algo muy factible si se trata de un sistema regional, pero ya vemos que el Mercosur está perforado por donde se lo mire. No será una mala idea una comunidad nuclear sudamericana, con Argentina, Brasil, Paraguay, Chile, Bolivia y Uruguay. Pero es una utopía si una estrategia.
–¿Se imagina un debate nacional sobre la instalación de una planta nuclear en Uruguay?
–Si se cumple la regla histórica, sería terrible. Hay un episodio muy interesante que cuenta de un debate sobre temores al cambio. A mediados de 1890, las empresas de tranvías pidieron permiso para instalar la estructura eléctrica que les permitiera pasarse a esa tecnología. En ese mismo momento se inició una discusión en la sociedad montevideana, y en todo el país, porque muchos compatriotas de entonces estaban alarmados por lo que consideraban una amenaza. Había temores por la colocación de cables eléctricos que se podían caer y electrificar a la gente. A eso se sumaba que la Compañía del Gas había perdido el monopolio de la iluminación montevideana y que con ese cambio iba a perder la poca influencia que le quedaba. Así pasaron diez años de discusiones, hasta que Batlle y Ordóñez asumió el liderazgo y autorizó la electrificación. Creo que es necesario discutir el uso de la energía nuclear, pero para tomar decisiones y planificar una gestión. Es muy probable que ese debate se inicie muy pronto, porque van quedando pocas alternativas. El gobierno que deba liderar ese proceso tendrá que tener firmeza y coraje, más allá de los votos pata tomar una decisión que influirá en nuestra vida mirando hacia un futuro que se viene dentro de no más de 40 o 50 años: el fin de la era del petróleo.
Reto Bertoni
Es docente del Programa de Historia Económica y Social, de la Unidad Multidisciplinaria de la Facultad de Ciencias Sociales, magíster en Historia Económica y candidato a Doctor en Ciencias Sociales. Su tesis de maestría fue: Economía y Cambio Técnico. Adopción y difusión de la Energía eléctrica en Uruguay (1880-1980). Su línea de investigación –Energía, innovación y desarrollo en un pequeño país periférico– está sustentada en “las relaciones entre energía y desarrollo económico y su implicancia en la performance económica de un país periférico como Uruguay y en un análisis del consumo y la intensidad energética en el largo plazo para identificar las determinantes y los ritmos con que se operó la adopción de las formas modernas de energía y la matriz energética resultante, entre otras variables”.
Bertoni participó en un proyecto ejecutado entre 2007 y 2008, sobre “Energía y Desarrollo”, en cooperación con la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, financiado por la Agencia Española de Cooperación. Es coeditor responsable, con la investigadora española María del Mar Rubio, de un libro en preparación: Energía y desarrollo en el largo siglo XX: Uruguay en el marco Latinoamericano.
Es docente del Programa de Historia Económica y Social, de la Unidad Multidisciplinaria de la Facultad de Ciencias Sociales, magíster en Historia Económica y candidato a Doctor en Ciencias Sociales. Su tesis de maestría fue: Economía y Cambio Técnico. Adopción y difusión de la Energía eléctrica en Uruguay (1880-1980). Su línea de investigación –Energía, innovación y desarrollo en un pequeño país periférico– está sustentada en “las relaciones entre energía y desarrollo económico y su implicancia en la performance económica de un país periférico como Uruguay y en un análisis del consumo y la intensidad energética en el largo plazo para identificar las determinantes y los ritmos con que se operó la adopción de las formas modernas de energía y la matriz energética resultante, entre otras variables”.
Bertoni participó en un proyecto ejecutado entre 2007 y 2008, sobre “Energía y Desarrollo”, en cooperación con la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, financiado por la Agencia Española de Cooperación. Es coeditor responsable, con la investigadora española María del Mar Rubio, de un libro en preparación: Energía y desarrollo en el largo siglo XX: Uruguay en el marco Latinoamericano.